AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Buenas noches, Brigitte. Buenas noches, Suzette. {Brigitte}
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Buenas noches, Brigitte. Buenas noches, Suzette. {Brigitte}
La noche caía sobre la gran París durmiente mientras la luna se mantenía en lo alto del cielo, valiéndose de alfileres invisibles para no caer de esa altura. Unos ojos azules escondidos tras una fina membrana blanquecina permanecían puestos en la nada mientras los minuteros de un reloj pasaban una y otra vez por lo más alto del reloj. Las horas transcurrían y no oía por ningún lado esa voz que llevaba desde la mañana deseando oir, la de Suzette, su verdadera madre. Una vampiresa que trabajaba como cortesana y que más de mil años atrás lo había dejado en un orfanato por no querer o poder hacerse cargo de un pequeño con ceguera total, que no parcial. Así había aguardado a lo largo de su miserable existencia, mirando la nada, esperando que una voz amiga lo acogiera con una sonrisa que jamás alcanzaría a ver. Y esa noche no iba a ser diferente.
El muchacho de apariencia casi adolescente permanecía sentado en un viejo barril de cerveza vacío al otro lado de la calle del prostíbulo. Cada noche aguardaba a que su madre saliera por esa puerta y se despidiera de sus compañeras y de su Madame con alguna carcajada coqueta característica. Solo necesitaba eso para seguir viéndole sentido a su vida, a pesar de saber que ella jamás repararía en la presencia de un vampirillo carente de visión que aguardaba mudo cual estatua de mármol, hermosa estatua de mármol blanco. Distintas risas joviales se oían al otro lado de la puerta del prostíbulo mientras el antiguo vampiro atrapado en cuerpo de niño se entretenía viendo con los oídos. Pudo apreciar un hombre que cojeaba, ya que las pisadas con el pie diestro eran mucho más sigilosas y torpes que la del pie izquierdo.
De repente, su expresión se endureció y agudizó el oído cuando pudo percibir ese característico sonido de las cortesanas que ya habían terminado sus turnos y salían a hacer sus cosas a las desiertas calles de París. Madame no le decepcionó y dejó escuchar su voz, despidiendose de un grupo de cortesanas con un Buenas noches, Brigitte. Buenas noches, Suzette... Suzette, su madre, se despidió con esa sensual voz angelical que a Septimus se le había quedado grabada en la memoria a pesar de los cientos de años que hacía que no la veía. Tragó saliva y se tocó con una mano la mejilla, manchándosela de barro ya que se había caído poco antes y tenía las manos y la ropa toda sucia de barro y polvo.
El muchacho de apariencia casi adolescente permanecía sentado en un viejo barril de cerveza vacío al otro lado de la calle del prostíbulo. Cada noche aguardaba a que su madre saliera por esa puerta y se despidiera de sus compañeras y de su Madame con alguna carcajada coqueta característica. Solo necesitaba eso para seguir viéndole sentido a su vida, a pesar de saber que ella jamás repararía en la presencia de un vampirillo carente de visión que aguardaba mudo cual estatua de mármol, hermosa estatua de mármol blanco. Distintas risas joviales se oían al otro lado de la puerta del prostíbulo mientras el antiguo vampiro atrapado en cuerpo de niño se entretenía viendo con los oídos. Pudo apreciar un hombre que cojeaba, ya que las pisadas con el pie diestro eran mucho más sigilosas y torpes que la del pie izquierdo.
De repente, su expresión se endureció y agudizó el oído cuando pudo percibir ese característico sonido de las cortesanas que ya habían terminado sus turnos y salían a hacer sus cosas a las desiertas calles de París. Madame no le decepcionó y dejó escuchar su voz, despidiendose de un grupo de cortesanas con un Buenas noches, Brigitte. Buenas noches, Suzette... Suzette, su madre, se despidió con esa sensual voz angelical que a Septimus se le había quedado grabada en la memoria a pesar de los cientos de años que hacía que no la veía. Tragó saliva y se tocó con una mano la mejilla, manchándosela de barro ya que se había caído poco antes y tenía las manos y la ropa toda sucia de barro y polvo.
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Re: Buenas noches, Brigitte. Buenas noches, Suzette. {Brigitte}
Otra, otra y otra más. Así sucesivamente las chicas iban saliendo del burdel. Simplemente la maldita rutina de una noche más: las joviales risas, aquellos provocadores andares, algún comentario por aquí, otro por allá...Todo era fruto de esa ya nombrada rutina, todo, excepto la ausencia de la más joven de las chicas: Brigitte.
El reloj continuaba marcando como el tiempo pasaba de largo, segundos, minutos, horas. ¿Qué importancia tiene el tiempo ante el sufrimiento?. Eso era lo que pensaba aquella joven, aquella en la que en su brillante y cautivadora mirada todas las noches se hacían reflejas las luces que avisaban de que la noche se había hecho con la ciudad. Un sonido practicamente inaudible anunció la despedida de esta última con la que parecía ser la encargada de aquel peculiar local.
No pasó más de un minuto, y allí, a las puertas de su personalizado infierno, el reflejo de las luces sobre sus ojos hoy era más turbio que otro día. Las sombras de los transeuntes se balanceaban sobre ellos, en sus hoy ojos llorosos, ocultados bajo la larga capa que solía cubrila y protegerla -aparantemente- todas las noches durante el largo y solitario recorrido hasta el hogar de su tía Agatha.
La esbelta figura fue a tomar el camino por la calle principal, pero un ruido parecido al de unos maderas desquebrajándose consiguió captar su atención en uno de los callejones paralelos al burdel. Por un momento se limitó a pensar si era conveniente que una muchacha como ella entrara en aquel aparentemente tenebroso lugar, aun más considerando en el estado herido en el que hoy se encontraba. Pero sus lágrimas y su externo dolor no fueron objeto de impedimento para que su valentía e inquietud quisiesen descubrir que es lo que allí habia. Y sin miedo, decisiva, comenzó a adentrarse en aquel lugar frotándose los ojos y retirándose la capa, para intentar mejorar su visibilidad.
-¡Septimus!- Exclamó la joven bastante sorprendida de la escena que estaba presenciando.
Ahí estaba su pequeño -al menos para ella- amigo. No, no era solo un amigo. Era algo más, una especie de lazo familiar se estaba forjando entre ellos. Sin dudarlo se agachó sin pensar en el barro que adquiriría su falda y se lanzó rápidamente a abrazar al joven.
-¿Qué...Qué estás haciendo aquí solo? No ves que te puedes resfriar. Sí, aun es verano...Pero estas tormentas son peor que el más frío de los otoños...-Comenzó a protestar la chica pasando delicadamente las yemas de sus dedos entorno el rostro del chico, buscando alguna evidencia de daño.- ¿Te encuentras bien?¿Quieres comer algo?-Pregunto preocupada clavando su mirada en los inválidos ojos del joven.
El reloj continuaba marcando como el tiempo pasaba de largo, segundos, minutos, horas. ¿Qué importancia tiene el tiempo ante el sufrimiento?. Eso era lo que pensaba aquella joven, aquella en la que en su brillante y cautivadora mirada todas las noches se hacían reflejas las luces que avisaban de que la noche se había hecho con la ciudad. Un sonido practicamente inaudible anunció la despedida de esta última con la que parecía ser la encargada de aquel peculiar local.
No pasó más de un minuto, y allí, a las puertas de su personalizado infierno, el reflejo de las luces sobre sus ojos hoy era más turbio que otro día. Las sombras de los transeuntes se balanceaban sobre ellos, en sus hoy ojos llorosos, ocultados bajo la larga capa que solía cubrila y protegerla -aparantemente- todas las noches durante el largo y solitario recorrido hasta el hogar de su tía Agatha.
La esbelta figura fue a tomar el camino por la calle principal, pero un ruido parecido al de unos maderas desquebrajándose consiguió captar su atención en uno de los callejones paralelos al burdel. Por un momento se limitó a pensar si era conveniente que una muchacha como ella entrara en aquel aparentemente tenebroso lugar, aun más considerando en el estado herido en el que hoy se encontraba. Pero sus lágrimas y su externo dolor no fueron objeto de impedimento para que su valentía e inquietud quisiesen descubrir que es lo que allí habia. Y sin miedo, decisiva, comenzó a adentrarse en aquel lugar frotándose los ojos y retirándose la capa, para intentar mejorar su visibilidad.
-¡Septimus!- Exclamó la joven bastante sorprendida de la escena que estaba presenciando.
Ahí estaba su pequeño -al menos para ella- amigo. No, no era solo un amigo. Era algo más, una especie de lazo familiar se estaba forjando entre ellos. Sin dudarlo se agachó sin pensar en el barro que adquiriría su falda y se lanzó rápidamente a abrazar al joven.
-¿Qué...Qué estás haciendo aquí solo? No ves que te puedes resfriar. Sí, aun es verano...Pero estas tormentas son peor que el más frío de los otoños...-Comenzó a protestar la chica pasando delicadamente las yemas de sus dedos entorno el rostro del chico, buscando alguna evidencia de daño.- ¿Te encuentras bien?¿Quieres comer algo?-Pregunto preocupada clavando su mirada en los inválidos ojos del joven.
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Re: Buenas noches, Brigitte. Buenas noches, Suzette. {Brigitte}
Septimus seguía con la espalda recta y posición de absoluta concentración mientras al otro lado de la calle podía oir las joviales risillas coquetas de aquellas que se iban para no ser tomadas esa noche a cambio de sucios billetes sobrevalorados por esa estúpida sociedad del consumo y del dinero. De ser un perro, sus orejas estarían completamente erguidas, dado que el grado de atención estaba en un punto de completa auge. Oyó como la voz de su madre se alejaba hacia su derecha. No podía sacarse de la cabeza esa melodía angelical que comportaba esa inmortal voz a oídos de los demás mortales. Dejó caer de forma pesada los párpados y apretó con sus puños los bordes de un barril de cerveza vacío que usaba a modo de tabuete y silla.
La suerte no estaba de su padre y el destino tampoco, por lo que el barril no dudó, tras demasiados años de eternas noches íntimamente compartidas, en derrumbarse cual castillo de naipes ante una simple ráfaga de viento. Sus labios adoptaron forma de círculo y automáticamente se llevó una mano a la cabeza para sujetar una boina que peligraba en caer de lo alto de su ovalada cabeza. - ¡Por la primera cana del pirata Barbanegra! - Maldijo como solo él maldecía. El trompicón no fue para nada elegante ni suave, pero sus fuertes nalgas no podían resistirse dada su vampírica condición. Algunos repararon en su caída pero se limitaron a reirse y a seguir con sus cosas. El hombre que cojeaba maldijo al crío por haberlo asustado y se perdió en esa permanente oscuridad que rodeaba el cándido cuerpo aniñado de Septimus.
Unas pisadas, claramente de tacones, se acercaron apresuradamente y, antes de que esas pulidas manos rozaran su rostro o esa voz golpeara sus agudos oídos, Septimus ya supo de quién se trataba. Esos andares solo podían pertenecer a Brigitte, aquella cortesana que había aceptado hacerse cargo del niño perdido a cambio de nada, a cambio de compañía basicamente. - Buenas noches, Brigitte... - Murmulló en un apagado susurro lastimero. El saquito que contenía las monedas que había ganado vendiendo periódicos se había desperdigado y abierto. Por suerte, la boina seguía coronando su cabeza, cubriendo esos sucios mechones rubio ceniza. Siguió con la mirada perdida mientras la mujer comprobaba que el pequeño estaba bien y que no estaba herido. Nunca lo estaba, luego ¿cuándo puede ser herido un vampiro?
Volvió la vista en dirección al origen de la voz, con las mejillas manchadas de barro, como todo él, y musitó. - Estoy bien, no te preocupes mamá. - Se le escapó, cosa que lo llevó a apresurarse a bajar la mirada y arreglarlo. - Estoy bien, Brigitte... - Gimoteó de nuevo, aún agarrándose con fuerza la boina, ya sin oir el tintineo de las monedas perdidas. Maldita suerte. Maldita inmortalidad. Malditos colmillos. Maldita oscuridad eterna. Refunfuñó interiormente. De sus marmóreos labios finos escapó un agónico suspiro y buscó el bastón que no debía andar muy lejos de su posición. Palmeó con una desnuda mano por el suelo, aún mirando en dirección a los labios de la que, aunque lo negara, consideraba su madre adoptiva.
La suerte no estaba de su padre y el destino tampoco, por lo que el barril no dudó, tras demasiados años de eternas noches íntimamente compartidas, en derrumbarse cual castillo de naipes ante una simple ráfaga de viento. Sus labios adoptaron forma de círculo y automáticamente se llevó una mano a la cabeza para sujetar una boina que peligraba en caer de lo alto de su ovalada cabeza. - ¡Por la primera cana del pirata Barbanegra! - Maldijo como solo él maldecía. El trompicón no fue para nada elegante ni suave, pero sus fuertes nalgas no podían resistirse dada su vampírica condición. Algunos repararon en su caída pero se limitaron a reirse y a seguir con sus cosas. El hombre que cojeaba maldijo al crío por haberlo asustado y se perdió en esa permanente oscuridad que rodeaba el cándido cuerpo aniñado de Septimus.
Unas pisadas, claramente de tacones, se acercaron apresuradamente y, antes de que esas pulidas manos rozaran su rostro o esa voz golpeara sus agudos oídos, Septimus ya supo de quién se trataba. Esos andares solo podían pertenecer a Brigitte, aquella cortesana que había aceptado hacerse cargo del niño perdido a cambio de nada, a cambio de compañía basicamente. - Buenas noches, Brigitte... - Murmulló en un apagado susurro lastimero. El saquito que contenía las monedas que había ganado vendiendo periódicos se había desperdigado y abierto. Por suerte, la boina seguía coronando su cabeza, cubriendo esos sucios mechones rubio ceniza. Siguió con la mirada perdida mientras la mujer comprobaba que el pequeño estaba bien y que no estaba herido. Nunca lo estaba, luego ¿cuándo puede ser herido un vampiro?
Volvió la vista en dirección al origen de la voz, con las mejillas manchadas de barro, como todo él, y musitó. - Estoy bien, no te preocupes mamá. - Se le escapó, cosa que lo llevó a apresurarse a bajar la mirada y arreglarlo. - Estoy bien, Brigitte... - Gimoteó de nuevo, aún agarrándose con fuerza la boina, ya sin oir el tintineo de las monedas perdidas. Maldita suerte. Maldita inmortalidad. Malditos colmillos. Maldita oscuridad eterna. Refunfuñó interiormente. De sus marmóreos labios finos escapó un agónico suspiro y buscó el bastón que no debía andar muy lejos de su posición. Palmeó con una desnuda mano por el suelo, aún mirando en dirección a los labios de la que, aunque lo negara, consideraba su madre adoptiva.
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Re: Buenas noches, Brigitte. Buenas noches, Suzette. {Brigitte}
Aquella borrosa mirada seguía perdida en el cuerpo y rostro de aquel jovenzuelo. Perdida en un modo activo, ya que no hacía más que buscar cualquier muestra de herida o otro simple daño. La fina Pero nada, no encontró nada, aun así la escena del niño tirado entre aquellos trozos de maderas astilladas no consiguió borrarse de la cabeza, y menos el pensar que al chico le podría haber pasado nada.
La chica no fue tonta, y escuchó perfectamente lo que le dijo Septimus que más tarde rectificaría avergonzado. Simplemente sus brazos en una especie de acto autoreflejo se limitaron a rodear al chico, queriendo protegerle, queriendo mostrarle y dedicarle esa muestra de cariño que a veces para cualquier tipo de persona era tan necesaria. Tan reconfortante. En el fondo Brigitte jamás olvidó aquellos sus recuerdos familiares, en los que el amor de tres personas era capaz de sobrepasar cualquier cosa. Pero he aquí la cuestión, ¿y el de una sola?.
Las palmas de la chica frotaron la espalda del joven intentando protegerle del suave fresco de aquella noche, aun fusionados en aquel cariñoso abrazo.
Tras separarse, Brigitte volvió a fijar sus ojos en el rostro del joven, el cual se encontraba lleno de barro. Un gracioso suspiro se escapó de sus labios en una fina rafaga de aire al verle con aquellas pintas, pero inmediatamente con gran habilidad ya se encontraba limpiando con sumo cuidado, como si de la mayor de las obras se tratase, el rostro del niño con el pico de la tela de su capa.
-Ten cuidado Sept, no corras, ni vayas muy excitado por las calles...-La dulce voz de la joven apenas retumbaba en aquel callejón, pero era constante con tanta precaución.-Si necesitas ayuda pídela habrá al menos una persona que te comprenderá, no te metas por estos sitios...-Siguió repitiendo aquella voz intentando proteger al joven de males mayores.
Pasaron un par de minutos hasta que la chica consiguió limpiar más o menos debidamente el rostro de aquel muchacho. Le echó un vistazo, y lo aprovó asintiendo con la cabeza. Pero ahora eran otros pensamientos eran los que le empezaban a rondar por la cabeza. Las cosas no comenzaban a cuadrar, era todo un puzzle desecho. El silencio se adueñó de la situación y Brigitte miró preocupada al chico.
-¿Y tú madre?¿Por qué no estás hoy en casa...?-Le pregunté acariciando su brazo. Pensé. Reflexioné. Tal vez Suzette estuviera ocupada con asuntos de trabajo.-...Bueno...Si quieres, puedo hacerte un hueco en mi casa.-Los labios de la joven mujer esbozaron una media sonrisa.- Te dejo mi cama, no me importa dormir en el suelo...Tienes que descansar Sept...-Le avisó revolviéndolo el pelo desprevenidamente.
Aquella esbelta figura se levantó de un hábil salto sin molestarse por sus ropas, y tendió la mano al chico esperando una respuesta.
La chica no fue tonta, y escuchó perfectamente lo que le dijo Septimus que más tarde rectificaría avergonzado. Simplemente sus brazos en una especie de acto autoreflejo se limitaron a rodear al chico, queriendo protegerle, queriendo mostrarle y dedicarle esa muestra de cariño que a veces para cualquier tipo de persona era tan necesaria. Tan reconfortante. En el fondo Brigitte jamás olvidó aquellos sus recuerdos familiares, en los que el amor de tres personas era capaz de sobrepasar cualquier cosa. Pero he aquí la cuestión, ¿y el de una sola?.
Las palmas de la chica frotaron la espalda del joven intentando protegerle del suave fresco de aquella noche, aun fusionados en aquel cariñoso abrazo.
Tras separarse, Brigitte volvió a fijar sus ojos en el rostro del joven, el cual se encontraba lleno de barro. Un gracioso suspiro se escapó de sus labios en una fina rafaga de aire al verle con aquellas pintas, pero inmediatamente con gran habilidad ya se encontraba limpiando con sumo cuidado, como si de la mayor de las obras se tratase, el rostro del niño con el pico de la tela de su capa.
-Ten cuidado Sept, no corras, ni vayas muy excitado por las calles...-La dulce voz de la joven apenas retumbaba en aquel callejón, pero era constante con tanta precaución.-Si necesitas ayuda pídela habrá al menos una persona que te comprenderá, no te metas por estos sitios...-Siguió repitiendo aquella voz intentando proteger al joven de males mayores.
Pasaron un par de minutos hasta que la chica consiguió limpiar más o menos debidamente el rostro de aquel muchacho. Le echó un vistazo, y lo aprovó asintiendo con la cabeza. Pero ahora eran otros pensamientos eran los que le empezaban a rondar por la cabeza. Las cosas no comenzaban a cuadrar, era todo un puzzle desecho. El silencio se adueñó de la situación y Brigitte miró preocupada al chico.
-¿Y tú madre?¿Por qué no estás hoy en casa...?-Le pregunté acariciando su brazo. Pensé. Reflexioné. Tal vez Suzette estuviera ocupada con asuntos de trabajo.-...Bueno...Si quieres, puedo hacerte un hueco en mi casa.-Los labios de la joven mujer esbozaron una media sonrisa.- Te dejo mi cama, no me importa dormir en el suelo...Tienes que descansar Sept...-Le avisó revolviéndolo el pelo desprevenidamente.
Aquella esbelta figura se levantó de un hábil salto sin molestarse por sus ropas, y tendió la mano al chico esperando una respuesta.
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Re: Buenas noches, Brigitte. Buenas noches, Suzette. {Brigitte}
La calidez de un abrazo lo embriagó mientras la mirada del chico seguía puesta en un azaroso punto del vestido de la mujer adulta que yacía arrodillada en el barro solo por y para él. Para poder ayudarlo, protegerlo y cuidarlo como en esos revoltosos tiempos solo Brigette se aventuraba a hacerlo. Su mano derecha alcanzó a agarrar su bastón de madera que, al parecer, se encontraba tirado a escaso metro y medio de su pierna derecha. Lo acercó, dejando que el bastón provocara un leve ruido al saltar entre losa y losa del suelo de esa sucia calle de petulantes. La calle de los bajos fondos de la sociedad francesa. A duras penas pestañeó cuando ella siguió moviéndole el rostro y examinándolo como si de un muñeco se tratara. De repente, ella paró de manosearle el rostro, pero no aguardó demasiados segundos a volver a hacerse notar.
El pico de una sedosa tela, seguramente de su vestido, empezó a acariciarle el rostro. No le fue complicado llegar a la conclusión de que estaba siendo limpiado. Entrecerró un ojo y dibujó una ligera mueca señal de que ya estaba mejor. Carraspeó para llamarle la atención y que aflojara un poco esa preocupación que siempre la rodeaba cual aura de misterio o bondad. Sin precisar verla, ella empezó a repetirle aquél discurso que de modo incansable le había repetido tantas y tantas veces. Se relamió el labio inferior de forma graciosa, pero total y completamente serio. Aunque a veces creyera que Brigette se excedía a la hora de cuidarlo, no podía negar que una parte de su inmortal sufrimiento se veía aliviado ante tales actos de bondad humana. Cuando ella estaba cerca, Septimus sentía que -aunque no fuera Suzette- existía alguien capaz de quererlo como a un hijo.
Precisamente la mujer que no se veía en condiciones de atender a su verdadero hijo, ya que desconocía por completo su paradero o su destino, era aquella en la que Brigitte pensaba cuando se hacía la idea de que el chico compartía hogar con su madre. Sí, la cortesana tenía metida en la cabeza la idea de que Suzette era la madre del chico -cosa que Septimus no había desmentido- y que ambos vivían juntos como una família casi convencional. - Mi madre trabaja. - Siseó muy bajito, sin mentir pero sin comentar que su madre nisiquiera sabía de su paradero, ya que no creía que la vampiresa supiera que a su pequeño ciego también lo habían convertido y que, tras casi dosmil años, seguía ahí. Cuando ella dijo lo de ir a dormir a su casa, Septimus alzó la muerta mirada y la posó en el altavoz de la mujer, sus labios.
Asintió una sola vez y se ayudó del bastón para alzarse, sin percatarse de la mano tendida. Una vez de pie, se frotó las nalgas y se colocó bien esa famosa boina a cuadros que lo acompañaba allí donde fuera que fuese para toda la eternidad. Se frotó la nariz con la manga, en un movimiento ya rutinario, y alargó la mano con la que no agarraba su bastón para buscar la mano de la mujer a tientas por el aire. La encontró y se agarró a ella con una firmeza casi adulta. La tenebrosa calle seguía engullida por una intimidadora oscuridad que engullía los pecados que se consumían en la misma. Para su suerte o desgracia, el joven Septimus jamás alcanzaría a ver tales pecados... sentirlos ya sería otra cosa.
El pico de una sedosa tela, seguramente de su vestido, empezó a acariciarle el rostro. No le fue complicado llegar a la conclusión de que estaba siendo limpiado. Entrecerró un ojo y dibujó una ligera mueca señal de que ya estaba mejor. Carraspeó para llamarle la atención y que aflojara un poco esa preocupación que siempre la rodeaba cual aura de misterio o bondad. Sin precisar verla, ella empezó a repetirle aquél discurso que de modo incansable le había repetido tantas y tantas veces. Se relamió el labio inferior de forma graciosa, pero total y completamente serio. Aunque a veces creyera que Brigette se excedía a la hora de cuidarlo, no podía negar que una parte de su inmortal sufrimiento se veía aliviado ante tales actos de bondad humana. Cuando ella estaba cerca, Septimus sentía que -aunque no fuera Suzette- existía alguien capaz de quererlo como a un hijo.
Precisamente la mujer que no se veía en condiciones de atender a su verdadero hijo, ya que desconocía por completo su paradero o su destino, era aquella en la que Brigitte pensaba cuando se hacía la idea de que el chico compartía hogar con su madre. Sí, la cortesana tenía metida en la cabeza la idea de que Suzette era la madre del chico -cosa que Septimus no había desmentido- y que ambos vivían juntos como una família casi convencional. - Mi madre trabaja. - Siseó muy bajito, sin mentir pero sin comentar que su madre nisiquiera sabía de su paradero, ya que no creía que la vampiresa supiera que a su pequeño ciego también lo habían convertido y que, tras casi dosmil años, seguía ahí. Cuando ella dijo lo de ir a dormir a su casa, Septimus alzó la muerta mirada y la posó en el altavoz de la mujer, sus labios.
Asintió una sola vez y se ayudó del bastón para alzarse, sin percatarse de la mano tendida. Una vez de pie, se frotó las nalgas y se colocó bien esa famosa boina a cuadros que lo acompañaba allí donde fuera que fuese para toda la eternidad. Se frotó la nariz con la manga, en un movimiento ya rutinario, y alargó la mano con la que no agarraba su bastón para buscar la mano de la mujer a tientas por el aire. La encontró y se agarró a ella con una firmeza casi adulta. La tenebrosa calle seguía engullida por una intimidadora oscuridad que engullía los pecados que se consumían en la misma. Para su suerte o desgracia, el joven Septimus jamás alcanzaría a ver tales pecados... sentirlos ya sería otra cosa.
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Re: Buenas noches, Brigitte. Buenas noches, Suzette. {Brigitte}
La joven escuchó apenada el comentario del niño sobre su madre e inmediatamente miles de imágines completamente imaginarias que provenían del subconsciente más irreal de su mente, comenzaron a hacerse con la chica en cuestión de segundos. Un hijo...Jamás había ocurrido eso, y menos en sus pensamientos, pero...¿Y si ocurriese?.
Brigitte volvió a su mundo, a la Tierra. A aquel mugriento callejón. No debería pensar más en ello. Simplemente tendió a ocuparse de la única persona que en aquel momento le estaba preocupando de verdad, a su propia realidad: Septimus.
Sin más, se amarró con fuerte cariño a la mano del niño y con cautela pero sin pausa emprendieron el camino a casa de su tía Agatha.
Brigitte volvió a su mundo, a la Tierra. A aquel mugriento callejón. No debería pensar más en ello. Simplemente tendió a ocuparse de la única persona que en aquel momento le estaba preocupando de verdad, a su propia realidad: Septimus.
Sin más, se amarró con fuerte cariño a la mano del niño y con cautela pero sin pausa emprendieron el camino a casa de su tía Agatha.
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