El principio del fin.

Abrí mis ojos, un gran tumulto de voces sonaba a mí alrededor, una mujer de cabellos largos y penetrantes ojos estaba arrodillada a mi lado, de sus manos brotaba una hermosa luz que reconfortaba mi cuerpo, por un instante pensé que había muerto y ella era una diosa que me esperaba al otro lado.
Pronto se despertaron mis sentidos, aquello no eran los campos de la madre luna, parecía una construcción humana y varios humanos me miraban mientras intercambiaban opiniones, no entendía porque no me habían matado, pero no se lo pondría fácil, con la poca fuerza que me quedaba eché mano a la daga que llevaba en el cinto, e intenté levantarme todo lo rápido que me lo permitió mi cuerpo.
La mujer que seguía junto a mí, empujó con suavidad mi cuerpo de nuevo hacia el frio suelo.
-Tranquilo, todo está bien, estas a salvo.- Dijo con una dulce voz. No sé porque pero la creí, mire sus ojos fijamente, no sé si intentando buscar respuestas o solo la paz que transmitía al mirarla. Por un instante, omití todas las voces que retumbaban a mi alrededor, solo estábamos ella y yo.
Pero eso no duró mucho, pronto caí en la cuenta de que allí faltaba alguien, giré la cabeza intentando encontrar a mi amigo, un cuerpo que yacía en el suelo llamó mi atención, de inmediato, un acto reflejo hizo que intentara incorporar me de golpe, pero una fuerte punzada atravesó mi costado, eché la mano a mi herida pero, aunque ya no sangraba, no había duda de que no estaba curada del todo, seguro que tenía alguna costilla rota, la cabeza me daba vueltas y las piernas no me respondían. Me arrastré como pude a su lado.
-¡Theodon! -grité desesperado- Miré a la mujer -¡Haz algo!- noté como por mis mejillas resbalaban unas lagrimas, fruto del dolor y la impotencia.
-Es tarde para él.- Contestó esquivando mi mirada.
Su cuerpo todavía estaba caliente, lo abracé con fuerza, mis ojos se llenaron de lágrimas, tenía una sensación de culpabilidad y rabia, pensé que no tenía que haberlo salvado, por mi culpa estaba muerto, en ese momento me di cuenta de que un barullo de personas me rodeaba.
-¿Te están siguiendo? ¿Atacan la ciudad? ¿Qué ha pasado chico? -Me preguntaban unos y otros. Me sentí agobiado, me faltaba el aire. El dolor se hacía más intenso, quizás por el estrés, pero necesitaba saber que el resto de la manada estaba bien, en ese momento, recordé las palabras de mi padre “lleva a las mujeres y niños al reino de Issis, allí estarán a salvo” tenía que intentar llegar hasta allí, tenía que comprobar que el tiempo que habíamos plantado cara a la inquisición había sido suficiente.
A mi alrededor no paraban de sonar las voces de toda aquella gente. -Vamos chico contesta. Nos traerá problemas, ¿estás bien? -Estaba mareado, solo quería que toda esa gente se callara, al lado de mi maestro estaba mi arco me apresuré a cogerlo y coloqué el carcaj de nuevo a la espalda. La herida me dolía a rabiar y necesitaba recobrar el aliento.
-Tu herida aun no está curada, si sigues forzándote se te volverá a abrir -oí decir a la mujer con su voz dulce y serena.
-¡No lo entiendes! Tengo que saber que todos están bien.