Gilbert de Lafayette

Psicología

No hay nada más importante para el hombre que la justicia y la libertad. Es un principio en el que Gilbert cree y por el que se rige. No es algo para lo que su padre lo educara, pero el joven Lafayette siempre tuvo una mente crítica, cultivada con lectura constante y entretenidos debates lejos de la corte.

Sus ideales son firmes y está dispuesto a luchar por ellos, aunque siempre ha vivido en el lujo, sabe que es parte de la excepción que gobierna el mundo y como tiene el poder para luchar, lo hace por quienes no tienen la misma suerte.

Es un hombre extremadamente inteligente y su prosa lo demuestra, aunque en las distancias cortas de la impresión de ser un joven demasiado entusiasmado y ligeramente inseguro. Gilbert es afable y siempre está dispuesto a ayudar, si no se lo piden, él se ofrecerá primero y si cree que es necesario, insistirá.

Lafayette es valiente como pocos, aunque, cuando era joven, actuaba de forma mucho más impulsiva. Su paso por la guerra y los años dedicados a la caza de seres sobrenaturales lo han vuelto más duro y precavido.

A pesar de los golpes que a recibido de la vida, no es un hombre triste ni amargado, Gilbert recuerda a las personas que a perdido y mantiene correspondencia habitual con los amigos que ha dejado atrás. Los extraña, pero prefiere celebrarlos a llorarlos.

No pierde la calma con facilidad, cualquiera diría que es imposible verlo enfadado, aunque eso no es del todo cierto. Lafayette discute cuando se enfada, lo hace con toda la calma y la paciencia que posee. Siempre y cuando esté convencido de que tiene la razón.

Aprecia el lujo que posee, pero no le supone un problema convivir con gente menos pudiente, su paso por América, sirvió para volverlo mucho más humilde, aunque por muy bien que se mezcle con los demás, su porte lo delata siempre y nunca encaja del todo bien en ninguna parte: demasiado revolucionario para la corte francesa y demasiado regio para el pueblo común.

Este hecho, probablemente, alimenta esa inseguridad de la que sus enemigos pueden aprovecharse fácilmente, pues Gilbert teme no estar a la altura de las circunstancias o decepcionar a quienes confían en él.

Historia

Gilbert de Lafayette nació el 6 se septiembre de 1757 en el mismo castillo en el que se crió. Su padre era marqués y descendía de una larga saga de pudientes terratenientes de Auvernia. Por supuesto, todos esperaban que el noble Michel pudiera educar a su único hijo hasta que este fuese un hombre adulto y preparado para heredar el noble título.

Sin embargo, Michel de Lafayette murió en la guerra de los Cinco Años cuando Gilbert apenas tenía dos años. El niño heredó el título entonces, quedando a su madre, Marie Louise, a cargo de todos sus bienes hasta que él fuese mayor de edad.

Gilbert apenas recuerda a su padre, era demasiado pequeño cuando murió y su madre tampoco fue especialmente cercana con su hijo. De hecho, el chico quedó a cargo de su abuela y sus tías en cuanto su madre se marchó a París y lo dejó atrás.

Sin embargo, nunca le faltó algo con lo que mantenerse ocupado, había dos tradiciones muy importantes que todos los Lafayette debían seguir: el ejército y la caza de criaturas. Eso último debió haberlo aprendido de su padre, pero en su ausencia, un socio con el que había trabajado acudió hasta Auvernia para entrenar personalmente al muchacho.

Así que creció aprendiendo sobre la Historia de Francia, aquella que todos conocían y la que permanecía oculta para los ciudadanos  comunes. Como era muy pequeño y confiaba en sus maestros, jamás se cuestionó la existencia de vampiros, hombres lobo y otras criaturas demoníacas, pues si dedicaban tanto tiempo a enseñarle como defenderse de ellas, debía ser reales.

Alternó aquello con sus estudios normales y su puesto en el cuerpo de Mosqueteros, aunque para él la caza siempre había tenido prioridad. Gilbert estaba convencido de que, si quería ayudar al prójimo, conseguiría mucho más en las sombras que en palacio. Había franceses en peligro, pero solo podía ayudarlos si le dejaban recorrer de noche las calles de París.

Su mentor a menudo le permitía acompañarlo, pero jamás intervenir, aunque Gilbert jamás había sido obediente en aquel respecto. Mató a su primer licántropo cuando apenas tenía 15 años y si no lo hubiese hecho, su tutor no habría sobrevivido para poder regañarle.

Aprendió entonces, que sí quería algo, debía demostrar que lo merecía.

Una de las pocas cosas que distraían a Gilbert de sus quehaceres eran las visitas de Adrienne, una amiga de la familia a quién su tutor le dejaba visitar de vez en cuando y con la que jugaba y conversaba como si fuese un muchacho normal.

A medida que crecía, descubrió que sus sentimientos por la joven eran más fuertes que una simple amistad por lo que se comprometió con ella al cumplir los 17 años y se casaron en 1774. Juntos, vivieron en Versalles y a Gilbert le dieron su primer mando, la capitanía de una división de caballería.

Era una vida perfecta, la pareja no tardó en tener una hija: Henriette, y el futuro del marqués solo podía volverse más brillante a medida que se ganaba el favor de la corte y de sus hombres.

Sin embargo, en cuanto empezó a oír sobre la incipiente oposición a la corona inglesa en las colonias americanas se vio inspirado por aquel pueblo que buscaba la libertad y por primera vez en 18 años, las criaturas de la noche dejaron de ser lo más importante en su vida.

Decidió marcharse a ayudar y participar en la guerra lo que no cayó bien a su suegro que se lo prohibió de forma tajante.

Pero a Gilbert jamás se la había dado bien obedecer...

Despedirse de Adrienne rompió el corazón de ambos, pero Lafayette sabía que no podía llevar a su esposa, igual que jamás le había mencionado lo que hacía por las noches por temor de ponerla en peligro. Le dijo a su suegro que debía partir a Inglaterra por un tiempo, pero al llegar a Londres, embarcó en el primer barco con destino a América.

Llegó mareado varias semanas más tarde, ya era 1777 y la guerra había empezado de forma oficial. Gilbert se unió a las filas del Ejercito Continental como voluntario y ascendió entre sus rangos gracias a su valentía y a la ayuda que su cargo podía ofrecer. Su gesta no fue precisamente fácil de ignorar, Gilbert fue herido, sobrevivió al invierno más crudo de toda su vida, lideró cargas de caballería contra los británicos en repetidas ocasiones y estuvo a punto de morir tras enfermar de malaria.

En su ausencia, además, su pequeña Henriette murió tras ponerse enferma, una noticia que alcanzó a Gilbert en pleno campo de batalla que sirvió para llenar su corazón de pesar. Por más que entendiera que su presencia en Francia no habría podido salvar a su hija, se sintió culpable por abandonarla y por no poder estar con Adrienne cuando ella más lo necesitaba.

Aún así, estaba comprometido con la causa, por lo que no regresó inmediatamente. Lo hizo en 1779, únicamente porque los estadounidenses necesitaban más fondos y Gilbert tenía la esperanza de poder influenciar a algunos hombres poderosos capaces de colaborar con la causa. Cuando llegó a París, se reunió con su esposa, lloraron a su hija y visitaron juntos su tumba por primera vez, una decisión improvisada que terminaría convirtiéndose en una tradición.

La alegría del reencuentro les trajo un segundo hijo, esta vez un barón al que llamaron Georges. Gilbert, incluso tuvo tiempo de reencontrarse con su viejo tutor y salir con él de caza, aunque sus capacidades habían mejorado mucho y el hombre tuvo que admitir que Lafayette ya no necesitaba un maestro.

En 1780 volvió a los Estados Unidos donde permaneció hasta que la guerra terminó, Los Estados Unidos se convirtieron en una nación independiente y libre y Gilbert regresó a Francia a finales de 1781.

Esta vez, prometió a su familia que no volvería a marcharse y que se aseguraría de que el pueblo francés también fuese uno libre. Hizo con el pequeño Georges lo que su padre no pudo hacer por él, Gilbert le enseñó al chico todo lo que él sabía, incluso permitió a su viejo tutor que lo visitara de vez en cuando y le diera los mismos consejos que tanto le habían servido a él.

Cada vez que llegaba a sus oídos una historia que pudiera explicarse con la intervención de criaturas sobrenaturales, Gilbert investigaba. Fue así como supo de un episodio en particular, acaecido apenas tres años antes: una familia burguesa había sido atacada en mitad de la noche por un grupo de bandidos. La señora, su cochero y todos los bandidos habían muerto en el incidente...

Lo primero que pensó Lafayette fue que alguien en la familia debía tener... habilidades, por lo que los visitó en cuanto tuvo ocasión. Sus sospechas aumentaron cuando el hombre de la casa se negó a hablar con él, por lo menos hasta que una de las hijas, Lacey, lo persiguió calle abajo y le contó exactamente lo que había ocurrido: un vampiro había asesinado a su madre y a los bandidos aquella noche.

Gilbert lo intentó, pero no pudo deshacerse de Lacey, la niña quería saber, quería aprender y tenía mucho entusiasmo, probablemente la única razón por la que accedió a entrenarla como cazadora era que le recordaba mucho a él mismo cuando era más joven.

Las cosas fueron normales por un tiempo, Gilbert permitió que Lacey se uniera a las lecciones de Georges y retomó su compromiso para proteger a los franceses del mal, pero cuanto más tiempo pasaba, más se desencantaba de la vida cortesana y más se dedicaba a su otra actividad.

Comprendió que no estaba hecho para llevar la doble vida de sus antepasados y supo que no estaba satisfecho con el modo en que se hacían las cosas en su país. Se sentía un hipócrita por defender los derechos de los colonos americanos cuando formaba parte de un sistema que oprimía a su pueblo de la misma manera que habían hecho los ingleses.

Gilbert cometió el error (aunque a él jamás le parecerá tal cosa) de ser excesivamente vocal con sus quejas. Su actitud pronto provocó que perdiera el favor de la corte, algo que realmente no le preocupaba demasiado... Hasta que enfadó a la gente menos adecuada y las autoridades decidieron poner fin a su vocal oposición.

Los Lafayette apenas tuvieron tiempo de enviar a su hijo a los Estados Unidos, a cargo de un querido amigo que Gilbert había hecho durante la guerra. Antes de ser arrestados, tuvieron tiempo de enviar a Lacey a casa.

Era 1791, aunque salió de la prisión en 1792, su paso por la celda fue devastador para él. Su esposa cayó enferma y murió al poco tiempo de su detención. Gilbert tardó meses en enterarse de la noticia y cuando lo hizo su corazón se llenó de un pesar que no había sentido nunca antes.

La muerte de Adrienne fue culpa suya.

Consciente de todos los errores que había cometido, Gilbert pidió permiso para escribir una carta al rey. En la misiva renunció a su título nobiliario y a las tierras que le correspondían. Por esa razón fue puesto en libertad y se le permitió volver a casa siempre y cuando se mantuviera al margen de la política y de la corte.

Sus viejos amigos le dieron la espalda y, olvidado por todos, Gilbert se recluyó en su casa e París, donde permaneció un tiempo para recuperarse por la pérdida de su esposa y la humillación sufrida...

Desde entonces se ha dedicado únicamente a lo que siempre debió hacer, su deseo por ayudar a las personas no ha disminuido, por lo que sigue enfrentándose a las criaturas peligrosas que se esconden en la noche. Está vez, como un hombre corriente.

Otros Datos

— Odia los barcos y se marea al navegar.
— Cuando era más joven no se le daba bien montar a caballo, pero ha mejorado mucho con el tiempo.
— He speaks english very well.
— Su madre le enseñó a tocar el piano.
— Es un excelente espadachín.
— Además de sus estacas, siempre lleva dos pistolas cuando caza, para ganar tiempo antes de verse obligado a recargar.
— Su esposa y él solían visitar juntos la tumba de Henriette por lo menos una vez al año, ahora él visita la de ambas.
— No se le da bien bailar, pero no le da vergüenza demostrarlo.
— Se cartea constantemente con sus amigos y su hijo en los Estados Unidos, aunque las misivas tarden mucho en ir y venir.
— A Gilbert no le gusta lo que hacen los Inquisidores, aunque estos estuvieron interesados en él cuando aún gozaba de una buena posición. Cree en la igualdad de oportunidades y por eso sabe que jamás matará a una criatura que no suponga una amenaza para otro ser humano.
— Su hijo Georges sigue en los Estados Unidos, se cartea habitualmente con su padre, pero por el momento no tiene intención de regresar.
— Aunque es un hombre acomodado, su posición y su reputación han empeorado mucho desde que ha dejado de formar parte de la nobleza. Gilbert vive solo en una casa decente de París y es atendido por una única doncella.