AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Regresando a casa [Emiliano Visconti]
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Regresando a casa [Emiliano Visconti]
Había dos formas de llegar a casa después de una noche de trabajo, sobretodo después de una noche que se había vuelto día y que había sido bastante pesado. Una era atravesando las calles pero ahí siempre había mucha gente a estas horas y te miraban como si fueras el Diablo en persona paseando por París a plena luz del día por el vestuario que llevabas, no me gustaba que me miraran y tampoco me gustaba esconderme de nadie. Me había puesto encima un abrigo pero había decidido que la mejor forma de llegar esta mañana a mi hogar sería atravesando la plaza. La plaza siempre estaba solitaria, con excepción de una o dos personas que pasaban por ahí pero esquivar la mirada de un par de gentes siempre era mejor que esquivar a un montón de ellas, además me gustaba sentarme en una de las bancas simplemente a ver pasar el tiempo.
El trabajo había estado mal desde un principio, mala paga, peleas con compañeras, malos clientes y uno sobretodo que había insistido en averiguar cómo era que mi piel se volvía morada si me golpeaba lo suficiente. Yo no era sumisa, no con esos tipos, podía aceptar un poco de violencia pero siempre que se pasaban de la raya tenían problemas conmigo. Se había pasado. La herida en mi labio inferior en la que todavía se notaba sangre e hinchazón lo probaba. Una lámpara, un zapato, la botella de licor que había llevado a la habitación. ¿Se creeían que era para complacer al cliente? Si es que las botellas siempre resultan ser buenas armas para defenderse. Luego vino la queja con la señora que estaba cuidando, la queja con el dueño que no estaba pero yo sabía que el dueño era Lucian. David. Lucian. Mierda. David. ¿Qué iba a hacerme si era mi amigo?, Ya creía el cliente que se iba a salir con la suya.
Caminaba arrastrando los pies habiéndome dejado el cabello suelto para evitar que la herida se viera demasiado, que el cansancio en mi rostro se notara, que alguien supiera de dónde venía, no por que me juzgaran o porque me importara lo que pensaban sino que estaba tan cansada que no tenía ganas de ponerme a defender mi situación ante nadie. Hacía calor pero el abrigo era por cubrir lo que nadie más debía ver en horas que no eran de trabajo. Podía ser ridículo que una cortesana tuviera pudor pero ahora mismo no era nada de eso, era solamente una mujer que no había dormido nada, que estaba adolorida y que quería llegar a su casa. Nada más.
De todas maneras me senté en una de las bancas, más por seguir con mi tradición que porque realmente lo quisiera, me acomodé el cabello para no parecer desquiciada y crucé los brazos frente al pecho viendo a los que pasaban si es que pasaban. Era en esos momentos cuando me preguntaba si sería capaz de dejar ese tipo de vida para empezar una nueva, y era justamente cuando me decía a mi misma una y otra vez que yo no servía para nada más.
El trabajo había estado mal desde un principio, mala paga, peleas con compañeras, malos clientes y uno sobretodo que había insistido en averiguar cómo era que mi piel se volvía morada si me golpeaba lo suficiente. Yo no era sumisa, no con esos tipos, podía aceptar un poco de violencia pero siempre que se pasaban de la raya tenían problemas conmigo. Se había pasado. La herida en mi labio inferior en la que todavía se notaba sangre e hinchazón lo probaba. Una lámpara, un zapato, la botella de licor que había llevado a la habitación. ¿Se creeían que era para complacer al cliente? Si es que las botellas siempre resultan ser buenas armas para defenderse. Luego vino la queja con la señora que estaba cuidando, la queja con el dueño que no estaba pero yo sabía que el dueño era Lucian. David. Lucian. Mierda. David. ¿Qué iba a hacerme si era mi amigo?, Ya creía el cliente que se iba a salir con la suya.
Caminaba arrastrando los pies habiéndome dejado el cabello suelto para evitar que la herida se viera demasiado, que el cansancio en mi rostro se notara, que alguien supiera de dónde venía, no por que me juzgaran o porque me importara lo que pensaban sino que estaba tan cansada que no tenía ganas de ponerme a defender mi situación ante nadie. Hacía calor pero el abrigo era por cubrir lo que nadie más debía ver en horas que no eran de trabajo. Podía ser ridículo que una cortesana tuviera pudor pero ahora mismo no era nada de eso, era solamente una mujer que no había dormido nada, que estaba adolorida y que quería llegar a su casa. Nada más.
De todas maneras me senté en una de las bancas, más por seguir con mi tradición que porque realmente lo quisiera, me acomodé el cabello para no parecer desquiciada y crucé los brazos frente al pecho viendo a los que pasaban si es que pasaban. Era en esos momentos cuando me preguntaba si sería capaz de dejar ese tipo de vida para empezar una nueva, y era justamente cuando me decía a mi misma una y otra vez que yo no servía para nada más.
Magnolia Velvet- Mensajes : 575
Fecha de inscripción : 17/01/2011
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Re: Regresando a casa [Emiliano Visconti]
Lo había dejado todo. Pero no eran sus sueños, eran los de sus padres, los que le habían impuesto y que el había aceptado a cambio de una supuesta redención por todos sus pecados cometidos anteriormente. No había tal redención, por que simplemente y justo ahora consideraba que no había tales pecados. Después de hora de meditación, de autoconvencerse a si mismo de la situación, había llegado a la conclusión de que no seguiría con ese teatro, haciéndose el religioso, siguiendo pasos que no cumpliría, que tarde o temprano abandonaría o simplemente no llevaría a cabo de manera correcta. No podía echar por la borda su juventud, su vida entera, no en algo que no sentía, que no era su vocación, en algo que no significaba su nombre al pronunciarlo. Bastaron veinte minutos para que en un momento de fuertes impulsos saliera huyendo de la iglesia, a donde no pensaba regresar, aun cuando todas sus pertenencias aun siguieran ahí. Estaba seguro que le buscarían y eso no le importaba, no regresaría de todos modos, lo único que ahora le robaba el sueño era la idea de no saber donde pasaría la noche. No tenia un hogar, conocía gente pero la suficiente, ni a nadie que fuera capaz de alojarlo durante un tiempo en lo que el decidía cual seria su futuro. La única opción era Jazhara, una niña gitana de la que se había hecho muy buen amigo, pero era una niña, muy apenas podía mantenerse a ella misma, no podía sumarle mas problemas de los que ella ya tenia.
Abrazo sus brazos al torso cuando empezó a deambular por las calles de la ciudad, a pesar de ser primavera estaba un poco frío el clima, pero el había olvidado llevar consigo alguna prenda gruesa. Jamás en su vida se había sentido tan solo y desamparado, incluso por Dios, ese al que se suponía que serviría el resto de su vida, aunque pensándolo bien, quizás era alguna especie de venganza divina. Luego de andar de aquí a allá sin rumbo fijo, sintió como sus pies se agotaban y necesito un poco de descanso, el cual encontró en una banca sola que estaba situada en la plaza. No había gente ahí a excepción de un par de personas que pasaban a lo lejos y una chica que se encontraba sentada en la banca de enseguida, cubierta por un abrigo, con el cabello cubriéndole el rostro.
- Disculpe… - Le llamo con cautela, sin despegar sus manos de alrededor del torso, tiritando un poco a causa del frío que parecía arreciar conforme transcurrían los minutos. – ¿De casualidad tendrá un cigarrillo?, por favor, digame que fuma. – Pidió con aire un poco agraciado, el tabaco era su única esperanza de apaciguar sus nervios y el fresco que empezaba a calarle en los huesos.
Abrazo sus brazos al torso cuando empezó a deambular por las calles de la ciudad, a pesar de ser primavera estaba un poco frío el clima, pero el había olvidado llevar consigo alguna prenda gruesa. Jamás en su vida se había sentido tan solo y desamparado, incluso por Dios, ese al que se suponía que serviría el resto de su vida, aunque pensándolo bien, quizás era alguna especie de venganza divina. Luego de andar de aquí a allá sin rumbo fijo, sintió como sus pies se agotaban y necesito un poco de descanso, el cual encontró en una banca sola que estaba situada en la plaza. No había gente ahí a excepción de un par de personas que pasaban a lo lejos y una chica que se encontraba sentada en la banca de enseguida, cubierta por un abrigo, con el cabello cubriéndole el rostro.
- Disculpe… - Le llamo con cautela, sin despegar sus manos de alrededor del torso, tiritando un poco a causa del frío que parecía arreciar conforme transcurrían los minutos. – ¿De casualidad tendrá un cigarrillo?, por favor, digame que fuma. – Pidió con aire un poco agraciado, el tabaco era su única esperanza de apaciguar sus nervios y el fresco que empezaba a calarle en los huesos.
Última edición por Emiliano Visconti el Jue Jun 23, 2011 5:02 am, editado 1 vez
Invitado- Invitado
Re: Regresando a casa [Emiliano Visconti]
¿Habían pasado minutos?, ¿Horas?, no lo tenía demasiado claro porque había dejado de vivir en la realidad para elevarme en el único mundo que era sólo para mi, un mundo en el que no necesitaba dinero y sobretodo, no necesitaba acostarme con nadie para conseguirlo. En ese mundo podía ser una bailarina, podía ser una chica que no necesitaba más que organizar fiestas y verse bonita para sobrevivir, donde todo el mundo esperaba eso de ella, podía llamarme como quisiera, podía hacer lo que quisiera y nada tenía consecuencias. Apenas me movía de la posición en la que me había sentado cuando había llegado a la plaza, los ojos fijos, mirando sin mirar algún punto fijo en el suelo del lugar, apenas sintiendo el viento que me despeinaba el cabello, llevándolo hacia mi rostro donde las puntas golpeaban haciéndome cosquillas, apenas mirando a la gente que me dedicaba miradas extrañas, apenas oliendo las flores que elevaban sus aromas en el aire, apenas escuchando todos los ruidos que componían ese día la sinfonía representada.
Una voz se escuchó lejana pero la parte racional de mi cerebro, la que me pedía que siguiera respirando y que repetía constantemente en volumen bajo que estábamos en la vía pública y que tarde o temprano tendríamos que levantarnos para irnos a casa, me dijo que la voz no era parte de mi sueño. Mis ojos parpadearon rompiendo la fina pared que había yo construido en segundos y que separaba un mundo del otro apenas por una membrana transparente difícil de percibir y tan fácil de atravesar sin darse uno cuenta. Enfoqué los ojos en el rostro de mi interlocutor sintiendo de pronto muchas cosas, principalmente vergüenza. ¿De qué? De estar sin oficio ni beneficio sentada en esa banca del parque, de dejar que el viento me despeinara tanto, de tener una herida en el labio que en cuanto me peinara un poco descubriría, de no tener un cigarrillo.
Su pregunta me tomó por sorpresa. Yo no fumaba, no era una chica de vicios pero aún así, palpé mis bolsillos en busca de una cajetilla imaginaria que sabía nunca encontraría. Una parte de mi debía estar todavía en ese otro mundo, pensando que todo sería tan fácil como desear tener un cigarrillo para que apareciera en uno de los bolsillos del abrigo. Negué antes de siquiera terminar de palpar por encima de la tela sintiéndome bastante inútil. Casi me preguntaba porqué era que nunca me había interesado fumar, porqué cuando cumplí quince años no hubiera decidido que fumaría para acentuar mi misterio, porqué no cargaba con un cigarrillo si acaso un cliente me lo pedía. -Lo siento, no fumo- Me sentí cruel, ¿porqué? Porque después de quitarme el cabello del rostro, más por vanidad que porque me molestara, sin importarme la herida del labio y haberlo visto bien, hubiera dicho cualquier cosa con tal de quitarle esa expresión de angustia de su rostro. Su petición había sido casi un ruego y ¿Con qué cara podía decirle que yo no tenía un cigarrillo? Miré hacia la gente que pasaba y luego al chico que tiritaba de frío mientras yo estaba cubierta por un abrigo que sentía que me agobiaba. No sabía qué hacer, si ir a pedir un cigarrillo por ahí, si quitarme el abrigo para que se cubriera aun sabiendo que la vestimenta que traía debajo no era precisamente para una mañana tan... recatada.
-Dame un segundo...- Me levanté de la banca para deshacerme del abrigo haciendo el amago de hacerlo y frenándome de pronto. Caminé un paso hacia un señor que pasaba justamente con un cigarrillo encendido entre los labios para poner la mejor sonrisa que tenía en ese momento y pedirle uno más que no me negó. No supe si había visto lo que el abrigo escondía y que había sido develado por el hecho de que me había desabrochado un botón, no sé si vio mi sonrisa que lo había cautivado, si era una buena persona o si simplemente me veía demasiado desesperada para obtener un "no" como respuesta. Iba a encenderlo y lo puse entre mis labios sin tener idea de qué se hacía para encenderlo. ¿Jalar aire? Al momento de sentir el humo en mis pulmones, demasiado dentro de mí me retiré el cigarrillo de los labios escuchando la risa del hombre y mis toses mientras hacía un gesto con la mano para darle a entender que estaba bien. Ojos cerrados, pulmones convulsionándose mientras trataban de jalar aire, garganta que picaba, torso que se doblaba. Duró unos segundos que parecieron eternidades pero al final pude abrir los ojos llorosos y regresar a donde estaba el joven entregándole el cigarrillo. ¿Qué me había llevado a hacer semejante cosa? No tenía idea.
Le dediqué otra mirada, una que otra tos y una media sonrisa. -Te estás congelando... va a hacerte daño- Podría compartir mi abrigo, después de todo mi casa estaba cerca y no me congelaría en el camino. Dediqué un pensamiento a todas las personas que fumaban en el mundo y jalé aire profundamente antes de volver a sentarme en la banca notando su cara llena de preocupación. -¿Estás bien?- Ya dije que hubiera dicho cualquier cosa por quitarle esa expresión del rostro, pero al verlo más de cerca, habría hecho también cualquier cosa si con ello lo hubiera hecho sentir mejor.
Una voz se escuchó lejana pero la parte racional de mi cerebro, la que me pedía que siguiera respirando y que repetía constantemente en volumen bajo que estábamos en la vía pública y que tarde o temprano tendríamos que levantarnos para irnos a casa, me dijo que la voz no era parte de mi sueño. Mis ojos parpadearon rompiendo la fina pared que había yo construido en segundos y que separaba un mundo del otro apenas por una membrana transparente difícil de percibir y tan fácil de atravesar sin darse uno cuenta. Enfoqué los ojos en el rostro de mi interlocutor sintiendo de pronto muchas cosas, principalmente vergüenza. ¿De qué? De estar sin oficio ni beneficio sentada en esa banca del parque, de dejar que el viento me despeinara tanto, de tener una herida en el labio que en cuanto me peinara un poco descubriría, de no tener un cigarrillo.
Su pregunta me tomó por sorpresa. Yo no fumaba, no era una chica de vicios pero aún así, palpé mis bolsillos en busca de una cajetilla imaginaria que sabía nunca encontraría. Una parte de mi debía estar todavía en ese otro mundo, pensando que todo sería tan fácil como desear tener un cigarrillo para que apareciera en uno de los bolsillos del abrigo. Negué antes de siquiera terminar de palpar por encima de la tela sintiéndome bastante inútil. Casi me preguntaba porqué era que nunca me había interesado fumar, porqué cuando cumplí quince años no hubiera decidido que fumaría para acentuar mi misterio, porqué no cargaba con un cigarrillo si acaso un cliente me lo pedía. -Lo siento, no fumo- Me sentí cruel, ¿porqué? Porque después de quitarme el cabello del rostro, más por vanidad que porque me molestara, sin importarme la herida del labio y haberlo visto bien, hubiera dicho cualquier cosa con tal de quitarle esa expresión de angustia de su rostro. Su petición había sido casi un ruego y ¿Con qué cara podía decirle que yo no tenía un cigarrillo? Miré hacia la gente que pasaba y luego al chico que tiritaba de frío mientras yo estaba cubierta por un abrigo que sentía que me agobiaba. No sabía qué hacer, si ir a pedir un cigarrillo por ahí, si quitarme el abrigo para que se cubriera aun sabiendo que la vestimenta que traía debajo no era precisamente para una mañana tan... recatada.
-Dame un segundo...- Me levanté de la banca para deshacerme del abrigo haciendo el amago de hacerlo y frenándome de pronto. Caminé un paso hacia un señor que pasaba justamente con un cigarrillo encendido entre los labios para poner la mejor sonrisa que tenía en ese momento y pedirle uno más que no me negó. No supe si había visto lo que el abrigo escondía y que había sido develado por el hecho de que me había desabrochado un botón, no sé si vio mi sonrisa que lo había cautivado, si era una buena persona o si simplemente me veía demasiado desesperada para obtener un "no" como respuesta. Iba a encenderlo y lo puse entre mis labios sin tener idea de qué se hacía para encenderlo. ¿Jalar aire? Al momento de sentir el humo en mis pulmones, demasiado dentro de mí me retiré el cigarrillo de los labios escuchando la risa del hombre y mis toses mientras hacía un gesto con la mano para darle a entender que estaba bien. Ojos cerrados, pulmones convulsionándose mientras trataban de jalar aire, garganta que picaba, torso que se doblaba. Duró unos segundos que parecieron eternidades pero al final pude abrir los ojos llorosos y regresar a donde estaba el joven entregándole el cigarrillo. ¿Qué me había llevado a hacer semejante cosa? No tenía idea.
Le dediqué otra mirada, una que otra tos y una media sonrisa. -Te estás congelando... va a hacerte daño- Podría compartir mi abrigo, después de todo mi casa estaba cerca y no me congelaría en el camino. Dediqué un pensamiento a todas las personas que fumaban en el mundo y jalé aire profundamente antes de volver a sentarme en la banca notando su cara llena de preocupación. -¿Estás bien?- Ya dije que hubiera dicho cualquier cosa por quitarle esa expresión del rostro, pero al verlo más de cerca, habría hecho también cualquier cosa si con ello lo hubiera hecho sentir mejor.
Magnolia Velvet- Mensajes : 575
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Re: Regresando a casa [Emiliano Visconti]
Sintió un pesar inmenso en su interior al ver la negativa de la muchacha ante su petición del cigarrillo. No era cuestión de vicio (aunque si lo tenia bien arraigado, para que negarlo), era cuestión de sentirse un poco mas calido y no solo físicamente. Necesitaba algo para calmarse, para pensar con detenimiento que es lo que haría de ahora en adelante, que rumbo tomaría su vida y todo eso solo podía hacerlo con un cigarrillo en la boca. Estuvo a punto de agradecerle de todos modos la intención a la joven, pero en ese instante ella le pidió que esperase. La vio despojarse de su abrigo y dejar al descubierto la vestimenta poco pudorosa que llevaba debajo, misma que dejaba poco a la imaginación de quien la viese y que le hacia recordar a esas mujeres que el ya conocía, a las prostitutas. Pero no iba a juzgarla sin saber antes nada de ella, aunque la verdad es que no había que ser tonto para darse cuenta de ello, ninguna mujer en esa época vestía de ese modo, a menos de que se dedicara a la “vida galante” como solían llamarle comúnmente.
Emiliano se quedo pasmado al ver lo que esa mujer acababa de hacer por el, no era un simple cigarrillo, ella había hecho mas de lo que sus propios padres o familia habían hecho o harían por el. Dudoso tomo el cigarrillo de entre sus manos y lo coloco en su boca, dándole la primera calada, dejando escapar el humo y sintiendo al instante la calidez por la cual tanto había rogado, calidez emocional, no física ya que aun seguía tiritando por el frío. – Gracias… - Pronuncio finalmente aun completamente sorprendido de que una total desconocida actuara así con alguien que era igualmente desconocido para ella. – Estaré bien… - Le aseguro sin creérselo mucho el mismo, pero era obvio que no se pondría a perturbarla con sus historias desgraciadas. Ella tampoco lucia muy bien que digamos y la herida en el labio le llamaba la atención, lo llenaba de curiosidad y de ganas por preguntarle que era lo que le había ocurrido. – ¿Por qué hiciste eso?, lo del cigarro… - Quiso saber, aunque estaba seguro de que no habría una respuesta lo suficientemente coherente o sensata de parte de la chica, nada podía hacerle entender que hubiera hecho algo como eso, a menos de que fuese una chica extremadamente amable con todo el mundo.
– Es increíble el poder que tienen las mujeres sobre nosotros los hombres, si yo me hubiera acercado a ese hombre a pedirle un cigarrillo me habría dado una patada en el trasero. – Dio una nueva calada al cigarro y dejo escapar el humo hacia el lado opuesto para evitar echárselo en el rostro a la joven. – ¿Qué fue lo que te paso en el labio? – Finalmente lanzo el cuestionamiento al aire, después de todo, el que el lo preguntara no garantizaba que ella tuviese que responder. – Si me lo dices…te diré lo que me pasa. – Aseguro como dando por hecho que a ella le interesaría su historia, que era un buen trueque entre ambos. Quizás en parte lo hacia por que algo le decía que aquel había sido un golpe propiciado por alguien mas y no una simple caída, tal vez alguien la estaba golpeando y por eso se veía igualmente afligida y ausente, quizás Emiliano no era el único que necesitaba ayuda. No hubo respuesta rápida de su parte o quizás el se vio un poco ansioso, así que decidió ser el el primero en confesar. – Esta bien, lo diré yo primero, quizás así te animes. Se supone que soy un seminarista, que dentro de un año estaría graduándome como sacerdote. Pero escape, no tengo a donde ir, no se que diablos hare con mi vida, pero no pienso volver ahí por nada del mundo. – Dirigió su mirada hacia el frente, fumando el resto de su cigarrillo, hasta que este se consumió por completo. Sintió la mirada de la chica sobre el. – Lo sé, debes estar pensando que tengo la apariencia de todo, menos de un futuro sacerdote y estas en lo correcto. ¿Y tu?, ¿cual es tu historia? – Cuestiono volviendo su rostro una vez mas hacia ella, saber un poco mas de esa desconocida que había hecho algo por el sin alguna intención de por medio, era bastante alentador.
Emiliano se quedo pasmado al ver lo que esa mujer acababa de hacer por el, no era un simple cigarrillo, ella había hecho mas de lo que sus propios padres o familia habían hecho o harían por el. Dudoso tomo el cigarrillo de entre sus manos y lo coloco en su boca, dándole la primera calada, dejando escapar el humo y sintiendo al instante la calidez por la cual tanto había rogado, calidez emocional, no física ya que aun seguía tiritando por el frío. – Gracias… - Pronuncio finalmente aun completamente sorprendido de que una total desconocida actuara así con alguien que era igualmente desconocido para ella. – Estaré bien… - Le aseguro sin creérselo mucho el mismo, pero era obvio que no se pondría a perturbarla con sus historias desgraciadas. Ella tampoco lucia muy bien que digamos y la herida en el labio le llamaba la atención, lo llenaba de curiosidad y de ganas por preguntarle que era lo que le había ocurrido. – ¿Por qué hiciste eso?, lo del cigarro… - Quiso saber, aunque estaba seguro de que no habría una respuesta lo suficientemente coherente o sensata de parte de la chica, nada podía hacerle entender que hubiera hecho algo como eso, a menos de que fuese una chica extremadamente amable con todo el mundo.
– Es increíble el poder que tienen las mujeres sobre nosotros los hombres, si yo me hubiera acercado a ese hombre a pedirle un cigarrillo me habría dado una patada en el trasero. – Dio una nueva calada al cigarro y dejo escapar el humo hacia el lado opuesto para evitar echárselo en el rostro a la joven. – ¿Qué fue lo que te paso en el labio? – Finalmente lanzo el cuestionamiento al aire, después de todo, el que el lo preguntara no garantizaba que ella tuviese que responder. – Si me lo dices…te diré lo que me pasa. – Aseguro como dando por hecho que a ella le interesaría su historia, que era un buen trueque entre ambos. Quizás en parte lo hacia por que algo le decía que aquel había sido un golpe propiciado por alguien mas y no una simple caída, tal vez alguien la estaba golpeando y por eso se veía igualmente afligida y ausente, quizás Emiliano no era el único que necesitaba ayuda. No hubo respuesta rápida de su parte o quizás el se vio un poco ansioso, así que decidió ser el el primero en confesar. – Esta bien, lo diré yo primero, quizás así te animes. Se supone que soy un seminarista, que dentro de un año estaría graduándome como sacerdote. Pero escape, no tengo a donde ir, no se que diablos hare con mi vida, pero no pienso volver ahí por nada del mundo. – Dirigió su mirada hacia el frente, fumando el resto de su cigarrillo, hasta que este se consumió por completo. Sintió la mirada de la chica sobre el. – Lo sé, debes estar pensando que tengo la apariencia de todo, menos de un futuro sacerdote y estas en lo correcto. ¿Y tu?, ¿cual es tu historia? – Cuestiono volviendo su rostro una vez mas hacia ella, saber un poco mas de esa desconocida que había hecho algo por el sin alguna intención de por medio, era bastante alentador.
Invitado- Invitado
Re: Regresando a casa [Emiliano Visconti]
Estaría bien, ya conocía yo esa respuesta, la misma que cualquiera te da cuando en realidad no tiene ni idea y dices que estarás bien porque es lo que tu mismo quieres creer, lo que tu esperas que suceda porque aunque el corazón se te esté encogiendo en un puño, aunque el alma te sangre y no estés muy seguro de que puedas sobrevivir otro día, el mero hecho de decir "estaré bien" es un rayito de esperanza que baña las heridas y te hace no tener miedo, o al menos atenuar el que te atenaza las entrañas. Estiré una de mis manos para tomar el abrigo y caminé alrededor de él hasta dejar mi abrigo sobre sus hombros, cubriéndole la espalda y posando mis manos sobre la tela para sacudir un poco hacia los lados y luego volver a mi lugar sobre la banca, sentándome otra vez y fijando la mirada en él sólo para encontrarme con la pregunta que me hacía. La misma pregunta que yo me había hecho y que no había logrado contestar ni siquiera dentro de mi mente. Busqué alguna contestación que pudiera sonar a que tenía algún tipo de idea de lo que acababa de hacer tan sólo atinando a encogerme de hombros. No era una contestación válida, ni inteligente, tampoco coherente pero era lo que tenía, era la más pura verdad convertida en un gesto.
Tuve que reír por las siguientes palabras que salieron de sus labios. Estaba totalmente de acuerdo con que una mujer tenía muchas armas en sus manos para utilizar en contra de los hombres y conseguir lo que fuera, pero en mi caso, había influido demasiado el hecho de que llevara mi vestimenta de trabajo debajo del abrigo. -No creo que haya sido precisamente un gesto de amabilidad hacia una dama- Era verdad. Había visto la mirada que había hecho a mi vestido, a la parte superior de mis pechos que sobresalían por encima del escote gracias al corsé que llevaba puesto, si hubiera podido, habría pedido algo a cambio por el cilindro lleno de tabaco que me había regalado. De hecho ahora que lo pensaba, no sabía porqué no había pedido un pago por ello, tal vez por el hecho de que había visto con quién hablaba. Prostituta con cliente. Supongo que hasta entre la clase más baja hay honor entre nosotros.
Un segundo después, otra pregunta que no quería contestar. El labio. Me llevé una mano instintivamente al lugar sintiéndolo inflamado y la sangre seca adornando la herida, debía verse tan sensual. Iba a contestarle cualquier cosa que se me ocurriera, me caí, me mordí, me golpeé con la puerta, de todas formas no había manera de que supiera si había sido cierto o no pero justo antes de mentirle con todos los dientes propuso un trueque de información. No mentiré, me parecía bastante curioso que un chico como él vagara por la calle sin un abrigo y sin poder comprar un cigarrillo, y una parte de mi quería saber qué lo había llevado a esa situación. Porque si bien no parecía un chico adinerado, tampoco parecía un pordiosero, ¿Pero qué iba a saber yo?. Otra parte de mi sabía que no tenía derecho a preguntar, como la mujer que era y que realizaba el oficio más antiguo del mundo, me habían enseñado que no debía enterarme de nada más que los gustos en la cama del hombre en cuestión. Y él ni siquiera era mi cliente, pero ahora que proponía que nos contáramos nuestras historias pensé que no sería tan malo, que al menos podría saber qué le acontecía al hombre que iba a quedarse con mi abrigo. El parecía necesitarlo mucho más que yo y yo estaba cerca de mi casa.
Iba a aceptar su propuesta cuando empezó a hablar de nuevo haciéndome reír, parecía que hubiera leído mi mente y supiera que de todas maneras iba a aceptar la propuesta. ¿Qué podía pasar? Decirle que un cliente me había pegado porque es le excitaba no era precisamente contarle mi vida entera. Escuché atentamente lo que tenía que decirme sorprendiéndome por la respuesta. ¿Un seminarista?, ¿Pero no era eso un joven que estudiaba para ser...? ¡Sacerdote! Yo no había sido muy devota desde que había vendido mi virginidad pero esperaba que el pecado no se contagiara porque si yo ya me iba a ir al infierno cuando muriera, probablemente el contagiar a un "soldado del Señor" o como quisieran llamarse era un pecado como para asegurar mi lugar en el averno. Me llevé una mano a la frente a punto de hablar pero parecía reacio a dejarme contestar porque inmediatamente después preguntó por mi historia. Me quedé trabada pensando en que mi historia no era ni un poco interesante a comparación de la suya pero aún así decidí contársela. Habíamos hecho un trato. No con palabras pero valía de igual modo.
-Tu debes estar pensando que tengo justamente la apariencia de lo que soy... mi historia...- Me encogí de hombros pasando mi lengua por encima de la herida. -Fue una noche realmente pesada... uno de esos días en que hubiera sido mejor quedarte en tu casa... pero cuando uno necesita la plata, hay que trabajar. El último cliente creyó que por el dinero que iba a pagarme podía hacerme lo que quisiera, incluyendo golpearme- Hice un gesto con mi mano para que se sentara a mi lado en la banca si quería, si creía que se contagiaría, mejor que se quedara alejado de mi, yo tenía pecado en el cuerpo como para regalarlo, olía a pecado. -Pero si crees que esto se ve mal, debiste haber visto cómo salió él del burdel- Porque si. Le había estrellado una botella en la cabeza antes de que se pusiera más impertinente y me dejara hecha un guiñapo. -Ya sabes... problemas con la madame, con el dueño, con el cliente... después de una mala noche regresaba a mi casa- En realidad no era nada del otro mundo. Me había mosqueado que me tuvieran ahí hasta el amanecer intentando que le pidiera una disculpa pero la disculpa no salió de mis labios y por fin me habían dejado ir. Suficiente con perder la paga de ese último encuentro. Dirigí la mirada hacia él esbozando una débil sonrisa. -¿Porqué te escapaste? No. Déjame adivinar... estás enamorado de una jovencita adorable que te espera todas las noches en su balcón.- Me quedé en suspenso. La clásica historia de amor imposible que se leía en las novelas románticas, una de esas historias que cada mujer añoraba, esperando a su príncipe, su final feliz. Incluída yo. -¿No tienes dónde pasar la noche? Ahí estaba de nuevo, la necesidad de hacerlo sentir mejor aunque fuera por un solo momento. Aunque fuera por un segundo.
Tuve que reír por las siguientes palabras que salieron de sus labios. Estaba totalmente de acuerdo con que una mujer tenía muchas armas en sus manos para utilizar en contra de los hombres y conseguir lo que fuera, pero en mi caso, había influido demasiado el hecho de que llevara mi vestimenta de trabajo debajo del abrigo. -No creo que haya sido precisamente un gesto de amabilidad hacia una dama- Era verdad. Había visto la mirada que había hecho a mi vestido, a la parte superior de mis pechos que sobresalían por encima del escote gracias al corsé que llevaba puesto, si hubiera podido, habría pedido algo a cambio por el cilindro lleno de tabaco que me había regalado. De hecho ahora que lo pensaba, no sabía porqué no había pedido un pago por ello, tal vez por el hecho de que había visto con quién hablaba. Prostituta con cliente. Supongo que hasta entre la clase más baja hay honor entre nosotros.
Un segundo después, otra pregunta que no quería contestar. El labio. Me llevé una mano instintivamente al lugar sintiéndolo inflamado y la sangre seca adornando la herida, debía verse tan sensual. Iba a contestarle cualquier cosa que se me ocurriera, me caí, me mordí, me golpeé con la puerta, de todas formas no había manera de que supiera si había sido cierto o no pero justo antes de mentirle con todos los dientes propuso un trueque de información. No mentiré, me parecía bastante curioso que un chico como él vagara por la calle sin un abrigo y sin poder comprar un cigarrillo, y una parte de mi quería saber qué lo había llevado a esa situación. Porque si bien no parecía un chico adinerado, tampoco parecía un pordiosero, ¿Pero qué iba a saber yo?. Otra parte de mi sabía que no tenía derecho a preguntar, como la mujer que era y que realizaba el oficio más antiguo del mundo, me habían enseñado que no debía enterarme de nada más que los gustos en la cama del hombre en cuestión. Y él ni siquiera era mi cliente, pero ahora que proponía que nos contáramos nuestras historias pensé que no sería tan malo, que al menos podría saber qué le acontecía al hombre que iba a quedarse con mi abrigo. El parecía necesitarlo mucho más que yo y yo estaba cerca de mi casa.
Iba a aceptar su propuesta cuando empezó a hablar de nuevo haciéndome reír, parecía que hubiera leído mi mente y supiera que de todas maneras iba a aceptar la propuesta. ¿Qué podía pasar? Decirle que un cliente me había pegado porque es le excitaba no era precisamente contarle mi vida entera. Escuché atentamente lo que tenía que decirme sorprendiéndome por la respuesta. ¿Un seminarista?, ¿Pero no era eso un joven que estudiaba para ser...? ¡Sacerdote! Yo no había sido muy devota desde que había vendido mi virginidad pero esperaba que el pecado no se contagiara porque si yo ya me iba a ir al infierno cuando muriera, probablemente el contagiar a un "soldado del Señor" o como quisieran llamarse era un pecado como para asegurar mi lugar en el averno. Me llevé una mano a la frente a punto de hablar pero parecía reacio a dejarme contestar porque inmediatamente después preguntó por mi historia. Me quedé trabada pensando en que mi historia no era ni un poco interesante a comparación de la suya pero aún así decidí contársela. Habíamos hecho un trato. No con palabras pero valía de igual modo.
-Tu debes estar pensando que tengo justamente la apariencia de lo que soy... mi historia...- Me encogí de hombros pasando mi lengua por encima de la herida. -Fue una noche realmente pesada... uno de esos días en que hubiera sido mejor quedarte en tu casa... pero cuando uno necesita la plata, hay que trabajar. El último cliente creyó que por el dinero que iba a pagarme podía hacerme lo que quisiera, incluyendo golpearme- Hice un gesto con mi mano para que se sentara a mi lado en la banca si quería, si creía que se contagiaría, mejor que se quedara alejado de mi, yo tenía pecado en el cuerpo como para regalarlo, olía a pecado. -Pero si crees que esto se ve mal, debiste haber visto cómo salió él del burdel- Porque si. Le había estrellado una botella en la cabeza antes de que se pusiera más impertinente y me dejara hecha un guiñapo. -Ya sabes... problemas con la madame, con el dueño, con el cliente... después de una mala noche regresaba a mi casa- En realidad no era nada del otro mundo. Me había mosqueado que me tuvieran ahí hasta el amanecer intentando que le pidiera una disculpa pero la disculpa no salió de mis labios y por fin me habían dejado ir. Suficiente con perder la paga de ese último encuentro. Dirigí la mirada hacia él esbozando una débil sonrisa. -¿Porqué te escapaste? No. Déjame adivinar... estás enamorado de una jovencita adorable que te espera todas las noches en su balcón.- Me quedé en suspenso. La clásica historia de amor imposible que se leía en las novelas románticas, una de esas historias que cada mujer añoraba, esperando a su príncipe, su final feliz. Incluída yo. -¿No tienes dónde pasar la noche? Ahí estaba de nuevo, la necesidad de hacerlo sentir mejor aunque fuera por un solo momento. Aunque fuera por un segundo.
Magnolia Velvet- Mensajes : 575
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