Hervé Duplantier

Curioso por naturaleza, sensible, callado y observador. Es un hombre de salud muy frágil pero al que no le gusta que eso lo detenga. Melancólico e inteligente, aunque no listo, ha pasado tanto tiempo encerrado que no es muy hábil para manejarse con los delincuentes de poca monta. Quizá pueda descubrir un engaño a tiempo, pero de todos modos es fácil timarlo.

No le gusta el alarde, viste sencillo, a veces demasiado informal considerando el peso del nombre de su familia. Ve música en todos lados, le encanta detenerse y cerrar los ojos para escuchar los sonidos a su alrededor. Piensa que todo tiene una secuencia rítmica y, aunque es reconocido como uno de los compositores favoritos de la Iglesia, también es considerado un vanguardista, pues no teme experimentar, se trata de un compositor respetado por sus pares.

Odia tener que detenerse cuando está en una buena racha, pero él no es los que puedan trabajar días sin parar, no porque no quiera, sino por su salud. Tampoco le gusta sentirse vigilado, aunque desde que vive solo en un piso del centro, se siente mucho más tranquilo y trabaja mejor. De entrada puede parecer un bicho raro, pero tiene el corazón en el lugar correcto.

Nació prematuro y muerto, pero la partera pudo revivirlo y dio sus primeros sollozos en el mundo casi un minuto más tarde.

Fue un niño bajo de estatura, delgado, pálido y enfermizo. Único hijo de los Duplantier de París, instalados en Biarritz, cerca de la frontera con España. Tanguy y Agnès eran un ejemplo de matrimonio perfecto y de puertas para adentro, la realidad no era tan distinta. Era obvio que no se amaban, pero se respetaban.

Tanguy no esperaba nada de un hijo tan débil, lo pensaba de manera pragmática y no cruel. Hervé no tenía madera ni de líder ni de tirano, algo esencial en los negocios. Es que los Duplantier de París eran los encargados de un importante muelle del Atlántico, donde casi todo el comercio de Inglaterra llegaba y el del Nuevo Mundo si se quería evitar pasar por España.

Pobre Hervé, confinado a su habitación mientras veía a los otros niños jugar. Su madre pasaba mucho tiempo con él, le leía, coloreaban y le cantaba. Hervé la quería y estaba agradecido, pero no sustituía que le hubieran cortado las alas.

Fue en su encierro que se interesó en la música y su madre se apresuró a procurarle todo lo que necesitaría, incluso si se trataba de un capricho del momento. Pero no lo fue, primero aprendió chelo, luego violín y viola, luego guitarra y mandolina, piano, clavecín y arpa. Dejó de lado los vientos y las percusiones. Tuvo de tutores a algunos de los compositores más importantes de Europa y, no sólo era un chico sumamente dedicado, sino que poseía una sensibilidad especial para ello.

Cuando entró a la adolescencia dio el estirón, pero seguía siendo demasiado frágil para el mundo. Aunque estaba harto y solía escabullirse por las noches, con mucho cuidado y de manera muy silenciosa e iba al pueblo, donde a nadie le decía que era hijo de los Duplantier de París, ahí tomó su primera cerveza y su tuvo su primer amor.

Con Nanette se atrevió a ir más lejos. Una noche, ambos más allá de los campos de girasoles, se estaban besando en el pasto cuando, por accidente, Hervé cayó al río y casi se ahoga. No vio a su salvador, sólo una silueta misteriosa, con mucha fuerza y suavidad al mismo tiempo.

Nanette lo había dejado a su suerte y Hervé se molestó entonces, ahora comprende que eran sólo unos chiquillos. Sólo que el incidente hizo que Nanette y otros de los amigos que había hecho en el pueblo se enteraran que no se llamaba Poussière, sino Hervé y era hijo de los Duplantier.

Aunque a ella no le importó ese detalle, Hervé estaba avergonzado y no quiso volver a verla. Pidió a sus padres que lo sacaran de Biarritz y fue así como llegó a París, al principio bajo la tutela del tío Ronan, aunque ahora ya se ha independizado.

En la capital francesa fue que, al fin, pudo empezar a darse a conocer, claro que ayudan los muchos contactos de su familia, pero a él le gusta pensar que su talento es un factor importante (era más fácil cuando era sólo Poussière en las calles de Biarritz). Algunos obispos y cardenales no tardaron en encargarle algunos misas, oratorios e, incluso, el réquiem de un cura especialmente querido en su comunidad. Le iba bien a pesar de que Ronan y Tanguy lo tenían vigilado siempre, ¡no iba a romperse!

No obstante, el sueño de su misterioso salvador ese día que casi muere ahogado era recurrente, a veces lo calmaba, a veces lo ponía muy nervioso. A veces sentía que no necesitaba saber quién lo salvó y otras tenía la dolorosa necesidad de saber.

Fue así como empezó a investigar.

Estaba a cargo de una nueva pieza coral para Notre Dame. A Hervé le suele gustar ir a los sitios donde se presentará su obra si es que tiene posibilidades, por ejemplo, no pudo visitar la catedral de Uppsala cuando estaba escribiendo piezas para ellos. No lo dejan viajar mucho ni muy lejos, si lo llega a hacer es acompañado de un médico aprobado por su familia.

Estaba en Notre Dame, leyendo uno de sus libros acerca de lo sobrenatural, cuando un diácono lo descubrió. Hervé creyó que le quitarían este proyecto y que nunca más volvería a trabajar para la Iglesia, que su reputación estaba arruinada. No obstante, el diácono no hizo escándalo y le explicó que él pertenecía a una orden secreta de cazadores de seres sobrenaturales, la Inquisición. No le dio muchos detalles, porque no podía, pero lo puso en el camino correcto.

Visita mucho a los gitanos en busca de respuestas, a cambio, toca con ellos algunas noches.