Un rato libre

por **Gilbert Gervais** Jue Abr 14, 2011 6:57 pm

Aquel mediodía el restaurante había estado realmente concurrido y Gilbert como un buen hijo había ayudado todo lo que había podido a sus padres para atender a todos los clientes que habían acudido. Una vez quedó solo uno ya entrada la tarde su madre le había informado de que podía darse un descanso, aunque haciéndole prometer que no se escaparía como siempre y volvería pronto, porque de seguro a la noche habría también mucho trabajo. Era lo bueno y lo malo del buen tiempo, daba más trabajo porque la gente salía más, pero justo impedía que Gilbert pudiera salir justo cuando más le apetecía por la temperatura.

Pero tenía un rato libre y pensaba aprovecharlo, aunque tampoco sabía muy bien que podía hacer. Por el momento iba caminando tranquilamente por las calles parisinas enfundado en sus ajustados pantalones negros y una amplia camisa de un color azul muy claro. Sus cabellos brillaban en tonos rojo brillante por el sol que asomaba aquel día y sus ojos casi habían perdido por completo su tonalidad marrón y se mostraban con su verde más hermoso.

Iba sin fijarse demasiado en nada ni en nadie pero un escaparate de una pequeña tienda llamó su atención y se acercó al escaparate a ojear. Dentro había expuestas unas bonitas muñecas hechas a mano que lucían unos largos rizos en sus cabezas y unos vestidos con volantes en sus cuerpecitos. Que absurdo le parecía que unas simples muñecas estuvieran mejor vestidas que muchas jovencitas que veía por la calle. Las niñas de la aristocracia jugarían con unas muñecas con un precio por el que muchas familias habrían podido sobrevivir todo un año. Lanzó un suspiro. Por supuesto él sentía que no podía hacer nada pero no dejaba de fastidiarle. Y por otro lado... la verdad que la perecían realmente bonitos los vestidos llenos de color y volantes que lucían esas mujercitas en miniatura.

Al poco rato se tubo que marchar de ahí para seguir ayudando en el restaurante. Ya al anochecer cuando su trabajo de ese día había acabado por fín volvió a pasar por casualidad por el mismo lugar en el que se había parado al mediodía. Hizo lo mismo que hacía unas horas pero con un nuevo pensamiento en mente.

por **Dianne Bentrim** Sáb Abr 16, 2011 1:21 pm

A pesar de que añoraba el calor del sol, permanecí dentro del horrible burdel donde me veía obligada a vender mi cuerpo por unas míseras monedas, hasta que el sol se puso. Solo entonces me atreví a dejar aquel lúgubre edificio y a salir de caza, pues aquella noche tocaba saciar mi sed.
Valiéndome de mi capacidad para levitar, aceché a un hombre de mediana edad que precisamente acababa de salir del burdel. Tras asaltarle silenciosamente, me lo llevé a un callejón oscuro, donde pude beber su sangre sin temor a que sus gritos atrajeran la atención de los demás sobre mí, por el simple hecho de que en aquel callejón apenas si pasaba nadie, además de estar alejado de mis lugares de paso habituales.
Una vez terminada mi "cena" por llamarla de algún modo, decidí rondar un poco por la ciudad. Caminé con la cabeza baja, avergonzada un poco de mi sucio y harapiento vestido, que me señalaba como perteneciente a una clase social muy humilde. Sabía de sobras que si quería, podría tener todo cuanto quisiera, valiéndome de mis habilidades. Podría estar ahora mismo viviendo holgadamente en una hermosa mansión situada a las afueras, y con vestidos de mucha mejor calidad que el andrajo que portaba, pero ese no era mi estilo: prefería abrirme camino en la vida a base de mis esfuerzos, no por las ventajas que el destino me había dado.
En mi impreciso caminar por la ciudad, me adentré por una calle donde mis ojos se posaron en un joven que miraba absorto un escaparate. Sentí curiosidad por aquello que tan abstraído lo tenía, por lo que me acerqué, para ver que se trataba de muñecas de porcelana.
Dejé escapar un leve suspiro; cuando yo era niña había tenido algunas de ellas, en la época en la que yo cantaba en los teatros de mi Londres natal.

off: se supone que tiene que ser de noche, pues el sol me mataría.

por **Gilbert Gervais** Dom Abr 17, 2011 5:46 pm

of rol: perdona! un descuido, ya añadí un poco al final para que cuadrara.

Fijándose en cada detalle de esas pequeñas "mujercitas" le sorprendía realmente como podían cambiar los objetos dependiendo de la luz que les estuviera iluminando. Esas frágiles y hermosas muñecas que tan bonitas y coloridas habían brillado de inocencia junto a la luz solar. Ahora con el tenue reflejo de las llamas de los farolillos que alumbraban las calles nocturnas tenían un aspecto totalmente distinto. Casi parecían pintadas en un único color en distintas tonalidades: el gris, y sus rostros joviales ahora lucían siniestros y atemorizantes. Y aunque causaban una impresión tan distinta seguían teniendo un curioso efecto hipnótico sobre el pelirrojo. Pero ya fijándose en la mirada especialmente atemorizante de una de ellas un escalofrió recorrido su columna y pensó que mejor dejaba de mirarlas. Por las muñecas sentía, como con el mar, una especie de amor odio extraño.

Cuando se giró para proseguir su camino se encontró con que a su lado había una joven de rubios cabellos que también miraba las muñecas. Una mujer de aspecto tan delicado sola por las calles no era nada demasiado recomendable.

- Disculpe señorita, ¿como anda a estas horas de la noche por las calles? Podría ser peligroso.-

Claro que Gilbert no sabía, ni siquiera podía sospechar que si alguien tenía que correr peligro ahí era él y no ella.

por **Dianne Bentrim** Mar Abr 19, 2011 5:00 am

Aparté la vista de las muñecas al escuchar que aquel chico se dirigía a mí. Disimuladamente olfateé el aroma de su sangre, que hizo a mi garganta arder en llamas por la sed, a pesar de que ya había cazado hacía poco. Seguramente era aquel factor el que le salvaba, pues de encontrarme más sedienta, no habría dudado en beber su sangre.
Apretándome las manos para mantener la compostura, miré a aquel desconocido, para contestar a su pregunta.
-Muchas veces lo más peligroso es lo que parece más inofensivo, señor-dije alzando levemente las cejas, como si le estuviera cuestionando. Yo no temía a que me pasase algo por las noches en aquellos callejones, más que nada porque lo más peligroso que andaba por ellas era yo-Y así mismo le hago la misma pregunta, pues a estas horas no suele haber muchas personas decentes por las calles.

por **Gilbert Gervais** Mar Abr 26, 2011 3:47 pm

El comentario de aquel diamente sin pulir le hizo esbozar una sonrisa que dejaba entrever ligera picardía. Aquello no se lo iba a negar ya que el sabía bastante bien que hasta el más adorable de los gatitos podía esconder unas afiladas y dañinas garras.

- Bueno... quizás esté rondando estas calles a estas horas justamente porque no soy una persona decente.-

Un brillo de malicia adornó su mirada marronacea por la oscuridad.

- Quizás las apariencias de joven decente no correspondan con la realidad y esté planeando arrastrarla a cualquier rincón para atacarla.-

Su expresión maliciosa aumentó, pero tan solo fue mostrada unos instantes antes de que su rostro cambiara por completo negando con la cabeza a la par que mostraba una sonrisa y una mirada limpias.

- Disculpeme señorita, debo de haber sonado muy grosero. No quería asustarla ni amenazarla solo tenía curiosidad por su reacción.-

por **Dianne Bentrim** Lun Mayo 02, 2011 10:17 am

Durante unos instantes pareció como si aquel humano fuera a atacarme o a hacerme cualquier cosa poco agradable, por decirla de algún modo. De haber tenido lugar aquella conversación hacía 150 años, cuando no era más que una pobre mendiga humana, me habría asustado, o habría echado a correr en cuanto las palabras fueron pronunciadas. Pero ahora aquel hombre no podía inspirarme ningún temor, pues poseía ventaja sobre él, tanto en el sentido físico como en astucia se refería.
No mostré ningún gesto de temor o alarma ante sus palabras, simplemente mantuve el rostro inexpresivo, como solía hacer. Finalmente, se disculpó por sus palabras, dejando claro que en ningún momento había poseído aquellas intenciones.
-Lo cierto es que no ha sonado muy civilizado, que digamos-dije con calma-Y no negaré que ha sido grosero, pues ningún caballero que se precie le diría esas cosas a una señorita, ni aunque fuera bromeando.

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