Wilhelmina Brince

Creció en un pequeño poblado, muy cerca de las afueras de Gales, con la única compañía de su madre.
Desde muy temprana edad comprendió la poca valides que tenia una mujer sin marido, y la manera en que el sexo opuesto reprimía al sexo “débil”. Su madre trataba, día con día, de sacarla adelante sin tener que caer en la necesidad de usar su cuerpo de manera impúdica para poder mantenerla. Trabajaba en el campo, sembrando, cultivando y cosechando cebada y otros granos para un extranjero que tenia una hacienda en aquel pueblecillo; Su madre trabajaba de sol a sol, recibiendo una mala paga y sufriendo acosos por parte de su jefe. Pero aun así, ni con todo el mundo en su contra, se dejo amedrentar o asustar, ella cuidaba de su pequeña hija a como podía, contando con la ayuda de una de las vecinas que la vigilaba mientras ella no podía.
A Wilhelmina nunca le faltó el cariño ni el amor, su madre se desvivía por ella, por verla sonreír, por darle lo que necesitaba; no vestía ropa lujosa, pero tampoco andaba con andrajos, recibía sus 3 comidas diarias y tenia algunos cuantos juguetes. No asistía a la escuela, pues no admitían niñas, pero como el hijo de su vecina si, se quedaba cerca de él cuando estudiaba e intentaba aprender algo por su cuenta, aprendiendo así a leer y a escribir a la edad de 14 años.

Con el tiempo, al crecer, se fue formando como una mujer; su cuerpo había cambiado lo suficiente como para empezar a recibir proposiciones de matrimonio, contaba solo con 15 años y la mayoría de sus amigas ya tenían marido ¿Por qué ella no? Simplemente no deseaba, no quería un hombre que la maltratara, le dijera que hacer. No quería que su única validez ante la sociedad fuera esa, no quería estar atada. Así que, a los 16 años, cuando una pulmonía mal tratada terminó por matar a la única persona que amaba en el mundo, huyó de gran bretaña a recorrer Europa.

Sabía que en un mundo dominado por machos, ella no tenía ninguna oportunidad. Una analfabeta, solterona y con poco dinero no podría sobrevivir por mucho tiempo, amenos que vendiera su cuerpo o… o vendiera su cuerpo. Rendida, habiendo perdido ya casi todo su dinero, término encontrando asilo en una pequeña casa, donde daría sus servicios como empleada domestica a un solitario hombre cerca de los suburbios, en Francia. Lo único que debía hacer era limpiar, hacer las compras y preparar comida; teniendo acceso a toda la casa, menos al sótano, donde su amo pasaba horas y horas.

Ella había sido “especial” toda su vida, su madre siempre se lo había dicho. Sentía cosas que los demás no, se percataba de lo más escondido y tenía un encanto innato que atraía a más de uno. Su amo se había dado cuenta, desde el primer momento que la vio infringir en su sótano y darse cuenta como ella no parecía sorprendida o atemorizada, sino, fascinada. La educo, la pulió y notó que ella, al igual que él, poseía dones que ningún humano común tenía a su poder. Ella creaba ilusiones tan reales, pero débiles por su inexperiencia, que cualquiera con buen ojo podía notar lo falso, pero cualquier persona de mente ordinaria caería con facilidad. Era encantadora, atraía a la gente como la miel a las moscas; era lo que necesitaba, una aprendiz.

Le enseñó todo lo que su viejo cuerpo le permitió; Ella tenia la edad de 20 años su señor murió, dejándole como herencia su pequeña fortuna y la casa. Pero ella ya era toda una mujer independiente, sin miedo y con muchas ansias de venganza contra aquellos hombres que trataban a las mujeres como trapos sucios. No los odiaba a todos, sabia que había unos que valían la pena, como su señor, pero ella quería erradicar a toda esa peste que no hacia mas que perjudicar a las de su clase. Tenía los recursos, ahora solo faltaba ponerlos en practica.