Valko B. Hristov

por **Valko B. Hristov** Jue Mayo 05, 2011 7:43 pm

Datos básicos

• Nombre completo: Valko Bogdanovich Hristov
• Edad: diecisiete años
• Fecha de nacimiento: veintitrés de marzo del año mil setecientos ochenta y tres (doce de marzo según el calendario juliano)
• Especie: cambiaformas canino
• Nivel social: clase baja
• Lugar de Origen: Dimovo, provincia de Bulgaria, Imperio Otomano
• Ocupación: sirviente de Aurelien Fournier

Físico

Descripción física antropomórfica:

• Rasgos generales: Valko es un chico que no destaca en cuanto a su altura, sobrepasando por poco el metro setenta y cinco, aunque su complexión algo musculada, debido a su trabajo como ayudante en el taller familiar y a que una de sus funciones es ser mozo de carga para el señor Fournier. Sus manos no son especialmente grandes ni alargadas y sus pies rondan los veinte centímetros de longitud. En lo referido al vello corporal, es casi lampiño en lo referido al torso, sólo teniendo pelo en el pubis, las axilas y levemente en las piernas, algo que contrasta con sus otras dos apariencias.

• Rasgos faciales: al mirar su cara destacan, sin duda, esos dos iris de un verde azulado, bastante claro, seguidos de aquella fina nariz, la cual, si bien un poco sobresaliente, parece no desentonar en la delicada sensación que da su rostro en general. Unos labios levemente carnosos, unas pequeñas cejas y una suave piel terminan de definir su semblante. El color de su pelo es castaño, el cual peina a veces, aunque no siempre lo lleva arreglado, bien por descuido o porque éste termine descolocado.

• Vestimenta: la ropa del muchacho es bastante modesta. No tiene más que un par de pantalones, uno de un marrón oscuro y otro de uno algo más claro, y varias camisas, la mayoría blancas en su origen, pero que suelen estar manchadas en alguna parte. Como calzado no tiene más que dos pares de botas de cuero, de los cuales casi sólo usa uno. Por último, una chaquetilla y una boina completaban su armario, a excepción de varios pares de calzones, calcetines y camisetas interiores.

Descripción de las transformaciones

• Rasgos generales del canis lupus communis: la principal forma de transformación de Valko es un lobo ruso de pelaje amarronado, negro en el lomo, la parte superior de la cola, partes de las orejas y la zona anterior de sus patas delanteras. En altura supera en poco los setenta centímetros, mientras que alcanza el metro treinta de longitud. Sus ojos tienen el mismo color que en su forma humana.

Spoiler:

• Rasgos generales del canis aureus: aunque en principio Valko no lo sepa, también puede transformarse en un chacal dorado de unos ochenta centímetros de longitud y unos cuarenta de alto, con un pelaje con distintos tonos de marrón y, nuevamente, conservando los claros iris de su forma antropomórfica.

Spoiler:

• Defectos y debilidades: el muchacho no puede controlar su transformación, más que nada porque nunca se lo ha propuesto, a parte de que lo doloroso de ésta disuade cualquier idea de hacerlo. Por otro lado, la debilidad a la plata propia de los de su clase le afecta siempre y cuando esté en contacto con carne viva, es decir, una zona desollada o en la que el elemento penetre; el resultado es una fuerte quemazón que le debilita.

Psicología

• Personalidad: Valko es un chico tímido, pero sociable, con una cándida sonrisa aguardando tras sus labios y un sonrojo presto a salir ante cualquier situación algo bochornosa. Es, quizás, algo infantil, en ocasiones, pero serio cuando la situación lo requiere; sin embargo las situaciones realmente hostiles tienden a superarle y, a veces, hacerle que se bloquee, por lo que, en lo que respecta a Aurelien, tiende a evitar cualquier tipo de confrontación y a hacer caso omiso de cualquier palabra ofensiva. El chico, además, es bastante crédulo, al menos en lo que respecta a lo que dice la gente en la que tiene confianza. No tiende a ser el primero que entabla una conversación con desconocidos, debido a su falta de iniciativa, si no es para preguntar direcciones o algo que le interese en el momento. Por naturaleza no es alguien demasiado hablador, aunque a veces la situación le hace sentirse presionado y a buscar desesperadamente algún tema acerca del cual charlar, algo que quizás podría considerarse un defecto, a su parecer.

• Gustos y placeres: Valko es un chico sencillo, en buena parte porque no ha tenido acceso a deleites costosos. Le gusta la tranquilidad, aunque no se niega a la emoción, así como complacer a las personas. Ha tenido la posibilidad de ir un par de veces al teatro, cortesía del ayudante del senhor, y le ha encantado, así como siente también interés por la música, por lo que no podría haber tenido mejor patrón, al margen de su personalidad.

• Conocimientos y habilidades: el muchacho sabe, primeramente, el manejo de los instrumentos de la forja y de la orfebrería, en especial lo segundo, dado que la herrería nunca fue su fuerte. En cuanto a lenguas, el muchacho sabe hablar búlgaro, que es su lengua materna, un alemán de fuerte acento, dado la zona en la que lo aprendió, y sabe defenderse con el francés, aunque aún comete errores. No sabe tocar ningún instrumento musical aunque le gustaría. Hasta hace unos dos años atrás no sabía leer, por lo que aún es lento en lo que a esto se refiere, y sólo sabe descifrar el alfabeto latino, por lo que es incapaz de entender el búlgaro escrito, lo cual le gustaría aprender.

• Objetivos y aspiraciones: Valko es un muchacho carente de grandes objetivos, siendo estos no mucho más que agradar a Aurelien, o, más bien, no desagradarle, y rezar por el bienestar de su familia y amigos. Sin embargo, hay algo que quizás sí lograría interesarle, si no le asustase tanto el tema: encontrar el origen de su otra forma y lograr que su zvjar deje su cuerpo.

• Orientación sexual: nunca se ha cuestionado que lo natural es que un hombre sienta sana atracción por una mujer y a la inversa, dado que es con lo que ha crecido, pero también a causa de que nunca ha tenido esos sentimientos por nadie de su mismo género, aunque, realmente, tenga inclinación hacia ambos géneros. Realmente no pondría demasiadas objeciones a cualquier cosa que realmente sienta.

• Visión moral: su moral es bastante laxa, teniendo en cuenta las firmes costumbres de la época en lo que algunas cosas conciernen. No es que él cuestione cualquier norma existente ni que se dedique a romperlas, de hecho, en gran medida, parte creyendo en ellas, pero no con la suficiente fuerza como para que fuese difícil convencerle de que los caminos correctos son otros. Sin embargo, hay cosas que, quizás, no pueda ver como válidas.

• Visión acerca de Dios: ¿Cómo poder negar que hay alguien ahí arriba cuidándonos? Valko ni siquiera se cuestiona esa realidad, aunque nunca fue demasiado asiduo a asistir a la iglesia más que lo justo y necesario, por lo que el credo ortodoxo no está del todo asentado en su cabeza, con demasiadas lagunas como para ser algo tangible.

• Visión acerca de su zvjar (звяр): Valko piensa, como le dijeron, que, en su interior, habita un demonio y que, en ocasiones, toma posesión de su forma. Sin embargo, el demonio no llega a tomar el control de su voluntad. Su zvjar es su secreto mejor guardado, de hecho nadie, salvo su familia, tienen constancia de él, dado que no puede confiar en nadie respecto a eso, ya que no sabe qué reacción puede tener al estar tratando con un poseído; le aterra que alguien pueda enterarse y prefiere evitar no indagar demasiado en el tema.

Historia

La región búlgara inmediatamente al sur del Danubio se comenzaba a teñir de verde en aquel lluvioso mes de marzo del año mil setecientos ochenta y tres. Allí, en una pequeña región de la provincia otomana, encerrada entre la también provincia de Serbia y la vecina Valaquia, se encuentra la localidad de Dimovo, en donde el doce de aquel mes, según el calendario por el que los eslavos se regían, el pequeño de pelo negruzco y ojos claros, al que por nombre pusieron Valko, vio la luz del día por primera vez.

La familia de Valko llevaba varias generaciones, desde que tenían conocimiento, habitando en la zona y al padre de éste le había llegado la herencia del taller de herrería y orfebrería que llevaba existiendo desde que se tenía constancia. Su madre, Petya, también era vecina de Dimovo y terminó casándose con Bogdan después de un corto romance. El matrimonio tenía dos hijos más, Milan, el mayor, y Svetlana, que nació dos años más tarde que Valko. El muchacho pasó aquellos primeros años de su vida sin demasiados vaivenes, sólo pudiéndose describir como feliz teniendo en cuenta que no tantos niños son realmente infelices en la muy temprana edad, cuando no se dan cuenta de demasiadas cosas.

Sin embargo, no todo iba a ser sencillo para las humildes familias de aquella región al norte de los Balcanes. El dominio otomano, que ya se extendía por varios siglos, había mermado la riqueza del antiguo país que dio lugar a dos imperios y, pese a la reciente intervención rusa que terminó con la declaración de protección del imperio de los zares a todos los ortodoxos dentro del imperio Otomano, la situación no había cambiado en demasía; por el contrario, en aquella zona de Bulgaria el control del gobernador se volvió más férreo, hasta el punto de llegar a ser casi asfixiante, al menos, para el parecer del cabeza de la familia de Valko. De esta manera, Bogdan decidió emigrar fuera del imperio, donde los otomanos no supusieran una amenaza para su modesto bienestar. En junio de mil setecientos ochenta y ocho los Hristov pisaron por última vez las calles de Dimovo, abandonando el pueblo en dirección norte, hacia donde quedaban las tierras húngaras. Pasada la frontera que abría las puertas del imperio Austrohúngaro el camino que les esperaba atravesaba la región del Bánato hasta llegar al corazón del reino de Hungría, al pueblo de Soroskar, cerca de las ciudades aledañas de Pest y Buda, centro político del país. En un principio las cosas no resultaron demasiado fáciles para los extranjeros: lejos de su tierra y sin conocimiento de las lenguas que se hablaban en la zona, las perspectivas no parecían muy favorables; sin embargo, Bogdan y Milan consiguieron encontrar trabajo como peones en una obra cercana a la ciudad, lo cual les sirvió para poco más que subsistir.

El tiempo fue pasando; al cabo de un año el padre consiguió alquilar un local para ejercer su oficio nuevamente y poco a poco los Hristov comenzaron a asentarse en su nuevo hogar. Valko no era una excepción. El muchacho llegó sin saber una palabra de alemán, que era la lengua que se hablaba en la zona, pero, con ese don que tienen los niños para absorber de todo lo que sucede a su derredor, a partir de los dieciocho meses allí comenzó a relacionarse y a desenvolverse con aquella segunda lengua. El muchacho comenzó a entablar relaciones y amistades y al cabo de no demasiado parecía haber dejado atrás todo aquel pasado de las tierras del sur. Pero, cuando todo parecía mejorar para los Hristov, un pequeño percance truncó su momento de creciente felicidad. Un fantasma del pasado, un temor que hacía tanto tiempo que no hacía acto de presencia que hasta casi lo habían olvidado, se materializó transformándose en realidad. Aquella mañana, con unos diez años de edad, Valko se despertó con una sensación extraña en el cuerpo y, cuando se fue a levantar, sencillamente, no pudo. Asustado, el muchacho llamó a sus padres, pero de su boca no salieron palabras, sino gemidos que distaban de ser humanos. Sus padres fueron corriendo para comprobar con horror lo que había sucedido: el zvjar había tomado control otra vez del cuerpo de su hijo mediano.

Cuando pasaron unas horas, el muchacho recuperó su forma humana, aunque sus miembros se hallaban tremendamente adoloridos. Su madre, entonces, le contó lo que acaeció a las pocas semanas de nacer él. Al parecer Valko en un principio iba a llamarse Spas y, como todas las noches, el pequeño vástago dormía en una pequeña y sencilla cuna de madera junto a sus padres; en mitad del sueño, su madre se despertó al escuchar unos gimoteos procedentes del lecho se su hijo pequeño y, cuando fue a comprobar qué le pasaba, se encontró un pequeño cachorro de lobo. Asustada, despertó a su marido y, sin saber qué hacer, fueron a ver al sacerdote de su iglesia; una vez allí, cuando éste se encontraba consolando a Petya, el lobo volvió a ser un bebé. El sacerdote declaró que un zvjar, un demonio, había poseído a la criatura. Una serie de rituales y exorcismos parecieron haber dado resultado y haber hecho al diablo salir de su cuerpo; sin embargo, la gente comenzó a llamar al bebé Valko, que, precisamente, significa lobo.

A partir de ese momento, las conversiones del muchacho comenzaron a ser esporádicas, temporalmente espaciadas, pero sin que el chico pudiese controlarlas. Él no era más que un niño al que le habían dicho que estaba poseído; él solamente creyó a su familia. Por suerte, las veces que se transformaba en lobo solían ser durante la noche o en momentos en los que se encontraba dormido, por lo que las posibilidades de ser descubierto eran mínimas. Al margen de ese inconveniente, la vida seguía adelante y a los doce años Valko comenzó a trabajar como ayudante en el taller de herrería y orfebrería que llevaban su padre y su hermano; el resto del tiempo lo pasaba con sus amigos en el pueblo, en Buda o Pest los días de mercado o con su mejor amiga, Galina. Precisamente fue uno de aquellos días en la capital cuando la vida del muchacho volvió a dar un vuelco. Cuando se encontraba llevando un saco lleno de alhajas al mercado, donde su madre y Milan tenían instalado el puesto, un fuerte relincho de caballo le sobresaltó, proveniente de su derecha. Lo siguiente que recuerda fue un duro golpe y oscuridad. Cuando despertó, el muchacho se encontraba en una mullida cama, más cómoda y lujosa que cualquiera en las que hubiese estado en su vida. Al alzar la mirada, vio una figura en una silla de madera que le recordó lo sucedido, cómo había sido arroyado por los caballos que tiraban del carromato, y que se encontraba en la cama que el señor propietario del mismo regentaba. Sin embargo, lo que más llamó la atención al muchacho fue la propuesta que el señor le había hecho a aquel hombre transmitir: trabajar de sirviente de aquel ”monsieur”, como éste le llamaba, en su recorrido a lo largo y ancho de Europa. El muchacho no sabía qué responder, por lo que pidió un tiempo para pensarlo y hablarlo con su familia. Desde luego, la situación no fue ni mucho menos así; el carromato de aquel hombre había atropellado al chico, sí, pero, si por Aurelien Fournier hubiese sido, el Valko hubiera quedado en el barro de la calle sin mayores miramientos; fue el ayudante del senhor Fournier el que le metió dentro del carromato. En cuanto a la propuesta, ésta, obviamente, no provenía de Aurelien, pero, dado que necesitaba alguien que se encargase de los asuntos cotidianos, el ayudante aprovechó la ocasión para proponérselo. Como era de esperar, Valko aceptó y, tan pronto como el pianista abandonase Buda junto con su ayudante y la extraña pero amable mujer que siempre lo acompañaba, Anna, él se unió al séquito en su recorrido por el continente. Desde entonces, hará dos años, el muchacho ha estado a su servicio mientras iba aprendiendo determinadas cosas que estaban al alcance de su mano, así como el bien necesario francés, dado que el aquitano estaba obcecado en no hablar nada más que esa lengua o su occitano materno.

• Pertenencias dignas de mención: un sencillo colgante de plata con forma de hierro, obra de su padre, que le dio antes de marchar; no sabe el efecto que la plata tiene en sus heridas.

por **Nigel Quartermane** Vie Mayo 06, 2011 4:56 am

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