Lenina Blackbird

Los traumas pasados, presentes y futuros son los que gobiernan y gobernarán la mente de esta hechicera. Es una mujer fuerte de cara a los demás, pero en su cabeza anidan un montón de recuerdos, ideas y paranoias que hacen que los trastornos por ansiedad, fobia, preocupación e inquietud afloren en el momento menos oportuno.

A pesar de esos pequeños contratiempos, no deja de ser una chica despierta, inteligente y perspicaz. Pero es habitual que se haga la inocente con la intención de jugar con ventaja más adelante. Se cree muy superior a los demás y no dudará en hacer uso de su ingenio si con ello puede ridiculizar a otro. Su personalidad es algo retorcida, aunque en un sentido ligeramente infantil, pero es muy fácilmente influenciable por la única persona en la que confía, su tío Maxwell.

Tiene muy arraigado el tema de la fidelidad familiar, pues para los Blackbird los lazos sanguíneos son lo primero y el resto del mundo, mucho después. En el caso de Lenina, incluso antepondría a todos los animales habidos y por haber a cualquier ser de tipo humanoide, sin importar si son sobrenaturales o no.

Tiene un hurón que suele llevar escondido por algún bolsillo de sus ropajes. Es su mejor amigo, a parte de su tío, e incluso habla con él cuando sabe que nadie la ve. Es un hecho que incluso mantiene oculto de Max por temor a que le diga que está loca a otro nivel.

Hay una habitación en la mansión Blackbird, su dormitorio, donde su mente regresa a la infancia, a esa niñez que le fue arrebatada. A esa inocencia de los días previos a ser ultrajada. Durante las regresiones, es incapaz de usar sus poderes.

poderes:

Al nacer Lenina, durante el parto, la madre, una Blackbird, murió por excesiva pérdida de sangre sin que nadie pudiera hacer nada al respecto. Fue alumbrada en casa con la única ayuda de una enfermera matrona. El padre se encontraba de viaje y para cuando regresó, lo único que le quedaba era aquella pequeña de rojizos rizos. Mas aunque empezó cuidando de ella y queriéndola mucho, poco a poco, con los años, a medida que la niña se fue pareciendo más y más a su madre, el hombre empezó a enloquecer, a confundir a Lenina con aquella que le diera a luz. Todo inició de un modo casi inocente, de un enamoramiento leve, caricias, besos, vestir a su hija como si fuera una mujer adulta… La trataba como si fuera una delicada muñeca de porcelana a la que admirar y adorar. Pero la obsesión del varón fue creciendo y creciendo, hasta que lo que ocurrió después no fueron bonitos recuerdos, de hecho, sólo podrían tildarse de espantosas pesadillas para cualquiera con algo de moral que lo viera desde fuera. La chiquilla lo sobrellevó de un modo incomprensible, pero cuando creció, aquellos traumas empezaron a pasarle factura de un modo abrumador.

Lenina empezó a perder la cabeza de manera lenta, con tics nerviosos, fobias, manías y paranoias diversas que por sí solas no eran demasiado, pero todas juntas mostraban un claro patrón de abuso sexual no superado.

A los trece años, una noche, la joven se levantó de la cama que compartía con su padre, lord Beasley, y bajó al piso inferior a por un poco de agua. Encontró entonces un cuchillo en la encimera, sucio aún por haber cortado algo de queso. Lo observó con detenimiento, sintiéndose extrañamente atraída por su brillo, por el destello que ofrecía a la luz del candil que reposaba relativamente cerca. Los ojos de la muchacha se oscurecieron, sus pupilas se agrandaron y la mente de ella se nubló, dibujándose una pérfida sonrisa en sus labios. Agarró la empuñadura con la diestra, con la hoja apuntando hacia el meñique y regresó por la escalinata hacia el dormitorio. Se detuvo frente a la cama antes de subirse a ésta de rodillas. Se quedó allí algo encogida durante varios segundos, mientras con la zurda reafirmaba la sujeción que la diestra ya le ofrecía al arma blanca. Alzó los brazos tan alto como pudo y con toda la fuerza de la que fue capaz, clavó el metal en el cuello de su padre, justo en la arteria, logrando que un montón de sangre salpicara con cada nueva cuchillada que propinaba. Justo después, se quedó dormida allí mismo, anchada como estaba, abrazando el arma del crimen como si fuera un muñeco de trapo. Despertó pasadas unas horas y con la mente más lúcida que nunca y una frialdad que ella misma desconocía, limpió sus huellas del mango y lanzó el cuchillo, antes de esconderse en el armario y ponerse a gritar como una loca, esperando que la encontraran los del servicio. Representó el mejor papel de su vida, el de niña asustada, desvalida, víctima que escapó por los pelos de un cruel asesinato en el que el móvil se desconocía.

Siendo como era menor, se intentó buscar a alguien de su familia para que se hiciera cargo de ella, y así fue como conoció a su tío Maxwell, con el que se crió hasta la actualidad, explorando a su lado sus poderes una vez éstos salieron a la luz un par de años después de que la adoptara.