AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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· Désespoir ·
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· Désespoir ·
Los párpados le pesaban tanto que apenas era capaz de mantenerse despierta los primeros minutos después del ataque, y una vez aquella bestia hubo desaparecido en la noche. Con la mano derecha se concentró en intentar que la sangre no brotara a borbotones desde la profunda herida abierta en su vientre. El brazo izquierdo, por el contrario, descansaba a un lado de su cuerpo, totalmente inutilizable, y en una postura bastante poco natural. Estaba magullado, pero lo más doloroso era la abultación en torno a su codo, donde el hueso se podía entrever bajo la piel, desplazado de su lugar habitual. Al poco tiempo, sin embargo, y cuando había perdido tanta sangre que apenas sabía cómo era posible que aún siguiera con vida, las heridas dejaron de dolerle, y todo cuanto sentía era una gran pesadez en cada uno de sus músculos. Se sentía cansada, agotada, como si hubiera estado corriendo durante horas, como cuando te despiertas en mitad de la noche de una pesadilla, y el corazón te va a mil por hora aunque desconozcas el motivo. En ese momento, sin embargo, aquel órgano iba bastante más despacio que en esas otras ocasiones. Peligrosamente despacio. Tanto, que casi parecía estar avisando de que iba a detenerse de forma inminente.
Después de todo, la muerte, no era tan terrible como la pintaban. No había dolor, ni sufrimiento. Aunque sí un intenso frío que poco a poco se iba instalando en cada átomo de su ser. La pérdida de sangre te permite saborear los últimos momentos de tu vida, como si más que estar sumergida en una espiral de terror, fueras una espectadora pasiva de lo que había sido tu existencia. Era un final tranquilo, calmo. Un final que se le antojaba dulce, a pesar del dolor y del miedo sufrido durante el ataque de aquella... Cosa. Ni siquiera estaba segura de qué era lo que le había atacado. Su tamaño era mucho mayor del de un perro, e incluso de un lobo, y el hecho de que hubiera sido a escasos kilómetros del centro de la ciudad descartaba a un oso casi por completo. Además, estaba segura de que rugía. Repasó mentalmente, mientras por sus ojos se iban sucediendo un sinfín de imágenes concernientes a sus viajes, a su felicidad al lado de los hombres que había amado, intentando encontrar una respuesta. Era por simple curiosidad, sin embargo. Ya no podía decir que le importase lo más mínimo. Iba a morir. ¿Qué más daba a manos de qué hubiera sido? ¿Un león? ¿Un tigre? ¿De dónde demonios habría salido un tigre y qué haría paseando por las calles de París a medianoche? No es que tuviera mucho sentido. Pero ya no importaba. Ya nada importaba.
A medida que la oscuridad iba engulléndola, arrastrándola cada vez con más fuerza hasta su seno, todo iba perdiendo paulatinamente la relevancia que antes tuvo. Su familia, sus amigos, su trabajo, su esposo, su difunto primer marido... Todo se le antojaba ahora lejano e indiferente. Nada parecía tan molesto, ni siquiera el hecho de que Ralston hubiese cambiado tanto después del matrimonio. Aunque pese a estar notando cómo la vida se le escapaba lentamente, tras cada suspiro, había algo que no había podido dejar de hacer: aún lo echaba de menos. Lo amaba. A pesar de todo. Pero ese cariño, llegado a un punto, también dejó de ser importante. Ni siquiera escuchó la voz de una joven que se acercó corriendo en su ayuda, antes de perder por completo el conocimiento. ¿Dónde despertaría después? ¿En el cielo o el infierno?
Quizá en ninguno de los dos. Quizá todo era una mentira, como ella siempre había supuesto. Tal como fuere, pronto lo descubriría...
O no.
Cuando abrió los ojos, de golpe, abrumada por una punzada de dolor que la sacó de la oscuridad con absoluta brusquedad, no fue nubes lo que vio a su alrededor. No se encontró rodeada de los seres queridos a los que había perdido. No estaba en un lugar maravilloso, en aquel lugar del que hablaban las sagradas escrituras. Pero tampoco estaba rodeada de fuego, ni de seres grotescos que buscaban devorarla sin miramientos. Tampoco estaba rodeada de enemigos, que juraban venganza con cada parpadeo. No. La realidad, casi podía decir, que era mucho peor que eso. Se despertó rodeada de desconocidos que iban y venían. Rodeada de sangre, de sábanas blancas manchadas del líquido escarlata que aún brotaba de su vientre. Se despertó rodeada de agujas que se hundían en su piel, y que a pesar de tener por función estabilizarla, la habían sacado del primer sueño dulce y tranquilo que había tenido en años. Y de golpe comprendió aquello de lo que muchos poetas y artistas hablaban: la muerte, la oscuridad, es agradable. Todo es quietud, las preocupaciones desaparecen y el dolor deja de tener importancia. La realidad, sin embargo, es cruel, es trágica, y todo cuanto te aguarda en ella es dolor. Un dolor que te corta la respiración, que te recuerda que estás vivo. Algo que para muchos, como para ella en aquel momento, no era lo que querían recordar.
Si vivir significaba sufrir de ese modo, prefería que la devolvieran a la oscuridad de la que la habían sacado a rastras.
Apenas susurró una negativa a las bolsas de sangre que las enfermeras trajeron para transferirle, antes de volver a caer inconsciente. Pero ya no era lo mismo. Ahora volvía a sentir su cuerpo, y las consecuencias tan terribles del ataque experimentado. Y todo cuanto podía preguntarse, mientras sentían cómo la movían de una camilla a otra, era: ¿por qué?
Después de todo, la muerte, no era tan terrible como la pintaban. No había dolor, ni sufrimiento. Aunque sí un intenso frío que poco a poco se iba instalando en cada átomo de su ser. La pérdida de sangre te permite saborear los últimos momentos de tu vida, como si más que estar sumergida en una espiral de terror, fueras una espectadora pasiva de lo que había sido tu existencia. Era un final tranquilo, calmo. Un final que se le antojaba dulce, a pesar del dolor y del miedo sufrido durante el ataque de aquella... Cosa. Ni siquiera estaba segura de qué era lo que le había atacado. Su tamaño era mucho mayor del de un perro, e incluso de un lobo, y el hecho de que hubiera sido a escasos kilómetros del centro de la ciudad descartaba a un oso casi por completo. Además, estaba segura de que rugía. Repasó mentalmente, mientras por sus ojos se iban sucediendo un sinfín de imágenes concernientes a sus viajes, a su felicidad al lado de los hombres que había amado, intentando encontrar una respuesta. Era por simple curiosidad, sin embargo. Ya no podía decir que le importase lo más mínimo. Iba a morir. ¿Qué más daba a manos de qué hubiera sido? ¿Un león? ¿Un tigre? ¿De dónde demonios habría salido un tigre y qué haría paseando por las calles de París a medianoche? No es que tuviera mucho sentido. Pero ya no importaba. Ya nada importaba.
A medida que la oscuridad iba engulléndola, arrastrándola cada vez con más fuerza hasta su seno, todo iba perdiendo paulatinamente la relevancia que antes tuvo. Su familia, sus amigos, su trabajo, su esposo, su difunto primer marido... Todo se le antojaba ahora lejano e indiferente. Nada parecía tan molesto, ni siquiera el hecho de que Ralston hubiese cambiado tanto después del matrimonio. Aunque pese a estar notando cómo la vida se le escapaba lentamente, tras cada suspiro, había algo que no había podido dejar de hacer: aún lo echaba de menos. Lo amaba. A pesar de todo. Pero ese cariño, llegado a un punto, también dejó de ser importante. Ni siquiera escuchó la voz de una joven que se acercó corriendo en su ayuda, antes de perder por completo el conocimiento. ¿Dónde despertaría después? ¿En el cielo o el infierno?
Quizá en ninguno de los dos. Quizá todo era una mentira, como ella siempre había supuesto. Tal como fuere, pronto lo descubriría...
O no.
Cuando abrió los ojos, de golpe, abrumada por una punzada de dolor que la sacó de la oscuridad con absoluta brusquedad, no fue nubes lo que vio a su alrededor. No se encontró rodeada de los seres queridos a los que había perdido. No estaba en un lugar maravilloso, en aquel lugar del que hablaban las sagradas escrituras. Pero tampoco estaba rodeada de fuego, ni de seres grotescos que buscaban devorarla sin miramientos. Tampoco estaba rodeada de enemigos, que juraban venganza con cada parpadeo. No. La realidad, casi podía decir, que era mucho peor que eso. Se despertó rodeada de desconocidos que iban y venían. Rodeada de sangre, de sábanas blancas manchadas del líquido escarlata que aún brotaba de su vientre. Se despertó rodeada de agujas que se hundían en su piel, y que a pesar de tener por función estabilizarla, la habían sacado del primer sueño dulce y tranquilo que había tenido en años. Y de golpe comprendió aquello de lo que muchos poetas y artistas hablaban: la muerte, la oscuridad, es agradable. Todo es quietud, las preocupaciones desaparecen y el dolor deja de tener importancia. La realidad, sin embargo, es cruel, es trágica, y todo cuanto te aguarda en ella es dolor. Un dolor que te corta la respiración, que te recuerda que estás vivo. Algo que para muchos, como para ella en aquel momento, no era lo que querían recordar.
Si vivir significaba sufrir de ese modo, prefería que la devolvieran a la oscuridad de la que la habían sacado a rastras.
Apenas susurró una negativa a las bolsas de sangre que las enfermeras trajeron para transferirle, antes de volver a caer inconsciente. Pero ya no era lo mismo. Ahora volvía a sentir su cuerpo, y las consecuencias tan terribles del ataque experimentado. Y todo cuanto podía preguntarse, mientras sentían cómo la movían de una camilla a otra, era: ¿por qué?
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
- Mensajes : 102
Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: · Désespoir ·
Desperté sobresaltado, tanto, que estaba seguro de que, de seguir estando vivo, hubiera corrido un grave peligro de morir en aquel preciso instante. Bufé en voz alta, girándome en aquella mullida cama que había ocupado la noche anterior, tras persuadir al dueño de malos modos de que lo mejor era que se marchara de aquella casa. Encantada, con mi presencia. Me quedé mirando al techo durante unos instantes que casi me parecieron eternos, tratando que esa respiración artificial que aún seguía permaneciendo, como residuo de una humanidad que ya había perdido, acabara por calmarse. Y no lo hizo. Parecía que, después de todo, ni siquiera los muertos estamos exentos de ser acosados por las pesadillas. Por retazos de otros momentos que fueron mucho mejores, y ahora eran simplemente inalcanzables. Me sentí frustrado, como mareado, más por la sorpresa de que aquella noche hubiera sido mi padre el que se apareciese en sueños que por la pesadilla en sí. Había soñado con aquella terrible masacre cometida sobre mi familia tantas veces que ya me había haituado a ello. Incluso el olor a la sangre de mis familiares despertaba, vívido, cada noche. Pero ese sueño, en concreto, era nuevo. Yo nunca había visto a mi padre llorar, y aquella noche, para mi sorpresa, lo hizo.
Hasta yo me sorprendí por haberlo olvidado en su momento. Quizá fuese tan terrible para mi ver aquella escena que fue más sencillo eliminarla de mi memoria. Y ahora había vuelto, logrando desestabilizarme por completo, agitándome de dentro afuera. Tras un rato perdido en los recuerdos, en los detalles de su rostro, contraído por el pánico, terminé por levantarme. Quedarme allí tumbado sólo provocaría que aquel sueño reapareciese nuevamente, y no sabía si estaba preparado para volver a afrontarlo. No todavía. No sin haber cumplido antes mi venganza. No podía enfrentarme a la imagen de mi padre pensando que lo había defraudado al no destruir a aquellos que nos destruyeron. Cuando mi promesa se viera cumplida, entonces sí podría hacer frente a su mirada reprobatoria, pero hasta entonces, necesitaba tranquilidad. Frialdad. La suficiente para planear el plan que me permitiese deshacerme de esa furcia que llevaba el título de reina de mi amado país.
Me vestí con las prendas pertenecientes al antiguo dueño de la casa. Sorprendentemente, me quedaban como un guante, así que no hube de hacer mucho más que intentar aplacarme mis enmarañados cabellos -que llevaban así todas y cada una de las noches desde mi muerte- para salir al exterior, a buscar nueva información acerca de los progresos en mis planes de venganza. De momento, Irïna había escapado, pero ya era conocedora de la verdad, y eso la había aislado. El golpe de gracia vendría una vez decidiera volver a Escocia. Salí al exterior mostrándome al mundo con aquella fingida imagen de naturalidad. Siempre preferí navegar por las corrientes de aire, mostrándome incorpóreo al mundo -lo único bueno que tiene la muerte, a mi parecer-, pero aquella mañana sentía que algo sería diferente. Un buen presentimiento. Me sentía cerca de conseguir mis objetivos, y eso me animó a adoptar aquella forma humana hacia la que ya no sentía especial apego después de tantos años.
Caminé lo que me parecieron horas, y fue en ese extenso paseo, que se extendió hasta el anochecer, alejándome de las zonas más céntricas de la ciudad, cuando lo presencié. Un tigre abalanzándose sobre una mujer, que no era otra que la reconocida actriz y artista Persephónē, o Viktóriya, como realmente se llamaba. Movido más por la curiosidad que por la preocupación, fue yo quien alertó a las autoridades. ¿Cómo era posible que una criatura tan hermosa como aquella mujer sufriera a manos de algo que era imposible? ¿Y qué pasaría con ella ahora que había sido atacada? ¿Temería por su vida? ¿Cambiaría? En cierto modo me causó curiosidad, y por eso la seguí. Tomando "prestado" el cuerpo de uno de sus médicos, vi cómo la curaban, manipulaban y estabilizaban de forma frenética pero metódica. Nunca había sentido interés en la medicina, pero sin duda salvarle la vida a alguien tan famoso debía ser digno de reconocimiento para un simple mortal. Adquiriendo poder sobre el cuerpo ajeno, fui yo quien permaneció junto a su cama durante las siguientes horas. ¿Cuáles serían sus primeras palabras al despertar?
Hasta yo me sorprendí por haberlo olvidado en su momento. Quizá fuese tan terrible para mi ver aquella escena que fue más sencillo eliminarla de mi memoria. Y ahora había vuelto, logrando desestabilizarme por completo, agitándome de dentro afuera. Tras un rato perdido en los recuerdos, en los detalles de su rostro, contraído por el pánico, terminé por levantarme. Quedarme allí tumbado sólo provocaría que aquel sueño reapareciese nuevamente, y no sabía si estaba preparado para volver a afrontarlo. No todavía. No sin haber cumplido antes mi venganza. No podía enfrentarme a la imagen de mi padre pensando que lo había defraudado al no destruir a aquellos que nos destruyeron. Cuando mi promesa se viera cumplida, entonces sí podría hacer frente a su mirada reprobatoria, pero hasta entonces, necesitaba tranquilidad. Frialdad. La suficiente para planear el plan que me permitiese deshacerme de esa furcia que llevaba el título de reina de mi amado país.
Me vestí con las prendas pertenecientes al antiguo dueño de la casa. Sorprendentemente, me quedaban como un guante, así que no hube de hacer mucho más que intentar aplacarme mis enmarañados cabellos -que llevaban así todas y cada una de las noches desde mi muerte- para salir al exterior, a buscar nueva información acerca de los progresos en mis planes de venganza. De momento, Irïna había escapado, pero ya era conocedora de la verdad, y eso la había aislado. El golpe de gracia vendría una vez decidiera volver a Escocia. Salí al exterior mostrándome al mundo con aquella fingida imagen de naturalidad. Siempre preferí navegar por las corrientes de aire, mostrándome incorpóreo al mundo -lo único bueno que tiene la muerte, a mi parecer-, pero aquella mañana sentía que algo sería diferente. Un buen presentimiento. Me sentía cerca de conseguir mis objetivos, y eso me animó a adoptar aquella forma humana hacia la que ya no sentía especial apego después de tantos años.
Caminé lo que me parecieron horas, y fue en ese extenso paseo, que se extendió hasta el anochecer, alejándome de las zonas más céntricas de la ciudad, cuando lo presencié. Un tigre abalanzándose sobre una mujer, que no era otra que la reconocida actriz y artista Persephónē, o Viktóriya, como realmente se llamaba. Movido más por la curiosidad que por la preocupación, fue yo quien alertó a las autoridades. ¿Cómo era posible que una criatura tan hermosa como aquella mujer sufriera a manos de algo que era imposible? ¿Y qué pasaría con ella ahora que había sido atacada? ¿Temería por su vida? ¿Cambiaría? En cierto modo me causó curiosidad, y por eso la seguí. Tomando "prestado" el cuerpo de uno de sus médicos, vi cómo la curaban, manipulaban y estabilizaban de forma frenética pero metódica. Nunca había sentido interés en la medicina, pero sin duda salvarle la vida a alguien tan famoso debía ser digno de reconocimiento para un simple mortal. Adquiriendo poder sobre el cuerpo ajeno, fui yo quien permaneció junto a su cama durante las siguientes horas. ¿Cuáles serían sus primeras palabras al despertar?
Rhaegar W. Frimost- Fantasma
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 08/07/2014
Re: · Désespoir ·
Cuando su alma, su cuerpo, y todo su ser, lo único que hacían eran suplicar que por favor, la dejasen marchar, volver a sumergirse en aquel estado de quietud y calma que precedía a la muerte, el mundo real parecía tener otros planes bien distintos. A su ya de por sí adolorido estado tras el ataque, se sumó el dolor que las enfermeras y médicos le provocaban a propósito, volviendo a abrir las heridas que hasta el momento permanecían parcialmente tapadas. En aquellos momentos lo único que podía preguntarse era por qué. Por qué demonios le hacían eso. Por qué no habían cumplido su petición, su última petición, y no la habían dejado marchar como ella misma había rogado, antes de volver a ser atraída por un sueño profundo, pero cargado de consciencia. Una consciencia que suplicaba por perder. No creía poder soportar todo aquel dolor. Para ella, y más en esa situación, nada de lo que hacían tenía lógica, ni sentido, ni razón de ser. En cualquier otro instante lo habría comprendido inmediatamente. Abrir heridas servía para limpiarlas. Pero todo cuanto le importaba entonces era que la dejaran en paz, que le permitieran seguir durmiendo. Seguir muriendo lenta, dulcemente.
Un desgarrador grito escapó de su garganta. Ni siquiera fue consciente de que había sido ella la que había gritado. Aquel corte le había dolido tanto que ni siquiera parecía ser real. ¿O no había sido un corte? Muy a lo lejos creyó aspirar el aroma a alcohol. El escozor era insoportable. Abrió los ojos un brevísimo momento, sólo para volver a ver el rostro del joven médico que antes pareció haberle dicho algo que ella no llegó a escuchar, y mucho menos a entender. Estaba concentrado en su tarea, tanto que casi no se había inmutado a pesar del alarido. Siempre consideró que sólo los valientes eran capaces de dedicarse a la medicina. Personas valientes y con la suficiente confianza en sí mismos, para creerse capaces de salvar la vida a los demás, de ayudarles, de sanarles. Ella siempre había sido bastante cobarde. Alguna vez le dijeron que su obsesión por el mundo de las artes obedecía a una necesidad de escapar de la realidad. En situaciones como esa, en la que el dolor era tan insoportable, se daba cuenta de que tenían razón. Era terrible. Una crueldad. En las obras, las personas solían morir de amor, cantando, o dejando tras de sí un reguero de lágrimas o de poemas en su memoria. Cuando morías en la realidad, de ti sólo quedaba carne yerta, condenada a pudrirse. Y huesos que en algún momento se convertirían en polvo.
No es que fuera una existencia demasiado agradable.
Parpadeó otras dos o tres veces, siempre coincidiendo con los momentos en los que los sanitarios hacían algo que le causaba tal punzada de dolor que la sacaban de su estado de somnolencia de golpe. Y se dio cuenta de que mientras que todos iban y venían, aquel joven doctor seguía en la misma posición siempre. ¿Qué estaría haciendo? ¿Coser sus heridas? ¿Colocarle de nuevo en su sitio los huesos? Esperaba que hiciera pronto lo segundo, antes de que recuperara del todo el funcionamiento normal de su cerebro. Estando totalmente despierta dudaba mucho poder soportarlo. En una de esas veces, creyó apretar la mano ajena lo bastante fuerte para que él se percatara. Todo lo que pudo ver fue una sonrisa. Luego todo volvió a ponerse negro.
Acogió la quietud inducida por la sedación con una sonrisa. Aunque no era tan profunda como la provocada por la pérdida de sangre, de momento, le valía. Necesitaba dormir. Sí, necesitaba poder dejar de pensar. Necesitaba...
El bullicio pronto se convirtió en un eco lejano, casi inexistente. Y la sensación de indiferencia volvió a hacerse patente. No había formas, ni colores, ni recuerdos, ni imágenes, ni palabras. Todo cuanto había era la más absoluta nada. Vacío. Puro. Eterno.
Un desgarrador grito escapó de su garganta. Ni siquiera fue consciente de que había sido ella la que había gritado. Aquel corte le había dolido tanto que ni siquiera parecía ser real. ¿O no había sido un corte? Muy a lo lejos creyó aspirar el aroma a alcohol. El escozor era insoportable. Abrió los ojos un brevísimo momento, sólo para volver a ver el rostro del joven médico que antes pareció haberle dicho algo que ella no llegó a escuchar, y mucho menos a entender. Estaba concentrado en su tarea, tanto que casi no se había inmutado a pesar del alarido. Siempre consideró que sólo los valientes eran capaces de dedicarse a la medicina. Personas valientes y con la suficiente confianza en sí mismos, para creerse capaces de salvar la vida a los demás, de ayudarles, de sanarles. Ella siempre había sido bastante cobarde. Alguna vez le dijeron que su obsesión por el mundo de las artes obedecía a una necesidad de escapar de la realidad. En situaciones como esa, en la que el dolor era tan insoportable, se daba cuenta de que tenían razón. Era terrible. Una crueldad. En las obras, las personas solían morir de amor, cantando, o dejando tras de sí un reguero de lágrimas o de poemas en su memoria. Cuando morías en la realidad, de ti sólo quedaba carne yerta, condenada a pudrirse. Y huesos que en algún momento se convertirían en polvo.
No es que fuera una existencia demasiado agradable.
Parpadeó otras dos o tres veces, siempre coincidiendo con los momentos en los que los sanitarios hacían algo que le causaba tal punzada de dolor que la sacaban de su estado de somnolencia de golpe. Y se dio cuenta de que mientras que todos iban y venían, aquel joven doctor seguía en la misma posición siempre. ¿Qué estaría haciendo? ¿Coser sus heridas? ¿Colocarle de nuevo en su sitio los huesos? Esperaba que hiciera pronto lo segundo, antes de que recuperara del todo el funcionamiento normal de su cerebro. Estando totalmente despierta dudaba mucho poder soportarlo. En una de esas veces, creyó apretar la mano ajena lo bastante fuerte para que él se percatara. Todo lo que pudo ver fue una sonrisa. Luego todo volvió a ponerse negro.
Acogió la quietud inducida por la sedación con una sonrisa. Aunque no era tan profunda como la provocada por la pérdida de sangre, de momento, le valía. Necesitaba dormir. Sí, necesitaba poder dejar de pensar. Necesitaba...
El bullicio pronto se convirtió en un eco lejano, casi inexistente. Y la sensación de indiferencia volvió a hacerse patente. No había formas, ni colores, ni recuerdos, ni imágenes, ni palabras. Todo cuanto había era la más absoluta nada. Vacío. Puro. Eterno.
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
- Mensajes : 102
Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: · Désespoir ·
Invadir otros cuerpos siempre me dejaba una sensación de pérdida de mi propia identidad que resultaba bastante desagradable, pero que podía, igualmente, hacerse adictivo. Mi consciencia se intercambiaba con la del médico sin que él se percatase de mi presencia. Le dejaba hacer lo que mejor sabía, curar a la paciente, pero de vez en cuando yo me asomaba a observar su trabajo, o el estado de la mujer a la que ni siquiera me había molestado en proteger. Era extraño. Alguna vez la había visto actuar en el teatro, y ahora se veía tan pequeña, tan vulnerable, que era difícil imaginar que una vez ella había sido la misma persona que brillaba en escena. En cierta forma, la había admirado, pero ni siquiera eso me había removido lo suficiente como para mediar en el incidente. Ahora me arrepentía. Las enfermeras cuchicheaban que sería una pena que una joven tan hermosa quedara marcada de por vida por cicatrices como aquella. El médico que tenía poseído sostenía, sin embargo, que sus heridas curarían y que se aseguraría que no fueran visibles. Tardaría un tiempo, pero volvería a ser la misma. Por el tono de su voz pude decir que él también la había reconocido. Era curioso ver las cosas de aquella forma, desde afuera. Como un espectador de las vidas ajenas. Pero también era interesante.
¿Qué ocurriría si ese doctor y su paciente se mirasen a los ojos y vieran un futuro entre ambos? El anillo en el dedo de ella la marcaba como "tomada", pero ¿era eso acaso un impedimento? Me reí para mi mismo ante la expectativa. El amor no había sido una emoción agradable en mi caso, así que dudaba mucho que de tener oportunidad les dejaría a ellos experimentar lo mismo. Soy mezquino, y no me importa reconocerlo. Mi infelicidad tiene tal magnitud que me resultaría casi imposible desearle felicidad a alguien distinto a mi mismo. Por mi, todos aquellos que creen en los finales felices merecen un castigo por restregarle sus creencias y buenos sentimientos por la cara a aquellos que no pueden sentir lo mismo. Sí, si algo despertara entre ellos yo me encargaría de destruirlo. Me aseguraría de que su infelicidad y la mía fueran similares. Ella era una artista con éxito, ¡seguro que tenía todo cuanto quería y más! Si el karma existía quizá aquello había sido una bofetada del destino...
O quizá no.
En una de las pocas veces en que ella abrió los ojos mientras yo estaba gobernando aquel cuerpo ajeno, pude verlo en su mirada. El dolor, la misma desesperación que una vez hube sentido. En aquel profundo y hermoso azul no había más que derrota, y deseos por perecer en el sueño eterno al que sus heridas parecían querer arrastrarla. No pude evitar sentirlo de nuevo, aquella punzada de interés, de emoción, al encontrar a alguien con el que podía identificarme. Y entonces quise todo lo contrario. Quise poseer ese cuerpo por completo, quise ser de carne y hueso, y así lograr que ella saliera de su sueño lo antes posible. Quería salvarla. ¿Por ella? ¿Por mi? ¿Estaba obsesionado? ¿Era realmente amor, o simplemente simpatía por haberme topado con un igual? Apreté sus manos con fuerza, y supliqué mentalmente para que saliera de aquello. Las curas habían finalizado, y ahora sólo quedaba esperar. Me senté a su lado, y no me levanté en horas.
¿Qué ocurriría si ese doctor y su paciente se mirasen a los ojos y vieran un futuro entre ambos? El anillo en el dedo de ella la marcaba como "tomada", pero ¿era eso acaso un impedimento? Me reí para mi mismo ante la expectativa. El amor no había sido una emoción agradable en mi caso, así que dudaba mucho que de tener oportunidad les dejaría a ellos experimentar lo mismo. Soy mezquino, y no me importa reconocerlo. Mi infelicidad tiene tal magnitud que me resultaría casi imposible desearle felicidad a alguien distinto a mi mismo. Por mi, todos aquellos que creen en los finales felices merecen un castigo por restregarle sus creencias y buenos sentimientos por la cara a aquellos que no pueden sentir lo mismo. Sí, si algo despertara entre ellos yo me encargaría de destruirlo. Me aseguraría de que su infelicidad y la mía fueran similares. Ella era una artista con éxito, ¡seguro que tenía todo cuanto quería y más! Si el karma existía quizá aquello había sido una bofetada del destino...
O quizá no.
En una de las pocas veces en que ella abrió los ojos mientras yo estaba gobernando aquel cuerpo ajeno, pude verlo en su mirada. El dolor, la misma desesperación que una vez hube sentido. En aquel profundo y hermoso azul no había más que derrota, y deseos por perecer en el sueño eterno al que sus heridas parecían querer arrastrarla. No pude evitar sentirlo de nuevo, aquella punzada de interés, de emoción, al encontrar a alguien con el que podía identificarme. Y entonces quise todo lo contrario. Quise poseer ese cuerpo por completo, quise ser de carne y hueso, y así lograr que ella saliera de su sueño lo antes posible. Quería salvarla. ¿Por ella? ¿Por mi? ¿Estaba obsesionado? ¿Era realmente amor, o simplemente simpatía por haberme topado con un igual? Apreté sus manos con fuerza, y supliqué mentalmente para que saliera de aquello. Las curas habían finalizado, y ahora sólo quedaba esperar. Me senté a su lado, y no me levanté en horas.
Rhaegar W. Frimost- Fantasma
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 08/07/2014
Re: · Désespoir ·
La consciencia le llegó de la misma forma en que se había marchado: de golpe y de un plumazo, y dejándole una desagradable sensación de náusea que la empujó a toser de forma brusca y repetitiva, alertando al hombre que estaba sentado a su derecha de que la paciente, finalmente, se había despertado. Observó por un largo momento y con detenimiento el aspecto de la habitación que le rodeaba. Las paredes estaban pintadas de un blanco grisáceo, probablemente a causa del paso del tiempo. Las ventanas eran pequeñas y tenían verjas por la parte de afuera, como para impedir que nadie entrara... ¿o era para que nadie se lanzara al vacío? Últimamente la segunda opción se le pasaba demasiado por la cabeza, así que no era objetiva, precisamente. Un largo suspiro escapó de entre sus labios. Sentía el cuerpo pesado, y todo le dolía en exceso, prueba inconfundible de que, a pesar de todo, seguía estando viva. Y probablemente fuera gracias a ese joven que la observaba con una sonrisa afable y con los ojos brillando a causa de la expectación y también el reconocimiento.
- ¿Por qué me habéis salvado? Tan malherida como estaba, ¿no hubiera sido más sencillo dejarme morir? No creo que nadie os hubiera culpado por ello. Ni siquiera... creo que nadie me hubiera echado en falta. - Probablemente aquellas palabras fuesen lo último que el médico hubiese esperado salir de entre los labios de la reconocida artista. Y es que su descontento con la vida en general, y con el rumbo que estaba tomando la suya en particular, había ido aumentando exponencialmente desde hacía un tiempo hasta ahora. Desde que descubriese que su segundo amor, el hombre con el que había decidido casarse a pesar de todo, no era más que alguien consumido por los deseos de venganza. Alguien que la odiaba y que le deseaba un futuro terrible. ¿Acaso Ralston lloraría por su muerte, de haber perecido en aquella camilla? Lo dudaba. Lo más probable es que se alegrase. Y el resto de su familia probablemente ni siquiera llegaran a descubrirlo hasta mucho más tarde, cuando los periódicos lo anunciaran. Entonces sí aparecerían, interesados en el caso de que hubiera alguna herencia. Todo era lo mismo. ¿Vivir o morir? ¿Qué importaba?
Su existencia había quedado reducida a una fuente de ingresos, o a alguien a quien odiar.
No supo bien cuándo, pero pronto, as lágrimas comenzaban a inundar sus cuencas, y la visión se le nubló. Jamás en su vida había pensado siquiera que llegaría el día en el que no le importaba vivir o morir. Ella, a pesar de ser melancólica, tenía alma de superviviente. Había luchado mucho por labrarse un futuro, un nombre, un porvenir. Había luchado mucho por que la reconocieran como artista, ¿y estaba dispuesta a dejar que todo se fuera al traste simplemente por estar desilusionada? Volver a su hogar era un suplicio. Pensar en revivir lo sucedido hacía unas noches la aterraba casi incluso más que el ataque. Y ahora además todo le dolía, y seguramente su cuerpo se vería marcado de por vida. Si había algún Dios allí arriba, ¡¿por qué la había dejado sobrevivir?!
- ¿Por qué me habéis salvado? Tan malherida como estaba, ¿no hubiera sido más sencillo dejarme morir? No creo que nadie os hubiera culpado por ello. Ni siquiera... creo que nadie me hubiera echado en falta. - Probablemente aquellas palabras fuesen lo último que el médico hubiese esperado salir de entre los labios de la reconocida artista. Y es que su descontento con la vida en general, y con el rumbo que estaba tomando la suya en particular, había ido aumentando exponencialmente desde hacía un tiempo hasta ahora. Desde que descubriese que su segundo amor, el hombre con el que había decidido casarse a pesar de todo, no era más que alguien consumido por los deseos de venganza. Alguien que la odiaba y que le deseaba un futuro terrible. ¿Acaso Ralston lloraría por su muerte, de haber perecido en aquella camilla? Lo dudaba. Lo más probable es que se alegrase. Y el resto de su familia probablemente ni siquiera llegaran a descubrirlo hasta mucho más tarde, cuando los periódicos lo anunciaran. Entonces sí aparecerían, interesados en el caso de que hubiera alguna herencia. Todo era lo mismo. ¿Vivir o morir? ¿Qué importaba?
Su existencia había quedado reducida a una fuente de ingresos, o a alguien a quien odiar.
No supo bien cuándo, pero pronto, as lágrimas comenzaban a inundar sus cuencas, y la visión se le nubló. Jamás en su vida había pensado siquiera que llegaría el día en el que no le importaba vivir o morir. Ella, a pesar de ser melancólica, tenía alma de superviviente. Había luchado mucho por labrarse un futuro, un nombre, un porvenir. Había luchado mucho por que la reconocieran como artista, ¿y estaba dispuesta a dejar que todo se fuera al traste simplemente por estar desilusionada? Volver a su hogar era un suplicio. Pensar en revivir lo sucedido hacía unas noches la aterraba casi incluso más que el ataque. Y ahora además todo le dolía, y seguramente su cuerpo se vería marcado de por vida. Si había algún Dios allí arriba, ¡¿por qué la había dejado sobrevivir?!
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: · Désespoir ·
No voy a negar que me sorprendí al escucharla hablar de aquel modo tan derrotista, pero honestamente, también me sentí complacido. Eso significaba que aquel destello fruto del dolor que había visto en la mirada ajena no habían sido únicamente imaginaciones mías. Ella en realidad estaba sufriendo, un sufrimiento que la hacía ver la muerte como una salida. Un dolor que yo mismo había experimentado y que, por tanto, nos hacía "camaradas". Al menos, desde mi punto de vista. Probablemente el médico cuya piel llevaba puesta hubiera podido dedicarle unas palabras cálidas y tranquilizadoras, pero yo no tenía realmente nada positivo que decirle, así que me limité a quedarme en silencio, observándola, viendo como poco a poco la mujer recién despertada comenzaba a sumirse en un sinfín de pensamientos oscuros. Podía imaginar en lo que estaba pensando. Pero, ¿qué importaba? Verla así satisfacía mi propio ego, mi propio orgullo. Me hacía sentir mejor con mi propia realidad.
- No puedo decirle si se equivoca o no, ya que desconozco sus circunstancias. Pero estoy seguro de que su muerte sería un duro golpe para el mundo. Sus obras son maravillosas. -Me limité a decir, aclarando que, en efecto, la había reconocido desde primera hora. - Además, sencillo o no, mi trabajo es salvar la vida de aquellos a quienes traen ante mi presencia. No importa lo difícil que parezca: no puedo dejar de intentarlo. -Estaba tratando de pensar como un médico, de actuar como tal, a pesar de no tener ni la más remota idea en el campo de la medicina, ni tampoco poseer la empatía necesaria para desempeñar semejante trabajo. Las enfermeras, que aún pululaban a nuestro alrededor, también parecieron advertir el cambio en la personalidad del joven al que estaba personando. Tras toser un par de veces, como tratando de centrarme, me levanté del sillón que ocupaba y procedí a tomar la temperatura de la joven: hasta eso llegaba mi conocimiento en la materia.
- Bueno, sin temor a equivocarme puedo afirmar que a pesar de que sus heridas eran graves y que la pérdida de sangre era considerable, habiendo recuperado la consciencia tan rápido, su recuperación irá a mejor a partir de ahora. Aún tiene algo de fiebre, pero ha bajado, así que no ha contraído ninguna infección... -Dije todo aquello al sopesar los pensamientos más superficiales del joven que permanecía inconsciente dentro de su propio cuerpo. El médico también tenía la firme convicción de que no se le quedaría ninguna marca visible a la joven, lo cual me alivió de sobremanera, pero al no saber explicarlo de forma científica preferí quedarme callado al respecto. - Aún es pronto para que coma, pero si tiene sed, creo que ya sí es posible que beba un poco de agua. Aunque tendrá que hacerlo despacio, a pequeños sorbos. Aunque esté estable su condición sigue siendo delicada... Por cierto, ¿hay alguien a quien debamos avisar de lo ocurrido? -Mi pregunta hacía referencia, no muy sutilmente, a la presencia de la alianza en su dedo anular. Aunque teniendo en cuenta el discurso de antes mencionado por la muchacha, no creía que quisiera avisar al esposo.
- No puedo decirle si se equivoca o no, ya que desconozco sus circunstancias. Pero estoy seguro de que su muerte sería un duro golpe para el mundo. Sus obras son maravillosas. -Me limité a decir, aclarando que, en efecto, la había reconocido desde primera hora. - Además, sencillo o no, mi trabajo es salvar la vida de aquellos a quienes traen ante mi presencia. No importa lo difícil que parezca: no puedo dejar de intentarlo. -Estaba tratando de pensar como un médico, de actuar como tal, a pesar de no tener ni la más remota idea en el campo de la medicina, ni tampoco poseer la empatía necesaria para desempeñar semejante trabajo. Las enfermeras, que aún pululaban a nuestro alrededor, también parecieron advertir el cambio en la personalidad del joven al que estaba personando. Tras toser un par de veces, como tratando de centrarme, me levanté del sillón que ocupaba y procedí a tomar la temperatura de la joven: hasta eso llegaba mi conocimiento en la materia.
- Bueno, sin temor a equivocarme puedo afirmar que a pesar de que sus heridas eran graves y que la pérdida de sangre era considerable, habiendo recuperado la consciencia tan rápido, su recuperación irá a mejor a partir de ahora. Aún tiene algo de fiebre, pero ha bajado, así que no ha contraído ninguna infección... -Dije todo aquello al sopesar los pensamientos más superficiales del joven que permanecía inconsciente dentro de su propio cuerpo. El médico también tenía la firme convicción de que no se le quedaría ninguna marca visible a la joven, lo cual me alivió de sobremanera, pero al no saber explicarlo de forma científica preferí quedarme callado al respecto. - Aún es pronto para que coma, pero si tiene sed, creo que ya sí es posible que beba un poco de agua. Aunque tendrá que hacerlo despacio, a pequeños sorbos. Aunque esté estable su condición sigue siendo delicada... Por cierto, ¿hay alguien a quien debamos avisar de lo ocurrido? -Mi pregunta hacía referencia, no muy sutilmente, a la presencia de la alianza en su dedo anular. Aunque teniendo en cuenta el discurso de antes mencionado por la muchacha, no creía que quisiera avisar al esposo.
Rhaegar W. Frimost- Fantasma
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Fecha de inscripción : 08/07/2014
Re: · Désespoir ·
En cualquier otra situación, hubiera pensado que las palabras de aquel joven doctor eran tranquilizadoras, pero en aquellos momentos no eran más que amargas píldoras cargadas de la realidad. Había sobrevivido. Tendría que regresar nuevamente a una realidad de la que se sentía presa, que la asfixiaba. Desconocía qué era lo que el mundo seguía esperando de su persona, pero al parecer, aún no era el momento para dejarla ir. Se sintió desesperada, y eso se tradujo en un eterno fluir de lágrimas que duró los siguientes treinta minutos. Que se hicieron eternos, tanto para ella como para el corrillo de enfermeras que se había instalado a su alrededor, a fin de desinfectar las heridas nuevamente y cambiarle los vendajes. El doctor que la había tratado permaneció a su lado en todo momento, sin dejar de observarla detenidamente. Por un momento, pudo ver reflejado en su mirada el destello de la misma clase de melancolía que ella misma sentía, pero estaba demasiado cansada y débil para detenerse en aquel superficial pensamiento. EL hombre sólo había hecho su trabajo. No podía esperar nada más.
Las curanderas, tras escuchar que la paciente ya tenía permitido beber agua, le tendieron un vaso del que ella comenzó a beber a pequeños sorbos, tal y como le habían ordenado. El líquido la hizo sentir más repuesta casi de inmediato. El frescor del agua recién servida le recorrió la garganta, y la hizo gemir levemente, satisfecha. Sólo entonces fue consciente de lo sedienta que realmente estaba. Ese era el efecto más destacable de la pérdida excesiva de sangre, después de todo. A la siguiente pregunta del médico, sin embargo, no pudo responder de forma inmediata. Técnicamente sí, había alguien a quien debían y podían avisar de lo sucedido. Su esposo probablemente se preguntara dónde demonios se había metido, aunque seguramente las razones detrás de su preocupación era por no saber cuándo podría volver a atormentarla. Honestamente, en el estado en que se encontraba lo que menos le apetecía era tener que enfrentarse a Ralston, así que, tras un largo lapso, negó con la cabeza. - No, no es necesario que aviséis a nadie. Si como decís mi recuperación no llevará demasiado tiempo, no hay problema porque se queden en la incertidumbre de qué ha pasado un poco más. -Detrás de aquellas palabras, no podía negarlo, se escondía un secreto deseo de venganza. Tal vez, y sólo tal vez, su esposo comenzara a apreciarla más tras su desaparición repentina...
O tal vez no.
Honestamente, pensar que ni siquiera la fuera a echar de menos la aterrorizaba, a pesar de que eso fuera lo más posible. Terminó con su vaso de agua y dejó que las enfermeras terminaran con su proceso de curación, para luego recostarse sobre las mullidas almohadas. Un suspiro escapó de sus labios. Estaba completamente exhausta. La cabeza le dolía de forma exagerada, y a pesar de que su sed estaba ahora saciada, seguía notando la garganta áspera. - La verdad es que ahora sólo deseo dormir. Ni siquiera quiero soñar con nada. Sólo dormir, cerrar los ojos y dejarme llevar por la nada. ¿Acaso es mucho pedir? -Su humor no parecía mejorar con el paso de los minutos. Sabía que se estaba comportando de forma bastante poco agradable con su salvador, pero realmente no tenía fuerzas para ser "correcta" en aquellos momentos.
Las curanderas, tras escuchar que la paciente ya tenía permitido beber agua, le tendieron un vaso del que ella comenzó a beber a pequeños sorbos, tal y como le habían ordenado. El líquido la hizo sentir más repuesta casi de inmediato. El frescor del agua recién servida le recorrió la garganta, y la hizo gemir levemente, satisfecha. Sólo entonces fue consciente de lo sedienta que realmente estaba. Ese era el efecto más destacable de la pérdida excesiva de sangre, después de todo. A la siguiente pregunta del médico, sin embargo, no pudo responder de forma inmediata. Técnicamente sí, había alguien a quien debían y podían avisar de lo sucedido. Su esposo probablemente se preguntara dónde demonios se había metido, aunque seguramente las razones detrás de su preocupación era por no saber cuándo podría volver a atormentarla. Honestamente, en el estado en que se encontraba lo que menos le apetecía era tener que enfrentarse a Ralston, así que, tras un largo lapso, negó con la cabeza. - No, no es necesario que aviséis a nadie. Si como decís mi recuperación no llevará demasiado tiempo, no hay problema porque se queden en la incertidumbre de qué ha pasado un poco más. -Detrás de aquellas palabras, no podía negarlo, se escondía un secreto deseo de venganza. Tal vez, y sólo tal vez, su esposo comenzara a apreciarla más tras su desaparición repentina...
O tal vez no.
Honestamente, pensar que ni siquiera la fuera a echar de menos la aterrorizaba, a pesar de que eso fuera lo más posible. Terminó con su vaso de agua y dejó que las enfermeras terminaran con su proceso de curación, para luego recostarse sobre las mullidas almohadas. Un suspiro escapó de sus labios. Estaba completamente exhausta. La cabeza le dolía de forma exagerada, y a pesar de que su sed estaba ahora saciada, seguía notando la garganta áspera. - La verdad es que ahora sólo deseo dormir. Ni siquiera quiero soñar con nada. Sólo dormir, cerrar los ojos y dejarme llevar por la nada. ¿Acaso es mucho pedir? -Su humor no parecía mejorar con el paso de los minutos. Sabía que se estaba comportando de forma bastante poco agradable con su salvador, pero realmente no tenía fuerzas para ser "correcta" en aquellos momentos.
Última edición por Viktóriya P. von Habsburg el Mar Ago 14, 2018 8:01 pm, editado 1 vez
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: · Désespoir ·
Verla llorar durante todo aquel rato, mientras aplicaban las curas necesarias, me hizo sentir extrañamente incómodo. Normalmente, mi empatía para con las emociones ajenas solía ser, cuanto menos, escasa, pero había algo en aquella joven frágil y malherida que me hacía sentir extrañamente conmovido. ¿Me recordaba acaso a alguna de mis hermanas? A pesar de que sus palabras, tan cargadas de negativismo no eran agradables de escuchar para nadie, había algo en sus gestos, en la forma de expresarse, que desprendía una infinita elegancia y delicadeza. Era una mujer de alta clase, en todos los sentidos, pero también era un alma pura que había sido herida profundamente, y era precisamente la mezcla entre ambas naturalezas lo que me tenía encandilado hasta el punto de haberme adueñado del cuerpo de un mortal simplemente para interactuar con ella. Nadie se lo creería si lo dijese en voz alta.
Me quedé en silencio durante varios minutos. No conocía los detalles que la habían llevado a tener un matrimonio infeliz, pero una parte de mi mismo creyó poco factible que nadie pudiera querer hacerle daño a propósito a una mujer como ella. Probablemente sus problemas no fueran en absoluto tan terribles como ella quería pensar. Mejor dicho, era seguro que no eran comparables con mis circunstancias, y probablemente fuera la tendencia a exagerar de los artistas, fruto de un exceso de sentimentalismo, lo que la había llevado a sentirse así. Pero nada de eso importaba. Su angustia le estaba dando sentido a mi existencia, por lo menos en aquel breve lapso de tiempo en el que nuestros caminos se habían cruzado. Si en el mundo había alguien tan desafortunado como yo quizá todavía no estuviese todo perdido. Quizá aún me quedaba esperanza. Si lo que quería de ella era simplemente observar el dolor ajeno o lograr que llegara a comprenderme, no lo tengo realmente claro. Pero pensaba extender ese momento tanto como pudiera. Llevaba mucho sin sentir nada que no fuese odio y rencor.
Era refrescante. Como si hubiera despertado de un largo letargo en el que mis emociones habían estado dormidas, apresadas por el peso de mis últimas memorias como parte de este mundo. - A dormir sí que puedo ayudarle. No podré administrar mucho, pero quizá un poco de láudano pueda ayudarle a relajarla. Mis compañeros de profesión no están del todo de acuerdo con la administración de esta clase de remedios a personas de su categoría, pero siempre he pensado que las cosas sencillas son, algunas veces, las más efectivas. -La idea de administrarle aquel brebaje no había sido mía, pero no negaré que me resultó interesante. Darle semejante remedio no sólo la ayudaría a relajarse, sino que también la llevaría a deshacerse de algunas inhibiciones. No obstante, el médico que seguía en mi interior se advirtió a sí mismo -y a mi, de forma indirecta-, que estando tan débil la dosis debería ser mínima. Que cayera en una inconsciencia demasiado profunda cuando sus heridas aún no estaban del todo curadas y la fiebre seguía presente podría ponerla en peligro. Y ni él ni yo queríamos que eso ocurriera.
Asentí cuando una de las enfermeras se acercó a mi con el medicamento, y yo se lo tendí a la artista dibujando una sonrisa. Honestamente, no sabía cómo se veía el rostro que estaba poseyendo, pero me vi a mi mismo sonreír, como antaño, al ver cómo el efecto era casi inmediato. La expresión antes contraída de la muchacha se convirtió en una de calma casi absoluta, y yo volví a tomar asiento a su lado, esperando a que volviera a despertarse.
Me quedé en silencio durante varios minutos. No conocía los detalles que la habían llevado a tener un matrimonio infeliz, pero una parte de mi mismo creyó poco factible que nadie pudiera querer hacerle daño a propósito a una mujer como ella. Probablemente sus problemas no fueran en absoluto tan terribles como ella quería pensar. Mejor dicho, era seguro que no eran comparables con mis circunstancias, y probablemente fuera la tendencia a exagerar de los artistas, fruto de un exceso de sentimentalismo, lo que la había llevado a sentirse así. Pero nada de eso importaba. Su angustia le estaba dando sentido a mi existencia, por lo menos en aquel breve lapso de tiempo en el que nuestros caminos se habían cruzado. Si en el mundo había alguien tan desafortunado como yo quizá todavía no estuviese todo perdido. Quizá aún me quedaba esperanza. Si lo que quería de ella era simplemente observar el dolor ajeno o lograr que llegara a comprenderme, no lo tengo realmente claro. Pero pensaba extender ese momento tanto como pudiera. Llevaba mucho sin sentir nada que no fuese odio y rencor.
Era refrescante. Como si hubiera despertado de un largo letargo en el que mis emociones habían estado dormidas, apresadas por el peso de mis últimas memorias como parte de este mundo. - A dormir sí que puedo ayudarle. No podré administrar mucho, pero quizá un poco de láudano pueda ayudarle a relajarla. Mis compañeros de profesión no están del todo de acuerdo con la administración de esta clase de remedios a personas de su categoría, pero siempre he pensado que las cosas sencillas son, algunas veces, las más efectivas. -La idea de administrarle aquel brebaje no había sido mía, pero no negaré que me resultó interesante. Darle semejante remedio no sólo la ayudaría a relajarse, sino que también la llevaría a deshacerse de algunas inhibiciones. No obstante, el médico que seguía en mi interior se advirtió a sí mismo -y a mi, de forma indirecta-, que estando tan débil la dosis debería ser mínima. Que cayera en una inconsciencia demasiado profunda cuando sus heridas aún no estaban del todo curadas y la fiebre seguía presente podría ponerla en peligro. Y ni él ni yo queríamos que eso ocurriera.
Asentí cuando una de las enfermeras se acercó a mi con el medicamento, y yo se lo tendí a la artista dibujando una sonrisa. Honestamente, no sabía cómo se veía el rostro que estaba poseyendo, pero me vi a mi mismo sonreír, como antaño, al ver cómo el efecto era casi inmediato. La expresión antes contraída de la muchacha se convirtió en una de calma casi absoluta, y yo volví a tomar asiento a su lado, esperando a que volviera a despertarse.
Rhaegar W. Frimost- Fantasma
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Fecha de inscripción : 08/07/2014
Re: · Désespoir ·
La tensión presente en la habitación era tan densa que casi podía palparse. Y a pesar de que era consciente de que la culpable de ello no era otra que ella misma, no se sentía siquiera inclinada a hacer algo al respecto. De hecho, de haber sido alguien con menos modales no hubiera tenido mucho problema a la hora de gritarles a todos los presentes que se marcharan del cuarto de una maldita vez, que la dejaran sola, porque francamente, no quería ni deseaba tener que lidiar con las miradas de duda, curiosidad -y alguna de admiración- que se posaban en su persona cada vez que pensaban que ella no estaba mirando. Dolorida y cansada como estaba, no sabía exactamente cómo lidiar con todas las emociones encontradas que se paseaban por su cabeza, aún confusa a causa del ataque y los medicamentos. Hacía tan sólo dos meses la idea de morir ni siquiera se le habría pasado por la cabeza. Profesionalmente hablando, sus logros la habían llevado a conseguir un puesto fijo como coreógrafa, algo que le permitiría asentarse en París por más tiempo, haciendo sus viajes menos frecuentes, algo que, sin duda, sería necesario de cara a su nueva vida de casada. Había estado tan emocionada, tan contenta, tan excitada, que jamás se hubiera imaginado lo sencillo que resultaba explotar su burbuja, lo fácil que era que las cosas se torcieran cuando la suerte no está de tu lado.
Tras descubrir la realidad tras la máscara de Ralston, el shock había sido tan fuerte que dolía. No sólo era un dolor emocional, como si la felicidad se le hubiera escapado de entre los dedos, y sólo se hubiera quedado un vacío. No, también era un dolor físico. La energía se le escapaba, el cuerpo le dolía, no solamente por el agotamiento, sino también como respuesta a sus propias acciones. Había caído en una espiral de destrucción de la que, en cualquier otro caso, se hubiera sentido profundamente avergonzada. Viktóriya era una mujer fuerte, o al menos, siempre lo había sido, pero cuando se miraba en el espejo la persona que le devolvía la mirada no era nadie a quien reconociera. Bolsas violáceas bajo sus ojos hablaban del sinfín de noches que pasaba en vela, y los huesos, que comenzaban a ser visibles en según que zonas de su anatomía, la acusaban del daño que estaba causándose a sí misma por su negativa a probar bocado a menos que estuviera a punto de desmayarse. No tenía muy claro por qué lo hacía. Sentir el vacío físico que provocaba el hambre al arañarle el estómago aliviaba un poco el abismo que se había instalado en medio de su pecho. O tal vez fuera porque, de forma inconsciente, estuviera intentado no parecer atractiva a ojos de su esposo, como si eso pudiera garantizarle que el contacto con él acabaría por terminarse en algún momento.
La verdad es que ya ni quería mirarlo a los ojos, porque ahora comprendía que lo que veía en ellos era la imagen que él se había creado, en sus deseos de venganza, y no la mujer que ella era, que había querido ser para él. La mujer que realmente pensó que tendría una nueva oportunidad de sentir lo que era ser amada. Así que, sí, todas aquellas miradas la incomodaban, y no sólo eso, también la hacían sentir profundamente consciente de lo rota que estaba, y de lo poco que esas personas sabían de ella a pesar de estar intentando juzgarla en silencio. Observó de forma distraída el ir y venir de las enfermeras, y aunque trató de prestar atención a las palabras del médico, lo único que escuchó realmente era que le daría algo que la ayudaría a dormir. Su cerebro gritó de alegría, "¡por fin!", pensó, sin poderlo evitar, y cuando el brebaje estuvo entre sus manos, lo bebió sin siquiera pararse a escuchar las instrucciones. Le daba igual. Todo le daba igual. Vivir. Morir. Curarse. Enfermar. Lo único que realmente deseaba, con cada fibra de su ser, era silencio. Que la voz en su cabeza que le decía todo lo que iba mal en su vida se callase de una vez.
Y por las próximas horas, lo consiguió.
Tras descubrir la realidad tras la máscara de Ralston, el shock había sido tan fuerte que dolía. No sólo era un dolor emocional, como si la felicidad se le hubiera escapado de entre los dedos, y sólo se hubiera quedado un vacío. No, también era un dolor físico. La energía se le escapaba, el cuerpo le dolía, no solamente por el agotamiento, sino también como respuesta a sus propias acciones. Había caído en una espiral de destrucción de la que, en cualquier otro caso, se hubiera sentido profundamente avergonzada. Viktóriya era una mujer fuerte, o al menos, siempre lo había sido, pero cuando se miraba en el espejo la persona que le devolvía la mirada no era nadie a quien reconociera. Bolsas violáceas bajo sus ojos hablaban del sinfín de noches que pasaba en vela, y los huesos, que comenzaban a ser visibles en según que zonas de su anatomía, la acusaban del daño que estaba causándose a sí misma por su negativa a probar bocado a menos que estuviera a punto de desmayarse. No tenía muy claro por qué lo hacía. Sentir el vacío físico que provocaba el hambre al arañarle el estómago aliviaba un poco el abismo que se había instalado en medio de su pecho. O tal vez fuera porque, de forma inconsciente, estuviera intentado no parecer atractiva a ojos de su esposo, como si eso pudiera garantizarle que el contacto con él acabaría por terminarse en algún momento.
La verdad es que ya ni quería mirarlo a los ojos, porque ahora comprendía que lo que veía en ellos era la imagen que él se había creado, en sus deseos de venganza, y no la mujer que ella era, que había querido ser para él. La mujer que realmente pensó que tendría una nueva oportunidad de sentir lo que era ser amada. Así que, sí, todas aquellas miradas la incomodaban, y no sólo eso, también la hacían sentir profundamente consciente de lo rota que estaba, y de lo poco que esas personas sabían de ella a pesar de estar intentando juzgarla en silencio. Observó de forma distraída el ir y venir de las enfermeras, y aunque trató de prestar atención a las palabras del médico, lo único que escuchó realmente era que le daría algo que la ayudaría a dormir. Su cerebro gritó de alegría, "¡por fin!", pensó, sin poderlo evitar, y cuando el brebaje estuvo entre sus manos, lo bebió sin siquiera pararse a escuchar las instrucciones. Le daba igual. Todo le daba igual. Vivir. Morir. Curarse. Enfermar. Lo único que realmente deseaba, con cada fibra de su ser, era silencio. Que la voz en su cabeza que le decía todo lo que iba mal en su vida se callase de una vez.
Y por las próximas horas, lo consiguió.
Última edición por Viktóriya P. von Habsburg el Sáb Sep 15, 2018 8:25 pm, editado 1 vez
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: · Désespoir ·
No se me pasó por alto lo tensa que se encontraba la mujer, ni tampoco el hecho de que parecía estar a punto de descargar su frustración sobre todos los que la estaban observando, y por ende, incordiando. Yo incluido, claramente. Así que no pude más que suspirar y relajarme, con una media sonrisa, una vez el medicamento comenzó a hacer efecto y el sueño la fue arrastrando poco a poco. Probablemente lo que más necesitaba en aquellos momentos era descansar, no sólo para recuperarse de las heridas, sino también para olvidarse, aunque fuera durante un rato, de aquello que parecía pesar sobre su mente. Viktóriya era como un animal herido, en el sentido físico, pero también mental, de la palabra. Por un momento me quedé pensativo, imaginando quién demonios podría tener interés en querer dañar a una muchacha que claramente no lo merecía. No la conocía, en efecto, pero nunca me ha costado trabajo reconocer el alma de una persona simplemente con mirarles a los ojos. Y en sus ojos no había rastro alguno de maldad, ni siquiera de ira, sólo un profundo dolor y decepción, algo que transmitía también con el resto de su cuerpo, aunque posiblemente no fuera consciente de que lo estaba reflejando tan abiertamente.
Cuando me di cuenta de que las enfermeras se me habían quedado mirando, centré mi atención en ellas, preguntando qué pasaba. El médico cuya piel estaba ocupando era, al parecer, bastante reconocido, y por ende, tenía otros pacientes que atender. El hecho de siquiera plantearme alejarme de ella me molestaba, pero no se me ocurría ninguna excusa lo bastante creíble como para que me dejaran quedarme a su lado, al menos no sin levantar sospechas. Dejé que mi consciencia y espíritu se desprendieran del joven, que recuperó el control sobre su cuerpo de forma instantánea. Había poseído a bastante gente como para aprenderme los efectos de memoria. Al principio estaría algo mareado, y le quedaría un dolor de cabeza residual durante unos días, pero generalmente, no recordaría la experiencia en sí, y creería que todo lo que había sucedido durante el tiempo en que había estado poseído lo había hecho él mismo.
No tenía muy claro cuánto durarían los efectos del mejunje que le había dado a la mujer, así que me mantuve a su lado, en mi forma incorpórea, por el momento, para que así cuando empezara a despertar únicamente tuviera que encontrar de nuevo al doctor para volver a introducirme en él.
Cuando me di cuenta de que las enfermeras se me habían quedado mirando, centré mi atención en ellas, preguntando qué pasaba. El médico cuya piel estaba ocupando era, al parecer, bastante reconocido, y por ende, tenía otros pacientes que atender. El hecho de siquiera plantearme alejarme de ella me molestaba, pero no se me ocurría ninguna excusa lo bastante creíble como para que me dejaran quedarme a su lado, al menos no sin levantar sospechas. Dejé que mi consciencia y espíritu se desprendieran del joven, que recuperó el control sobre su cuerpo de forma instantánea. Había poseído a bastante gente como para aprenderme los efectos de memoria. Al principio estaría algo mareado, y le quedaría un dolor de cabeza residual durante unos días, pero generalmente, no recordaría la experiencia en sí, y creería que todo lo que había sucedido durante el tiempo en que había estado poseído lo había hecho él mismo.
No tenía muy claro cuánto durarían los efectos del mejunje que le había dado a la mujer, así que me mantuve a su lado, en mi forma incorpórea, por el momento, para que así cuando empezara a despertar únicamente tuviera que encontrar de nuevo al doctor para volver a introducirme en él.
Rhaegar W. Frimost- Fantasma
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Fecha de inscripción : 08/07/2014
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