AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Davy Jones {Privado} {+18}
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Davy Jones {Privado} {+18}
Los muertos rodeaban a Gaspard quisiera o no: más allá de su trabajo como ladrón de tumbas profesional, el agua en el que se acababa de zambullir estaba tan fría como sólo los malditos cadáveres lo estaban y como alguien sólo lo notaba cuando los tenía piel contra piel, por eso de cargarlos a la espalda. El resurreccionista habría suspirado teatralmente por la coincidencia, pero estaba demasiado ocupado buceando con la fuerza de sus potentes brazadas, en dirección al fondo tenuemente iluminado por la luna, para malgastar aire. Y una cosa era robar cadáveres, y otra muy distinta convertirse en uno: ¡regla número uno de los ladrones de tumbas!
Hablando de eso: ¿qué demonios estaba haciendo él, precisamente él, en el puerto de Le Havre, tan lejos de cementerios varios y tan cerca de (ugh) gente de todos los tipos, razas, colores y hasta sabores, si le apuraban? Pues lo de siempre, claro: buscar muertos. Sólo que, esta vez, no eran los muertos de siempre, sino los restos de los navíos que se habían hundido allí cerca (mira que él sabía poco de barcos, pero había que ser cafre para hundir uno tan cerca del maldito puerto...) lo que estaba buscando. Y vaya si lo hacía bien, el muy maldito...
Estaba acostumbrado a bucear. En su ecléctica vida, había aprendido a hacerlo de muy niño, y no había querido nunca renunciar a la costumbre porque ¿quién sabía cuándo le podía venir bien? Era exactamente la misma lógica que aplicaba a la hora de, en fin, prácticamente todo lo demás, y por eso había terminado siendo como era: algo que ni siquiera él comprendía del todo, pero que sí que identificaba como sí mismo y como algo con lo que no estaba a disgusto la mayor parte del tiempo. ¿Cómo juzgarlo si sentía asco de sí mismo cuando apestaba a carne podrida...?
Esa era una ventaja del fondo del mar (¿dónde estarían las famosas llaves de la cancioncita infantil?, se preguntó mientras buceaba entre los restos del naufragio): no olía a nada. Tampoco se veía mucho, pero ya llevaba varias zambullidas y Gaspard era bueno en las cosas que hacía gracias al esfuerzo que les metía (doblemente si contaba el de intentar concentrarse), así que no tuvo problemas a la hora de encontrar el tesoro. Incluso bajo el agua, sin más testigo que la madera podrida (otra constante en su vida: la podredumbre), sonrió y cargó con todo lo que pudo hasta que sus pulmones le dijeron que mira, mejor parase, y se obligó a subir de nuevo a la superficie.
Cogió aire cuando rompió la superficie del agua y nadó hasta la superficie de madera, cerca del barco pirata, donde estaban sus cosas. Primero guardó todas sus ganancias en una bandolera que había cargado desde su casa en París, y sólo entonces salió del agua, impulsándose con los brazos y realizando el movimiento de forma tan fluida como lo habían sido los de dentro del agua. A continuación, sacudió la cabeza para quitarse el exceso de agua de los oídos y se quitó la camisa, de todas maneras empapada, con la que había nadado hasta el fondo: estando solo, como creía estarlo, no la necesitaba para nada...
O sí, pero esa era la magia de ser Gaspard: su mente no paraba nunca quieta y siempre encontraba algo en lo que entretenerse. En aquella ocasión, ese algo fue rasgar la tela y cubrirse los dedos, llenos de cortes producidos por las maderas del navío; a continuación, se cruzó la bandolera y sacó la bota de vino que, afortunadamente, había decidido llevar consigo (bendita fuera esa maravillosa lucidez que lo había invadido durante un minuto entero con la soldada de su anterior entrega y la cual había invertido en ese maravilloso vino bordelés). Con el gesto de alguien muy acostumbrado a hacerlo, soltó el pitorro y bebió del líquido con tanta ansia que las gotas de color burdeos se mezclaron y diluyeron con el agua que le caía, a gotitas, por el pecho desnudo.
Probablemente fue entonces cuando lo notó, pero se detuvo en seco porque él era así, muy de hacer las cosas de improviso y sin avisar. Por el rabillo del ojo, captó movimiento en el barco pirata, y sus reflejos brillantes de cazador le permitieron esquivar el cuchillo que le habían lanzado desde la cubierta del barco con tanta celeridad que Fausto, su maestro (bueno...) durante un tiempo se sentiría sumamente orgulloso. A ciegas, cogió el cuchillo y lo lanzó a la dirección en la que se lo habían enviado, con particular satisfacción cuando escuchó un quejido de dolor de alguien a quien había acertado de lleno.
Su sempiterna sonrisa burlona apareció de nuevo mientras se dirigía al navío, dispuesto a terminar con quien lo hubiera atacado: así lo exigía su orgullo, y también la oportunidad de llevarse a casa un buen cadáver recién matado que a frescura sería insuperable. Sería la primera vez que lo hacía, en cierto modo estaba hasta emocionado, y por eso aceleró el paso en dirección a la cubierta del barco, a la cual, sin embargo, no llegó. Se plantó en seco, y esta vez no por sus prontos hiperactivos, en cuanto vio al dueño de la voz que le había parecido escuchar de repente reprender a su atacante: un vampiro.
Esta vez, y a diferencia de otras, lo de que era un vampiro no lo sabía por su experiencia, sino porque a ese, en concreto, lo recordaba: ¡joder, cómo no recordar la primera vez que se había excitado en su maldita vida...! Pero no podía ser cierto, ¿no?, tenía que ser su mente que había puesto ese rostro en el de otro ser diferente. Se clavó las uñas en las palmas de las manos hasta hacerse sangre (aunque ni lo notó) para concentrarse y enfocar bien, de forma que sólo hubiera un pensamiento, la realidad, en su cabeza; apretó y apretó, y el pensamiento del vampiro no se desvaneció, lo cual lo dejó con la verdad desnuda ante él: ése era el vampiro. Y, anonadado como estaba, se acarició inconscientemente los tatuajes de sus antebrazos de forma también automática, pero con muchísimo significado.
Hablando de eso: ¿qué demonios estaba haciendo él, precisamente él, en el puerto de Le Havre, tan lejos de cementerios varios y tan cerca de (ugh) gente de todos los tipos, razas, colores y hasta sabores, si le apuraban? Pues lo de siempre, claro: buscar muertos. Sólo que, esta vez, no eran los muertos de siempre, sino los restos de los navíos que se habían hundido allí cerca (mira que él sabía poco de barcos, pero había que ser cafre para hundir uno tan cerca del maldito puerto...) lo que estaba buscando. Y vaya si lo hacía bien, el muy maldito...
Estaba acostumbrado a bucear. En su ecléctica vida, había aprendido a hacerlo de muy niño, y no había querido nunca renunciar a la costumbre porque ¿quién sabía cuándo le podía venir bien? Era exactamente la misma lógica que aplicaba a la hora de, en fin, prácticamente todo lo demás, y por eso había terminado siendo como era: algo que ni siquiera él comprendía del todo, pero que sí que identificaba como sí mismo y como algo con lo que no estaba a disgusto la mayor parte del tiempo. ¿Cómo juzgarlo si sentía asco de sí mismo cuando apestaba a carne podrida...?
Esa era una ventaja del fondo del mar (¿dónde estarían las famosas llaves de la cancioncita infantil?, se preguntó mientras buceaba entre los restos del naufragio): no olía a nada. Tampoco se veía mucho, pero ya llevaba varias zambullidas y Gaspard era bueno en las cosas que hacía gracias al esfuerzo que les metía (doblemente si contaba el de intentar concentrarse), así que no tuvo problemas a la hora de encontrar el tesoro. Incluso bajo el agua, sin más testigo que la madera podrida (otra constante en su vida: la podredumbre), sonrió y cargó con todo lo que pudo hasta que sus pulmones le dijeron que mira, mejor parase, y se obligó a subir de nuevo a la superficie.
Cogió aire cuando rompió la superficie del agua y nadó hasta la superficie de madera, cerca del barco pirata, donde estaban sus cosas. Primero guardó todas sus ganancias en una bandolera que había cargado desde su casa en París, y sólo entonces salió del agua, impulsándose con los brazos y realizando el movimiento de forma tan fluida como lo habían sido los de dentro del agua. A continuación, sacudió la cabeza para quitarse el exceso de agua de los oídos y se quitó la camisa, de todas maneras empapada, con la que había nadado hasta el fondo: estando solo, como creía estarlo, no la necesitaba para nada...
O sí, pero esa era la magia de ser Gaspard: su mente no paraba nunca quieta y siempre encontraba algo en lo que entretenerse. En aquella ocasión, ese algo fue rasgar la tela y cubrirse los dedos, llenos de cortes producidos por las maderas del navío; a continuación, se cruzó la bandolera y sacó la bota de vino que, afortunadamente, había decidido llevar consigo (bendita fuera esa maravillosa lucidez que lo había invadido durante un minuto entero con la soldada de su anterior entrega y la cual había invertido en ese maravilloso vino bordelés). Con el gesto de alguien muy acostumbrado a hacerlo, soltó el pitorro y bebió del líquido con tanta ansia que las gotas de color burdeos se mezclaron y diluyeron con el agua que le caía, a gotitas, por el pecho desnudo.
Probablemente fue entonces cuando lo notó, pero se detuvo en seco porque él era así, muy de hacer las cosas de improviso y sin avisar. Por el rabillo del ojo, captó movimiento en el barco pirata, y sus reflejos brillantes de cazador le permitieron esquivar el cuchillo que le habían lanzado desde la cubierta del barco con tanta celeridad que Fausto, su maestro (bueno...) durante un tiempo se sentiría sumamente orgulloso. A ciegas, cogió el cuchillo y lo lanzó a la dirección en la que se lo habían enviado, con particular satisfacción cuando escuchó un quejido de dolor de alguien a quien había acertado de lleno.
Su sempiterna sonrisa burlona apareció de nuevo mientras se dirigía al navío, dispuesto a terminar con quien lo hubiera atacado: así lo exigía su orgullo, y también la oportunidad de llevarse a casa un buen cadáver recién matado que a frescura sería insuperable. Sería la primera vez que lo hacía, en cierto modo estaba hasta emocionado, y por eso aceleró el paso en dirección a la cubierta del barco, a la cual, sin embargo, no llegó. Se plantó en seco, y esta vez no por sus prontos hiperactivos, en cuanto vio al dueño de la voz que le había parecido escuchar de repente reprender a su atacante: un vampiro.
Esta vez, y a diferencia de otras, lo de que era un vampiro no lo sabía por su experiencia, sino porque a ese, en concreto, lo recordaba: ¡joder, cómo no recordar la primera vez que se había excitado en su maldita vida...! Pero no podía ser cierto, ¿no?, tenía que ser su mente que había puesto ese rostro en el de otro ser diferente. Se clavó las uñas en las palmas de las manos hasta hacerse sangre (aunque ni lo notó) para concentrarse y enfocar bien, de forma que sólo hubiera un pensamiento, la realidad, en su cabeza; apretó y apretó, y el pensamiento del vampiro no se desvaneció, lo cual lo dejó con la verdad desnuda ante él: ése era el vampiro. Y, anonadado como estaba, se acarició inconscientemente los tatuajes de sus antebrazos de forma también automática, pero con muchísimo significado.
Invitado- Invitado
Re: Davy Jones {Privado} {+18}
El océano que narraban sus leyendas estaba rojo de la sangre de las sirenas, gemidos de dolor en lugar de cánticos de apareamiento y una hilera de cuerpos flotando tras su estela de fuego. Thibault soñaba, o creía soñar en su desvergonzado vampirismo, cuando la herejía y esas culpables contradicciones que brillaban por su ausencia la mayor parte de décadas se abrían camino como él durante sus abordajes: entre salpicones de carne y espadas.
Tenía sueños horribles al ojo humano, su mente había progresado demasiadas imágenes incluso para su condición sobrenatural. Ya había bastante que retener siendo sólo un vampiro que se bebía cada noche, imaginaos si le añadíais la sola visión de un lobo de mar perseguido a partes iguales por la justicia y sus hipócritas fantasías.
Un vampiro pirata no se bebía cada noche, un vampiro pirata era inmune a las resacas de la puta existencia. Por eso, para emborrachar al capitán Black Blood hacía falta vaciar el mundo, y quizá aún hubiera que esperar a la próxima remesa del día si tu puerto no se convertía antes en otro de los muchos que lo veían zarpar.
Tan inevitable como el estruendo de su voz en mitad de una batalla naval.
A Thibault solían gustarle sus sueños hasta cuando le asfixiaban el aire metafórico que asolaba su raza entera. Sus sueños eran lo único que le provocaba un mínimo de dolor real en siglos, eran macabros, arrolladores, portadores de una agonía oscura que se pintaba de rojo a la mínima insinuación de tortura. Una auténtica masacre mental que no era menos horrible porque, efectivamente, le gustara sino porque a pesar de todo, lo hacía: disfrutaba deliberadamente de sus propias pesadillas.
¿Podía haber una realidad más arrogante aun en su eterna victoria?
Así precisamente había acabado aquella noche, con los estragos arrogantes del día —porque si abandonaba pobremente la vigilia era sólo cuando sus posibilidades activas podían verse disminuidas por el efecto del sol— agolpados en su instinto de hombre, pirata y vampiro. Ni su sorna habitual le curvó una sonrisa en los momentos de extraño e íntimo apogeo que empleó para subir al Skyfall, como si acabara de volver del estómago de una bestia del averno, y despertar a su tripulación del falso letargo que producía con su sola ausencia. Hasta la última cuerda mal amarrada del barco se vio forzada a recuperar su entereza al tiempo que a los marineros se les hinchaba el pecho por donde él pasaba, pero de puro nervio, de pura sumisión. Gladiadores que más que saludar al César, habían descubierto el origen de su salvajismo para luego entregárselo, a gritos o en silencio. Aunque nadie, ni sus subordinados más influyentes, tuviera el valor de lanzar un solo respiro ante el sádico que ya no necesitaba hacerlo para seguir existiendo.
Sus ojos verdes dejaron de taladrar al puñetero oxígeno mismo sólo cuando dio un trago al vaso de ron que portaba consigo, pero ése era el complemento menos extraño de su aparición. Su camisa, arremangada hasta los codos, estaba rajada por delante y por detrás, tan sucia de rojo como el color de su pelo y que gracias a aquellas manchas que le abarcaban todo el cuerpo no hacía tan evidente la pequeña zona esquilada de su barba próxima a la garganta y que por primera vez para muchos, facilitaba la visión del tatuaje de la cruz, ahora llena de sangre. En efecto, sí, el monstruo chorreaba sangre, la misma que había chupado aquella noche para alimentarse de más y que por descontado, no le pertenecía; no era negra como el nombre que hacía temblar cada boca durante casi doscientos años.
Anne fue la única que se atrevió a iniciar una pregunta al pasar por su lado y descubrir que la impactante oscuridad de su pecho también revelaba parte del símbolo allí tatuado, mas obtuvo su respuesta en el miedo que la invadió. Ni la delicadeza o la rima de un 'Hoy me he pasado con la cena y mis onanismos mentales no son aptos para mortales' hubiera sido más franca que el peligro que desprendía su mirada. Una que, sin duda, no pestañeó después de que el hombro del segundo timonel fuera repentinamente ensartado por un cuchillo que salió de la nada. Y eso era lo que cualquiera tenía a favor de aquel diablo ensangrentado que se plantó en la cubierta para contemplar desde arriba al causante con la broma del tiempo a su entera disposición: nada en absoluto.
Lo reconoció al instante, al igual que todo lo que había corrompido a su paso, al igual que el mundo se retorcía un poco más ante su locura siempre que regresaba de sodomizar a Morfeo y elevaba su perspectiva a una categoría el doble o triple de sobrehumana. Aquel pirata despreocupado por las obscenidades de su imagen tantas veces expuesta a la faz de la tierra no sólo podía atravesarte de pleno, seguramente ya lo había hecho antes que ese cuchillo. Y ese cuchillo sabía a cenizas frente al impacto que mamó de aquella víctima tan paradójicamente indirecta de la sed que volvía a asediarle esa noche. Y más todavía después de verle.
¿Realmente había algo de indirecto en aquel accidental espectador de sus bacanales hambrientas? O más bien, en la falsa sencillez de un rostro joven, y a la vez, reflejo de la longevidad que le permitía merendarse su evidente y trabajada musculatura, ahora empapada y húmeda como toda la figura de Thibault perfectamente conservada gracias a un privilegio que a él le había dejado marca.
Agua y sangre, la limpieza más indeseada de cuantas podían leerse en aquellas pupilas dilatadas a causa del recuerdo que colgaba una vez más en los labios de ese puto blasfemo, aún manchados de sangre ajena. Se dedicó a restregársela por la uña del pulgar y salpicar después a ese mar que restaba en la desnudez del chiquillo que volvía a deshacerse bajo sus acciones.
Hasta las gotas negras que perlaban sus brazos tatuados enrojecieron durante un segundo.
—Por tu bien y el de la única persona oficial que queda para navegar mi barco, espero que esta vez hayas venido a participar.
Tenía sueños horribles al ojo humano, su mente había progresado demasiadas imágenes incluso para su condición sobrenatural. Ya había bastante que retener siendo sólo un vampiro que se bebía cada noche, imaginaos si le añadíais la sola visión de un lobo de mar perseguido a partes iguales por la justicia y sus hipócritas fantasías.
Un vampiro pirata no se bebía cada noche, un vampiro pirata era inmune a las resacas de la puta existencia. Por eso, para emborrachar al capitán Black Blood hacía falta vaciar el mundo, y quizá aún hubiera que esperar a la próxima remesa del día si tu puerto no se convertía antes en otro de los muchos que lo veían zarpar.
Tan inevitable como el estruendo de su voz en mitad de una batalla naval.
A Thibault solían gustarle sus sueños hasta cuando le asfixiaban el aire metafórico que asolaba su raza entera. Sus sueños eran lo único que le provocaba un mínimo de dolor real en siglos, eran macabros, arrolladores, portadores de una agonía oscura que se pintaba de rojo a la mínima insinuación de tortura. Una auténtica masacre mental que no era menos horrible porque, efectivamente, le gustara sino porque a pesar de todo, lo hacía: disfrutaba deliberadamente de sus propias pesadillas.
¿Podía haber una realidad más arrogante aun en su eterna victoria?
Así precisamente había acabado aquella noche, con los estragos arrogantes del día —porque si abandonaba pobremente la vigilia era sólo cuando sus posibilidades activas podían verse disminuidas por el efecto del sol— agolpados en su instinto de hombre, pirata y vampiro. Ni su sorna habitual le curvó una sonrisa en los momentos de extraño e íntimo apogeo que empleó para subir al Skyfall, como si acabara de volver del estómago de una bestia del averno, y despertar a su tripulación del falso letargo que producía con su sola ausencia. Hasta la última cuerda mal amarrada del barco se vio forzada a recuperar su entereza al tiempo que a los marineros se les hinchaba el pecho por donde él pasaba, pero de puro nervio, de pura sumisión. Gladiadores que más que saludar al César, habían descubierto el origen de su salvajismo para luego entregárselo, a gritos o en silencio. Aunque nadie, ni sus subordinados más influyentes, tuviera el valor de lanzar un solo respiro ante el sádico que ya no necesitaba hacerlo para seguir existiendo.
Sus ojos verdes dejaron de taladrar al puñetero oxígeno mismo sólo cuando dio un trago al vaso de ron que portaba consigo, pero ése era el complemento menos extraño de su aparición. Su camisa, arremangada hasta los codos, estaba rajada por delante y por detrás, tan sucia de rojo como el color de su pelo y que gracias a aquellas manchas que le abarcaban todo el cuerpo no hacía tan evidente la pequeña zona esquilada de su barba próxima a la garganta y que por primera vez para muchos, facilitaba la visión del tatuaje de la cruz, ahora llena de sangre. En efecto, sí, el monstruo chorreaba sangre, la misma que había chupado aquella noche para alimentarse de más y que por descontado, no le pertenecía; no era negra como el nombre que hacía temblar cada boca durante casi doscientos años.
Anne fue la única que se atrevió a iniciar una pregunta al pasar por su lado y descubrir que la impactante oscuridad de su pecho también revelaba parte del símbolo allí tatuado, mas obtuvo su respuesta en el miedo que la invadió. Ni la delicadeza o la rima de un 'Hoy me he pasado con la cena y mis onanismos mentales no son aptos para mortales' hubiera sido más franca que el peligro que desprendía su mirada. Una que, sin duda, no pestañeó después de que el hombro del segundo timonel fuera repentinamente ensartado por un cuchillo que salió de la nada. Y eso era lo que cualquiera tenía a favor de aquel diablo ensangrentado que se plantó en la cubierta para contemplar desde arriba al causante con la broma del tiempo a su entera disposición: nada en absoluto.
Lo reconoció al instante, al igual que todo lo que había corrompido a su paso, al igual que el mundo se retorcía un poco más ante su locura siempre que regresaba de sodomizar a Morfeo y elevaba su perspectiva a una categoría el doble o triple de sobrehumana. Aquel pirata despreocupado por las obscenidades de su imagen tantas veces expuesta a la faz de la tierra no sólo podía atravesarte de pleno, seguramente ya lo había hecho antes que ese cuchillo. Y ese cuchillo sabía a cenizas frente al impacto que mamó de aquella víctima tan paradójicamente indirecta de la sed que volvía a asediarle esa noche. Y más todavía después de verle.
¿Realmente había algo de indirecto en aquel accidental espectador de sus bacanales hambrientas? O más bien, en la falsa sencillez de un rostro joven, y a la vez, reflejo de la longevidad que le permitía merendarse su evidente y trabajada musculatura, ahora empapada y húmeda como toda la figura de Thibault perfectamente conservada gracias a un privilegio que a él le había dejado marca.
Agua y sangre, la limpieza más indeseada de cuantas podían leerse en aquellas pupilas dilatadas a causa del recuerdo que colgaba una vez más en los labios de ese puto blasfemo, aún manchados de sangre ajena. Se dedicó a restregársela por la uña del pulgar y salpicar después a ese mar que restaba en la desnudez del chiquillo que volvía a deshacerse bajo sus acciones.
Hasta las gotas negras que perlaban sus brazos tatuados enrojecieron durante un segundo.
—Por tu bien y el de la única persona oficial que queda para navegar mi barco, espero que esta vez hayas venido a participar.
Última edición por Thibault "Black Blood" el Sáb Jul 15, 2017 9:13 pm, editado 1 vez
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2016
Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Lo miró tanto, tan rápido y tantas veces que parecía un milagro que sus ojos siguieran en sus órbitas, y sin embargo ahí estaban, quietos, todo lo que pudieran estarlo con esa sed que le había entrado de repente de verlo todo y con esos movimientos rápidos que sufrían, a diferencia de su cuerpo. Esa era una realidad con Gaspard: ni siquiera cuando estaba quieto, estaba quieto del todo; su hiperactividad salía a la luz de una manera o de otra, y aunque su escultórica figura se hubiera clavado en la cubierta del barco, eran sus ojos los que no podían (ni querían) detenerse.
Cualquier otro, en esas circunstancias, habría vuelto a sentirse un adolescente, estaría en medio de una regresión a sus quince años y bla, bla, bla, pero ¡Gaspard no era cualquiera! Y no se trataba de un individualismo extremo o mal entendido, sino algo interpretado de la manera más literal: Gaspard era un bicho raro, siempre lo había sido, y de adulto aún más; por ello, jamás se comportaría como el resto, y jamás le pasaría lo mismo que a una persona normal, porque ser común estaba altamente sobrevalorado, en su opinión. Una opinión modesta, pero que, en tanto suya, le gustaba mucho más que las del resto.
Así pues, Thibault se quedó quieto porque estaba aún captando detalles de la situación en la que se había visto arrojado sin comerlo ni beberlo (para eso aún había tiempo; su sexto sentido así se lo indicaba...). Lo principal, que lo satisfacía tanto que si no hubiera sido un hombre ancho por la musculatura se habría visto cómo se anchaba e hinchaba cual palomo, era que esta vez no era ajeno al placer visual, que captaba por accidente y del cual huía, confundido. No, esta vez era el protagonista absoluto, junto al capitán de sus sueños, nunca pesadillas, y ello lo satisfacía sobremanera.
En segundo lugar, también se sentía satisfecho porque había crecido, ¡y hasta qué punto! No se trataba de la observación de algo evidente, con lo que él había vivido sus treinta y cuatro años de existencia como algo normal y natural; se trataba de algo más, de una evaluación positiva del cambio que había sufrido con la experiencia, ¡y cuánta de esa había tenido! Con el perdón de Fausto, ella había sido su mejor maestra en la vida, y el escaso miedo que sentía Gaspard ante nada, especialmente ante probar cosas nuevas, lo había vuelto casi un marino curtido, cuando menos lo suficiente para no echarse a temblar ante el capitán de semejante velero bergantín. No de miedo, al menos...
Sin responder, Gaspard se puso en marcha: uno, dos, tres pasos hasta que llegó frente al capitán, indiferente por completo al miedo de la tripulación. Sus ojos, verdes como sendos bosques en llamas, bebían del hombre que tenía delante (¡hombre, esa era buena! Qué hilarante era cuando quería, ¿no?) con ansia, como si fuera un náufrago en sequía en vez de un hombre empapado en demasiados sentidos. Mudo, como casi siempre, de Grailly lo contempló sin miedo, vergüenza o reparo algunos, sino simplemente con curiosidad, parecida a la que sentía Thibault, aunque ignorara su nombre y supiera que el vampiro, a intenso, no lo ganaría nunca.
El cambio era vital en él, más que físico. Su cara, si se ignoraba la sombra de la barba que llevaba y los cabellos húmedos que le tapaban algunas de las arrugas de expresión que ya comenzaba a mostrar (sin avergonzarse: sus sonrisas le daban personalidad), era hasta cierto punto infantil; en estado neutro, incluso, podía considerarse aniñada, pero ¿cuándo se encontraba Gaspard en ese tipo de estado...? Nunca. Y mucho menos cuando, de golpe, se había cruzado con su fantasía hecha ser de carne, ¡y qué carne! Lo recordaba excitante, no tan... hermoso.
– Tal vez. – respondió. ¡Todo ese rato, toda esa espera, para que su única respuesta fueran dos malditas palabras! Que sí, de acuerdo, eran un logro cuando se trataba de alguien tan alérgico a hablar como lo era él, pero el pirata esperaba más, y Gaspard lo sabía. Ni siquiera el tono ronco y sensual, igual que la sonrisa burlona que ya tenía grabada en los labios (excitante como ella sola; Gaspard no era muy consciente del efecto de su sonrisa, en el límite de la demencia y el atractivo, pero lo tenía, ¡y vaya que sí!), serían suficientes, pero, por lo pronto, debía bastar.
Ante los ojos del capitán, sacó de nuevo su bota de vino y le dio otro trago; de pronto, su garganta estaba seca, en un nuevo contacto con su yo de quince años que, por otro lado, no era sino la reacción normal que provocaba un ser de la presencia del capitán de aquel navío. A continuación, y en contraposición a lo que cualquier humano normal haría, se limpió las gotas de sangre del brazo, marcando así un principio claro en todo eso que, difícilmente, tendría un final: ser mordido, sí; beber, no. ¡Nunca! No le gustaba la sangre de vampiro, pero sobre todo no le gustaba depender de nadie, ni obedecer, ni tampoco ser subyugado por ningún ser contra su voluntad.
– ¿Qué gano? Como fantasía estás bien, pero ¿quién sabe si la realidad va a decepcionarme? – reflexionó, y no lo hizo con acritud, pero todo su maldito lenguaje corporal era amargo, como siempre, fruto de la incomodidad que le provocaba estar rodeado de gente que no dejaba de murmullar a su alrededor. Ah, Gaspard el antisocial ataca de nuevo; irritado, cerró los ojos y sacudió la cabeza, tratando de poner en orden sus pensamientos. – El bien ajeno me da igual. Lo de por mi bien ya me interesa más. – afirmó.
No se trataba de que se estuviera haciendo el duro, sino de que era duro. No lo era a la manera de otros, fingiendo bravuconerías, sino de esa forma que tenía él de quitarse autoridades ajenas antes incluso de que se atrevieran a imponérselas. A esa actitud suya podía llamársele hosquedad, y lo cierto era que, para el espectador casual (ergo, la mitad de la tripulación, o lo que es lo mismo: todos los tripulantes que lo estaban viendo sin entender nada), así era; sin embargo, el capitán no era casual, y veía en él el interés que Gaspard no le ocultaba, aunque estuviera, sin hacerlo del todo, imponiendo sus términos. Habría que estar ciego para no hacerlo.
Cualquier otro, en esas circunstancias, habría vuelto a sentirse un adolescente, estaría en medio de una regresión a sus quince años y bla, bla, bla, pero ¡Gaspard no era cualquiera! Y no se trataba de un individualismo extremo o mal entendido, sino algo interpretado de la manera más literal: Gaspard era un bicho raro, siempre lo había sido, y de adulto aún más; por ello, jamás se comportaría como el resto, y jamás le pasaría lo mismo que a una persona normal, porque ser común estaba altamente sobrevalorado, en su opinión. Una opinión modesta, pero que, en tanto suya, le gustaba mucho más que las del resto.
Así pues, Thibault se quedó quieto porque estaba aún captando detalles de la situación en la que se había visto arrojado sin comerlo ni beberlo (para eso aún había tiempo; su sexto sentido así se lo indicaba...). Lo principal, que lo satisfacía tanto que si no hubiera sido un hombre ancho por la musculatura se habría visto cómo se anchaba e hinchaba cual palomo, era que esta vez no era ajeno al placer visual, que captaba por accidente y del cual huía, confundido. No, esta vez era el protagonista absoluto, junto al capitán de sus sueños, nunca pesadillas, y ello lo satisfacía sobremanera.
En segundo lugar, también se sentía satisfecho porque había crecido, ¡y hasta qué punto! No se trataba de la observación de algo evidente, con lo que él había vivido sus treinta y cuatro años de existencia como algo normal y natural; se trataba de algo más, de una evaluación positiva del cambio que había sufrido con la experiencia, ¡y cuánta de esa había tenido! Con el perdón de Fausto, ella había sido su mejor maestra en la vida, y el escaso miedo que sentía Gaspard ante nada, especialmente ante probar cosas nuevas, lo había vuelto casi un marino curtido, cuando menos lo suficiente para no echarse a temblar ante el capitán de semejante velero bergantín. No de miedo, al menos...
Sin responder, Gaspard se puso en marcha: uno, dos, tres pasos hasta que llegó frente al capitán, indiferente por completo al miedo de la tripulación. Sus ojos, verdes como sendos bosques en llamas, bebían del hombre que tenía delante (¡hombre, esa era buena! Qué hilarante era cuando quería, ¿no?) con ansia, como si fuera un náufrago en sequía en vez de un hombre empapado en demasiados sentidos. Mudo, como casi siempre, de Grailly lo contempló sin miedo, vergüenza o reparo algunos, sino simplemente con curiosidad, parecida a la que sentía Thibault, aunque ignorara su nombre y supiera que el vampiro, a intenso, no lo ganaría nunca.
El cambio era vital en él, más que físico. Su cara, si se ignoraba la sombra de la barba que llevaba y los cabellos húmedos que le tapaban algunas de las arrugas de expresión que ya comenzaba a mostrar (sin avergonzarse: sus sonrisas le daban personalidad), era hasta cierto punto infantil; en estado neutro, incluso, podía considerarse aniñada, pero ¿cuándo se encontraba Gaspard en ese tipo de estado...? Nunca. Y mucho menos cuando, de golpe, se había cruzado con su fantasía hecha ser de carne, ¡y qué carne! Lo recordaba excitante, no tan... hermoso.
– Tal vez. – respondió. ¡Todo ese rato, toda esa espera, para que su única respuesta fueran dos malditas palabras! Que sí, de acuerdo, eran un logro cuando se trataba de alguien tan alérgico a hablar como lo era él, pero el pirata esperaba más, y Gaspard lo sabía. Ni siquiera el tono ronco y sensual, igual que la sonrisa burlona que ya tenía grabada en los labios (excitante como ella sola; Gaspard no era muy consciente del efecto de su sonrisa, en el límite de la demencia y el atractivo, pero lo tenía, ¡y vaya que sí!), serían suficientes, pero, por lo pronto, debía bastar.
Ante los ojos del capitán, sacó de nuevo su bota de vino y le dio otro trago; de pronto, su garganta estaba seca, en un nuevo contacto con su yo de quince años que, por otro lado, no era sino la reacción normal que provocaba un ser de la presencia del capitán de aquel navío. A continuación, y en contraposición a lo que cualquier humano normal haría, se limpió las gotas de sangre del brazo, marcando así un principio claro en todo eso que, difícilmente, tendría un final: ser mordido, sí; beber, no. ¡Nunca! No le gustaba la sangre de vampiro, pero sobre todo no le gustaba depender de nadie, ni obedecer, ni tampoco ser subyugado por ningún ser contra su voluntad.
– ¿Qué gano? Como fantasía estás bien, pero ¿quién sabe si la realidad va a decepcionarme? – reflexionó, y no lo hizo con acritud, pero todo su maldito lenguaje corporal era amargo, como siempre, fruto de la incomodidad que le provocaba estar rodeado de gente que no dejaba de murmullar a su alrededor. Ah, Gaspard el antisocial ataca de nuevo; irritado, cerró los ojos y sacudió la cabeza, tratando de poner en orden sus pensamientos. – El bien ajeno me da igual. Lo de por mi bien ya me interesa más. – afirmó.
No se trataba de que se estuviera haciendo el duro, sino de que era duro. No lo era a la manera de otros, fingiendo bravuconerías, sino de esa forma que tenía él de quitarse autoridades ajenas antes incluso de que se atrevieran a imponérselas. A esa actitud suya podía llamársele hosquedad, y lo cierto era que, para el espectador casual (ergo, la mitad de la tripulación, o lo que es lo mismo: todos los tripulantes que lo estaban viendo sin entender nada), así era; sin embargo, el capitán no era casual, y veía en él el interés que Gaspard no le ocultaba, aunque estuviera, sin hacerlo del todo, imponiendo sus términos. Habría que estar ciego para no hacerlo.
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Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Con sinceridad, ni con la memoria titánica de un dios —cosa que en cierto modo ya era— se acordaría realmente de lo que pensó o sintió o del estado mental y emocional, a rasgos generales, que tendría la noche de su orgía de sangre con ocho personas que cambió la vida del inesperado interlocutor que ahora estaba delante, de súbito, sin más introducciones que las sacudidas del azar, ahí plantado cual remo incrustado en la cubierta de un bote como alternativa final a hundirse en el océano con todo. O que, al menos, había adelantado su descubrimiento sexual a niveles igual de atroces que el pirata que los propulsaba, pues aunque la enfermedad ya viniera de todas formas en la imprevisible cabecita de ese humano, no podía negarse que el estilo y la fuerza de haberla contemplado por primera vez en alguien como Thibault eran sencillamente inigualables.
Más que con sinceridad, aquí lo diríamos con miedo, con pavor: sí se acordaba de lo que sentía entonces, en el puto reencuentro, precisamente porque ambos tenían al momento presente bien cogido del pescuezo en mitad de sus cuerpos, más empatados gracias a la mortalidad del tiempo en uno de ellos. Ni sus propios hombres lo querían cerca cuando estaba así, ni él tampoco los quería cerca, ya puestos, luego era un verdadero engorro buscarse otra tripulación desde cero si encima le añadías el de limpiar un buque lleno de muertos. Eso si morir a manos del sanguinario Black Blood era también lo menos retorcido que podía pasarle a quienes tuvieran la mala suerte de encontrárselo de esa manera. A fin de cuentas y por muy extrañamente jovial que se hiciera a veces su actitud, nunca dejaríamos de hablar de uno de los mayores criminales que ya había hecho historia desde hacía literalmente siglos.
Tampoco él dejó de mirar al producto más provocativo de su sed recién salido del agua, que continuaba empapando la cubierta con la suculenta desfachatez de su musculatura a juego con la de su lengua. Thibault le observó en calidad absoluta de depredador, una mezcla indivisible entre su instinto sobrenatural y la evidencia carnal del asunto, dos naturalezas que no es que lucharan para que una saliera a la luz —la ausencia de ésta ya había hecho suficiente daño por un día—, sino que en su estado, el macabro capitán sencillamente era todo a la vez. Podía serlo todo a la vez, y aquello le convertía en la última bestia a la que dejar suelta. Claro que, ¿quién iba a impedirle a un león caminar por la Sabana cuando le apeteciera?
Por un momento, eso fue lo que imaginó ver abriéndose sobre aquel pecho desnudo frente a él; las garras de un animal salvaje. Y por la manera en la que la robustez del intruso era esculpida a la luz de la luna seguro que antes que sangrar, serviría para afilarlas y hacer las delicias de un herrero. Pero si además de todo eso también sangrase a borbotones… bueno, al rugido vampírico de su hambre le parecería muchísimo mejor.
Finalmente, cuando el hombre acabó su última frase, Thibault dejó pasar unos segundos antes de terminar de apoderarse del espacio con una carcajada de libro, de fantasía; grave, sonora y absolutamente embaucadora a pesar de su evidente locura. La tripulación, todavía presente, se estremeció con tal maestría que ni las leves ventiscas de la noche provocaron el mismo número de escalofríos.
—Nada de 'tal vez' —respondió a su primer y escueto comentario—. Los ¿adverbios? de duda se los puedes meter a Argos por el culo —y señaló al herido timonel con un movimiento de cabeza para que supiera a quién se refería, sin mirarle siquiera porque su vista continuaba clavada en él, y es que en aquellos precisos instantes no había absolutamente nadie tan merecedor de su atención como el lanzador de cuchillos más original de cuantos había conocido—. Aunque ahí cabrían mejor los de negación, ¿verdad? —chistó ante la absurdez de su propio chiste, que se hubiera llevado unas cuantas reacciones animadas de no tener todos una corbata de huevos en el cuello.
El líder de la confusa manada sonreía, con un brillo incomprensible en sus ojos pero, sin lugar a dudas, retorcidamente encantado con la situación. ¡Vaya con el chiquillo mirón que permaneció escondido mientras él se llenaba el estómago del mismo rojo de sus cabellos, inolvidables como el resto de su persona —simpático calificativo—! Insolente y mordaz, así se aparecía el extraño sujeto en su primera introducción formal después de no-le-importaba-cuántos-años, aburridos a los ojos de un vampiro, mucho más a los de un vampiro pirata que nunca borraban del mapa. Y 'tal vez' aquella también fuera una buena forma de definir los crueles matices de la mirada de Thibault: impredecibles, como lo que la aparición de aquel humano que dejaba de ocultarse en las sombras podía suponerle ahora.
Las pisadas que dio para aproximarse —todavía más— a él probablemente cortaran la respiración a más de un tripulante, aunque mucho menos cortantes que el poco aire que quedó entre sus pieles cuando el vampiro hizo uso de sus habilidades contrahumanas para acabar a un centímetro de su brazo, del mismo que se había limpiado las gotas de sangre, y husmear el resultado. Apenas un escalofrío le rozó en aquella flexión con la que había acercado su rostro a su cuerpo y desde ahí, el remolino de ojos verdes se hizo tan invasivo que por una milésima de tiempo, el muchacho —en comparación al marino, lo era— pudo recordarse tan aturullado como en su despertar sexual.
Todo sucedió en una milésima de segundo gracias a su poder y, no obstante, supo que a él le habría bastado. Así que al volver a tener la espalda recta, gritó la orden definitiva: que todo el mundo saliera del jodido barco. Al puerto, al burdel, a las hamacas y a donde les diera la putísima gana siempre que no fuera la cubierta del Skyfall. No quería ni a un solo vigía fuera y ni las voces de Anne y Planchet se atrevieron a dar su parecer a lo que, si se despistaban, bien podría ser el fin de sus vidas. Así pues, el monstruo se quedó completamente a solas con el observante que se había convertido en el cazador de sus propios vicios. Y eso era un olor que le resultaba familiar.
—Al parecer tienes un talento especial para vértelas siempre con mi digestión. —apartó sus pupilas de él después de mucho, mucho rato— Te dejé mirar aquella vez, ahora vas a demostrarme de qué te ha servido. —caminaba lentamente a pocos centímetros, como si estuviera rodeándole con falsa distracción— Bien formado y con buena puntería, seguro que no habrás dedicado tu tiempo a ser normalito. —La sangre de sus víctimas todavía pendía de él, al igual que las prendas rajadas que se equiparaban a su desnudez. Sólo por poco, ya que la de su invitado resultaba mucho más evidente. Aparte de, claro está, un regalo para la vista— Mi memoria inmortal es muy aleatoria pero no me suenan esos tatuajes —señaló, al momento de girarse de espaldas y volver a clavarle esa tensión con la mirada sin necesidad de acercarse otra vez—. Ocho, ¿eh? De verdad, estoy conmovido.
Por ahora.
Más que con sinceridad, aquí lo diríamos con miedo, con pavor: sí se acordaba de lo que sentía entonces, en el puto reencuentro, precisamente porque ambos tenían al momento presente bien cogido del pescuezo en mitad de sus cuerpos, más empatados gracias a la mortalidad del tiempo en uno de ellos. Ni sus propios hombres lo querían cerca cuando estaba así, ni él tampoco los quería cerca, ya puestos, luego era un verdadero engorro buscarse otra tripulación desde cero si encima le añadías el de limpiar un buque lleno de muertos. Eso si morir a manos del sanguinario Black Blood era también lo menos retorcido que podía pasarle a quienes tuvieran la mala suerte de encontrárselo de esa manera. A fin de cuentas y por muy extrañamente jovial que se hiciera a veces su actitud, nunca dejaríamos de hablar de uno de los mayores criminales que ya había hecho historia desde hacía literalmente siglos.
Tampoco él dejó de mirar al producto más provocativo de su sed recién salido del agua, que continuaba empapando la cubierta con la suculenta desfachatez de su musculatura a juego con la de su lengua. Thibault le observó en calidad absoluta de depredador, una mezcla indivisible entre su instinto sobrenatural y la evidencia carnal del asunto, dos naturalezas que no es que lucharan para que una saliera a la luz —la ausencia de ésta ya había hecho suficiente daño por un día—, sino que en su estado, el macabro capitán sencillamente era todo a la vez. Podía serlo todo a la vez, y aquello le convertía en la última bestia a la que dejar suelta. Claro que, ¿quién iba a impedirle a un león caminar por la Sabana cuando le apeteciera?
Por un momento, eso fue lo que imaginó ver abriéndose sobre aquel pecho desnudo frente a él; las garras de un animal salvaje. Y por la manera en la que la robustez del intruso era esculpida a la luz de la luna seguro que antes que sangrar, serviría para afilarlas y hacer las delicias de un herrero. Pero si además de todo eso también sangrase a borbotones… bueno, al rugido vampírico de su hambre le parecería muchísimo mejor.
Finalmente, cuando el hombre acabó su última frase, Thibault dejó pasar unos segundos antes de terminar de apoderarse del espacio con una carcajada de libro, de fantasía; grave, sonora y absolutamente embaucadora a pesar de su evidente locura. La tripulación, todavía presente, se estremeció con tal maestría que ni las leves ventiscas de la noche provocaron el mismo número de escalofríos.
—Nada de 'tal vez' —respondió a su primer y escueto comentario—. Los ¿adverbios? de duda se los puedes meter a Argos por el culo —y señaló al herido timonel con un movimiento de cabeza para que supiera a quién se refería, sin mirarle siquiera porque su vista continuaba clavada en él, y es que en aquellos precisos instantes no había absolutamente nadie tan merecedor de su atención como el lanzador de cuchillos más original de cuantos había conocido—. Aunque ahí cabrían mejor los de negación, ¿verdad? —chistó ante la absurdez de su propio chiste, que se hubiera llevado unas cuantas reacciones animadas de no tener todos una corbata de huevos en el cuello.
El líder de la confusa manada sonreía, con un brillo incomprensible en sus ojos pero, sin lugar a dudas, retorcidamente encantado con la situación. ¡Vaya con el chiquillo mirón que permaneció escondido mientras él se llenaba el estómago del mismo rojo de sus cabellos, inolvidables como el resto de su persona —simpático calificativo—! Insolente y mordaz, así se aparecía el extraño sujeto en su primera introducción formal después de no-le-importaba-cuántos-años, aburridos a los ojos de un vampiro, mucho más a los de un vampiro pirata que nunca borraban del mapa. Y 'tal vez' aquella también fuera una buena forma de definir los crueles matices de la mirada de Thibault: impredecibles, como lo que la aparición de aquel humano que dejaba de ocultarse en las sombras podía suponerle ahora.
Las pisadas que dio para aproximarse —todavía más— a él probablemente cortaran la respiración a más de un tripulante, aunque mucho menos cortantes que el poco aire que quedó entre sus pieles cuando el vampiro hizo uso de sus habilidades contrahumanas para acabar a un centímetro de su brazo, del mismo que se había limpiado las gotas de sangre, y husmear el resultado. Apenas un escalofrío le rozó en aquella flexión con la que había acercado su rostro a su cuerpo y desde ahí, el remolino de ojos verdes se hizo tan invasivo que por una milésima de tiempo, el muchacho —en comparación al marino, lo era— pudo recordarse tan aturullado como en su despertar sexual.
Todo sucedió en una milésima de segundo gracias a su poder y, no obstante, supo que a él le habría bastado. Así que al volver a tener la espalda recta, gritó la orden definitiva: que todo el mundo saliera del jodido barco. Al puerto, al burdel, a las hamacas y a donde les diera la putísima gana siempre que no fuera la cubierta del Skyfall. No quería ni a un solo vigía fuera y ni las voces de Anne y Planchet se atrevieron a dar su parecer a lo que, si se despistaban, bien podría ser el fin de sus vidas. Así pues, el monstruo se quedó completamente a solas con el observante que se había convertido en el cazador de sus propios vicios. Y eso era un olor que le resultaba familiar.
—Al parecer tienes un talento especial para vértelas siempre con mi digestión. —apartó sus pupilas de él después de mucho, mucho rato— Te dejé mirar aquella vez, ahora vas a demostrarme de qué te ha servido. —caminaba lentamente a pocos centímetros, como si estuviera rodeándole con falsa distracción— Bien formado y con buena puntería, seguro que no habrás dedicado tu tiempo a ser normalito. —La sangre de sus víctimas todavía pendía de él, al igual que las prendas rajadas que se equiparaban a su desnudez. Sólo por poco, ya que la de su invitado resultaba mucho más evidente. Aparte de, claro está, un regalo para la vista— Mi memoria inmortal es muy aleatoria pero no me suenan esos tatuajes —señaló, al momento de girarse de espaldas y volver a clavarle esa tensión con la mirada sin necesidad de acercarse otra vez—. Ocho, ¿eh? De verdad, estoy conmovido.
Por ahora.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2016
Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Demasiado, se mirara por donde se mirase; demasiado en todos los aspectos, excesivo en otros tantos, particularmente abrumador, pero siempre para cualquier otro, no para él, no para un Gaspard de Grailly que había crecido mucho en comparación con la primera vez que lo había visto. Eso no significaba que dejara de tener efecto en él porque el vampiro sabía manejar sus armas, todas sus armas y eso que no había tenido el placer (de eso no le cabía duda) de probarlas, pero lo sabía bien por lo que vio entonces y por lo que veía ahora, solamente capaz de captarlo todo por su rapidez habitual, que requería de estímulos tan rápidos como los pensamientos que lo recorrían.
Bien, podía apuntar ese día con rojo en el calendario por muchas cosas, en primera instancia por el reencuentro, pero a Gaspard le hacía la misma ilusión ser capaz de afirmar, por primera vez en mucho tiempo, que su hiperactividad le había servido de algo aparte de darle problemas, ¡qué maravilla! Habría gritado de alegría, pero él no era de esos; por otro lado, tampoco era de esos que lo dejaban todo al ver a un antiguo ¿amor? Aunque Gaspard jamás lo hubiera querido, simplemente se puso cachondo por primera vez al verlo en una orgía salvaje que rompió su cabecita de chaval de pueblo, y punto.
Pues sí, para desgracia de todos y también la suya propia, así de eficaz era el aquitano para quitarse el velo de la nostalgia de los ojos, pero, por otro lado, eso tenía sus ventajas, como por ejemplo que no idealizaba al pirata y eso le permitía verlo por segunda vez como si fuera la primera y... en fin, merecía la pena. Realista o no, Gaspard de Grailly veía muy bien con esos ojos verdes suyos tan límpidos que cambiaban a veces de color, en función de la luz; esos mismos ojos que estaban clavados, sin miedo, en el pirata, a sabiendas de que seguramente no era la mejor idea del mundo no estar ni un poco asustado, pero ¡así era él!
Además, qué podía decir, tampoco es como si pudiera estarse quieto, y eso con toda probabilidad iba a molestar un poco al teatral vampiro, porque en vez de aguardar pacientemente ese examen, Gaspard cambiaba el peso de su cuerpo de un pie al otro, movía los dedos como si estuviera practicando un truco de magia con monedas y no dejaba los ojos quietos. Los oídos, por su parte, sí que lo estaban, receptores de todas las palabras que el otro tuviera a bien atronar con esa voz suya que parecía una tormenta, y que ni por esas temía el aquitano. Era una consecuencia natural de necesitar adrenalina a todas horas para existir: a veces, y sólo a veces, se pasaba de temerario, y claro, así le iba.
En cualquier caso, mientras el otro se acercaba y lo estudiaba, Gaspard se movía; Gaspard se movió todo el rato excepto cuando el capitán mandó salir (no, mentira: echó) a toda su tripulación, lo cual daba muestra de que no era algo que le apeteciera precisamente, ¿no? Nada en su gesto indicaba que hubiera seguido la orden del pelirrojo protagonista de sus iniciales fantasías, pero es que ni por él iba a renunciar a su anárquica personalidad, en el sentido más literal de la palabra: no obedecía a autoridades ajenas, a ninguna, salvo a la suya propia, que no podía ser ajena porque él vivía dentro de sí y... ugh, a veces pensaba demasiado. Maldito fuera el padre Clément por darle formación filosófica, y al mismo tiempo maldito no fuera por darle oportunidades para salir de su pueblo de una vez por todas.
Aún y todo, Gaspard siguió sin hablarle al capitán, incluso pese a ser consciente de que era un (extraño, inevitablemente) invitado en su barco. Moverse y mover la lengua debían de estar muy reñidos en él, quien, además, poseía una considerable curiosidad, de ahí que se alejara del vampiro como si no lo hubiera oído y se paseara por la cubierta para echar un ojo al barco pirata de entonces: lo recordaba igual, y estaba haciendo el ejercicio mental de las siete (por ejemplo) diferencias con lo que había visto hacía más de quince años. Y no por huir del capitán, sino porque él era así, y no se podía hacer nada por evitarlo, mucho menos por controlarlo.
– Sí, soy bastante oportuno, pero no sólo contigo, en general. – respondió, con total naturalidad (toda la que pudiera tener alguien que hablaba casi por obligación ante un mito erótico pasado y que seguía igual de fuerte en el presente por sus propios méritos, y no por recuerdos pasados). Al mismo tiempo, acarició la soga rugosa de la vela del mástil mayor, y después pasó a la madera áspera que la sostenía, con la mirada puesta en las vetas (que reconocía similares a las de sus cepas) y planteándose por un momento de qué árbol podía ser. En resumen: totalmente impropio con respecto a la situación, absolutamente inapropiado en relación con el efecto del capitán, pero lógico teniendo en cuenta que se trataba de Gaspard y él difícilmente actuaba como se esperaba de alguien en su misma situación.
– No los hice para que te conmoviera. De hecho, los hice por mí, no por ti, así que no te emociones tanto. – aseguró, y no mintió para nada, igual que tampoco sonó demasiado hostil, eso último simplemente por tratarse de quien se trataba, nada más. Con cualquier otro en su situación era más que probable que lo fuera, pero tampoco tenía ningún motivo para odiar al vampiro, más allá de que quisiera darle órdenes y él no estuviera dispuesto para nada a obedecerlo. Lo normal, vaya, no era algo extraordinario que eso sucediera, y mucho menos cuando era la dinámica normal en su vida y con casi todos, vampiros incluidos.
– Lo cierto es que no sabría ser normal ni aunque lo intentara, y siempre he preferido gastar mi tiempo en otras cosas. Si tengo buena puntería es porque cazo, por esa tontería de poder defenderme, y lo otro... bueno. Consecuencias de mis otras ocupaciones. – explicó, de forma tan somera como insuficiente, y por fin se plantó de nuevo frente al capitán, quieto durante un par de segundos antes de que, inevitablemente, empezara a moverse otra vez, pero es que, a ver, ¡no podía evitarlo! Lo habían parido así, se había criado así, y pese a intentar quitarse la costumbre, ésta había pervivido, así que ahí estaba, para siempre unida a él. Como el vampiro, a su manera...
– Eso es algo que me he preguntado desde hace años, ¿por qué me dejaste mirar? – inquirió, alzando una ceja y con genuina curiosidad, resistiéndose deliberadamente a picar el anzuelo que le estaba venga a lanzar el otro acerca de unirse. Sí, bueno, no le importaría, era evidente que a su cuerpo le gustaba, pero su mente no las tenía todas consigo, y a veces hasta él hacía caso de sus pensamientos de alarma, por mucho que fueran tan rápidos que no solía darle tiempo a capturarlos del todo. Aquella vez sí, pero no era necesario que lo pensara porque la alarma era sólo con mirarlo, así que pensó con la cabecita y siguiendo una línea de pensamiento bastante razonable y decidió seguir conteniéndose, por el momento. Por si acaso.
Bien, podía apuntar ese día con rojo en el calendario por muchas cosas, en primera instancia por el reencuentro, pero a Gaspard le hacía la misma ilusión ser capaz de afirmar, por primera vez en mucho tiempo, que su hiperactividad le había servido de algo aparte de darle problemas, ¡qué maravilla! Habría gritado de alegría, pero él no era de esos; por otro lado, tampoco era de esos que lo dejaban todo al ver a un antiguo ¿amor? Aunque Gaspard jamás lo hubiera querido, simplemente se puso cachondo por primera vez al verlo en una orgía salvaje que rompió su cabecita de chaval de pueblo, y punto.
Pues sí, para desgracia de todos y también la suya propia, así de eficaz era el aquitano para quitarse el velo de la nostalgia de los ojos, pero, por otro lado, eso tenía sus ventajas, como por ejemplo que no idealizaba al pirata y eso le permitía verlo por segunda vez como si fuera la primera y... en fin, merecía la pena. Realista o no, Gaspard de Grailly veía muy bien con esos ojos verdes suyos tan límpidos que cambiaban a veces de color, en función de la luz; esos mismos ojos que estaban clavados, sin miedo, en el pirata, a sabiendas de que seguramente no era la mejor idea del mundo no estar ni un poco asustado, pero ¡así era él!
Además, qué podía decir, tampoco es como si pudiera estarse quieto, y eso con toda probabilidad iba a molestar un poco al teatral vampiro, porque en vez de aguardar pacientemente ese examen, Gaspard cambiaba el peso de su cuerpo de un pie al otro, movía los dedos como si estuviera practicando un truco de magia con monedas y no dejaba los ojos quietos. Los oídos, por su parte, sí que lo estaban, receptores de todas las palabras que el otro tuviera a bien atronar con esa voz suya que parecía una tormenta, y que ni por esas temía el aquitano. Era una consecuencia natural de necesitar adrenalina a todas horas para existir: a veces, y sólo a veces, se pasaba de temerario, y claro, así le iba.
En cualquier caso, mientras el otro se acercaba y lo estudiaba, Gaspard se movía; Gaspard se movió todo el rato excepto cuando el capitán mandó salir (no, mentira: echó) a toda su tripulación, lo cual daba muestra de que no era algo que le apeteciera precisamente, ¿no? Nada en su gesto indicaba que hubiera seguido la orden del pelirrojo protagonista de sus iniciales fantasías, pero es que ni por él iba a renunciar a su anárquica personalidad, en el sentido más literal de la palabra: no obedecía a autoridades ajenas, a ninguna, salvo a la suya propia, que no podía ser ajena porque él vivía dentro de sí y... ugh, a veces pensaba demasiado. Maldito fuera el padre Clément por darle formación filosófica, y al mismo tiempo maldito no fuera por darle oportunidades para salir de su pueblo de una vez por todas.
Aún y todo, Gaspard siguió sin hablarle al capitán, incluso pese a ser consciente de que era un (extraño, inevitablemente) invitado en su barco. Moverse y mover la lengua debían de estar muy reñidos en él, quien, además, poseía una considerable curiosidad, de ahí que se alejara del vampiro como si no lo hubiera oído y se paseara por la cubierta para echar un ojo al barco pirata de entonces: lo recordaba igual, y estaba haciendo el ejercicio mental de las siete (por ejemplo) diferencias con lo que había visto hacía más de quince años. Y no por huir del capitán, sino porque él era así, y no se podía hacer nada por evitarlo, mucho menos por controlarlo.
– Sí, soy bastante oportuno, pero no sólo contigo, en general. – respondió, con total naturalidad (toda la que pudiera tener alguien que hablaba casi por obligación ante un mito erótico pasado y que seguía igual de fuerte en el presente por sus propios méritos, y no por recuerdos pasados). Al mismo tiempo, acarició la soga rugosa de la vela del mástil mayor, y después pasó a la madera áspera que la sostenía, con la mirada puesta en las vetas (que reconocía similares a las de sus cepas) y planteándose por un momento de qué árbol podía ser. En resumen: totalmente impropio con respecto a la situación, absolutamente inapropiado en relación con el efecto del capitán, pero lógico teniendo en cuenta que se trataba de Gaspard y él difícilmente actuaba como se esperaba de alguien en su misma situación.
– No los hice para que te conmoviera. De hecho, los hice por mí, no por ti, así que no te emociones tanto. – aseguró, y no mintió para nada, igual que tampoco sonó demasiado hostil, eso último simplemente por tratarse de quien se trataba, nada más. Con cualquier otro en su situación era más que probable que lo fuera, pero tampoco tenía ningún motivo para odiar al vampiro, más allá de que quisiera darle órdenes y él no estuviera dispuesto para nada a obedecerlo. Lo normal, vaya, no era algo extraordinario que eso sucediera, y mucho menos cuando era la dinámica normal en su vida y con casi todos, vampiros incluidos.
– Lo cierto es que no sabría ser normal ni aunque lo intentara, y siempre he preferido gastar mi tiempo en otras cosas. Si tengo buena puntería es porque cazo, por esa tontería de poder defenderme, y lo otro... bueno. Consecuencias de mis otras ocupaciones. – explicó, de forma tan somera como insuficiente, y por fin se plantó de nuevo frente al capitán, quieto durante un par de segundos antes de que, inevitablemente, empezara a moverse otra vez, pero es que, a ver, ¡no podía evitarlo! Lo habían parido así, se había criado así, y pese a intentar quitarse la costumbre, ésta había pervivido, así que ahí estaba, para siempre unida a él. Como el vampiro, a su manera...
– Eso es algo que me he preguntado desde hace años, ¿por qué me dejaste mirar? – inquirió, alzando una ceja y con genuina curiosidad, resistiéndose deliberadamente a picar el anzuelo que le estaba venga a lanzar el otro acerca de unirse. Sí, bueno, no le importaría, era evidente que a su cuerpo le gustaba, pero su mente no las tenía todas consigo, y a veces hasta él hacía caso de sus pensamientos de alarma, por mucho que fueran tan rápidos que no solía darle tiempo a capturarlos del todo. Aquella vez sí, pero no era necesario que lo pensara porque la alarma era sólo con mirarlo, así que pensó con la cabecita y siguiendo una línea de pensamiento bastante razonable y decidió seguir conteniéndose, por el momento. Por si acaso.
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Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Definitivamente había hecho bien en limpiar la cubierta de tantos pies apelotonados, porque para darle más espacio a la hiperactividad de ese nuevo —y no tan nuevo— personaje no venía mal que hubieran dejado el barco a su disposición. No de forma literal, pues por muy falto de miedo que estuviera ante la situación y su sobrenatural responsable, seguro que tampoco se trataba de un ignorante que desconociera la subversión y la rebeldía que caracterizaban a ese gremio eternamente perseguido. Un barco pirata sólo estaba a disposición de sus problemáticos hijos y más concretamente, de uno que seguía ebrio de libertad. Ésa sí que sabía cómo emborracharle bien.
Naturalmente, la orden que había lanzado al aire y que sus subordinados habían recogido a trompicones no iba dirigida al antiguo mirón de turno. Con total seguridad que Thibault era uno de los mayores ejemplos de camaradería respecto a quienes decidía aceptar en su tripulación, incluso le resultaba inevitable que algunos se ganaran su retorcido cariño, pero llevaba muchos, muchos años en el oficio y aquel oficio, queridos niños, nunca había sido de corderitos. La ambición y la tiranía estaban a la vuelta de la esquina y como buen marino vetusto, él también podía compartirlas, no en vano había tantos matices desperdigados en su carácter que lo hacían tan complicado de conocer realmente. En eso solía compadecer bastante a su pobre madre vampira, al menos hasta que volvía a tenerla delante porque, en fin… como para compadecerse sólo de poder olerla, que si en realidad era un cabrón malnacido pues lo era hasta el final y así no se privaba de haber conocido a semejante hembra.
—Qué vida más intensa… —respondió al apunte de su don para la oportunidad en general. Que el tipo no era ningún romántico ya había quedado claro y tampoco era algo que al pirata le importara demasiado, él mismo se encargaba de defecar varias veces sobre el mito idealizado de la piratería y volvía locos a los poetas de turno que a pesar de los siglos seguían ahí tocando las pelotas con sus sonatillas. Los poemas existentes que sí se habían documentado bien no ilustraban cosas bonitas sólo por estar escritos en verso.
Aprovechó que el otro no se daba cuartel a sí mismo, que tan pronto estaba más que menos cerca, para fijarse en su reacción con el entorno, cómo tocaba o miraba las partes de su barco que esa vez se encargaban de escenificar el encuentro y, lo quisiera o no, también definían a su inquieto ¿invitado? El capitán le daba la espalda cuando le replicó por sus tatuajes y no pudo evitar torcer otra sonrisa de curiosidad, bien porque el otro no hubiera pillado la ironía de lo último que le había dicho o porque, a pesar de hacerlo, había querido soltar la pullita de todos modos.
Encantador.
—Espero que, por descontado, no fuera para que 'me conmoviera' pero, ¿quién te dice que lo conmovedor no es precisamente que los hicieras por ti? —Alma de cántaro, parecía costarle ver que el tema no era una burla, sólo que a las cosas había que llamarlas por su nombre, y más cuando no tenían nada de vergonzosas. Si su propio constructo social le hacía verlo como algo vergonzoso ya, sin duda, era problema suyo. Y una atadura que Thibault, más viejo que él, había desechado incluso antes de ser inmortal—. Además, si tu personalidad es justo de las que no se dejan someter, entenderás que decirle cómo debería gestionar sus emociones a un proscrito bicentenario que viola a las opiniones ajenas, más que una gilipollez es algo completamente inútil. —Se pasó el pulgar por el mentón de su barba con distracción y descubrió por fin que la… pelea, sí, vamos a llamarla así aunque no fuera en absoluto bidireccional, con una de sus víctimas, además de con sangre humana, la había dejado un poco esquilada. ¿Tan mal de la cabeza iba esa vez que no se enteraba ni de cuando le dejaban sin pelo?— No creo que te guste demasiado hablar pero cuando lo haces, tampoco te esmeras en que pueda servir de algo —Se recreó un instante en ese rincón de su piel que solía ocultarle el tatuaje de la cruz de madera quemada, restregándose la uña por la tinta hasta que otro de los movimientos del chico le hizo volver a girarse hacia él—. Digno de un garbanzo que se queda observando en las sombras.
Sin borrar la macabra sonrisa de su rostro, negó inevitablemente con la cabeza ante aquel comportamiento tan peculiar con el que seguía moviéndose y desquiciando a toda lógica que, para su fortuna o su desgracia, un espécimen como el capitán Black Blood había perdido al nacer.
—Hay que ver cuánto te mueves ahora y lo quietecito que te quedaste entonces. —y sin ton ni son, se retiró el pulgar ensangrentado de la barbilla y lo miró casi por inercia, como si esperara verlo manchado del negro de la tinta. Vaya dos—Mucho que compensar aunque te sientas cómodo en la indiferencia. En serio, ¿qué le veis de especial a ésa? ¿Os lame los huevos o algo?
Y es que por un momento, tampoco pudo evitar acordarse de su querido ahijado… ¿Debilidad por el contraste que hacía con esa gente escueta que a pesar de todo tenía bien afilada su lengua? O debilidad por los jóvenes de buen ver, para qué engañarse cuando engañar era lo último que estaba haciendo con el recién llegado de las profundidades.
¿Por qué me dejaste mirar?
—¿Por qué lo dices? ¿Viste algo que te pareciera interesante? —Muy gracioso, piratilla.
Las velas del Skyfall fueron mecidas por la última ventisca que, de paso, le abrió un poco más esa camisa cada vez más hecha trizas, una lástima que el nene hubiera vuelto a alargar distancias pero así tuvo una mejor perspectiva de su cuerpo crecido a la hora de contestarle seriamente.
Y no, no me he fumado nada al decir que 'seriamente'.
—Como comprenderás, estaba ocupado con otras cosas y tú mismo comprobaste que no soy de una sola. Así pues, tampoco hay una sola forma de contestar a eso —declaró, antes de proceder al primer gesto de autoridad directa sobre él —pues hasta un niño chico vería que estaba siendo increíblemente permisivo y, por enésima vez, en-su-jodido-estado— y plantársele delante para frenar sus pisadas presentes y sobre todo, las futuras—: porque me dieras exactamente igual, por ejemplo, porque un pirata de más de dos siglos está acostumbrado al público, porque ese día no tenía ganas de sangre tan adolescente o porque a pesar de la sed incivilizada que podría haber desparramado sobre el lienzo en blanco que, aunque te cambien de color como de movimiento, pendía de tus ojos en esos momentos, conseguiste que algo de mi cabeza hambrienta pensara en mitad de mi cena qué pasaría si lo hiciera. —Lo había detenido en su misma línea casual: agarrándole la bota de vino que seguía estando ahí y reteniéndole a su vez del brazo que la sostenía mientras hablaba— ¿Qué es lo que ha pasado al final, ojazos? —Y ahora, mientras bebía y le devolvía él una pregunta— ¿Qué es lo que va a pasar? —Dos preguntas.
Y especialmente Gaspard, cuyo nombre se le escapaba todavía, supo ver que el maravilloso vino bordelés descendía por su garganta… ardiendo en las llamas.
Naturalmente, la orden que había lanzado al aire y que sus subordinados habían recogido a trompicones no iba dirigida al antiguo mirón de turno. Con total seguridad que Thibault era uno de los mayores ejemplos de camaradería respecto a quienes decidía aceptar en su tripulación, incluso le resultaba inevitable que algunos se ganaran su retorcido cariño, pero llevaba muchos, muchos años en el oficio y aquel oficio, queridos niños, nunca había sido de corderitos. La ambición y la tiranía estaban a la vuelta de la esquina y como buen marino vetusto, él también podía compartirlas, no en vano había tantos matices desperdigados en su carácter que lo hacían tan complicado de conocer realmente. En eso solía compadecer bastante a su pobre madre vampira, al menos hasta que volvía a tenerla delante porque, en fin… como para compadecerse sólo de poder olerla, que si en realidad era un cabrón malnacido pues lo era hasta el final y así no se privaba de haber conocido a semejante hembra.
—Qué vida más intensa… —respondió al apunte de su don para la oportunidad en general. Que el tipo no era ningún romántico ya había quedado claro y tampoco era algo que al pirata le importara demasiado, él mismo se encargaba de defecar varias veces sobre el mito idealizado de la piratería y volvía locos a los poetas de turno que a pesar de los siglos seguían ahí tocando las pelotas con sus sonatillas. Los poemas existentes que sí se habían documentado bien no ilustraban cosas bonitas sólo por estar escritos en verso.
Aprovechó que el otro no se daba cuartel a sí mismo, que tan pronto estaba más que menos cerca, para fijarse en su reacción con el entorno, cómo tocaba o miraba las partes de su barco que esa vez se encargaban de escenificar el encuentro y, lo quisiera o no, también definían a su inquieto ¿invitado? El capitán le daba la espalda cuando le replicó por sus tatuajes y no pudo evitar torcer otra sonrisa de curiosidad, bien porque el otro no hubiera pillado la ironía de lo último que le había dicho o porque, a pesar de hacerlo, había querido soltar la pullita de todos modos.
Encantador.
—Espero que, por descontado, no fuera para que 'me conmoviera' pero, ¿quién te dice que lo conmovedor no es precisamente que los hicieras por ti? —Alma de cántaro, parecía costarle ver que el tema no era una burla, sólo que a las cosas había que llamarlas por su nombre, y más cuando no tenían nada de vergonzosas. Si su propio constructo social le hacía verlo como algo vergonzoso ya, sin duda, era problema suyo. Y una atadura que Thibault, más viejo que él, había desechado incluso antes de ser inmortal—. Además, si tu personalidad es justo de las que no se dejan someter, entenderás que decirle cómo debería gestionar sus emociones a un proscrito bicentenario que viola a las opiniones ajenas, más que una gilipollez es algo completamente inútil. —Se pasó el pulgar por el mentón de su barba con distracción y descubrió por fin que la… pelea, sí, vamos a llamarla así aunque no fuera en absoluto bidireccional, con una de sus víctimas, además de con sangre humana, la había dejado un poco esquilada. ¿Tan mal de la cabeza iba esa vez que no se enteraba ni de cuando le dejaban sin pelo?— No creo que te guste demasiado hablar pero cuando lo haces, tampoco te esmeras en que pueda servir de algo —Se recreó un instante en ese rincón de su piel que solía ocultarle el tatuaje de la cruz de madera quemada, restregándose la uña por la tinta hasta que otro de los movimientos del chico le hizo volver a girarse hacia él—. Digno de un garbanzo que se queda observando en las sombras.
Sin borrar la macabra sonrisa de su rostro, negó inevitablemente con la cabeza ante aquel comportamiento tan peculiar con el que seguía moviéndose y desquiciando a toda lógica que, para su fortuna o su desgracia, un espécimen como el capitán Black Blood había perdido al nacer.
—Hay que ver cuánto te mueves ahora y lo quietecito que te quedaste entonces. —y sin ton ni son, se retiró el pulgar ensangrentado de la barbilla y lo miró casi por inercia, como si esperara verlo manchado del negro de la tinta. Vaya dos—Mucho que compensar aunque te sientas cómodo en la indiferencia. En serio, ¿qué le veis de especial a ésa? ¿Os lame los huevos o algo?
Y es que por un momento, tampoco pudo evitar acordarse de su querido ahijado… ¿Debilidad por el contraste que hacía con esa gente escueta que a pesar de todo tenía bien afilada su lengua? O debilidad por los jóvenes de buen ver, para qué engañarse cuando engañar era lo último que estaba haciendo con el recién llegado de las profundidades.
¿Por qué me dejaste mirar?
—¿Por qué lo dices? ¿Viste algo que te pareciera interesante? —Muy gracioso, piratilla.
Las velas del Skyfall fueron mecidas por la última ventisca que, de paso, le abrió un poco más esa camisa cada vez más hecha trizas, una lástima que el nene hubiera vuelto a alargar distancias pero así tuvo una mejor perspectiva de su cuerpo crecido a la hora de contestarle seriamente.
Y no, no me he fumado nada al decir que 'seriamente'.
—Como comprenderás, estaba ocupado con otras cosas y tú mismo comprobaste que no soy de una sola. Así pues, tampoco hay una sola forma de contestar a eso —declaró, antes de proceder al primer gesto de autoridad directa sobre él —pues hasta un niño chico vería que estaba siendo increíblemente permisivo y, por enésima vez, en-su-jodido-estado— y plantársele delante para frenar sus pisadas presentes y sobre todo, las futuras—: porque me dieras exactamente igual, por ejemplo, porque un pirata de más de dos siglos está acostumbrado al público, porque ese día no tenía ganas de sangre tan adolescente o porque a pesar de la sed incivilizada que podría haber desparramado sobre el lienzo en blanco que, aunque te cambien de color como de movimiento, pendía de tus ojos en esos momentos, conseguiste que algo de mi cabeza hambrienta pensara en mitad de mi cena qué pasaría si lo hiciera. —Lo había detenido en su misma línea casual: agarrándole la bota de vino que seguía estando ahí y reteniéndole a su vez del brazo que la sostenía mientras hablaba— ¿Qué es lo que ha pasado al final, ojazos? —Y ahora, mientras bebía y le devolvía él una pregunta— ¿Qué es lo que va a pasar? —Dos preguntas.
Y especialmente Gaspard, cuyo nombre se le escapaba todavía, supo ver que el maravilloso vino bordelés descendía por su garganta… ardiendo en las llamas.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2016
Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Gaspard ni siquiera pensó en lo de conmovedor, ni en realidad en la mayoría de palabras que le estaba diciendo el otro, el capitán que se le puso tan autoritario como, suponía, era menester en un navío como aquel, ¿no? A ver, Gaspard de Grailly era de secano, eso era inevitable saberlo, y más cuando el otro recordaba precisamente dónde se habían encontrado (para los despistados: en un pueblecito donde el único mar a la vista era el de las cepas eternas, no el que atravesaba el pirata cuyo nombre aún ignoraba, ¡bravo!), ¿qué esperaba? ¿Que supiera de barcos más de lo que había podido leer en libros aleatorios a lo largo de su vida? ¡Y qué más!
Intensa sí que había sido su existencia, por descontado, pero tanto por sus circunstancias como por su propia personalidad, y eso a la vista quedaba con su comportamiento, incluso si el pirata lo condujo a su fin al obligarlo a detenerse, todo lo que alguien pudiera obligar a Gaspard a hacer algo al menos. Efectivamente: el aquitano se detuvo en su paseo, pero no detuvo el hormigueo de sus dedos ni sus movimientos rápidos, como si tuviera una moneda entre las falanges y estuviera jugando con ella; dado que apenas tenía monedas de normal, se temía, la magia y los trucos de manos no estaban en su futuro, ¡pero no por falta de talento! En todo caso por falta de infraestructura, como tantas otras cosas y...
¡Ya se había ido por las ramas! Su mente tenía esa costumbre de ponerse a elucubrar con asuntos varios, y normalmente no le importaba porque sabía que era capaz de absorber lo que le estuviera diciendo en cada momento su interlocutor y, además, planear posibles actuaciones y planes futuros, por si las moscas. Aquella no era ninguna excepción, ni en lo relativo a un plan ni tampoco en lo relativo a lo de que le importaba poco hacerlo, pues por mucho que el hombre (aceptemos eufemismos, ¿de acuerdo? Discutir lo que el otro era sería algo demasiado complejo y había cosas más interesantes en las que centrarse, la verdad); no iba a ser una excepción el pirata en tantas cosas, ¿para qué?
En esa misma línea, Gaspard de Grailly siguió calladito mientras el otro hablaba, batallando entre el obvio atractivo de la voz grave del pirata, el interés que le provocaba la explicación, la pereza que sentía ante el deseo de alguien por hablar (¡tanto!) y, sobre todo, la sorpresa continuada de que no se cansara del sonido de su propia voz. Continuada y genuina, ojo, que Gaspard seguía siendo un hombre que no hablaba demasiado, y cuando se encontraba a alguien que sí lo hacía había una parte de él que se paraba y se preguntaba cómo demonios era capaz alguien de hacerlo. Que lo de no hablar fuera por falta de costumbre o de egocentrismo lo dejaremos al gusto del lector, eso sí.
Lo que a Gaspard no le gustaba nada, sin embargo, era la actitud del otro. Tal vez porque lo había idealizado mucho, indudablemente por otro lado, pero que fuera tan obtuso que casi parecía cegato como un topo le estaba quitando parte del atractivo de la nostalgia, y como consecuencia de ello Gaspard iba ladeando la cabeza poco a poco, contemplándolo con el inicio de un ceño fruncido que terminó, sin embargo, en una ceja alzada. Así era: ni siquiera en sus expresiones faciales hacía Gaspard de Grailly nada que tuviera el más mínimo sentido para alguien que se encontrara fuera de su cabeza, pero ¿acaso no era esa la belleza de su comportamiento errático y de su personalidad imprevisible? Como mínimo era una consecuencia de ambas, así que bien podía tomárselo el otro como le apeteciera, porque Gaspard no iba a importunarse.
Sin embargo, no había nada de indiferente en él, así que sus huevos permanecerían secos y sin lamer, se temía. Por el momento, al menos, porque no era adivino y la atracción seguía existiendo: que se quitara la venda de la nostalgia de los ojos significaba dejar de idealizarlo, sí, pero eso no traía como consecuencia que parte de lo que estaba viendo no le gustara más que lo anterior, lo que había vislumbrado entonces. ¿Qué podía decir? No era un hombre fácil, no tenía gustos sencillos, y lo ideal y demasiado prístino era un soberano coñazo para alguien como él, que prefería sus luces y sus sombras más equilibradas, gracias.
No, Gaspard no creía en la perfección, no podía hacerlo cuando se había pasado la mayor parte de su vida entre viñas irregulares (podándolas para que fueran regulares, en muchos casos, lo cual le había enseñado la futilidad de ese tipo de comportamientos) y sacando a cadáveres de sus tumbas. Sabía que nada era perfecto, que apenas excavando un poco (o mucho, dependiendo de la tumba) terminaba saliendo la podredumbre que había dejado, y aunque se detuvo un momento para admirar la maravillosa comparación que acababa de hacer, Gaspard seguía siendo muy consciente de que lo prefería irregular y hasta irritante que perfecto como su mente lo había dibujado con los años y la nostalgia adolescente de entonces.
– De acuerdo. – replicó, parpadeando con esos ojazos que el otro le había recordado que tenía aunque Gaspard no hubiera dejado de usarlos, y tan rápidamente como solía actuar, recuperó la bota de vino y se bebió de un trago lo que quedaba, después de que el otro hiciera lo propio. Ay, aquitano, qué mal se te ha dado siempre compartir... Aunque lo cierto era que, con el vino, siempre se había mostrado posesivo, gajes del oficio. No, del de siempre no, del oficio pasado... Da igual. – No seré yo quien te diga cómo debes sentirte, pero concordarás conmigo en que este vino es bueno, lo suficiente para que me haya permitido el lujo de terminármelo yo. – aclaró, aunque sin justificarse, porque, total, ¿para qué?
Había algo en él (Gaspard, no el capitán) que le impedía obedecer, igual que tampoco podía estarse quieto; daba igual que fuera una idea pésima, que se encontrara ante un lobo de mar que hacía que los de tierra parecieran perritos pastores o que le hubiera dicho que se estuviera quieto: Gaspard no podía, sencillamente no era capaz. Y si bien pudo haber hecho el esfuerzo de herirse para ver si el dolor lo anclaba donde se encontraba, no quiso hacerlo porque su curiosidad era mucha, especialmente a la hora de dar corporeidad al otro frente a lo etéreo de su imagen mental del pirata. Así pues, Gaspard hizo algo que sólo podía considerarse una locura: le dio la espalda.
Eso sí, no fue algo que hiciera sin más o porque sí, sino que lo hizo tras descolgarse la bandolera, y con el objetivo inicial de guardarse dentro la bota (de cuero, y por tanto valiosa; sólo una rata callejera como él podía apreciar lo bueno de una piel de calidad como esa, curtida con el mayor mimo y una artesanía extraordinaria). Fue totalmente secundario que aprovechara para sacar la camisa y cubrirse con ella, no por frío sino porque era una suerte de defensa contra la intensidad ardiente del otro (por eso de estar húmeda y tal. Buena excusa, ¿a que sí?), y que dejara la bandolera colgada cerca, convirtiendo el barco en un perchero improvisado y a él mismo en un invitado de honor del capitán.
– Soy un poco ignorante para ciertas cosas, pero no recuerdo historias del Skyfall, así que no conozco el nombre de su capitán. – reconoció, quitándole importancia (realmente carecía de ella, a su juicio) a su afirmación con un gesto descuidado de la mano. – Ya ves, uno que es así, que se mueve cuando no debe y se queda quieto cuando tampoco. Tal vez es que entonces ya sabía cómo no meterme en el camino de una bestia sin poder defenderme, a lo mejor por eso no me uní, o tal vez porque fue la guinda de un pastel que estaba más que cocido cuando te vi a ti, también a tu manera un poco en ebullición. De todas maneras, si pretendes que te vaya a servir para algo, mejor me largo ya y me quedo con el buen recuerdo, porque no va a pasar. – aseguró, y con un encogimiento de hombros se dirigió hacia la rampa por la que había subido, loco de la forma más cuerda posible como sólo Gaspard de Grailly era capaz de ser.
Intensa sí que había sido su existencia, por descontado, pero tanto por sus circunstancias como por su propia personalidad, y eso a la vista quedaba con su comportamiento, incluso si el pirata lo condujo a su fin al obligarlo a detenerse, todo lo que alguien pudiera obligar a Gaspard a hacer algo al menos. Efectivamente: el aquitano se detuvo en su paseo, pero no detuvo el hormigueo de sus dedos ni sus movimientos rápidos, como si tuviera una moneda entre las falanges y estuviera jugando con ella; dado que apenas tenía monedas de normal, se temía, la magia y los trucos de manos no estaban en su futuro, ¡pero no por falta de talento! En todo caso por falta de infraestructura, como tantas otras cosas y...
¡Ya se había ido por las ramas! Su mente tenía esa costumbre de ponerse a elucubrar con asuntos varios, y normalmente no le importaba porque sabía que era capaz de absorber lo que le estuviera diciendo en cada momento su interlocutor y, además, planear posibles actuaciones y planes futuros, por si las moscas. Aquella no era ninguna excepción, ni en lo relativo a un plan ni tampoco en lo relativo a lo de que le importaba poco hacerlo, pues por mucho que el hombre (aceptemos eufemismos, ¿de acuerdo? Discutir lo que el otro era sería algo demasiado complejo y había cosas más interesantes en las que centrarse, la verdad); no iba a ser una excepción el pirata en tantas cosas, ¿para qué?
En esa misma línea, Gaspard de Grailly siguió calladito mientras el otro hablaba, batallando entre el obvio atractivo de la voz grave del pirata, el interés que le provocaba la explicación, la pereza que sentía ante el deseo de alguien por hablar (¡tanto!) y, sobre todo, la sorpresa continuada de que no se cansara del sonido de su propia voz. Continuada y genuina, ojo, que Gaspard seguía siendo un hombre que no hablaba demasiado, y cuando se encontraba a alguien que sí lo hacía había una parte de él que se paraba y se preguntaba cómo demonios era capaz alguien de hacerlo. Que lo de no hablar fuera por falta de costumbre o de egocentrismo lo dejaremos al gusto del lector, eso sí.
Lo que a Gaspard no le gustaba nada, sin embargo, era la actitud del otro. Tal vez porque lo había idealizado mucho, indudablemente por otro lado, pero que fuera tan obtuso que casi parecía cegato como un topo le estaba quitando parte del atractivo de la nostalgia, y como consecuencia de ello Gaspard iba ladeando la cabeza poco a poco, contemplándolo con el inicio de un ceño fruncido que terminó, sin embargo, en una ceja alzada. Así era: ni siquiera en sus expresiones faciales hacía Gaspard de Grailly nada que tuviera el más mínimo sentido para alguien que se encontrara fuera de su cabeza, pero ¿acaso no era esa la belleza de su comportamiento errático y de su personalidad imprevisible? Como mínimo era una consecuencia de ambas, así que bien podía tomárselo el otro como le apeteciera, porque Gaspard no iba a importunarse.
Sin embargo, no había nada de indiferente en él, así que sus huevos permanecerían secos y sin lamer, se temía. Por el momento, al menos, porque no era adivino y la atracción seguía existiendo: que se quitara la venda de la nostalgia de los ojos significaba dejar de idealizarlo, sí, pero eso no traía como consecuencia que parte de lo que estaba viendo no le gustara más que lo anterior, lo que había vislumbrado entonces. ¿Qué podía decir? No era un hombre fácil, no tenía gustos sencillos, y lo ideal y demasiado prístino era un soberano coñazo para alguien como él, que prefería sus luces y sus sombras más equilibradas, gracias.
No, Gaspard no creía en la perfección, no podía hacerlo cuando se había pasado la mayor parte de su vida entre viñas irregulares (podándolas para que fueran regulares, en muchos casos, lo cual le había enseñado la futilidad de ese tipo de comportamientos) y sacando a cadáveres de sus tumbas. Sabía que nada era perfecto, que apenas excavando un poco (o mucho, dependiendo de la tumba) terminaba saliendo la podredumbre que había dejado, y aunque se detuvo un momento para admirar la maravillosa comparación que acababa de hacer, Gaspard seguía siendo muy consciente de que lo prefería irregular y hasta irritante que perfecto como su mente lo había dibujado con los años y la nostalgia adolescente de entonces.
– De acuerdo. – replicó, parpadeando con esos ojazos que el otro le había recordado que tenía aunque Gaspard no hubiera dejado de usarlos, y tan rápidamente como solía actuar, recuperó la bota de vino y se bebió de un trago lo que quedaba, después de que el otro hiciera lo propio. Ay, aquitano, qué mal se te ha dado siempre compartir... Aunque lo cierto era que, con el vino, siempre se había mostrado posesivo, gajes del oficio. No, del de siempre no, del oficio pasado... Da igual. – No seré yo quien te diga cómo debes sentirte, pero concordarás conmigo en que este vino es bueno, lo suficiente para que me haya permitido el lujo de terminármelo yo. – aclaró, aunque sin justificarse, porque, total, ¿para qué?
Había algo en él (Gaspard, no el capitán) que le impedía obedecer, igual que tampoco podía estarse quieto; daba igual que fuera una idea pésima, que se encontrara ante un lobo de mar que hacía que los de tierra parecieran perritos pastores o que le hubiera dicho que se estuviera quieto: Gaspard no podía, sencillamente no era capaz. Y si bien pudo haber hecho el esfuerzo de herirse para ver si el dolor lo anclaba donde se encontraba, no quiso hacerlo porque su curiosidad era mucha, especialmente a la hora de dar corporeidad al otro frente a lo etéreo de su imagen mental del pirata. Así pues, Gaspard hizo algo que sólo podía considerarse una locura: le dio la espalda.
Eso sí, no fue algo que hiciera sin más o porque sí, sino que lo hizo tras descolgarse la bandolera, y con el objetivo inicial de guardarse dentro la bota (de cuero, y por tanto valiosa; sólo una rata callejera como él podía apreciar lo bueno de una piel de calidad como esa, curtida con el mayor mimo y una artesanía extraordinaria). Fue totalmente secundario que aprovechara para sacar la camisa y cubrirse con ella, no por frío sino porque era una suerte de defensa contra la intensidad ardiente del otro (por eso de estar húmeda y tal. Buena excusa, ¿a que sí?), y que dejara la bandolera colgada cerca, convirtiendo el barco en un perchero improvisado y a él mismo en un invitado de honor del capitán.
– Soy un poco ignorante para ciertas cosas, pero no recuerdo historias del Skyfall, así que no conozco el nombre de su capitán. – reconoció, quitándole importancia (realmente carecía de ella, a su juicio) a su afirmación con un gesto descuidado de la mano. – Ya ves, uno que es así, que se mueve cuando no debe y se queda quieto cuando tampoco. Tal vez es que entonces ya sabía cómo no meterme en el camino de una bestia sin poder defenderme, a lo mejor por eso no me uní, o tal vez porque fue la guinda de un pastel que estaba más que cocido cuando te vi a ti, también a tu manera un poco en ebullición. De todas maneras, si pretendes que te vaya a servir para algo, mejor me largo ya y me quedo con el buen recuerdo, porque no va a pasar. – aseguró, y con un encogimiento de hombros se dirigió hacia la rampa por la que había subido, loco de la forma más cuerda posible como sólo Gaspard de Grailly era capaz de ser.
Invitado- Invitado
Re: Davy Jones {Privado} {+18}
La historia de la piratería, junto a todas las tripulaciones que había tenido en todo el tiempo que llevaba en las aguas, dentro de la cultura popular marina que alertaba del escorbuto o las tormentas lejos de tierra firme, seguramente coincidirían en incluir también a la paranoia de loco 'Black Blood' post-cena sangrienta después de una pesadilla, real y ficticia. La primera más que nada para quienes morían, si es que había decidido jugar con sus vidas por las malas y la razón principal para tildarlo de peligro inminente era precisamente porque nunca podías saberlo, no hasta que fuera demasiado tarde. Pues si aquel pirata solía ser impredecible de normal, quizá aquel estado fuera de los más arriesgados para el resto del mundo.
La bala perdida que continuaba rondando por el Skyfall en calidad —no lo dudéis— de invitado con tanta insensatez podría haber acabado expuesto a multitud de opciones en él: no decir nada en absoluto para no desvelar ninguna de sus personalidades y seguir siendo sólo el ideal de 'un buen recuerdo', boicotear cada uno de sus movimientos hiperactivos hasta provocar lo inevitable, hincarle el diente y convertirlo en el plato fuerte de la noche, superar los efectos de pasarlo por la quilla con su fuerza natural y sobrenatural en un equilibrio para el que casi habían nacido cuando Amanda Smith desafió a lo imposible y lo rescató de sí mismo… y, en definitiva, cualquier cosa que pudiera imaginarse o la última jamás pensada. No por nada era un lobo marino hecho de sangre y niebla.
Sin embargo, tan parecido a las preguntas que seguían sin obtener una respuesta hablada: ¿qué es lo que estaba pasando allí entonces? Un Thibault intenso, eso por descontado, que acortaba distancias porque iba innato en su maldita curiosidad de polizonte, en su innegable magnetismo hacia el muchacho que ya no se escondía, pero quieto y atento; extrañamente ¿tranquilo? para lo que hervía en su interior y que había hecho que aquel rabo de lagartija necesitara reunirse con la humedad de sus ropas mojadas. Desde la perspectiva de que trataba con un vampiro no más civilizado en su vida humana, podría destrozarle con una nueva pelea de la que, sin duda, obtendría una resistencia muchísimo mayor que la de un tentempié corriente. Y aun así, no iba siquiera a intentarlo porque ese tipo le resultaba demasiado interesante y así como le pareció interesante dejar que mirara en su día, ahora no iba a impedirle lo contrario. Pues al igual que las palabras, las que ambos dijeran o escucharan, tampoco serviría de nada y porque si su joven, pero mucho mayor, interlocutor quería conocer más de la fantasía que empezaba a mutar en ¿hombre? —sí, lo pillábamos, no había descripciones para él ni tampoco las necesitaban—, no importaba si parado o con el petardo que debía de llevar en los pies, pero esa vez iba a tener que quedarse.
—En realidad, los he probado mejores —contestó en una sana provocación después de engullir la última visión de los labios y la lengua del humano sobre la bota de vino—. No son mi mejor adquisición para corroborarlo pero tenemos unos cuantos en la bodega si te apetece echar un vistazo. —¿El cortejo de la época? O el de un par de desgraciados a cada cual más original y...
¿Allí era uno solo el que se ponía a divagar de repente?
Seguramente no se diera cuenta, o todo lo contrario si había perfeccionado su capacidad observadora con los años —y algo le decía que sí—, de cuán respetuoso estaba siendo Thibault a su manera, incluso con la sonrisa más déspota o jocosa. No ocultaba sus intenciones para con él pero tampoco le daba por hecho, y eso que no todo el mundo podía decir que había sido el primero en excitar a tan fascinante sujeto. En aquellos momentos el vampiro también estaba descubriendo cosas gracias a su interacción; el modo en que seguía dejándose llevar a pesar de los siglos, envejeciendo un poco más a través de su eterna coraza, conociendo nuevas partes de sí mismo… tan cambiantes como los ojos que no había parado de acechar desde su primer pie sobre el Skyfall.
Eso, damas y caballeros, merecía su respeto… aunque le costara con ese cuerpo ahí delante y perlado del mismo mar que casi se lo llevó para siempre.
A la par de esa represión, lo que más le estaba dando por culo era su jodida sed, no había que olvidarla ni separarla de ninguno de sus actos presentes. En contraste con su elección de vestirse más, él aprovechó uno de sus paseos hacia las lanchas para descamisarse del todo en un gesto de clara pereza ante lo cansino de aquella prenda insalvable. Se asomó para verse reflejado en la oscuridad del agua por un mísero segundo, lo que fuera a distraerle momentáneamente del ardor de su garganta que no había colmado el vino, por mucha calidad que tuviera. El símbolo de su primera bandera pirata parecía relucir en la penumbra del barco hasta que volvía a moverse y el resto de sombras se deslizaban por su pecho tatuado. Nunca lo suficiente cuando se ponía a recordar el pasado.
—¿Ni siquiera cuando mi apodo inglés es 'Sangre Negra'? —De sus memorias grises le salvó otra media sonrisa extrañamente encantada con las ironías—. Parece que realmente estamos en decadencia…
No le molestaba que su fama no resonara en todos los puertos, tenía un ego ineludible pero no en ese tipo de cosas. Nunca había hecho nada para que se le conociera más que a ningún otro pirata sino porque sencillamente le daba la gana. La libertad seguía siendo su auténtico sello, la fama a veces era una poderosa herramienta que no iba a desechar pero nunca definía sus hechos. Por eso no le extrañaba lo más mínimo estar desmitificándose a sus ojos —y qué ojos—, pues Thibault sabía desmitificarlo todo, empezando por la figura ensoñada de aquellos proscritos del mar, y a pesar de ello, Dios y en especial el diablo sabrían por qué, seguía pareciendo un ser sobrehumano por muchas más cosas que nada tenían que ver con su origen vampírico. Para tal hazaña había una sencilla respuesta, la misma que para el comportamiento del extraño pueblerino: sencillamente, era así.
Estaba a solas con el mirón de Aquitania que jugaba con su desnudez, mojado y totalmente despreocupado, alguien de carácter poco convencional que para cualquiera menos para él habría sido una guinda más al desquicie de la noche, al descontrol de un torbellino que no atendía más que al sonido de su propia locura. Ante tamaño espectáculo —porque el aquitano lo era en su estilo— Thibault estaba siendo más abierto y espontáneo de lo que llegarían a creer ninguna de las personas que no se lo habían pensado dos veces antes de huir de su posible cólera. Quizá 'obtuso' no fuera precisamente la palabra que lo definía ahora mismo, claro que aquel chiquillo, a fin de cuentas, sólo le había visto una vez hasta esa misma noche, no tenía por qué saber todo eso y bueno… si así elegían llamar al obvio interés que sentía por él en ese caso sí, era un obtuso de la hostia y sin complejos, con toda la obscenidad del mundo si lo necesitaba —y si no, qué cojones—. A lo mejor se le estaba haciendo un poco abrumador, que no dejaba de ser un mortal sujeto a la mala costumbre de respirar. ¿Debía mostrar una actitud un poco más delicada, pues? Porque eso Thibault no lo había tenido nunca, ni siquiera en las fantasías que le hubiera atesorado hasta llegar al velo descorrido.
De correr(se) iba la cosa… sobre todo si el otro le daba la espalda. Las vistas no empeoraban, la verdad, así que por su parte, no había problema. En lo que a él respectaba, se detuvo frente al largo poste más cercano a la rampa para apoyarse y cubrir el resto de tatuajes traseros que el más joven aún no había podido verle, no si no aprovechaba su hiperactividad para otras labores. No se movió más, ni fue todo lo intruso que podían llegar a brindarle las habilidades vampíricas que atormentaban el espacio a su antojo si ése era su deseo. Contempló, así, al hombre que no le había contestado a muchas de sus preguntas y de su voz salió una sola que lo sintetizaba todo:
—Entonces, ¿de verdad no viste nada que te pareciera interesante? —No hay nada que yo pueda hacer por ti, ¿verdad?—. No recuerdo haber dicho que tuvieras que hablar para responderme.
Tampoco le hacía mucha falta con esa mirada.
La bala perdida que continuaba rondando por el Skyfall en calidad —no lo dudéis— de invitado con tanta insensatez podría haber acabado expuesto a multitud de opciones en él: no decir nada en absoluto para no desvelar ninguna de sus personalidades y seguir siendo sólo el ideal de 'un buen recuerdo', boicotear cada uno de sus movimientos hiperactivos hasta provocar lo inevitable, hincarle el diente y convertirlo en el plato fuerte de la noche, superar los efectos de pasarlo por la quilla con su fuerza natural y sobrenatural en un equilibrio para el que casi habían nacido cuando Amanda Smith desafió a lo imposible y lo rescató de sí mismo… y, en definitiva, cualquier cosa que pudiera imaginarse o la última jamás pensada. No por nada era un lobo marino hecho de sangre y niebla.
Sin embargo, tan parecido a las preguntas que seguían sin obtener una respuesta hablada: ¿qué es lo que estaba pasando allí entonces? Un Thibault intenso, eso por descontado, que acortaba distancias porque iba innato en su maldita curiosidad de polizonte, en su innegable magnetismo hacia el muchacho que ya no se escondía, pero quieto y atento; extrañamente ¿tranquilo? para lo que hervía en su interior y que había hecho que aquel rabo de lagartija necesitara reunirse con la humedad de sus ropas mojadas. Desde la perspectiva de que trataba con un vampiro no más civilizado en su vida humana, podría destrozarle con una nueva pelea de la que, sin duda, obtendría una resistencia muchísimo mayor que la de un tentempié corriente. Y aun así, no iba siquiera a intentarlo porque ese tipo le resultaba demasiado interesante y así como le pareció interesante dejar que mirara en su día, ahora no iba a impedirle lo contrario. Pues al igual que las palabras, las que ambos dijeran o escucharan, tampoco serviría de nada y porque si su joven, pero mucho mayor, interlocutor quería conocer más de la fantasía que empezaba a mutar en ¿hombre? —sí, lo pillábamos, no había descripciones para él ni tampoco las necesitaban—, no importaba si parado o con el petardo que debía de llevar en los pies, pero esa vez iba a tener que quedarse.
—En realidad, los he probado mejores —contestó en una sana provocación después de engullir la última visión de los labios y la lengua del humano sobre la bota de vino—. No son mi mejor adquisición para corroborarlo pero tenemos unos cuantos en la bodega si te apetece echar un vistazo. —¿El cortejo de la época? O el de un par de desgraciados a cada cual más original y...
¿Allí era uno solo el que se ponía a divagar de repente?
Seguramente no se diera cuenta, o todo lo contrario si había perfeccionado su capacidad observadora con los años —y algo le decía que sí—, de cuán respetuoso estaba siendo Thibault a su manera, incluso con la sonrisa más déspota o jocosa. No ocultaba sus intenciones para con él pero tampoco le daba por hecho, y eso que no todo el mundo podía decir que había sido el primero en excitar a tan fascinante sujeto. En aquellos momentos el vampiro también estaba descubriendo cosas gracias a su interacción; el modo en que seguía dejándose llevar a pesar de los siglos, envejeciendo un poco más a través de su eterna coraza, conociendo nuevas partes de sí mismo… tan cambiantes como los ojos que no había parado de acechar desde su primer pie sobre el Skyfall.
Eso, damas y caballeros, merecía su respeto… aunque le costara con ese cuerpo ahí delante y perlado del mismo mar que casi se lo llevó para siempre.
A la par de esa represión, lo que más le estaba dando por culo era su jodida sed, no había que olvidarla ni separarla de ninguno de sus actos presentes. En contraste con su elección de vestirse más, él aprovechó uno de sus paseos hacia las lanchas para descamisarse del todo en un gesto de clara pereza ante lo cansino de aquella prenda insalvable. Se asomó para verse reflejado en la oscuridad del agua por un mísero segundo, lo que fuera a distraerle momentáneamente del ardor de su garganta que no había colmado el vino, por mucha calidad que tuviera. El símbolo de su primera bandera pirata parecía relucir en la penumbra del barco hasta que volvía a moverse y el resto de sombras se deslizaban por su pecho tatuado. Nunca lo suficiente cuando se ponía a recordar el pasado.
—¿Ni siquiera cuando mi apodo inglés es 'Sangre Negra'? —De sus memorias grises le salvó otra media sonrisa extrañamente encantada con las ironías—. Parece que realmente estamos en decadencia…
No le molestaba que su fama no resonara en todos los puertos, tenía un ego ineludible pero no en ese tipo de cosas. Nunca había hecho nada para que se le conociera más que a ningún otro pirata sino porque sencillamente le daba la gana. La libertad seguía siendo su auténtico sello, la fama a veces era una poderosa herramienta que no iba a desechar pero nunca definía sus hechos. Por eso no le extrañaba lo más mínimo estar desmitificándose a sus ojos —y qué ojos—, pues Thibault sabía desmitificarlo todo, empezando por la figura ensoñada de aquellos proscritos del mar, y a pesar de ello, Dios y en especial el diablo sabrían por qué, seguía pareciendo un ser sobrehumano por muchas más cosas que nada tenían que ver con su origen vampírico. Para tal hazaña había una sencilla respuesta, la misma que para el comportamiento del extraño pueblerino: sencillamente, era así.
Estaba a solas con el mirón de Aquitania que jugaba con su desnudez, mojado y totalmente despreocupado, alguien de carácter poco convencional que para cualquiera menos para él habría sido una guinda más al desquicie de la noche, al descontrol de un torbellino que no atendía más que al sonido de su propia locura. Ante tamaño espectáculo —porque el aquitano lo era en su estilo— Thibault estaba siendo más abierto y espontáneo de lo que llegarían a creer ninguna de las personas que no se lo habían pensado dos veces antes de huir de su posible cólera. Quizá 'obtuso' no fuera precisamente la palabra que lo definía ahora mismo, claro que aquel chiquillo, a fin de cuentas, sólo le había visto una vez hasta esa misma noche, no tenía por qué saber todo eso y bueno… si así elegían llamar al obvio interés que sentía por él en ese caso sí, era un obtuso de la hostia y sin complejos, con toda la obscenidad del mundo si lo necesitaba —y si no, qué cojones—. A lo mejor se le estaba haciendo un poco abrumador, que no dejaba de ser un mortal sujeto a la mala costumbre de respirar. ¿Debía mostrar una actitud un poco más delicada, pues? Porque eso Thibault no lo había tenido nunca, ni siquiera en las fantasías que le hubiera atesorado hasta llegar al velo descorrido.
De correr(se) iba la cosa… sobre todo si el otro le daba la espalda. Las vistas no empeoraban, la verdad, así que por su parte, no había problema. En lo que a él respectaba, se detuvo frente al largo poste más cercano a la rampa para apoyarse y cubrir el resto de tatuajes traseros que el más joven aún no había podido verle, no si no aprovechaba su hiperactividad para otras labores. No se movió más, ni fue todo lo intruso que podían llegar a brindarle las habilidades vampíricas que atormentaban el espacio a su antojo si ése era su deseo. Contempló, así, al hombre que no le había contestado a muchas de sus preguntas y de su voz salió una sola que lo sintetizaba todo:
—Entonces, ¿de verdad no viste nada que te pareciera interesante? —No hay nada que yo pueda hacer por ti, ¿verdad?—. No recuerdo haber dicho que tuvieras que hablar para responderme.
Tampoco le hacía mucha falta con esa mirada.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2016
Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Por si las fantasías que había tenido con el otro a lo largo de los años (recordemos: veinte años dan para mucho... y más con la vida disoluta y pecaminosa que había estado llevando Gaspard de Grailly) no fueran suficientes, el pirata, “Sangre Negra”, había decidido alimentarlas aún más al mencionar el vino. Cabe destacar que, por una vez, el vampiro no era tan protagonista de las imágenes de la cabeza del aquitano como de costumbre, puesto que se estaba recreando más en la bodega del barco, repleta del elixir de color burdeos (nunca mejor dicho) que él tanto apreciaba, que en el capitán. Dicen, sin embargo, que la excepción afirma la regla, así que tampoco era para que el otro se ofendiera demasiado.
Lo cierto era que Gaspard de Grailly no sabía cómo tomarse al vampiro, que claramente estaba en una posición ajena a la mayor parte del control por su propia parte incluso y que parecía la definición más pura de asalvajado que pudiera ocurrírsele al imaginativo aquitano. Cierto, lo había imaginado muchas veces, conjurando su imagen en ciertas noches solitarias y con vampiros que no habían tenido tanto efecto como el que tenía delante; sin embargo, era imagen y acto, no razonamiento, lo que recordaba de él, y por eso mismo no sabía qué se escondía tras la cabellera pelirrojo del vampiro, tan intensa en la realidad como en su memoria. Parecía mentira que ésta no fuera fotográfica, pero recordemos que Gaspard seguía siendo humano, y no sobrenatural; recordémoslo porque a veces hasta él mismo lo olvidaba, según el contexto.
Desde luego, aquel encuentro era uno que al aquitano no se le olvidaría, no tanto por su buena memoria (que también, eso era innegable) como por las dimensiones que había adquirido... bueno, todo. ¡Se encontraba en un barco pirata, nada más y nada menos! Su sueño de adolescente, el de haber sido parte de la tripulación de aquel erótico hombre, en quien se fijó bien al girarse y dejar de darle la espalda por cierto, parecía cumplirse, sumado a otra fantasía suya, esta vez menos erótica que común: estar solo. No lo estaba del todo porque tenía delante al otro, pero no había gente alrededor, y eso al aquitano le encantaba, no mentiría ni en su propia mente, cada vez menos íntima.
¿Cuándo había empezado el otro a leer sus pensamientos? A Gaspard no le gustaba que nadie lo hiciera, prefería mantener su mente como una fortaleza inexpugnable a la que nadie daba acceso porque no confiaba lo suficiente en nadie, tan sencillo como eso; vampiro sensual o no, el aquitano no planeaba hacer una excepción con Sangre Negra, así que ahí quedaba la cosa. Además, Gaspard tampoco tenía la más mínima intención de disculparse (¿para qué?), pedir permiso (¿por qué?) o esperar a que el otro le dijera lo que podía hacer o no para llevar a cabo sus deseos, así que ladeó el rostro, divertido, y lo contempló un largo momento.
– La mía no es negra, si te sirve de consuelo. – respondió, aleatorio como solía, al comentario sobre la sangre, pero estuvo seguro de que el capitán entendió perfectamente a qué se refería, así que no hizo el esfuerzo de recordárselo porque no se sentía de humor para insultar una inteligencia ajena que sí sabía que existía. Por una vez y sin que sirviera de precedente, Gaspard de Grailly andaba sobrado de respeto; más le valía al capitán celebrarlo, porque no era algo que sucediera. No a menudo, en general. – Te vi a ti. ¿Por qué no te dejas de preguntas retóricas si ya sabes que vi bastante que me pareció más que interesante? – preguntó, práctico hasta la saciedad.
No esperó, sin embargo, a la respuesta, que no sabía si llegaría o no. Harto de esa extrañez de estar conociendo por primera vez a alguien que sentía que conocía demasiado, Gaspard afrontó la situación de la forma habitual en alguien como él: yéndose por la tangente y haciendo lo que nadie esperaba de él en ese preciso momento. Así, Gaspard empezó a andar, siguiendo el plano mental que se había hecho del barco pirata en el que se encontraba, y se dirigió hacia donde creía que estaba la bodega, a donde, para su escasa sorpresa, decidió seguirlo el capitán Sangre Negra. Responsable, éste último, de haberle dado ganas de ir en primer lugar, así que no le quedaba más remedio que apechugar con las consecuencias de sus actos.
En defensa de Gaspard, por mucho que sintiera curiosidad por el resto de dependencias del barco (recordemos: chico de tierra, mar de viñas y no de aguas, nada de barcos piratas a la vista de un chaval curioso y demasiado inteligente, ¡por supuesto que quería explorar más!), se limitó a bajar a la bodega y nada más. Bien es cierto que allí sí que sacó a la luz esa sed por saber y por el vino bordelés al tocar las botellas, leer las etiquetas y maravillarse un tanto por lo que estaba viendo: muchos caldos antiquísimos, valiosos como los que más y que lo dejaban casi tan seco como el capitán, aún ocupado observándolo.
– Tú sí que sabes cumplir fantasías y deseos locos, capitán. – comentó, burlón, pero entre la situación y la botella de vino que sostenía en las manos no sonó tan bromista como tentador, especialmente al haber reducido el espacio que los separaba (y también en el que se encontraban) y al mirarlo con el fuego de mil hogueras en sus ojos verdes. No podía evitarlo: el vino era algo que formaba parte de él tan intrínsecamente como sus tatuajes, después de haberlos cosido a su piel con tinta, o como sus órganos internos, era algo que conocía y con lo que se sentía bien. ¿Qué digo bien? ¡Mejor que bien! Así que no debía sorprender a nadie que el aquitano abriera esa botella y le diera un gran trago.
¡Ah, qué gloria bendita era aquel líquido! Como conocedor de la materia, Gaspard lo había dejado abierto un poco de tiempo antes de consumirlo para darle tiempo a airearse a aquel caldo, bastante reciente en contraposición a otros que había visto. No supo bien cómo había ejercido ese alarde de paciencia, siendo él tan impaciente como hiperactivo, pero lo consiguió, y bebió cuando supo que el líquido se encontraba al punto perfecto, ¿cómo no hacerlo si lo que planeaba hacer requería de esa perfección? A fin de cuentas, uno no besaba al capitán Sangre Negra con vino si éste último era vinagre; no tenía caso, y él de hecho se sentiría personalmente ofendido por ello.
– No está mal. – reconoció, al separarse, y fue semejante a una epopeya de halagos en cualquier otra persona, pero recordemos que Gaspard podía ser muy obtuso cuando se trataba de relaciones con otros seres, y más cuando éstas eran tan abrumadoras como la que había, sin comerlo ni beberlo, desarrollado con el pelirrojo capitán. – Lo peor no fue verlo sino las consecuencias de después. Imagina si me pareció interesante – se detuvo para dar énfasis a la palabra. – que siempre he tenido problemas para hacer eso mismo que te vi hacer a ti sin unos colmillos de por medio. Culpa tuya, por completo. – admitió, encogiéndose de hombros, y a continuación bebió más vino. Porque por qué no.
Lo cierto era que Gaspard de Grailly no sabía cómo tomarse al vampiro, que claramente estaba en una posición ajena a la mayor parte del control por su propia parte incluso y que parecía la definición más pura de asalvajado que pudiera ocurrírsele al imaginativo aquitano. Cierto, lo había imaginado muchas veces, conjurando su imagen en ciertas noches solitarias y con vampiros que no habían tenido tanto efecto como el que tenía delante; sin embargo, era imagen y acto, no razonamiento, lo que recordaba de él, y por eso mismo no sabía qué se escondía tras la cabellera pelirrojo del vampiro, tan intensa en la realidad como en su memoria. Parecía mentira que ésta no fuera fotográfica, pero recordemos que Gaspard seguía siendo humano, y no sobrenatural; recordémoslo porque a veces hasta él mismo lo olvidaba, según el contexto.
Desde luego, aquel encuentro era uno que al aquitano no se le olvidaría, no tanto por su buena memoria (que también, eso era innegable) como por las dimensiones que había adquirido... bueno, todo. ¡Se encontraba en un barco pirata, nada más y nada menos! Su sueño de adolescente, el de haber sido parte de la tripulación de aquel erótico hombre, en quien se fijó bien al girarse y dejar de darle la espalda por cierto, parecía cumplirse, sumado a otra fantasía suya, esta vez menos erótica que común: estar solo. No lo estaba del todo porque tenía delante al otro, pero no había gente alrededor, y eso al aquitano le encantaba, no mentiría ni en su propia mente, cada vez menos íntima.
¿Cuándo había empezado el otro a leer sus pensamientos? A Gaspard no le gustaba que nadie lo hiciera, prefería mantener su mente como una fortaleza inexpugnable a la que nadie daba acceso porque no confiaba lo suficiente en nadie, tan sencillo como eso; vampiro sensual o no, el aquitano no planeaba hacer una excepción con Sangre Negra, así que ahí quedaba la cosa. Además, Gaspard tampoco tenía la más mínima intención de disculparse (¿para qué?), pedir permiso (¿por qué?) o esperar a que el otro le dijera lo que podía hacer o no para llevar a cabo sus deseos, así que ladeó el rostro, divertido, y lo contempló un largo momento.
– La mía no es negra, si te sirve de consuelo. – respondió, aleatorio como solía, al comentario sobre la sangre, pero estuvo seguro de que el capitán entendió perfectamente a qué se refería, así que no hizo el esfuerzo de recordárselo porque no se sentía de humor para insultar una inteligencia ajena que sí sabía que existía. Por una vez y sin que sirviera de precedente, Gaspard de Grailly andaba sobrado de respeto; más le valía al capitán celebrarlo, porque no era algo que sucediera. No a menudo, en general. – Te vi a ti. ¿Por qué no te dejas de preguntas retóricas si ya sabes que vi bastante que me pareció más que interesante? – preguntó, práctico hasta la saciedad.
No esperó, sin embargo, a la respuesta, que no sabía si llegaría o no. Harto de esa extrañez de estar conociendo por primera vez a alguien que sentía que conocía demasiado, Gaspard afrontó la situación de la forma habitual en alguien como él: yéndose por la tangente y haciendo lo que nadie esperaba de él en ese preciso momento. Así, Gaspard empezó a andar, siguiendo el plano mental que se había hecho del barco pirata en el que se encontraba, y se dirigió hacia donde creía que estaba la bodega, a donde, para su escasa sorpresa, decidió seguirlo el capitán Sangre Negra. Responsable, éste último, de haberle dado ganas de ir en primer lugar, así que no le quedaba más remedio que apechugar con las consecuencias de sus actos.
En defensa de Gaspard, por mucho que sintiera curiosidad por el resto de dependencias del barco (recordemos: chico de tierra, mar de viñas y no de aguas, nada de barcos piratas a la vista de un chaval curioso y demasiado inteligente, ¡por supuesto que quería explorar más!), se limitó a bajar a la bodega y nada más. Bien es cierto que allí sí que sacó a la luz esa sed por saber y por el vino bordelés al tocar las botellas, leer las etiquetas y maravillarse un tanto por lo que estaba viendo: muchos caldos antiquísimos, valiosos como los que más y que lo dejaban casi tan seco como el capitán, aún ocupado observándolo.
– Tú sí que sabes cumplir fantasías y deseos locos, capitán. – comentó, burlón, pero entre la situación y la botella de vino que sostenía en las manos no sonó tan bromista como tentador, especialmente al haber reducido el espacio que los separaba (y también en el que se encontraban) y al mirarlo con el fuego de mil hogueras en sus ojos verdes. No podía evitarlo: el vino era algo que formaba parte de él tan intrínsecamente como sus tatuajes, después de haberlos cosido a su piel con tinta, o como sus órganos internos, era algo que conocía y con lo que se sentía bien. ¿Qué digo bien? ¡Mejor que bien! Así que no debía sorprender a nadie que el aquitano abriera esa botella y le diera un gran trago.
¡Ah, qué gloria bendita era aquel líquido! Como conocedor de la materia, Gaspard lo había dejado abierto un poco de tiempo antes de consumirlo para darle tiempo a airearse a aquel caldo, bastante reciente en contraposición a otros que había visto. No supo bien cómo había ejercido ese alarde de paciencia, siendo él tan impaciente como hiperactivo, pero lo consiguió, y bebió cuando supo que el líquido se encontraba al punto perfecto, ¿cómo no hacerlo si lo que planeaba hacer requería de esa perfección? A fin de cuentas, uno no besaba al capitán Sangre Negra con vino si éste último era vinagre; no tenía caso, y él de hecho se sentiría personalmente ofendido por ello.
– No está mal. – reconoció, al separarse, y fue semejante a una epopeya de halagos en cualquier otra persona, pero recordemos que Gaspard podía ser muy obtuso cuando se trataba de relaciones con otros seres, y más cuando éstas eran tan abrumadoras como la que había, sin comerlo ni beberlo, desarrollado con el pelirrojo capitán. – Lo peor no fue verlo sino las consecuencias de después. Imagina si me pareció interesante – se detuvo para dar énfasis a la palabra. – que siempre he tenido problemas para hacer eso mismo que te vi hacer a ti sin unos colmillos de por medio. Culpa tuya, por completo. – admitió, encogiéndose de hombros, y a continuación bebió más vino. Porque por qué no.
Invitado- Invitado
Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Aquella 'extrañez de estar conociendo por primera vez a alguien que sentía que conocía demasiado', expuesta con una elocuencia que estaban nublando los instintos básicos e inevitables de la situación —y más si considerábamos que tratábamos con dos miembros del sexo masculino—, era, sin lugar a dudas, la mejor forma de definir aquel encuentro. O al menos, una de las partes más intrínsecas de algo que bullía en mil sentidos al otro lado de sus psiques, concretamente en las pieles del deseo más sádico que hubieran concebido las dos razas al mismo tiempo.
Llegados a este punto ya divagábamos un poquito, ¿no? ¿Y a quién había que echarle las culpas si no era al improvisado tripulante, aunque sólo fuese por una noche de recuerdos del pasado y fantasías del presente, que al no parar quieto casi valía por veinte marineros? Y nos estábamos quedando cortos con la cifra pero, por muchas que dominara a causa de su eterno oficio de navegante, Thibault jamás había sido un hombre de ciencias. Aunque la biología se le diese vertiginosamente bien. En especial cuando venía empapada de sangre hasta cada una de las uñas y los poros, ¿verdad, joven y viejo Gaspard?
—Dicen que la oscuridad nunca es un consuelo en las venas, y a juzgar por el estado en el que me encuentro ahora mismo, tu llegada quizá haya supuesto una bendición para este barco proscrito —declaró ante el comentario del cazador que para los oídos de un vampiro tan disperso tenía lo mismo de aleatorio que de indefenso. Respecto a todo lo demás, su mención a las preguntas retóricas mientras contradictoriamente le respondía con otras propias, sólo pudo acabar todo en un pirata descamisado que afilaba su sonrisa ante la más deliciosa de las adversidades: su jodida sed de aventuras.
Decir que le sorprendió que se tomara a la literal su invitación a las bodegas habría supuesto la misma incredulidad que al humano le produjera su insistencia sobre si le pareció interesante o no verlo la primera vez en la ilustrativa Aquitania. Contrario a la formalidad autoritaria que la mayoría asociarían al dueño del Skyfall o de cualquier navío liderado por personalidades así de conquistadoras para un territorio tan importante como el océano, el pelirrojo le permitió aquella desconsiderada exploración por las entrañas de la rugiente bestia de mar que sostenía los pies de ambos. Sentía una inmensa curiosidad por observarlo también allí y por comprobar cómo se las ingeniaba para dar finalmente con la bacanal de vino que sólo podría empezar a competir con la cantidad de rojo que le descubriera aquella lejana vez en su pueblucho porque allí mismo volvía a alzarse el principal responsable de todo. Y esa vez, mucho, mucho más cerca del pipiolo que había dejado de serlo.
¿Preocupado? ¡Al mirón se le veía en su salsa! ¿Eso al lobo de mar de qué le sonaba?
Ante la más que evidente satisfacción —que si no lo delataba, al menos a los ojos siempre conocedores de Thibault les bastaba enteramente— con la que llenó toda la estancia deseada al pasar a dominarla con sus conocimientos de la materia que allí se custodiaba, por su parte se dedicó sencillamente a devorarlo en silencio con el verde compartido de sus pupilas y una media sonrisa que tiraba de su cuerpo, ahora tan semidesnudo como la aparición estelar del más joven, al recostarse apaciblemente sobre los estantes más despejados y seguir contemplándole en acción y reposo. Estuvo tentado de responder con cada puta letra, escrita y hablada, cuando escuchó eso de 'capitán' y su ridículamente imponente debilidad hacia esa apelación habría conseguido que se relamiera a sólo unos centímetros del otro hombre. Claro que acabar haciéndolo directamente sobre su boca tampoco fue un mal desenlace.
'Desenlace'… ésa sí que era buena.
—Parece que siempre tengo la culpa de todo —murmuró al recoger el sabor de su mirada por fin desde sus labios—. Como ahora —comentó, antes de dedicarle un descuidado vistazo a la bodega que los rodeaba sin separase un solo centímetro de él—. A quién se le ocurre, ¿eh? Primero una orgía de sangre, ahora una sala llena de vino… Qué encasillado estoy contigo —y acto seguido, movió el brazo de forma que en aquella posición tan asfixiante y tan cercana a la madera vieja y el cristal oscuro, pudo acorralarlo, torso sobre torso y el olfato deleitándose con el rastro que habían dejado ambas salivas en la zona del beso. Zona que iba a multiplicarse por momentos—. Claro que si eso es lo que te gusta, un vampiro como yo tampoco se va a matar ahora por ser original. —Por supuesto, sí, como si no fuera lo que a él mismo también le gustara, o como si la excitante filia de ese chaval se planteara seriamente que el mítico personaje que la había iniciado iba falto de originalidad.
El siguiente beso los arrolló con una ferocidad digna de la historia de alteración y descubrimiento que ilustraba su relación, y que después de tantos años había encontrado la vía perfecta para seguir desarrollándose al mismo ritmo de navegación que el sodomita de los siete mares se conocía de sobras. Hasta la vasta extensión de madera que los rodeaba a cada centímetro hubiera ardido bajo ellos, pero en su lugar, una de las botellas se rompió, derramando el cristal justo encima de un barril que empezó a llorar sangre detrás de Thibault y cuyo impacto éste aprovechó para separarse y 'arreglarlo' de la única manera que se le ocurrió: acomodándose él allí encima, untándose con el aroma a vino que pintó de rojo los tatuajes de su torso y espalda.
—¿Mejor? —preguntó —otra vez...—, sin desclavar la vista de él— Tú precisamente no querrás que se desaproveche.
Llegados a este punto ya divagábamos un poquito, ¿no? ¿Y a quién había que echarle las culpas si no era al improvisado tripulante, aunque sólo fuese por una noche de recuerdos del pasado y fantasías del presente, que al no parar quieto casi valía por veinte marineros? Y nos estábamos quedando cortos con la cifra pero, por muchas que dominara a causa de su eterno oficio de navegante, Thibault jamás había sido un hombre de ciencias. Aunque la biología se le diese vertiginosamente bien. En especial cuando venía empapada de sangre hasta cada una de las uñas y los poros, ¿verdad, joven y viejo Gaspard?
—Dicen que la oscuridad nunca es un consuelo en las venas, y a juzgar por el estado en el que me encuentro ahora mismo, tu llegada quizá haya supuesto una bendición para este barco proscrito —declaró ante el comentario del cazador que para los oídos de un vampiro tan disperso tenía lo mismo de aleatorio que de indefenso. Respecto a todo lo demás, su mención a las preguntas retóricas mientras contradictoriamente le respondía con otras propias, sólo pudo acabar todo en un pirata descamisado que afilaba su sonrisa ante la más deliciosa de las adversidades: su jodida sed de aventuras.
Decir que le sorprendió que se tomara a la literal su invitación a las bodegas habría supuesto la misma incredulidad que al humano le produjera su insistencia sobre si le pareció interesante o no verlo la primera vez en la ilustrativa Aquitania. Contrario a la formalidad autoritaria que la mayoría asociarían al dueño del Skyfall o de cualquier navío liderado por personalidades así de conquistadoras para un territorio tan importante como el océano, el pelirrojo le permitió aquella desconsiderada exploración por las entrañas de la rugiente bestia de mar que sostenía los pies de ambos. Sentía una inmensa curiosidad por observarlo también allí y por comprobar cómo se las ingeniaba para dar finalmente con la bacanal de vino que sólo podría empezar a competir con la cantidad de rojo que le descubriera aquella lejana vez en su pueblucho porque allí mismo volvía a alzarse el principal responsable de todo. Y esa vez, mucho, mucho más cerca del pipiolo que había dejado de serlo.
¿Preocupado? ¡Al mirón se le veía en su salsa! ¿Eso al lobo de mar de qué le sonaba?
Ante la más que evidente satisfacción —que si no lo delataba, al menos a los ojos siempre conocedores de Thibault les bastaba enteramente— con la que llenó toda la estancia deseada al pasar a dominarla con sus conocimientos de la materia que allí se custodiaba, por su parte se dedicó sencillamente a devorarlo en silencio con el verde compartido de sus pupilas y una media sonrisa que tiraba de su cuerpo, ahora tan semidesnudo como la aparición estelar del más joven, al recostarse apaciblemente sobre los estantes más despejados y seguir contemplándole en acción y reposo. Estuvo tentado de responder con cada puta letra, escrita y hablada, cuando escuchó eso de 'capitán' y su ridículamente imponente debilidad hacia esa apelación habría conseguido que se relamiera a sólo unos centímetros del otro hombre. Claro que acabar haciéndolo directamente sobre su boca tampoco fue un mal desenlace.
'Desenlace'… ésa sí que era buena.
—Parece que siempre tengo la culpa de todo —murmuró al recoger el sabor de su mirada por fin desde sus labios—. Como ahora —comentó, antes de dedicarle un descuidado vistazo a la bodega que los rodeaba sin separase un solo centímetro de él—. A quién se le ocurre, ¿eh? Primero una orgía de sangre, ahora una sala llena de vino… Qué encasillado estoy contigo —y acto seguido, movió el brazo de forma que en aquella posición tan asfixiante y tan cercana a la madera vieja y el cristal oscuro, pudo acorralarlo, torso sobre torso y el olfato deleitándose con el rastro que habían dejado ambas salivas en la zona del beso. Zona que iba a multiplicarse por momentos—. Claro que si eso es lo que te gusta, un vampiro como yo tampoco se va a matar ahora por ser original. —Por supuesto, sí, como si no fuera lo que a él mismo también le gustara, o como si la excitante filia de ese chaval se planteara seriamente que el mítico personaje que la había iniciado iba falto de originalidad.
El siguiente beso los arrolló con una ferocidad digna de la historia de alteración y descubrimiento que ilustraba su relación, y que después de tantos años había encontrado la vía perfecta para seguir desarrollándose al mismo ritmo de navegación que el sodomita de los siete mares se conocía de sobras. Hasta la vasta extensión de madera que los rodeaba a cada centímetro hubiera ardido bajo ellos, pero en su lugar, una de las botellas se rompió, derramando el cristal justo encima de un barril que empezó a llorar sangre detrás de Thibault y cuyo impacto éste aprovechó para separarse y 'arreglarlo' de la única manera que se le ocurrió: acomodándose él allí encima, untándose con el aroma a vino que pintó de rojo los tatuajes de su torso y espalda.
—¿Mejor? —preguntó —otra vez...—, sin desclavar la vista de él— Tú precisamente no querrás que se desaproveche.
Última edición por Thibault "Black Blood" el Lun Nov 13, 2017 9:29 am, editado 1 vez
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2016
Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
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Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Gaspard de Grailly nunca había sido un hombre sociable. A aquellas alturas era redundante hasta decirlo, ¿no?, en parte porque se sabía demasiado bien que en esa cara era difícil confiar y mucha gente por defecto no lo hacía y en parte porque nada en la situación había dado a entender que la amabilidad fuera uno de sus mejores rasgos, pero tampoco estaba de más recordarlo. Es más, su falta de sociabilidad llegaba al extremo de que su relación más duradera había sido con el vino, pues desde que era un crío se había visto rodeado por aquel néctar de los malditos dioses. Sin embargo, la segunda más duradera había sido con el capitán vampiro que tenía delante... perdón, contra él, las tornas habían cambiado, ¡qué excitante todo!
Así pues, aunque fuera un antisocial de cuidado, Gaspard se sentía hasta casi amable, y todo porque se le habían juntado en un mismo espacio los dos lazos más longevos de su escasa vida, ¿qué más se podía pedir a la vida? Pues muchas cosas, ¡por todos los demonios, que Gaspard de Grailly no era de los que se conformaban fácilmente! Si así fuera, aún seguiría, casi inculto y ajeno al mundo, en su maldito pueblo en Aquitania; si se conformara con lo que otros querían para él y nunca hubiera deseado elegir otras cosas, tal vez ni hubiera llegado a los treinta del puro tedio y de la insatisfacción que la quietud le producía. Porque así era él, impredecible e impulsivo, hiperactivo y ansioso, amante del vino y de los vampiros casi por igual, pero sólo casi.
Ante todo, el resurreccionista tenía muy claras sus prioridades, y aunque todos podemos estar de acuerdo en que el hechizo de Thibault podía convertir en sirena obsesionada hasta a un hombre tan aferrado a la tierra como el aquitano, el vino ocupaba un lugar superior, y por eso su vista se desvió hasta el líquido derramado, sintiéndose morir un poquito por dentro. No demasiado, claro; para alguien tan acostumbrado a la muerte como él esas eran palabras mayores, pero la intención era lo que contaba, y la impresión casi sirvió para frenarlo en seco, incluso enaltecido como estaba por los besos del capitán pirata. Sin embargo, nada frenaba a Gaspard de Grailly y sus miembros demasiado inquietos, y lo que hizo fue, en su situación, casi predecible: aprovechó el vino en el cuerpo del otro.
Venga, que levante la mano a quien le sorprendió eso, ¡a ver si hay narices! No, nadie, porque era lo que el vampiro había provocado al aprovecharse de la obvia debilidad de Gaspard de Grailly; por otro lado, al aquitano, sin que sirviera de precedente, no le importó lo más mínimo ser sugestionado de aquella manera tan sucia (húmeda cuando menos, alcohólica en extremo, vinícola en demasía, ¡qué maravilla) porque estaba ocupado con otra cosa, bendita fuera a veces su mente demasiado rápida. Del mismo modo que a veces saltaba de un pensamiento a otro sin orden ni concierto, en aquella situación había terminado por ignorar un pensamiento en pos de otro muchísimo mejor, no había comparación posible, así que a ello se dedicó con extrema atención. ¿A ello? No, a él.
Las habilidades amatorias de Gaspard eran... eh... extrañas, digamos, eso cuando menos. Desde el principio, sus ansias carnales habían estado ligadas a un vampiro, a ese vampiro en concreto, y si bien había sido necesario para él ser mordido para poder alcanzar el placer, lo cual lo coartaba en gran medida a la hora de desarrollarse como amante. Sin embargo, como en todo, había excepciones, y ¿cuál mejor que encontrarse ante el vampiro que le había despertado todo lo que había sentido carnalmente en la última década y más? ¡Regado en vino, nada menos! El maridaje perfecto, en opinión de Gaspard, quien no contento con beber del vino, también se alimentó de su carne.
No, no se volvió necrofílico de repente (¿a alguien se le había olvidado que el capitán estaba muerto, aunque partes de su cuerpo estuvieran muy vivas? ¡A Gaspard no!), aunque a muchos les gustaría que así fuera, ¡vaya que sí! No, lo que Gaspard hizo fue morder como le gustaba que hicieran con él, aunque sin hacer sangre por la dureza de la piel del inmortal, y mientras se deleitaba con el vino fue convirtiendo la situación en una bacanal de dimensiones aún mayores al llenarse la boca con algo que era más que líquido y, desde luego, mucho más duro que el resto de la piel del inmortal. No es que necesitara la excusa de devorar al capitán para su decisión constante de hablar lo menos posible, pero nunca estaba de más, ¿a que no?
El vino compensó la falta de mordiscos. Medio centrado como estaba en sus habilidades orales más allá de la conversación, Gaspard se dio perfecta cuenta de ese descubrimiento, aunque no lo valoró en demasía porque seguía tratándose de ese vampiro en cuestión y, asumía, con él siempre habría excepciones. Aun así, el acontecimiento fue interesante de por sí, y le amenizó la actividad todavía más que las ocasionales veces que se separaba para beberle el vino derramado por las ingles y los muslos, y que, efectivamente, no estaba en absoluto dispuesto a desaprovechar. Aunque no estuviera pensando en eso, Gaspard sabía el esfuerzo que suponía vendimiar ese néctar, de modo que por encima de su maldito cadáver iba a permitir que se echara a perder, ¡nunca!
– Mejor. No hay que malgastarlo. – afirmó, contra su anatomía, tan abajo que casi dudó que el otro pudiera escucharlo, pero cuando el otro era un maldito inmortal con los oídos desarrollados en exceso, no cabía duda posible al respecto. Cuando calló, y lo hizo rápido, Gaspard volvió a lo suyo, a esa rutina que alternaba alimentarse con beber, y en la que se había sumido con tal frenesí que la monotonía no estaba llegando todavía, en absoluto. Y tampoco llegó cuando el vampiro, que al parecer no era del todo ajeno al efecto del escultórico aquitano, terminó, aunque Gaspard decidió mezclar su sabor con el del vino para prevenir el aburrimiento. Por si acaso. Y porque quiso, qué demonios.
Así pues, aunque fuera un antisocial de cuidado, Gaspard se sentía hasta casi amable, y todo porque se le habían juntado en un mismo espacio los dos lazos más longevos de su escasa vida, ¿qué más se podía pedir a la vida? Pues muchas cosas, ¡por todos los demonios, que Gaspard de Grailly no era de los que se conformaban fácilmente! Si así fuera, aún seguiría, casi inculto y ajeno al mundo, en su maldito pueblo en Aquitania; si se conformara con lo que otros querían para él y nunca hubiera deseado elegir otras cosas, tal vez ni hubiera llegado a los treinta del puro tedio y de la insatisfacción que la quietud le producía. Porque así era él, impredecible e impulsivo, hiperactivo y ansioso, amante del vino y de los vampiros casi por igual, pero sólo casi.
Ante todo, el resurreccionista tenía muy claras sus prioridades, y aunque todos podemos estar de acuerdo en que el hechizo de Thibault podía convertir en sirena obsesionada hasta a un hombre tan aferrado a la tierra como el aquitano, el vino ocupaba un lugar superior, y por eso su vista se desvió hasta el líquido derramado, sintiéndose morir un poquito por dentro. No demasiado, claro; para alguien tan acostumbrado a la muerte como él esas eran palabras mayores, pero la intención era lo que contaba, y la impresión casi sirvió para frenarlo en seco, incluso enaltecido como estaba por los besos del capitán pirata. Sin embargo, nada frenaba a Gaspard de Grailly y sus miembros demasiado inquietos, y lo que hizo fue, en su situación, casi predecible: aprovechó el vino en el cuerpo del otro.
Venga, que levante la mano a quien le sorprendió eso, ¡a ver si hay narices! No, nadie, porque era lo que el vampiro había provocado al aprovecharse de la obvia debilidad de Gaspard de Grailly; por otro lado, al aquitano, sin que sirviera de precedente, no le importó lo más mínimo ser sugestionado de aquella manera tan sucia (húmeda cuando menos, alcohólica en extremo, vinícola en demasía, ¡qué maravilla) porque estaba ocupado con otra cosa, bendita fuera a veces su mente demasiado rápida. Del mismo modo que a veces saltaba de un pensamiento a otro sin orden ni concierto, en aquella situación había terminado por ignorar un pensamiento en pos de otro muchísimo mejor, no había comparación posible, así que a ello se dedicó con extrema atención. ¿A ello? No, a él.
Las habilidades amatorias de Gaspard eran... eh... extrañas, digamos, eso cuando menos. Desde el principio, sus ansias carnales habían estado ligadas a un vampiro, a ese vampiro en concreto, y si bien había sido necesario para él ser mordido para poder alcanzar el placer, lo cual lo coartaba en gran medida a la hora de desarrollarse como amante. Sin embargo, como en todo, había excepciones, y ¿cuál mejor que encontrarse ante el vampiro que le había despertado todo lo que había sentido carnalmente en la última década y más? ¡Regado en vino, nada menos! El maridaje perfecto, en opinión de Gaspard, quien no contento con beber del vino, también se alimentó de su carne.
No, no se volvió necrofílico de repente (¿a alguien se le había olvidado que el capitán estaba muerto, aunque partes de su cuerpo estuvieran muy vivas? ¡A Gaspard no!), aunque a muchos les gustaría que así fuera, ¡vaya que sí! No, lo que Gaspard hizo fue morder como le gustaba que hicieran con él, aunque sin hacer sangre por la dureza de la piel del inmortal, y mientras se deleitaba con el vino fue convirtiendo la situación en una bacanal de dimensiones aún mayores al llenarse la boca con algo que era más que líquido y, desde luego, mucho más duro que el resto de la piel del inmortal. No es que necesitara la excusa de devorar al capitán para su decisión constante de hablar lo menos posible, pero nunca estaba de más, ¿a que no?
El vino compensó la falta de mordiscos. Medio centrado como estaba en sus habilidades orales más allá de la conversación, Gaspard se dio perfecta cuenta de ese descubrimiento, aunque no lo valoró en demasía porque seguía tratándose de ese vampiro en cuestión y, asumía, con él siempre habría excepciones. Aun así, el acontecimiento fue interesante de por sí, y le amenizó la actividad todavía más que las ocasionales veces que se separaba para beberle el vino derramado por las ingles y los muslos, y que, efectivamente, no estaba en absoluto dispuesto a desaprovechar. Aunque no estuviera pensando en eso, Gaspard sabía el esfuerzo que suponía vendimiar ese néctar, de modo que por encima de su maldito cadáver iba a permitir que se echara a perder, ¡nunca!
– Mejor. No hay que malgastarlo. – afirmó, contra su anatomía, tan abajo que casi dudó que el otro pudiera escucharlo, pero cuando el otro era un maldito inmortal con los oídos desarrollados en exceso, no cabía duda posible al respecto. Cuando calló, y lo hizo rápido, Gaspard volvió a lo suyo, a esa rutina que alternaba alimentarse con beber, y en la que se había sumido con tal frenesí que la monotonía no estaba llegando todavía, en absoluto. Y tampoco llegó cuando el vampiro, que al parecer no era del todo ajeno al efecto del escultórico aquitano, terminó, aunque Gaspard decidió mezclar su sabor con el del vino para prevenir el aburrimiento. Por si acaso. Y porque quiso, qué demonios.
Invitado- Invitado
Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Como casi todo lo que envolvía la figura de un pirata ante la seducida maravilla en los ojos ajenos, las leyendas siempre eran un consuelo para los mortales y apoyarse en ellas ayudaba a cavar un poco en aquella superficie de piel tan dura que escondía el jodido misterio de su persona. En efecto, a veces, Thibault se volvía jodidamente desesperante en ese aspecto, porque no había mayor frustración que darte cuenta de que, por muy directo, desvergonzado y abierto que fuese, seguías sin saber lo suficiente de él. De ahí que habladurías como que en los vampiros, hasta esos fluidos sabían a sangre, aportaran alguna clase de información muy, muy interesante en esos momentos. Más para el joven humano —todos los humanos eran jóvenes comparados con un longevo— que tenía entre las piernas. Si es que el sabor del vino allí mezclado no se volvía metálico mucho antes dentro de su boca.
Un morador de la noche, un pirata anclado al constante oleaje… ¿Cuántas veces se habría visto así? Semidesnudo —aunque el 'semi' estuviera cada vez más reducido por los hiperactivos contraataques del hombre que había vaciado el Skyfall por una noche—, con los jadeos de triunfo atorados en la garganta tras una sonrisa y completamente embadurnado de hilillos carmesí que recorrían su cuerpo. Claro que por normal general, esos hilillos carmesí no solían provenir del néctar de la uva. ¿Quién se lo iba a decir? La primera vez que aquel chiquillo agazapado le vio fue cubierto de sangre y ahora, en la segunda, el Dios-de-los-curas-de-pueblo sabría por qué, había conseguido cambiar aquel rojo por el del vino con el que se criara. En cierto modo, era como si después de tantos años catapultados desde su epifanía entre las sombras, volviera para dejar algo de él allí grabado. No está mal, aquitano.
'Grabado'… Había que ponerse demasiado metafóricos para que aquella descripción estuviera a la altura de lo que realmente pasaba si considerábamos que aquel néctar vendimiado sobre el sexo del capitán desaparecía tras su lengua con la misma rapidez de sus arrebatos.
—¿Crees en la redención? —contestó así a su último comentario, al tiempo que lo contemplaba desde su posición de arriba sin ninguna superioridad moral. Más bien con la fascinación más entretenida que los ojos de un carnicero de los mares estaban habituados a mostrar al público— Porque cualquiera que te viera como yo te estoy viendo ahora mismo y 'lo malgastase', no encontraría el perdón ni haciéndose pasar por la quilla.
A pesar de la ubicua espontaneidad con la que cautivaba hasta el mismísimo desquicie, durante aquellos instantes sus palabras se hallaban medidas. El motivo lo estaba exprimiendo allí abajo, le estaba arrancando unas oleadas de placer dignas de la imaginería de todo marino indecente, pero si había que matizar tal y como el jodido remolino de su saliva en las ingles y más allá ameritaba, bueno, entre otras cosas era porque continuaba analizando a ese 'desconocido'. Quizá no fuese tan clínicamente inquieto como su recién coronado amante, pero no por ocupar su organismo con los placeres de la carne se privaba de hacer muchas otras cosas a la vez. Veía, pues, que aquel tipo era callado porque no le gustaba hablar por hablar, sólo por el mero hecho de articular una forma de comunicación, a menudo, inútil y vacía. Como seguramente tampoco le gustara tratar con la gente a la que su entorno lo forzaba desde su nacimiento en sociedad. Voluble por los resultados de su propio caos, que iría desde el esfuerzo de empatía que se libraba en su extraña cabecita hasta la firma identificativa de su hiperactividad. De la que, por cierto, en aquellos precisos instantes estaba haciendo un uso magistral.
'Apuesto a que mamarías mucho más de esto que de la teta de tu madre' —¿Hermanos de vino como el equivalente a hermanos de leche?—. Sería una de las frases estelares que se reservaría para el futuro, en otra situación un poco menos… ¿comprometida? Por su parte, Thibault estaba como pirata en el agua, de eso no había duda, pero contrario a todas las apuestas prejuiciosas, él no se dejaba el respeto fuera de la cama —incluso si aquello estaba pasando en un lugar muy alejado de una insulsa cama—. Además, tenía entendido que mentar a las madres en medio de ese tipo de escenas arruinaba el clímax, pero claro, ¿él cómo iba a entenderlo teniendo la 'madre' que tenía?
Aunque cuando recogió uno de aquellos regueros rojos de vino con la punta de su uña que acabó por llevarse acto seguido a los labios, todo sin cortar el nuevo intercambio de miradas… joder, había que reconocerle que hubiera sido un chascarrillo muy apropiado.
Fue mientras dejaba que su biología sobrenatural se recobrara para el siguiente asalto, que decidió que ya era hora de hacer algo con las ropas que el otro se había vuelto a colocar antes en la cubierta. Esperó a que volviera a ponerse de pie frente al barril donde él continuaba acomodado y su mano se movilizó en apenas un parpadeo con el que estiró de su camisa y lo invitó a sentarse encima. El regazo del pirata ardía en contraste a lo húmeda que el humano aún tenía la ropa y que en aquella nueva postura, también terminó manchada de vino, igual que lo estuvo su piel al arrancar la prenda de su abdomen y que degustó a su mismo, e imparable, nivel, en un amago final de mordisco que aún se reservó, tan aterrador como incitante. Exactamente igual que lo que Gaspard sintiera al mirar cómo se lo hacía a otros y al despertarse de cada una de sus fantasías posteriores que ahora, casi veinte años después, encontraban su redención en los mismos colmillos idealizados.
Un morador de la noche, un pirata anclado al constante oleaje… ¿Cuántas veces se habría visto así? Semidesnudo —aunque el 'semi' estuviera cada vez más reducido por los hiperactivos contraataques del hombre que había vaciado el Skyfall por una noche—, con los jadeos de triunfo atorados en la garganta tras una sonrisa y completamente embadurnado de hilillos carmesí que recorrían su cuerpo. Claro que por normal general, esos hilillos carmesí no solían provenir del néctar de la uva. ¿Quién se lo iba a decir? La primera vez que aquel chiquillo agazapado le vio fue cubierto de sangre y ahora, en la segunda, el Dios-de-los-curas-de-pueblo sabría por qué, había conseguido cambiar aquel rojo por el del vino con el que se criara. En cierto modo, era como si después de tantos años catapultados desde su epifanía entre las sombras, volviera para dejar algo de él allí grabado. No está mal, aquitano.
'Grabado'… Había que ponerse demasiado metafóricos para que aquella descripción estuviera a la altura de lo que realmente pasaba si considerábamos que aquel néctar vendimiado sobre el sexo del capitán desaparecía tras su lengua con la misma rapidez de sus arrebatos.
—¿Crees en la redención? —contestó así a su último comentario, al tiempo que lo contemplaba desde su posición de arriba sin ninguna superioridad moral. Más bien con la fascinación más entretenida que los ojos de un carnicero de los mares estaban habituados a mostrar al público— Porque cualquiera que te viera como yo te estoy viendo ahora mismo y 'lo malgastase', no encontraría el perdón ni haciéndose pasar por la quilla.
A pesar de la ubicua espontaneidad con la que cautivaba hasta el mismísimo desquicie, durante aquellos instantes sus palabras se hallaban medidas. El motivo lo estaba exprimiendo allí abajo, le estaba arrancando unas oleadas de placer dignas de la imaginería de todo marino indecente, pero si había que matizar tal y como el jodido remolino de su saliva en las ingles y más allá ameritaba, bueno, entre otras cosas era porque continuaba analizando a ese 'desconocido'. Quizá no fuese tan clínicamente inquieto como su recién coronado amante, pero no por ocupar su organismo con los placeres de la carne se privaba de hacer muchas otras cosas a la vez. Veía, pues, que aquel tipo era callado porque no le gustaba hablar por hablar, sólo por el mero hecho de articular una forma de comunicación, a menudo, inútil y vacía. Como seguramente tampoco le gustara tratar con la gente a la que su entorno lo forzaba desde su nacimiento en sociedad. Voluble por los resultados de su propio caos, que iría desde el esfuerzo de empatía que se libraba en su extraña cabecita hasta la firma identificativa de su hiperactividad. De la que, por cierto, en aquellos precisos instantes estaba haciendo un uso magistral.
'Apuesto a que mamarías mucho más de esto que de la teta de tu madre' —¿Hermanos de vino como el equivalente a hermanos de leche?—. Sería una de las frases estelares que se reservaría para el futuro, en otra situación un poco menos… ¿comprometida? Por su parte, Thibault estaba como pirata en el agua, de eso no había duda, pero contrario a todas las apuestas prejuiciosas, él no se dejaba el respeto fuera de la cama —incluso si aquello estaba pasando en un lugar muy alejado de una insulsa cama—. Además, tenía entendido que mentar a las madres en medio de ese tipo de escenas arruinaba el clímax, pero claro, ¿él cómo iba a entenderlo teniendo la 'madre' que tenía?
Aunque cuando recogió uno de aquellos regueros rojos de vino con la punta de su uña que acabó por llevarse acto seguido a los labios, todo sin cortar el nuevo intercambio de miradas… joder, había que reconocerle que hubiera sido un chascarrillo muy apropiado.
Fue mientras dejaba que su biología sobrenatural se recobrara para el siguiente asalto, que decidió que ya era hora de hacer algo con las ropas que el otro se había vuelto a colocar antes en la cubierta. Esperó a que volviera a ponerse de pie frente al barril donde él continuaba acomodado y su mano se movilizó en apenas un parpadeo con el que estiró de su camisa y lo invitó a sentarse encima. El regazo del pirata ardía en contraste a lo húmeda que el humano aún tenía la ropa y que en aquella nueva postura, también terminó manchada de vino, igual que lo estuvo su piel al arrancar la prenda de su abdomen y que degustó a su mismo, e imparable, nivel, en un amago final de mordisco que aún se reservó, tan aterrador como incitante. Exactamente igual que lo que Gaspard sintiera al mirar cómo se lo hacía a otros y al despertarse de cada una de sus fantasías posteriores que ahora, casi veinte años después, encontraban su redención en los mismos colmillos idealizados.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
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Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Gaspard no habló porque no era su estilo hacerlo, porque prefería el silencio, porque hasta un tipo tan hiperactivo como él necesitaba, a veces, concentrarse en lo que hacía para que saliera mejor, sobre todo si el ser al que se lo estaba haciendo tenía una estampa tan larga como la que él estaba catando en la maldita vida del aquitano. En realidad, estaba demasiado entretenido succionando, vino y mucho más, como para preocuparse por responder a ese comentario que, francamente, le entró por un oído y le salió por el otro: a diferencia de muchos, Gaspard conocía perfectamente su valía, y no necesitaba que otros vinieran a decirle cosas de las que él mismo era consciente.
Ni siquiera si ese otro era el vampiro responsable de que a Gaspard le bastaran unos colmillos, tan poco y a la vez tantísimo, para ponerlo a tono. Es decir, Thibault ocupaba un lugar importante tanto en su pasado como en su mente, sí, pero la cabeza del aquitano, resurreccionista y cazador, casi siempre por ese orden, era demasiado rápida para centrarse en cosas como esas, y más cuando tenía algo así entre manos. ¿Lo hacía mencionado ya? ¿Sí? Tal vez se debía a que no estaba del todo acostumbrado a lo que estaba haciendo: no era la primera vez, hasta ahí todos de acuerdo, pero no solía ser algo que practicara a menudo porque lo suyo eran los mordiscos, no ese tipo de atenciones a nadie.
Aun así, no le pilló desprevenido el proceso ni, tampoco, la inevitable consecuencia de cuando el otro terminó: el sabor se mezcló con el del vino lo suficiente para que se relamiera con auténtico gusto, de forma que era difícil saber qué se debía al fruto de la vid y qué se debía al propio Thibault. Conociendo a Gaspard, muy probablemente el placer venía de lo primero más que de lo segundo, pero era un hombre tan lleno de sorpresas, hasta para él mismo, que quién podía saberlo realmente... ¡Si ni siquiera él, que llevaba más de tres décadas conviviendo consigo mismo, era capaz de deducir una respuesta correcta a esa duda que (no) lo corroía!
Le gustaba el factor sorpresa, confiaba en su mente, se fiaba de su experiencia; así pues, con la combinación de todos esos elementos, Gaspard no se congeló cuando Thibault le indicó que se subiera a él sobre una barrica, se sintió tan cercano a un modelo para un cuadro de Caravaggio que casi se le veía el tenebrismo en los rasgos y en el forzado claroscuro de la oscuridad de la bodega. Él lo hizo porque no fue una orden y porque, a veces, hasta él sabía obedecer cuando el resultado iba a ser beneficioso: a fin de cuentas, se tenía por un tipo inteligente, aunque inestable, así que ¿por qué no aprovecharse de una situación que a todas luces le iba a traer consigo muy buenos resultados?
Gaspard, a veces, no tenía miedo a renunciar a sus propias normas morales si así conseguía salir ganando, de un modo u otro. Lo que a muchos podía parecerles una traición de sus principios no era, para él, sino una de las mil estrategias que seguía para enfrentarse a un mundo lleno de espinas en el que se tenía que valer por sí mismo. Además, con el caos que era su mente, demasiado activa para lo que muchas veces le beneficiaba, era imposible saber si esas pequeñas traiciones lo eran de verdad o simplemente eran concesiones a un bien mayor, a una estrategia con más visión de futuro; una vez más, eso era un misterio para él, demasiado prosaico para dedicarle más de un segundo de su atención.
Justamente por eso, por ese carácter eminentemente práctico que poseía el aquitano, Gaspard de Grailly le permitió al capitán (tal era su osadía, por cierto: dejarle él hacer algo al dueño del lugar en el que se encontraban) su cercanía, pese a que solía odiar que lo tocaran. Es más, incluso le permitió los mordiscos porque su maldita anatomía estaba respondiendo a ellos, un claro recordatorio de cómo había nacido ese fetiche en particular, aunque no solamente Thibault tuviera ese efecto en el aquitano (si no, que se lo dijeran a cierta loca de las Catacumbas... Quizá se ofendería al saber lo que hacía el ladrón de cuerpos con el propio).
En cualquier caso, Gaspard no era de los que se sometían con gusto a la fuerza de alguien más, aunque ese alguien fuera un vampiro. Es más, Gaspard sudaba rebelión por cualquiera de sus poros, incluso cuando se estaba portando como un tipo bastante razonable; tarde o temprano, lo sabía, le tenían que salir los humitos y ese carácter tan atronador suyo, y por supuesto lo haría en el momento menos apropiado. Como si, ante un vampiro, hubiera algún momento de fortaleza por parte de un humano...
Para su suerte, lo había. Él mismo, su cuerpo, era un arma contra el vampiro que lo estaba mordiendo, y Gaspard de Grailly fue tan hábil que eligió forzar al vampiro a hacer lo que quería. “Forzar”, como si el vampiro en cuestión no pudiera librarse del agarre de la mano del aquitano sobre su nuca, obligándolo a descender a reciprocarle el favor: la realidad era que Thibault estaba deseando, del mismo modo que lo había hecho Gaspard antes con el aliciente del vino como estímulo y excusa a la vez. Los dos, atractivos a su manera (la una, rarita; la otra, inmortal y peligrosa), habían caído en ese juego de la atracción, valga la redundancia, así que ¿por qué no se iba a aprovechar Gaspard de ese poder que acababa de descubrir que tenía...?
Ni siquiera si ese otro era el vampiro responsable de que a Gaspard le bastaran unos colmillos, tan poco y a la vez tantísimo, para ponerlo a tono. Es decir, Thibault ocupaba un lugar importante tanto en su pasado como en su mente, sí, pero la cabeza del aquitano, resurreccionista y cazador, casi siempre por ese orden, era demasiado rápida para centrarse en cosas como esas, y más cuando tenía algo así entre manos. ¿Lo hacía mencionado ya? ¿Sí? Tal vez se debía a que no estaba del todo acostumbrado a lo que estaba haciendo: no era la primera vez, hasta ahí todos de acuerdo, pero no solía ser algo que practicara a menudo porque lo suyo eran los mordiscos, no ese tipo de atenciones a nadie.
Aun así, no le pilló desprevenido el proceso ni, tampoco, la inevitable consecuencia de cuando el otro terminó: el sabor se mezcló con el del vino lo suficiente para que se relamiera con auténtico gusto, de forma que era difícil saber qué se debía al fruto de la vid y qué se debía al propio Thibault. Conociendo a Gaspard, muy probablemente el placer venía de lo primero más que de lo segundo, pero era un hombre tan lleno de sorpresas, hasta para él mismo, que quién podía saberlo realmente... ¡Si ni siquiera él, que llevaba más de tres décadas conviviendo consigo mismo, era capaz de deducir una respuesta correcta a esa duda que (no) lo corroía!
Le gustaba el factor sorpresa, confiaba en su mente, se fiaba de su experiencia; así pues, con la combinación de todos esos elementos, Gaspard no se congeló cuando Thibault le indicó que se subiera a él sobre una barrica, se sintió tan cercano a un modelo para un cuadro de Caravaggio que casi se le veía el tenebrismo en los rasgos y en el forzado claroscuro de la oscuridad de la bodega. Él lo hizo porque no fue una orden y porque, a veces, hasta él sabía obedecer cuando el resultado iba a ser beneficioso: a fin de cuentas, se tenía por un tipo inteligente, aunque inestable, así que ¿por qué no aprovecharse de una situación que a todas luces le iba a traer consigo muy buenos resultados?
Gaspard, a veces, no tenía miedo a renunciar a sus propias normas morales si así conseguía salir ganando, de un modo u otro. Lo que a muchos podía parecerles una traición de sus principios no era, para él, sino una de las mil estrategias que seguía para enfrentarse a un mundo lleno de espinas en el que se tenía que valer por sí mismo. Además, con el caos que era su mente, demasiado activa para lo que muchas veces le beneficiaba, era imposible saber si esas pequeñas traiciones lo eran de verdad o simplemente eran concesiones a un bien mayor, a una estrategia con más visión de futuro; una vez más, eso era un misterio para él, demasiado prosaico para dedicarle más de un segundo de su atención.
Justamente por eso, por ese carácter eminentemente práctico que poseía el aquitano, Gaspard de Grailly le permitió al capitán (tal era su osadía, por cierto: dejarle él hacer algo al dueño del lugar en el que se encontraban) su cercanía, pese a que solía odiar que lo tocaran. Es más, incluso le permitió los mordiscos porque su maldita anatomía estaba respondiendo a ellos, un claro recordatorio de cómo había nacido ese fetiche en particular, aunque no solamente Thibault tuviera ese efecto en el aquitano (si no, que se lo dijeran a cierta loca de las Catacumbas... Quizá se ofendería al saber lo que hacía el ladrón de cuerpos con el propio).
En cualquier caso, Gaspard no era de los que se sometían con gusto a la fuerza de alguien más, aunque ese alguien fuera un vampiro. Es más, Gaspard sudaba rebelión por cualquiera de sus poros, incluso cuando se estaba portando como un tipo bastante razonable; tarde o temprano, lo sabía, le tenían que salir los humitos y ese carácter tan atronador suyo, y por supuesto lo haría en el momento menos apropiado. Como si, ante un vampiro, hubiera algún momento de fortaleza por parte de un humano...
Para su suerte, lo había. Él mismo, su cuerpo, era un arma contra el vampiro que lo estaba mordiendo, y Gaspard de Grailly fue tan hábil que eligió forzar al vampiro a hacer lo que quería. “Forzar”, como si el vampiro en cuestión no pudiera librarse del agarre de la mano del aquitano sobre su nuca, obligándolo a descender a reciprocarle el favor: la realidad era que Thibault estaba deseando, del mismo modo que lo había hecho Gaspard antes con el aliciente del vino como estímulo y excusa a la vez. Los dos, atractivos a su manera (la una, rarita; la otra, inmortal y peligrosa), habían caído en ese juego de la atracción, valga la redundancia, así que ¿por qué no se iba a aprovechar Gaspard de ese poder que acababa de descubrir que tenía...?
Invitado- Invitado
Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Pensar que Thibault decía las cosas por reconocimiento, o por las reciprocidad del halago, era quedarse en una anécdota a mil jodidas millas de empezar a definir a los monstruos como él. 'Hombres', 'piratas', 'vampiros'… cualquiera que fuese el sustantivo elegido para hacerle de comparativo tenía los días contados, febril e inexacto, arrojado a un abismo sobrecogedor donde no había nada a lo que aferrarse, sólo la caída de espaldas y el azul verdoso convirtiéndose en lo último que suplicaban tus ojos antes de morir. El capitán 'Black Blood' hacía las cosas porque quería, sin más, porque aunque la gente hablaba demasiado, no decía gran cosa con ello, y los siglos de subversión en su garganta sabían hablar de sobras. Y que supiera hablar era precisamente lo que agradecía el silencio, pues a través del silencio, en algún lugar, también había voz. Al igual que la había en las pupilas calladas del aquitano, quien allí mismo, y en el suceso húmedo de su patria no-olvidada, estaba comprobando que los lengüetazos y los mordiscos de aquel inmortal se sentían exactamente como la representación carnal de una mirada. Perfectos para el cuerpo de ese fruto adolescente ya maduro; construidos por una fantasía hecha realidad que, sin embargo, llevaba mucho tiempo con ese poder en los labios.
Los labios de Thibault que el humano había guiado hacia abajo para instarlo a 'un intercambio de favores', dirían los más circunspectos y los menos románticos que observaran la gloria representada en aquel reencuentro con una envidia ajena al destino, y que pasaron a emular el ardor del vino entre sus piernas, ahora controladas por él a pesar de no estar empleando la fuerza allí, ni en nada que pudiera agobiar al cuerpo del más joven. Sólo en ese órgano donde residía el influjo de la biología para aquella clase de instintos constatados en humanos y sobrenaturales por igual hasta día de hoy. Ese órgano que ya no necesitaría del contacto de su propio dueño para imitar el de quien gruñía el rojo y el placer sobre su prominente longitud hasta extasiarlos y estallarlos en su boca.
Besarlo tras aquel torbellino de éxtasis que habría hecho volar en círculos al Skyfall fue como besar una oleada de electricidad; como besar al sol. Capaz de enloquecer a cualquiera, de abrumar incluso al mirón que dominaba la imaginación cuyo resultado el vampiro le entregaba después de tantos años con sabor a sangre, vino y fluidos. Aquella mezcla se habría vuelto grotesca recibida directamente de todos los paladares del mundo, menos del de Thibault. El suyo sólo sabía a catarsis, a algo que potenciaba tus propios deseos y los hacía imposibles de encontrar en otro sitio. Por eso volvías a por más; por eso Gaspard volvía a por más. Éste ya había paladeado aquella adicción con los ojos del cambio y ahora ambos se la devoraban en una perfecta recreación de sus filias.
Si quedaban porciones de tela en alguna parte que llegaran a cubrir antes las prendas, en aquel instante dejaron de incordiar de una jodida vez. Si quedaba alguna zona de piel con el que aquel vórtice de satisfacción y agresividad no hubiera arrasado ya, ahora iba siendo el momento oportuno para un desafío. El extraño 'Sangre Negra' disponía del mismo grosor en su sexo encima que debajo, siempre superior a todas aquellas dicotomías tan encorsetadas y tronchantes con las que la masculinidad social se empeñaba en medirse las pollas. Por su parte, él prefería hacerlo con la ayuda de las fricciones de ese amante falsamente disfrazado de oponente, quien, de nuevo en aquella postura sobre el regazo del sobrenatural y, por tanto, en perfectas condiciones de acorralar a éste para su total dominio, podía acabar con la desesperante ambigüedad de sus siluetas enmarañadas, si así lo deseaba, y adentrarse en el fuego que había provocado, y que Thibault continuaría provocándole, fuera cual fuera su situación de entrada o salida. Por descontado, su personalidad decantaba la balanza hacia el control más burdo y contundente, pero su experiencia lo abarcaba todo sin posibilidad de complejos. No tenía problema alguno en ayudar a un adonis a descender y atravesar la línea de su carne. Por algo decían que procedía del mismísimo infierno.
Los labios de Thibault que el humano había guiado hacia abajo para instarlo a 'un intercambio de favores', dirían los más circunspectos y los menos románticos que observaran la gloria representada en aquel reencuentro con una envidia ajena al destino, y que pasaron a emular el ardor del vino entre sus piernas, ahora controladas por él a pesar de no estar empleando la fuerza allí, ni en nada que pudiera agobiar al cuerpo del más joven. Sólo en ese órgano donde residía el influjo de la biología para aquella clase de instintos constatados en humanos y sobrenaturales por igual hasta día de hoy. Ese órgano que ya no necesitaría del contacto de su propio dueño para imitar el de quien gruñía el rojo y el placer sobre su prominente longitud hasta extasiarlos y estallarlos en su boca.
Besarlo tras aquel torbellino de éxtasis que habría hecho volar en círculos al Skyfall fue como besar una oleada de electricidad; como besar al sol. Capaz de enloquecer a cualquiera, de abrumar incluso al mirón que dominaba la imaginación cuyo resultado el vampiro le entregaba después de tantos años con sabor a sangre, vino y fluidos. Aquella mezcla se habría vuelto grotesca recibida directamente de todos los paladares del mundo, menos del de Thibault. El suyo sólo sabía a catarsis, a algo que potenciaba tus propios deseos y los hacía imposibles de encontrar en otro sitio. Por eso volvías a por más; por eso Gaspard volvía a por más. Éste ya había paladeado aquella adicción con los ojos del cambio y ahora ambos se la devoraban en una perfecta recreación de sus filias.
Si quedaban porciones de tela en alguna parte que llegaran a cubrir antes las prendas, en aquel instante dejaron de incordiar de una jodida vez. Si quedaba alguna zona de piel con el que aquel vórtice de satisfacción y agresividad no hubiera arrasado ya, ahora iba siendo el momento oportuno para un desafío. El extraño 'Sangre Negra' disponía del mismo grosor en su sexo encima que debajo, siempre superior a todas aquellas dicotomías tan encorsetadas y tronchantes con las que la masculinidad social se empeñaba en medirse las pollas. Por su parte, él prefería hacerlo con la ayuda de las fricciones de ese amante falsamente disfrazado de oponente, quien, de nuevo en aquella postura sobre el regazo del sobrenatural y, por tanto, en perfectas condiciones de acorralar a éste para su total dominio, podía acabar con la desesperante ambigüedad de sus siluetas enmarañadas, si así lo deseaba, y adentrarse en el fuego que había provocado, y que Thibault continuaría provocándole, fuera cual fuera su situación de entrada o salida. Por descontado, su personalidad decantaba la balanza hacia el control más burdo y contundente, pero su experiencia lo abarcaba todo sin posibilidad de complejos. No tenía problema alguno en ayudar a un adonis a descender y atravesar la línea de su carne. Por algo decían que procedía del mismísimo infierno.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: Davy Jones {Privado} {+18}
El aquitano no era poético. Si había que definirlo de algún modo, aparte de hiperactivo, ese modo era prosaico, demasiado práctico para perder en tonterías el tiempo que podía dedicarse a moverse, a la acción, ¡a lo que fuera menos a la quietud!, y sin embargo se encontraba en una situación que poco tenía que ver con la cruda realidad y que, por el contrario, estaba muy relacionada con algo superior a eso. Seguramente se trataba de las consecuencias del choque brutal entre sus fantasías y la realidad, que las superaba con creces, o a lo mejor era debido al impacto no menos violento de sus bocas, no lo sabía y no le importaba, pero era mucho mejor que con otros vampiros, y eso resultaba innegable.
No le iba a quitar mérito al capitán pirata que lo estaba devorando y que le reducía su ya de por sí limitada capacidad de hablar a apenas unos gruñidos desesperados, llenos del placer más indescriptible que hubiera sentido nunca, lo único que podía salir de su garganta a aquellas alturas. El que otrora supusiera su despertar carnal se estaba convirtiendo en la experiencia junto a la cual terminaría comparando las demás, quisiera o no, y aunque en condiciones normales el aquitano jamás se permitiría a sí mismo otorgarle ese poder a alguien, no podía decir que entonces le importara porque, la verdad, no lo hacía. Y tampoco era del todo capaz de decir nada, ni antes ni después de ese clímax tras el cual vino un beso que tuvo también mucho de orgasmo, aunque no se manifestara como tal.
La dureza del aquitano sólo podía compararse a la del propio vampiro, y la de ambas hacía palidecer a la del mástil mayor que se encontraba sobre ellos, marcando el lugar donde el vampiro y el humano se estaban enredando como el segundo de ellos llevaba años deseando. Pese a que su carácter realista le había impedido tomárselo en serio como un deseo real y lo había apartado por la fuerza, sin delicadeza, básicamente como lo hacía casi todo, no iba a hacerle ascos a una oportunidad llovida del cielo o venida de los mares, según se mirara, y planeaba entregarse por completo. Curioso, por cierto, uso de la palabra entregarse cuando en aquel momento el que lo iba a hacer era el vampiro, no él.
Gaspard de Grailly, solitario y egoísta, antisocial y negado para tener en cuenta a alguien que no fuera a sí mismo, tuvo un instante de lucidez entre beso y beso, el único momento en el que se vio capaz de pensar en algo que no fuera la longitud del vampiro entre sus manos, aunque ese algo fuera respirar. El gesto le supuso un esfuerzo que puso todo su cuerpo en jaque y que le marcó cada músculo y cada tendón de un pecho que se había anchado y desarrollado considerablemente con los años, pero aun así encontrarse con la nueva botella de vino en la mano hizo que valiera la pena el movimiento, hasta si parecía venir de su propio vicio, conocido por él desde crío, y no de su auténtico deseo de colaborar.
No ayudó a esa impresión que, al descorchar la botella con un mordisco, el aquitano diera un trago profundo y largo, un preludio de cómo sería lo de después; sí ayudó, por el contrario, que se derramara después parte del líquido por su torso con la idea de que las gotas resbalaran hasta su miembro, y él contribuyó a esa impresión al lamerse la mano y asegurarse de empaparlo, empaparse, bien, hasta quedar resbaladizo y a punto para adentrarse en el mar bravo que era el capitán. Pensado y hecho: con ambos dispuestos, Gaspard, hiperactivo por naturaleza, no consideró factible perder el tiempo ni un instante, y de un momento a otro se encontró estrujándose con la estrechez del capitán apretándose contra él y acercándolo demasiado al final para no haber mordiscos de por medio todavía.
Como si le hubiera leído la mente, y un ser de su naturaleza bien capaz que era de hacerlo, el capitán mordió el pequeño del aquitano, y eso lo disparó de inmediato, obligándolo a moverse como su cuerpo le llevaba exigiendo desde hacía un rato. Con la constante lluvia de vino sobre ambos, el traqueteo de la pasión que dominaba por aquel instante Gaspard y los mordiscos del vampiro, ambos, fantasía y crudísima realidad, se revolcaron en la bodega del barco pirata donde el aquitano jamás había pensado que llegaría a encontrarse, pero donde estaba conociendo un placer que no creía que fuera a repetir jamás... Y mejor, porque algunas cosas era mejor vivirlas una sola vez para no mancillar así su recuerdo con la absurda repetición.
No le iba a quitar mérito al capitán pirata que lo estaba devorando y que le reducía su ya de por sí limitada capacidad de hablar a apenas unos gruñidos desesperados, llenos del placer más indescriptible que hubiera sentido nunca, lo único que podía salir de su garganta a aquellas alturas. El que otrora supusiera su despertar carnal se estaba convirtiendo en la experiencia junto a la cual terminaría comparando las demás, quisiera o no, y aunque en condiciones normales el aquitano jamás se permitiría a sí mismo otorgarle ese poder a alguien, no podía decir que entonces le importara porque, la verdad, no lo hacía. Y tampoco era del todo capaz de decir nada, ni antes ni después de ese clímax tras el cual vino un beso que tuvo también mucho de orgasmo, aunque no se manifestara como tal.
La dureza del aquitano sólo podía compararse a la del propio vampiro, y la de ambas hacía palidecer a la del mástil mayor que se encontraba sobre ellos, marcando el lugar donde el vampiro y el humano se estaban enredando como el segundo de ellos llevaba años deseando. Pese a que su carácter realista le había impedido tomárselo en serio como un deseo real y lo había apartado por la fuerza, sin delicadeza, básicamente como lo hacía casi todo, no iba a hacerle ascos a una oportunidad llovida del cielo o venida de los mares, según se mirara, y planeaba entregarse por completo. Curioso, por cierto, uso de la palabra entregarse cuando en aquel momento el que lo iba a hacer era el vampiro, no él.
Gaspard de Grailly, solitario y egoísta, antisocial y negado para tener en cuenta a alguien que no fuera a sí mismo, tuvo un instante de lucidez entre beso y beso, el único momento en el que se vio capaz de pensar en algo que no fuera la longitud del vampiro entre sus manos, aunque ese algo fuera respirar. El gesto le supuso un esfuerzo que puso todo su cuerpo en jaque y que le marcó cada músculo y cada tendón de un pecho que se había anchado y desarrollado considerablemente con los años, pero aun así encontrarse con la nueva botella de vino en la mano hizo que valiera la pena el movimiento, hasta si parecía venir de su propio vicio, conocido por él desde crío, y no de su auténtico deseo de colaborar.
No ayudó a esa impresión que, al descorchar la botella con un mordisco, el aquitano diera un trago profundo y largo, un preludio de cómo sería lo de después; sí ayudó, por el contrario, que se derramara después parte del líquido por su torso con la idea de que las gotas resbalaran hasta su miembro, y él contribuyó a esa impresión al lamerse la mano y asegurarse de empaparlo, empaparse, bien, hasta quedar resbaladizo y a punto para adentrarse en el mar bravo que era el capitán. Pensado y hecho: con ambos dispuestos, Gaspard, hiperactivo por naturaleza, no consideró factible perder el tiempo ni un instante, y de un momento a otro se encontró estrujándose con la estrechez del capitán apretándose contra él y acercándolo demasiado al final para no haber mordiscos de por medio todavía.
Como si le hubiera leído la mente, y un ser de su naturaleza bien capaz que era de hacerlo, el capitán mordió el pequeño del aquitano, y eso lo disparó de inmediato, obligándolo a moverse como su cuerpo le llevaba exigiendo desde hacía un rato. Con la constante lluvia de vino sobre ambos, el traqueteo de la pasión que dominaba por aquel instante Gaspard y los mordiscos del vampiro, ambos, fantasía y crudísima realidad, se revolcaron en la bodega del barco pirata donde el aquitano jamás había pensado que llegaría a encontrarse, pero donde estaba conociendo un placer que no creía que fuera a repetir jamás... Y mejor, porque algunas cosas era mejor vivirlas una sola vez para no mancillar así su recuerdo con la absurda repetición.
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Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Aquella bodega en la que habían ido a parar sin atisbo alguno de coincidencia acabó desparramada cual metáfora sanguinolenta y húmeda, intacta en el sentido literal sólo porque habría sido un pecado capital contra la obsesión que había hinchada en los ojos del aquitano, al igual que en otras de sus zonas. Una de ellas, a fuego lento, y veloz, y todos sus posibles modos, dentro del sobrenatural responsable de que sangre y vino hubieran unido sus fuerzas comunes aquella noche para convertirse en la perfecta bacanal que llevaba hendidos sus nombres, incluso si todavía desconocían el del otro.
Las entrañas del Skyfall parecían gruñir al unísono de las de su amo y señor, custodiados por mar, viento y madera crujiente, aunque invicta. Las hercúleas figuras se enmarañaron en su continuo duelo de placer, tan enrojecidas entre sí que lo único que diferenciaba el fluido de la vid sobre la piel del mayor de ambos era que de tratarse de sangre, habría que añadirle el negro a la ardiente paleta de colores que no paraban de salirse del dibujo. Una vez, y otra, y otra más…
Endemoniadamente imparables.
Los vampíricos colmillos clavaron sus indispensables escalofríos de urgencia por toda la carne humana necesitada de su intervención, antes y ahora por su culpa. Su Gran Culpa, cuyo tamaño también reprodujeron las embestidas del cazador, hasta que la demencia de sus propios cuerpos tuvo que rematarlos y sumirlos en un mismo agotamiento para que los rayos del sol no acabaran atravesando las rendijas que los conectaban con la realidad. A uno más que al otro.
—Vayamos a mi camarote —dispuso, después de que una hilera inhumana de jadeos masculinos recobraran poco a poco el sentido, cuando en lugar de su voz, ya sólo se escucharon los ronquidos de un dragón que aceptaba visitas—. Allí está todo dispuesto para la llegada del día —aclaró sin más preámbulos, no como una orden, sino como un hecho al que ese joven podía seguir uniéndose o no. Pocas motivaciones había en pretender dirigirle los pasos a quien tanta destreza había demostrado en el interior nada figurado de la bestia. Thibault era un guerrero muy poco ortodoxo en muchos sentidos, y eso incluía tener respeto hacia los que podían matarle, pero también hacia los que podían follarle.
Quizá porque, en su caso, a veces una cosa no se diferenciaba mucho de la otra.
Los súbditos habían seguido a rajatabla los designios del rey soberano, hasta tal punto que ni el comienzo del amanecer, ni la incertidumbre de un regimiento bastaban para cuestionar la ley de sus palabras y regresar a ese terreno momentáneamente vedado que supuestamente también les pertenecía. La rapidez con la que llegaron a su pequeña guarida, con algunos de sus ropajes casi olvidados mejor o peor puestos, se hizo vertiginosamente irreal debido a los efectos todavía presentes de la enajenación que se habían restregado mutuamente. Aun así, allí acabaron, embargados por la tapiada oscuridad de la que precisaban los amaneceres inmortales a aquellas horas del día, víctimas únicamente de la eficiente calidez de las velas que recreaban una iluminación lo bastante ambiental para saciar sus miradas, todavía curiosas ante aquella revelación entre pasado y futuro que sólo podía resolver el presente.
Asegurándose de que su invitado tampoco paraba quieto por los muchos tesoros de aquella nueva gruta, Thibault no se molestó ni en considerar que la otra silla aparte del trono de madera que custodiaba su característico escritorio recibiera algún tipo de peso. De modo que, por su parte, se recostó sobre el borde de la mesa y dispuso dos copas de la reserva de vino que guardaba en aquellos cajones. El único que no podría haber encontrado en los dominios de su bodega.
—No iba a dejar que te fueras sin que le hubieras dado un sorbo a lo mejor de este ¿humilde navío? —le agasajó con una contención que sonaba estrepitosamente imposible en boca de un hombre de su demostrada magnificencia, por mucho que le cediera honestamente toda la cátedra del jugo de la uva a un —obseso— entendido, y dirigió la segunda copa hacia éste para que la agarrara cuando así lo quisiera su hiperactividad. Aunque para hacer gala de lo mucho que le permitía el vampirismo adaptarse a la velocidad de su trastorno, en un abrir y cerrar de ojos el curioso humano tuvo a ese pelirrojo frente a sus acelerados pasos, bebiendo directamente de sus filias. Otra vez— ¿No has soñado nunca con enrolarte en una tripulación de piratas a la antigua usanza? Por si le has cogido el gusto a eso de sodomizar fantasías. Al Skyfall tampoco le vendría mal alguien como tú, aunque fuera durante un período corto.
Las entrañas del Skyfall parecían gruñir al unísono de las de su amo y señor, custodiados por mar, viento y madera crujiente, aunque invicta. Las hercúleas figuras se enmarañaron en su continuo duelo de placer, tan enrojecidas entre sí que lo único que diferenciaba el fluido de la vid sobre la piel del mayor de ambos era que de tratarse de sangre, habría que añadirle el negro a la ardiente paleta de colores que no paraban de salirse del dibujo. Una vez, y otra, y otra más…
Endemoniadamente imparables.
Los vampíricos colmillos clavaron sus indispensables escalofríos de urgencia por toda la carne humana necesitada de su intervención, antes y ahora por su culpa. Su Gran Culpa, cuyo tamaño también reprodujeron las embestidas del cazador, hasta que la demencia de sus propios cuerpos tuvo que rematarlos y sumirlos en un mismo agotamiento para que los rayos del sol no acabaran atravesando las rendijas que los conectaban con la realidad. A uno más que al otro.
—Vayamos a mi camarote —dispuso, después de que una hilera inhumana de jadeos masculinos recobraran poco a poco el sentido, cuando en lugar de su voz, ya sólo se escucharon los ronquidos de un dragón que aceptaba visitas—. Allí está todo dispuesto para la llegada del día —aclaró sin más preámbulos, no como una orden, sino como un hecho al que ese joven podía seguir uniéndose o no. Pocas motivaciones había en pretender dirigirle los pasos a quien tanta destreza había demostrado en el interior nada figurado de la bestia. Thibault era un guerrero muy poco ortodoxo en muchos sentidos, y eso incluía tener respeto hacia los que podían matarle, pero también hacia los que podían follarle.
Quizá porque, en su caso, a veces una cosa no se diferenciaba mucho de la otra.
Los súbditos habían seguido a rajatabla los designios del rey soberano, hasta tal punto que ni el comienzo del amanecer, ni la incertidumbre de un regimiento bastaban para cuestionar la ley de sus palabras y regresar a ese terreno momentáneamente vedado que supuestamente también les pertenecía. La rapidez con la que llegaron a su pequeña guarida, con algunos de sus ropajes casi olvidados mejor o peor puestos, se hizo vertiginosamente irreal debido a los efectos todavía presentes de la enajenación que se habían restregado mutuamente. Aun así, allí acabaron, embargados por la tapiada oscuridad de la que precisaban los amaneceres inmortales a aquellas horas del día, víctimas únicamente de la eficiente calidez de las velas que recreaban una iluminación lo bastante ambiental para saciar sus miradas, todavía curiosas ante aquella revelación entre pasado y futuro que sólo podía resolver el presente.
Asegurándose de que su invitado tampoco paraba quieto por los muchos tesoros de aquella nueva gruta, Thibault no se molestó ni en considerar que la otra silla aparte del trono de madera que custodiaba su característico escritorio recibiera algún tipo de peso. De modo que, por su parte, se recostó sobre el borde de la mesa y dispuso dos copas de la reserva de vino que guardaba en aquellos cajones. El único que no podría haber encontrado en los dominios de su bodega.
—No iba a dejar que te fueras sin que le hubieras dado un sorbo a lo mejor de este ¿humilde navío? —le agasajó con una contención que sonaba estrepitosamente imposible en boca de un hombre de su demostrada magnificencia, por mucho que le cediera honestamente toda la cátedra del jugo de la uva a un —obseso— entendido, y dirigió la segunda copa hacia éste para que la agarrara cuando así lo quisiera su hiperactividad. Aunque para hacer gala de lo mucho que le permitía el vampirismo adaptarse a la velocidad de su trastorno, en un abrir y cerrar de ojos el curioso humano tuvo a ese pelirrojo frente a sus acelerados pasos, bebiendo directamente de sus filias. Otra vez— ¿No has soñado nunca con enrolarte en una tripulación de piratas a la antigua usanza? Por si le has cogido el gusto a eso de sodomizar fantasías. Al Skyfall tampoco le vendría mal alguien como tú, aunque fuera durante un período corto.
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Todas las fantasías de las que se alimentaba el fetichismo del aquitano habían tenido su origen en un punto muy concreto, en un acto que lo era todavía más, y él había representado una parte con un talento abrumador, ¡sorpresa! Cuando salió de su pequeño pueblo, Gaspard no había creído que fuera a encontrarse de nuevo con aquel vampiro, mucho menos que fuera a acordarse de él y aún menos que fuera a terminar revolcándose con él en su barco, pero ¿desde cuándo había pretendido ver él el futuro? Ni siquiera con su caótica costumbre de buscar estrategia en todo lo que hacía, pese a su volatilidad, lo había previsto, pero ¿importaba eso? En absoluto.
Como hiperactivo, el aquitano estaba muy acostumbrado a improvisar, ¡qué remedio le quedaba si a veces ni siquiera él mismo sabía lo que iba a hacer a continuación! Eso, por supuesto, tenía como consecuencia una flexibilidad bastante notable por su parte, que por cierto también se le notó en los movimientos con los que el vicioso Gaspard llegó al maldito orgasmo con el vampiro centenario que lo había elegido como carnada para aquella noche; no había mal que por bien no viniera, o algo así. Si difícilmente se podía seguir la senda de los pensamientos del resurreccionista en condiciones normales, recién revolcado mucho menos, y él era tan práctico que difícilmente lo intentaba.
Lo que sí que hizo fue escuchar al vampiro, aún en un silencio que antes sólo había roto con gemidos y gruñidos roncos que indicaban un placer que él no ocultaría jamás, puesto que en su opinión resultaba una absoluta tontería contenerse cuando, de todas maneras, la Iglesia ya lo detestaba por lo que hacía, ¿qué importaba añadir más leña al maldito fuego? Y no sólo lo escuchó, sino que también asintió y se cubrió de forma totalmente descuidada para dirigirse al camarote secreto del chupasangres (y lo que no eran sangres... él lo había comprobado en sus carnes, nunca mejor dicho) con un aspecto que se alejaba infinitamente de su vulgaridad fingida habitual.
Gaspard no era elegante, pero sí parecía magnífico así, con harapos que dejaban a la vista mucho de su piel pálida y pecosa y aún más de ese cuerpo escultórico suyo donde el vino y la sangre se habían mezclado y le decoraban la tez lechosa con un tono llamativo, casi tanto como sus inquisitivos ojos verdes. Éstos últimos, por cierto, no perdieron el más mínimo detalle del camarote del capitán, y como no podía ser de otra manera se puso a curiosear de inmediato, con la atención rápidamente volándole de un sitio a otro sin pararse demasiado en ninguno y, de alguna forma, el sexto sentido que había desarrollado como cazador pendiente del vampiro.
Por eso no se sorprendió cuando Thibault le ofreció el vino, delante de él de repente. Pese a que habitualmente tuviera una expresividad tan considerable que podía incluso tildarse de enfermiza, la rapidez sobrehumana de la criatura a la que habría cazado si hubiera amenazado su vida en serio durante algún momento no le provocó ni una sombra de sonrisa, nada salvo una mirada inquisitiva de los faroles de sus ojos, clavados en los también claros del vampiro. Así, sin mirar, aunque con cuidado suficiente para no derramar el vino, Gaspard dio un buen trago en el que se vio a la perfección su experiencia en la materia de catarlo, y cuando le dio el visto bueno dejó salir el aire y chasqueó la lengua.
– Ni de broma. – respondió. Su crudeza se debía únicamente a sus palabras, no al tono casi aburrido con el que lo dijo, como si le estuviera preguntando qué demonios pretendía al querer saber algo tan evidente, ¡estúpido! – Ser parte de una tripulación implica escuchar órdenes, y yo odio que me ordenen. – respondió. Al agarrar la copa de vino como lo hacía y con la intensidad de su mirada, cualquier otro lo habría tenido por algún tipo de demente, y aunque muchos, incluso en su familia, lo habían considerado como tal, para alguien como Thibault era fácil ver que simplemente estaba pensando a su endiablado ritmo habitual, nada más y nada menos.
– No sé mucho de barcos ni nada, pero sois muchos y no podéis organizaros cada uno a lo vuestro y aun así mantener el estatus de leyenda del barco y del capitán: alguien manda. – razonó. Le era muy fácil usar la lógica para rellenar los huecos que dejaba su falta de conocimiento en alguna materia, como aquella, y por eso su deducción pareció límpida, desde luego muchísimo más que él, manchado de vampiro y de vino por igual. – Pero si se me paga, puedo hacer favores ocasionales. – consideró, y su cuello se torció ligeramente hacia el vampiro, dándole una expresión bien extraña, casi animal, al hacerlo. – ¿De qué estaríamos hablando? ¿Robar cosas? Se me da bien. Pero tratar con la gente no, me caen mal casi todos. – apuntilló.
Como hiperactivo, el aquitano estaba muy acostumbrado a improvisar, ¡qué remedio le quedaba si a veces ni siquiera él mismo sabía lo que iba a hacer a continuación! Eso, por supuesto, tenía como consecuencia una flexibilidad bastante notable por su parte, que por cierto también se le notó en los movimientos con los que el vicioso Gaspard llegó al maldito orgasmo con el vampiro centenario que lo había elegido como carnada para aquella noche; no había mal que por bien no viniera, o algo así. Si difícilmente se podía seguir la senda de los pensamientos del resurreccionista en condiciones normales, recién revolcado mucho menos, y él era tan práctico que difícilmente lo intentaba.
Lo que sí que hizo fue escuchar al vampiro, aún en un silencio que antes sólo había roto con gemidos y gruñidos roncos que indicaban un placer que él no ocultaría jamás, puesto que en su opinión resultaba una absoluta tontería contenerse cuando, de todas maneras, la Iglesia ya lo detestaba por lo que hacía, ¿qué importaba añadir más leña al maldito fuego? Y no sólo lo escuchó, sino que también asintió y se cubrió de forma totalmente descuidada para dirigirse al camarote secreto del chupasangres (y lo que no eran sangres... él lo había comprobado en sus carnes, nunca mejor dicho) con un aspecto que se alejaba infinitamente de su vulgaridad fingida habitual.
Gaspard no era elegante, pero sí parecía magnífico así, con harapos que dejaban a la vista mucho de su piel pálida y pecosa y aún más de ese cuerpo escultórico suyo donde el vino y la sangre se habían mezclado y le decoraban la tez lechosa con un tono llamativo, casi tanto como sus inquisitivos ojos verdes. Éstos últimos, por cierto, no perdieron el más mínimo detalle del camarote del capitán, y como no podía ser de otra manera se puso a curiosear de inmediato, con la atención rápidamente volándole de un sitio a otro sin pararse demasiado en ninguno y, de alguna forma, el sexto sentido que había desarrollado como cazador pendiente del vampiro.
Por eso no se sorprendió cuando Thibault le ofreció el vino, delante de él de repente. Pese a que habitualmente tuviera una expresividad tan considerable que podía incluso tildarse de enfermiza, la rapidez sobrehumana de la criatura a la que habría cazado si hubiera amenazado su vida en serio durante algún momento no le provocó ni una sombra de sonrisa, nada salvo una mirada inquisitiva de los faroles de sus ojos, clavados en los también claros del vampiro. Así, sin mirar, aunque con cuidado suficiente para no derramar el vino, Gaspard dio un buen trago en el que se vio a la perfección su experiencia en la materia de catarlo, y cuando le dio el visto bueno dejó salir el aire y chasqueó la lengua.
– Ni de broma. – respondió. Su crudeza se debía únicamente a sus palabras, no al tono casi aburrido con el que lo dijo, como si le estuviera preguntando qué demonios pretendía al querer saber algo tan evidente, ¡estúpido! – Ser parte de una tripulación implica escuchar órdenes, y yo odio que me ordenen. – respondió. Al agarrar la copa de vino como lo hacía y con la intensidad de su mirada, cualquier otro lo habría tenido por algún tipo de demente, y aunque muchos, incluso en su familia, lo habían considerado como tal, para alguien como Thibault era fácil ver que simplemente estaba pensando a su endiablado ritmo habitual, nada más y nada menos.
– No sé mucho de barcos ni nada, pero sois muchos y no podéis organizaros cada uno a lo vuestro y aun así mantener el estatus de leyenda del barco y del capitán: alguien manda. – razonó. Le era muy fácil usar la lógica para rellenar los huecos que dejaba su falta de conocimiento en alguna materia, como aquella, y por eso su deducción pareció límpida, desde luego muchísimo más que él, manchado de vampiro y de vino por igual. – Pero si se me paga, puedo hacer favores ocasionales. – consideró, y su cuello se torció ligeramente hacia el vampiro, dándole una expresión bien extraña, casi animal, al hacerlo. – ¿De qué estaríamos hablando? ¿Robar cosas? Se me da bien. Pero tratar con la gente no, me caen mal casi todos. – apuntilló.
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Re: Davy Jones {Privado} {+18}
A menudo, los ojos de quien había fantaseado al otro lado de su pétrea expresión eran los mejores para conocer las verdades más profundas de toda una raza sobrenatural. Thibault había visto el reflejo de su identidad a través de aquella mirada circunspecta, pero nada indiferente, y la humanidad de su portador, aunque palideciera ante la inmortalidad, le parecía tan respetable como lo mucho que Gaspard la había retorcido contra él.
Muchos hombres, por su educación, tenían el problema de amarrar sus sentidos y creer que correrse y luego dar rienda suelta a sus problemas, que acostarse con cualquiera con quien sintieran la más mínima conexión, era 'gestión emocional'. Sabía que algunos seres masculinos, a lo largo de su azarosa vida, habrían tenido más sexo con sus traumas que con personas que importasen, o a las que ellos les importasen. Afortunadamente, por muy vampiro pirata y cazador hiperactivo que fuesen, sabía también que no era el caso de ellos dos, ni ningún caso en general, por lo menos en lo que al pelirrojo respectaba. Lo bueno de cualquier sujeto con una sexualidad alejada de la normativa era que rara vez encajaban en aquel modelo constante, tóxico y aburrido del que él había huido con más rapidez que de la ley durante todos aquellos siglos. Y no haber tenido que encontrárselo ni comérselo entre las piernas de su interlocutor había sido, paradójicamente, un alivio.
Más allá de la fantasía, el mito y el choque de reencuentros entre vino y sangre, quizá no se conocieran todavía, pero tampoco iban precisamente mal encaminados. O navegados, capitaneados por el influjo de la urgencia y el éxtasis del que tampoco se habían despegado del todo a pesar de que sus cuerpos se hubieran dado un respiro.
—Lástima —comentó ante su primera negativa, le habría gustado, efectivamente, darle órdenes desde una perspectiva claramente fetichista, no irrespetuosa ni mucho menos abusiva, y su sonrisa no tenía forma de camuflar que el mando de la nave claramente lo llevaba él. Ni siquiera cuando ya había tenido de refuerzo el solo hecho de que docenas y docenas de asesinos, ladrones y forajidos de todas las partes del mundo despejaran un espacio tan inmenso como aquel barco sólo para él y el completo desconocido a su lado.
Sin embargo, Thibault continuó recorriéndole de arriba abajo con encantada curiosidad cuando escuchó que a la negativa le seguía otra propuesta más adaptada a los pareceres de ambos. Un acuerdo entre dos mundos que acababan de retozar en honor a la desvergüenza y las filias más impúdicas. Aquella idea le gustó para empezar, incluso si muchos empresarios, contrarios a su decisión, se servirían de la expresión de 'no cagar donde comías', Black Blood se cagaba más bien en aquellas formalidades incubadas por la arrogancia y la hipocresía más bananeras. Y de paso, se comía también a unos cuantos de aquellos palurdos sin parpadear, como lo que habría necesitado esa misma noche de no ser por la… eficiente intervención del joven que ahora llenaba sus aposentos personales de aquí para allá a un ritmo frenético.
—Sí, en cuanto nos he procurado la total intimidad del Skyfall creo que tú has podido comprobar —el doble sentido imposible de desaprovechar— quién manda aquí. Pero respeto tu postura, créeme que no soy partidario de corromper a las almas solitarias, en tu caso sólo estaba siendo egoísta; un momento de debilidad lo tiene hasta el más curtido.
La honestidad nunca lo había avergonzado, así que no iba a empezar a hacerlo delante de mancebos inquietos que surgían del agua para humedecer las entrañas del pirata en más de un aspecto. Si acaso, era motivo para practicarlo con más ahínco, pues de allí podía salir una unión interesante.
—Ah, ladrones… aquí has ido a dar con la horma de tu zapato —respondió a la inclinación animal del cuello del chico con la misma agudeza salvaje—. Bueno, eso depende de lo que robes, además de corazones. ¿Puedes hacer eso literalmente? —aprovechó las ventajas de la broma para divagar sobre las muchas posibilidades que abarcaba ese campo que por fin podía asociarle— De aspectos materiales, como el oro y la plata, ya vamos servidos, pero en la mayoría de puertos no somos tan discretos como nos gustaría y en cualquier caso, te sorprendería lo que se puede hacer en el mercado con las baratijas del cuerpo humano. O no, a alguien tan avispado no creo que le sorprendiera todo eso. Háblame de lo que estás dispuesto a robar y de lo que limita tu moral, es lo más prudente cuando vas a tratar con un grupo marginado que apenas presta atención a esos detallitos sociales, incluso si tú aquí acabas de demostrar de todo, menos prudencia. ¡Pero menudo 'anfitrión' estaría siendo si te negara la simple opción!
Cercano adonde él se movía ahora, recostó su silueta sobre una de las suntuosas estanterías que separaban más libros y cachivaches a través del cristal y la madera vetusta, y dio un nuevo trago al vino antes de añadir: '¿Cómo sería apropiado llamarte, ahora que vamos a iniciar esta asociación? Aunque 'ojazos' te describe bastante bien, no creo que tus padres fueran tan gráficos como mis instintos…'
Muchos hombres, por su educación, tenían el problema de amarrar sus sentidos y creer que correrse y luego dar rienda suelta a sus problemas, que acostarse con cualquiera con quien sintieran la más mínima conexión, era 'gestión emocional'. Sabía que algunos seres masculinos, a lo largo de su azarosa vida, habrían tenido más sexo con sus traumas que con personas que importasen, o a las que ellos les importasen. Afortunadamente, por muy vampiro pirata y cazador hiperactivo que fuesen, sabía también que no era el caso de ellos dos, ni ningún caso en general, por lo menos en lo que al pelirrojo respectaba. Lo bueno de cualquier sujeto con una sexualidad alejada de la normativa era que rara vez encajaban en aquel modelo constante, tóxico y aburrido del que él había huido con más rapidez que de la ley durante todos aquellos siglos. Y no haber tenido que encontrárselo ni comérselo entre las piernas de su interlocutor había sido, paradójicamente, un alivio.
Más allá de la fantasía, el mito y el choque de reencuentros entre vino y sangre, quizá no se conocieran todavía, pero tampoco iban precisamente mal encaminados. O navegados, capitaneados por el influjo de la urgencia y el éxtasis del que tampoco se habían despegado del todo a pesar de que sus cuerpos se hubieran dado un respiro.
—Lástima —comentó ante su primera negativa, le habría gustado, efectivamente, darle órdenes desde una perspectiva claramente fetichista, no irrespetuosa ni mucho menos abusiva, y su sonrisa no tenía forma de camuflar que el mando de la nave claramente lo llevaba él. Ni siquiera cuando ya había tenido de refuerzo el solo hecho de que docenas y docenas de asesinos, ladrones y forajidos de todas las partes del mundo despejaran un espacio tan inmenso como aquel barco sólo para él y el completo desconocido a su lado.
Sin embargo, Thibault continuó recorriéndole de arriba abajo con encantada curiosidad cuando escuchó que a la negativa le seguía otra propuesta más adaptada a los pareceres de ambos. Un acuerdo entre dos mundos que acababan de retozar en honor a la desvergüenza y las filias más impúdicas. Aquella idea le gustó para empezar, incluso si muchos empresarios, contrarios a su decisión, se servirían de la expresión de 'no cagar donde comías', Black Blood se cagaba más bien en aquellas formalidades incubadas por la arrogancia y la hipocresía más bananeras. Y de paso, se comía también a unos cuantos de aquellos palurdos sin parpadear, como lo que habría necesitado esa misma noche de no ser por la… eficiente intervención del joven que ahora llenaba sus aposentos personales de aquí para allá a un ritmo frenético.
—Sí, en cuanto nos he procurado la total intimidad del Skyfall creo que tú has podido comprobar —el doble sentido imposible de desaprovechar— quién manda aquí. Pero respeto tu postura, créeme que no soy partidario de corromper a las almas solitarias, en tu caso sólo estaba siendo egoísta; un momento de debilidad lo tiene hasta el más curtido.
La honestidad nunca lo había avergonzado, así que no iba a empezar a hacerlo delante de mancebos inquietos que surgían del agua para humedecer las entrañas del pirata en más de un aspecto. Si acaso, era motivo para practicarlo con más ahínco, pues de allí podía salir una unión interesante.
—Ah, ladrones… aquí has ido a dar con la horma de tu zapato —respondió a la inclinación animal del cuello del chico con la misma agudeza salvaje—. Bueno, eso depende de lo que robes, además de corazones. ¿Puedes hacer eso literalmente? —aprovechó las ventajas de la broma para divagar sobre las muchas posibilidades que abarcaba ese campo que por fin podía asociarle— De aspectos materiales, como el oro y la plata, ya vamos servidos, pero en la mayoría de puertos no somos tan discretos como nos gustaría y en cualquier caso, te sorprendería lo que se puede hacer en el mercado con las baratijas del cuerpo humano. O no, a alguien tan avispado no creo que le sorprendiera todo eso. Háblame de lo que estás dispuesto a robar y de lo que limita tu moral, es lo más prudente cuando vas a tratar con un grupo marginado que apenas presta atención a esos detallitos sociales, incluso si tú aquí acabas de demostrar de todo, menos prudencia. ¡Pero menudo 'anfitrión' estaría siendo si te negara la simple opción!
Cercano adonde él se movía ahora, recostó su silueta sobre una de las suntuosas estanterías que separaban más libros y cachivaches a través del cristal y la madera vetusta, y dio un nuevo trago al vino antes de añadir: '¿Cómo sería apropiado llamarte, ahora que vamos a iniciar esta asociación? Aunque 'ojazos' te describe bastante bien, no creo que tus padres fueran tan gráficos como mis instintos…'
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2016
Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
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Re: Davy Jones {Privado} {+18}
Los ojos insultantemente verdes del aquitano, que podrían hacer sentir envidia hasta a un bosque de los que en Francia había a patadas, no paraban quietos, aunque en su defensa había que decir que era la única parte del cuerpo que Gaspard estaba moviendo, ¡un auténtico logro por su parte! Le era absolutamente imposible mantener una quietud absoluta, siempre tenía que haber algo, alguna parte de su cuerpo, desde un dedo del pie hasta toda su férrea y escultórica composición, que debía poner los músculos en activo y en funcionamiento, pero el hecho de que sólo su mirada estuviera vagando era un logro cuyo protagonista tenía nombre, Thibault, aunque no era como si Gaspard le fuera a dar una medalla por eso, o algo. Ya tenía suficientes, ¿para qué acaparar más?
Así pues, con la atención puesta en los mil sitios de rigor habituales, Gaspard escuchó las palabras del capitán, el sonido del agua rompiendo contra la madera del buque, los tablones crujiendo con esos ruidos naturales que suponía que había un barco y casi, si se concentraba lo suficiente, el vino en sus barricas, pero eso a lo mejor era culpa suya y de sus fantasías. Aunque no fuera un vampiro, ni ganas, Gaspard de Grailly se había entrenado como cazador desde muy joven y con uno de los mejores, por lo que sus sentidos eran mejor que los de muchos humanos que no sabían bien cómo utilizarlos, y por eso era capaz de captar cosas que a muchos, la verdad, le darían lo mismo, pero no así a él, siempre pendiente de cualquier posible salida de situaciones peligrosas, como no dejaba de serlo aquella por la naturaleza del inmortal.
– Moral. – escupió, y se rio de forma genuina, aunque un poco cruel, a continuación. Su risa, como solía serlo su tono, era excéntrica, francamente extraña; parecía que el aquitano sintiera demasiadas cosas a la vez en esa cabecita caótica suya y lo mismo podía ser ese el motivo de la extrañeza del sonido, pero ¿quién sabía?, porque él desde luego que no. Así pues, su musicalmente tétrica carcajada fue su propia reacción a un chiste que en realidad no era tal para nadie que no fuera él, pero a Gaspard de Grailly jamás le había importado lo que pensaran de él, de modo que ni se inmutó por la posible reacción del capitán ni, tampoco, esperó o se detuvo para verla. Pudo atisbarla cuando paró y su rostro volvió casi a la normalidad, excepto por esa sonrisa maliciosa que tenía dibujada en los labios finos.
– Me he revolcado con un vampiro centenario en su galeón pirata después de muchos años sintiendo placer sólo cuando me hincan los colmillos hasta el fondo. ¿Crees que tengo algo parecido a un límite en cuestión de robar, capitán? – preguntó. En contraste con la carcajada anterior, su tono ahora fue un ejercicio de ironía casi de manual, una muestra de la inteligencia y la capacidad del aquitano de socializar con personas de nivel intelectual algo si es que en algún momento quisiera poner el más mínimo interés en hacerlo; como no quería, se seguía manteniendo arisco, ignorante y antisocial, ¡y a mucha honra! De todas maneras, seguía prefiriendo los cadáveres antes que los vivos, y los muertos ni hablaban ni le exigían que lo hiciera, así que tanto mejor para él en sus odiseas futuras.
– Robo muertos, capitán. Cadáveres. Cuanto más frescos, mejor, porque nadie que los estudia los quiere podridos, pero hay gente menos exquisita a la que le da igual el estado, y a mí me importa aún menos siempre y cuando me paguen a cambio. – explicó. Nunca se había avergonzado, aunque su profesión le trajera a cambio un sinnúmero de problemas relacionados casi todos con la Inquisición, y desde luego que no tenía la más mínima intención de empezar entonces, ante la perspectiva de una posible oportunidad laboral. – Suelo robarlos enteros, pero me da igual despiezarlos si te apetece algún órgano en concreto; me los conozco todos. – afirmó. Hubo un matiz de oscura satisfacción en su voz que se debía a ese conocimiento que había adquirido él, por su cuenta, sin ningún maestro que le enseñara; puro orgullo del siempre orgulloso aquitano.
– Lo demás son juegos de niños, también son cosas sencillas. Me da igual, siempre me ha importado muy poco si es un muerto o un puñado de francos o un barco hundido. – reconoció. Tal vez al principio de su vida, cuando aún se encontraba bajo la influencia de la poderosísima familia de Grailly, le hubiera importado llegar a semejantes extremos, pero bien pronto se le había pasado la tontería, antes incluso de tener que desvestirse de toda moral para poder sobrevivir, y en su opinión el cambio había sido a mejor. Cuantas menos cosas le limitaran, hasta si venían de sí mismo, pues tanto mejor, más libertad como esa que él adoraba por encima de todo. – Mis padres me llamaron Gaspard Henri de Grailly. Con Gaspard me sirve. – añadió.
Así pues, con la atención puesta en los mil sitios de rigor habituales, Gaspard escuchó las palabras del capitán, el sonido del agua rompiendo contra la madera del buque, los tablones crujiendo con esos ruidos naturales que suponía que había un barco y casi, si se concentraba lo suficiente, el vino en sus barricas, pero eso a lo mejor era culpa suya y de sus fantasías. Aunque no fuera un vampiro, ni ganas, Gaspard de Grailly se había entrenado como cazador desde muy joven y con uno de los mejores, por lo que sus sentidos eran mejor que los de muchos humanos que no sabían bien cómo utilizarlos, y por eso era capaz de captar cosas que a muchos, la verdad, le darían lo mismo, pero no así a él, siempre pendiente de cualquier posible salida de situaciones peligrosas, como no dejaba de serlo aquella por la naturaleza del inmortal.
– Moral. – escupió, y se rio de forma genuina, aunque un poco cruel, a continuación. Su risa, como solía serlo su tono, era excéntrica, francamente extraña; parecía que el aquitano sintiera demasiadas cosas a la vez en esa cabecita caótica suya y lo mismo podía ser ese el motivo de la extrañeza del sonido, pero ¿quién sabía?, porque él desde luego que no. Así pues, su musicalmente tétrica carcajada fue su propia reacción a un chiste que en realidad no era tal para nadie que no fuera él, pero a Gaspard de Grailly jamás le había importado lo que pensaran de él, de modo que ni se inmutó por la posible reacción del capitán ni, tampoco, esperó o se detuvo para verla. Pudo atisbarla cuando paró y su rostro volvió casi a la normalidad, excepto por esa sonrisa maliciosa que tenía dibujada en los labios finos.
– Me he revolcado con un vampiro centenario en su galeón pirata después de muchos años sintiendo placer sólo cuando me hincan los colmillos hasta el fondo. ¿Crees que tengo algo parecido a un límite en cuestión de robar, capitán? – preguntó. En contraste con la carcajada anterior, su tono ahora fue un ejercicio de ironía casi de manual, una muestra de la inteligencia y la capacidad del aquitano de socializar con personas de nivel intelectual algo si es que en algún momento quisiera poner el más mínimo interés en hacerlo; como no quería, se seguía manteniendo arisco, ignorante y antisocial, ¡y a mucha honra! De todas maneras, seguía prefiriendo los cadáveres antes que los vivos, y los muertos ni hablaban ni le exigían que lo hiciera, así que tanto mejor para él en sus odiseas futuras.
– Robo muertos, capitán. Cadáveres. Cuanto más frescos, mejor, porque nadie que los estudia los quiere podridos, pero hay gente menos exquisita a la que le da igual el estado, y a mí me importa aún menos siempre y cuando me paguen a cambio. – explicó. Nunca se había avergonzado, aunque su profesión le trajera a cambio un sinnúmero de problemas relacionados casi todos con la Inquisición, y desde luego que no tenía la más mínima intención de empezar entonces, ante la perspectiva de una posible oportunidad laboral. – Suelo robarlos enteros, pero me da igual despiezarlos si te apetece algún órgano en concreto; me los conozco todos. – afirmó. Hubo un matiz de oscura satisfacción en su voz que se debía a ese conocimiento que había adquirido él, por su cuenta, sin ningún maestro que le enseñara; puro orgullo del siempre orgulloso aquitano.
– Lo demás son juegos de niños, también son cosas sencillas. Me da igual, siempre me ha importado muy poco si es un muerto o un puñado de francos o un barco hundido. – reconoció. Tal vez al principio de su vida, cuando aún se encontraba bajo la influencia de la poderosísima familia de Grailly, le hubiera importado llegar a semejantes extremos, pero bien pronto se le había pasado la tontería, antes incluso de tener que desvestirse de toda moral para poder sobrevivir, y en su opinión el cambio había sido a mejor. Cuantas menos cosas le limitaran, hasta si venían de sí mismo, pues tanto mejor, más libertad como esa que él adoraba por encima de todo. – Mis padres me llamaron Gaspard Henri de Grailly. Con Gaspard me sirve. – añadió.
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