· Nowhere to Run ·

por **Ciel Manon-Geróux** Miér Ago 15, 2018 9:38 pm

El ambiente del cuarto estaba enrarecido, la cálida luminiscencia invernal de la mañana traspasaba la ventana, iluminando la penumbra de la estancia. El humo, acumulado tras muchos días de fumar y pocos de dormir se asentaba espeso en el aire, como un viejo anciano somnoliento que no desea ser molestado. Comprensiva con su peculiar carácter indolente, lo dejaba yacer tranquilo, atusándolo solo de vez en cuando con una suave exhalada humeante del cigarro. Pasaba el rato sentada, leyendo con interés erudito un viejo tomo de lingüística de hojas amarillentas, encuadernación cuarteada por el paso del tiempo y el olor a biblioteca vieja y húmeda. Era una lectura ligera con la que despertar la mente mientras desayunaba. El placer de leer era algo que escaseaba, por lo general, entre las personas de su clase. Aunque a ella, ajena a todas las costumbres seguidas en su entorno más cercano, hacía cuanto quería sin importar lo que pudieran decir. Era miércoles. O eso creía. Su día de descanso aunque, para variar, se había quedado en el cuartucho de paredes rojas que era considerado como su "habitación" dentro del burdel. Era más cálido que su casa, y normalmente no la molestaban demasiado, a menos que viniera algún cliente urgente que...

En ese monólogo interior se encontraba cuando la puerta de ébano fue golpeada de forma insistente.
¿Quién demonios podría ser? No podía ser más inoportuno. Pensó que quizá alguien vigilaba sus movimientos, mientras se encontraba dentro del establecimiento. Resultaba demasiada coincidencia que la interrumpieran justo cuando había llegado al capítulo más interesante. La desconfianza la inundó durante unos instantes. Se recreó un momento, sentada en la cama, cuyos maltratados muelles crujían bajo su peso. Con suerte se marcharían si no hacía ningún ruido que delatara que estaba en el interior de la habitación. Pero entonces, la puerta se abrió de par en par dando un fuerte golpe contra la pared, desconchándola. Bufó en voz baja y entornó los ojos. Charlisse la miraba con el semblante enrojecido y suspirando por lo bajo.

- L-lo siento Ciel... El Ama te reclama ahora en el bar del burdel. Hay un... cliente complicado. -Aquello era como decir nada y todo al mismo tiempo. Lo había entendido perfectamente. Ciel suspiró y se levantó, deshaciéndose de la camisa de color beige que la cubría. Era todo cuanto llevaba encima. Se dirigió a una cómoda de tamaño mediano y sacó un conjunto de lencería de color rojo brillante.

- Alcánzame esos tacones, Lisse, por favor. -Dijo simplemente, para levantarse sobre ellos y dar por finalizada su transformación. - ¿Ebrio? -Preguntó y frunció el ceño ante la negativa de la muchacha, que parecía demasiado asustada para decir mucho. - Supongo que enfadado, entonces. -Rebuscó en uno de los cajones inferiores de la cómoda y sacó unas esposas, una fusta de cuero y unas cuantas velas. Siempre pasaba algo similar. Venían clientes "complicados", véase, borrachos, agresivos o demasiado "misteriosos" como para que una novata se encargara de ellos. Entonces era cuando ella entraba en escena. Su falta de "límites" en cuanto al sexo se trataba, la convertía en la chica perfecta para aquellos casos. Su falta de autoestima, o de ego, o de amor propio, la convertía sin duda en el objetivo perfecto de los más miserables. A veces no sabía si reír o llorar ante ese hecho. Siguió a la muchacha hasta el bar, y sin mediar palabra se dirigió al individuo que acababa de alzar la voz con una sonrisa dulce.

- M-mi Señor... ¿me concederíais el honor de vuestra compañía esta noche? -Susurró con fingida inocencia. Aquel truco siempre funcionaba. Mientras más violentos fuesen ellos, más inocente y dulce debería pasar ella. Eso les excitaba. Y habría funcionado, si no fuera porque al voltearse, el reconocimiento, tanto de él hacia ella, como de ella hacia él, hizo que el corazón se le cayera a los pies, y de no haber estado tan asustada como para que las piernas se le petrificaran, habría salido corriendo en menos de un segundo.

Hedeon.

Era extraño como la simple mención de su nombre, aunque fuera simplemente en su subconsciente, aún la hacía temblar como una hoja.

por **Hedeon "Yakov" Demídov** Lun Oct 08, 2018 11:50 pm

Cuando el concepto de "toparte con la horma de tu zapato" se materializa, el dicho deja de tener gracia para pasar a convertirse en un auténtico suplicio, especialmente cuando la insignificancia del sujeto que consigue devolverte la jugada no hace más que sumar al ridículo que haces al caer en su trampa a ojos de terceros. Y no, no es que a mi las opiniones ajenas me importen demasiado -me considero superior a toda la escoria que me rodea, con muchísima diferencia-, pero que se rían a mis espaldas por obra y gracia de una mosquita muerta no deja de resultarme molesto. Orgullo herido o no, que un simple humano gane un pulso a un licántropo, a alguien como yo, francamente, me toca muchísimo las narices. Ni que decir queda que mi estado de ánimo después de que esa furcia desapareciera tras dejarme su marca -hecha con plata, para que nunca desaparezca, además-, resultaba bastante peligroso para aquellos que me rodeaban. He perdido la cuenta de a cuántos de mis aliados por aquel entonces llegué a sacrificar simplemente porque estaba cabreado. Nadie me lo tiene en cuenta, por supuesto, resulto demasiado valioso y mis negocios les dan de comer a todos, pero desde ese momento comenzaron a ser más conscientes de que el peligro que representaba iba mucho más allá del poder que me daba mi posición en sociedad, y en el mundo clandestino. Mi bestia tiene malas pulgas, y eso suponía daño físico para aquellos que se cruzaran en mi camino cuando tenía un día especialmente malo.

El mundo siguió girando, por supuesto, y yo continué con mis negocios, inversiones, e intercambios. Con mis putas y mis viajes. El tiempo pasó, y mi ánimo mejoró, pero por supuesto, en mi mira siempre estaba volver a encontrarla para devolverle multiplicado por diez el daño que me había hecho. Bueno, no a mi, físicamente, sino a mi ego, lo cual es incluso más peligroso tratándose de mi. Y la encontré. ¡Vaya si la encontré! Y he de reconocer que sus gritos, lágrimas y lamentos fueron absolutamente deliciosos. La hice partícipe de mi maldición, como parte de mi proceso de venganza. ¿Qué mejor forma de someterla a mi absoluta voluntad, que tornarla en algo que no sabe controlar? Pero la furcia volvió a escapárseme de entre las manos, y esta vez sí, me juré y perjuré que sería la última ocasión en que la rubia atentaría contra mi voluntad. La doblegaría fuera como fuese. No porque mereciera mis atenciones, era una entre tantas, sino por el placer que sabía que me produciría verla despojada de todo rastro del -poco- amor propio que le pudiera seguir quedando. Si es que todavía existe en su interior.

No tengo claro si fue una corazonada o simplemente un impulso lo que me llevó a poner un pie en semejante antro. Mis "chicas" solían estar demasiado solicitadas como para que un bareto de mala muerte fuera suficiente para abastecer a toda la clientela que hacía cola para verlas, así que de primera mano no esperaba que alguien que estaba acostumbrada a cierta forma de "lujo" -aunque su trabajo siguiera siendo rebajarse y abrir las piernas- se hubiera decantado por un lugar tan insignificante, pero crucé el umbral, y tras ignorar la primera oleada de absoluto tufo, me dije que quizá disfrutar de un cuerpo dispuesto y acostumbrado a humillarse hasta puntos insospechados era precisamente lo que necesitaba para despejarme un poco.

Y aunque estaba ebrio, no era lo bastante como para que no me percatase de que ese aroma le pertenecía a ella, antes incluso de que nuestras miradas se cruzaran y su mandíbula prácticamente se desencajara a causa de la sorpresa. Y del pánico. - Vaya, vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí? La puta que se escapó resulta encontrarse donde nunca se me hubiera ocurrido buscar... -Lo bueno de los tugurios como ese, era que nadie iba a mover ni un dedo por tratar de defender a una prostituta por muy denigrante o cruel que fuera el trato que se le diese. Oí el "crack" de su antebrazo con gran satisfacción, tras tirar de ella en mi dirección dejando claras mis intenciones. - Esta noche vamos a divertirnos...

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