Las perras en el infierno [+18 Kendra]

El fétido olor del pantano se cuela hasta su estomago y lo estremece. Sus entrañas se retuercen en una danza descomunal, está a punto de regurgitar todo lo que previamente ingirió. La mueca desfigurada de su rostro es la de una maldita desgraciada con la vida destrozada, con la mirada cansada, agotada y desesperada. El único deseo escrito en su cuerpo es poder encontrar un rincón en el fango para amarrarse en la llegada de la luna llena. El silencio le golpea la espalda, la abofetea fuertemente y aúlla. Está acostumbrada a sentir esa soledad abrazándola tan despiadadamente, a suspirar en la nada, a sentir esa nostalgia de su pasado. ¡Pésimo! Es una mujer ataviada con lágrimas en sus mejillas, con heridas en su cuerpo y cicatrices en su corazón. Sus bufidos se escuchan, irrumpen el silencio adquirido en aquel rincón sombrío. El muerto habla con tristes silabas, le reclama al Dios su desgracia, rezando a Satanás por la dicha que ha encontrado. ¡Maldita sea la hora en la que conoció su objetivo en la vida! ¡Maldito sea el segundo en el que Rudolph le mordió! Pero sobre todo… Repudia la noche en la que él murió. Su quebrantado corazón aún palpita, sólo para mantener con vida a un costal de huesos bueno para nada. Las ganas de vivir se las arrebataron cuando se decidió sobre su juicio, cuando eligieron que la muerte era la única salida. Pero el odio se volcó en Kendra, no existe piedad en los nudos de su cabello.

La estúpida prenda que sueña con ser un vestido, se pega a su cuerpo resaltando las curvas en su figura. Desgraciada mujer que sabe que cualquiera desearía tenerla. Su rostro lleno de lodo y su repugnante olor a suciedad no engaña al instinto del hombre, es un cuerpo que puede saciar las patéticas necesidades que ellos buscan. Una carcajada socarrona, burlona tan estruendosa como nunca se ha escuchado en ese lugar; se escapa de su garganta. Los murciélagos vuelan despavoridos ante tal rugir. Se aburre de estar dando vueltas sin sentido, se ha molestado bastante y levanta su brazo para encontrarse con una marca de su maldición. La cicatriz mas reciente se encuentra pintada sobre este, al igual que un retrato en el más fino de los lienzos. Encuentra su propia piel, asquerosa, sin brillo, sin majestuosidad, tan jodidamente opaca como el rostro oculto de la luna. Pasa el dedo índice sobre la marca, admira su textura, puede sentir en la yema, la rugosidad que esta le otorga. Aún le duele, hace un par de semanas atrás, esa laceración ni siquiera se vislumbraba, pero ahora es vestigio de algo que nunca cambiará. – ¡TE ODIO ULVA RICHELLE! – Grita con fiereza, sus uñas se clavan en el cuello y arrastran hacia abajo un poco de su piel, la sangre aparece inmediatamente. Otro grito, esta vez de dolor, un sufrimiento de esos que no desaparece tan fácil, de esos que se guardan en el alma, que desquebrajan a cualquiera; se abre paso en el cementerio del pantano.

Se postra sobre una roca asomada en medio de un viscoso charco de agua, los dedos de su pie se mojan. A este se le adhieren restos de lodo, basura pantanosa y pestilentes residuos de carne putrefacta que seguramente fueron alimento de los cocodrilos. Se muerde el labio inferior, observando lo negro de su sangre en las uñas. Es un color que no destaca entre la obscuridad de la nada, es tan común que… ¡No, no lo es y Kendra lo sabe! Desprende la mochila que cruza su hombro, posándose en su cadera; la arroja lejos de su vista, no quiere saber lo que allí esconde. Tiene deseos de esta noche ser libre al fin o por lo menos jugar a que lo es. Irgue su cuerpo, pero se balancea una y otra vez sobre la roca buscando su estabilidad. Una rama sobresale, no parece ser tan débil, la estúpida comete el error de sujetarse a ella para salir de su predicamento y cae desparramada en el charco. Blasfema contra su suerte, maldice y se burla de su propia existencia, al sacar la mano derecha del tonto mar enmohecido descubre que está herida, una espina se le ha clavado en la palma. Los borbotones de la sangre no se hicieron esperar. No siente temor pues sabe que está se cerrará en un par de horas, le toma muy poca importancia y desprende la espina de su piel. El rugir es sigiloso, parece ser una respuesta susurrada a la pregunta de un amor no correspondido - ¡Púdrete! –Arroja la espina a las lejanías tras dedicarle la última palabra antes de dejarse caer en el maldito charco que añora convertirse en un río – Si me comen, se mueren – Advierte a las bestias que se aproximan hasta ella.

Espera con desesperanza a que la luna le toque. Las caricias de su amada compañera, le convierten en la bestia que tanto odia, su mayor enemigo y el mismo que desearía arrojar a las puertas del infierno. Las burbujas provocadas por los gases del pantano, borbotean, explotando en la superficie derrochando la pestilencia que captaba a la perfección, debido a sus desarrollados sentidos. Suspira fuertemente perdiéndose quizá en lo más profundo de sus pensamientos, no quiere recordar nada que la ate al dolor, que memorice y tatué en su rostro ese miedo que le profesa a la noche, en cada luna llena. El susurro del silencio despeina su sonrisa. Logra erguir su cuerpo, estirando una de sus manos para alcanzar la mochila que resguarda la plata con la que se atará apenas la luna se precipite hasta su improvisado refugio. La mirada se le escapa más allá de la maleza, su pupila se ilumina tenuemente por el resplandor de esa joya anunciando su llegada. Debe prepararse antes de que la transformación le alcance, pero justo en el instante en que la punta de sus dedos rosa la tela de la mochila alguien irrumpe en su concentración.

Su cuerpo se contrae en un respingo por el susto regalado, al girarse para ver el rostro de un extraño la sorpresa fue mayor a lo que pudo haber imaginado. Una arruga en su frente se dibuja, esta confundida, pero aún así no quitará de sus labios la sonrisa altanera que apareció tras identificar su esencia. Las gélidas pupilas de la perra se clavan en las de él, mantiene la mirada fija sin inmutarse, cruza sus brazos frente al pecho, resopla sus labios con un rugir en su pecho, su ceja derecha se eleva en lo alto de su frente. Se pone de pie. Ignora el hecho de que ese extraño sujeto se encuentre completamente desnudo, no presta atención a la mirada de liviandad que destilan sus pupilas, simplemente ignora cualquier movimiento que este realice, no tiene tiempo para juegos, no esta allí para ver quien asusta más en el maldito pantano.

Su vestimenta cubierta por el lodo, hace más pesadas, lentas y cansadas las acciones que tiene que llevar a cabo para salir con vida de allí. El brusco movimiento aparca a los cocodrilos de las cercanías que, sin saberlo, ni sospecharlo, asechan a una víctima imposible de ceder. Toma su cabellera entre las manos y la peina en una coleta improvisada, desvía la vista hasta su mochila, solo para asegurarse que las cadenas aún están allí. Ahora tiene que buscar otro estúpido rincón del pantano para refugiarse de si misma “Gracias miserable pedazo de mie...” deja la frase inconclusa. No pudo evitar mirarlo de soslayo y esta vez sí logro encontrar la desnudez en él. Su carcajada disipa cualquier silencio establecido en la ignorancia que pretendía tejer para el vampiro. – ¿Tan jodida es la vida como vampiro que no les alcanza para la ropa? Que lástima! – Entre el fango y sus dificultades para moverse le da la espalda, buscando la manera de salir de allí. El lodo se queda grabado en su piel ocultando las heridas de sus piernas, pero no las de su cuello y brazos. Débilmente la tonalidad pálida de su cuerpo es cubierta por una verde mohosa, su peinado se cae tras la espalda, los cabellos sucios son asquerosamente repulsivos, es una miserable… mucho más que aquel que no posee ropa.

Repugnante… existen varias cosas que pudiesen o no entrar dentro de esa definición, todo depende de la expectativa individual, no obstante, hay ocasiones en las que la sociedad está más que de acuerdo en clasificar los hechos de esa manera. Un licántropo y un vampiro ¿Son enemigos naturales? Se supone que sí, pero ¿Cuál es el motivo? ¿Qué fue lo que los orilló a declararse la guerra? ¿El alimento acaso? ¿El poder? ¿El sentirse los dueños de la noche ergo ipso facto, la humanidad también? Dos extraños que juegan a la hostilidad en medio de ese maldito pantano han encontrado la excitación frente a ellos. La lujuria les ha abofeteado un par de veces y la consecuencia se ha resumido a esto, una zorra que, infeliz de su condición, ahora le arroja oleadas de placer a un degenerado… Kendra siente el brutal poder de su miembro, podría jugar que está a punto de atragantarse, pero la desgraciada tiene la garganta bastante profunda. Él arremete contra ella en repetidas ocasiones. La morena contrae su cabeza y se aparta del armatoste, lo escupe, lo masajea con las manos, lo besa, lo lame… Sus dientes se cierran sobre el falo, no aprieta, no desgarra, simplemente deja paso a la desesperación del vampiro por un poco más de su “arte”. Se relame los labios saboreándose la carne inmortal. Todo el maldito orgullo que presumió antes se ha resumido a ese instante en donde él cree estúpidamente haberla sometido, pero no es así, si Kendra se revuelca en el fango es porque quiere.

La luna creciente, desde lo alto es testigo del pecado que allí se comete. Más que simple lujuria, más allá que el arrebato frenético por satisfacerse mutuamente, están cometiendo traición. Miles de ojos infernales acunan el acto de los herejes, pupilas bañadas de fuego que juzgan irremediablemente el sacrilegio cometido, sin embargo, también se apetecen de él, tanto pecado es tremendamente tentador. Los susurros del viento parecen develar los secretos de Lucifer al conseguir que sus ahijados se entreguen a la depravación. Las carcajadas son inevitables entre los polizontes, los gusanos, las serpientes, las arañas, los escarabajos… todos y cada uno de ellos levanta la mirada para bañarse con el rocío de su lascivia ¿Qué sigue ahora? ¿Se matarán de placer literalmente? Kendra se irgue por completo, va hacia los labios de Gilles y lo besa con frenetica pasión. En su mirada se puede apreciar ese toque de locura que con ningún otro ser se había atrevido a sacar. ¡Infeliz! Está buscando apagar sus memorias de ese vampiro en su pasado con otro entre sus brazos. Lo azota contra el suelo, se posa encima de él, lame su pecho, araña sus hombros, muerde su mentón y rosa sus partes ínfimas.

Miles de memorias llegan como huracanes a sus pensamientos ¿Qué demonios está haciendo? Se queda congelada, su cuerpo es un iceberg, su temperatura ha bajado más de lo habitual, su pálida piel se hace notar. ¡Maldición! Se aparta de él tan rápido como le es posible. No, no debe estar en ese lugar con ese sujeto y mucho menos acostándose con él ¿En qué clase de puta se había convertido? Lo mira fijamente a los ojos, clavando su azulada mirada en él, hace rechinar sus dientes, no puede no tiene ¡Pero demonios! Su altar está más que estimulado y lo pide a gritos, su deseo se incrementa. ¿Alguna vez han escuchado hablar de la zoofilia o la necrofilia? Como se le puede llamar a algo que involucra ambas cosas. Sin duda alguna, degeneración. – No, no, no ¡No! – balbucea completamente paranoica ¿Miedo? Sí pero no de él. – ¡Eres un cerdo! – Le grita. Un par de zancadas y se escabulle entre la maraña de plantas del lugar.