Sorin Madej

▲ Edad:
Aparenta entre 30-35 años, aunque realmente tiene unos 1667.

▲ Especie:
Vampiro.

▲ Clase social o cargo:
Clase alta.

▲ Orientación sexual:
Demisexual.

▲ Lugar de origen:
Antigua Dacia, que hoy día equivale a parte del Imperio Austro-Hungaro.

▲ Habilidades básicas: Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad, fuerza sobrehumana, sanación acelerada y percepción del aura.

▲ Rastreo: Poder de rastrear la localización de un objeto o criatura y descubrir la situación de cualquier persona a la que conozca, donde quiera que esté el blanco en un radio de veinte kilómetros.

▲ Clarividencia: Habilidad para ver y oír sucesos a distancia. Este poder se activa de forma instantánea y sólo tiene que concentrarse en un lugar o persona para ver y oír lo que sucede a su alrededor. Las visiones pueden ser pasadas o presentes.

▲ Persuasión: Habilidad para controlar las acciones o el razonamiento de otra persona. Este poder logra que otras personas realicen acciones, sin que éstas puedan negarse o incluso darse cuenta, mediante palabras con entonación imperativa, es decir, ordenándolas.

El paso de los siglos no ha ayudado a hacer de Sorin un hombre más paciente, pues está demasiado acostumbrado a su independencia. La tranquilidad, la paz y la soledad le resultan agradables, por lo que se desespera fácilmente si alguien irrumpe en su vida para crearle problemas.

Esto ocurre especialmente cuando se acerca a los humanos, pues le resultan seres impresionables e impulsivos que rara vez atienden a razones, sin embargo, le prometió a su creadora que cuidaría de unos pocos y Sorin jamás ha roto su palabra, por lo que hace cuanto puede por mantenerlos vigilados sin necesidad de acercarse mucho a ellos.

Es fácil reconocer su mal humor pues se muestra irritable, desdeñoso, hiriente o, si la situación lo supera definitivamente, se niega a pronunciar palabra, lo que a menudo resulta molesto (o divertido) para quienes tienen que soportarlo.

Tampoco soporta sentir que no tiene el control de su entorno, por lo que se ha vuelto atento, observador y, quizá, excesivamente precavido.

Se sigue rigiendo por los mismos códigos que una vez defendió en vida, pues es leal y justo si la ocasión lo permite, aunque no le tiembla la mano a la hora de emplear la fuerza, que prefiera no hacerlo, no significa que no sea perfectamente capaz.

Cuando está de buen humor da la impresión de ser un hombre educado y comedido, aunque serio, tal vez un poco aburrido. Es afortunado, pues no le importa mucho lo que otros piensen de él y a quienes aprecia lo conocen lo suficiente como para no caer en la trampa de esa primera impresión.

Vida:

Sorin nació a finales del siglo primero, en un asentamiento dacio que hoy forma parte del Imperio Austro-húngaro. Su familia, aunque grande, era modesta, pues el padre de Sorin se dedicaba a la pesca y con ello debía mantener a sus cuatros hijos y una esposa que traía un quinto en camino.

A pesar de todo, la vida era tranquila y pacífica, los hermanos mayores se unieron a las tropas dacias, Sorin, en cambio, prefería ayudar a su padre con la pesca, pues desde pequeño le había gustado salir a navegar y había invertido mucho tiempo en aprenderlo absolutamente todo sobre la mar y las embarcaciones que la surcaban.

El aumento del trabajo y el sueldo de sus hermanos mejoró la situación de la familia, permitiendo a la madre y las hijas menores permanecer en casa.

Sin embargo, las cosas cambiaron con la llegada del segundo siglo. Los romanos habían puesto el interés en las tierras que se extendían más allá del Danubio y empezaron una campaña militar para conquistarlas bajo el mando del emperador Trajano.

Sus hermanos fueron los primeros en ir a la guerra y también los primeros en no regresar. Sorin, como otros muchos jóvenes, se vio forzado a tomar las armas y defender su hogar en sangrientas batallas que, aunque lograron frenar al enemigo, se cobraron también millares de vidas.

En uno de estos enfrentamiento Sorin resultó gravemente herido y, al darlo por muerto, sus compañeros lo abandonaron en el campo de batalla al batirse en retirada. Sus heridas eran fatales y poco se podía hacer por él.

El pobre hombre creía que estaba alucinando cuando vio a la mujer que lo encontró, tenía la piel oscura a pesar de su palidez y lo tranquilizó cuando él suplicó que lo ayudara.

Sorin no guarda muchos recuerdos de la dolorosa experiencia, como si todo fuese parte de un terrible trance, pero recuerda la voz de la mujer, la vida que abandonaba su cuerpo y un líquido cálido en sus labios...

Muerte:

Sorin despertó horas más tarde en compañía de la misma mujer y bajo la luz de la luna, aunque ya no sentía dolor alguno, recordaba perfectamente el tormento por el que había pasado. La mujer se presentó como Rayiš y le explicó enseguida lo que había sucedido.

La sed de sangre siempre fue más poderosa que la confusión o la incredulidad ante su nueva situación, pero su creadora también le enseñó a cazar, a alimentarse y, con el tiempo, a controlar sus sangre... Solo entonces Sorin empezó a comprender la realidad de su nueva situación. Estaba muerto para el resto del mundo y, dos años después de haber sido convertido, no estaba del todo seguro de lo que había sucedido con su familia.

Los buscó solo cuando estuvo seguro de que podría controlarse, consciente de que solo podría observarlos desde lejos. Su hogar ya era una colonia romana cuando Sorin regresó, pero de su familia no quedaba nada: su madre y sus hermanas habían muerto poco antes y su padre servía ahora a los invasores.

El vampiro regresó junto a Rayiš y la acompañó durante un tiempo, ella confiaba en él y le encargó que cuidara de la familia que le quedaba, humanos que descendían de las hijas que ella había tenido en vida. Mientras ella partía en busca de la otra rama familiar.

Ambos se separaron, aunque antes de marcharse, su creadora lo dejó a cargo de todas las riquezas que había amasado. Rayiš era lo más parecido que le quedaba a una familia y le debía lealtad, por lo que se tomó su responsabilidad muy en serio y se aseguró de mantener a salvo a esos humanos, los únicos de los que jamás se alimentaria.

Los siguió por toda Roma, cada vez más dividida y fragmentada, los vigilaba y se acostumbraba al nuevo mundo que lo rodeaba, cruzándose con otros miembros de su misma especie y otras criaturas que prefería evitar.

Eventualmente Roma cayó, dejando en su lugar una Europa fragmentada, llena de nuevas y diversas tribus que terminaron unificando para formar nuevos reinos. A ojos de Sorin el mundo cambiaba lentamente y, al mismo tiempo, demasiado deprisa. Su tierra, su cultura y el idioma que hablaba ya no existían, por lo que tuvo que adaptarse, aprender, estudiar...

Por suerte, la promesa que le había hecho a Rayiš lo mantenía ocupado y concentrada, le daba algo que hacer, una falsa sensación de propósito que hacía más interesante sus días. Con cada siglo que vivía, más insoportables le parecían los humanos, no los odiaba, simplemente le resultaban frustrantes. Sus protegidos tenían una tendencia innata para meterse en problemas y cada vez que Sorin intervenía para evitar que acabaran muertos, alguno terminaba gritando y lloriqueando.

Aún así, ni una sola vez pensó en dejarlos de lado.

Periplo:

A mediados del siglo XIV Rayiš acudió a él con un joven vampiro al que había convertido durante su estancia en Asia, aunque se alegró al comprobar que sus descendientes estaban bien allí, parecía rota de dolor por la trágica muerte de su otra familia acontecida durante sus viajes y, aunque Sorin trató de convencerla de lo contrario, decidió marcharse y sumirse en un profundo descanso.

Compartió con él su lugar de reposo y la promesa de que regresaría algún día. Sorin le aseguró que toso estaría bien en su ausencia y durante un tiempo convivió con su nuevo hermano... Hasta que falleció.

El resto de su vida lo pasó siguiendo a sus humanos, más solo de lo que jamás se había sentido, pasó un breve periodo de tiempo en Polonia, donde empezó a usar Madej como apellido para no levantar excesivas sospechas entre la población, pues el uso de nombres familiares empezaba a volverse común y aquel era lo bastante simple como para no ser cuestionado.

Se acostumbró tanto a él que terminó siendo parte de su identidad y decidió mantenerlo incluso cuando cambió de territorio. Por fortuna, jamás tenía que permanecer en el mismo lugar más de dos generaciones, por lo que le resultaba fácil pasar inadvertido y no levantar muchas sospechas. Aunque por esa misma razón, cualquier relación con otros miembros de su especie siempre terminaba siendo breve.

Estuvo en casi todos los rincones del imperio Austro-Hungario, en Francia, en Reino Unido y durante una horrible década en la soleada España que abandonó en la segunda mitad del siglo XVII por las colonias Americanas.

Raices  

Regresó a Francia a principios del siglo XVIII. Como siempre, siguiendo a los descendientes de Rayiš, que sin saberlo, se habían librado de una guerra al dejar atrás las Americas. El país era conocido para él y por una vez deseó que la gente a la que debía proteger decidiera quedarse allí para siempre... Su existencia podría ser mucho más tranquila y cómoda y empezaba a estar cansado de ver mundo.

Por una vez, los mortales le dieron un descanso, se quedaron en Francia donde prosperaron aún más y se volvieron parte importante de la llamada burguesía. A finales de siglo, las últimas descendientes de Rayiš eran una mujer, que se había casado con un irlandés pudiente, y sus dos hijas.

Su vida parecía relativamente sencilla hasta que la buena familia fue atacada en un viaje entre Paris y la campiña. Por suerte ocurrió de noche, por lo que Sorin pudo intervenir a tiempo.

No debió terminar tan mal... No eran más que maleantes en busca de dinero fácil, empuñaban espadas y armas de fuego, ninguno suponía rival para él, pero en mitad de la reyerta, una de las niñas intentó salir huyendo por el miedo que sentía y cuando su madre quiso detenerla y protegerla, el acero de uno de los hombres la atravesó.

Sorin no pudo hacer nada por ayudarla, él también resultó herido, aunque sanó deprisa, la mujer murió a su lado y frente a sus hijas. Ambas eran demasiado pequeñas como para comprender la situación, por lo que no tardaron en temerlo a él también y una de ellas, creyendo que él había sido el responsable de la muerte de su madre, terminó convirtiéndose en cazadora de vampiros.

El vampiro se siente profundamente culpable por lo sucedido y hasta el día de hoy hace cuanto puede por seguir vigilando a ambas chicas, pero no es precisamente fácil cuando una intenta matarlo cada vez que intuye su presencia y la otra frecuente terribles compañías...

▲ Cada vez que se traslada, se asegura de que alguien de confianza visite el lugar en el que Rayiš descansa y le deje indicaciones para que ella pueda encontrarlo si despierta.
▲ Adora el océano y viajar en barco, aunque deba pasar los días bajo cubierta.
▲ Tiene muy mala relación con los animales de todo tipo.
▲ Habla inglés, francés y alemán... También latín y la lengua que solía usar en vida, aunque se haya perdido para los mortales.
▲ Toca el piano y otros instrumentos de cuerda que le precedieron, pero ya no están de moda.