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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Gwang So Goryeo Mar Ago 29, 2017 7:06 pm

Gwanjong, caminaba por la alfombra de su amplio estudio, dirigiéndose de un lado al otro, como un león enjaulado que está a punto de atacar al primer desprevenido que intentara acercarse. ¿Que lo había llevado a tal mal humor? no era otra cosa que un hombre llamado Lee. Se encontraba tan molesto porque los informes sobre las actividades del funcionario coreano no eran para nada halagüeñas, parecía que las amenazas solapadas que él había hecho llegar a oídos del humano, habían caído en saco roto.

Soltó una maldición, en el instante en que su secretaria y mano derecha, - una joven de nombre Rois - entraba a la habitación, - Amo, ¿que sucede? - quiso saber la irlandesa, quien tenía un gran aprecio por el vampiro, no solo porque la había salvado de una muerte segura, hacía varios años atrás, sino, porque en todo el tiempo en que su relación como amo y esclava, se desarrollaba, había aprendido a quererle como a un familiar muy cercano.

Gwanjong, dejó escapar un suspiro, mientras destensaba su mandíbula, intentando controlar su mal humor. Giró su cuerpo, hasta quedar justo en frente de su esclava. Los ojos profundos y misteriosos del vampiro, se clavaron en los claros y vivaces orbes de la fémina - Rois, querida, ¿Cuantas veces  he de pedirte que no me llames así? no soy tu amo, o por lo menos jamás hemos llevado una relación así... - sonrió mientras golpeaba su mentón con la punta de su dedo indice, - si debería definir nuestra relación, la palabra justa seria... seria... - dudó al darse cuenta que no lograba definir que tipo de relación llevaban. Los grandes orbes de la rubia, parpadearon varias veces, - ¿Almas errantes? ¿Aliados en la soledad? - atinó a sugerir, aunque se cohibía cada vez que intentaba dar su opinión, ante un hombre tan imponente como su amo.

El embajador, sonrió, con una dulce sonrisa, que iluminó su rostro, dejando ver su blanca dentadura y sus colmillos, aunque a la joven jamás le habían causado temor, ya que con ella era un ser protector y bondadoso. Gwangjong, no entendía la razón, pero aquella humana, lograba borrar cualquier atisbo de mal humor. Asintió con un suave movimiento de cabeza, - Si, creo que has sabido definir ésta extraña relación... somos, sobrevivientes de una vida errante, tus palabras nos pintan de cuerpo entero - dijo sin poder contener su sonrisa. Se fue acercando a la joven, hasta estar muy cerca de ella, Tomó con sus manos, las ajenas, acarició las afiebradas mejillas y cerró los ojos, al momento de acercar sus fríos labios a la frente de su amiga. Tal  vez, nadie podría entender el tipo de relación que se había creado entre el inmortal y la humana, es vinculo único y preciosos que lograba unirlos, mezcla del cariño y la necesidad de la joven, puesto que necesitaba de la sangre del inmortal para poder sobrevivir a la terrible enfermedad que, agazapada, permanecía latente en el interior de la mujer. ese mal que había estado a punto de condenarla a una muerte horrorosa, no hacia muchos años atrás.

No pudo evitar, sentir la frete afiebrada de su amiga, ni olvidar el temblor que recorría el frágil cuerpo de la irlandesa. - ¿Hace cuanto que no te alimento? - preguntó, con un tono de voz que demostraba claramente lo preocupado que estaba. Rois, intentó separarse, puesto que no quería ser motivo de otra preocupación mas, en la vida del vampiro. - No pasa nada, es solo que de unos días hasta hoy, no he podido comer nada, el estomago está revuelto y la tos me quita las ganas de hacer cualquier cosa - se quejó, pero se apresuró a desdeñar la situación - ya verá como en pocos días me encontraré muy bien -, la joven sabía que su amo, no había sido el mismo, desde que volviera de una visita inesperada al Museo del Louvre, no había querido preguntar, pero estaba segura de que algo muy importante había sucedido, por esa razón, no había querido importunarlo con un problema personal.

No fue necesario que ella dijera algo mas, o intentara detenerlo, el vampiro, apretó con suavidad su mano derecha y tiró de ésta, haciendo que la humana le siguiera, hasta que le indicó que se recostara en una cheslongue que había en un rincón del estudio, para luego tomar asiento a su lado, en silencio, el inmortal se arremangó la manga de su camisa, con un puñal pequeño que extrajo de la bota,, realizó una incisión en su muñeca, para luego ofrecer su sangre a la escava, - Bebe... vamos... sabes que debes alimentarte - le reprochó, - tranquila, no me molesta - permitió que bebiera, instándola a hacerlo con calma. mientras ésta se alimentaba, con su mano libre, acarició los cabellos de la joven, sentía un gran cariño por la rubia, como si en verdad fuera apenas una criatura, tan pequeña, como lo había sido su hija, cuando descubrió que la niña que Soo había dado a luz, era suya, - te prometo que cuidaré de ti, como lo hice con ella, hasta el día de su muerte - caviló.

Con un suave movimiento, alejó los labios de Rois, de la herida que comenzaba a cerrarse, - Te sientes mejor? - quiso saber, aun preocupado por la debilidad de su amiga. Mientras ella asentía con el movimiento de su cabeza, él se limitó a limpiar la comisura de los labios femeninos con un pañuelo que estaban bordadas las iniciales del embajador. Su esclava se ruborizo, el amor que sentía por Gwangjong, no era el de una mujer hacia un hombre, sino el de una hermana menor, hacia su hermano mayor, pues para ella, el embajador, era su única familia.

Él la dejó descansar, mientras velaba su sueño, como lo había hecho siempre, cada vez que dejaba que ella bebiera de su sangre. Bien sabía que luego de consumirla, caía en un sopor extraño, con el cual podía hacer que los beneficios a la débil salud de la joven fueran mas efectivos. El embajador era el responsable de aquel extraño comportamiento, puesto que usaba su poder de confusión de mente, para hacerla dormir. Bien sabía, que mientras ella continuara consumiendo su sangre, la muerte estaría lejos de ella. Con delicadeza, la cargó en sus brazos, llevándola hasta la habitación que le había asignado, desde la misma noche en que llegara, moribunda a su morada.

Tras depositarla en el lecho y cubrirla con una gruesa manta, se volvió a su despacho, debía pensar muy bien los paso a seguir. Sentado en su escritorio, intentó encontrar una forma no tan agresiva, como para dar un escarmiento al rebelde miembro de la embajada.  Se frotó la nuca
- Lee... no me dejas otra alternativa - dijo frustrado - deberás aprender, que todo tiene un límite, y que si no entiendes por las buenas... la letra, con sangre... entra -.


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Mensaje por Carys Bain Jue Sep 14, 2017 7:59 pm

Había pasado toda la mañana acomodando los papeles de su amo. Sentada en el sillon del escritorio del embajador de Corea, se dispuso a preparar los informes que apenas el inmortal despertase de su letargo, pediría revisar. Le conocía muy bien, sabía que se trataba de un hombre meticuloso, recto, formal, que por su carácter podía ser calificado como un ser frío, sin sentimientos, mas ella le había conocido en una etapa de sus vidas, en que tanto ella, como el vampiro, se encontraban sumidos en grandes tribulaciones. Ambos, se habían salvado de alguna manera, y creado un vinculo que muy pocos, o ningún otro vampiro, podría entender.

Sonrió al recordar, como en las primeras semanas en que vivió bajo el mismo techo del vampiro, ella fue cuidada, como si de una delicada muñeca se tratase. La había encontrado en un callejón obscuro, una noche en que la primera tormenta de nieve azotaba París. Nadie en su sano juicio, habría estado recorriendo las calles desoladas, ni enfrentado aquel frío que partía la piel al solo contacto con el viento. Mas un alma solitaria, milenaria, recorría las calles, los callejones, en busca de algún remedio para ese dolor que le traspasaba el alma, que comenzaba a volverlo loco, y hasta a pensar en dejar que el sol acabara con su existencia fútil. Esa misma noche, bajo el inclemente cielo, ella esperaba su postrera hora, el frío era tan intenso que todo su cuerpo temblaba, ya no poseía fuerzas ni para toser, sus labios blancos, se habían mancado de sangre, por la tuberculosis que no le permitiría vivir un día mas. Sus ojos, no tenían lagrimas que derramar, y un sueño imposible de contener, provocaba que Rois fuera cayendo en una inconsciencia de la que no saldría con vida. No pudo dar un paso mas, se afirmó en la pared del callejón y dejó que su cuerpo fuera cayendo lentamente al suelo. allí tumbada con su mejilla en la fría nieve, suspiró resignada, todo había terminado.

Cuando volvió en si, no se encontraba en el callejón, acomodada en una suntuosa cama, era vigilada por un hombre de rasgos orientales, que aunque no movía sus labios, parecía hablar claramente. Ella no tenía fuerzas para contestar, mas que con leves movimientos. Él, le dijo que era, y el destino que ella tendría, le dio a elegir, o ayudarla a morir, o convertirla en su esclava, y así, poder llevar una vida lo más normal posible. Ella, se preguntó, el porque la intentaba ayudar y él, le respondió, porque le recordaba a un ser que había sido importante para su vida. Aunque por un momento dudó, pronto su alma se aferró a la posibilidad de vivir, ¿quien desea en verdad morir? nadie, se había contestado mentalmente, en el instante que el vampiro se cortaba la muñeca y le daba de beber un poco de aquel sobrehumano y obscuro liquido.

Años había pasado de esa primera noche, en la que unieron sus destinos, en la que se encontraron como almas solitarias que decidían hacerse compañía. No los unía un amor romántico, pero si el amor filial, ese que ambos habían perdido hacía ya mucho tiempo atrás. Acarició la carpeta que había preparado para él. En pocas horas se la daría, temía lo que pudiera hacer Gwang So, con aquel humano, pero sabía que era un ser justo y que de seguro le daría la oportunidad de elegir su destino, de la misma manera en que se lo había dado a ella.

Cuando la noche llegó, se dirigió al despacho en donde encontró al embajador. El escucharlo tan alterado la preocupó, le conocía muy bien y sabía que existían secretos que él tenía con ella, pero se disponía a pedirle que no siguiera guardándolos en el corazón, ella estaba dispuesta a ayudarle en lo que fuera. Pero su salud estaba resentida, semanas hacía que él no le brindaba su sangre y la tuberculosis había vuelto a ensañarse en su cuerpo. Nuevamente Gwang So, volvió a cuidar de ella, como lo hiciera hacía años atrás, llevándola en brazos a su cuarto y quedándose a su lado, hasta que se quedó dormida. En lo último que pudo pensar, fue en pedirle al cielo, que él pudiera volver a ser feliz, y que su muerte llegara, luego de verle junto a una mujer que le amara, de la misma forma como él amaba a la mujer del retrato, que guardaba tan celosamente el vampiro en su recamara.
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Mensaje por Eugene Choi Sáb Sep 23, 2017 11:34 pm

Una pequeña arruga en su entrecejo, mostró la preocupación que le causaba recibir aquella invitación de parte del embajador de Korea. No se trataba de que no hubiera buscado la oportunidad de encontrarse con el enigmático político, claro que no, pero luego de la reunión que tuviera con uno de sus informantes, las perspectivas se veían bastante perturbadoras. Por un lado, el hecho de que jamás el embajador realizaba entrevistas por la mañana, ni por la noche. Por otro lado, la invitación era para asistir a la residencia del embajador. Para volver mas preocupante la situación, dicha invitación había llegado a su domicilio, el cual pocas personas, o casi ninguna, conocía, a excepción de Silkey, a quien jamás ocultaba nada, - bueno, casi nada - se corrigió, mientras recordaba como la rubia le había hecho prometer que no buscaría entrevista alguna con el misterioso caballero.

Se había levantado apenas pasadas las cinco de la mañana,  consultando su reloj de bolsillo, al observar que la obscuridad apenas comenzaba a retroceder dando lugar a la mañana. El cielo se presentaba totalmente despejado, como era de esperarse, teniendo en cuenta la altura del año en que se encontraban. Se preparó meticulosamente. No se trataba de una reunión estrictamente formal, pero como era de esperar, debía ir ataviado con el típico traje, un hanbok de muy buena calidad, traído desde Korea no hacía mas de una semana tras. Lee, extrañaba mucho su patria, por lo que no era algo fuera de lo común, que el asiático, encargara algunos trajes confeccionados en Seul, por lo que al saber que tendría aquella misma noche, un evento importante como ese, se dedicó a prepararse meticulosamente. Era la oportunidad justa para explicar al embajador, los beneficios que podrían obtener, si éste, permitía seguir con el contrabando silencioso y meticuloso que hacía mas de dos años, se llevaba a cabo, desde los diferentes reinos asiáticos, a Europa y en especial a Francia.

El día se le escapó como agua entre los dedos, y cuando quiso acordar, ya era hora de darse un baño y vestirse a la usanza de su país. Apenas pasadas las ocho de la noche, el coche estaba listo en la puerta de su mansión. Subió, si problemas, ya en el interior, se cercioró que la pistola que mantenía escondida en su cintura, se encontrara firmemente sujeta, lo que menos quería y esperaba, era tener que usarla, pero bien sabía que aveces, las reuniones podían terminar muy mal, por esa razón, había decidido protegerse. En todo el tiempo que le llevó realizar el recorrido. Lee, se la pasó pensando en Silkey, no le gustaba defraudarla, pero la situación se le había ido de las manos y ya no podía hacer nada, solo esperaba que la alemana comprendiera que existían situaciones a las que simplemente no se podían postergar, ni negarse a asistir.

Cuando por fin llegaron ante la entrada de la mansión del embajador, un escalofrío recorrió el cuerpo del coreano, algo le decía que la velada no se desarrollaría como lo tenía planeado y que definitivamente, el embajador, tenía un plan del que Lee no lograría salir indemne.



Todo tiene un precio en la vida... aun el amor o la muerte.
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Mensaje por Suni Kang Vie Nov 03, 2017 11:39 pm

Ese día en el museo se habían recibido varias piezas para diferentes exhibiciones y cada uno de los encargados de sección debía revisar lo que recibiera, asegurarse de que se encontrara en buenas condiciones y buscar un lugar apropiado para ser puesto en exhibición. Suni había revisado piezas en su gran mayoría para la sección de antigüedades rusas, sin embargo, fue la única pieza que recibió para la exhibición de Corea la que la mantuvo tan fuera de si. Lo que recibía era un extravagante collar, perteneciente a la esposa del emperador Gwang So, un collar sumamente hermoso que por algún motivo desconocido la entristecía, como si cargarlo fuera estar aceptando que el amor de su vida le engañaba con alguien más. Sin saber por qué era que creía aquello, la Kang dejó el collar en su estudio y se concentro sobre todo en acomodar las piezas de la exposición rusa, siendo ya, cuando el sol se ocultaba que puso en su sitio la ultima de las entregas, un hermoso cuadro de lo que parecía ser un parque, completamente cubierto por la nieve. Satisfecha por lo logrado, Suni regreso hasta su estudio donde una vez más se encontró con el collar que aún no decidía en donde colocar. Un suspiro salió de los labios de la historiadora, quien tomó entre sus manos la valiosa pieza para así, contemplarla y no supo la Kang cuanto tiempo estuvo de esa manera, ya que no fue sino hasta que una descabellada idea le cruzo la mente que se movió de su sitio y con el collar entre sus manos abandono el museo, subió a su carruaje y ordeno al cochero que la llevara al hogar del único hombre que podría instruirla sobre el lugar apropiado para aquel collar.

¿Qué estoy haciendo? – se preguntó a si misma mientras avanzaba por las calles de París, con el collar descansando sobre su regazo. La realidad era que no es que no hubiera sabido donde quería poner aquella pieza, sino que lo que quería era mostrársela al hombre que desde conociera turbara tanto su mente. Gwangjong Goryeo, el embajador de Corea era un hombre al que cualquiera temería pues sus palabras siempre eran ofensivas y frías; él de hecho, ya había mostrado su lado más cruel a Suni durante su primera visita al museo, sin embargo, ella no le temía sino que por él, poseía sentimientos difíciles de explicar y eran esos sentimientos los que la habían llevado a decidir que esa noche necesitaba verlo, enfrentarlo. Apartó la mirada del collar a las calles que iba recorriendo, mientras que se repetía una y otra vez que estaba loca. ¿Qué era lo que iba a decirle al embajador? ¿Quería una explicación acerca de aquel collar que la hacía sentirse usada y engañada? ¿Para qué quería ella eso si no era más que una trabajadora del museo?. Preguntas para las que carecía de respuesta sensata siguieron rondando su mente, hasta que el carruaje se detuvo y el cochero le indico que habían llegado a su destino.

Con el corazón latiendo acelerado en su pecho y las ideas vueltas un caos, la Kang bajo del carruaje y se dirigió a la puerta de entrada. El pasado estaba por hacer su jugada maestra.


Nadie puede amar como amamos nosotros

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Mensaje por Gwang So Goryeo Lun Nov 06, 2017 5:46 pm

Gwang So, seguía en su despacho, pensando la forma en poder lograr que aquel endiablado joven, decidiera por fin hacer las cosas correctamente. ¿como podía ser, que un hombre, que descendía directamente de él, fuera capaz de estar metido en el tráfico de sustancias peligrosas? y no de cualquier producto, sino que de uno responsable de destruir miles de vidas, de familias, ¿acaso no era consciente de ese detalle? ¿Que había pasado en la vida del muchacho, para que no solo terminara enredado en ese problema, sino que cambiara su apellido, dejando a un lado el Goryeo? Mas esa pregunta fue respondida, al momento de escuchar los tambores tradicionales que eran ejecutados por su bella y letal sobrina. Aun con el informe sobre los movimientos de su descendiente en las manos, se dirigió a los enormes ventanales, desde donde podía observar el patio principal, allí, en mitad del lugar, se encontraban acomodado los tambores tradicionales coreanos. La bella joven, se movía con la rapidez y de un guerrero, golpeando los instrumentos, como si en cada golpe, estuviera defendiéndose o atacando a un enemigo. La había observado practicar, con una espada, una danza que a simple vista, parecía en extremo femenina, y delicada, en realidad, mostraba la destreza de la joven al momento de tener que moverse entre sus enemigos y usar aquella espada, con la fiereza y la brutalidad, de su mejor espadachín.

Sonrió, de lado, sentía un enorme orgullo por aquella joven, como lo había sentido, cuando al pasar los años, comprobó que su hija, aquella que tuviera con su amada, y que por seguridad, creció pensando que su verdadero padre era un hermano del rey, se había convertido en una mujer, tan delicada, pero tan peligrosa y valiente, como ningún ser que él hubiera conocido. Sus ojos, descendieron hasta posarse en un libro que descansaba en una mesa auxiliar, cerca de la ventana, allí, sus manos acariciaron la delicada encuadernación. Un libro de gran tamaño, forrado con seda pintada, escondía en su interior casi un centenar de dibujos realizados por el mismo embajador. Él, había dibujado a su hija, en diferentes etapas de su vida, desde la de una dulce e inocente niña, de tan solo cuatro años, a la mujer enamorada, que pronto se casaría. Como también a esa madre, que al ver el peligro, tomó la espada y defendió hasta la muerte a su descendencia. Gwang So, negó con la cabeza, si de algo se arrepentía en sus años como humano, había sido, no permanecer mas tiempo entre los humanos, en su trono, para intentar salvar a sus hijos. Pero su juventud eterna, su poder indestructible, la habilidad para lograr salir indemne de todos los atentados que recibió a lo largo de su vida como rey, lo llevaron a tener que dar un paso al costado. Como lo esperaba, como fuera en tiempo de su padre y de sus hermanos, la nación volvió a caer en el caos. Asesinatos, conspiraciones, traiciones y la masacre de todo aquel que llevara su sangre. Como hacía mucho tiempo ya, sus ojos se humedecieron de lagrimas, purpuras, como la sangre que su hija derramó, al entregar su vida por la de su hijo.

Tal vez por eso, no podía dejar pasar las ofensas que continuamente su descendiente cometía. pues la sangre de su hija, corría en la de Lee, y la valiosa ofrenda, era mancillada por las acciones del joven. Apretó la mandíbula, jurándose mentalmente, que aquel humano, no saldría de su palacio sin haber aprendido la valiosa lección. Volvió a llevar su mirada, al lugar donde su sobrina bailaba, y en su lugar contemplo a su hija, quien sonreía, sabiendo que su padre velaría por el bien de aquel hijo, que había quedado solo en el mundo, que no conocía su unión con el embajador, pero que pronto lo descubriría.


danza de cinco tambores - Tradición Coreana:


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Mensaje por Carys Bain Miér Nov 22, 2017 5:39 pm

No supo cuanto tiempo permaneció dormida, pero al despertar, los sonidos del trajinar de los sirvientes, la alertaron. Debía estar preparada, aquella noche el señor Lee Gyun, había sido invitado por el propio embajador a una cena muy especial. Era verdad que aquella sería la noche previa al Chuseok  o Acción de gracias, y el hecho de que aquel hombre llegara a la mansión, debía tener un significado muy importante, puesto que esa ceremonia servía para que los familiares se encontraran.

Rois, se incorporó con dificultad, para terminar frente al espejo de cuerpo entero que se encontraba en un lado de la habitación. Tenía un cepillo en sus manos y comenzó a cepillarse el cabello, para luego volver a rehacer su peinado, un simple recogido que no necesitaba de la ayuda de ninguna doncella para que pudiera quedar bien terminado. Tras pellizcarse levemente las mejillas y así dar un poco de color a su pálido rostro, se dirigió hacia el sector de la embajada donde se haría la entrevista.

El complejo que formaba la embajada, era un grupo de construcciones, unidas por un patio central y caminos que delimitaban sectores que permanecían custodiados, y que ninguna persona que no perteneciera al palacio o que no fuera personalmente autorizado por el embajador, podía transponer sus limites. Rois, no podía dejar de admirar la belleza que cada uno de los edificios contaba, como le fascinaba el lago que rodeaba una isla artificial, en la que se encontraba un pequeño palacete y un templo budista, que solo era frecuentado por Gwang So, y que ningún ser vivo sería capaz de pisar, si no deseaba provocar la ira del vampiro. Sonrió pensando en las noches que le había visto recorriendo a ese temido inmortal, aquel camino, con paso lento, con su cabeza caída y los pensamientos en un pasado que le eran del todo misteriosos para la joven Rois, pero que intuía, debían tener relación con aquel amor perdido. - A todos podrás mostrarte como un ser insensible, frío, temible, pero yo puedo asegurar que en el fondo posees un alma noble que la inmortalidad no ha logrado destruir - caviló, pensando en el único ser que sentía como su familia.

Inspiró profundamente, intentando quitar de su cabeza, la preocupación que crecía en su interior, pues el día en que ella muriera, su querido embajador quedaría muy solo, acompañado de su fiel amigo y guardaespaldas, ademas de una supuesta sobrina que no dejaba de ser, - hasta ahora - una desconocida. Tras dejar que el frío de la noche le refrescara el animo y los pensamientos, se apresuró a llegar al edificio donde ya la estaría esperando el señor Gyum. Apenas ingresar al salón le encontró, husmeando unas obras de artes, a lo que Rois, supo que Gwang So tendría un arduo trabajo para sacar la mala costumbre de apropiarse de lo ajeno, que el joven coreano parecía tener. - Buenas Noches señor Gyum - se acercó al caballero, para luego hacer el típico saludo oriental. Pero en ese instante, nuevos golpes se escucharon en la puerta de entrada, y tras unos pocos minutos, mientras la secretaria del embajador y el invitado de aquella noche, se disponían a sentarse cómodamente en sillones de estilo europeo, hizo su aparición, el mayordomo, junto a una hermosa joven que pronto Rois reconoció - Señorita Kang - dijo realmente sorprendida, - que sorpresa mas agradable -, se levantó, de golpe y un mareo la hizo trastabillar, haciendo que el señor Gyum, le ayudara nuevamente a sentarse, - no se preocupe, es solo una descompostura pasajera - se excusó, para luego dirigir su mirada a la joven - no sabe lo feliz que me hace verla ésta noche -, sonrió con un dejo de tristeza, pues desde que había llegado a París, la Kang, se había convertido en su única amiga, aunque ésta aún no estuviera consiente de ello.



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Mensaje por Silke Wagner Dom Nov 26, 2017 8:29 pm

Los ojos de Silke se mantenían fijos en la misiva que hubiera llegado a su residencia esa misma mañana, misiva que alteraba notoriamente a la Wagner aunque claro, era imposible que no fuera de esa manera, pues el sello que decoraba perfectamente la carta pertenecía a la familia Goryeo, así que no le cabía la menor duda a la dama que quien enviaba aquel mensaje era el embajador de Corea. De golpe, la alemana tomó el recado y se levantó de donde se había hallado sentada por cerca de tres horas, sin saber como responder a la petición escrita del embajador.

Silke era una asesina, dueña del hotel más importante de París y claro, traficante de una de las sustancias más solicitadas pero más dañinas; opio. Aquella sustancia ilícita, era exportada desde Corea gracias a Lee, el amor de la alemana, pero el problema no era la exportación de opio sino la manera en que la sustancia estaba dañando la economía de Corea y a su gente, quienes aceptaban exponerse a grandes peligros con tal de llevar el opio desde sus ciudades natales hasta la frontera donde Lee les aguardaba para después, llevarlo hasta el hotel donde la Wagner establecía su centro de operaciones. El que la gente de Corea se expusiera a tantos peligros así como al hecho de que el numero de adictos crecía a pasos agigantados, eran parte de los motivos que meses atrás, convirtieran al embajador Gwang So y a Silke en grandes enemigos aún sin conocerse las caras. Debido a la evidente enemistad entre el embajador y la traficante, era que la Wagner no sabía si sería prudente asistir, como se pedía en la carta, a la mansión del embajador para resolver asuntos de negocios. Silke no dudaba en asistir porque se encontrara temerosa del destino que podría depararle en la mansión del temible embajador, después de todo, ella había dejado de temerle a la muerte mucho tiempo atrás; la verdad, era que ella temía a no ver una vez más a Lee; pero la vida era peligrosa y el miedo, el peor enemigo de cualquiera.

Siendo consciente de que aquella noche podría ser la última de su vida, Silke se arregló como si asistiera a una fiesta. Sus cabellos elegantemente recogidos eran adornados por el broche para pelo que Lee le obsequiara la noche de su primer beso, su vestido, era de un color rojo oscuro que resaltaba aun más su pálida piel y sus cabellos dorados; además, llevaba perfectamente ocultas entre las telas de su hermoso vestido, algunas armas que creía no estaba de más cargar. Tras arreglarse, permaneció otra media hora, aguardando por la llegada de Lee, misma que no ocurrió. Con pesar tras su encuentro fallido con el coreano, la Wagner descendió de su habitación del hotel para tomar el carruaje que la conduciría hasta la mansión Goryeo.

Era el momento de conocer cara a cara a su enemigo y quizás, a la muerte también.


La vida y la muerte son dos caras de la misma moneda

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Mensaje por Suni Kang Lun Dic 04, 2017 10:59 pm

Suni permaneció un buen rato con el cuerpo inmóvil y la vista fija  en la enorme puerta de entrada a la mansión Goryeo. La historiadora sabía que ya había llegado demasiado lejos y que no daría vuelta atrás, sin embargo, necesitaba hacerse de valor así como necesitaba aclarar sus pensamientos. ¿Qué se suponía que le diría al embajador? ¿Era aquel collar tan verdaderamente importante como para acabar ella interrumpiendo la importante noche del chuseok de aquel temible hombre?. Los ojos de la Kang fueron a posarse nuevamente sobre el collar que alguna vez usara la esposa legitima de Gwang So y la terrible idea de que era usada le cruzo una vez más la mente, dándole además el sentimiento de furia, el valor necesario para tocar a la enorme puerta. Suni sabía que el embajador no abriría la puerta y aún así, deseo con todo el corazón que fuera él quien apareciera, así podría ella lanzarle el collar a la cara y decirle que era un mentiroso.

Para la suerte no solo de la historiadora sino también del embajador, fue el mayordomo quien atendió a la puerta y quien con mirada inquisitiva observó a la Kang de arriba a abajo. De manera educada, Suni realizo una elegante reverencia.
Vengo a ver al embajador, soy Suni Kang, Directora del departamento de antigüedades Orientales en el museo y necesito hablar con el embajador respecto a una pieza de suma importancia – los ojos de la fémina siguieron entonces el recorrido de los ajenos, mismos que se posaron sobre el hermoso collar segundos antes de que el hombre le pidiera seguirle.

Nerviosa y con cada paso que daba, mucho más confundida con lo que haría o diría, Suni siguió al mayordomo por entre varios edificios, hasta uno que pese a su hermoso aspecto asiático estaba decorado con muebles europeos, siendo en ese mismo edificio donde fue introducida ante un hombre asiático y una dama a la que ella conocía muy bien.

Róis Brady, la rubia curiosa a la que hubiera conocido poco después de llegar a París le dio una cálida bienvenida a la mansión y si bien en la mente de Suni más dudas aparecían, decidió no emitir ninguna, puesto que se encontraban en un lugar que la Kang consideraba inapropiado además de que contaban con la presencia de un hombre que se presento ante Suni como Lee Gyum, un invitado esa noche a la residencia del embajador. Tras realizar entonces una reverencia a ambos y presentarse ante el Gyum, la historiadora centró su atención en la Brady.
Y no sabe lo mucho que alivia mi alma saber que aquí hay alguien a quien conozco – la sonrisa en los labios de la Kang se extendió – ya que no sabía si hice bien en venir esta noche, pero es que… – observó nuevamente el collar – tenía que ver el embajador, hay algo de lo que necesito hablar con él – los ojos de Suni, se mantuvieron fijos en el collar por demasiado tiempo, tanto que los ojos comenzaron a escocerle, obligándola a mirar una vez más a Róis – de verdad, no sabes cuanto me alegro de verte, si no estuvieras aquí creo que me hubiera arrepentido ya y habría salido huyendo – y es que la abrumadora sensación de que algo no estaba bien le oprimía cada vez más y más el pecho. Existía algo, no solo en el collar y el la idea de ver al embajador, sino también en el caballero de nombre Lee que no la dejaba estar en paz.


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Mensaje por Carys Bain Sáb Dic 23, 2017 7:45 pm

Rois se había recuperado bastante al momento de que la señorita Kang llegara a su lado, lo que estuvo muy atenta a lo que la joven coreana dijera e hiciera. La forma en que contemplaba el estuche que llevaba entre las manos, le hizo pensar a la joven irlandesa, que se trataba de una joya importante, o que poseía un valor realmente costoso para la historiadora. Sonrió ante la mirada que le diera la mujer, - no se preocupe, el embajador no se molestará por su presencia en ésta noche tan particular, es verdad que se trata de un acontecimiento que suele ser solo para la familia, pero, teniendo en cuenta que su señoría no posee familiares directos, ni cercanos en la ciudad, no se molestará con la compañía de alguien a quien estima - sonrió y guiñó un ojo, pues ya se había percatado que Gwang So, solía quedarse en silencio cada vez que una misiva de la coreana, llegaba a su despacho.

Su curiosa mirada, volvió a posarse en el estuche, - ¿acaso es el collar que el embajador dejara en la colección? si mal no recuerdo, se lo regalaron los hermanos Ryong - dijo en voz alta, aunque en verdad era una cavilación. Aún no entendía porqué el embajador no había querido llevarlo al palacio, como si aquel objeto le hubiera traído malos recuerdos, unos realmente dolorosos. Suspiró sin sacar su vista del estuche y de las manos temblorosas de la joven Kan, - ¿Porque le cuesta tanto a mi querido Gwang So, aceptar que en su corazón, la señorita Suni es alguien muy especial? ¿Porque se niega la posibilidad ser feliz? - llevó su mirada a los ojos de la joven y sonrió con un leve dejo de tristeza. Cuanto hubiera deseado contarle a su amiga, las noches en que había encontrado a su oppa, releyendo sus misivas, o pensando con la mirada perdida en la luna, en la coreana, puesto que no era muy difícil sacar la conclusión que pensaba en ella, cuando al interrumpirle en sus pensamientos, lo primero que nombraba era el nombre de la historiadora.

Pero no podía hacerlo, puesto que el embajador era una persona que prefería mantener sus sentimientos y afectos ocultos a todos, menos a su hermanita, su secretaria, quien conocía casi todo de él, o por lo menos así lo creía ella. Rois, sabía que si era tan uranio en hablar de sus sentimientos, era porque sus enemigos eran muchos y poderosos, dar a conocer quien era importante en su corazón, era ponerlos e peligro, y él no estaba dispuesto ha perderles por un descuido suyo.  El amor, que el embajador tenía por la historiadora, era  tan intenso, que podía sentirse en el ambiente, cada vez que él pensaba en ella.

Sonrió, no solo con su boca, también con su mirada, - que alegría, saber que cuando mi hora llegue, él no estará solo, que todo su amor, será para un ser tan especial como mi querida Suni - caviló, sus ojos escocieron cuando las lagrimas intentaron nacer en sus ojos, puesto que a pesar de saber que su destino estaba marcado, no podía dejar de lamentar lo cerca que se encontraba de la muerte, pues ¿quien desearía morir?
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Mensaje por Lidie Bourget Vie Ene 12, 2018 12:05 pm

Había sufrido mucho, pero la vida le recompensó con creces ese sufrimiento. llevándola al lado de su tío, de ese ser que por casi un milenio, había sabido esperar su momento. El le había enseñado, que todas las cosas tienen su momento, sus etapas, su espera. Ella, cual un fruto maduro, hoy, gracias a la atenta mirada de aquel inmortal, florecía como el mas bellos de los brotes de un cerezo. Le debía tanto, le amaba tanto, que solo deseaba hacerlo feliz. Viviendo allí en la embajada, junto a Choi Min, Rois y la dulce Thalie, había conocido al verdadero Gwang So, descubierto que en las noches previas al Chuseok, el embajador, solía vagar por los diferentes jardines del palacio terminando en el templo budista, ese que solo ella tenía permitido el ingreso, y lo que hacía que Rois, desconfiara de ella, ¿porque el embajador tenía tanta confianza con una supuesta sobrina? ella comprendía su desconfianza, aunque era algo que no podía revelar, ni siquiera a la esclava de sangre de su tío, no, mientras él no se lo permitiera, pero, si tan solo observara el rostro de la que alguna vez fue la hija amada del Embajador, comprendería que el rostro que hoy portaba su sobrina eran el mismo, ¿podía ser acaso, una reencarnación de aquella hija? Ji Hyun, no lo sabía, pero de ser así, sería la mujer mas feliz de la vida, ¿quien no desearía volver a ver a su padre? ¿quien no daría su alma, con tal  de tener el tiempo para conocerlo mejor? si ella era esa hija, la que desde los dibujos de aquel antiguo libro la contemplaban, no dejaría pasar la oportunidad de disfrutar a su padre.

Tal vez por eso, había insistido tanto que se comenzara a celebrar el Chuseok, y su tío, no había puesto objeción alguna, claro que por tratarse de un vampiro, todos los rituales, se harían a la noche, teniendo como escusa, que los mismos debían hacerse en el horario de la mañana en Corea, según los astrónomos, cuando en Europa el sol se escondía, en Asia, el sol salía, por lo que el ritual de Charye, pronto debía dar comienzo. Fue así que tras terminar su práctica de tambores, se apresuró a bañarse, debía cambiar sus ropas, por ropas que fueran nuevas y tradicionales. Nadie, en toda la embajada, debía vestir de forma diferente, por lo que tras terminar de vestirse, maquillarse, se apresuró a ir al salón de recibo, en donde según el mayordomo, un grupo de invitados, ya se encontraban. Cruzó los patios y jardines que la separaban del lugar donde se mantenían reunidos, unos sirvientes abrieron las puertas a su paso, cuando su mirada chocó con la del señor Gyum, se detuvo en seco, sabía bien de quien se trataba. en cierta forma él era el único pariente en esa habitación. La mirada de Ji Hyun, al principio fue dura, mas pronto cambió por una mas diplomática, no le correspondía a ella, disciplinar al rebelde miembro de la familia, sino a su tío y Embajador.

Hizo una inclinación, a modo de saludo y contempló cada uno de los presentes, desde la secretaria y esclava de su tío, pasando por la mujer asiática, hasta detenerse en la joven europea, quien al igual que las otras, se encontraban vestidas a la manera europea. Enarcó una ceja, y negó con la cabeza, - Señorita Brady, ¿olvidó informar a los invitados que la etiqueta para éste evento debe ser de riguroso traje coreano?- la joven irlandesa enrojeció de vergüenza, - Señoritas, señor - dijo, haciendo un ademan, mientras dos doncellas y un sirviente, hacían su aparición por la puerta por la que ella entrara hacía tan solo un instante, - Si son tan amables de acompañar a la servidumbre, podrán vestirse a la usanza tradicional coreana, y acompañarnos en el Charye - tras ésto, su mirada. cargada de reproche, se posó en la secretaria, - Señorita Brady, acompáñeme... debemos hablar -.
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Mensaje por Eugene Choi Miér Ene 31, 2018 5:01 pm

Aquella sensación, ese sentimiento de sentir que en nada todo se iría al mismísimo infierno, no le dejaba tranquilo, pero si algo había aprendido en todos los años de vida que llevaba el Gyum, era el de disimular sus sentimientos, sus miedos y sus futuros movimientos. Gracias a eso,  había salvado su vida en mas de cien ocasiones y eso no era una exageración, teniendo en cuenta a lo que se dedicaba. Así que cuando el mayordomo abrió la puerta y lo dirigió, por los jardines en dirección a la imponente construcción que usaban para las actividades sociales, se dedicó a observar las posibles vías de escape, por donde podría correr en busca de algún muro que diera a la calle, donde estaban apostados los guardias, cuantos eran, que tipo de armamento poseían. Todo aquello que tendría que haber tenido en cuenta, antes de aceptar una invitación como aquella, pero que el tiempo y las circunstancias le impidieron realizar. Caminaba con un andar despreocupado, con el mentón en alto, la mirada vigilante, las manos cruzadas a la espalda, con una media sonrisa, un tanto burlona, pero muy característica en él, cuando las cosas lo ponían nervioso.  

Antes de llegar al pabellón al que se dirigían, pudo oír como mas allá de donde podía distinguir su mirada, unos tambores eran ejecutados, a la manera tradicional, y se preguntó que estaría por ocurrir, ¿acaso se había olvidado de alguna celebración especial en el año coreano? eso podía ocurrir, ya que hacía muchos años que había dejado Corea y al vivir en París, sus costumbres se modificaron, volviéndose casi un parisino mas. Observó que tanto el camino, los jardines y los diferentes pabellones, estaban decorados con guirnaldas, globos de papel que iluminaban senderos, y por mas que quiso buscar en su memoria, cual era la festividad que se acercaba, no logró recordar. Cuando por fin llegaron al edificio en el que tendría que esperar al embajador, las puertas fueron abiertas por el mismo anciano mayordomo, apenas entrar se encontró con una hermosa mujer de cabellos rubios, quien le hizo recordar a su amada, - Silke, mi adorado ángel - caviló, mientras sonreía de manera sutil y se presentaba a la joven, quien ya sabía todo de él, pues le comunicó que era la secretaria del Embajador y que en breve haría su aparición en el salón el enigmático oriental.

Sin mas que hacer, que esperar, se dedicó a charlar con la mujer, llamada Rois, temas intransigentes y de simple cortesía. La atención se disparó en él, cuando la puerta nuevamente fue abierta por el mayordomo, y una mujer oriental hizo su aparición en el lugar, una bella dama, que si él mal no recordaba, las conversaciones con su futuro cuñado, era nada mas y nada menos que la encargada de las obras de arte oriental y la hija del muy afamado historiador Kang, una eminencia a la hora de buscar datos para saber que era lo mas valioso para vender en el mercado negro. Sonrió divertido, y se acercó a saludarla, mas su atención se desvió, al ver que la joven Rois, se descomponía, cayendo al piso como una marioneta a la cual le han cortado los hilos.

Los siguientes minutos, se pasó ayudando a esa joven secretaria, a llegar al sillón, donde pudo restablecerse un poco mas, pero él podía observar el brillo del sudor en la piel cenicienta, - ésta mujer está enferma, no tiene un buen semblante, y por sus signos, no creo que vivía mucho - se dijo, ya que había tomado su pulso, y observado sus pupilas, como un verdadero medico oriental. Si sus conocimientos en medicina, no le fallaban, la joven era victima de una enfermedad mortal, ¿pero que podía ser que la mantuviera con vida? al levantar mas el borde del vestido, las marcas casi borrosas de una mordida la delataron, - ¿así que existe un ser inmortal en éste lugar, y tú eres su fuente de alimento? pero... ¿porqué elegir a una moribunda y no a una mujer o un hombre sano? - caviló, alejándose de la joven, tras acercarle una copa con agua.

En verdad que las sorpresas parecían no terminar jamás, pues tras sentarse en un sillón cercano a donde se encontraba la joven enferma, volvió el mayordomo, con otro invitado, - vaya, y yo que pensé que sería el único invitado a ésta velada - volvió a cavilar. Sonrió, esperando adivinar quien podría ser el personaje que entraría por la puerta, con elegancia se levantó del asiento para saludar a quien fuera que llegara, y su sonrisa se borró, cuando por la puerta apareció su amada, - pero que demonios - soltó por lo bajo - ¿que haces aquí? - pensó, mientras no quitaba su mirada del cuerpo esbelto y elegante, que poseía la germana. Con gran disimulo, se fue acercando a la joven, y la saludó de la misma manera como lo hiciera con las otras damas, pero en cuanto pudo,tomó del brazo a su ángel y la fue tironeando hasta un extremo del salón, - Silke,amor mio, ¿me puedes explicar que haces aquí? - dijo en voz baja, tratando de contener su enojo, que fue disuelto en cuanto puso su ojos en el broche del pelo, estaba usando el regalo que él le había hecho, y con eso, lo había desarmado.

Sin poder ocultar su sonrisa de bobo enamorado, dejando que su mirada se deleitara con la belleza que tenia a su lado, se quedó allí, por minuto interminables, hasta que nuevamente la puerta se abrió, esta vez, no fue el mayordomo quien lo hiciera, sino una joven, vestida con un hambok tradicional, quien en pocos minutos le hizo recordar cual era la festividad que había olvidado y lo importante que ésta era para la comunidad Coreana, - Rayos, como pude ser tan torpe, y que astuto ha sido el embajador, haciéndonos venir en una fecha como ésta, en la que podrá observarnos como lobo que cuida de una manada de ovejas - caviló, - no te preocupes amada mía, yo te he de proteger con mi vida - dijo mentalmente, mientras tomaba la mano de Silke. La mujer que había entrado, se presentó como la sobrina del embajador y dio órdenes de acompañarla para cambiar de vestuario, era lógico, no podían participar de tal ceremonia, con trajes europeos, pues era una grave falta a los ancestros, y aunque en la reunión solo existían dos europeas, la señorita Rois y su bella Silke, era necesario que ellas cumplieran con las costumbres, como una muestra de cortesía ante el embajador. No le agradó tener que separarse de su amor, pero desde la época Joseon, los hombres y las mujeres, vivían en lugares distintos del palacio, lo que era probable que los lugares destinados para cambiar el vestuario se encontraran en sectores opuestos del amplio palacio. Fue así que vio desaparecer a la germana,  tras los pasos de la enérgica señorita Goryeo y el fue escoltado por un valet que le ayudaría en lo necesario, para que cambiara su atuendo.



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Mensaje por Suni Kang Vie Mar 23, 2018 11:45 pm

El embajador se estaba preparando para celebrar con los suyos y ella era una inoportuna por ese motivo. Suni se había llenado de furia, de tristeza y de deseos de explicaciones desde que sus ojos se posaron sobre el collar que ahora sujetaban sus temblorosas manos. Aquella pieza, tan bella como era, la perturbaba al punto de hacerla olvidar la fecha que era y si bien las palabras de bienvenida de Róis fueron una caricia para su atormentado ser, ella no podía perdonarse tan fácilmente el dejarse llevar por sus sentimientos y deseos.
Quizás no sean sus familiares directos, pero son personas importantes para él, por eso es que han sido invitados a la celebración – sonrió con algo de tristeza al saber que una distancia mayor a la que creía la separaba de Gwang So – yo por e contrario he irrumpido en una celebración a la que no fui invitada – sus manos apretaron fuertemente la caja que contenía el collar, siendo ese el gesto que llevara la atención de la Brady hasta el estuche.

Él… ¿Él lo ha dejado? – preguntó, para recibir entonces un gesto afirmativo de parte de Róis que hizo que Suni sintiera una terrible opresión en el pecho. Ella llevaba aquel collar ante el embajador para pedirle explicaciones que no comprendía, sin saber, que había sido él quien primeramente llevara aquel objeto hasta ella. ¿Con qué finalidad llevó aquel hermoso pero despreciable collar a la exhibición?, ¿Quería que Suni lo viera?. De manera inconsciente se llevó una mano al pecho y hasta su mente llegó clara la idea de que tenía que salir de aquel lugar.

La historiadora levanto la mirada para buscar la de Róis y pensaba pedirle que le acompañara hasta la salida cuando alguien más ingreso en la habitación y la atención de todos se desvió hacía la figura que ingresaba, ataviada en un vestido rojo como la sangre. La mujer que llegaba era una rubia que parecía no estar de muy buen humor; pero como si la llegada de esa mujer no hubiera sido suficiente, segundos después, ingresaba una muchacha que con desagrado, reviso la vestimenta de cada uno de los que ahí se encontraban, solo para indicar después que todos deberían cambiar de atuendo si es que pensaba permanecer en la celebración.

Antes de que Suni fuera capaz de decir algo más a Róis o de explicar que ella no estaba ahí para atender la celebración, fue arrastrada fuera de la habitación por un par de doncellas que la guiaron hasta otro cuarto, donde de manera veloz no solo cambiaron sus ropas sino que además hicieron su peinado. Tras dejarla lista, la arrastraron fuera de la habitación, llevándola a toda prisa hasta el sitió donde se llevaría a cabo la celebración, no sin antes quitarle el estuche del collar, ese que las doncellas confundieron con parte de su vestuario y que sin intención de hacer mal, la hicieron usar, aún a pesar de que Suni sentía unas tremendas ganas de llorar.


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Mensaje por Silke Wagner Sáb Mar 24, 2018 12:15 am

Al arribar a la residencia del embajador de Corea, Silke fue recibida con amabilidad por la servidumbre, quienes la guiaron por la enorme mansión hasta donde le decía, tendría que esperar por alguien de la familia Goryeo. Mientras caminaba a paso elegante y aparentemente tranquilo, la germana no paraba de buscar posibles rutas de escape, formas de acabar con los guardias y por puesto, tampoco podía dejar de pensar en Lee y en las tremendas ganas que tenía de verlo, aunque fuera por última vez, más al parecer eso no podría ser, pues él estaría en el exterior mientras que ella, quizás estaría condenada a no abandonar nunca más aquella mansión.

Completamente consciente de que aquellos podían ser los últimos pasos que daba en aquella tierra, fue como llegó hasta una puerta que al abrirse, la llevó a contener el aliento. En la habitación se encontraba una joven de cabellos tan rubios como los suyos, una mujer asiática y su amor, quien la observaba atónito. Tragándose entonces el deseo de correr a su lado, la Wagner sonrió y simulo encontrarse en perfecto estado. Tal como se esperaba de quienes ingresan en una habitación, saludo a los ahí presentes, pero deteniéndose más de lo necesario al lado de Lee, que para ese momento ya la apartaba de los demás.
Recibí una invitación no muy amable del embajador a venir – respondió a Lee, quien preocupado la contemplaba – No podía ignorar la carta y su contenido, así que vine –  quería decirle más. Contarle que en la carta le amenazaban con matarlo si es que no iba, así como también decía que debía llevar el regalo que él le hiciera, mismo que al ser contemplado por el Gyum, pareció tranquilizarlo.

Estaba por contarle más, no solo de la reunión sino de lo preocupada que había estado de no poder volver a verlo, así como lo estaba ahora, pues aunque estaba feliz de verlo, temía porque el embajador le hiciera daño en presencia de ella, sobre todo porque de suceder así, ella no podría contenerse y terminaría quizás, exponiendo de más a ambos. Más antes de que pudiera externar sus preocupaciones, ingreso al salón una muchacha que sin reparo alguno le hizo saber a Silke que su atuendo era inapropiado y que para estar en presencia del embajador debería usar otras ropas.

Cambiar su atuendo no era algo que esperaba pero era algo que resultaba necesario, así que de mala gana aceptó seguir a la muchacha que parecía llevar las riendas de la situación.
Nos vemos pronto – susurró a Lee antes de dejar la habitación y ser guiada a otra, donde un par de mujeres cambiaron su vestido por uno tradicional coreano, sin embargo, las mujeres no tocaron su peinado y tampoco su horquilla, esa que junto a un collar que hasta el momento nadie había visto, desencadenarían el regreso del pasado.


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Mensaje por Gwang So Goryeo Vie Abr 06, 2018 4:02 pm

Permaneció en su escritorio un momento mas, releyendo las cartas que jamás llegaron a tiempo, esas que su amada le mandara, cuando ya la muerte anidaba en su lecho. Su mirada recorrió la caligrafía de aquella alma que le había pertenecido, tan igual, tan exacta a la de él, pero con ciertos detalles que la hacían única y valiosa para sus ojos. Si fuese un hombre mas sentimental seguramente hubiera suspirado en ese instante, o tal vez, dejado rodar una lagrima, ¿pero acaso él tenía derecho a hacerlo? ¿no habían sido su orgullo, su terquedad, las responsables de que él no llegara a tiempo para sellar sus labios con un beso? Sus parpados ocultaron los obscuros orbes, tan oscuros como sus negros pensamientos, sus dolorosos recuerdos y sus agónicos remordimientos.

Derrotado, con sus hombros  vencidos, dejó el estudio, para dirigirse a sus aposentos, cambiar sus ropajes por los tradicionales que debería vestir en una ocasión tan especial, simbólica, Ese momento en que daría gracias a sus ancestros, y entre  ellos a ese ángel, que le dejara hacía ya mas de nueve siglos. Como en el tiempo del emperador Joseón, la distribución de los sectores destinados a las damas, y a los hombres, se encontraban dispuestos en espejo, estrictamente separados, por muros no tan altos, pero lo suficiente como para dar una imagen de seguridad. Fue así que tras terminar de prepararse, decidió salir a caminar por los corredores externos, dichos corredores, colindaban con las habitaciones destinadas a las concubinas, que en París, se usaban para las escasas visitas femeninas, casi siempre esposas, amantes e hijas de diplomáticos. Sus pasos lo llevaron sin rumbo, se encontraba pensando en su único amor, y en la extraña sensación vivida noches atrás, cuando en el museo del Louvre, descubriera a una humana que de solo conversador brevemente con ella, su alma le decía que era su amada. pensando en ello se encontraba, cuando la voz inconfundible de aquella mujer, llegó hasta sus oídos. Todo su cuerpo tembló, se quedó estático, como una piedra, pensando que su dolor le llevaba a confundir realidad con fantasía. Mas nuevamente la voz de aquella joven se escuchó, y aunque profanar esa ala del palacio estaba terminantemente prohibido, su deseo de encontrarla, de tomarla entre sus brazos nuevamente, y besar esos labios, tan distintos, pero igual de tiernos y uros como los de su antiguo y perdido amor, le hicieron saltar los muros, llegar como un asesino al cuarto en que se encontraba la joven, y cual espía, intentar ver a la joven, buscando el momento indicado para abordarla.

Unos instantes bastaron para que las doncellas dejaran e lugar. la joven se quedó sentada en el lecho, con la expresion un tanto perdida, se la veía tan bella, como una rosa, como aquellas hermosas flores que alguna vez cultivo. Sonrió con un dejo de picardía, al instante en que sus pasos resonaron en el piso de madera, aunque la habitación se encontraba iluminada de manera tenue, la calidez de la luz, hacían que la joven pareciera mucho mas adorable.

La voz del Embajador se escuchó en la habitación, - Has venido a buscarme, has cruzado los tiempos y los mares, para llegar hasta mi -.


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Mensaje por Suni Kang Sáb Jun 30, 2018 12:27 am

Le fue indicado que pronto daría inicio la celebración, pero que tendría que aguardar en aquella habitación hasta que los demás invitados estuviesen listos y el embajador se encontrará ya en donde la ceremonia se llevaría a cabo.

El embajador, el hombre que tan cruelmente hubiera dejado el collar en el museo sin nota que explicara que deseaba que lo pusiera en la exhibición, ese que con su manera tan superior de actuar había acabado por perturbarle al punto de que ahora estaba ahí, molesta pero sobre todo, dolida. Los ojos de la Kang fueron a posarse sobre un espejo cercano. Su atuendo era similar al que usara siempre en su tierra natal y aún así, le generaba un desprecio sin igual, uno que ella atribuía al collar que lucía elegantemente en su cuello y que era el motivo de que Suni se sintiera a punto de llorar.

Apartando sus ojos de su yo del espejo, la historiadora miró al suelo, recordando la historia de aquel collar. El emperador So se lo había obsequiado a su esposa, más se decía que ese collar carecía de amor y que de hecho, estaba cargado con el despreció que el emperador sentía por su esposa al alejarlo de la mujer que realmente amaba, así como también estaba cargado del resentimiento de la mujer que lo recibió y que amo profundamente al emperador sin ser jamás correspondida, aquel collar pues, se decía que estaba maldito. La idea de traición cruzo una vez más la mente de Suni, el dolor se apodero de su pecho y el deseo de arrancar aquel collar de su cuello la invadió, más apenas acariciaba suavemente el collar cuando una voz masculina bien conocida por ella rompió el silencio y con ello, la fortaleza de la historiadora.
Así es, he venido a buscarle – susurró al tiempo que se ponía de pie y giraba en la dirección de la cual provenía la voz – ¿Cómo no hacerlo después de recibir esto? – señaló el collar en su cuello – Es usted un hombre cruel, es usted un hombre sin corazón, es… – la voz se le quebró entonces y por sus mejillas comenzaron a correr las lágrimas – ¿Por qué me pasa esto? – preguntó, temerosa de todo lo que sentía siempre que estaba cerca de aquel hombre.



Nadie puede amar como amamos nosotros

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Mensaje por Silke Wagner Sáb Jun 30, 2018 12:30 am

Una vez que estuvo arreglada para la celebración a la que fue invitada, las doncellas le informaron que pronto sería llamada para entonces, salir de la habitación y dejarla a solas, algo que desde la perspectiva de la germana fue una muy mala idea, pues si algo no podía hacer ella, era aguardar, porque desde su experiencia, esperar a que el otro se moviera primero podía significar la muerte. Así pues, después de que las doncellas se fueron y hubieron transcurrido un par de minutos, la asesina se acercó hasta la puerta, que no era más que una corrediza bastante simple pero elegante y con sumo cuidado, la abrió para salir. Una sonrisa apareció en los labios de Silke al ver que el corredor se encontraba completamente vació y con la seguridad de quien esta dispuesta a matar o a morir, comenzó a andar por aquel lugar, buscando al hombre que amenazara lo que más amará en la vida.

Según los rumores Gwang So era un hombre temible, uno que no dudaba en ejercer justicia por su propia mano si es que algo no se hacía de la manera en que su gente consideraba la adecuada; y aunque la Wagner se mostró siempre prudente y hasta temerosa al tratar con él, no lo era porque temiera por su propia vida, sino porque temía por la de aquellos que la rodeaban, más ahora que Lee era amenazado, no existía nada ni nadie a quien le temiera pues para Silke ya solo existía una manera de escapar del conflicto aquel, hacerle frente ella directamente al embajador, tratar de solucionar las cosas por las buenas, algo que aunque dudaba que fuera a funcionar, estaba dispuesta a tratar. Decidida entonces a acabar con todo aquel asunto, la germana continuo vagando por residencia, andando muy cerca del lugar donde Lee se encontraba.


La vida y la muerte son dos caras de la misma moneda

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Mensaje por Eugene Choi Sáb Jun 30, 2018 11:33 am

Tras pasar infinitos minutos vistiéndose adecuadamente a la festividad que se debería conmemorar, Lee quedó solo en la habitación. No le habían dicho que debería permanecer allí, por lo que tras esperar un tiempo prudencial, se animó a salir al exterior, allí, como era costumbre, las construcciones se unían por caminos bordeados de flores, arbustos y arboles, lo que le daba la oportunidad de pasar mas desapercibido. Así fue moviéndose, hasta acercarse a la zona donde las jóvenes debían estar cambiándose.

A la distancia, observó como una sombra, que terminó descubriendo, se trataba del embajador, saltaba el muro que dividía los dos pabellones - cosa que estaba totalmente prohibido, aún para el embajador - y se internaba hacia los cuartos femeninos. Un repeluzno le hizo ponerse en movimiento y acelerar sus pasos. ¿que pasaba si el embajador iba tras su amada?

Tras trepar el muro, saltó al camino que conducía a las habitaciones, siguió de lejos al embajador, y le observó entrar a una de ella. Allí, tras unos arboles, contempló como éste llamaba amor a la señorita Suni, -Vaya, pero mira quien es el amorcito del embajador - caviló, sonriendo de costado. Siempre le había gustado jugar al espía, y ahora había encontrado una forma de salvar a su amada, pues si el inmortal, intentaba hacerles algo, el no dudaría en tomar como rehén a la señorita Kang, pues en la guerra y el amor, todo era valido.

Por ahora les daría privacidad, pues ya había descubierto un secreto importante, por lo que se fue alejando, solo para dirigir sus pasos al próximo camino, tal vez éste por fin lo conduciría a donde se encontraba su amada. Estaba exultante de alegría, le diría lo que había encontrado y si era posible, intentarían sacar beneficios económicos de eso, como el robo de algunas piezas de la colección que se exponía en el museo, o hasta el regalo de tesoros de la embajada por parte del propio embajador, para que él y su amada se quedaran callados.

Unos pasos mas y al doblar por un camino se encontró con su amor, sonrió divertido, al tomar por sorpresa a su amada, tapando su boca y apretando su talle contra su cuerpo, - Estas hermosa, mi flor de cerezo - sonrió divertido, dándole un beso en la oreja.



Todo tiene un precio en la vida... aun el amor o la muerte.
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