Balada monocromática.[Keitaro Hanari]

por **Sayuri Nakazawa** Jue Jul 14, 2011 7:51 pm

No era buena idea salir de la mansión. Nunca lo había sido. Sin embargo, cuando sus zapatos se sintieron en contacto con las calles, seguras de su equilibrio, sus piernas comenzaron a moverse, y con ellas, toda Sayuri al completo, que había comenzado a correr hacia el bosque. Sus cabellos, recogidos en sendas coletas se removían mientras el viento bañaba la piel de su rostro y sus brazos desnudos. La fría brisa auguraba tormenta, y el cielo de París se encontraba cubierto por unas densas nubes.
La oscura noche se cernía sobre el bosque. Ella se detuvo frente a lo que podría llamarse la entrada al mismo, flanqueada por un sendero que se sucedía a lo largo de varios pies, pues apenas podía alcanzar a ver su final. Miró hacia abajo y se deshizo de sus zapatos y de la ropa pesada, dejándolos en el suelo. Hundió los pies en la tierra húmeda y fría y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, el mundo se veía entero de color gris, incluso el viento. Incluso la que había sido la negra noche. La niebla cubría sus ojos, y ahora su cuerpo se encontraba deshecho sobre la misma tierra con la que había disfrutado entre los dedos de sus pies, ahora entumecidos. Pero su mirada seguía ausente. Siempre ausente en todas aquellas noches recordando sin poder saber cuándo sería el fin, sin saber cuál sería la próxima tristeza. - Largas noches he venido a morar por estos bosques...largas y eternas noches, frías y obscuras. Repletas de odio e ironía, de amor y tal vez ira. ¿Cuántos secretos compartimos, tierras mías?...¿Cuántos colores ya perdimos en el fulgor de aquestos árboles flamígeros? - Comienza a decir con voz pensativa, grácil, entristecida, pero revestida de bellas palabras, de confusos pensamientos. Su mano se cerró con fuerza sobre la tierra, encerrándola entre sus dedos.- Qué atrapada me hallo en esta vida, y cuánto me amo. Y cuánto me odio. Sin más razones de existencia que el propio existir, aquí me tienes, padre, aún viendo la civilización y sus descendientes. Aquí me tienes, mundo, sufriendo y amándote, y amando sólo a uno de tus sirvientes, también el mío. Qué desesperación la del monstruo que busca consuelo en el congénere distinto.

Se giró, colgando su vista del cielo, como las estrellas, que habían comenzado a hacer su aparición sigilosa en los senderos de los dioses del cielo. Las luciérnagas revoloteaban alrededor de Sayuri, profiriéndole cierto resplandor a su cuerpo, pálido y aferrado a la tierra, cual hija del mismo bosque.- Déjame beber de tu Sabiduría y dime Bosque...¿por qué aquí ya no hay final?.- Pregunta colocando la tierra que tenía en la mano sobre su corazón.- Tus Leyes son claras...tus Leyes deben ser cumplidas...¿por qué te empeñas pues en marginarme?...Dolorida me hallo...Dolorida por tanta experiencia y asuntos como años cuento conmigo.