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(Escrito a puño y en el único idioma natal por el mismo Biohó)

He nacido en la región de Biohó, todo miembro de la etnia bijago lo posee como patronímico, y en el cual mi pueblo no era favorecido por los esclavistas, dado que se nos adjudicaba con naturaleza rebelde, siendo común entre nosotros cometer suicidio a bordo de los barcos negreros con el fin de evitar la vida entre cadenas, ser explotados y utilizados como animales. Ya que en los mercaderes portugueses existía y se sigue modificando un convenio por la corona española para traficar con esclavos. Y cada vez que las embarcaciones llegaban a popa, demasiadas muertes surgían y los sobrevivientes eran los que poseían la naturaleza guerrera. Pues en nuestra etnia, se entrenaban como guerreros, (al paladín de cada grupo)  tanto en el uso de armas de fuego, como el arte de la espada y el escudo.

Destaco mi sociedad bijago como altamente equitativa, en que cada isla en el archipiélago en la que mi región habitaba, era gobernada de manera independiente y era dirigida por un grupo de ancianos, sin reconocimiento de ningún rey. Los dirigentes no se distinguían de los gobernados y los bienes eran compartidos de manera comunal sin distinción de estrato social o edad, del mismo modo los botines de guerra eran repartidos de manera equitativa entre las tripulaciones de los barcos de guerra bijagos.

Así que a mi casta le tocó ser capturada, mi esposa Wiwa, mis hijos, el mayor Sando y la pequeña Orika terminaron a bordo del buque negrero europeo. Ha sido un infierno seguir viviendo con estos sucesos crueles. El ir yendo a bordo en una fila, como ganado, en la espera de que el jefe de la tripulación plasme su marca de que le pertenecemos. Ahí es en que todo esclavista huye, preferimos morir con nuestra honra a vivir sin dignidad. Más, en mi posición, mi fuerza guerrera me decía que debía salvar a mi familia, salvar a mis amigos, a mis hermanos, a la etnia que formamos. Pero vi morir a la mayoría, se suicidaban con un valor en alto, y cuando le tocaba a mi mujer, la cambie, me puse en su lugar y ya pertenecía a la embarcación. Más hubo un tiroteo en el proceso. Dispararon primero a los que terminan como esclavos en tierra, y después apuntaron hacia la embarcación, lograron matar a unos, tanto de la etnia, como a los traficantes. Y ahí, yo corrí para protegerlos, más fue demasiado tarde, ellos habían caído y muertos estaban. Fui arrastrado, y el barco zarpó.

Un dolor inimaginable, y a su vez dar gracias que no terminaron a mi lado, porque el horror se comenzaba a ver. Y más cuando llegamos a Cartagena de Indias (puerto principal del Nuevo Reino de Granada), fueron vendidos unos, y otros incluyéndome, seguimos en marcha en el mismo barco.

Lo que no se esperaban es que comenzábamos a hacer un alzamiento, no nos rendimos, y hubo retiro de ciertos negros cimarrones. Encabezada por mí mando, una expedición inicial de 30 esclavos negros, y con dirección al noreste. No sabía dónde nos encontrábamos, a dónde marchábamos, ni cómo saber de qué hablaban unos, eran lenguas extrañas, y pocos hablaban nuestro dialecto. Pero logramos encabezar la cuadrilla, y la empresa de españoles fue derrotada en nuestras manos, continuando la expedición en alta mar.  

No fue por mucho, vivíamos como podíamos, éramos un palenque de carácter militar, asaltando plantaciones y rebaños de ganado con el fin de reunir recursos, y liberar cimarrones aliados. Pero nuevos alzamientos y fugas se dieron cuando la voz del reino de negros libres comenzó a correr entre esclavos de la región, y se aumentaron. A esta causa éramos los más buscados, y nos encontraron, nos tendieron una trampa por los propios negros que habían sido liberados y volvieron a someterlos. Donde se dio un tratado de capturarme, y fui apresado, llevado a países para mi venta. Mi castigo fue que nadie quería comprarme, y si no lograban venderme, me iban a descuartizar. Recorrí países y entre algunos realizaba trabajos. Hasta que alguien me compro, y un nueva lucha vendrá.