AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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L'élégance du hérisson.
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L'élégance du hérisson.
Abril || 11:00 Hrs || Soleado || 13º C.
Eudora entró al café y miró alrededor, más de una veintena de personas ocupaban las distintas mesas y parte de la barra asignada, distinguió entre la masa los rostros de varios aristócratas que frecuentaban las mismas fiestas que ella, era de esperar, después de todo aquel café era de los más concurridos por los altos círculos parisinos, no era del mayor agrado de la joven, pues el cuento de las clases sociales y diferenciaciones no era algo que realmente le importase, pero era el único lugar al que había podido convencer a su tía que podría ir sin su odiosa ama de llaves como su sombra personal.
De ahí que tuviese que citarse con Cyrille en aquel lugar, hacía casi dos semanas que no sabía de él y lo cierto es que necesitaba un rostro amigo y una conversación grata, Cyrille había sido de las primeras -y hasta ahora pocas- personas con las que había logrado entablar una amistad de París, si bien en un inicio Eudora, consumida por la angustia de saberse en una ciudad que no era la suya, poca atención había prestado al joven, pero con el pasar de las semanas y los casuales encuentros de él por diversos sitios de París habían hecho que realmente comenzaran a considerarse amigos, había muchas cosas en las que eran distintos pero sin duda alguna Cyrille era alguien indispensable en la vida de la joven vienesa en ese momento, alguien que le daba paz, le sacaba una sonrisa, alguien a quien admiraba por esa fe tan devota que ella no creía poder tener...
Eudora tomó asiento junto a uno de los ventanales interiores del café, uno que daba a un pequeño jardín lleno de flores de color fucsia intenso que con el sol matutino destacaban aún más, la primavera se notaba en los detalles, se respiraba en el aire, se palpaba en los colores de la naturaleza... era su primera primavera en París, eso la ponía feliz -porque amaba aquella etapa del año- pero también nostálgica. Nostalgia de Viena, de su tierra natal, de sus calles, su gente, sus amigos... no podía decir que extrañaba a su familia porque la joven Guicciardi jamás se sintió a gusto con ellos... ser la eterna segundona de la familia –aún cuando era la primogénita- no era algo grato de recordar.
Miró alrededor por segunda vez y entonces le vio entrar, la sonrisa en su rostro fue automática y genuina, el sólo verlo ya la ponía de mejor humor. Pronunció un mudo "buenos días" para que él desde lejos captase aquello y espero que el joven llegase hasta su mesa.
Eudora Guicciardi- Humano Clase Alta
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 03/04/2011
Re: L'élégance du hérisson.
Aquella mañana más que cualquier otra la cama le resulto inusualmente cómoda y el anhelo de permanecer en ella unos instantes más le resulto agobiante cuando bien hubo despertado del todo. Se levanto de un amplio salto vistiendo aquella túnica blanca que le recordaba tanto su infancia y a su buena amiga Teva. Meneo la cabeza mesándose los cabellos para correr en dirección del balcón que poseia su habitación y percatarse del saliente sol, los cielos teñidos de luz indicaban lo que habia temido, habia dormido dos horas más de lo usual lo cual haría de aquel día uno mucho más corto y por ende mucho menos rendidor.
¿Se estaba acaso contagiando ya de la pereza de las calles de París? ¿Del egoísmo de las personas y la falta de fe? Dios sabia bien que no era asi. Siguió su rutina matutina, se habia bañado, desayunado una pieza de pan y caminando por su jardín personal, aquel que su tío habia hecho construir para apreciar la naturaleza sin necesidad de alejarse de su morada, pues alejarse de ella implicaba también descuidar los negocios.
Avanzo por las piedras que formaban el camino hacia una lejana fuente que como cascada escurría agua cristalina de la boca de un pez en manos de un infante cubierto solo con un trozo de tela gris, gris, al igual que el resto de la estructura. Rezo el rosario pidiendo por las animas del purgatorio, aquellas olvidadas no solo en vida sino en muerte y lo rezo una segunda vez al creer que quizás su alma se estaba ennegreciendo.
Fue grato entonces saber que aquel día estaba planeado y destinado para reencontrarse con una grata compañía que París y la alta sociedad le habían hecho conocer, una joven que al igual que el habia llegado a aquella ciudad aunque causas diferentes le habían varado ahí -¡volveré al anochecer!- y su voz resonó en cada pasillo y habitación como si nadie más que el habitara en aquel inmenso condominio.
Arribo al lugar estipulado, uno de aquellos sitios para gente estirada, para aquellas personas que deberían conocer mejor la humildad y compartir sus riquezas con quienes no habían compartido su suerte y cuna de oro y plata, arribo, a donde el olor del café y los panes parecía exudar de todos lados y por cada rincón, colándose por cada poro de su tostada piel –buenos días- repitió saludando cordialmente a la gente que sentada en sus mesas le volteaban a ver –buenos días- dijo al fin llegado a la mesa donde Eudora le esperaba ya -¿tienes mucho tiempo esperando? Se supone que uno debe llegar primero- sonrio de medio lado, quizás no conociera mucho de las citas y amistades entre un hombre y una mujer más en su infancia Teva le habia criado en la rectitud de un caballero “nunca se deja esperando a una dama” ¿Una amiga era también una dama? Suponia que si y una más especial que el resto de ellas.
Besose pues su mejilla tomando lugar en la mesa, desviando la mirada alla donde el astro rey derrochaba los rios de oro y fuego los cuales, parecian otrogar vida a las flores que mecidas por el hálito parecian bailar dichosas ante la llegada de la primavera, la primera en esa ciudad -que belleza...-susuro, sublime.
¿Se estaba acaso contagiando ya de la pereza de las calles de París? ¿Del egoísmo de las personas y la falta de fe? Dios sabia bien que no era asi. Siguió su rutina matutina, se habia bañado, desayunado una pieza de pan y caminando por su jardín personal, aquel que su tío habia hecho construir para apreciar la naturaleza sin necesidad de alejarse de su morada, pues alejarse de ella implicaba también descuidar los negocios.
Avanzo por las piedras que formaban el camino hacia una lejana fuente que como cascada escurría agua cristalina de la boca de un pez en manos de un infante cubierto solo con un trozo de tela gris, gris, al igual que el resto de la estructura. Rezo el rosario pidiendo por las animas del purgatorio, aquellas olvidadas no solo en vida sino en muerte y lo rezo una segunda vez al creer que quizás su alma se estaba ennegreciendo.
Fue grato entonces saber que aquel día estaba planeado y destinado para reencontrarse con una grata compañía que París y la alta sociedad le habían hecho conocer, una joven que al igual que el habia llegado a aquella ciudad aunque causas diferentes le habían varado ahí -¡volveré al anochecer!- y su voz resonó en cada pasillo y habitación como si nadie más que el habitara en aquel inmenso condominio.
Arribo al lugar estipulado, uno de aquellos sitios para gente estirada, para aquellas personas que deberían conocer mejor la humildad y compartir sus riquezas con quienes no habían compartido su suerte y cuna de oro y plata, arribo, a donde el olor del café y los panes parecía exudar de todos lados y por cada rincón, colándose por cada poro de su tostada piel –buenos días- repitió saludando cordialmente a la gente que sentada en sus mesas le volteaban a ver –buenos días- dijo al fin llegado a la mesa donde Eudora le esperaba ya -¿tienes mucho tiempo esperando? Se supone que uno debe llegar primero- sonrio de medio lado, quizás no conociera mucho de las citas y amistades entre un hombre y una mujer más en su infancia Teva le habia criado en la rectitud de un caballero “nunca se deja esperando a una dama” ¿Una amiga era también una dama? Suponia que si y una más especial que el resto de ellas.
Besose pues su mejilla tomando lugar en la mesa, desviando la mirada alla donde el astro rey derrochaba los rios de oro y fuego los cuales, parecian otrogar vida a las flores que mecidas por el hálito parecian bailar dichosas ante la llegada de la primavera, la primera en esa ciudad -que belleza...-susuro, sublime.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
- Mensajes : 260
Fecha de inscripción : 06/02/2011
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Re: L'élégance du hérisson.
Eudora negó con la cabeza luego que Cyrille se hubo sentado frente a ella- ¿Se supone que el hombre ha de llegar primero? Entonces olvidemos por ahora esos códigos, Cyrille, no queremos que los demás te vean con malos ojos por hacerme esperar...- bromeó sonriendo levemente- No te preocupes, he llegado hace poco, además al escoger esta mesa tenemos una visión que sin dudas, entretiene, ¿no crees?
La joven se perdió primero siguiendo la vista y las palabras de él sobre lo que veían sus ojos, más luego su visión desvió hacia él, hacia ese -en un principio tímido- joven de alma y corazón noble, porque desde que había mantenido la primera conversación con él Eudora había constatado la naturaleza del joven, bastaba percatarse de su mirada y saber que un alma buena se albergaba en el interior. La mayor de las Guicciardi no se destacaba por ser de las que se hacía de amigos fáciles, generalmente el círculo de amistades y personas que la rodeaban resultaba ser un grupo selecto de caracteres y personas, pero con él las cosas habían nacido naturalmente, nada forzado, nada premeditado, simplemente había sido.
- ¿Cómo has estado? - preguntó atenta a las expresiones del chico- Voy a suponer que algo te ha mantenido muy ocupado como para no haber ido a visitarme a casa...- comentó muy resuelta la chica con una sonrisa torcida. Así era Eudora, generalmente con las personas ya cercanas a ella era muy abierta y sincera, pocas veces se guardaba pensamientos o ideas, eso le traía algunos problemas pero también algo bueno: la joven era auténtica, muy lejos de la mayoría en esa sociedad, donde las caretas abundaban, y las puñaladas por la espalda también.
- Buenos días, ¿que desean servirse? - En ese momento un joven se acercó a la mesa, libreta en mano, atento a lo que deseaban pedir.
- Para mi un té de menta, por favor... ¿Cyrille?
Una vez que hubo tomado la orden y volvieron a quedar solos Eudora volvió su atención al chico.- Quizás lo encuentres indiscreto... pero realmente quería verte, ¿sabes? Estas semanas han sido... - bajó la vista hacia la mesa, tratando de encontrar las palabras adecuadas- Necesitaba hablar contigo, nada más...- terminó por concluir la chica.
La joven se perdió primero siguiendo la vista y las palabras de él sobre lo que veían sus ojos, más luego su visión desvió hacia él, hacia ese -en un principio tímido- joven de alma y corazón noble, porque desde que había mantenido la primera conversación con él Eudora había constatado la naturaleza del joven, bastaba percatarse de su mirada y saber que un alma buena se albergaba en el interior. La mayor de las Guicciardi no se destacaba por ser de las que se hacía de amigos fáciles, generalmente el círculo de amistades y personas que la rodeaban resultaba ser un grupo selecto de caracteres y personas, pero con él las cosas habían nacido naturalmente, nada forzado, nada premeditado, simplemente había sido.
- ¿Cómo has estado? - preguntó atenta a las expresiones del chico- Voy a suponer que algo te ha mantenido muy ocupado como para no haber ido a visitarme a casa...- comentó muy resuelta la chica con una sonrisa torcida. Así era Eudora, generalmente con las personas ya cercanas a ella era muy abierta y sincera, pocas veces se guardaba pensamientos o ideas, eso le traía algunos problemas pero también algo bueno: la joven era auténtica, muy lejos de la mayoría en esa sociedad, donde las caretas abundaban, y las puñaladas por la espalda también.
- Buenos días, ¿que desean servirse? - En ese momento un joven se acercó a la mesa, libreta en mano, atento a lo que deseaban pedir.
- Para mi un té de menta, por favor... ¿Cyrille?
Una vez que hubo tomado la orden y volvieron a quedar solos Eudora volvió su atención al chico.- Quizás lo encuentres indiscreto... pero realmente quería verte, ¿sabes? Estas semanas han sido... - bajó la vista hacia la mesa, tratando de encontrar las palabras adecuadas- Necesitaba hablar contigo, nada más...- terminó por concluir la chica.
Eudora Guicciardi- Humano Clase Alta
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 03/04/2011
Re: L'élégance du hérisson.
-no solo se supone, asi debe ser nunca se ha visto que la novia espere a su marido en el altar…- quizás no habia sido el ejemplo mejor pensado pero suponía su idea quedaba clara, una mujer no aguardaba, jamás –ya lo creo, podría pasar horas observando este ventanal y que lastima que no sepa dibujar seguramente seria un cuadro fantástico- asevero con tranquilidad posando su mirada cual abeja en busca de polen en cada una de las flores del jardín, cada una como esencia y no como conjunto pues en su individualismo eran también perfectas.
-nada fuera de lo usual, lamento no ir más seguido ahora lo hare- asevero sin mencionar siquiera las horas que habia pasado rezando y los días enteros que habían transcurrido dentro de la iglesia porque decirlo en voz alta era como restarle importancia al asunto y recibida en ese instante una gratificación que no creía necesitar para proseguir con su vocación de servicio, algun día llevaría a Eudora a uno de aquellos orfanatos, o le pediría que le acompañase a orar aunque dudaba que pudiesen otorgarle dicho permiso. Quizás creerían que intentaba embalsamarla a introducirse en esa vida de religión.
-un chocolate frio porfavor- le pidió al hombre con una afable sonrisa que escapo de sus labios involuntariamente, una fugaz y perecedera que sin embargo volvería a aparecer con aquella facilidad casi agobiante.
Le observo con tangible curiosidad y por un instante deseo no haber crecido en una abadia para conocer más de eso que las personas llamaban muestras de afecto, deseo por un instante saber como abrazar y saber que decir en un momento como aquel -¿ha ocurrido algo malo?- le cuestiono en voz baja agachando el rostro para poder verle aun en aquella inusual posición ¿por qué pronto sentía la necesidad de arreglar su vida? ¿si mejoraba la de todos los demás porque no la de una amiga?
-sabes que puedes decirme cualquier cosa…- sonrio de medio lado estirando su mano hasta alcanzar la de la joven Eudora aunque el tacto duro escasos segundos.
-nada fuera de lo usual, lamento no ir más seguido ahora lo hare- asevero sin mencionar siquiera las horas que habia pasado rezando y los días enteros que habían transcurrido dentro de la iglesia porque decirlo en voz alta era como restarle importancia al asunto y recibida en ese instante una gratificación que no creía necesitar para proseguir con su vocación de servicio, algun día llevaría a Eudora a uno de aquellos orfanatos, o le pediría que le acompañase a orar aunque dudaba que pudiesen otorgarle dicho permiso. Quizás creerían que intentaba embalsamarla a introducirse en esa vida de religión.
-un chocolate frio porfavor- le pidió al hombre con una afable sonrisa que escapo de sus labios involuntariamente, una fugaz y perecedera que sin embargo volvería a aparecer con aquella facilidad casi agobiante.
Le observo con tangible curiosidad y por un instante deseo no haber crecido en una abadia para conocer más de eso que las personas llamaban muestras de afecto, deseo por un instante saber como abrazar y saber que decir en un momento como aquel -¿ha ocurrido algo malo?- le cuestiono en voz baja agachando el rostro para poder verle aun en aquella inusual posición ¿por qué pronto sentía la necesidad de arreglar su vida? ¿si mejoraba la de todos los demás porque no la de una amiga?
-sabes que puedes decirme cualquier cosa…- sonrio de medio lado estirando su mano hasta alcanzar la de la joven Eudora aunque el tacto duro escasos segundos.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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