AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Vena Amoris
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Vena Amoris
"Get your lady by her toes,
If she screams, don't let her go.
Eenie meenie miny mo
Your mother said to pick the very best girl
And I am".
"Tag you're it"Melanie Martinez
If she screams, don't let her go.
Eenie meenie miny mo
Your mother said to pick the very best girl
And I am".
"Tag you're it"Melanie Martinez
El joven de la carta.
Caligrafía impecable, gusto exquisito, apuesto y adinerado, había declarado Lucine. Una y otra vez, una y otra vez… En tantas ocasiones durante las últimas semanas de preparativos, que incluso Alitzée no había sido inmune a las palabras de su abuela. Si bien la primera ocasión que lo dijo, estaba contemplando un atlas de insectos repleto de extravagantes libélulas, las palabras ni si quiera le acariciaron. La segunda vez, las aguas del rio más cercano, habían ahogado los adjetivos. La tercer, la muchacha se encontraba lo bastante distraída con el gato sonriente como para escuchar a su abuela. La cuarta, sin embargo, las frases resultaron casi familiares, como si hubiesen estado danzando en el fondo de su mente. Aquella vez, se giró y miró a Lucine con inquieta curiosidad. Alitzée, llegó a preguntarse incluso, ¿qué sería aquello de lo que su abuela hablaba con tanta pasión? En total, fueron diez veces las que Lucine repitió las palabras, diez veces hasta que la adolescente se percató de que trataba el tema.
Un hombre.
Un hombre para ella.
Y ella para un hombre.
No encontró la idea atractiva, tampoco desagradable. Tal fue su indiferencia, que, llegado el día de la ceremonia, continuaba sin ser consciente de en qué le andaba metiendo su abuela. Las criadas le arrebataron su cama, casi con agresividad. La lavaron y ella chilló a disgusto, como una niña enfurruñada. Lo cual, lo era. Todavía somnolienta, le presentaron el desayuno, británico, la muchacha se negaba a saltarse el té. Y lo que vino después, hizo que quisiera salir huyendo por la ventana, y es que la estaban asfixiando. El vestido que le pusieron se atoró en sus costillas y la despojó de vida. Alitzée ahogó un gemido dramático y llamó a su abuela.
─Niña mía, debéis de estar hermosa para vuestro futuro esposo. Todas queremos que su boca peligre de moscas.
Las criadas asintieron, conformes. Estaban contentas, demasiado contentas. Todos en la mansión, parecían contentos. Lucine, no desechó la opción de que no fuera la boda la causa de la alegría de sus sirvientes, sino el hecho de perder de vista a su nieta. Y es que ella, se sentía del mismo modo. Amaba a Alitzée, pero no podía mantenerla, era demasiado esfuerzo para una anciana de su edad.
Beso la frente de la muchacha y le obligó a dar una vuelta sobre sí misma.
─Estás radiante niña. ¿Recuerdas tus palabras?
Los ojos dispares de la joven se deslizaron hacia la ventana. Lucine sujetó su mentón y la obligó a mirarla.
─¿Las recuerdas?
Alitzée asintió.
─Dímelas.
─Sí quiero ─recitó la adolescente, con un tono tan mecánico que se veía a la legua que le habían estado obligando a memorizarlo una y otra vez─. Si quiero, si quiero, si quiero, si quiero, si quiero…
─Basta, Alitzée. Recuerda, tan solo tienes que decirlo una vez cuando te den la palabra. No millones.
─Pero tú me lo has repetido muchas, muchas veces ─protestó.
La anciana tragó un gruñido.
─¿Lista?
En el viaje en el carruaje casi olvidó por completo hacia donde se dirigían. Lo pasó mirando por la ventana, contemplando los extensos paramos, la hierba verde y las flores silvestres. Tan solo dedico una ojeada a su abuela, que miraba con una sonrisa satisfecha al frente.
─Abuela, ¿por qué me habéis vestido de blanco?
─Porque las novias se casan de blanco, niña mía.
─Pero no yo no puedo ir de blanco…, está mal.
─No digas tonterías.
Alcanzaron la capilla en la que se desarrollaría el clímax de la ceremonia. Alitzée se acercó al portón para abrirlo, pero fue detenida por su abuela y los guardas, que le hicieron recular.
─Cuando llegue el momento ─le dijo Lucine.
Y el momento llegó y las puertas se abrieron en armonía con la música que emergía de la capilla. En su interior, los invitados giraron las cabezas al unísono y clavaron sus pupilas en ella. Alitzée, no conocía a nadie. Todos, debían de ser amigos de su abuela. La muchacha los contempló como ellos a ella y se quedó quieta hasta que Lucine enlazó su brazo con el de ella y la obligó a avanzar. Tan solo entonces, Alitzée posó la mirada sobre el altar, dónde descansaba el cura y un hombre joven.
El suyo.
Ladeó el rostro, curiosa. No podía ver bien, así que trató de apartar el velo de su rostro, el cual Lucine insistió en dejarlo como estaba. Alitzée no volvió a intentarlo, tan solo por contentar a su abuela que parecía ligeramente ansiosa. Subieron los tres escalones del altar, hasta que la joven quedó a la altura del muchacho. Solo entonces, su abuela la soltó y se apartó. Alitzée no sonrió, tampoco frunció el ceño, simplemente estudió la expresión de quién tenía delante.
Sus ojos, claros, oscurecidos por un brillo carmesí, proyectaban sombras. Su tez, pálida, blanca como el pelaje de un animal.
Tic,tac.
El conejo blanco le devolvió la mirada.
Y el cura dio paso a la ceremonia.
Última edición por Alitzée Fairfax el Sáb Dic 02, 2017 11:32 am, editado 1 vez
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Vena Amoris
Es ella, ella.
La haría pedazos. A la hija de Angélique, amante de su padre: la loca Fairfax.
Allí estaba de pie y mirándola. La energía destructiva que los ojos de Rémi transmitían anulaban todo buen deseo camino a él. Mientras otros veían al novio como un salvador, él se veía corroer ese lindo semblante. Tan bella como trastornada. La madre de Rémi también había sido hermosa, pero a su padre no le había bastado, por esa maldita obsesión hacia su amante. Alguien tenía que pagar esa injusticia. Esa felicidad robada. Había llegado el día del pago. Rémi cobraría cada lágrima, insulto y humillación.
Apenas la tuvo a su lado, juró que la odiaba de corazón. Era un espantoso verdugo, esperando la orden para llevar a cabo su cometido.
El sacerdote hablaba de amor y comprensión, pero Rémi no tenía espacio para ninguno de los dos. No lo oía. No a él. Escuchaba, en cambio, la respiración de la confundida Alitzée. No tenía idea de en lo que se estaba metiendo. Pobre tonta. Si pedía ayuda, nadie le creería. “Está delirando”, dirían. Rémi perdonaba su vesania, porque lo premiaría con la satisfacción de su ira.
La condenaría a redescubrir el miedo, porque se estaba olvidando de él. Sería suya, ella y su mundo absurdo, para disponer de él y de cada rincón distorsionado. Los límites difusos de su cabeza no la salvarían. Alitzée podría no entender lo que estaba a punto de pasarle, pero Rémi sí.
— ¿Acepta a Alitzée Fairfax como su legítima esposa? — preguntó el sacerdote.
— Acepto. — respondió Rémi, sellando su destino.
Pero tenía algo más que decir. Aprovechó el tiempo en que el religioso reformulaba la pregunta, esta vez a Alitzée, para inclinarse con ligereza y susurrarle a su prometida:
— Quiero que sepas que desde ahora me perteneces. Eres mía, para dejarte sola. Que cuando persigas el hombro de tu marido y trates de vivir bajo mi aliento, ningún abrazo te responderá de vuelta. Puede que tu cabeza esté borrando lo que estoy diciendo tan pronto lo oyes, pero retén esto: Nunca estaré contigo cuando esté a tu lado.
La haría pedazos. A la hija de Angélique, amante de su padre: la loca Fairfax.
Allí estaba de pie y mirándola. La energía destructiva que los ojos de Rémi transmitían anulaban todo buen deseo camino a él. Mientras otros veían al novio como un salvador, él se veía corroer ese lindo semblante. Tan bella como trastornada. La madre de Rémi también había sido hermosa, pero a su padre no le había bastado, por esa maldita obsesión hacia su amante. Alguien tenía que pagar esa injusticia. Esa felicidad robada. Había llegado el día del pago. Rémi cobraría cada lágrima, insulto y humillación.
Apenas la tuvo a su lado, juró que la odiaba de corazón. Era un espantoso verdugo, esperando la orden para llevar a cabo su cometido.
El sacerdote hablaba de amor y comprensión, pero Rémi no tenía espacio para ninguno de los dos. No lo oía. No a él. Escuchaba, en cambio, la respiración de la confundida Alitzée. No tenía idea de en lo que se estaba metiendo. Pobre tonta. Si pedía ayuda, nadie le creería. “Está delirando”, dirían. Rémi perdonaba su vesania, porque lo premiaría con la satisfacción de su ira.
La condenaría a redescubrir el miedo, porque se estaba olvidando de él. Sería suya, ella y su mundo absurdo, para disponer de él y de cada rincón distorsionado. Los límites difusos de su cabeza no la salvarían. Alitzée podría no entender lo que estaba a punto de pasarle, pero Rémi sí.
— ¿Acepta a Alitzée Fairfax como su legítima esposa? — preguntó el sacerdote.
— Acepto. — respondió Rémi, sellando su destino.
Pero tenía algo más que decir. Aprovechó el tiempo en que el religioso reformulaba la pregunta, esta vez a Alitzée, para inclinarse con ligereza y susurrarle a su prometida:
— Quiero que sepas que desde ahora me perteneces. Eres mía, para dejarte sola. Que cuando persigas el hombro de tu marido y trates de vivir bajo mi aliento, ningún abrazo te responderá de vuelta. Puede que tu cabeza esté borrando lo que estoy diciendo tan pronto lo oyes, pero retén esto: Nunca estaré contigo cuando esté a tu lado.
R. Aurélien Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Vena Amoris
Y Alitzée lo retuvo. Pero no lo comprendió.
Todavía.
─ ¿Aceptas a Rémi Jean-Marc Abélard Quincampoix Peletier como esposo?
Sus orbes entintadas en rojo tomaron las suyas y por un momento, Alitzée no respondió. Lo contempló, en profundidad, estática.Absorta ante un destino fatal. El pelaje del conejo blanco destelló sobre la superficie del cáliz del sacerdote. Ella viró el rostro para contemplarlo, pero tan solo se topo con el reflejo de los ojos de su abuela, llenos de terror ante la ausencia de respuesta.
¡Sus palabras! Había olvidado que debía de responder, así que lo hizo rápidamente.
─Puedes besar a la novia ─sentenció el cura.
Lucine le había dicho que cerrara los ojos cuando escuchara aquella frase, y así lo hizo. Entrelazó las pestañas, mientras su velo se desprendía y su esposo, hacía lo ordenado. Los asistentes vitorearon y la anciana se secó las lágrimas. Ella no comprendió, semejante revuelo ante un simple beso.La última vez que la habían besado…
Cuando quiso darse cuenta, se encontraban de camino al exterior de la capilla. Entre el gentío, su abuela se acercó para abrazarla a ella y despuésal joven, a su esposo.
─Qué Dios te bendiga, hermoso muchacho.
Después, entre lágrimas volvió a besar a Alitzée en la mejilla. Los acompañó de nuevo al interior de la capilla, donde firmaron el registro civil, encargándose de que Alitzée lo hacía en los apartados correspondientes. La anciana permaneció allí, junto a Rémi, mientras el resto de invitados se decidía entre el exterior y el interior de la capilla. Unas mujeres la abordaron, charlatanas y entusiasmadas ante la celebración. Amigas de su abuela. Alitzée las miró, pero resultó dificultoso escucharlas, sus ojos estaban clavados en el exterior, dónde una sonrisa simétrica se había desdibujado entre los árboles. La muchacha se deslizó por medio de la muchedumbre, se escabulló entre brazos y caderas, bastones y bigotes. Descendió las escaleras de la capilla y se acercó a los árboles.
Lucine no entro en pánico hasta que su desaparición resultó evidente y no halló a su nieta a plena vista.La novia, la esposa, había desaparecido.
La susodicha, ignorante, ni si quiera se percató de su supuesta huida. Siguió la estela purpura que serpenteaba entre los árboles, deteniéndose frente al arrollo. Cuando la alcanzó, el felino, se materializó ante ella con la sonrisa colgante tan pálida y perfecta como una luna menguante.
─¿Ha visto usted al conejo blanco? Lo estoy buscando ─preguntó ella.
─Ah…pero niña, ya lo has encontrado. Es tuyo y tú eres suya. Para siempre.
Palabras fantasmales, que se esfumaron con los últimos retazos de su sonrisa, la cual quedó sumida en la nada cuando desapareció. Y la dejó sola.
Sola, con el conejo blanco.
Todavía.
─ ¿Aceptas a Rémi Jean-Marc Abélard Quincampoix Peletier como esposo?
Sus orbes entintadas en rojo tomaron las suyas y por un momento, Alitzée no respondió. Lo contempló, en profundidad, estática.
¡Sus palabras! Había olvidado que debía de responder, así que lo hizo rápidamente.
─Puedes besar a la novia ─sentenció el cura.
Lucine le había dicho que cerrara los ojos cuando escuchara aquella frase, y así lo hizo. Entrelazó las pestañas, mientras su velo se desprendía y su esposo, hacía lo ordenado. Los asistentes vitorearon y la anciana se secó las lágrimas. Ella no comprendió, semejante revuelo ante un simple beso.
Cuando quiso darse cuenta, se encontraban de camino al exterior de la capilla. Entre el gentío, su abuela se acercó para abrazarla a ella y después
─Qué Dios te bendiga, hermoso muchacho.
Después, entre lágrimas volvió a besar a Alitzée en la mejilla. Los acompañó de nuevo al interior de la capilla, donde firmaron el registro civil, encargándose de que Alitzée lo hacía en los apartados correspondientes. La anciana permaneció allí, junto a Rémi, mientras el resto de invitados se decidía entre el exterior y el interior de la capilla. Unas mujeres la abordaron, charlatanas y entusiasmadas ante la celebración. Amigas de su abuela. Alitzée las miró, pero resultó dificultoso escucharlas, sus ojos estaban clavados en el exterior, dónde una sonrisa simétrica se había desdibujado entre los árboles. La muchacha se deslizó por medio de la muchedumbre, se escabulló entre brazos y caderas, bastones y bigotes. Descendió las escaleras de la capilla y se acercó a los árboles.
Lucine no entro en pánico hasta que su desaparición resultó evidente y no halló a su nieta a plena vista.
La susodicha, ignorante, ni si quiera se percató de su supuesta huida. Siguió la estela purpura que serpenteaba entre los árboles, deteniéndose frente al arrollo. Cuando la alcanzó, el felino, se materializó ante ella con la sonrisa colgante tan pálida y perfecta como una luna menguante.
─¿Ha visto usted al conejo blanco? Lo estoy buscando ─preguntó ella.
─Ah…pero niña, ya lo has encontrado. Es tuyo y tú eres suya. Para siempre.
Palabras fantasmales, que se esfumaron con los últimos retazos de su sonrisa, la cual quedó sumida en la nada cuando desapareció. Y la dejó sola.
Sola, con el conejo blanco.
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Vena Amoris
El beso con sabor a mordida. Era el diablo, no Dios, quien lo había bendecido con ella.
Las ovaciones no se hicieron esperar. La bestia Quincampoix se guareció para simular ante los presentes. Tuvo que aguantar agasajos de los zalameros familiares de la novia y abrazos de quienes falsamente se interesaban por la lunática esa. Recibió con más ganas a su grupo de amistades, hijos de los amigos de su padre.
— Eres valiente, Quincampoix. No cualquiera se casa con el cáncer de la familia, por muy bella y joven que sea. Espero que la dote sea suficiente para aguantarla. — hizo hincapié uno — ¿Crees que podrás controlarla?
— Es una mujer. Mi mujer. — dijo Rémi con aires de grandeza — Cualquier idiota puede dominar a su mujer. Mientras me dé hijos sanos, lo que tenga del cuello para arriba me da igual. Sus caderas son un tanto estrechas, pero engendrará. Si no, la devuelvo.
— Y hablando de dominar a las mujeres, la tuya acaba de fugarse, amigo mío.
Y el recién casado se alejó de plano, caminando muy ruborizado y tratando de aparentar normalidad ante los invitados. Enseguida dejó las apariencias cuando se vio libre de las miradas. Se dirigió hacia la muchacha, sin saber muy bien dónde estaba ni lo que hacía. Rémi tenía el corazón desbocado y la sensación de estar viviendo una cacería. Estaba loco de poder.
Al cabo de un rato, distinguió una melena de tierra. Los brazos delgados de Alitzée se asomaron entre los pliegues de la naturaleza. La tomó de uno de ellos con brusquedad, forzándola a mirarlo y experimentó una estremecedora naturalidad al hacerlo. Se sintió con derecho a manipularla y dirigirla. La sentía pequeña, ligera y entregada a su apremio, pero, al mismo tiempo, el segundo contacto físico posesivo se sentía tan incorrecto que no podía soportarlo, no podía resistirlo.
Los ojos castaños eran redondos, con la pupila grande, como la luna llena, y la expresión igual de descolocada, inconsciente a cabalidad de la presencia de su marido, pero sin dirigirse a ninguna parte en particular.
— Primera adivinanza, incompetente. ¿Quién tiene tus cadenas ahora? — preguntó tomándola con fuerza entre sus brazos — Yo las tengo. Yo. Puedes ir olvidando que tienes permiso para dejar la sombra de tu señor. No creas ni por instante que soy como tu abuela; te dio demasiada libertad. ¿A quién perseguías, buscona? ¿Acabas de casarte y ya quieres enlodarte? Eres la viva imagen de tu madre. No hay dudas de por qué te entregaron tan fácil a mí.
Estaban frente a frente. Rémi suavizó la expresión de súbito y acarició la mejilla de Alitzée con falsa ternura. Un poco más de adrenalina y la hubiera arañado.
— ¿Te cuesta mucho mantener las piernas cerradas? — sonrió besando la frente de su mujer — Dame las gracias; esta noche terminaré con tu suplicio. Con lo escurridiza que saliste, me obligarás a preñarte pronto.
Las ovaciones no se hicieron esperar. La bestia Quincampoix se guareció para simular ante los presentes. Tuvo que aguantar agasajos de los zalameros familiares de la novia y abrazos de quienes falsamente se interesaban por la lunática esa. Recibió con más ganas a su grupo de amistades, hijos de los amigos de su padre.
— Eres valiente, Quincampoix. No cualquiera se casa con el cáncer de la familia, por muy bella y joven que sea. Espero que la dote sea suficiente para aguantarla. — hizo hincapié uno — ¿Crees que podrás controlarla?
— Es una mujer. Mi mujer. — dijo Rémi con aires de grandeza — Cualquier idiota puede dominar a su mujer. Mientras me dé hijos sanos, lo que tenga del cuello para arriba me da igual. Sus caderas son un tanto estrechas, pero engendrará. Si no, la devuelvo.
— Y hablando de dominar a las mujeres, la tuya acaba de fugarse, amigo mío.
Y el recién casado se alejó de plano, caminando muy ruborizado y tratando de aparentar normalidad ante los invitados. Enseguida dejó las apariencias cuando se vio libre de las miradas. Se dirigió hacia la muchacha, sin saber muy bien dónde estaba ni lo que hacía. Rémi tenía el corazón desbocado y la sensación de estar viviendo una cacería. Estaba loco de poder.
Al cabo de un rato, distinguió una melena de tierra. Los brazos delgados de Alitzée se asomaron entre los pliegues de la naturaleza. La tomó de uno de ellos con brusquedad, forzándola a mirarlo y experimentó una estremecedora naturalidad al hacerlo. Se sintió con derecho a manipularla y dirigirla. La sentía pequeña, ligera y entregada a su apremio, pero, al mismo tiempo, el segundo contacto físico posesivo se sentía tan incorrecto que no podía soportarlo, no podía resistirlo.
Los ojos castaños eran redondos, con la pupila grande, como la luna llena, y la expresión igual de descolocada, inconsciente a cabalidad de la presencia de su marido, pero sin dirigirse a ninguna parte en particular.
— Primera adivinanza, incompetente. ¿Quién tiene tus cadenas ahora? — preguntó tomándola con fuerza entre sus brazos — Yo las tengo. Yo. Puedes ir olvidando que tienes permiso para dejar la sombra de tu señor. No creas ni por instante que soy como tu abuela; te dio demasiada libertad. ¿A quién perseguías, buscona? ¿Acabas de casarte y ya quieres enlodarte? Eres la viva imagen de tu madre. No hay dudas de por qué te entregaron tan fácil a mí.
Estaban frente a frente. Rémi suavizó la expresión de súbito y acarició la mejilla de Alitzée con falsa ternura. Un poco más de adrenalina y la hubiera arañado.
— ¿Te cuesta mucho mantener las piernas cerradas? — sonrió besando la frente de su mujer — Dame las gracias; esta noche terminaré con tu suplicio. Con lo escurridiza que saliste, me obligarás a preñarte pronto.
R. Aurélien Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Vena Amoris
Tic, tac.
Fue el conejo quién la encontró. El conejo, con garras y colmillos. Atrás quedó la imagen dócil e inocente. A cambio, el lobo se desenmascaró, salvaje.Estaba tan cerca que podría haber saboreado en su aliento la descomposición de sus anteriores víctimas. Alitzée sintió sus manos garras alrededor de sus enclenques brazos y simplemente parpadeó aturdida. Maltrató su piel, la encaró y la acarició, brusco y suave. Sus uñas, apenas rozaron la superficie de su mejilla y por un momento la muchacha inclinó el rostro, buscando que rompiera su piel.
Las caricias que Emerick le dedicaba a Alitzée eran bruscas y suaves al mismo tiempo, en ocasiones violentas. Y cuando besaba a su hija en la mejilla para despedirse, siempre dejaba la marca de sus dientes en la piel.
Experimento un anhelonegro, que la desestabilizó de tal forma que ni si quiera fue capaz de escuchar las palabras que siguieron a aquella acción. De todo lo que el muchacho su marido, había dicho, tan solo prevaleció una pregunta:
“¿A quién perseguíasbuscona?”
— Perseguía al conejo blanco —respondió. Sus dedos, se posaron suavemente sobre los pómulos de Rémi—. Creía que ya lo había encontrado.
Cualquiera hubiera interpretado dicha acción como una provocación o como la conducta de una necia que no sabía con quién trataba. Su insolencia, sin embargo, era producto de su delusoria realidad. Ignorante y fácil, tan inofensiva que podía resultar tormentoso. Y tal era su desequilibrio, que incluso le dedico una espontánea sonrisa.
— Aquí estáis.
Alitzée dejó caer los dedos,lejos de la mordedura del lobo feroz y entornó los ojos en la dirección de su abuela, que había aparecido entre los arbustos. La anciana se detuvo y compuso una expresión de infinita ternura al verlos tan cerca el uno del otro.
— Oh, mis disculpas —dijo, tan solo en la dirección del hombre—. Pero querido, vuestro carruaje ya está listo.
¿Carruaje? Siguió los pasos de su abuela, perseguida por la sombradepredadora de su lobo particular de su marido. En el claro, junto a la capilla y entre el gentío, había una carruaje, rematado en telas blancas, traslucidas como el velo que había cubierto su rostro horas antes.
Lucine la saco de su ensimismamiento cuando la besó en la frente, allí donde él había grabado a fuego su pertenencia. El beso le resultó amargó, como el que le dedicó su tío Lewis antes de desaparecer para siempre. La muchacha se irguió repentinamente y aferró el brazo de su abuela con un sentimiento casi olvidado.Miedo.
— Estaré por aquí, niña mía, puedes venir siempre que quieras. Tú y tu apuesto marido —Se relajó un poco mientras su abuela se inclinaba para abrazarla, susurrando por última vez—. Dale todo lo que pida, cariño, no encontrarás otro como él. Por favor Alitzée, no me decepciones. No decepciones a tu abuela.
Apremiados, se introdujeron en el carruaje, cuya parte superior estaba repleta de las pertenencias de la muchacha; sus atlas de plantas, su cuaderno de colección… Echó un último vistazo, sacando la cabeza por la ventana del carruaje, la multitud los despidió con vítores. Ella sacudió la mano una sola vez con los ojos fijos en el gato, cuya sonrisa tornó violenta y gris. Le dijo adiós. Allí adonde iban, no había espacio para él. Tan solo para ella, Rémi y tal vez, para el conejo blanco. Ladeó el rostro, con los ojos fijos en el hombre. Una sonrisa tierna, crepitó por el rostro de la muchacha, un gesto que se podría ahber confundido como provocativo, pero que simplemente era sincero.
— ¿Rémi? ¿Tenéis jardín allí adonde vamos? —preguntó emocionada.
Un jardín,con barrotescon petunias, cadenas mariposas y con un lobos feroz luciérnagas.
Fue el conejo quién la encontró. El conejo, con garras y colmillos. Atrás quedó la imagen dócil e inocente. A cambio, el lobo se desenmascaró, salvaje.
Experimento un anhelo
“¿A quién perseguías
— Perseguía al conejo blanco —respondió. Sus dedos, se posaron suavemente sobre los pómulos de Rémi—. Creía que ya lo había encontrado.
Cualquiera hubiera interpretado dicha acción como una provocación o como la conducta de una necia que no sabía con quién trataba. Su insolencia, sin embargo, era producto de su delusoria realidad. Ignorante y fácil, tan inofensiva que podía resultar tormentoso. Y tal era su desequilibrio, que incluso le dedico una espontánea sonrisa.
— Aquí estáis.
Alitzée dejó caer los dedos,
— Oh, mis disculpas —dijo, tan solo en la dirección del hombre—. Pero querido, vuestro carruaje ya está listo.
¿Carruaje? Siguió los pasos de su abuela, perseguida por la sombra
Lucine la saco de su ensimismamiento cuando la besó en la frente, allí donde él había grabado a fuego su pertenencia. El beso le resultó amargó, como el que le dedicó su tío Lewis antes de desaparecer para siempre. La muchacha se irguió repentinamente y aferró el brazo de su abuela con un sentimiento casi olvidado.
— Estaré por aquí, niña mía, puedes venir siempre que quieras. Tú y tu apuesto marido —Se relajó un poco mientras su abuela se inclinaba para abrazarla, susurrando por última vez—. Dale todo lo que pida, cariño, no encontrarás otro como él. Por favor Alitzée, no me decepciones. No decepciones a tu abuela.
Apremiados, se introdujeron en el carruaje, cuya parte superior estaba repleta de las pertenencias de la muchacha; sus atlas de plantas, su cuaderno de colección… Echó un último vistazo, sacando la cabeza por la ventana del carruaje, la multitud los despidió con vítores. Ella sacudió la mano una sola vez con los ojos fijos en el gato,
— ¿Rémi? ¿Tenéis jardín allí adonde vamos? —preguntó emocionada.
Un jardín,
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Vena Amoris
La chiflada y su lengua, vípera salpicante. Maldita enredasdera. Su mente podia estar perturbada, pero no su naturaleza. Llevaba la sangre de Angélique. Era propio de su cepa ese afán de utilizar las artes amatorias en contra de los hombres para arrastrarlos al infortunio. Ellas se lavaban las manos; para destruir familias enteras, corrompían a uno: el pilar. Y él pudría a quienes estaban bajo su cuidado. Los hacía infelices, les quitaba las ganas de vivir, y finalmente morían. Todo gracias al embrujo de una golfa con piel de cordero.
La ventaja de Alitzée era que no se daba cuenta de lo sucia que era ni en qué lío se estaba metiendo tocándolo con esa devoción ciega que Rémi solía encontrar en las viudas inmaculadas. Él no había llegado a su vida para contruir una vida juntos, sino para destruirla. Y si llevar a cabo esa labor acababa con su sanidad, estaba dispuesto a repetir el camino cien veces de ser necesario.
Le hubiera mordido los dedos de no ser por la vieja pedante. Rémi se giró con fastidio, sonriendo a la impertienente mujer, pero sus ojos no le siguieron. Ya se desharía de aquella metiche.
— Por supuesto, Madame. Vamos, Alitzée. Tendremos tiempo para aquello. — dijo Rémi conteniendo en minima medida sus ganas de destrozar las manos de su mujer.
Dentro del carruaje pudo apreciar más de cerca qué cosas conformaban a la muchacha. Esa sonrisa difusa, la cara ingenua, el cuerpo de una mujer y la mentalidad de una retrasada caída de cabeza. Qué buen disfraz para tan nocivo animal. Sí que le tenía un jardín para que jugara. Ella podia decirle de la manera que quisiera, pero Rémi lo llamaba prisión.
Tomó la mano de Alitzée sobre su regazo. Un gesto afectuoso que contrastó con su siniestra mirada.
— Sí, mi querida comadreja. Un amplio jardín de juegos te espera. El conejo suele esconderse, pero podrás encontrarlo si lo buscas con cuidado. Hasta podría querer esperarte. ¿No has pensado en que también tiene cosas que decirte? Esto pone nervioso al más ortodoxo de los pacientes. Pero cumplo con decirte: ten mucho cuidado, que algunos agujeros tiemblan fuerte. Una cosa o dos te podrían caer encima.
Él. Solamente él.
La ventaja de Alitzée era que no se daba cuenta de lo sucia que era ni en qué lío se estaba metiendo tocándolo con esa devoción ciega que Rémi solía encontrar en las viudas inmaculadas. Él no había llegado a su vida para contruir una vida juntos, sino para destruirla. Y si llevar a cabo esa labor acababa con su sanidad, estaba dispuesto a repetir el camino cien veces de ser necesario.
Le hubiera mordido los dedos de no ser por la vieja pedante. Rémi se giró con fastidio, sonriendo a la impertienente mujer, pero sus ojos no le siguieron. Ya se desharía de aquella metiche.
— Por supuesto, Madame. Vamos, Alitzée. Tendremos tiempo para aquello. — dijo Rémi conteniendo en minima medida sus ganas de destrozar las manos de su mujer.
Dentro del carruaje pudo apreciar más de cerca qué cosas conformaban a la muchacha. Esa sonrisa difusa, la cara ingenua, el cuerpo de una mujer y la mentalidad de una retrasada caída de cabeza. Qué buen disfraz para tan nocivo animal. Sí que le tenía un jardín para que jugara. Ella podia decirle de la manera que quisiera, pero Rémi lo llamaba prisión.
Tomó la mano de Alitzée sobre su regazo. Un gesto afectuoso que contrastó con su siniestra mirada.
— Sí, mi querida comadreja. Un amplio jardín de juegos te espera. El conejo suele esconderse, pero podrás encontrarlo si lo buscas con cuidado. Hasta podría querer esperarte. ¿No has pensado en que también tiene cosas que decirte? Esto pone nervioso al más ortodoxo de los pacientes. Pero cumplo con decirte: ten mucho cuidado, que algunos agujeros tiemblan fuerte. Una cosa o dos te podrían caer encima.
Él. Solamente él.
R. Aurélien Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Vena Amoris
Algo inhóspito sucedió y, es que, Rémi comenzó a hablar su idioma. Su voz reptó hacia ella, amenazando su terreno con sus hiedras espinadas y Alitzée, lo vio más claro que nunca; sus palabras no rodaron por sus labios y desaparecieron, sino que se grabaron en su mente, reales. Lo contempló, contempló a su conejo blanco salpicado en fango y, no medió palabra alguna. Al parecer sus ojos curiosos habían dado con algo que no le agradaba. La adolescente retiró la mano lentamente, la colocó sobre su propio regazo y miró por la ventana.
A través del cristal, sus ojos se detuvieron sobre unos cardos en la orilla del camino, que le hicieron arrugó su naricilla. Aquellas plantas eran una de las pocas cosas que la ponían de mal humor. En reflejó de la ventana, espió a Rémi, como un gorrión nervioso al que acaban de sacar de su jaula. El hombre no le ponía de mal humor como los cardos, pero tras sus últimas palabras, su presencia comenzó a suscitarle una extraña sensación de zozobra. Lo observó, intensa y cuando él le devolvió la mirada, ella se apresuró a apartar la suya. Curiosa, volvió a clavar los ojos en él, repitiendo el proceso de nuevo. Dio un respingón y volteó la cabeza hacia la ventana. Sin duda Alitzée estaba habituada a comportarse de manera extraña, sin embargo, aquella extrañeza estaba fuera de lo que se podía considerar normal en ella.
Y lo cierto era, que tan asfixiante empezó a resultarle el viaje, que sintió la inminente necesidad de cruzar palabra con algo que no fuera el frenético tictac del conejo blanco. Así que saco la cabeza por la parte delantera del vehículo, asaltando al conductor.
─¿Podría llevar vuestros caballos, señor?
Tras un breve sobresalto, el hombre negó toscamente.
─Ah. ¿Queda mucho?
El extraño, se encogió de hombros.
─¿Cómo llamáis a vuestros caballos?
Volvió a encogerse de hombros.
Decepcionada, Alitzée se acomodó en su asiento. Cualquiera que no la conociera diría que estaba tensa. ¿Pero cómo iba a ser eso posible? Alitzée nunca estaba tensa. Lo había estado, hacía muchos años… Sin embargo, tensa no era la respuesta, más se sentía como si hubiese tragado de golpe la baraja entera de naipes de la reina roja.
─¿Cuántos años tienes? ─le preguntó a Rémi, como quién lo hace con un niño a quién acaba de conocer en el campo─. Yo tengo 15, en invierno cumpliré 16.
La muchacha lo contempló por un momento, a la espera de una respuesta. Pero su semblante ilusorio no duro por mucho tiempo, ya que una sonrisa afligida bailoteó en sus labios. Se reclinó en su asiento y con la voz cantarina extinta preguntó sobre su evidente destino.
─¿Me quieres comer, verdad?
A través del cristal, sus ojos se detuvieron sobre unos cardos en la orilla del camino, que le hicieron arrugó su naricilla. Aquellas plantas eran una de las pocas cosas que la ponían de mal humor. En reflejó de la ventana, espió a Rémi, como un gorrión nervioso al que acaban de sacar de su jaula. El hombre no le ponía de mal humor como los cardos, pero tras sus últimas palabras, su presencia comenzó a suscitarle una extraña sensación de zozobra. Lo observó, intensa y cuando él le devolvió la mirada, ella se apresuró a apartar la suya. Curiosa, volvió a clavar los ojos en él, repitiendo el proceso de nuevo. Dio un respingón y volteó la cabeza hacia la ventana. Sin duda Alitzée estaba habituada a comportarse de manera extraña, sin embargo, aquella extrañeza estaba fuera de lo que se podía considerar normal en ella.
Y lo cierto era, que tan asfixiante empezó a resultarle el viaje, que sintió la inminente necesidad de cruzar palabra con algo que no fuera el frenético tictac del conejo blanco. Así que saco la cabeza por la parte delantera del vehículo, asaltando al conductor.
─¿Podría llevar vuestros caballos, señor?
Tras un breve sobresalto, el hombre negó toscamente.
─Ah. ¿Queda mucho?
El extraño, se encogió de hombros.
─¿Cómo llamáis a vuestros caballos?
Volvió a encogerse de hombros.
Decepcionada, Alitzée se acomodó en su asiento. Cualquiera que no la conociera diría que estaba tensa. ¿Pero cómo iba a ser eso posible? Alitzée nunca estaba tensa.
─¿Cuántos años tienes? ─le preguntó a Rémi, como quién lo hace con un niño a quién acaba de conocer en el campo─. Yo tengo 15, en invierno cumpliré 16.
La muchacha lo contempló por un momento, a la espera de una respuesta. Pero su semblante ilusorio no duro por mucho tiempo, ya que una sonrisa afligida bailoteó en sus labios. Se reclinó en su asiento y con la voz cantarina extinta preguntó sobre su evidente destino.
─¿Me quieres comer, verdad?
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Vena Amoris
Un temblor entre los dos logró gravitar en el aire y quedarse allí, impregnándolo con una fragancia mortal. Qué notas, qué curioso. Declaraban la guerra de un modo implícito, pero ninguno de los dos atacaba... aún. Rémi se dio cuenta de que algo había cambiado en su mujer, aunque ella no supiese descifrarlo. Eso le gustó. Recordó, por unos breves instantes, una de las enseñanzas de su madre. Él era sólo un niño despertando de su primera pesadilla, convencido de que era real. Nunca se había sentido más aterrorizado. Fue allí cuando Alexandrine le explicó que, cuando no se lograba explicar algo racionalmente, más intensamente se vivía, magnificando las emociones. Era precisamente lo que debía estar ocurriéndole a Alitzée.
La dejó ser, volviendo a mirar hacia delante, pensativo, mientras ella se dedicaba a molestar al chofer. ¿Qué haría en cuanto estuvieran en casa? ¿Qué podía hacer para quebrar ese cascarón? Los golpes habían bastado con su madre, pero ella estaba medianamente sana. La misma regla no podía aplicarse a Alitzée, no si quería que perdiera lenta e irremediablemente sus ganas de vivir. Fue su cónyuge la que le dio la respuesta cuando volvió a dirigirse a él: tendría que sumergirse en ella y constreñir desde allí. Desde su difuso laberinto infantil.
— Así que tienes quince años. — repasó, haciéndose el interesado. Conocía a la perfección la fecha de nacimiento de Alitzée, no tenía por fin que le dijeran lo que ya sabía — No te creo; eres una niña mentirosa. No te diré mi edad sino hasta que me pruebes que lo que me dices es cierto.
No le dio tiempo. No merecía ni un solo segundo. Rémi quería ser el dueño de tiempo. Ya había empezado a robarse sus minutos y sus horas.
Alitzée pareció estar a punto de hablar, pero su marido hizo la señal de silencio, imponiendo su voluntad.
— Déjalo. Lo comprobaré yo mismo.
Rémi se acercó peligrosamente a su mujer, con sus pupilas dilatadas. Utilizaría una herramienta que no esperaba usar tan pronto: sus manos. Guió sus extremidades a las faldas de Alitzée, percibiendo la textura de la tela unos instantes antes de deslizar una de sus manos debajo, hacia esas piernas de moza. Entretanto, no dejaba de observar a la joven. Indagaba qué cosas desentendía, cuáles la hacían sonreír, y cuáles otras la desesperaban. Fue más lejos, hasta presionar sus dedos contra la ropa interior de la joven. Esa delgada capa que apenas lo separaba de su flor. Y por si ella dudaba que tenía el derecho a arrebatarle todo, susurró:
— Desecha esa idea de ser noble y de escudarte, pues no puedes proteger lo que no es tuyo. Ya no. — dijo amenazante, palpando a su paso antes de restablecerse en su posición inicial. Se acomodó las mangas y prosiguió como si nada. — Mira hacia delante. Ya casi llegamos a casa. Éstate atenta y reponte ya. No bajes hasta que yo lo diga.
Hizo caso omiso al ardor que se alojó en él, una especie de parafilia que unía el daño con el placer. No la tocaría directamente. No todavía. La quería completa, para completamente destruirla. ¿Acaso no era misericordioso?
La dejó ser, volviendo a mirar hacia delante, pensativo, mientras ella se dedicaba a molestar al chofer. ¿Qué haría en cuanto estuvieran en casa? ¿Qué podía hacer para quebrar ese cascarón? Los golpes habían bastado con su madre, pero ella estaba medianamente sana. La misma regla no podía aplicarse a Alitzée, no si quería que perdiera lenta e irremediablemente sus ganas de vivir. Fue su cónyuge la que le dio la respuesta cuando volvió a dirigirse a él: tendría que sumergirse en ella y constreñir desde allí. Desde su difuso laberinto infantil.
— Así que tienes quince años. — repasó, haciéndose el interesado. Conocía a la perfección la fecha de nacimiento de Alitzée, no tenía por fin que le dijeran lo que ya sabía — No te creo; eres una niña mentirosa. No te diré mi edad sino hasta que me pruebes que lo que me dices es cierto.
No le dio tiempo. No merecía ni un solo segundo. Rémi quería ser el dueño de tiempo. Ya había empezado a robarse sus minutos y sus horas.
Alitzée pareció estar a punto de hablar, pero su marido hizo la señal de silencio, imponiendo su voluntad.
— Déjalo. Lo comprobaré yo mismo.
Rémi se acercó peligrosamente a su mujer, con sus pupilas dilatadas. Utilizaría una herramienta que no esperaba usar tan pronto: sus manos. Guió sus extremidades a las faldas de Alitzée, percibiendo la textura de la tela unos instantes antes de deslizar una de sus manos debajo, hacia esas piernas de moza. Entretanto, no dejaba de observar a la joven. Indagaba qué cosas desentendía, cuáles la hacían sonreír, y cuáles otras la desesperaban. Fue más lejos, hasta presionar sus dedos contra la ropa interior de la joven. Esa delgada capa que apenas lo separaba de su flor. Y por si ella dudaba que tenía el derecho a arrebatarle todo, susurró:
— Desecha esa idea de ser noble y de escudarte, pues no puedes proteger lo que no es tuyo. Ya no. — dijo amenazante, palpando a su paso antes de restablecerse en su posición inicial. Se acomodó las mangas y prosiguió como si nada. — Mira hacia delante. Ya casi llegamos a casa. Éstate atenta y reponte ya. No bajes hasta que yo lo diga.
Hizo caso omiso al ardor que se alojó en él, una especie de parafilia que unía el daño con el placer. No la tocaría directamente. No todavía. La quería completa, para completamente destruirla. ¿Acaso no era misericordioso?
R. Aurélien Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Vena Amoris
Qué ocurrente, que no la creyó cuando le dijo su edad. Alitzée frunció suavemente el ceño, confundida. No era una niña mentirosa, para nada. Siempre decía la verdad, o al menos casi siempre. Quiso discutirle que no le estaba engañando, y cruzarse de brazos al tiempo, enfurruñada. Sin embargo, le indicó que guardara silencio y comenzó a aproximarse en su dirección, amenazador. ¡Ah! Ya sabía lo que quería… Cuando apenas tenía cinco años, siempre jugaba a ese juego con los niños en el parque. Él era el lobo y ella el cordero que debía de escapar.
─¡Pero, espera! ─exclamó, apretujándose contra la puerta del carruaje─. Antes tienes que contar hasta diez para darme venta…
Perdió la voz cuando la enjauló y su mano se perdió entre sus faldas. Alitzée sonrió trémula, al sentir el reptar ultrajante divertido de sus dedos sobre su pierna. Dejó escapar una sinuosa risilla.
─Me haces cosquillas…─confesó y volvió a silenciarse, su sonrisa esfumándose al completo.
Respiró. Fuerte.
La mano de Rémi alcanzó la parte interna de su muslo y sus pupilas penetraron las suyas,encadenándola. Alitzée contuvo el aliento, sin apartar la mirada de la ajena. Tarde, se percató de que él no estaba jugando al mismo juego que ella, la presión de sus dedos se lo hizo saber. Tocando, allí, donde no debían. Tocan- Tocando, allí, donde no debían. La joven, posó las manos sobre sus hombros, como si pretendiera empujarlo, pero se sintió inquietantemente febril e incapacitada. Sensación, que le hizo escuchar sus palabras, sin comprender, sin entender. Cuando al fin se apartó, Alitzée despegó los labios, recuperando el aliento que había perdido y por el que ahora se encontraba mareada.
─No me gusta este juego…─confesó, quizás demasiado bajito como para que él lo escuchase.
Agachó la cabeza, dócil, como un cervatillo al que acaban de amenazar con ser devorado y no la levantó hasta que el carruaje al fin se detuvo. Lentamente, apartó el cabello de su cara y observó: a través de la ventana de Rémi, unasombría preciosa mansión se alzaba. La muchacha sonrió, inclinándose sobre sus dos manos, cerca de su marido para ver mejor a través de su ventana, ignorando, los hechos de hacía apenas unos minutos.
─¿Está es tu casa? ─preguntó animada─. Qué precioso jardín de rosas blanquecinas.
Alguien tendría que pintarlas de rojo.
─¡Pero, espera! ─exclamó, apretujándose contra la puerta del carruaje─. Antes tienes que contar hasta diez para darme venta…
Perdió la voz cuando la enjauló y su mano se perdió entre sus faldas. Alitzée sonrió trémula, al sentir el reptar
─Me haces cosquillas…─confesó y volvió a silenciarse, su sonrisa esfumándose al completo.
Respiró. Fuerte.
La mano de Rémi alcanzó la parte interna de su muslo y sus pupilas penetraron las suyas,
─No me gusta este juego…─confesó, quizás demasiado bajito como para que él lo escuchase.
Agachó la cabeza, dócil, como un cervatillo al que acaban de amenazar con ser devorado y no la levantó hasta que el carruaje al fin se detuvo. Lentamente, apartó el cabello de su cara y observó: a través de la ventana de Rémi, una
─¿Está es tu casa? ─preguntó animada─. Qué precioso jardín de rosas blanquecinas.
Alguien tendría que pintarlas de rojo.
TEMA FINALIZADO
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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