· Kvinnen uten frykt ·

por **Skulð** Jue Mar 14, 2019 11:50 pm

La primera vez que probé la sangre de vampiro, honestamente fue la cosa más desagradable que tuve la mala suerte (o buena, si lo considero desde la perspectiva actual) de probar. El miedo nunca ha formado parte de mi vocabulario, y probablemente ese hecho era la razón principal de todos los problemas en los que me metía. Para empezar, lo de darme golpes a cambio de dinero se convirtió en algo habitual a fin de descargar las frustraciones del día a día. Y sí, alguien podría preguntarse cómo demonios alguien puede llegar a tener tantas frustraciones en tan poco tiempo, pero ni siquiera yo sabría responder a ello. Hay gente pacífica, y gente violenta, y yo siempre he formado parte del segundo grupo. Destruir me resulta más gratificante que construir en todos los sentidos. Porque no tengo nada que perder, y porque la gratificación que obtengo al escupirle en la cara a otros que se creen mejores que yo... ¿Francamente? Me pone. Mucho.

Mi impulsividad también jugó gran parte en la elección de mi camino como cazadora. Saber que había otros monstruos ahí afuera contra lo que sólo los valientes podrían hacerles frente, sí, era excitación más que suficiente para hacerme querer seguir peleando. La mayoría de los seres que acababa cazando, sin embargo, no solían ser exactamente lo que aparentaban. No fue hasta toparme con un inmortal cuando realmente comprendí lo complejo de lo que estaba haciendo. Y lo terriblemente débil y patética que resultaba cuando me comparaba a criaturas semejantes. No me lo tomé a bien, por supuesto. Y mucho menos cuando el chupasangres consiguió dejarme KO y convertirme en una especie de zombie a su servicio por las siguientes semanas gracias al control mental. Sí que me sirvió como experiencia, y para fortalecerme, pero no fue agradable. Y mi cabreo me hizo reaccionar tratando de morderle, lo mismo que él había hecho en un principio.

Ni que decir queda, que beber su sangre me dio un repelús impresionante. A pesar de ser una bestia, su apariencia era humana en todos los demás aspectos, y el sabor de su sangre era, evidentemente, idéntico al que había podido probar al lamerme mis propias heridas. No es un manjar, precisamente.

Cuando noté los cambios que mi cuerpo sufrió a medida que bebía, la energía y vitalidad que me iba inoculando a medida que su sangre penetraba en mis tejidos, fue como si tuviera una revelación. Me dije, "¡ajá! esto es lo que quiero, y necesito". Y ese fue el primer paso. Lo demás es historia.