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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Viktóriya P. von Habsburg Lun Feb 26, 2018 9:11 pm

Mil veces se había prometido a sí misma -y a su representante- que no haría espectáculos privados en directo, ni acudiría a fiestas con mecenas. Mil veces había avisado que ella únicamente actuaba en el teatro principal de las ciudades que visitaba, cuando la obra que se representaba era una de aquellas en las que se consideraba experta, y solamente cuando las obligaciones maritales le dejaran espacio para hacerlo. Y cómo no, mil veces había fallado en aquella promesa, no por avaricia o porque necesitara más dinero que el que conseguía de esa forma, sino porque el propio director de la Ópera le había asegurado que no se arrepentiría. Eso sin duda supo despertar la curiosidad en la siempre profesional Viktóriya, quien amaba el teatro y el mundo del espectáculo más de lo que en ocasiones llegaba a reconocer. ¿Quién había requerido su presencia? ¿Qué tipo de representación esperaría de ella? Desde que comenzase su nuevo trabajo como coreógrafa oficial en la Ópera de París se había centrado en la danza y representación desde una perspectiva más indirecta, dando instrucciones a otros actores y bailarines. Podría decirse que se sentía insegura, pero a la vez emocionada. Ser quien dirige no te permite tomarte tantas libertades, ni añadir tu propio estilo a la representación. 

Así que no tuvo que pensárselo mucho. Tras haberse enfundado en un coqueto y divertido vestido de color blanco y naranja, le pidió al cochero que la llevara hasta la residencia en que tendría lugar la fiesta/representación, aún sin saber de qué se trataba todo aquello. A pesar de que se le había prometido una cuantiosa suma, realmente eso no era lo que le importaba. Si hubiese insistido lo mismo sin ofrecer nada, Viktóriya hubiera aceptado de igual forma. Si incluso su "superior" le decía que sin duda no se arrepentiría, ¿cómo iba a poder decir que no? Su marido se había enfurecido por marcharse sin haberle avisado con tiempo, pero ni siquiera eso pareció hacerle cambiar de idea. El deber es el deber, y ella era artista, entre otras cosas, porque le gustaba. Pero primero y principal lo era para entretener a los demás, para ayudar, con sus obras o canciones, que la vida diaria, para muchos tremendamente dura, fuese más llevadera. Probablemente otros no la entenderían, pero a ella no le importaba. Era una mujer hecha y derecha, y tan firme en sus creencias como en sus convicciones. No es que necesitara de un mecenas, ni de un público exclusivo, ¿pero a qué artista no le agrada que un experto emita un juicio adecuado sobre aquello que hace? Ahora la cuestión era qué le requerirían.

No habían sido en absoluto específicos con el encargo, y eso la ponía bastante nerviosa. El temor a decepcionar a sus seguidores siempre había sido muy grande, pero si a eso le sumamos que el espectador en cuestión era un entendido en el tema, éste se incrementaba considerablemente. Así que había preparado antes de salir varias obras y canciones, a fin de preguntar antes de dar por comenzado el espectáculo. Todo dependería del espacio del que dispusiera, de lo que esperaran de ella, y también de si habían otros actores o actrices en el mismo lugar. Normalmente las reuniones de ese tipo eran para confrontar a diferentes artistas a fin de decidir cuál o cuáles eran los mejores y o más adecuados para la persona que quiere representarlos. Observó el pequeño reloj de bolsillo que yacía a un lado del sillón. Pese a haber salido de casa con tiempo, se le estaba haciendo tarde. El cochero se había perdido dos veces en el centro, y hubo de dar la vuelta. Hora y cuarto después de salir de la mansión, y quince minutos tarde, estaba golpeando la puerta de la casa, con las mejillas sonrojadas por la vergüenza. Ella siempre era puntual.

Una doncella abrió las puertas para recibirla con una inmensa sonrisa, y los ojos brillando de la emoción. Al parecer, el anfitrión no era el único en conocerla. El orgullo salió a relucir en sus ojos, le alegraba que su trabajo fuera reconocido, aunque la humildad, característica siempre destacada de la joven, la hacía saber que no era la mejor, y que estaba muy lejos de serlo. La suerte era lo que la había puesto donde estaba. Suerte y trabajo duro, por supuesto. La doncella la guió hasta una hermosa sala donde debía aguardar a que el mayordomo princial apareciera. Viktóriya se sentó en el sillón pacientemente, con la espalda recta, y tratando de repasar mentalmente las obras que había revisado antes de salir. Pocos minutos después, más actores, actrices y otros artistas fueron llegando paulatinamente. Muchas eran caras conocidas, entre ellos algunos de sus amigos e incluso personas que ahora mismo estaban bailando en una de las obras que ella estaba coreografiando. Esto le hizo preguntarse nuevamente qué era lo que estaba pasando y de qué se trataba todo aquello. Por alguna razón, tenía un mal presentimiento.


Última edición por Viktóriya P. von Habsburg el Vie Abr 13, 2018 12:13 am, editado 1 vez
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Mensaje por Abraxas Miér Mar 28, 2018 3:21 pm

La próxima jugada me viene a la mente de forma repentina. Ha pasado mucho tiempo, demasiado tiempo, desde que planifiqué un golpe de tal envergadura. No por ello me siento nervioso, sin embargo, pero no puedo negar mi excitación. La invitación ha llegado a mis manos de pura casualidad. Es una de esas reuniones organizadas por la élite, donde se promete un buen rato, comida de calidad y charla animada, a la par que la compañía de otras personalidades de la misma clase social. A los humanos les satisface regodearse en su propio ego, en la percepción de que son mejores que sus iguales por algo tan efímero y material como es el dinero. Patéticos. Se pisotean unos a otros olvidándose de la existencia de aquellas criaturas que, como yo, sí que suponen un peligro para su insustancial existencia. ¡Já! ¿Cómo voy a resistirme ante semejante tentación? Sabiendo que hay tantas soberbias e insignificantes criaturas que van a reunirse en un mismo lugar para chismorrear, bajando la guardia, ajenos a la realidad tan terrible que les rodea. Es el escenario perfecto para una masacre, para un sacrificio dedicado al Dios que está por alzarse.

Ataviado con mis mejores galas, salgo de la mansión de la que me adueñado cuando el Sol ya no supone un mayor peligro, y con paso presto me deslizo entre la penumbra circundante en las callejuelas, rumbo al palacete donde la celebración tendrá lugar. No tardo demasiado en llegar al sitio, y casi me echo a reír a carcajadas al percibir lo lujoso de la decoración que el anfitrión ha escogido para la ocasión. Queda bastante claro que sus intenciones son las de aparentar ser el más exitoso de todos los invitados que aún están por llegar. Al final para eso sirven este tipo de fiestas, para presumir de lo mucho que se tiene frente a otros a los que, en el fondo, envidias porque poseen algo que tú aún no has conseguido.

La entrada está tan atestada de gente que no resulta difícil colarse entre los invitados. Mi aspecto, a pesar de que me hace destacar, está bien camuflado por el buen material del traje que se adapta a mi cuerpo como una segunda piel. Algunos ojos se vuelven a seguirme. Es inevitable, aunque no sean conscientes de ello las miradas de los humanos se ven irremediablemente atraídas hacia los de mi condición. Les resultamos entes atractivos. Se acercan hacia nosotros, hacia el peligro, como polillas que encuentran la muerte al ser atraídas por un cuerpo incandescente. Son tan estúpidos, tan predecibles, que a veces ni siquiera me resulta divertido el hecho de tener que cazarlos. Tras tomar una copa de vino tinto, me desplazo hasta un lateral del gran salón que hará las veces, al parecer, de sala de baile, a juzgar por el escenario que gobierna la mitad del mismo. Allí me dedico a observar a los invitados que poco a poco van introduciéndose en el interior. Todos los rostros me resultan igual de insulsos. Sonrisas forzadas. Miradas de soslayo. Verdades a medias y mentiras por la espalda. ¿Cómo es posible que unas criaturas tan marcadas por el paso del tiempo como los humanos sean los que más tiempo invierten en mentirse a ellos mismos? Se merecen lo que les pase.



Última edición por Abraxas el Mar Abr 24, 2018 7:00 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Viktóriya P. von Habsburg Vie Abr 13, 2018 12:32 am

El débil pero constante sonido del tictac del reloj de bolsillo que descansaba dentro de su bolso estaba consiguiendo arrebatarle la poca calma que aún le restaba. Apenas habían pasado, ¿qué? ¿veinte minutos? Pues sentía que el corazón iba a salírsele del pecho a primeras de cambio. Sólo se había sentido tan nerviosa una vez en su vida, la primera vez que hubo de subirse a un escenario para hacer la prueba que la convertiría en la joven promesa del musical ruso, en Persephónē, la estrella que hipnotizaba a todos con su voz, con la gracilidad de sus movimientos... Nunca olvidaría esa noche. Lo angustiada que se encontraba mientras se situaba tras el telón, esperando a que le dieran la señal que indicaría el inicio de su actuación. Le sudaban las manos, le temblaban las piernas, y tenía la terrible sensación de que la boca se le secaba más a cada momento. Que en cuanto separase los labios para decir la primera estrofa de la escena a representar, le saldría un gallo terrible que significaría el fracaso total de su carrera, cuando aún no había empezado. Que sus sueños se desvanecerían. Que nunca podría convertirse en esa artista que siempre había ansiado ser. Porque amaba el arte, amaba la actuación, pero aquel escenario era demasiado grande, y el teatro lo era aún más... ¿Cómo iba a llenar únicamente con su presencia todo aquel espacio?

Lo hizo. Lo consiguió... ¡Y de qué manera! Recordaba que en cuanto comenzó aquel solo de piano, su voz pareció salir de su garganta directamente, sin ningún tipo de obstáculo, como si hubiese estado todo aquel tiempo esperando para finalmente dejarse ver, dejarse expresar. Nunca se había sentido tan feliz como al ver en la mirada del director, aquel que luego se convertiría en su esposo, el brillo de la ilusión. Como si finalmente hubiera encontrado lo que andaba buscando, después de mucho tiempo. Como si hubiera descubierto una especie de estrella en el interior de aquella chica tímida y torpe que siempre había sido. Que aún seguía siendo... Muchos años habían pasado desde ese primer momento. Muchas actuaciones, muchos teatros, y muchos desconocidos que habían alabado su capacidad de transmitir, y otros muchos críticos que habían querido destruirla. Pero nunca había perdido ese miedo, ese nerviosismo inicial, que surge siempre antes de avanzar y salir a escena. El miedo escénico. Un miedo que desde hacía un tiempo hasta entonces no había hecho más que acentuarse, en lugar de superarlo.

Muchos factores influían en ello, por supuesto. Por una parte, las sesiones privadas solían conllevar un grado de improvisación al que no estaba acostumbrada. No era lo mismo ensayar una obra durante meses, que hacer algo rápido y sencillo en una noche, aun cuando el público al que iba dirigido era mucho menos numeroso. Por otro lado, los problemas que se habían instalado en su matrimonio nada más iniciarse, la posibilidad de que todo se rompiera y su corazón fuera roto nuevamente la hacía sentir extremadamente insegura. No podría volver a soportar tanto dolor como el sentido al perder a su primer marido. Simplemente... No podría. Y luego había un último factor, uno que en aquellos momentos le parecía el más importante de todos ellos. Y era la excesiva presencia de otros miembros de su misma profesión entre las mismas paredes. Fuera lo que fuera lo que planease el anfitrión de aquella celebración, podría suponer la ruina de muchos pero también el despegue de otros tantos. 

Su nerviosismo, para variar, se convirtió en torpeza, y por culpa de ésta y de andar distraída pensando en otras cosas, no estaba mirando por donde iba. Al girarse para entrar en la sala donde se llevaría a cabo la recepción una vez fue llamada, chocó de frente con alguien que justo pasaba por el sitio, cayéndosele así el bolso que hasta entonces había tenido aferrado contra su pecho, como si fuese un salvavidas. - ¡Vaya! Disculpad mi torpeza, espero no haberos causado daño alguno. -Comentó para luego agacharse a recoger las cosas que se habían desparramado por el suelo, aprovechando así para dar un leve vistazo desde abajo a la persona con la que había tropezado. Se encontró de lleno con el rostro pálido y tatuado de un hombre que a todas luces no encajaba con la atmósfera general de aquel encuentro. No sólo le era desconocido, lo cual implicaba que probablemente no tuviera relación alguna con el mundo del espectáculo, sino que además tenía algo, no sabía decir el qué, que lo hacía sentirse diferente. La mujer sacudió la cabeza, como intentando zafarse de aquellos pensamientos. Finalmente, se levantó y se acercó al caballero, tendiéndole la mano en un gesto cordial. - Mi nombre es Viktóriya von Habsburg, es un placer conoceros, y nuevamente, me disculpo por las molestias causadas. Estaba tan nerviosa que realmente no estaba mirando por donde iba. 
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Mensaje por Abraxas Miér Abr 25, 2018 7:48 pm

La primera víctima se presenta ante mi de forma voluntaria, tal y como supongo. La jovencita parece un tanto confundida acerca de por qué sus pasos la han llevado a acercarse precisamente al desconocido que más peligroso aparenta ser de la fiesta, pero no puede evitar ruborizarse cuando mis orbes azules se clavan en los suyos. Ya es mía. Un simple repaso a sus pensamientos más superficiales me lleva a apreciar que, en efecto, no entiende lo que pasa, pero tampoco siente la necesidad de pelear contra esos impulsos que la hacen querer acercarse a mí. La persuasión, una habilidad tan útil como peligrosa, sobre todo para aquellos que tienen la mala suerte de verse influenciados por ella. Cuando las miradas ajenas se despistan por un instante, aprovecho ese preciso momento para tomarla del brazo y arrastrarla hacia un desierto corredor. No tarda mucho en sentirse incómoda, recuperando tal vez la consciencia y dándose cuenta de que no quiere, ni debe, estar aquí. Pero ya es tarde, ahora no tiene escapatoria. Será el primer sacrificio de la noche para mi Señor, su sangre llenará de vitalidad mis tejidos y a su vez me incitará a beber la de otros. Entro en frenesí de forma casi instantánea cuando mis colmillos finalmente se clavan en su piel. Absorbo su líquido vital tan rápido que ni siquiera le da tiempo a gritar... Aunque bueno, tampoco es que pedir auxilio le hubiera servido para algo en realidad. Nadie escapa de mis garras, de mis fauces. En este mundo todos son víctimas potenciales, y en el fondo, debe sentirse dichosa por haber sido elegida. Su última noche es como el tentempié de un ente superior, ¿qué más podría pedir escoria como ella?

Una vez el cuerpo de la chica se convierte en un cadáver vacío, frío y desangrado, lo dejo caer contra el suelo con gran estrépito, para luego rodearlo y regresar a la fiesta con paso animado. El sabor de su sangre me ha sorprendido gratamente. Era más pura de lo que esperaba. Quizá su inocencia es precisamente la razón que la llevó a acercarse a mi. Nuestra presencia es más fuerte en aquellos que no han sido tocados por la maldad en su estado más puro. Una lástima, supongo. También era muy joven, así que no dudo en que su ausencia tarde mucho en ser notada en la fiesta. No me siento especialmente intranquilo, sin embargo. Sé perfectamente que el anfitrión no querría armar un escándalo, no después de haberse gastado una fortuna en montar todo aquella farsa. Triste pero cierto: la muerte de una chica, por muy bonita o conocida que fuese, siempre importaba menos que el prestigio de aquellos que están por encima. O que creen estarlo.

Tras limpiarme las comisuras de los labios, reaparezco en la escena principal, sólo para toparme de lleno con una nueva criatura, esta más ruidosa que la anterior, pero también más apetecible. Observo a la mujer sin esconder mi lado depredador. No espero que lo perciba, ningún humano es tan perceptivo como para notar tales sutilezas. Su rostro me resulta vagamente familiar, así como sus gestos y el tono de su voz, pero no puedo deducir concretamente de qué. Los mortales no despiertan en mi interés alguno en general, no son más que ganado para mi alimento, o sacrificios para el Dios que se alzará, así que no soy demasiado bueno a la hora de distinguirlos unos de otros. Sí puedo saber de un simple vistazo, sin embargo, si el sabor de su sangre será o no de mi agrado. Y la sangre de la mujer que ahora se disculpa y me tiende su mano es de primerísima calidad. Casi tan buena como la que acabo de consumir, ¿se convertirá en mi segundo sacrificio de la noche? - No es necesario que se disculpe tanto, mademoiselle, yo tampoco estaba prestando atención a lo que me rodeaba, así que soy igual de culpable.

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Mensaje por Viktóriya P. von Habsburg Lun Mayo 14, 2018 11:03 pm

No pudo evitar que el tono de la voz de aquel desconocido la hiciera dar un respingo de la impresión. A pesar de que sus rasgos eran, de algún modo, delicados a pesar del aspecto fiero de que le dotaban los tatuajes, su voz era muchísimo más profunda de lo que aparentaba a simple vista. Mucho más honda, ronca y sentida de a lo que estaba acostumbrada, desde luego. Le causó tal impresión que durante unos instantes se mantuvo en silencio, paralizada, sin dejar de observarle detenidamente aún con la mano ajena entre las suyas. El segundo pensamiento que le pasó por la cabeza fue la posibilidad de que fuese un talento en alza. A pesar de que su apariencia no era del todo ortodoxa si se hablaba de teatro, donde la apariencia sobria y elegante era lo más demandado, no le extrañaría que pudiera destacar en la ópera o en los musicales si es que alguien, un maestro de canto particularmente, le ayudara a controlarla de forma más efectiva y enfocarla a recitar o a cantar. Su entonación era buena aún sin ser un profesional, así que no le costaría demasiado llegar a un nivel envidiable en poco tiempo. Podría superarla a ella sin ninguna dificultad, y el hecho de que fuera un varón también le daba bastante ventaja. Había mucha demanda de hombres en ese mundillo que en los últimos tiempos había estado siendo ocupado por mujeres. Le lloverían las ofertas, sin ninguna duda. 

Una vez recuperada de su ensimismamiento, volvió a sonreírle al desconocido, para luego sacudirse los ropajes y asentir dando muestras de entendimiento ante lo que el otro le había dicho. Aceptando que ambos eran culpables en el choque probablemente no había mucho más que decir, pero estaba demasiado nerviosa como para entrar a solas a la sala, y enfrentarse de lleno con las miradas inquisitivas de los que ya estarían aguardándola probablemente. - Entonces si ambos somos culpables, sería más sencillo concluir que ninguno lo es. Monsieur... -Dijo, dándose cuenta de que el otro aún no se había presentado. Quizá su exceso de entusiasmo le había hecho parecer ruda, así que tras alejarse un paso, le indicó a su acompañante con un gesto de la mano que le invitaba a entrar al salón junto a ella. No le importaba continuar como desconocidos, si por lo menos le otorgaba la posibilidad de estar acompañada por alguien una vez se enfrentara a un público mucho más exigente de lo normal. El hombre aceptó, ofreciéndole el brazo para que ella se sujetara, un gesto cortés que ella asumió con una sonrisa, para luego aventurarse al gran salón con paso decidido y firme. Ya no había marcha atrás.

Su nombre fue dicho en voz alta, así como el de su acompañante. Efectivamente, no era alguien conocido, a juzgar por los problemas que había tenido el mozo para pronunciar semejante apellido. Las miradas se clavaron en ellos de forma casi instantánea. Asumió que el aspecto de Abraxas tenía mucho que ver, pero también el hecho de que era él, un completo novato en lo que se refería a la actuación quien acompañaba a alguien como Viktóriya. Sin duda, lo más normal hubiera sido que quien sujetase su brazo fuera el director de orquesta de su última obra, o en última instancia, su recién adquirido esposo. Pero el primero no se encontraba en la ciudad, y el segundo no tenía ningún tipo de interés en el trabajo de una esposa a la que aborrecía. Tales pensamientos la hicieron tensarse. Aún le dolía pensar en todo aquello, pero ese no era ni el momento ni el lugar para deprimirse. Se estaba jugando mucho, después de todo. 



Última edición por Viktóriya P. von Habsburg el Sáb Sep 15, 2018 8:51 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Abraxas Miér Mayo 23, 2018 11:23 pm

El gesto de ofrecerle mi brazo fue más una respuesta automática que el fruto de un auténtico deseo por mi parte de tocarla. Honestamente, siempre he preferido no tratar con humanos más allá de para alimentarme o usarlos como ofrenda. La calidez de su piel, que se siente incómoda ante la frialdad extrema de la mía. Puedo escuchar el rápido palpitar de su corazón. Está nerviosa, es evidente, pero lo más extraño es que no es mi presencia lo que la tiene alterada, sino el hecho de encontrarse rodeada de toda esa gente. Un humano que se pone nervioso cuando se reúne un gran número de otros humanos. ¿Y se considera una artista? ¿Con miedo escénico? No puedo evitar tener que disimular una sonrisa. Cuando finalmente nos anuncian al entrar en el gran salón, al escuchar su nombre finalmente recuerdo de qué me sonaba.

Así que Persephónē, la que se rumorea como la estrella de teatro y ópera más importante de la última década. Alguien como ella es capaz de sentir miedo. Quizá sea esa humildad, ¿o es inocencia?, lo que le da una fragancia tan sutil a su sangre. Su aroma es arrebatador, y es lo que me hace mantenerme a su lado a pesar de que las miradas ajenas que se clavan a nuestra espalda me resultan de lo más molestas. No es que ser el centro de atención me resulte incómodo, pero no es la mejor estrategia en mi caso, especialmente teniendo en cuenta que mi plan consiste en acabar con todos los presentes. Como es de esperarse, el hecho de que alguien tan reconocido como ella aparezca con alguien tan llamativo como yo hace que en cuanto ponemos un pie en la sala la gente se arremoline a nuestro alrededor, como si eso fuera lo más normal del mundo.

- Vaya, mademoiselle Habsburg... ¿O debería decir Burgess? Me sorprende un poco verla aquí, a solas, teniendo en cuenta que es usted una recién casada. ¿O es que su marido está demasiado ocupado? Teniendo en cuenta que vienen ustedes de mundos tan distintos... O simplemente sea falta de interés... Oh, disculpe, monsieur... Baardsson... ¿cómo es que se hicieron ustedes... amigos? -Esa arpía no tiene intención alguna de controlar sus palabras. Las tiene bien medidas, y a juzgar por la incomodidad que hace que mi acompañante se tense a mi lado, han surtido su trabajo. Francamente, me importa bastante poco el estatus social o civil de aquellos a los que tengo planteado usar como aperitivo. Y eso es lo único que supone ella para mi.

- La verdad es que apenas si hemos intercambiado unas cuantas palabras, pero he de admitir que siempre he sido un gran admirador de su trabajo. -Mentir, por supuesto, era otra de mis habilidades, eso, unido a la capacidad de seducción que poseo sobre ellos, hace que sea muy fácil desenvolverme en su sociedad. La mujer se queda callada un momento, y eso hace que la dama a mi lado recupere la compostura.

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Mensaje por Viktóriya P. von Habsburg Sáb Sep 15, 2018 9:19 pm

Su vida cotidiana no estaba exenta del ir y venir de rumores, y el circular de chismorreos en lo concerniente incluso a sus actividades más cotidianas, era algo que venía no solamente con el estatus social, sino con el hecho de ser reconocida por algo más que un título, o por ser esposa de alguien: las mujeres exitosas, daba igual el campo, eran criticadas por "atreverse" a ser más prósperas que sus compañeros masculinos, como si el hecho de que tuvieran algún tipo de poder en sí mismas supusiera no sólo una ofensa, sino también una intromisión en un círculo muy cerrado, perteneciente únicamente a los varones. Y normalmente, le resultaba relativamente sencillo ignorar todo aquello. Las opiniones ajenas, salvo cuando le afectaban directamente -bien porque procedían de sus mecenas o empleadores, o del verdadero público, crítico constante de sus obras y producciones-, no tenían ningún efecto sobre su ritmo de vida, y mucho menos sobre su estado anímico. Viktóriya era más fuerte que eso. Se había labrado un nombre por algo más que haber retozado entre las sábanas de tal y cual personaje influyente. Todos conocían su pasado, y aunque sabían de lo complejo de su primer matrimonio, también eran conscientes de que la palabra "libertinaje" jamás podría aplicarse a su persona. De hecho, si había prolongado durante tanto tiempo la etapa de cortejo con Ralston había sido precisamente por sus deseos de respetar la memoria de su difunto esposo tanto como le fue posible. La actriz era una mujer fiel, fuerte, y honesta.

Pero también terriblemente sentimental, especialmente cuando ciertas palabras lograban tocar aquellos... aspectos de su vida que distaban mucho de ser perfectos. Su nuevo punto débil, por más que quisiera ocultarlo -y que lo negara, tanto para tratar de mantener la cordura, como para evitar una nueva oleada de rumores-, era el hecho de que su recién estrenado matrimonio, lejos de haberle aportado felicidad, era la mayor causa de sufrimiento que tenía en aquellos momentos. Nadie lo sabía, por suerte, no eran conscientes de los problemas que rodeaban a la unión entre el Burgess y la von Habsburg, y por su propio equilibrio emocional, ya de por sí delicado, especialmente últimamente, se esforzaría por conseguir que siguieran desconociendo aquel hecho. Porque por desgracia, habían más personas como aquella señora en su entorno de los que ella desearía. Pero no podía hacer gran cosa al respecto. Ser una figura pública, y depender de tu reputación, te obliga a comportarte de forma civilizada y centrada incluso cuando alguien te disgusta hasta lo más profundo. Así que se limitó a tragar saliva, y se propuso a aguantar estoicamente lo que fuera que la mujer tenía que decir.

Que por suerte, no fue mucho, ya que su acompañante decidió que era momento de silenciarla dando respuesta a parte de sus, no tan disimuladas, acusaciones. Si lo hizo porque sintió su angustia y se propuso aliviar la tensión acumulada sobre sus hombros, o simplemente porque él también sentía antipatía por esa clase de actitudes, realmente no lo sabía, ni tampoco iba a preguntar. Le agradeció con un simple gesto de inclinación de su cabeza, y procedió a mirar de frente a la dama, a la que sonrió tan cortésmente como le fue posible. Después de todo, actuar era su oficio, ¿no? Y era condenadamente buena en ello. - Agradezco su preocupación, madame... -Dibujando un falso semblante apologético, dejando claro que no sólo no tenía ni idea de quién era, sino que tampoco le importaba demasiado, prosiguió: - ...Como bien ha mencionado el Señor Baardsson, acabamos de conocernos. He tenido un pequeño accidente, y él fue muy amable por ayudarme. En cuanto a mi esposo, definitivamente se encuentra ocupado. Es un hombre maravilloso, y muy trabajador, por lo que aunque lo habría deseado, no ha podido acompañarme. -Acariciar de forma disimulada, pero de forma efectiva, la mano donde descansaba su alianza y prueba de unión, le añadió convicción a su discurso, aunque también le hizo quebrarse un poco más en su interior. Algo que, por suerte, nadie notaría. - Él es mi mayor apoyo. -¿Cuántas mentiras debían decirse a fin de convertir algo en realidad? Deseaba que lo que acababa de decir fuera cierto con tanta intensidad que, de haberse atrevido a voltearse y marcharse al tocador, se habría puesto a llorar inmediatamente. Pero no lo haría. Era más fuerte que eso. Y podía terminar su reunión, y con suerte obtener nuevos patrones, antes de acabar la noche y derrumbarse en la intimidad de su hogar roto. Era una promesa que se había hecho a sí misma, una que no rompería.

Viktóriya P. von Habsburg
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