· tjänare i träning ·

por **Yngvi** Mar Dic 11, 2018 7:37 pm

La rutina del chico, de la que no es realmente consciente, siempre ha estado cuidadosamente pautada. Ya desde su nacimiento, el Amo tuvo claro qué era lo que quería y esperaba conseguir de él a medida que creciera, y por tanto se aseguró de poner todos los medios necesarios para tal fin, fueran los que fuesen y costaran lo que costasen. Lo primero, por supuesto, se trató de imponer unos horarios a los que conseguir que el chico se adaptase. Esos mismos horarios se han mantenido en el tiempo, así que, aunque ahora tiene doce años, el chico sigue siendo despertado antes del alba, cuando se le recibe con un ligero desayuno conformado por leche, zumo, frutas y algo de pan, antes de instruirle que se asee. El chico, a pesar de ser muy diligente con sus tareas y muy obediente con su Amo, no suele hacer caso a las órdenes cuando estas son impuestas por otras personas, independientemente de cuánto tiempo las haya conocido. La nana Stella, por ejemplo, ha estado con el chico desde antes de que éste supiera andar, y aunque no se comporta de forma tan agresiva como con otros, la mirada del chico para con ella siempre ha sido más bien indiferente. El chico no ve a las personas que se acercan, solamente a su Amo. Ésto, por supuesto, es lo que su Amo siempre ha deseado, así que no lo ve como un inconveniente. A decir verdad, le resulta encantador.

Así que, a pesar de que la nana lleve varios minutos intentando que el chico salga de entre las mantas que tiene hechas un capullo en el suelo (porque aún se sigue negando a utilizar la cama cuando el Amo no está presente), no es hasta que el vampiro entra en la habitación, aislada en el ala oeste del castillo, cuando el chico abre finalmente los ojos y se despereza, para luego dedicarle una dulce e inocente sonrisa al Amo, y ahora si, proceder a hacer sus tareas tal y como se espera de él. El Amo asiente, complacido, aunque no da muestras de estar ni más ni menos orgulloso. El Amo, realmente, nunca muestra demasiadas emociones en la presencia del chico. A pesar de que lo ha visto crecer desde un recién nacido, hasta el joven flacucho que es ahora, el Amo aún no sabe si puede confiar en él, o si el chico también terminará por ser un traidor como lo fue su madre. Si el chico supiera lo que el Amo pensaba, le hubiera dicho que no tenía por qué preocuparse. Porque el chico no sabe de dónde vino, o qué significa el concepto “Madre”, lo único que el chico conoce son las paredes de esa habitación que siempre permanece cerrada, y a la que únicamente tienen acceso unos pocos. Y eso le basta para ser feliz.

El Amo es su mundo. Es su presencia la que le hace despertar y por la que se propone ser bueno, obediente, servicial y agradable. A pesar de que el Amo sea severo y le castigue no siempre con motivo, el chico guarda el recuerdo de cada todas las veces en que es tocado por sus manos heladas como si de un tesoro se tratase.

En su mente no hay sitio para nada más.