Gina Kirițescu ID

Hermosa y letal, esos son los dos adjetivos que mejor describen a Gina. No hay nada que la detenga ni que se cruce en su camino cuando se encuentra haciendo lo que nació para hacer, cazar a todas las bestias y monstruos que habitan las calles y moradas de Francia. En ella no hay duda alguna ni conciencia que le impida acabar con cada uno de ellos.

De mente fría, es buena para pensar con rapidez y para reaccionar en todo tipo de situaciones. Es primero alguien de acción y luego estratega, porque se deja llevar por sus impulsos viscerales y por su intuición con más rapidez de la que le toma sentarse a pensar en estratagemas, aunque en caso de tener que hacer lo último también lo haría, siempre y cuando sus reacciones no la lleven a actuar primero.

Es bastante buena para los negocios precisamente por esa misma mente fría que le permite mantenerse impávida ante la competencia y de esa manera salir ganando a pesar de los obstáculos. Por lo que su misma independencia y manera de pensar le llevan a querer hacerse cargo de todo ella misma sin delegar en nadie.

Es muy observadora, bastante capaz de recordar pequeños detalles que a otros pueden pasarles por alto. Memoriza nombres con rapidez y nunca olvida un rostro aunque solo le haya contemplado brevemente.

Le cuesta confiar en otros, son pocos en los que ha confiado a lo largo de su vida. Por lo mismo no es abierta a las relaciones permanentes, prefiere las efímeras. No es de extrañar que sea la primera en abandonar el lecho tras una noche de un encuentro fugaz. No se siente capaz de conectar con otra persona, y si eso llegara a suceder, sería una razón mayor para abandonar el lugar con mayor rapidez.




Nací en un pequeño poblado de Brașov, Transilvania, veinticuatro años atrás, muy cerca del castillo de Bran, antigua morada de Vlad el empalador. Durante mis primeros años no conocí más que miseria. Vi a muchas personas a mi alrededor morir debido al hambre y la pobreza. Mi única amiga, era una niña de mi edad, Alina. Salir a jugar con ella era mi escape, entre risas y fantasías nos imaginábamos conquistando el mundo, ella fue mi apoyo y yo el suyo, y aunque no nos unía ningún lazo sanguíneo éramos tan unidas como si hubiésemos sido verdaderas hermanas.

A mi padre no lo conocí, falleció antes de mi nacimiento, y madre volvió a casarse cuando yo tenía doce años. Mi padrastro tenía un temperamento de los mil demonios y nos maltrataba a menudo. Una noche en que se desquitaba con mi madre hice acopio de valor y me alcé contra él golpeándolo en la cabeza con el primer objeto que encontré a mi alcance, haciéndolo sangrar profusamente. Su cuerpo yacía sobre el suelo cuando madre entre lágrimas me pidió disculpas por la vida a la que me había arrastrado y me pidió que huyera. Dijo que debía buscar una vida mejor, una que ella no podría darme, que debía escapar ahora que podía pues de recuperarse mi padrastro ella no podría defenderme de él.

Asustada y preocupada por madre me resistí a marcharme pero ella insistió en que debía hacerlo. Me marché entonces, tras jurarle que regresaría por ella, pero para ese entonces madre había contraído la peste blanca y le quedaba poco tiempo de vida. Con unas muy escasas provisiones y agua abandoné el que siempre conocí como mi hogar.

Inicié el camino y fue a lo largo de este cuando en medio de la noche tuve mi primer encuentro con uno de esos monstruos de los que hablaban las leyendas. Excepto que en un inicio no parecía un monstruo, si no un hombre de piel extraordinariamente blanca que me llamó, hipnotizándome con su singular belleza. Aún recuerdo la transfiguración de su rostro y sus ojos refulgiendo el color de la sangre en el momento en el que clavó sus colmillos en mi cuello, la forma en que fui perdiendo las fuerzas, segura de que moriría. Lo hubiera hecho de no ser por la intervención de otro hombre, un cazador que acabó con el vampiro y me cargó en brazos llevándome a su morada, adonde se hizo cargo de mi.

Transcurrieron varios días antes de que recuperara del todo las fuerzas. El cazador me alimentó y me acogió, nos encontrábamos en un refugio con otros cazadores. Allí fue cuando aprendí sobre ellos, sobre lo que hacían y cuando por primera vez les vi entrenar. Después de algunas semanas regresé a mi poblado y mis vecinos me comunicaron que mi madre había fallecido. Derramé lágrimas amargas por ella y mi padrastro acudió a reclamarme como de su propiedad pero Constantin, el cazador, se negó a entregarme. No sé exactamente de que forma lo amenazó pero al final del día me marchaba con él.

No regresamos al refugio de cazadores, nos dirigimos a Bucarest. Constantin me adoptó y así fue como tomé su apellido, Kirițescu. Por primera vez en la vida me sentí segura, tenía mucho más de lo que alguna vez tuve, un techo sobre mi cabeza, ropa, tres comidas al día. Después me enteraría de que Constantin era el dueño de un emporio, su esposa había sido asesinada por inmortales unos meses atrás y nunca tuvieron hijos.

Tenía dieciséis años cuando volví a ver a Alina. La vi en una noche brumosa y fue mi mano la que clavó una estaca en su pecho cuando se lanzó contra mi intentando alimentarse. Era una neófita a la que habían abandonado a su suerte. Intenté hacerla entrar en razón pero en ella ya no existía nada de lo que alguna vez fue, el vampirismo se había llevado toda su humanidad. Al regresar a casa le pedí a mi padre que me enseñara todo lo que sabía para acabar con los demonios nocturnos, y al día siguiente comenzó mi entrenamiento.

Con el transcurso de los años Constantin se había ocupado de mi educación, buscó los mejores tutores para mi y con el tiempo viajamos a Francia, adonde nos establecimos debido a sus negocios de los cuales fui aprendiendo absolutamente todo. Una noche cuando regresaba a casa encontré a mi padre en los peldaños de la entrada desangrándose. Falleció en mis brazos, un grupo de vampiros al que le seguíamos la pista había acabado con su vida. Después de su fallecimiento entré en un estado de aturdimiento y furia que únicamente se vio apaciguada al salir a cazar a todos los responsables. Solo el verles morir me apaciguaba, de eso hace dos semanas.

Constantin me nombró heredera de todos sus bienes pero dejó una clausula en su testamento. Para poder heredar la totalidad de su emporio debía de contraer matrimonio antes de cumplir los veinticinco años. Comprendí por qué lo había hecho, siempre dijo que creía que pasaba demasiado tiempo sola y que en caso de que algo le sucediera no deseaba que siguiera mi camino de esa manera. El problema, es que no tengo el menor deseo de tener un marido.