Amunet Nasir | ID

¿Qué se puede decir de la personalidad de Amunet? Para la mayoría es algo completamente desconocido, acorde a la fantasía que has pagado tener con ella por unas cuantas horas. La joven egipcia puede despojarse de su carácter mortal y adquirir el de una diosa si eso te complace. En esos momentos utiliza una máscara  bien pagada con tu dinero, adquieres la personalidad que más te guste, por lo que se podría decir que se ha convertido en una magnífica actriz a la que no le descubrirías ni una falta, a pesar de que no sea más que una fantasía engañosa.

Fuera de su trabajo y dejando a un lado su oficio, resulta un hueso duro de roer. Es bastante dura, con las murallas construiídas a su alrededor y perfectamente impenetrables, adonde no deja entrar a nadie. Se fija bastante bien en no dejar ninguna grieta ni ningún hueco que le haga tambalear.

Esa dureza le ha permitido seguir adelante y subsistir, el sarcasmo le brota de los labios con facilidad, y ser una caradura es su pan de cada día.

También puede llegar a abrirse con otros y mostrarse como es ella, seguramente a regañadientes.

Si se encuentra en una situación de franqueza, notarás una sensiblidad que no sabías que existía. Amunet prefiere resguardarse detrás del cinismo antes de que descubras que en lugar de una piedra realmente su pecho contiene un corazón que late y que puede sangrar. Antes de que eso suceda, se protegerá de cualquier cuchillo que atente contra ella.

No le gusta perder el control de una situación, prefiere llevar siempre el timón de su barco. La incertidumbre de las emociones es un riesgo demasiado alto al cual no desea exponerse, por lo que la evita el acercamiento de esa marejada a toda costa.

Desconoce su origen, pues nunca conoció a sus padres. La mujer que la crió, Marwa, le narró que fue abandonada frente a su puerta en una canasta, con una nota con unas simples palabras: Por favor cuide de ella.

Creció en un pequeño pueblo pesquero, Sharm el-Sheikh, en la península del Sinaí, en la costa del mar rojo. Marwa estaba casada con Bahiir, quien no recibió alegremente la noticia de que una pequeña llorona había sido abandonada en su casa, y que Marwa la sostenía en brazos, insistiendo en que Maat, la diosa de la justicia, se había apiadado de ellos tras años de no poder engendrar un hijo y que les había enviado a la pequeña. Con recelo, accedió a acoger al pequeño saco de llanto en casa, ya que no estaba seguro de que de haberle puesto a escoger Marwa habría oprtado por él.

Así fue como Amunet creció entre marineros, corriendo por las calles con los hijos de los vecinos, pegando su nariz en las ventanas de las vitrinas de las tiendas, soñando con juguetes y dulces. Aunque estos fueran escasos en su hogar, Marwa se lo compensaba con el amor que le prodigaba considerándola su hija.

Durante su infancia, aprendió las labores de campesina para ayudar a sus padres, y en ocasiones tuvo la iniciativa de correr entre los mercados robando alimentos que luego llevaba de vuelta a casa adonde sabía que les vendría bien algo más de comer, especialmente en las temporadas en que su padre se marchaba al mar y la comida comenzaba a escasear hasta encontrarse la alacena de la casa completamente vacía.

A los catorce años la situación en el hogar empeoró, el único padre que había conocido, Bahir, pereció en el mar y fue acogido por los brazos de Neftis.

Marwa decidió abandonar Sharm el-Sheikh y viajar a El Cairo, adonde esperaba poder tener más oportunidades de trabajo y recomenzar sus vidas.

Al llegar a la capital, la familia de Marwa se negó a recibirlas indicando que no contaban con los medios para alimentar dos bocas más, pero lograron acomodar a la madre como sirvienta en la casa de un  adinerado que había enviudado hace poco.

Pasó algo de tiempo antes de la primera visita del hombre a la habitación de ambas. La joven apenas se percató de que su madre abandonaba la misma con él y regresaba hasta el amanecer pálida y silenciosa procurando que su hija no notase su ausencia. En cuanto se percató de lo que sucedía le preguntó a su madre al respecto, más no consiguió explicación alguna. No fue necesaria, la misma Amunet descubrió la respuesta una noche en que notando la ausencia de su madre recorrió la casa y percibió los sonidos peculiares provenientes de la habitación del hombre.

Tras descubrirlo, la joven encaró a Marwa, quien se negó a decir palabra alguna al respecto. Amunet le rogó que se marchasen, pero su madre  se negó, de hacerlo no sobrevivirían. ¿De qué vivirían?

Marwa comenzó a perder su lozanía por lo que el amo perdió interés por ella y desvió su mirada hacia Amunet.

Una tarde inventó un pretexto para enviar a la mujer fuera de la casa a realizar un encargo. Llegada la noche se aproximó a la habitación de la servidumbre, interesado en la joven que, durmiendo, se encontraba ajena a la mirada que recorría su cuerpo. Las lujuriosas manos del hombre y su respiración entrecortada le despertaron.

Inmediatamente comprendió lo que sucedía y, sin pensarlo dos veces, empujó al hombre para alejarle de ella, aunque este no estuvo dispuesto a desistir. Tras recuperarse, retomó su objetivo, lanzándose encima de Amunet. Ella no paró de forcejear en todo momento, gritando a pesar de que nadie la escuchaba, sintiendole rasgar su ropa de dormir, revelando lo que nunca nadie había visto. Comprendiendo que la joven no cedería la golpeó fuertemente con el puño en el rostro, reventándole la piel, de manera que ella percibió el olor de su propia sangre corriendo por un lado del mismo.

Entre lágrimas y, sin saber cómo, alcanzó las tijeras que descansaban en la pequeña y destartalada mesa de noche. Las enterró fieramente en el cuello del hombre, haciendo brotar chorros de sangre sobre su ropa, antes de que se desplomara sobre ella.

Empujándole se levantó de la cama y contempló el cadáver inmóvil.

Saliendo del trance que le provocaba la visión, Amunet corrió a la habitación del amo y buscó todo lo que había en ella de valor. Dinero, un reloj de oro de bolsillo y múltiples cadenas y anillos. Se apresuró a guardarlos en una bolsa y, antes de marcharse con su madre, procedió a prender fuego a la casa, la cual se quemó hasta sus cimientos.

Ambas mujeres se marcharon de la ciudad de forma precipitada, Amunet quería marcharse de Egipto junto con su madre el tiempo suficiente para que se olvidaran del asesinato, pero Marwa, acostumbrada a sus raíces y a sus dioses, no podía abandonar su tierra. Con lágrimas acompañó a su hija al puerto abrazándola entre sollozos y deseándole buena fortuna.

Amunet jutó regresar y abordó el barco que le llevaría a una tierra nueva y desconocida, Francia.

Tan pronto llegó a la capital, un lugar extraño llamado París, procuró conservar el dinero que poseía mientras buscaba empleo. No le resultó fácil, siendo extranjera y no hablando el idioma. Al cabo de un tiempo, consiguió trabajo en una fábrica, trabajando desde la salida del sol hasta el anochecer por una paga tan mísera que apenas cubría la renta del miserable cuarto que había alquilado. Los abusos no faltaban en la fábrica y, cuando Amunet se rebeló, fue despedida.

Días después uno de los huéspedes del hostal, observando a la joven egipcia, sugirió presentársela a su prima, siendo la señora una experta en "buenas relaciones" seguramente encontraría algo más apropiado para ella.

Pensando que no tenía nada que perder, acudió a entrevistarse con la señora, quien midiendo mentalmente a la hermosa muchacha y notando los destacables atributos físicos que le otorgaban una singular y exótica belleza, le indicó que conocía a un comerciante de telas que frecuentaba su casa cada quince días y que sentía predilección por las jovencitas. Seguramente se sentiría complacido y pagaría muy bien.

Lo primero que cruzó por la mente de Amunet fue negarse, pero cuando el hambre comenzó a acosarla de forma repetida y el rentero la amenazó con lanzarla a la calle en tres días, decidió que aceptaría para procurarse los medios suficientes para subsistir y sobrellevar la situación.

Las siguientes semanas vendió su cuerpo. La señora que había conseguido al comerciante le habló de la madam de un prostíbulo cercano que seguramente estaría complacida de añadirla a su grupo de chicas.

Amunet acudió al lugar y, tras una breve inspección, fue aceptada. Así dio inicio su entrenamiento en el arte más antiguo, sofocando los restos de su inocencia.
- Siempre le envía dinero a Marwa, pero en sus cartas miente con respecto a su oficio. A ella le ha dicho que trabaja para un matrimonio rico y que es feliz en París.

- Amunet es el nombre grabado en el medallón que colgaba de su cuello cuando fue abandonada en casa de Marwa.

- No desecha la idea de algún día contar con el capital suficiente para regresar a Egipto, y poder comprar allí una propiedad que les permita llevar una vida digna a ella y a su madre.

-Utiliza diferentes nombres con sus clientes, nunca el real.