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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Astártē Jue Oct 26, 2017 5:47 pm

- No, madre, ¿cómo queréis que os diga que no pienso hacerlo? No voy a ir a ninguna más de esas citas "trampa" que habéis decidido pactar por mi a traición. Estoy cansada, harta de que queráis decidir por mi en asuntos que ya no os conciernen desde hace mucho. Soy adulta y tomo mis propias decisiones. El día que me case, si alguna vez lo hago, lo haré con quien a mi me parezca, y no con quien padre tenga a bien presentarme. Asumid de una vez por toda que no os necesito, a ninguno de los dos, y que no podéis tomar decisiones por mi. De ningún tipo. -La joven torció el gesto al ver la mirada de súplica de su madre. Conocía perfectamente aquella expresión en los ojos de la mujer, y también sabía qué sería lo siguiente que saldría de entre sus labios. El temor a lo que dijera su esposo siempre había sido casi exagerado, y para colmo de males, su única hija mujer había decidido atentar contra todas las normas establecidas en función del género en aquella sociedad tan machista. No la culpaba, sin embargo, ella misma había anhelado durante muchos momentos de su matrimonio poder ser libre para cometer adulterio también por su parte. Pero no era capaz, y ver a Astártē así, tan soberbia, además de dolerle por lo que pudieran decir los demás, provocaba en ella una extraña sensación de celos. Había perdido toda la belleza de la que ahora disfrutaba su hija, y no había disfrutado de su vida.

- Adrianne, por favor, ¿de verdad quieres volver a tener una discusión con tu padre? ¿Acaso no fue lo bastante fuerte la última vez? Se pasó más de una semana sin dirigirte la palabra, ni a ti ni a mi. Estoy cansada de intentar mediar entre los dos. -La joven cortesana se encogió de hombros. Siempre había pensado que su madre le daba más importancia a la opinión de su padre de la que realmente merecía. Sus enfados se quedaban en simples palabras sacadas de tono. Y las palabras se las lleva el viento. Tomó a su madre por los hombros, y mirándola directamente a los ojos, sonrió. Se había quedado pequeña. O quizá ella había crecido mucho desde la última vez en que la miraba desde tan cerca. Su madre siempre había sido una mujer hermosa, pero las arrugas comenzaban a delatar su edad. Tras depositar un beso en la mejilla ajena, se volteó para mirarse en el espejo que tenía justo detrás. El vestido escogido le quedaba como un guante. Aunque dejaba, quizá, demasiado a la vista. ¿O era precisamente por eso por lo que le gustaba?

Salió de la mansión haciendo caso omiso a los gritos de su madre, que la avisaban de que probablemente las consecuencias de aquella "escapada" fuesen más graves de lo que se imaginaba. ¿De verdad pretendía asustarla con eso? Con su profesión ganaba dinero más que suficiente para mantenerse a sí misma con bastante holgura, y aún le sobraba dinero para caprichos. Un par de meses más ejerciendo de aquello que más le gustaba y sería completamente independiente. De hecho, eso era lo que se disponía a hacer en aquellos momentos. Su siguiente movimiento sería el de buscar una casa grande a la que poder mudarse y poder, por fin, escapar del todo de las limitaciones que su padre imponía a su libertad. Después de todo, sabía que las prisas de su padre por casarla tenían más que ver con el hecho de que sólo así él pasaría a ser el heredero. El patriarca de la familia, el abuelo de la joven, le dejaría todas sus posesiones, según citaba su testamento, si no se desposaba para la edad de veinticinco años. Así que no pensaba ceder a las exigencias de aquel hombre, después de todo, sólo estaba muerto de la envidia. Se montó en el coche de caballos e indicó al cochero el camino a seguir. Había encontrado una mansión en el centro mismo de París. No era tan grande ni tan lujosa como en la que se había criado, pero era más que suficiente para ella sola. En un futuro próximo, cuando hubiese ahorrado lo suficiente, se buscaría una acorde a su categoría.

- Cédric, no es por ahí. ¿Hacia dónde te diriges? Te dije que necesitaba ir a la parte norte de la capital... -El hombre pareció dudar un momento, y finalmente respondió, con la voz ligeramente temblorosa. Por todos era conocido el mal carácter que se gastaba la pequeña de los Foix-Grailly.

- L-Lo siento, mademoiselle, son órdenes expresas de vuestro padre. Me ha ordenado que os lleve hasta una cafetería del centro y que permanezca fuera hasta que acabéis. -Un fuerte golpe en el interior del coche le hizo encogerse súbitamente. La joven había dado una patada al asiento que tenía justo frente a ella, debido a la frustración que la situación le causaba. Estuvo a punto de desatar su ira sobre el cochero, cuando finalmente el coche de caballos se detuvo. Se bajó sin decir nada y dio un portazo tras de sí, sin dignarse a mirar al hombre. Entró en la cafetería con andares firmes y altaneros, mirando por encima del hombro a todo aquel que se dignaba a devolverle la mirada. Así era ella, orgullosa, altiva y con el ego a tal nivel que casi podía ponerle nombre. Fuera quien fuera el pretendiente escogido en aquella ocasión, no recibiría de ella más que el mismo trato que ofrecía a todos los otros: indiferencia y hostilidad. No necesitaba un esposo. No necesitaba un guardián. Y menos, si eso significaba perder su libertad.
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Mensaje por Éferon Gianetti Dom Nov 12, 2017 12:52 pm

La vida del italiano sin duda había dado un giro de 360º. Antes, podía pasarse todo el santo día de un lado para otro, empalmar fiestas, cenas y eventos en donde las mujeres se arremolinaban en busca de un hombre, aquel que les cambiaría la vida. Todas , la gran mayoría estaban diseñadas para justo eso, ser la esposa de alguien, ser la incubadora andante y ser insatisfactoriamente valorada. Para él, las mujeres eran un tesoro por descubrir, no había ninguna igual y por ello, le encantaba hacerlas sentir bien, sentirse queridas, tratarlas justo como merecían.

Por ello, su trabajo nocturno era tan cotizado. Muchas eran las que deseaban perderse entre las sabanas y su cuerpo, sentirse de ese modo aunque solo fuesen por unas horas, algunas... pagaban toda la noche. No se dedicaba a ser acompañante por gusto pero tampoco lo veía como un castigo, algunas mujeres no le atraían, eso era un hecho pero con solo pintar en sus labios una sonrisa, bastaba para que al menos no se sintiese tan ruin y despreciable por dedicarse al trabajo carnal.

Esa tarde no había concedido ninguna cita con nadie, se lo dedicaría a sí mismo. Con el mejor de sus trajes, seda italiana negra e impoluto interior blanco como la nieve, caminó hacia el centro de París. El café no era como el de Italia, aún no había encontrado un lugar frecuente en el que pasar sus momentos de soledad... de esos que ya carecía. Y allí estaba, frente a uno de los cafés más concurridos de Paris, en los que de seguro ya no había mesa.

Aún así, se decidió a entrar y probar suerte, siempre quedaría la barra. No era un secreto que acaparase las miradas femeninas y en completa discreción, las masculinas. Una breve sonrisa general , tan encantador y cautivador, en aquel lugar captaría alguna clienta nueva pues el boca a boca soplaba a su favor.

Café solo, lo necesitaba más que respirar. En ello pensaba, en deleitarse en el amargor delicioso de aquel líquido marrón chocolate. Un torbellino, así lo sintió cuando una signorina cruzó como si el diablo estuviese siguiendo sus pasos.

-Mio dio...-murmuró por lo bajo, parpadeando por aquellos aires que se gastaba. Rió por lo bajo, una mesa sólo ocupada por ella, la observaban pero nadie parecía querer acercarse... por miedo quizás o simplemente, capturados en esa belleza de mujer que parecía ser indomable, un carácter temperamental y muy decidida por esos pasos que marcó hasta llegar a la mesa. -¿Ocupada? -no esperó respuesta, tomó asiento con su habitual sonrisa implacable, esperaba un “sí” aunque no fuese verdad y aún así se levantó, alzó la mirada para buscar a la mesera -Café solo, grazzie -esperaba...cualquier cosa, no se cortó en perderse en aquel mar azul , en el que sin duda se ahogaría ¡dulce muerte!
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Mensaje por Astártē Mar Nov 28, 2017 4:03 pm

El candidato a esposo estaba sentado en una de las mesas más apartadas, junto a la ventana, y ya desde la distancia podía decir sin temor a equivocarse que había sido escogido a gusto de su madre. Bien peinado, con porte de caballero de la corte y un traje que sin duda le habría costado una pequeña fortuna, la recibió con una sonrisa galante y una reverencia. Demasiado anticuado. No era mal parecido, sin embargo, pero el tono de su voz, tenso y cargado de optimismo la sacaba de sus nervios. Estaban destinados a chocar el uno con el otro. Por su presencia podía decir que la moralidad debía estar bien anclada en sus costumbres, ¿cómo iba a ver con buenos ojos la actitud, y especialmente, el "trabajo" de la joven? Su madre debía estar perdiendo facultades si creía que sólo por ponerle un envoltorio bonito delante de los ojos, Astártē olvidaría los muchos problemas que formar una unión con alguien como él le traería a su forma de vida. Hombres atractivos habían muchos, y ella conocía a más de una docena. Pero la única opción que tenían se querían casarla era encontrar a alguien que no fuera a cortarle las alas. Y alguien así no existía.

Tras intercambiar presentaciones y hablar del tiempo, el hombre se había dedicado a querer conquistarla a base de piropos vacíos. De verdad, ¿quién se creía? Una mujer tan altiva como ella sabía perfectamente de sus atractivos. No necesitaba que nadie se los recordase. Dispuesta a zanjar aquel asunto lo antes posible, se cruzó de brazos, y tras meditar un instante, habló, con tono firme. - ¿Qué pensáis del adulterio? ¿Sois el tipo de persona que armaría un gran revuelo a causa de eso? -La pregunta salió disparada de sus labios rojizos como un dardo envenenado. No se iba a andar con tonterías. No tenía ni tiempo ni ganas para eso. El rostro del hombre se descompuso en un instante, y la joven no pudo evitar dibujar una sonrisa suficiente y complacida. Le encantaba hacerles perder la confianza en sí mismos, sobre todo a aquellos que se creen con el derecho de dictar la forma de vida de otros. Era puta, sí, ¿y qué?

-
¿Por qué? ¿Es que pensáis engañarme? -El hombre contestó tratando de resultar gracioso. Y de hecho, que dijera aquello dando por sentado que ella aceptaría el compromiso realmente le hizo mucha gracia. No habían sido pocos los hombres que le habían ofrecido fortuna o títulos a cambio de obtener sus favores. ¿Qué le hacía pensar que él era diferente, especial de algún modo? Si ninguno de esos otros había logrado obtener nada de ella, ¿por qué iba a hacerlo él? La respuesta es que no sería así. Su mentalidad era demasiado firme como para ser conquistada con simples sobornos. Su libertad, y la satisfacción que le producía conquistar y vivir cumpliendo sus deseos eran demasiado importantes para ella como para tirarlos por la borda. Y más aún, por algo tan absurdo como un matrimonio que nada le interesaba. ¿Querían ganarla con bienes pero a cambio de someterla? ¡Já! Ni en un millón de años.

-
No, no, se equivoca, no es que piense en engañaros, es que voy a hacerlo. No sé si lo sabéis pero a eso es a lo que me dedico. Y lo creáis o no me proporciona la suficiente cantidad de fortuna para vivir más que holgadamente. -Ella no era del tipo de persona que se escondía, o que adornaban la verdad con palabras confusas. Era lo que era, quien era, y no se sentía avergonzada por ello. El semblante del hombre, sin embargo, reflejó no sólo la rabia a causa de la ofensa emitida por la joven, sino también el disgusto. ¿Qué dirían de él de saber que se codeaba con una prostituta? Por muy hermosa que fuese, y por más que el enlace le conviniera económicamente, convertirse en el hazmerreír de otros nobles no entraba en sus planes. 


El ambiente entre ambos se quedó tenso, y por unos cuantos minutos, ninguno de los dos dijo nada. Después, como movidos por el mismo resorte, ambos se levantaron al unísono, y tras despedirse de forma seca los dos partieron por sus respectivos caminos. Él, hacia la calle mayor, y ella, hacia su cafetería favorita, que estaba justo enfrente de aquella en la que había tenido su cita. Su mal humor era palpable, tanto, que ni siquiera se molestó a saludar de vuelta a los camareros que le preguntaban cómo se encontraba aquella mañana. Quería ponerse a dar voces. ¡¿Cómo se había atrevido su madre a ni siquiera mencionar el hecho de que era una cortesana antes de si quiera plantearse casarla?! Sabía perfectamente que a su hija no le gustaba ocultar lo que era, así que estaba claro que lo había hecho a propósito, para enfurecerla. Pues bien, lo había conseguido. Arrastró la silla de su mesa predilecta y se dejó caer sobre ella con cara de pocos amigos. Para su sorpresa, un valiente parecía ser lo bastante atrevido -o estúpido- como para dirigirse a ella directamente a pesar de su más que evidente enfado. - Lo que me faltaba. -Murmuró, clavando la mirada directamente en la ajena. Otro guaperas. A punto estuvo de suspirar de la exasperación. - ¿Nos conocemos? Le pregunto porque se ha sentado frente a mi a pesar de que ni siquiera sé su nombre. -¿Modales? ¿Qué era eso? Aquella mañana ya había tenido suficiente. - Yo quiero lo mismo de siempre... -Dijo al camarero y luego suspiró largamente, cerrando los ojos. ¿No podía llegar la noche antes? Que fastidio. 
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Mensaje por Éferon Gianetti Sáb Dic 16, 2017 4:06 pm

El olor a café recién hecho, el inconfundible aroma de la bolsita de té al dejarse caer en la taza de agua caliente, delicioso manjar de las exquisitez con el que habían preparado la bollería. Echó en falta las napolitanas de crema de su nana, crujientes y delicioso vainilla en el interior. Sólo el hecho de recordarlo, se relamió el labio inferior , mordiéndose el centro. El inconfundible perfume femenino, ninguno se diferenciaba, las féminas habían usado el mismo frasco...eso sin duda. Y no referente al mismo perfume, todas cortadas por el mismo patrón y por consiguiente, perdían el interés de tener algo especial. Esa chispa, esa energía que necesitaba como compañía, hacía mucho tiempo no encontraba alguien que le siguiese los pasos desde muy cerca.

El italiano, lo observaba todo a su alrededor. Hasta que aquel huracán se cruzó en su camino. Una mujer que destacaba entre todas las demás, decidida y capaz de volver loco a cualquiera. Así fue con su acompañante salió corriendo, una risa por lo bajo y una sonrisa dibujada en sus labios. No pudo evitarlo, sus pasos se dirigieron a ella, solos... hasta ella, sin importarle otra cosa que escuchar lo primero que se le pasase por la cabeza, estaba deseando averiguar qué era.


Y no pudo ser más perfecto, la reacción de la joven no fue como cualquier otra y su efecto fue echarse a reír de lo más divertido, perdiendo las formas sin poder evitarlo. Una fiera indomable, alguien capaz de poner patas arriba tu mundo, su esencia brillaba con fuerza y su olor, salvaje a la par que dulce, como uno de esos dulces que le volvían loco...sí, esa mujer era lo más parecido a su tentación más absoluta, una mezcla explosiva que no podía pasar desapercibida.

-Éferon Gianetti, signorina. Lamento mi falta de modales pero... no he podido evitar desear compartir mesa con usted después de cómo ese pequeño hombre se ha marchado -dejó escapar un suspiro, dejando que los terrones de azúcar endulzasen su café, no perdió ni un segundo la mirada de ella, quién curiosa lo observaba como el mismo italiano, intensamente...preguntándose demasiadas cosas y elegir la pregunta adecuada.

-No nos conocemos. Sólo me he sentado aquí porque es el único sitio libre, tal como he podido observar...no es que desee cualquier compañía y yo tampoco. ¿No prefiere un extraño? Alguien que no la deja ni pestañear, hacerla sentir incómoda...o le intente sacar las palabras que desea oír...yo simplemente, prefiero tomarme un café ¿y con quién? No sé su nombre y deduzco que no me lo dirá, no me importa... -sonrió seguro de sí mismo, dejando la frase a medias -No la olvidaría, no por su rostro o su cuerpo. La voz. -deslizó el índice por su propia garganta, mirándole intensamente a los ojos -Seguro que ni ha preguntado cómo le gusta el café, o ...”qué es lo de siempre”, no se ha quedado a averiguarlo pero...yo no tengo nada que hacer hasta las diez -se encogió de hombros, no iba a marcharse sin más.
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Mensaje por Astártē Miér Ene 17, 2018 2:30 pm

Para su sorpresa, su falta de modales y sensibilidad para decir las cosas, lejos de sobresaltar a aquel apuesto desconocido, pareció hacerle muchísima gracia. Para su propia sorpresa, se descubrió apreciando los pequeños gestos del rostro ajeno al descomponerse a causa del ataque de risa. La nariz levemente arrugada, los ojos achinados... No, no era la reacción que esperaba en absoluto, pero sí que logró aligerar su mal humor aunque fuera un ápice. Algo le decía que aquel hombre, tal y como ella, tampoco era común y corriente, así que a pesar de que seguía molesta por la intromisión, no opuso mayor resistencia a que el otro se sentara en la misma mesa. Quién sabe, a veces el destino provoca que de casualidades como aquella surjan ocasiones interesantes, fuera en la dirección que fuese. Si se preguntaba en aquellos momentos qué era lo que más necesitaba, la respuesta probablemente fuese que un confidente. ¿Lo acabaría siendo él? De primeras, rotundamente no, tenía aspecto de ser tan egocéntrico como ella misma. Pero le habían enseñado, el tiempo y las experiencias, que es mejor no decir "nunca". Nadie sabe lo que puede pasar en un futuro. Dejó que el desconocido hablara sin interrumpirle, fingiendo un desinterés que realmente no sentía. Pero su carácter la llevaba a ir siempre de dura. No iba a cambiarlo ahora. Asintió al camarero cuando éste le colocó su bebida predilecta frente a ella, acompañada por un panecillo con un poco de queso y mermelada. Era agradable que otros supieran lo que quería, y cómo lo quería, sin necesidad de utilizar palabras.

- ¿Alguna vez le han dicho que habláis mucho? Y muy rápido también, dando por sentado lo que otros quieren o no decir... No me extraña. Según parece, por su apellido, ¿es usted italiano? No he conocido a muchos en mi vida, pero sí a los suficientes como para afirmar que son demasiado energéticos. No es que eso sea malo, pero sí depende de las circunstancias... -En cierto punto de su discurso, ya no tenía demasiado claro si estaba tratando de insultarle o de elogiarlo. Era cierto que había tenido algunos clientes, muchos de ellos bastante importantes, de procedencia italiana, y si había algo que compartían era lo muy pasionales que eran. Eran grandes amantes, buenos compañeros, pero bastante poco serios cuando los temas a tratar eran más bien delicados. Eran de espíritu libre, y eso era algo que a ella le gustaba porque le recordaba a sí misma, pero también le impedía tomárselos en serio. Extrañamente, se sentía interesada en averiguar si el individuo que ahora tenía por acompañante sería igual que sus compatriotas, o si se diferenciaría en algo. Sea como fuere, no le importaba. Por el momento necesitaba desahogarse, y él estaba allí por voluntad propia, así que le tocaba tener que aguantarla. 

- Por el placer de contradecirlo, y porque si le diera la razón esto sería extremadamente aburrido, voy a decirle mi nombre. Fui nacida como Adrianne Violette Foix-Grailly, pero todos me conocen como Astártē. Y la razón por la que ese hombrecillo ha salido despavorido es porque tenía las esperanzas de ganar dinero a costa de casarse conmigo, pero yo le he dicho que soy puta y no pienso dejar de serlo, y que gracias a eso tengo bastante dinero como para no necesitar un esposo, así que, se ha ofendido. ¿Gracioso, verdad? -Soltó todo aquello esperando ver una reacción, y, oh, sin duda la obtuvo. Las personas que estaban a su alrededor se habían vuelto para mirarla, con una mezcla de disgusto y sobresalto. Esa era la reacción usual, pero no la que más odiaba. La que más aborrecía era aquella que decía "pobrecita", como si por tener la profesión que tenía la convirtiera inmediatamente en alguien por el que sentir lástima. Nadie la obligaba a prostituirse. Había hecho una fortuna con el sexo, porque a diferencia de otras mujeres más pudorosas ella lo disfrutaba, y no le molestaba reconocerlo. A los cuatro vientos, si hacía falta. - ¿Qué le parece? ¿Cree que he sido plantada? ¡A ver cómo se lo toman mis padres! Eso sí que será digno de verse. -Su apellido era reconocido en las altas esferas parisinas, así que no era de extrañar que muchos se avergonzaran al saber que la heredera de la fortuna se dedicaba a semejante profesión. Pero no iba a permitir, ni en mil años, que otros decidieran lo que tenía que hacer con su vida. Fueran quienes fuesen.


Última edición por Astártē el Lun Feb 26, 2018 9:45 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Éferon Gianetti Vie Feb 02, 2018 4:53 pm

Hablaba demasiado, un defecto que como respuesta, atacó con una deslumbrante sonrisa a su acompañante. Imposible borrar el toque divertido de la curvatura de sus labios, oírla era todo un espectáculo, una joven peculiar, eso sin duda. No dijo nada por el momento, la dejó que se expresase y moviese a su antojo, la analizaba con su felina mirada. Cada gesto, mueca y palabra que abandonaban sus labios, le atrapaba a ese asiento que de casualidad había tomado. Pobre él, decían algunos, afortunado pensaba él pues ¿cómo no tener suerte al tenerle frente a él?.

Bajó un instante la mirada, un terrón de azúcar al café solo y unas vueltas con la cuchara, dejando que el azúcar no llegase del todo a deshacerse, lo hiciese poco a poco al igual que aquel encuentro fluía con la misma natural con la que él tomó asiento. Un silbido por lo bajo al oír su nombre completo, muy bonito y pomposo, como todos los de clase alta. Sin embargo, el diminutivo, le llamó particularmente la atención, buscando su mirada y dedicarle la más sinceras de las sonrisas, tan encantador como siempre

-Astártē. Me gusta más que todo lo que... se supone ha dicho y no me he molestado en memorizar, ruego que me disculpe -sí se acordaba de cada nombre impuesto y ella parecía no agradarle en demasía -Vaya ¡qué descortés! Dejarla a medias en la velada por el hecho de ser...¿puta? Un trabajo como otros -qué deliciosa y curiosa coincidencia, compartían profesión y ¿cómo imaginarlo? De alta cuna, hermosa y con carácter pero...si realmente lo deseaba ¿por qué no? Cada uno elegía su destino, tejía su propio camino a su antojo. -No necesita un esposo pero debe tenerlo , así funciona esta sociedad en la que las tradiciones se llevan a rajatabla, si no concibe matrimonio a X edad...la llamaran solterona, o como me hace tanta gracia “moza vieja” -le hizo gracia, demasiada y no el hecho de que hubiese gritado a los cuatro vientos a lo que se dedicaba, si no la reacción de ese hombre, eso sí que era un chiste.

-No nos comprenden, querida signorina Astártē. Piensan que por dedicarnos a complacer a otros por dinero, por seducir y llevarlos al placer extremo porque deseemos hacerlo, es una falta al decoro, alguien que no merece tan siquiera llamarse... ¿cómo era? Es igual, prefiero llamarle...Astártē. -susurró contra el borde de la taza, mojándose los labios y saborear el amargo café, con ese toque dulce justo -Lo crea o no, soy compañero vuestro y no me dedico a ello por amor al arte, realmente lo necesito como bien desearía mi fallecida nanna...una esposa. Pero... ¿quién iba a casarse con una puta? En mi caso, sería cortesano, o puto...aunque esto último suena extremadamente extraño -rió dando un largo trago al café, una conversación delicada y al mismo tiempo tan fluida que tuvo la sensación de conocerla mucho antes, con familiaridad.

-Plantada...no veo que su fingido prometido le haya plantado, si se ha ido corriendo es que no vio bien lo que tenía ante él... no sólo un gran partido. Una mujer -”una mujer”, lo susurró con suave tono, acariciador...tan delicado como el hecho de buscar su mano y tomarla con infinita delicadeza, dejando un beso en el dorso -Puede usarme o casarse conmigo, lo que desee. Los compañeros de profesión, saben guardar secretos...y necesito una esposa ¿Estaría dispuesta a soportarme? -bromeaba, con una ceja enarcada pero... no sonaba tan descabellado -Sus padres desean un prometido... bien, aquí tiene uno. No creo que salga corriendo si me vuelve a decir que es puta, yo también lo soy y bajo este mismo techo, toman té mis más selectas clientas...no hace falta decir quiénes son. -dejó su mano y miró alrededor, la palabra “puto” resonaba como eco en el transitado café -Puedo quedarme si lo desea, es mi día libre, no tengo nada mejor que hacer que ser su gallardo prometido. Puedo hacerlo, les dejarán en paz con una condición...me regale una noche y no entre las sabanas, aunque quién sabe...todo puede pasar -descarado, esos ojos verdes de gato fijos en ella, en nadie más.
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Mensaje por Astártē Lun Feb 26, 2018 10:12 pm

Honestamente, no habría necesitado de sus palabras afirmativas para darse cuenta de que aquel hombre compartía su misma profesión. Aquella forma de mirar al otro, como analizándolo. Sus gestos pensados, acompasados con el fluir natural de la conversación, y lo meloso de sus palabras... Todo aquello entremezclado gritaba a los cuatro vientos la palabra "acompañante". O más vulgarmente conocido, como prostituto. Lo mismo que ella era. ¿O realmente era diferente? Alguna que otra mujer había compartido también su lecho, pero las mujeres y los hombres buscaban cosas diferentes al acudir a los brazos de profesionales como ellos dos. ¿O quizá no? Suponía que también dependía de la situación. Dejó que su té se enfriara un poco antes de volver a dar otro sorbo. Ahora que el azúcar se había mezclado con el líquido el sabor de éste se veía acentuado. Por eso mismo le gustaba ese café, eran cuidadosos con todos los detalles. Incluso la atmósfera que se respiraba te invitaba a disfrutar de tu tiempo allí. Atmósfera que ahora se había visto claramente afectada por la naturaleza de su conversación. Pero éste hecho la divertía más de lo que la preocupaba. Alarmar a otros con sus palabras o acciones era algo que la entretenía en demasía. Quizá por eso decidió no bajar el tono de su voz ni un ápice, como si esperara que todas aquellas personas de mentalidad cerrada se alarmasen incluso más de lo que ya estaban.

- Sí, tampoco esperaba que se molestara en recordarlo. Ni yo misma lo uso más de lo que es estrictamente necesario. Mi fama me precede, y no es precisamente por el apellido que porto, ¡y gracias! -La joven hizo un aspaviento, enarcando ambas cejas a la vez. Odiaría que la identificasen por ser la heredera de semejante casa de estirados. Poco o nada se parecía a aquellos que eran considerados como miembros de su familia. Tampoco le dio demasiado interés a su opinión acerca de su trabajo. Si se dedicaban a lo mismo, ¿qué otra cosa podía decir? Además, las opiniones ajenas nunca le habían interesado lo más mínimo de todas formas. A lo que sí prestó más atención fue a su opinión acerca del matrimonio. Curiosamente coincidía con la suya, pero había una diferencia: él lo deseaba, y ella lo rechazaba con intensidad. - ¿Atarme con obligaciones establecidas socialmente por gente que ni siquiera me conoce? ¡No gracias! Muchos de los problemas actuales se deben a una mentalidad tan arcaica como la arraigada en esta Europa decadente. Siendo el matrimonio una institución obsoleta y represora de las mujeres... ¿En qué me beneficiaría a mi compartir mi vida con alguien de quien claramente voy a aburrirme, que tendrá derecho a manejar mis asuntos, y del que no podré separarme ni aunque lo desee? Prefiero que me llamen solterona. -Su opinión estaba más que clara.

- ¿No le parece un poco precipitado ofrecerme semejante trato cuando apenas si me acaba de conocer? No sólo eso, sino que me ofrece "usarle" como si el beneficio que pudiera obtener de ese pacto fuera mejor que lo que obtengo manteniendo mi estatus actual. Además, ¿por qué demonios quiere usted casarse? -No comprendía qué era lo que buscaba el hombre sacar de todo aquello, pero sin duda, tendría algo que ver con sus finanzas. ¿Por qué no decirlo claramente entonces? Que intentaran tomarla por tonta no le hacía la menor gracia. - No dudo que sería divertido ver qué tienen que decir mis padres ante la posibilidad de que su hija contraiga matrimonio con alguien de mi misma profesión. ¿Pero acaso hay algo que pueda usted ofrecerme? Y no me diga que el placer de su compañía porque me echaría a reír a carcajadas aquí mismo... -La joven se llevó una mano a los labios, pensativa. A pesar de que sin duda aquella posibilidad suponía un riesgo y estaba claro que tenía una intención oculta, le resultaba interesante oír las razones detrás de su ofrecimiento. - Hagamos una cosa. Si me convence de aquí a la tarde de los motivos para aceptar su petición, haremos un trato que será beneficioso para ambos. Y si no lo consigue, le robaré a alguna de sus clientas. Porque, entre nosotros, hay muchas reprimidas que están buscando experimentar. -Dijo, guiñándole un ojo ante esta última afirmación, palabras que hicieron enrojecerse a más de una de las presentes.



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Mensaje por Éferon Gianetti Lun Mar 12, 2018 4:47 pm

Increíble pero cierto, las palabras de la dama, le recordaban demasiado a alguien y no era a otro que a sí mismo. La sociedad obraba a imagen y semejanza de unos y otros en el status social de clase alta, realeza. Llevar a rajatabla una serie de obligaciones que debían cumplir pero la pregunta era ¿por qué? No tenían porqué hacerlo, elegir con quien pasar o no el resto de tu vida. Y Éferon Gianetti sólo conocía el amor incondicional de su familia, el de sus más allegados amigos pero un desconocido del amor. Amaba a contadas personas claves de su vida pero no un amor incondicional, verdadero, intenso que le hiciese perder la cabeza..

Una sonrisa apareció en los labios del italiano, la observaba en silencio a la vez que se deleitaba en su café. Una joven peculiar, muy diferente a las damas que se encontraba en las fiestas y eventos, las que proclamaban su cuerpo y se perdían en él con la única promesa de pensar en su propio placer, disfrutar de la compañía. Una vez se marchaban, volvía a ser el italiano solitario que desde meses se había instalado en el burdel, tan lejano a aquel que fue en un pasado en donde volvía al amanecer de sus fiestas, despertaba en camas que no eran la suya.

-Solterona ¿qué problema hay de ello? También me llaman eso, las mujeres mayores que repiten la misma frase una y otra vez “Con lo buen partido que es y se va a quedar a vestir santos”, no entiendo que fijación tienen con vestir figuras de madera...ni que tuviese tanto tiempo libre, además...lo empleo en otros menesteres que en semejantes tonterías -bromeó con una sonrisa de lo más divertida, el murmullo se hacía más y más presente, las miradas furtivas centrada en ellos , era consciente que sería la comidilla de todas esas lenguas viperinas pero ¿le importaba? En absoluto, disfrutaba como hacía mucho no lo hacía, muy parecido a esas fiestas en las que ahora asistía por trabajo y no por placer.

-Porque no quiero casarme y vos tampoco, por eso mismo. Para qué quiero casarme si la otra persona va a estar presumiendo de gallardo marido y adorado. Veis la vida con la misma perspectiva que yo, soy “puto” ¿y qué? Me gano la vida de esa manera y no me voy avergonzando de ello, puedo tener la cabeza bien alta porque son ellas quiénes vienen a mí. Mujeres infelices que han escogido el camino equivocado, ¿es algo malo proporcionarles esa felicidad? Por unas horas, un rato...¿qué más da? - apoyó ligeramente los brazos en la mesa, la elegancia personificada, modales exquisitos que delataban su caballerosidad, muy parecidos, dos personas que buscaban exactamente lo mismo, claro que como bien decía la propia joven, muy precipitado.

Éferon tan impulsivo, sin pensar, aceptó el trato, tomando con suavidad la mano de la joven y dejar en el dorso un roce de sus labios, una mirada cómplice que muchos matrimonios carecían. Sin soltarle de la mano, dejó la fina y suave palma ajena entre las del italiano, como una pareja joven enamorada. Lo cierto es que era hermosa, comprensible que muchos la deseasen, y féminas también.

-No, no sería mi compañía , sería mi comprensión, complicidad y vivir de un modo muy diferente al habitual, al que supuestamente debemos aceptar. Necesitais casaros, yo saldar deudas, no podré todas pero sí una parte, no voy a tirar del dinero... soy un interesado según se mire. No voy a pedirt fidelidad, ni amor eterno sólo dos cosas. -el semblante del italiano se mostraba más sereno y serio, cada palabra se la tomaba muy en serio. -Confianza y lealtad. Si terminamos casados , prometo lo mismo. No es un lo tomas o lo dejas, tenemos que ganar ambos y perder...-
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Mensaje por Astártē Mar Abr 10, 2018 10:25 pm

Lo alarmante de aquella escena no era únicamente la falta de pudor de ambos a la hora de hablar, en voz alta, de semejantes temas, sino también lo mucho que las acciones de ambos se alejaban de lo que estaba aceptado como "protocolo" en la sociedad parisina de la época. Era bastante inusual, por no decir extraño, toparse con dos personas de género contrario conversando animadamente a solas, especialmente si el tópico del que hablaban se inclinaba hacia el matrimonio. La presencia de una carabina era lo frecuente, una persona de la familia de ella, normalmente, que les impedía a los pretendientes hacer cosas poco decorosas en público, o pasar tiempo en privado. Quizá por eso mismo se escucharon tantos sonidos de exclamación cuando el joven, galante como era, se atrevió a tomar las manos ajenas y depositar un beso, que viniendo de él, nada tenía de casto, sobre las mismas. La joven se limitó a sonreír de oreja a oreja, consciente que todo cuanto aquel hombre hacía consistía en una provocación. No iba a negar que eso le gustaba. Si fuera uno de esos tipos obsesionados con las apariencias, con querer encajar en los cánones establecidos en la sociedad, no le habría concedido una segunda mirada, mucho menos habría entablado una conversación con él. Así que, aunque de lo que trataba de convencerla no era nada menos que la posibilidad de casarse, idea que aborrecía con toda su alma, la forma que tenía de abordar el tema la hacía sentirse receptiva a sus razonamientos. 

No sería fácil hacerla cambiar de opinión, pero al menos le dejaría intentarlo. 

- ¿Cuán leal puede ser una persona que se dedica a tratar de satisfacer las fantasías ajenas, aparentando ser cada día un personaje diferente? No me creo las promesas de lealtad, no viniendo de alguien que claramente tiene otras intenciones para querer casarse conmigo. Al menos, no pienso creerlo hasta que me diga exactamente qué es lo que pretende conseguir. -Dijo la muchacha en tono serio, aunque su rostro no parecía enfadado o irritado. Realmente estaba meditando las palabras ajenas, pero no por ello pensaba quedarse callada ante éstas. Daría su opinión al respecto, únicamente así podrían llegar a una conclusión conjunta. - En cuanto a la confianza, eso es algo que se gana, no que se ofrece como un regalo barato. Se demuestra con acciones... Aunque bueno, sabiendo que es usted lo que es, imagino que es posible confiar en que sus acciones siempre serán directas. Para satisfacer a otros las intenciones ocultas no son más que un incordio: la mejor forma de hacerlo es dejándose llevar por esas mismas pulsiones que mueven a los que vienen a nosotros, abandonarnos al placer. No creo que nadie se dedique a esto si realmente, en el fondo, no lo disfruta... -Ella misma era alguien confiable, en el sentido de que sus clientes podían estar seguros de que sus secretos estarían a salvo con ella.

- Pero todo esto entra en conflicto con el hecho de que no me ha dicho usted todo lo que tiene en la manga. No crea que soy fácil, simplemente por abrirme de piernas a cambio de dinero. Mis clientes fueron escogidos tras un minucioso análisis. No aceptaré simplemente a cualquiera. En definitiva: si quiere que confíe en usted, dígame lo que realmente quiere. ¿Estabilidad? ¿Dinero? No me ofrezca una salida haciéndome creer que es lo mejor para mi. Así no podré creerme que me será leal, y estaré esperando la puñalada que me vendrá por la espalda. -No es como si le fuera a molestar que los motivos para querer contraer matrimonio con una Foix-Grailly fueran económicos. De hecho, estaría agradecida que le dijera la verdad, en caso de que se tratara de eso. Además de que la noticia de un matrimonio podría paralizar las ansias de sus padres por casarla, el hecho de que su prometido fuera alguien de la misma profesión probablemente les quitara las ganas de que su hija pasara por el altar. Eso era lo que más le convenía, de hecho. Casarse supondría renunciar a la herencia, pero un compromiso, a pesar de que éste nunca se llevase a cabo, la mantendría a salvo de los intentos de sus progenitores. Pero, ¿era Éferon el indicado para llevar el papel de "falso" prometido? ¿O sería un error? Aún no podía tenerlo claro, era demasiado pronto, y las razones que le había dado eran demasiado laxas. Necesitaba algo más definitivo, una razón de peso.

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Mensaje por Éferon Gianetti Sáb Abr 21, 2018 6:05 pm

Il momento perfetto è quello che senza voler sorridere,
ridere senza niente o nessuno ti giudica.
Solo te stesso.





-No voy a mentiros, signonirna. ¿Per cosa? Necesito el dinero, contraer ciertas deudas y limpien mi nombre, en este caso, su apellido deslumbra más que el mío, no se lo niego. No busco más, liquidar ciertas deudas y no habría problema en seguir con nuestros trabajos, siempre cuando estemos de acuerdo los dos. -sonrió muy seguro de sí mismo, hablaba sin tapujos, siempre fue un hombre quien dejaba las cartas sobre la mesa, sin trucos, sin trampa y cartón. El italiano, tomaba la taza con dedo óndice y pulgar, modales tan exquisitos como la intensidad de su mirada esmeralda, tan provocadora como inocente.

-Cierto, la confianza se gana pero ya sólo con dejarme sentarme delante durante la media hora que llevamos conversando es mucha más de la que seguro ha dedicado a su familia, sin ánimo de ofender. Se le nota cansada, ofuscada y arde en deseos de quitarse el muerto de encima, lo sé tan bien porque me pasa lo mismo. Yo no busco una esposa para que me dé hijos o espere que la ame, sólo busco dinero y una compañera a la que poder contar todo y me escuche, me aconseje y tenga lo mismo por mi parte. No es tan descabellado, signorina. Admito que soy muy directo pero no desea a su lado a cualquiera, yo tampoco, somos muy especiales en ciertos aspectos, no pretendo rellenar un hueco en su vida, ya le dije que necesito el dinero...sí, benne pero ¿dónde va a encontrar a alguien que la comprenda? No tan bien como yo, tanto halago hacia mi persona puede resultar engreído pero no encontrará mejor oferta. ¿Por qué lo sé? Yo tampoco la encontraré, es justo lo que he estado buscando durante mucho tiempo. Sé que no es una mujer fácil ¡per favore! Si su acompañante ni le dio tiempo a tomar asiento y repito, aquí sigo...ante vos

Mostró su sonrisa, dientes perladoas y perfectos, un hombre con porte pero con graves problemas económicos, nadie era perfecto. Suspiró terminando su café, se le había quedado frío con la charla, nunca le ocurrió tal cosa, le pareció tremendamente extraño haberse olvidado de su amado y delicioso café solo

-Ha sido un rato muy agradable, inmejorable. Muy ameno, divertido y déjeme decirle que quién termine a su lado, será afortunado -rió por el halago, ambos conocían la verdadera respuesta de a qué se refería, se levantó del asiento, bordeando la mesa y tomar su mano, a modo de despedida. Los labios del italiano acariciaron el dorse, un leve roce.

-Bon giorno, bella. Piénselo, ya sabe dónde encontrarme. Llame y hablamos o...sigamos la conversación disfrutando de la primavera, mejor que oír a sus padres echarle la bronca porque su gallardo prometido no aparece. -se echó a reír, observándola con detenimiento, muy hermosa, con personalidad, una mujer fuerte y con decisión, justo lo que buscaba en ese aspecto de su vida pero la pregunta era ¿y ella? No iba a ceder a la primera de cambio, él tampoco esperaba tal cosa.
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Mensaje por Astártē Jue Mayo 10, 2018 11:13 pm

Allí estaban, las verdaderas razones, los motivos ocultos, la respuesta a la pregunta de en qué le beneficiaría a él contraer matrimonio con alguien como ella y, a su vez, qué obtendría ella a cambio. Le gustó el hecho de que no había necesitado de mucho tiempo para convencerle de mostrar su verdadera cara. Que hubiera sido sincero tan rápido la hizo convencerse de que, en efecto, Éferon probablemente fuese el mejor candidato para tal propósito. Conocía bien a los hombres, sabía lo mucho que les disgustaba aparecer como débiles ante las mujeres, sobre todo si éstas eran poderosas. Reconocer en voz alta que no poseían dinero, algo que por suerte o por desgracia era lo que definía tu valor ante la hipócrita sociedad de la época, necesitaba de un gran valor. Tragarse el propio ego no es sencillo. Mucho menos cuando lo que pretendes es cortejar a una dama. Sí, ser sincero suena muy bonito cuando lo dice alguien que no tiene de qué avergonzarse, pero ese sentimiento no es igualmente agradable para todos. Sin embargo, no notó disgusto o molestia alguna en las palabras del caballero, a pesar de que estaba reconociéndole a la muchacha que, tal y como ella pensaba, las razones de más peso para querer desposarse con ella eran económicas. Eso lo convertía en confiable, mucho más que toda la palabrería que había seguido a tal explicación. Sinceramente, Astártē ni buscaba ni necesitaba un confidente. Siempre había apreciado su independencia. Sabía resolver sus problemas ella sola, y ni quería ni le gustaba pensar en depender de otros para solucionarlos. 

La soledad, en concreto, nunca le había supuesto un problema. Sí, probablemente sería más sencillo soportar las cargas que fueran llegando si tenía la posibilidad de compartirlas con otro, pero eso no era lo prioritario. Al final, como él, las razones que la llevarían a aceptar aquel pacto serían indudablemente las económicas. Sabía perfectamente que sus padres intentarían detener su matrimonio en cuanto supieran del escándalo que éste produciría. Actuar siempre se le había dado de maravilla. Fingiría que estaba completamente enamorada, tanto que ni siquiera la idea de perder su herencia le importaba. Eso haría que sus padres, egoístas, sí, pero más preocupados por su reputación que por la fortuna, quisieran conseguir lo contrario a lo que habían estado intentado hasta ahora. Que no se casara con otro prostituto, ya que ésto llevaría la vergüenza a su familia durante generaciones. En su fuero interno, con el semejante cambio en el rumbo de los acontecimientos, por fin podría respirar aliviada. Se tomaría su tiempo prolongando su estado de prometida, cobraría su herencia al cumplir la edad establecida, y luego rompería el compromiso para finalmente no casarse con nadie. O sí, pero en otro momento, y con alguien del que se enamorar... ¡Já! Como si eso fuera a ser posible. 

- Tras escuchar sus razonamientos debo reconocer que sabe bien cómo convencer a una dama. Y créame, viniendo de mi, eso es todo un halago. -Dijo finalmente la joven, para dar el último trago a su bebida antes de limpiarse las comisuras de los labios de forma recatada. Era en gestos como aquel donde se notaba su procedencia. ¿Quién iba a pensar que de una muchacha con semejante apariencia y trasfondo pudiera decir semejantes barbaridades a plena luz del día, y sin mostrar ningún tipo de pudor? En cierto modo, le gustaba ser portadora de tales contradicciones. Éstas conformaban su su carácter, y también la convertían en alguien con un gran sentido del individualismo. Astártē era diferente, no sólo a otras mujeres, o a otras nobles, sino a la gran mayoría de personas que la rodeaban. Le gustaba regocijarse en esa diferencia, en esa distinción. Y el hombre que tenía delante también era distinto al resto. La expresión del rostro de la mujer, normalmente fría, calculadora, impasible, se había suavizado considerablemente. Ya lo tenía claro: no había motivos para oponerse a su oferta. Pero había llegado el momento de despedirse, al menos por el momento. Y al parecer, ambos lo habían pensado al mismo tiempo.

- Iba a darle mi respuesta ahora, pero me ha hecho pensarlo mejor, así que la escuchará en nuestro próximo encuentro. -Tras recibir otro de aquellos besos en la mano, que volvieron a escandalizar a los presentes, la dama se levantó de su asiento y, actuando de forma mucho más osada de lo que debería, y completamente adrede, por supuesto, tomo el rostro del hombre entre sus manos para luego besarle en los labios con intensidad. Una vez estuvo satisfecha con el rostro sorprendido que se le había dibujado al hombre, se separó de él para tomar el bolso que hasta entonces había descansado en la mesa, y voltearse tras dejar el dinero de las bebidas sobre la mesa. - Tendrá noticias mías en tres días. Así que espero que esté preparado. No tiene ni idea de lo que se avecina... -Tras guiñarle un ojo a su interlocutor, se despidió del camarero con un gesto de la cabeza y se marchó del local, sonriendo con satisfacción. El juego estaba a punto de comenzar.





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