AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dalmau Bonmatí
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Dalmau Bonmatí
-Nombre del Personaje: Dalmau Bonmatí
-Edad: Veinitiún años
-Especie: Humano
- Tipo y Nivel Social: Clase alta
-Lugar de Origen: Barcelona
-Descripcion Fisica: Dalmau es un chico no demasiado alto, aunque sin rozar el estatus de bajo, rondando el metro setenta y cinco. Su complexión es delgada, aunque, lejos de ser escuálido puede presumir un físico algo musculado. Su pelo, corto y de un tono castaño claro, enmarca un rostro de rasgos armoniosos y, sin dejar de ser masculinos, jóvenes. Sus ojos son grises, herencia de su abuela materna y, si hay algo más que quepa destacar, son sus manos, que desvelan su inclinación como pianista.
Su vestimenta suele estar basada en finas camisas y pantalones marrones o negros, aunque ahora que ha viajado más al norte supone que deberá buscar algo que abrigue más. Siempre ha tenido debilidad por las casacas, aunque están desterradas de su "armario" por haber comenzado a dejar de estar de moda hace ya unas décadas, y nunca ha sentido la inclinación por cubrir su cabeza con sombreros.
-Descripcion Psicologica: Marcado por el romanticismo, Dalmau siempre ha buscado "el ideal", aunque él mismo no sepa lo que es. Piensa que para alcanzar esa realización debe liberarse, aunque la sociedad que le ha rodeado siempre ha sido muy reacia a que eso sucediera. Bisexual, quizás inclinándose algo más hacia las mujeres por presión moral y hacia los hombres por preferencia, en parte se ha sentido rechazado, aunque nunca ha culpado a los demás de su situación y ha preferido ocultar su condición.
Mente más liberal con los demás que consigo mismo, suele perdonar con facilidad, consciente de que los demás están tan sometidos a los estrictos cánones de la época tanto como él, aunque sea a si mismo a quien intente restringir sus "desfases", limitando su tan ansiada libertad.
Dalmau tiene predileción por todo aquello relacionado con el arte y la música, admirando la pintura y llegando a envidiar a algunos nobles por haber tenido acceso a las colecciones reales en Madrid. Así mismo adora viajar, aunque sus incursiones por el extranjero se limiten a haber visitado Inglaterra, Suiza y alguna región francesa.
En definitivamente, Dalmau es un sufridor nato y sin, a veces, tener la fuerza suficiente como para vencer aquellas "fuerzas adversas". A pesar de eso, su inocencia y su sentido del deber, resultado de su buena educación, le ayudan a seguir adelante, aunque a veces no sean más una piedra en el camino.
Dalmau Bonmatí nació el frío veintitrés de febrero de aquel no tan lejano año de mil setecientos setenta y nueve. Su madre, Jana, heredera de un apellido que figuraba entre las manufactorías más importantes de textiles de la floreciente región de Cataluña, se casó con un cualificado muchacho de clase media que se encargaba de dirigir uno de los cuantiosos grupos de trabajadores y trabajadoras, la joven promesa Andreu Bonmatí. De este matrimonio nacería unos meses después el pequeño Dalmau y, dos años más tarde, una niña de unos adorables rizos rubios llamada Laia.
Dalmau creció como un buen mozo de la adinerada clase industrial y mercantil catalana debiera crecer: rodeado de comodidades y con un buen acceso a la educación y a la cultura. Su padre siempre había querido que siguiera sus pasos y la tradición de la familia materna, es decir, que orientara su futuro a continuar con la dirección de la textilería, un apetecible y seguro porvenir que a Dalmau no acababa de convencerle; Dalmau era un soñador.
En consonancia con las ideas que comenzaban a conformarse en las regiones de Inglaterra y Alemania, el joven se dejó influir por ese rechazo al razocinio y la norma, a la vida tranquila y placentera, para entregarse al torbellino de emociones que le prestaba una visión subjetiva del mundo. "Yo" era la consigna de ese iniciante y prematuro romanticismo que lo llevó a sumergirse en la literatura de Goethe o, posteriormente, en la pintura de aquel prometedor Joshep M. W. Turner. Sus viajes a la metrópoli del imperio británico o a la agreste e impactante confederación suiza solo hicieron que exaltar esa admiración por lo sentimental y el arte o esa necesidad de libertad.
Esa búsqueda de trazar un camino acorde a sus propias ideas y emociones terminaron por, a los quince años, descubrirle una parte vedada de si mismo, una parte que disonaba con la estricta moralidad de una España acérrimamente católica y conservadora: a Dalmau le gustaban los hombres. No es que no le agradaran las mujeres, desde luego que no, el cuerpo de una mujer también podía parecerle agradable o, incluso, apetecible, siempre desde el respeto que aquella época exigía, pero sencillamente había algo en la presencia de su mismo género que, igualmente, le atraía. Sabiendo que, de saberse, sería rechazado, cuidó mucho de guardarse ese secreto para si, solamente llegándoselo a confesar a una persona en su vida: a su hermana. Laia, que había sido educada para prestar un servicio incondicional a un marido y a su familia, se horrorizó y, lejos de querer mal para su hermano mayor, se lo contó a sus padres, en pos de que ellos le ayudaran. Así fue como Dalmau acabó en Valencia, a cuidado de un obispo, familiar suyo.
La ciudad del Turia le ofreció un ligero cambio de ambiente. No tan diferente de su Barcelona natal, quizás solamente en cuestiones culturales o de gente, Valencia le ofrecía un anonimato antes inconcevible, el construir una vida casi nueva, casi desde el principio. El translado, lejos de curarle esa "malsana enfermedad", solo consiguió abrir sus miras y horizontes, sintiéndose más libre que nunca, aunque, seguramente siguiendo la preocupación de sus padres, continuando con aquella norma que rechazaba su realidad sexual. De esta forma, el muchacho, a la vez tímido y alocado, tenaz o sentimental, acababa de formarse. En su supuesto cautiverio consiguió hacer un nuevo grupo de amigos, entre el que estaba una bella joven de cabellos oscuros y ojos claros, con la que llegó a entablar una relación especial, aunque no terminara de alcanzar a convertirse en algo más. Dalmau, que se sentía desligado de cuestiones tan banales como patria o religión, llegó a creer Valencia como su ciudad.
Apenas un año más tarde de llegar a la localidad levantina, recibió una misiva que le obligaría a tomar una dura decisión. La impoluta y curvada caligrafía de su hermana se entrelazaba con los borrones de tinta que efectuaban las saladas lágrimas que habrían caído de sus ojos. En ella explicaba que ella había contraído una "extraña enfermedad" y que sus padres habían sufrido un fatal y adverso destino. A Dalmau, meses después de su partida, se le volvía a requerir en Barcelona y, pese a desear conservar su nueva vida, el deber para con sus seres queridos era demasiado fuerte, de forma que, sin más tardanza, se dispuso a regresar a la ciudad condal con la pobre esperanza de poder regresar a Valencia en brevedad; sus deseos no se verían cumplidos.
En Barcelona se encontró una casa aparentemente deshabitada. Todas las ventanas aparecían cerradas a cal y canto, cubiertas, además, con los pesados cortinajes que impedían el acceso de cualquier presencia exterior. El lugar estaba algo desolado, con presencia de polvo en los mármoles antes siempre impolutos, con alguna silla yaciendo en el suelo o incluso con los fragmentos de alguna cerámica lacada perdidos sobre las alfombras. La sensación que pesaba en el ambiente no auguraba nada bueno. Al fin logró encontrar a su hermana, escondida bajo los pliegues de las sábanas de su habitación. Su aspecto había cambiado, aunque seguía presentando esos cabellos largos y rubios y ese leve rubor en las mejillas, que se implantaba en una tez aún más pálida de lo habitual. Ella le explicó lo sucedido, no sin mostrarse tremendamente afligida.
Hacía ya varios meses que se veía frecuentada por un muchacho de distinguido porte y acento francés, que había conseguido los favores de su familia con alagos, regalos y palabras cargadas de respeto y una no fingida cultura. Fue aquel, el que decía llamarse Alphonse Boissieu, el que, habiendo logrado la confianza de Laia, hubiera terminado por hacer flaquear su resistencia y convencerla de dejarse llevar por los placeres de la carne. Esa fue la perdición de su familia: Alphonse era un vampiro y su hermana era su víctima. Lejos de querer acabar con su vida, Alphonse parecía haber querido conservar la belleza de Laia para la eternidad, por lo que, tras haber llevado a la muchacha a esa segunda vida, buscó a sus padres, convirtiéndolos en los primeros recipientes que la joven dejara sin vida. Dalmau siempre había querido a su hermana, una joven tímida, pero a la vez complaciente, que siempre había tenido en alta estima a su hermano. De esta forma el amor entre ellos era incondicional, y, a sabiendas de que ella jamás hubiera hecho daño a sus padres conscientemente, Dalmau no la consideró responsable de sus actos, por lo que la perdonó.
Alphonse había desaparecido sin dejar rastro. El hotel donde decía habitarse decía no tener constancia de él en sus registros y, al parecer, nadie en la ciudad conocía de su existencia. Dalmau y Laia, perdidos en esa nueva realidad, desconocida para ellos hasta entonces, se aventuraron en descubrir los límites, los beneficios y los peligros de aquella existencia a la que la chica había sido forzada a entrar.
Con el paso de los meses, Laia había ido adquiriendo la determinación que la quería llevar a transportarse a París, dejando atrás su ciudad natal. En un primer momento Dalmau se había opuesto al deseo de su hermana, ya que le parecía un capricho sin fundamento, aunque, ante la insistencia de esta, la sospecha de una razón oculta había empezado a aflorar en su mente. De esta manera, el joven terminó por arreglar los asuntos de la manufactoría de textiles, disponiendo que esta siguiera en funcionamiento a pesar de su ausencia, y, una vez todo en orden, pudieran abandonar el país peninsular y de atravesar los Pirineos en busca de la ciudad de las luces: París.
El tiempo en Francia pasaba lento, como vacío, aunque no por ello sin dejar de ser interesante. Armado de una paciencia que sólo un infantil e ilusionado corazón pudiera soportar sin pesar, Dalmau empezó un ciclo de vida que alternaba las noches en vela, días desperdiciados, en cierta medida, o jornadas sin dormir. La confrontación de los horarios naturales adoptados por la sociedad y el ritmo de sueño de la raza vampírica hacía estragos en un chico encerrado entre ambos mundos, aunque él, joven, podía resistirlo sin demasiados problemas, sabiendo aprovechar lo mejor de ambas realidades, al menos según él.
Los días se convirtieron en semanas y, cuando se quisieron dar cuenta, ya llevaban dos meses en el extranjero. Dalmau, seducido por aquella Francia revolucionaria que aún no había perdido la grandeza de los siglos pasados y viendo que la estancia en la ciudad aún se iba a prolongar, terminó comprando una residencia en los nuevos edificios que se estaban construyendo al este de la ciudad, junto a la "Rue de Rivoli" y con vistas al aún existente "Palais des Tuileries" y sus grandes jardines. La previsión de Dalmau era establecer una sucursal de la textilería en París, de forma que aquello pudiera justificar su larga ausencia y, quizás, significar su definitivo establecimiento en la ciudad, a pesar de que el chico aún tenía las perspectivas y esperanzas de seguir recorriendo mundo, conociendo otras culturas y mundos exóticos.
-Datos Extras:
→ Tiene un buen dominio de las lenguas, sabiendo hablar catalán y castellano, como lenguas de su familia, e inglés y francés, idiomas que le enseñaron en la escuela. A parte tiene un conocimiento básico de alemán, fruto de sus viajes por el sur de dicha región.
→ Sabe tocar el piano como solo alguien con talento y enamorado de tal instrumento podría.
→ Está bastante versado en toda la cultura a la que ha tenido acceso, aunque en algunos campos tiene amplias lagunas.
-Edad: Veinitiún años
-Especie: Humano
- Tipo y Nivel Social: Clase alta
-Lugar de Origen: Barcelona
-Descripcion Fisica: Dalmau es un chico no demasiado alto, aunque sin rozar el estatus de bajo, rondando el metro setenta y cinco. Su complexión es delgada, aunque, lejos de ser escuálido puede presumir un físico algo musculado. Su pelo, corto y de un tono castaño claro, enmarca un rostro de rasgos armoniosos y, sin dejar de ser masculinos, jóvenes. Sus ojos son grises, herencia de su abuela materna y, si hay algo más que quepa destacar, son sus manos, que desvelan su inclinación como pianista.
Su vestimenta suele estar basada en finas camisas y pantalones marrones o negros, aunque ahora que ha viajado más al norte supone que deberá buscar algo que abrigue más. Siempre ha tenido debilidad por las casacas, aunque están desterradas de su "armario" por haber comenzado a dejar de estar de moda hace ya unas décadas, y nunca ha sentido la inclinación por cubrir su cabeza con sombreros.
-Descripcion Psicologica: Marcado por el romanticismo, Dalmau siempre ha buscado "el ideal", aunque él mismo no sepa lo que es. Piensa que para alcanzar esa realización debe liberarse, aunque la sociedad que le ha rodeado siempre ha sido muy reacia a que eso sucediera. Bisexual, quizás inclinándose algo más hacia las mujeres por presión moral y hacia los hombres por preferencia, en parte se ha sentido rechazado, aunque nunca ha culpado a los demás de su situación y ha preferido ocultar su condición.
Mente más liberal con los demás que consigo mismo, suele perdonar con facilidad, consciente de que los demás están tan sometidos a los estrictos cánones de la época tanto como él, aunque sea a si mismo a quien intente restringir sus "desfases", limitando su tan ansiada libertad.
Dalmau tiene predileción por todo aquello relacionado con el arte y la música, admirando la pintura y llegando a envidiar a algunos nobles por haber tenido acceso a las colecciones reales en Madrid. Así mismo adora viajar, aunque sus incursiones por el extranjero se limiten a haber visitado Inglaterra, Suiza y alguna región francesa.
En definitivamente, Dalmau es un sufridor nato y sin, a veces, tener la fuerza suficiente como para vencer aquellas "fuerzas adversas". A pesar de eso, su inocencia y su sentido del deber, resultado de su buena educación, le ayudan a seguir adelante, aunque a veces no sean más una piedra en el camino.
Historia:
Dalmau Bonmatí nació el frío veintitrés de febrero de aquel no tan lejano año de mil setecientos setenta y nueve. Su madre, Jana, heredera de un apellido que figuraba entre las manufactorías más importantes de textiles de la floreciente región de Cataluña, se casó con un cualificado muchacho de clase media que se encargaba de dirigir uno de los cuantiosos grupos de trabajadores y trabajadoras, la joven promesa Andreu Bonmatí. De este matrimonio nacería unos meses después el pequeño Dalmau y, dos años más tarde, una niña de unos adorables rizos rubios llamada Laia.
Dalmau creció como un buen mozo de la adinerada clase industrial y mercantil catalana debiera crecer: rodeado de comodidades y con un buen acceso a la educación y a la cultura. Su padre siempre había querido que siguiera sus pasos y la tradición de la familia materna, es decir, que orientara su futuro a continuar con la dirección de la textilería, un apetecible y seguro porvenir que a Dalmau no acababa de convencerle; Dalmau era un soñador.
En consonancia con las ideas que comenzaban a conformarse en las regiones de Inglaterra y Alemania, el joven se dejó influir por ese rechazo al razocinio y la norma, a la vida tranquila y placentera, para entregarse al torbellino de emociones que le prestaba una visión subjetiva del mundo. "Yo" era la consigna de ese iniciante y prematuro romanticismo que lo llevó a sumergirse en la literatura de Goethe o, posteriormente, en la pintura de aquel prometedor Joshep M. W. Turner. Sus viajes a la metrópoli del imperio británico o a la agreste e impactante confederación suiza solo hicieron que exaltar esa admiración por lo sentimental y el arte o esa necesidad de libertad.
Esa búsqueda de trazar un camino acorde a sus propias ideas y emociones terminaron por, a los quince años, descubrirle una parte vedada de si mismo, una parte que disonaba con la estricta moralidad de una España acérrimamente católica y conservadora: a Dalmau le gustaban los hombres. No es que no le agradaran las mujeres, desde luego que no, el cuerpo de una mujer también podía parecerle agradable o, incluso, apetecible, siempre desde el respeto que aquella época exigía, pero sencillamente había algo en la presencia de su mismo género que, igualmente, le atraía. Sabiendo que, de saberse, sería rechazado, cuidó mucho de guardarse ese secreto para si, solamente llegándoselo a confesar a una persona en su vida: a su hermana. Laia, que había sido educada para prestar un servicio incondicional a un marido y a su familia, se horrorizó y, lejos de querer mal para su hermano mayor, se lo contó a sus padres, en pos de que ellos le ayudaran. Así fue como Dalmau acabó en Valencia, a cuidado de un obispo, familiar suyo.
La ciudad del Turia le ofreció un ligero cambio de ambiente. No tan diferente de su Barcelona natal, quizás solamente en cuestiones culturales o de gente, Valencia le ofrecía un anonimato antes inconcevible, el construir una vida casi nueva, casi desde el principio. El translado, lejos de curarle esa "malsana enfermedad", solo consiguió abrir sus miras y horizontes, sintiéndose más libre que nunca, aunque, seguramente siguiendo la preocupación de sus padres, continuando con aquella norma que rechazaba su realidad sexual. De esta forma, el muchacho, a la vez tímido y alocado, tenaz o sentimental, acababa de formarse. En su supuesto cautiverio consiguió hacer un nuevo grupo de amigos, entre el que estaba una bella joven de cabellos oscuros y ojos claros, con la que llegó a entablar una relación especial, aunque no terminara de alcanzar a convertirse en algo más. Dalmau, que se sentía desligado de cuestiones tan banales como patria o religión, llegó a creer Valencia como su ciudad.
Apenas un año más tarde de llegar a la localidad levantina, recibió una misiva que le obligaría a tomar una dura decisión. La impoluta y curvada caligrafía de su hermana se entrelazaba con los borrones de tinta que efectuaban las saladas lágrimas que habrían caído de sus ojos. En ella explicaba que ella había contraído una "extraña enfermedad" y que sus padres habían sufrido un fatal y adverso destino. A Dalmau, meses después de su partida, se le volvía a requerir en Barcelona y, pese a desear conservar su nueva vida, el deber para con sus seres queridos era demasiado fuerte, de forma que, sin más tardanza, se dispuso a regresar a la ciudad condal con la pobre esperanza de poder regresar a Valencia en brevedad; sus deseos no se verían cumplidos.
En Barcelona se encontró una casa aparentemente deshabitada. Todas las ventanas aparecían cerradas a cal y canto, cubiertas, además, con los pesados cortinajes que impedían el acceso de cualquier presencia exterior. El lugar estaba algo desolado, con presencia de polvo en los mármoles antes siempre impolutos, con alguna silla yaciendo en el suelo o incluso con los fragmentos de alguna cerámica lacada perdidos sobre las alfombras. La sensación que pesaba en el ambiente no auguraba nada bueno. Al fin logró encontrar a su hermana, escondida bajo los pliegues de las sábanas de su habitación. Su aspecto había cambiado, aunque seguía presentando esos cabellos largos y rubios y ese leve rubor en las mejillas, que se implantaba en una tez aún más pálida de lo habitual. Ella le explicó lo sucedido, no sin mostrarse tremendamente afligida.
Hacía ya varios meses que se veía frecuentada por un muchacho de distinguido porte y acento francés, que había conseguido los favores de su familia con alagos, regalos y palabras cargadas de respeto y una no fingida cultura. Fue aquel, el que decía llamarse Alphonse Boissieu, el que, habiendo logrado la confianza de Laia, hubiera terminado por hacer flaquear su resistencia y convencerla de dejarse llevar por los placeres de la carne. Esa fue la perdición de su familia: Alphonse era un vampiro y su hermana era su víctima. Lejos de querer acabar con su vida, Alphonse parecía haber querido conservar la belleza de Laia para la eternidad, por lo que, tras haber llevado a la muchacha a esa segunda vida, buscó a sus padres, convirtiéndolos en los primeros recipientes que la joven dejara sin vida. Dalmau siempre había querido a su hermana, una joven tímida, pero a la vez complaciente, que siempre había tenido en alta estima a su hermano. De esta forma el amor entre ellos era incondicional, y, a sabiendas de que ella jamás hubiera hecho daño a sus padres conscientemente, Dalmau no la consideró responsable de sus actos, por lo que la perdonó.
Alphonse había desaparecido sin dejar rastro. El hotel donde decía habitarse decía no tener constancia de él en sus registros y, al parecer, nadie en la ciudad conocía de su existencia. Dalmau y Laia, perdidos en esa nueva realidad, desconocida para ellos hasta entonces, se aventuraron en descubrir los límites, los beneficios y los peligros de aquella existencia a la que la chica había sido forzada a entrar.
Con el paso de los meses, Laia había ido adquiriendo la determinación que la quería llevar a transportarse a París, dejando atrás su ciudad natal. En un primer momento Dalmau se había opuesto al deseo de su hermana, ya que le parecía un capricho sin fundamento, aunque, ante la insistencia de esta, la sospecha de una razón oculta había empezado a aflorar en su mente. De esta manera, el joven terminó por arreglar los asuntos de la manufactoría de textiles, disponiendo que esta siguiera en funcionamiento a pesar de su ausencia, y, una vez todo en orden, pudieran abandonar el país peninsular y de atravesar los Pirineos en busca de la ciudad de las luces: París.
El tiempo en Francia pasaba lento, como vacío, aunque no por ello sin dejar de ser interesante. Armado de una paciencia que sólo un infantil e ilusionado corazón pudiera soportar sin pesar, Dalmau empezó un ciclo de vida que alternaba las noches en vela, días desperdiciados, en cierta medida, o jornadas sin dormir. La confrontación de los horarios naturales adoptados por la sociedad y el ritmo de sueño de la raza vampírica hacía estragos en un chico encerrado entre ambos mundos, aunque él, joven, podía resistirlo sin demasiados problemas, sabiendo aprovechar lo mejor de ambas realidades, al menos según él.
Los días se convirtieron en semanas y, cuando se quisieron dar cuenta, ya llevaban dos meses en el extranjero. Dalmau, seducido por aquella Francia revolucionaria que aún no había perdido la grandeza de los siglos pasados y viendo que la estancia en la ciudad aún se iba a prolongar, terminó comprando una residencia en los nuevos edificios que se estaban construyendo al este de la ciudad, junto a la "Rue de Rivoli" y con vistas al aún existente "Palais des Tuileries" y sus grandes jardines. La previsión de Dalmau era establecer una sucursal de la textilería en París, de forma que aquello pudiera justificar su larga ausencia y, quizás, significar su definitivo establecimiento en la ciudad, a pesar de que el chico aún tenía las perspectivas y esperanzas de seguir recorriendo mundo, conociendo otras culturas y mundos exóticos.
-Datos Extras:
→ Tiene un buen dominio de las lenguas, sabiendo hablar catalán y castellano, como lenguas de su familia, e inglés y francés, idiomas que le enseñaron en la escuela. A parte tiene un conocimiento básico de alemán, fruto de sus viajes por el sur de dicha región.
→ Sabe tocar el piano como solo alguien con talento y enamorado de tal instrumento podría.
→ Está bastante versado en toda la cultura a la que ha tenido acceso, aunque en algunos campos tiene amplias lagunas.
Dalmau Bonmatí- Humano Clase Alta
- Mensajes : 391
Fecha de inscripción : 08/08/2010
Re: Dalmau Bonmatí
FICHA VALIDADA
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
- Mensajes : 10717
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