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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Malkea Ruokh Miér Jul 31, 2013 4:53 pm

La luz se ahogó, justo antes de que la opresión llegase a ella, se consumió justo antes de ser aplastada en un acto suicida que, igualmente, le dio fin. Fue ella la que claudicó en favor de una tosca oscuridad y fue ella la que dejó tras de sí una fina y volátil huella gris que ascendió suavemente en el aire hasta que, incluso ésta, se desvaneció. Y, por fin, no quedó ni un rastro de ese efímero reinado cuya corta prevalencia había sido dirigida desde un trono de cera que veía cómo su término se acercaba paulatinamente, aunque, en última instancia, éste se dio antes de lo que sus expectativas hubieran dictado. Así fue como el tiempo para la falacia se vio acabado, precipitado su deceso por la pareja de dedos que habían apagado la vela y que habían propiciado un nuevo momento, un periodo en el que la intimidad permitiría a la verdad instalarse en el seno de aquella casa. Pero, como franqueza, ésta distaba de ser placentera, pues lo grato de la mentira recaía en su suave superficie y la cara de la sinceridad tendía a ser cruda y puntiaguda. Y Deimos, incluso fingiendo, tendía a ser áspero.

El brujo tenía la última falange del pulgar y del corazón entre sus labios, pues el calor había resentido levemente su piel, escozor que, de todas formas, pronto se vio aliviado, posibilitando que pudiese girarse hacia la puerta. Pero no avanzó, permaneció inmóvil tan sólo mirándola fijamente, aún sin ser capaz de tomar la determinación de atravesarla, sumido en el trance de unos pensamientos que titubeaban más que establecían un rumbo fijo. Aquello era lo mismo que había sucedido en las cuatro jornadas anteriores siempre que trataba de cavilar sobre el mismo tema: Fabrice. Los sentimientos se encontraban, el placer se interponía al deber y los recuerdos se convertían en una piedra que arrastraba en su camino para hacerle tropezar una y otra vez. Y todo por un capricho de su subconsciente porque, analizándole fríamente, aquel muchacho se asemejaba a Étienne lo mismo que cualquier otro joven enclenque que se encontrase en París. Y, sin embargo, era especial; por algún motivo se trataba de un individuo único que había despertado en él unos sentimientos que había enterrado bajo demasiadas capas de fango y cuyo reflote a la superficie, ahora, le hacía daño; y el dolor le enfadaba. De hecho aún no se había recuperado de la pesadilla de la que había despertado media hora antes y esos vagos recuerdos que se entremezclaban en una confusa amalgama de imágenes le perturbaban, pues intentaba dar sentido a algo que carecía de él. Recordaba la última cama que había compartido con el auverno, pero las blancas sábanas estaban empapadas en la sangre del parisino, cuyo cuerpo se debatía bajo el agarre de sus propios brazos mientras su boca recorría la manchada piel. Pero aquello no era lo único turbante, pues en el sueño él no tenía ni rostro ni forma, tan sólo era una sombra que se retorcía sobre sí misma para beber del líquido rojizo hasta saciarse y, literalmente, llegar a reventar. Ese fue el momento en el que había despertado, empapado en sudor y con una  sensación en el cuerpo más extraña de lo normal; y aquella fue la gota que colmó el vaso de la paciencia que se había concedido intentando establecer un rumbo lógico en el que lograra concederse ciertas licencias para el placer personal sin salirse de los límites que le exigían los resultados que quería. No, nada más desvelarse había decidido dejar que los eventos se diesen como debieran, sin plantearse una hoja de ruta y eliminando las ataduras. Se había levantado del lecho y se había lavado únicamente la cara, mirando en el espejo esas facciones que no eran suyas, pero tampoco ajenas; deseó arrancarse la piel por un momento, pero luego su atención se centró en la herida que curaba en su labio inferior, esa con la que la loca de Aeshana había tenido la gentileza de marcarle dos noches atrás, y el impulso de automutilarse desapareció. Se vistió con unos pantalones y una camisa blanca que no terminó de abrochar y buscó unas botas para proteger sus pies de la humedad. Eso era todo lo que había hecho antes de sumir la habitación en la lobreguez de la noche y quedarse en el mismo lugar sin apenas mover un músculo. Sin embargo, aquel cúmulo de confrontaciones que surgían en su interior, luchando entre ellas y criando en sus batallas nuevos conflictos, expelía un brebaje que terminó sirviendo como base para la solución en la que todos los demás pensamientos se ahogarían, nutriendo con sus cadáveres el estado de ebriedad en el que, curiosamente, se sentía tan él, fuese quién fuese él. Una vez borracho de sí, sonrió y salió de la estancia.

Fabrice, a quien debiera de haber visitado al día siguiente de haberle secuestrado, le aguardaba en los sótanos de su ruinoso hôtel, o eso era lo que él suponía que debía de estar haciendo, pues, a su parecer, no tenía mucho con lo que entretenerse. Sin la referencia de la luz solar, su única forma de medir el paso del tiempo habrían sido las veces que Valko le llevaba la comida y, aunque le había prohibido hablar, no estaba seguro de que el húngaro hubiese sido capaz de mantener la boca cerrada. Sin prisa, pero tampoco buscando la tardanza, dejó atrás los pasillos y las escaleras de la ruinosa residencia para hallarse pronto bajo tierra, abriendo y cerrando con llave la puerta de la antesala y, después, cruzando la de la habitación en la que se hallaba el muchacho. Lo primero que hizo fue mirarle y, en ese preciso momento, todo el rencor que había acumulado se precipitó de su corazón a sus venas, emponzoñando todo su ser. Tuvo que hacer acopio de fuerzas para no precipitarse a atravesar esa barrera con la que le retenía para lanzar sus manos al cuello del joven. Tuvo que hacerlo, aunque sólo fuese porque su muerte no estaba pactada para aquella noche.

- Fabrice – mencionó tan solo su nombre con una máscara imperturbable en su rostro. Hubo una pausa y, después, dejó que sus labios hablaran sin restricción de su mente -. ¿Cómo has estado? ¿Te ha faltado algo? – por alguna razón, todo ese agrio sentimiento se evaporó en cuanto abrió la boca. Pero la durabilidad tampoco sería un calificativo de aquel estado apacible, pues pronto se vio sustituido por una torcida sonrisa que surgió cuando las palabras que se disponía a pronunciar pasaron previamente por su mente -. Dime, Fabrice, ¿qué es para ti el dolor? ¿Cómo lo definirías? – y aguardó su respuesta.


Última edición por Malkea Ruokh el Lun Ago 26, 2013 8:08 am, editado 1 vez





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Mensaje por Fabrice Laurent Sáb Ago 10, 2013 1:34 am

La felicidad reúne, pero el dolor une.
Paul Bourget

La oscuridad, esa carencia del único rayo de sol que le daba esperanza había llegado de nuevo  y el joven de cabellos castaños se encontraba acostado en aquello que llamaba cama, aunque la verdad de cama no tuviera nada. Los días habían pasado y eso lo sabia muy bien pero siendo sincero con él mismo, no sabia exactamente cuantos días llevaba en aquel lugar.

Durante las primeras horas de aquel encierro había hablado en voz alta para el mismo, se decía que todo aquello era una broma... Una muy mala broma y espero el regreso de Deimos, ansiaba que llegara y confirmara sus creencias sobre que eso no era mas que para darle una lección o un simple juego, pero el hombre a quien esperaba nunca llego. Hasta él, solo iba el hombre extraño que parecía trabajan en aquella casa y al cual interrogo como nunca a alguien mas pero solo pudo obtener respuestas que dejaban más dudas que nada y que con el transcurso de las horas, las comidas y los días terminaron generando en Fabrice la idea de que estaba soñando, que era uno de esos sueños en los que no puedes despertar hasta que las cosas se vuelven realmente horribles porque en ese punto lo único que falta es abrir los ojos.

En ningún momento paso por su mente alguna idea relacionada con su familia, por extraño que pareciera le tranquilizaba no escuchar gritos de ellos, regaños o palabras ofensivas; claro que donde quiera que estuvieran esa noche los integrantes de su familia se encontraban igual de tranquilos, para ellos él siempre había simbolizado una carga, una carga a la cual era mejor que en cualquier momento desapareciera y al parecer sus ruegos habían sido escuchados pues prácticamente la tierra se comía a Fabrice con todas sus sonrisas y sus platicas torpes y animadas.

Aburrido de permanecer acostado opto por terminar sentándose en la cama a esperar jugando con sus dedos hasta que no supiera más de si, pero contrario a lo que planeaba hasta sus oídos viajo el sonido de alguien que se acercaba; suceso demasiado extraño pues ya se encontraba la cena en su estomago, así que no esperaba que nadie fuera hasta que el rayo de luz hiciera acto de presencia de nuevo.
Más cuando la puerta volvió a abrirse apareció Deimos, aquel a quien había estado esperando esos días finalmente hacia acto de presencia frente a el y de manera inevitable y quizás un tanto boba le sonrío.
¿Era posible que a pesar de estar esos días en cautiverio aún viera bondad en aquel hombre? La ingenuidad es una forma poderosa de enfrentar las cosas más horribles de la vida, aunque de la misma manera en la que pueden enfrentar las cosas pueden caer en ellas. Fabrice había sido llamado por las aguas del puerto, por el viento, las nubes y los rayos del sol a encontrarse por primera vez con ese hombre misterioso; ni aunque esa misma escena se hubiese repetido mil veces habría salvación para él, su destino era caer en esa trampa.

Se sentó de aquel mugrero de cama para después levantarse y se acerco un poco a aquella persona, aguardando para que de sus labios salieran las palabras que tanto había esperado durante aquello días; su mirada aún poseía la esperanza de que podía salir de aquel lugar y ver la luz completa del sol una vez más, así como la luna y las estrellas; para él aún había muchas cosas por vivir. Mirando más de cerca a su secuestrador, no podía notar nada de la bondad que existía o creyó ver en algún momento en sus ojos, más eso no interesaba en lo más mínimo porque existía la posibilidad de que tuviera un mal día justo como otras personas porque él era una persona normal a los ojos ingenuos de Fabrice, quien no pudo notar las ganas ajenas por acabar con su vida en aquellos momentos.

Su sonrisa se amplió notoriamente cuando su nombre, aquella sucesión de letras que para el poseían un significado salieron de los labios de Deimos junto con algunas preguntas que difícilmente creía escucharía en algún secuestrador.
- Me encuentro bien, aunque es extraño que siga estando aquí…creo que la broma ya ha sido suficiente ¿no? porque, bueno, no puedo quejarme de la comida que siempre llega cuando es necesario aunque las condiciones de este lugar podrían mejorar un poco - miro algo arrepentido después de haber dicho aquello - no me mal interprete, para cosas esenciales esta estupendo - hizo una ligera pausa - igual ya estoy listo para salir de este lugar.

Un escalofrío bastante peculiar recorrió su espalda al notar la sonrisa que se dibujaba en el rostro ajeno, aquel hombre llamado Deimos cambiaba con una velocidad mayor a la de las nubes y sus preguntas eran extrañas más aún con toda esa extrañeza respondió con total sinceridad, a lo que sus años de experiencia le indicaban lo que era el dolor; que para otras personas no serían más que tonterías y para otros lo peor que podrían haber vivido en sus vidas.
- Pregunta algo complicado… - permaneció pensativo, evocando esas ocasiones en las que solo era un estorbo, un algo sin valor alguno, los golpes, las ofensas… - es algo que no quitan parte de la felicidad que tenemos, arranca de nosotros la posibilidad de curarnos por completo y deja una cicatriz que es difícil sanar ya sea en nuestro cuerpo o nuestro espíritu. Pero he oído a gente decir que no se puede vivir sin dolor, que quien no sufre no sabe aprovechar la vida o que por medio del dolor es como sabemos que estamos vivos… - se rasco la cabeza un tanto confundido pues no sabía si esa era la manera adecuada de explicarse o si Deimos sería capaz de comprender lo que quería decir - y para mi es algo que se siente en todo el cuerpo, es pesado y de color rojo intenso; quema por dentro y de un instante a otro se vuelve tan frío que igual se siente que arde y hiere- sonrío - soy torpe para explicar algunas cosas pero… ¿Por qué me pregunta eso? y casi lo olvido ¿puedo irme ya de este sitio? - después de esa explicación prácticamente inútil casi era capaz de oler las calles de París y todo cuanto existía en ellas.


Última edición por Fabrice Laurent el Sáb Ago 17, 2013 12:00 am, editado 1 vez



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Mensaje por Malkea Ruokh Dom Ago 11, 2013 1:38 pm

Deimos no pudo dar crédito a la contestación del muchacho. Hacía demasiados años, por no decir toda su vida, que no se encontraba con alguien tan ingenuo e inocente, por lo que le costó varios segundos de silencio asimilarlo. Quizás el único que hubiera demostrado una fe similar en la humanidad había sido el propio Étienne en aquellos primeros días en los que le conociera, cuando primero se mofó de él y luego éste curó sus heridas tras haberle sacado del callejón en el que le habían dejado tirado y magullado. Tal compasión era la que le había conmovido en el pasado, pero la comparación, en ese preciso instante, jugaba en contra del parisino. Sin embargo, el gascón guardó la calma y se abrazó al agridulce gusto de desmentir un embuste agradable para el otro.

¿Aún no lo entiendes, Fabrice? – negó suavemente – Esto no es una broma, estás secuestrado dentro de estos cuatro muros y el único que puede ayudarte soy yo; y yo soy el menos predispuesto a hacerlo – agregó tras una pequeña pausa. Lo más seguro era que aquello fuese mentira, pues, por muy afable que fuese, no parecía encajar en el prototipo de chico que triunfaría en las calles de cualquier ciudad de tamaño importante y, por lo tanto, muchos le querrían a mal. En aquellos entornos la ley imperante era relativamente salvaje y, por mucho que los partidarios del teórico orden tratasen de evitar los conflictos, la ley natural de la fuerza tendía a imponerse –. Fabrice, de verdad, no comprendo cómo puedes estar tan ciego. Mira a tu alrededor y dime dónde ves la bondad; pero no señales a los ignorantes, esos que hacen el bien porque creen en algo superior, porque esos son los peores de todos – y esa era su forma de pensar, ya que los que actuaban en favor del bien porque Dios lo dictaba así sólo adoraban a un mito fundado sobre seres superiores, pero tan crueles como los humanos, si es que no lo eran más; y todos aquellos que buscaban la justicia o la equidad se embriagaban tanto con sus propias utopías que se olvidaban de los principios que regían aquella realidad –. Abre los ojos y mira a tu alrededor – insistió –. El mundo es brutal, despiadado y visceral, una completa aberración que disfruta viendo cómo sus crías se devoran entre ellas y que desgarra lentamente a las que no lo hacen. Y yo, Fabrice, yo soy un hijo fiel del mundo; su hijo y su discípulo.

Seguramente él no entendería las palabras que esos labios chipriotas dejaban surgir, pero la verdad era que no le importaba. Sólo era cuestión de tiempo que pudiera descifrar las incógnitas y el modus operandi de la razón de Aurélien, que pudiera comprender cómo funcionaban las cosas en realidad. Y en aquel momento su mente comenzaba a centrarse en la idea que configuraba el epicentro de toda aquella cuestión, una palabra que pretendía dar nombre a un concepto ligeramente abstracto y, por descontado, subjetivo que, aun así, no terminaba de definir. Y esa era su labor allí, investigar para sacar conclusiones que determinasen qué era aquello, que determinasen qué era el dolor. ¿Pero cómo él iba a ser capaz de enfrentarse a tamaña tarea? ¿Quería acaso hacerlo? En parte él estaba condicionado a aquello, pues su motivación no era más que cumplir para recibir algo a cambio, por lo que, en el fondo, no estaba tan motivado. Y tampoco quería negarse ya que el joven había blasfemado contra él con el sólo hecho de plasmar su presencia en su retina. Así que, ¿qué era el dolor para él? Coincidía con Fabrice en que podía ser algo tanto corporal como de espíritu, aunque para él tenía más sentido lo segundo, porque el dolor real debía dejar marcas más permanentes y profundas que una mera cicatriz; debía ser un estigma que cambiase de forma radical al individuo que lo sufra, un punto de inflexión en su historia personal. Y esa noche tenía un paciente en el que experimentarlo.

¿Quieres saber lo que yo creo que es el dolor? – preguntó el nigromante, comenzando a andar de una pared a otra de la estancia, aún al otro lado de aquella barrera, divagando a su vez en voz alta, por lo que no esperó a que le contestara antes de proseguir – El dolor es como una llave, una llave que se introduce en tu cuerpo, literal o metafóricamente, y que se hace girar para abrir ciertas puertas de ti – al tiempo que hablaba, movía sus manos como si quisiera representar lo que sus palabras decían –. A medida que esas puertas se van abriendo, vas siendo capaz de ver el exterior, de entender un poco más la esencia que configura el mundo, matando una a una las mentiras que nos han contado desde pequeños y que eclipsan la verdad. Pero el dolor duele; y que duela no es malo – hizo una breve pausa, insistiendo en mirar al suelo que tenía frente a sus pies, antes de explicar su teoría –. Imagina una rama de un árbol a la que, al poco de salir del tronco, la tuercen. A medida que crece, esa desviación se afianzará y condicionará todo su desarrollo. Ahora imagínate que alguien rompe esa rama como si amputaran a alguien una extremidad: es doloroso, pero, a su vez, deja espacio para que crezca una nueva como, desde un principio, debió crecer – expuso como primer ejemplo –. O imagínate un terreno en el que se edifica un palacio, deslumbrante por el exterior, con fachadas de mármol y balcones de plata, pero con un interior vacío y pobre, de vigas carcomidas y de cimientos podridos. Imagina que un buen día, un demente prende fuego a dicha residencia y la reduce a sus cimientos, ¿no habrá sido traumático para la tierra que quemen su piel? Y, sin embargo, entonces se podría construir en ella una vivienda más modesta, pero realista y sin engaños – en ese instante, Deimos cesó su pequeño paseo y se encaró al muchacho –. Mira al otro lado de esos falsos muros, corta esas ramas torcidas y deja que se abran tus puertas. Deja que el mundo te queme porque su fuego, aunque duela, sólo buscará purificarte y desterrar de ti las malas hierbas que, por dulces, has dejado que la humanidad haya hecho crecer en ti – comenzó a andar hacia a él, seguro, notando un leve escozor en la piel al atravesar el muro que impedía salir al otro y notando cómo sus entrecejo se contraía por la quemazón –. La realidad no es dulce, es amarga y en ocasiones ácida, pero debes aprender a apreciar su gusto – y llegó a donde estaba él, sin frenarse y agarrándole firmemente con una mano el hombro mientras que la otra se posaba en su abdomen. Avanzó y le hizo avanzar hasta la pared más cercana, donde ahogó el espacio entre sus cuerpos para que fuera el propio de Deimos el que se erigiera ahora como su estrecha cárcel –. Y abrirás los ojos tanto a lo que hay ahí fuera como a lo que hay aquí dentro – el índice de la mano que estaba en su vientre se hincó entonces en su frente justo antes de que la palma se amoldara a su mejilla –. Yo abriré tus puertas, Fabrice, para que puedas ver; aunque sea lo último que hagas – y, tras esos últimos susurros, encajó sus labios con los suyos.





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Mensaje por Fabrice Laurent Vie Ago 16, 2013 1:58 am


Is it mad to pray for better hallucinations?
Alice madness returns

Las palabras se hicieron esperar de nueva cuenta y el joven las interpreto como si solo se quisiera agregar parte de suspenso a la verdad que estaba por revelarse, comenzaba a pensar que aquella idea debía ser un plan de su familia algo para hacerle crecer de una vez, dejar esas torpes ingenuidades. Fabrice podría decirles que había aprendido la lección, que ya no sería torpe, que haría lo que ellos le dijeran pero la realidad era que nunca iba a poder cambiar, durante algunas horas o días fingiría ser alguien diferente pero gradualmente regresaría a esa forma tan peculiar de ser.

Una vez que en aquel lugar dejo de reinar nuevamente el silencio miro al hombre sin realmente entender que era lo que quería que comprendiera. Cada palabra que era pronunciada llegaba hasta el joven de cabellos castaños para que fuera asimilada por él, pero nada ocurría o al menos de esa forma parecía ser.
- No es una broma… - repitió para si, estaba intentando creer realmente que lo que estaba pasando era real, que no era un mero sueño de los que no podía despertar ni una broma de su familia pero no fue hasta que Deimos volvió a hablar que la realidad le golpeo de lleno y se entristeció; no era el hecho de saberse preso y sin conocer que le aguardaba en el futuro, lo que le ponía triste era escuchar a Deimos y darse cuenta lentamente de que parecía pensar de la misma forma que todos los demás con respecto a su persona.
Todos se empeñaban en ver las cosas oscuras de la vida, lo peor de cada situación pero si algo le había mostrado la vida al joven era que en todo lo oscuro siempre existía un poco de luz, algo que llevaba a que todo lo que se sufría valiera la pena y eso no radicaba en grandes cosas si no en las pequeñas… las risas de los niños, poder contemplar un atardecer. Fabrice no estaba muy seguro de creer en Dios, desde pequeño había pensado en que si ese Dios les había dado libertad era para que hicieran las cosas buenas que ellos consideraran convenientes.
- La bondad esta en todos lados, hasta en los actos más brutales existe solo que no todos son capaces de verla, yo no suelo verla muchas veces pero se que esta ahí, oculta para todos y visible solo para quienes necesitan contemplarla en ese momento - miro de manera fija y decidida al hombre - ademas no todos tenemos la misma idea de bondad puesto que todos somos diferentes.

En su mente todo tenia tanto sentido que deseaba poder mostrar a otros como Deimos a que se refería cuando hablaba de esas cosas, pero eso solo era un sueño que se manifestaba entre palabras complicadas de comprender y en muchas ocasiones palabras que no eran escuchadas por nadie aunque estuviera rodeado de una muchedumbre de gente. Con cada nueva palabra y cada nuevo pensamiento solo se volvía más notoria la ingenuidad y la fe en otros que él tenia.
Si bien se había entristecido por las palabras de Deimos, eso era algo meramente momentáneo algo que daría paso nuevamente a la esperanza y la confianza; que se depositaria nuevamente en el brujo, quien poseía oscuras ideas para tratar con alguien como Fabrice, solo que sus ideas no eran nada semejantes a las de su familia.

Si bien no respondió en voz alta al cuestionamiento ajeno asintió siguiendo de un lado a otro con la mirada al brujo, le provocaba una gran curiosidad poder conocer que era lo que creía el otro de algo como aquello. Sin apartar sus ojos un segundo le siguió con la mirada y mientras el discurso ajeno era pronunciado, presto suma atención a cada una de las palabras que salieron de aquella boca.
Alguna que otra cosa le parecía lógica y formaban parte de lo que él pensaba, pero otras simplemente le parecían fuera de contexto por lo que no les tomo importancia.
Sin dolor no existía el crecimiento y sin dolor no existía la bondad y la luz, era de esperarse que las cosas tuvieran siempre un lado blanco y uno negro o al menos eso era lo que Fabrice escucho en un sin numero de ocasiones, regularmente de parte de ancianos.
Fue víctima de un ligero sobresalto cuando los ojos del gascón se enfocaron en él y su corazón comenzó a latir con rapidez pues las palabras ya no eran más que solo palabras ajenas si no que en esos instantes estaban dirigidas a su persona, a lo que esperaban de él.
- Yo… - contemplo inmóvil como la distancia entre ambos era cada vez menor - yo aprecio la vida y todo lo que traiga para mi, solo que siempre quiero ver lo que tiene bueno para ofrecerme.

La cercanía ajena acelero aún más los latidos del joven y no fue capaz de darse cuenta en que momento es que había terminado acorralado contra la pared sin posibilidad de moverse, solamente esperando que las palabras cesaran y el espacio entre ambos se volviera mayor, más contrario a lo que esperaba que sucediera las manos ajenas cambiaron de posición y no precisamente para dejarlo salir, así que no tuvo más opción que cuestionar.
- No te entiendo… ¿Qué quieres de mi?, ¿Qué…- sus preguntas se vieron interrumpidas y justo en el instante que las palabras daban paso al silencio algo inesperado sucedió; un encuentro de labios al que solo fue capaz de reaccionar permaneciendo inmóvil cual roca y con los ojos abiertos de par en par pues era la primera vez que algo semejante le ocurría.
Después de unos instantes en los que reacciono se movió bruscamente para alejar eso labios.
- ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué has hecho eso?… - y de nuevo surgían mis interrogantes las cuales difícilmente encontrarían respuesta.



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Mensaje por Malkea Ruokh Miér Ago 21, 2013 4:29 pm

Fue una colisión repentina, tal como cuando el agua del mar llega a la dúctil arena de la costa, la misma que, en su retroceso, busca aferrarse a la superficie para arrastrar consigo cualquier grano que pudiera llevarse. O quizás fuese mejor describirlo cuando esa misma ola se dirige a estamparse directa contra la pared de un acantilado. La única diferencia era que esta roca resultaba blanda, cálida y húmeda, pero seguía conservando la misma respuesta que ésta pudiera haberle ofrecido.

Deimos degustó esos labios tanto como la provocación que suponía haber llegado a ellos, pero el muchacho ni le correspondió ni le rechazó en un primer momento, eligiendo quedarse pasmado mientras esos labios chipriotas mancillaban su piel. ¿Qué le ocurría? Por un instante el brujo pensó que había estado de conmoción, incapaz de reaccionar, algo que hubiera hecho que tuviera que replantearse su forma de actuación. Y entonces, aunque no hubiera supuesto demasiado problema el cambio de planes, pues en el fondo estaba más recreándose que siguiendo un patrón racional, fue apartado de golpe. Ahí estaba lo que él quería, la sorpresa, quizás el enfado del otro, la prueba de que había algo que le disgustaba. Su boca se abrió para dejar paso a una sonora carcajada de regocijo y, después, volvió a hablarle.

- ¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué he hecho eso?– repitió sus palabras – No pasa nada conmigo, Fabrice, nada nuevo al menos; salvo una cosa: tú – hincó el índice en el pecho ajeno, tan escuálido que no le costó sentir el hueso –. Tú, Fabrice, tú eres lo que me has pasado, perturbando la frágil calma que había en mí. Pero, ¿sabes? Como bien dices, la bondad está en todos los actos, sólo que, como también dices, mi idea de bondad es diferente a la de los demás – se aprovechó de aquello para desnudar a la palabra de cualquier connotación benigna que tuviese pues, a su parecer, todo era extremadamente crudo –. Tú eres lo que me has pasado y, ahora, no puedes escapar. Caíste en la red de la araña. Pero ésta araña no te va a comer – negó suavemente con la cabeza –. No, Fabrice, yo voy a jugar contigo porque eres mi juguete. Eres mío, Fabrice, y no hay nada que puedas hacer para remediarlo. Acéptalo.

Volvió a acercarse a él y, de nuevo, pegó su cuerpo al ajeno. No estaban desnudos y Deimos sintió la apremiante necesidad de dejar que sintiese su teñida piel contra la de él; pero había tiempo para ello. Le miró fijamente con una torcida sonrisa que aún ocultaba su dentadura, clavando un azul con el propio del ajeno para penetrar su pupila y zambullirse en él mientras su mano ascendía para enredarse en su pelo y cerrarse en un firme agarre que tiró firmemente de él hasta obligarle a descubrir su impoluto cuello. El brujo no sentía cómo la demencia le iba invadiendo lentamente, pero sí que podía notar la ausencia de su cordura. Sentía cómo tenía ansias de aquel muchacho, cómo quería probar su sabor, cómo quería morder su carne, cómo quería hacerle sufrir bajo su poder para oírle gemir y gritar. Oh, sí, Deimos necesitaba sentir eso, pero no se desesperaba porque sabía que lo tendría y, para disfrutarlo mejor, prefería degustarlo poco a poco. Mientras se evadía en esos pensamientos por unos segundos, su respiración se agitó a escasos centímetros de su mandíbula, esa que, después, recorrió de principio a fin con su lengua hasta ascender al lóbulo de su oreja. Luego volvió a bajar para atacar directamente su gaznate, mordiéndole con una fuerza medida para hacerle daño, pero no sangrar. Al tiempo, le sujetaba firmemente para que no fuera capaz de resistirse.

- Quizás no sepas qué estoy haciendo y quizás aún te resistas, pero en el fondo estás hecho de la misma podredumbre que todos los demás y, como a cualquiera, te gusta – susurró a su oído de nuevo –. Puedes engañarte, pero, también en el fondo, ambos sabemos que es verdad – y, entonces le forzo a dejarle quitarle la camisa, desvelando ese torso níveo al que tenía pensado en convertir en su próxima víctima.





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Mensaje por Fabrice Laurent Jue Ago 22, 2013 2:29 am


Como muñecas mecánicas se puede ver el mundo
con ojos de porcelana y dormir año tras año.

Forugh Farrojzad

Sus manos temblaban ligeramente y se vi en la necesidad de ocultarlas de la vista de Deimos, no quería delatar que eso le había afectado en algo, pero como no afectarle después de todo sus labios nunca antes besados habían sido asaltados de manera vil por un hombre, alguien que jamás debía hacer osado hacer esa clase de codas con él. Sus preguntas exigían respuestas pero solo recibió de respuesta una carcajada para la cual por primera vez en su vida no tuvo respuesta a alguna.

Deimos estaba obteniendo muchas de sus primeras cosas, aunque no fuera consciente completamente de eso. En ningún instante el brujo hizo por alejarse de él, sino lo opuesto parecía acercarse más y Fabrice debió respirar profundo, su corazón aún latía acelerado y su mente se mantenía incrédula a lo que recientemente había sucedido.
A pesar de la sorpresa que sentía y de ese temblor inevitable que sufrían sus manos, era incapaz de decir que temía a Deimos; no tenía la menor idea de que era lo que estaba pasando con él y el por qué sus pensamientos se hallaban tan confusos, de lo único que estaba seguro en esos instantes era que el que provocaba todo eso era el hombre frente a él.

Escucho lo que el brujo tenía para decirle a modo de respuesta y de cierta manera la culpabilidad se despertó dentro de él, ¿Había hecho algo malo?. Un dedo se clavo en su pecho lastimando al joven levemente pero se mantuvo firme en ese lugar.
- Yo no he hecho nada, o al menos no sé que es lo que usted dice que he perturbado si nunca antes en mi vida le había visto y no creó haberle hecho algo para merecer este trato - su voz sonó más firme de lo que espero que sonara y eso le hizo feliz. No cabía duda que apenas era un chiquillo, alegrarse de algo de esa naturaleza sin saber que era lo que vendría después era nada más y nada menos un acto de ingenuidad infantil. Las palabras que había usado para refutar las ideas de Deimos ahora eran usadas en su contra sin poder evitarlo de ninguna manera.
Un juguete… esa palabra llegó para hacerle sentir realmente inútil, en su mente estaba pensando que quizás él y todos los demás tenían razón con respecto a que era un tonto y que no llegaría lejos en esa vida; no era más que un juguete roto, uno de esos que nadie desea si no para desarmarle y descubrir que es lo que tiene que provoca la falla. Sus ojos miraron a Deimos con tristeza pero aún así le sonrío.

Ambos cuerpos se encontraron nuevamente cerca solo que en esta ocasión Fabrice aún se encontraba sumido en las palabras anteriores y carente de voluntad o resistencia fue manipulado al antojo del brujo. La mente del joven estaba buscando algo de lo cual asirse para sacar a flote su personalidad usual de nueva cuenta.
Sus pensamientos corrían en todas direcciones, le traían recuerdos de su infancia y de todo lo que había vivido durante su vida y de manera casi mágica recordó a un hombre que creyó haber olvidado hacia mucho tiempo atrás alguien que le había dicho que valía mucho no por ser como los demás sino por ser completamente diferente a ellos.  No recordaba el rostro del hombre, pero si su voz y esas palabras de manera clara; en ese instante parpadeo y sintió como la lengua ajena recorría su mandíbula y se tenso, perdiendo la docilidad de antes.
- Alejate… - exigió antes de ser mordido y terminar llevando su mano hasta su cuello se cubrió la zona - eres un bruto… eso duele ¿lo sabias? - si iba a ser usado como un juguete por aquel extraño no sería la clase de juguete que permanecía quieto.

Se río al oírle.
- Claro que me resistiré, ¿no es obvio?… esto que haces esta mal y te equivocas… yo no estoy hecho de la misma manera que los demás si lo estuviera, no sería rechazado por todos - intento apartarse, buscar la forma de alejarse tanto como pudiera de Deimos pero no le fue permitido y contrario a lo que esperaba lograr solo termino siendo despojado de la camisa que llevaba - te dije que me dejaras en paz, ¿Qué es lo que haces conmigo? ¿Crees que esto es divertido? - su corazón volvía a latir de manera veloz e intento empujar el cuerpo de Deimos con él suyo pero sus esfuerzos fueron inútiles. De haber sido otra clase de persona le hubiera golpeado pero Fabrice era demasiado bueno e ingenuo, era probable que en esos momentos se notara molesto pero después de un rato esa molestia se desvanecería y podría estar cerca del brujo nuevamente como si nada hubiera pasado, cualquier horror que viviera sería mínimo comparado con las alegrías que consideraba podría llegar a experimentar.



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Mensaje por Malkea Ruokh Jue Ago 22, 2013 6:22 am

Y, poco a poco, el dócil parisino parecía cobrar fuerza y un criterio propio. Mas no era suficiente como para significar un cambio de dirección en el proceder del gascón, pues su resistencia sólo le hacía partícipe directo de aquella confrontación de opiniones en la que tan sólo el más fuerte se haría con la victoria. Y ese, claramente, era el nigromante. El juego iba a seguir de una u otra manera y, para ser sinceros, a Deimos le complacía que él quisiera resistirse, que demostrara que no aceptaba todo tal y como le llegara sin intentar luchar para evitarlo, por muy en vano que resultase. Y, además, aquella falta de obediencia ya marcaba una importante diferencia con su difunto amante, rasgando el cristal de su ensoñación y debilitando esa rabia que podía nublarle la mente e inclinarle a cometer un error que difícil solución tendría.

- Quizás seas tan imprudente que no hagas las cosas a conciencia – murmuró él para contradecir su declaración de inocencia -. Pero eso no te exime de tus pecados, Fabrice. Por mucho que digan que la intención es lo que cuenta, lo cierto es que son los actos y sus consecuencias lo que determinan tu salvación o tu perdición; aunque, en este caso, ambas van de la mano.

No entendía al chiquillo, no entendía esa curva en sus labios que ahora le ofendía con tal desconcierto. ¿De dónde surgía? Y, más importante, ¿por qué surgía? La lacerante felicidad del hechicero se esfumó en su interior, volviendo a ser sustituida por esa confusión que le irritaba en sobremanera. Con fuerza, se pegó aún más al muchacho, aunque aquello pareciera imposible, aplastándole contra el frío muro de piedra que ya debiera de haber empezado a cambiar su temperatura, a juzgar por el calor que ya sentía él.

- ¿De verdad duele? – recuperó su sonrisa, para cambiar de ánimo nuevamente, alternando esos altibajos sin siquiera plantearse qué estado había precedido al entonces presente – Entonces está bien. Es dolor y el dolor rectifica, sana y libera. ¿Recuerdas, Fabrice? – pero fueron sus siguientes palabras las que le resultaron terriblemente cómicas, pues, para él, sólo podían ser fruto de una infinita ingenuidad que él quería hacer añicos - ¡Resístete! ¡Vamos! Realmente no es a mí a quien estás rechazando, sino que es a ti mismo a quien te restringes. Busca dentro de ti, más allá de todas esas patrañas que te han enseñado – llevó enérgicamente su palma derecha a su pecho desnudo -. ¿Qué está bien y qué está mal? Esas son falacias, mentiras que te han contado para nublar tu mirada y que cumplas sus normas mientras que ellos mismos las violan mientras no ves. No hay nada que esté bien, nada que esté mal; tan sólo existe lo que puedes hacer y lo que no, lo que te permites hacer y lo que no te permites. Y tú, Fabrice, puedes hacer mucho más de lo que te consientes – en ese preciso instante acarició su mejilla, casi en un acto de ternura. Podría aparentar inverosímil, pero de alguna especial y retorcida manera, el brujo sentía aprecio por aquel muchacho, sin saber exactamente por qué y mucho menos preguntándose acerca de él -. ¿Por qué crees que esto está mal? ¿Porque es pecado? ¿Porque no quieres? Si no quieres es porque estás engañado o porque aún no has probado estos placeres – hizo una pequeña pausa clavando sus pupilas en las de él -. ¿Es eso? ¿Aún eres virgen? – por alguna razón, la mera idea de aquella posibilidad le excitó y, entonces, sí pudo notar la hinchazón de su entrepierna. Si él era un inexperto en aquello, le dolería, y no sólo físicamente, sino que desgarraría su propia alma al arrebatarle aquello que muchos denominaban tesoro - ¿Sabes, Fabrice? Eres diferente a los demás, en eso coincido contigo, pero no te engañes, estás hecho de lo mismo que estamos hechos todos: carne, hueso y un alma contaminada. Créeme, he visto las suficientes almas como para saber que, en el fondo, son todas iguales.

Sin darle más explicaciones, se acercó de nuevo a sus labios y le robó otro beso con fuerza, con una duración más bien corta, retirándose unos cuantos pasos hacia atrás. Se despojó de su camisa para quedar en igualdad de condiciones, revelando los dibujos que adornaban ese cuerpo desde las piernas hasta casi el cuello, y abrió los brazos de par en par, invitándole a ir hacia a él.

- ¿Quieres luchar, Fabrice? ¿Quieres rebelarte? ¡Entonces ven! ¡Ven y lucha contra mí porque yo no voy a parar! – Deimos le retaba porque sabía que tenía todas las de ganar – Pero debes saber que cualquier cosa que hagas será en vano. Ni la muerte te podrá salvar, porque la muerte, muñequito – decidió en ese instante que ese sería un buen mote para él -, ella está de mi lado.





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Mensaje por Fabrice Laurent Vie Ago 23, 2013 7:36 pm

La mente ama lo desconocido.
Le encantan las imágenes cuyo significado desconoce.

René Magritte

Estaba bien que realmente fuera en algunas ocasiones imprudente y no hiciera las cosas con mucha conciencia real de lo que sucedía a su alrededor pero de ahí a que fuera un pecador como Deimos le decía era algo imposible, o algo que ciertamente le parecía imposible. Si es que podía estar de acuerdo con algo de lo que el brujo decía, sería únicamente con que las consecuencias de los actos eran siempre lo que determinaban el futuro de una persona pero aunque pensara de esa manera aún era incapaz de captar las implicaciones que haber confiado en su interlocutor le traería.
- Yo sé que todos cometemos pecados aunque no sea de manera intencional pero esta consecuencia… estar encerrado aquí… Dime ¿Qué hice para merecer esto? - quería poder comprender que era lo que había hecho, siempre buscaba saber esa clase de cosas después de todo si se conocía el motivo los castigos se aceptaban más fácil.

Le costo un poco respirar cuando el cuerpo ajeno le aprisionaba más contra la pared de piedra, sus movimientos eran cada vez más limitados pero no importaba, simplemente se enfocaba en continuar mirando a Deimos de manera fija, buscando respuestas en los ojos ajenos, algo que le diera un indicio del por qué ocurría todo eso y qué era lo que había sucedido con el hombre amable que le había auxiliado días atrás.
- Por supuesto que duele, no preguntes como si no supieras - de verdad que todo aquella amabilidad que antes observo se había desvanecido para dejar a un absoluto desconocido frente a él, la mirada ajena solo podía transmitirle el deseo de hacerle daño y en esos momentos un escalofrío le recorrió la columna - Yo no quiero ser liberado o sanado… no por ti, no ahora - no importaba cuanto se negara mientras su estancia en aquel lugar se extendiera el dolo sería parte de su vida diaria.

Todo lo que le decía el brujo causaba un efecto extraño en él, había cosas a las que deseaba negarse rotundamente y otras con las que estaba completamente de acuerdo con lo que le decían. Su cabeza comenzaba a doler, estaba pensando en demasiadas cosas y todas se aglomeraban intentando buscar un espacio en la consciencia del joven de cabellos castaños.
- No son patrañas… - dijo desviando la mirada. Aceptar que todo lo que alguna vez creyó eran patrañas le era imposible, no porque alguien le hubiera dicho que así debía de ser si no porque él mismo había descubierto que muchas cosas eran verdaderas… o quizás no lo eran y simplemente él las transformaba en cosas positivas, en algo bueno que le mantenía en pie y creyendo en todo los demás pero eso era mejor que dejarse llevar por la negatividad ¿o no?. La mano ajena se poso en su pecho y su corazón se acelero mientras su mirada iba una vez más hasta los ojos de Deimos - No me importa si los demás hacen las cosas como no deberían o si rompen reglas, yo hago las cosas que quiero, sigo las normas que quiero y que me parecen lo mejor y tu…. deja de confundirme con tus palabras - guardo silencio pero las palabras y las preguntas continuaban, cada segundo se hacían más y más personales; Fabrice no pudo evitar abrir los ojos de par en par mientras sus mejillas se sonrojaban, nada de lo que Deimos quería saber era de su incumbencia - Yo…. yo… no pienso responder tus preguntas… no debe interesarte conocer eso de mi -  en realidad era solo una pregunta a la que se negaba a responder, la que trataba sobre su virginidad. Apenas recibía su primer beso por parte del brujo y eso era lo único que le había sucedido hasta ese momento.

- Estar hecho de lo mismo no significa ser lo mismo… o al menos eso escuche una vez - no recordaba exactamente en que lugar lo había oído, pero cambiando de trabajo en trabajo siempre escuchaba bastantes cosas extrañas pero que de vez en cuando servían - ¿ver almas?… eso no se puede - en las creencias de Fabrice no existían los sobrenaturales ya que hasta ese momento y aunque se había topado ya con mucho, jamás les había visto actuar o hacer algo que le llevara a darse cuenta de las cosas ocultas y justo con esa pregunta su atención se desviaba a esa parte, dejando atrás las preguntas incomodas.

Un nuevo beso fue plantado en sus labios y aunque espero poder evadirlo le fue imposible ya que no noto las intenciones ajenas en ningún momento. Sus ojos estudiaron el cuerpo ajeno sin saber exactamente que hacer ya que nunca antes en su vida había peleado con nadie.
- Rebelarme… - sus ojos no podían desviarse de lo que cubría la piel ajena, aquellos dibujos que para él no significaban nada y a la vez lo significaban todo. Lo demás que dijo el brujo solo fueron palabras al viento que no capto claramente - ¿La muerte de tu lado? - y camino lentamente hasta donde se encontraba, estirando la mano. Finalmente  sus pasos le llevaron a que su mano tocara el torso ajeno y sus dedos se deslizaron por aquella piel - ¿Qué significan? ¿Te duelen? ¿Por qué les tienes? - su curiosidad despertaba restando importancia a las amenazas y a que en esos momentos no era más que un muñeco con el cual planeaban divertirse.



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Mensaje por Malkea Ruokh Vie Ago 23, 2013 10:46 pm

Ciertamente el gascón no podía dejar de pensar que aquel muchacho era especial, distinto a los demás. En cierto modo le intrigaba descubrir qué era aquello que le hacía olvidar tan pronto que él estaba atentando, de una u otra forma, contra su integridad, qué era aquello que le hacía conservar su inocencia. El brujo también se preguntaba cuánto duraría su resistencia y, sobretodo, si ésta sobreviviría a aquella noche. Quizás su intriga no era acerca de lo que tendría que estar investigando, pero, ¿desde cuándo él hacía algo cuando así se lo comandaban? En el fondo era un ser irremediablemente rebelde y la vida sólo le había enseñado que negar cualquier característica de sí, incluida esa, sólo le traería sufrimiento. Y ahí estaba otra gran clave del dolor, no del físico, sino de ese que ataca el alma: cuando está presente es síntoma de que hay algo que entra en conflicto con la propia esencia de uno mismo. Él ya ni sabía si había dejado de sentir el dolor porque había desaparecido o porque, sencillamente, se había acostumbrado a él; quizás incluso hubiera hecho de él su emblema, su seña de identidad y, ahora, se negase a separarse. No lo sabía, ni tampoco se lo preguntaba porque, en el fondo, ya le traía sin cuidado.

Cuando el parisino se acercó para tocarle, logró arrancarle un pequeño estremecimiento que recorrió toda su espina dorsal; sin embargo, no le detuvo, sino que le dejó delinear los trazos dibujados en su piel. Hacía demasiado tiempo que nadie le tocaba de aquella manera, en los últimos meses había visto disminuir su libido desmedidamente, demasiado preocupado por otros menesteres como para dejarse vencer por los caprichos de aquel cuerpo. Tan sólo una persona había despertado un profundo sentimiento que descontrolara los límites que se imponía por simple pragmatismo, la loca de Aeshana; bueno, Aeshana y él. Sí, ciertamente y por alguna razón quería poseer a aquel muchacho, algo en él lo supo desde el momento en el que éste le obligara a evocar sentimientos pasados. Pero, al igual que Fabrice, él también era especial, sólo que su particularidad era más contraria que similar a la que poseyera el delgaducho. Cuando él dejaba un resquicio de su interior libre para que surgiese hacia el mundo, éste tendía a imbuirle de un poder bruto que comenzaba a dominarle y a corromper cualquier signo de bondad y de prudencia para sustituirlos con cierta pervertida violencia que él sabía que jamás llegaría a saciarse. Y Fabrice había resquebrajado uno de los muros que le contenían y él ni sabía cómo, ni quería repararlo.

- No sé por qué les tengo; éste no es mi cuerpo – se sinceró con el muchacho, aunque sabía que no le iba a creer, no aún -. Las almas se pueden ver, muñequito, están hechas de sustancia, aunque diferente que la de la materia común. Se pueden ver, atrapar, incluso torturar o usar como energía – hizo una pequeña pausa, aunque ya adivinaba la incredulidad del chico -. ¿No has intentado huir? ¿No has intentado cruzar la barrera que obligué a un espíritu a establecer para retenerte aquí? – alzó una ceja y mostró una de sus torcidas sonrisas – Fabrice, olvídate de Deimos Halkias, ese era el nombre de quien usaba este cuerpo. Yo antes era conocido por otro, pero mi verdadero nombre es Malkea Ruokh; soy un nigromante – y, en ese instante, volvió a callar. Calló porque le sonó extraña aquella palabra de sus propios labios, ya que jamás se había referido a sí mismo como tal. Ciertamente, tanto para él como para su maestra aquellas prácticas no eran más que la fuente de todo poder mágico, por lo que no tenía sentido para ellos utilizar dicha denominación. Sea como fuere, el silencio sepulcral que siguiera a sus palabras fue utilizado por unas voces que, surgidas de, al parecer, ningún lugar, comenzaron a repetir el nombre que acababa de pronunciar. Eran sibilinas, sonando en cualquier punto de la habitación y superponiéndose una a otra. No era la primera vez que pasaba y aquella situación le ponía sumamente nervioso -. Khälâtz! – pronunció con voz autoritaria, haciendo eco en la amplia y casi vacía estancia y llevándose consigo al resto de cacofonías. El semblante del brujo, que antes se había relajado, ahora había vuelto a demostrar cierta irritación y hostilidad, lo cual también se reflejó en su voz -. Sí, la gente es diferente los unos a los otros, pero lo que eres hoy cambia; de lo que estás hecho, tu alma, es en esencia igual que todas las demás – y, dicho esto, volvió a agarrarle, pero esta vez con una mano en su pecho y la otra al otro lado, en su espalda, para recitar las siguientes palabras sin esperar a que él se preparase -. Nashëi damëshâtz ekhärib äpp – y, a continuación, el aquitano notó cómo la parte del torso que quedaba cercana a su palma comenzó a volverse de un tono cenizo - ¿Lo sientes? Eso es tu alma; eso es todo lo que eres. Tus recuerdos, tu personalidad, todo está ahí. Si yo la saco de tu cuerpo, tu cuerpo quedará como lo que es, un mero recipiente sin valor – retiró entonces sus manos para cesar el conjuro, pues aquello debía de ser sumamente doloroso para Fabrice y requería de energía suya que no estaba dispuesto a gastar.

Entonces, Deimos se apartó de él, dejándole libre nuevamente por unos instantes, quizás para dejarle asimilar lo que estaba diciendo, como si fuese a poder de todas formas. Demasiada información que le había dicho en un instante y demasiada poca para toda la que podría saber. El brujo se puso de espaldas a él y observó la pared, mirando sin interés su fría superficie mientras intentaba poner en claro sus ideas. Fue en vano, pues su cabeza ya se hallaba envenenada. Por lo tanto, se volvió a girar para, nuevamente, acortar distancias.

- ¿Quieres saber qué hiciste para merecer esto? – negó suavemente con la cabeza – ¿No entiendes que eso no importa? Si importase significaría que existe justicia en el mundo y, sorpresa, no, no existe – lo cierto era que sí había algo que, a parecer del hechicero, le inclinaba a hacer aquello, pero explicárselo significaría contarle quién era él y toda su historia, y eso era algo que sólo había hecho con una persona en su vida y que no haría con nadie más -. Lo único que importa es que estás aquí, encerrado conmigo y que estás a mi voluntad. ¿Te crees que me importa si quieres ser sanado o liberado?

El brujo negó suavemente y,  a continuación, buscó el frasco negro de su bolsillo que ya había usado en otras ocasiones y lo destapó. Nuevamente su lengua pronunció esos toscos fonemas que casi parecían desgarrar sus cuerdas vocales y, en cuanto estiró el brazo y alzó la mano, Fabrice se elevó en el aire. Le sostenían las ánimas que habían surgido del recipiente, las cuales el muchacho quizás podría sentir o quizás no. El caso fue que, siguiendo la trayectoria que él indicaba, fue a parar de espaldas directo al simple lecho que había en la sala, al que luego se acercó él.

- ¿Lo entiendes, muñequito? Eres mío – le repitió mientras le quitaba sin reparos y con cierta ansia el calzado. Él no podría negarse, pues estaba firmemente sujeto. Después, cualquier otra prenda que tuviese encima terminó igualmente en el suelo. Deimos había intentado hacerlo rápido y sin deleitarse porque había querido dejar para el instante que le siguió el contemplar cómo su cuello daba paso a las delicadas formas de una espalda aún sin curtir, la cual terminaba en ese pronunciado montículo, allí donde perdía el nombre. Permaneció unos segundos en el mismo sitio, creyendo que, aún sin tocarlo, tan sólo mirándolo, podía sentirlo. Pero no era suficiente, así que terminó de desnudarse él también y procedió a usar su cuerpo de lecho, dejando que sus labios reposaran al lado de su oreja, su torso en su espalda y su virilidad medio erecta sobre sus nalgas. Susurró ciertas palabras y los espíritus le liberaron; en ese instante toda la cadena que quería para Fabrice era él.





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Mensaje por Fabrice Laurent Dom Ago 25, 2013 10:37 pm

Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.

Pablo Neruda

El destino tenía planes extraños para todas las personas y del destino era sencillamente imposible escapar porque una vez que se comenzaba a crear una historia como la que ahora se desarrollaba no existía poder alguno que le detuviera.
Las cosas eran bastante peculiares en su situación pues ambos eran algo parecido a dos lados opuestos de la misma moneda, solo que de esa moneda solo un lado saldría ganador y por más que se dijera que saldría de aquella situación simplemente un poco herido la verdad es que en su interior muy en lo profundo de su ser, en esa oscuridad prácticamente mínima que poseía sabía que no saldría de aquel lugar o al menos no de la misma manera en la que entro. Ese lado oscuro le decía que si salía estaría marcado de por vida y nada volvería a ser como antes.

En ningún momento se dio cuenta del estremecimiento ajeno pues su interés entero se encontraba en las marcas que poseía la piel ajena, esas que lucían peculiares y que aunque estaban plasmadas en su piel de una extraña manera se veían ajenas a Deimos; algo le llevaba a pensar que esas marcas no eran propias de él pero no estaba seguro y si bien deseaba preguntar también sobre eso debía esperar antes a saber las respuestas a sus interrogantes anteriores a esa. Sus dedos recorrían con infantil curiosidad el torso de Deimos, memorizando cada una de aquellas piezas de arte no visibles a otros… ¿Qué otros le habrían contemplado?… y sin darse cuenta de lo que su cuerpo llevaba a cabo se mordió fuerte la lengua y fue solo el sabor metálico de la sangre la que le llevo a relajarse y buscar la mirada del brujo, alejando sus ojos por fin del cuerpo que tocaba casi con devoción.

No tuvo respuesta ante esas palabras pues se alegraba de saber que las marcas no eran del brujo, pero no creía que ese no era su cuerpo y no le gustaba como sonaban esas palabras.
- No existe barrera, yo no puedo ver nada y…. - "¿No has intentado huir?"… Su mente repitió esas palabras una, otra y otra vez cayendo en cuenta de que en realidad no había buscado desesperadamente la forma de escapar de esa prisión, supuso que cualquiera en su situación habría hecho todo lo que se encontrara a su alcance para lograra pisar de nuevo el exterior pero en cambio Fabrice solo se enfoco en cuestionar y esperar de nuevo la aparición de Deimos frente a si.
Desvío su mirada negando ante cada una de las cosas que le decía.
- No existe barrera, ese es tu cuerpo, las almas no ven y tu no eres ningún nigromante - lo dijo con la mayor convicción de la que era capaz ahora y ciertamente nunca había creído en cosas como aquella porque nunca se había enfrentado con cosas extrañas en su vida o mejor dicho siempre había sido absolutamente ingenuo y sin importar cuantas veces se presentaran ante él como sobrenaturales continuaba creyendo que esos eran simples cuentos que los demás inventaban. Escucho alguna vez de los nigromantes pero no creía del todo en ellos aunque la mirada de Deimos… o Malkea estuviera tan plagada de sinceridad y verdad.

De haber sido capaz de escuchar las voces se habría dado cuenta de que a él no era a quien le gritaban pero su cuerpo reaccionaba de manera muy particular a los gritos pues esos no le agradaban, ya suficientes creía recibir de parte de su familia, así que en cuanto el brujo alzo la voz alejo su mano y cerro los ojos como si eso fuera capaz de crear una protección momentánea; se sintió estúpido por su manera de actuar cual animalillo asustado por lo que se obligo a abrir los ojos. Apenas se recuperaba de ese grito que no había comprendido para nada cuando las manos ajenas se posaron sobre él y de nuevo unas palabras que no comprendía fluyeron de aquello labios malditos.
Tan pronto como el brujo guardo silencio su pecho se sintió caliente y esa temperatura estaba aumentando y junto con ella comenzó el dolor en donde el brujo tocaba. Fabrice intento gritar pero su grito se ahogo entre sus labios y jamás probo la libertad. Tan inesperadamente como inicio el dolor y el calor todo se detuvo provocando que de sus labios saliera un jadeo y se llevo la mano al pecho, miro al brujo entonces como lo que realmente era… un ser que desconocía por completo y por primera vez en toda su vida creyó en las historias de sobrenaturales.
Se creía incapaz de poder procesar esa información tan de improviso pero aún así lo hizo, aprovechando que le daba la espalda. Hablar le era mucho más sencillo que tener que procesar todo lo que estaba sucediendo y que nunca espero vivir.

Le miro cuando de nuevo se acercaba hasta él, mentiría si intentaba decir que no le provocaba temor saber lo que aquel hombre era en realidad y lo que era capaz de hacer pero aún así sentía curiosidad y por muy estúpido que fuera quizás era mejor terminar en manos de aquel nigromante que en las de cualquier otra persona o… ¿Era otra la razón?.
No respondió nada, se quedo en silencio pues aún le parecía increíble aquello.
- Siempre pensé que todo eso de sobrenaturales era mentira, nunca espere que fueran reales… pero aún así me da gusto por ti. Es extraño pero me alegra saber que no es tu cuerpo… no te va bien y bueno pocas personas pueden decir que se han topado de esta manera con alguien como tu - sonrío pudiendo colocar más en orden sus ideas gracias a lo que acababa de decir.

Hasta sus oídos llegaron aquellas palabras y antes de prepararse a que algo nuevo ocurriría, su cuerpo se elevó en el aire e intento moverse pero nada paso.
- Oye… detente… - grito al brujo mientras continuaba intentando zafar alguna parte de su cuerpo de aquello que no podía ver pero que sabía que le detenía. Sus esfuerzos fueron en vano y termino boca abajo sobre su mísera cama, en cuando la sintió intento una vez más levantarse sin resultado alguno - Entiendo lo que eres pero ya te he dicho que no soy tuyo, no soy un objeto que puedas tener o llamar tuyo además - rió viendole acercarse hasta él - no creo pertenercerme ni a mi mismo… ¿Cómo sería tuyo? - el hechicero no se dirigió a verle o decirle algo más si no que fue directamente a sacarle la ropa que le quedaba y fue cuando de nuevo le grito - Te dije que te detuvieras, ¿para qué haces eso? - le era imposible ver al brujo por completo y realmente no entendía que era lo que planeaban hacer con él. Al menos no lo supo hasta que le sintió sobre él - ¡A… Alejate! - apenas fue capaz de pronunciar eso cuando su cuerpo comenzó a temblar un poco bajo el peso ajeno.

¿Cómo podía pasarle algo así a él? No solo su primer beso robado por un hombre… si no que esa clase de cercanía con alguien que evidentemente estaba excitandose al tenerle así; intento no pensar en eso pero le era simplemente imposible no hacerlo y muy pronto un sonrojo que nunca antes había sufrido - al menos no con un hombre - apareció en sus mejillas. Intentaba centrar sus pensamientos simplemente en la cama bajo su cuerpo y no en el peso o el calor ajeno, ni como aquel torso se pegaba a su espalda… simplemente quería dejar de pensar en el nigromante.
Fabrice era evidentemente un débil al lado de aquel hombre pero aún así, al lograr mover una de sus manos y saberse libre intento moverse para buscar la manera de escapar.
- No te me acerques de esa manera, vamos alejate cuanto antes - coloco las manos a los costados y empujo para ver si se movía al menos un poco, pero por más esfuerzo que realizo le fue imposible moverse algo - Por favor…  - el chico de los cabellos castaños cerro los ojos y pego su cabeza a la cama, su destino estaba sellado y nada de ese sería como alguna vez lo pensó.
Todo aquello finalmente era una consecuencia de que ambos le hubieran gustado demasiado al destino para formar una obra única en su estilo



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Mensaje por Malkea Ruokh Lun Ago 26, 2013 9:56 pm

Era una escena perfecta. Y, a la vez, era repugnante. Pero era esa aberración que cargaba el acto lo que lo hacía tan exquisito, una forma más de atentar contra aquella falsa moral del mundo y retarla a tratar de detenerle. Era una sensación similar a lo sublime; o quizás ni siquiera se podría denominar como tal. No, era la superación de lo soberbio hasta el punto de lograr alzarse sobre ello y aplastarlo, reducir a polvo y cenizas el concepto de grandiosidad, pues aquello era superior tanto a lo humano como a lo terrenal. Sí, aquello era un bocado del manjar de los dioses, era beber directamente de la esencia de lo divino para hacer a sus partícipes extraordinarias piezas dentro de una partida de ajedrez que aún no se había puesto en marcha. ¿Pero realmente actuaban por encima o por debajo del listón de la humanidad? La respuesta es que, posiblemente, en ambas posiciones, pues, para donde algunos se encuentra el norte, para otros se encuentra el sur. Se justificaba así la relatividad que niega el bien o el mal, tan sólo reduciendo todo a lo vulgar o a lo excepcional. Y, desde luego, ninguno de ellos dos era común.

Uno se rebelaba y el otro aplastaba las pretensiones de insurrección esclavizando los brazos ajenos con sus propias manos. Deimos se hallaba en la postura de una deidad caprichosa y fácil de ofender, cruel e impío, pues quedaba exento de pagar tributo a una ética que era inferior a él; y a Fabrice le tocaba interpretar el papel del mortal, cuya vida estaba subyugada al poder del ser superior y hasta cuyo libre albedrío era relativo a éste. Era la eterna lucha del hombre por romper sus cadenas y ganarse su libertad a base de fuego y sangre, una pequeña representación privada enmarcada en una era en la que los dioses morían bajo el peso de su ausencia. Pero el desenlace de aquella función sería diferente, pues Malkea Ruokh sí se hallaba en aquella sala y no se le estaba permitido perecer. Quizás su cuerpo sí estaba ligado a la corrupción e incluso él era consciente de que tendría un final. Pero no así su alma, su esencia, él; no, eso era infinito como infinito, por muy arbitrario que fuese, era el tiempo. Él sabía que, de una forma u otra, existiría para siempre.

Había mil razones o excusas para justificar lo que estaba haciendo y todas y cada una de ellas eran igual de válidas para el gascón de nacimiento. O quizás había una que se sobresalía sobre todas las demás: el sentir que era aquello lo que tenía que hacer por el sencillo motivo de así quererlo. Era algo visceral y puro y, quizás por eso, resultaba tan hórrido. Surgía directamente del fondo de su ser para expresar al mundo parte de la verdad yacente en él, convirtiéndole sin desearlo en un pseudo-artista y a Fabrice en su lienzo, en su pequeña y, sin embargo, icónica obra. Pero el soporte aún estaba en blanco y sólo había tanteado sus perfiles para intentar acercarse al tema que iba a contener. Y aunque anhelase comenzar a pintar, todavía no era el momento de hacerlo, pues en ese instante quería deleitarse por, en alguna parte de su ser, saber que aquella circunstancia y aquel cuerpo eran únicos y que no iba a existir otra oportunidad como aquella. Por lo tanto, haciendo presa de él, comenzó a besar su nuca, intentando depositar pequeños besos sobre la piel, pero, ante la dificultad que suponía el movimiento del muchacho, sustituyó la delicadeza por sus dientes. Volvió a morder su cuello, a catar su sabor y, más aún, el dolor que sabía que le estaba provocando. Hincó sus dientes con fuerza y, en una ocasión, tan enérgicamente, que sintió el sabor ferroso de la sangre manchando su lengua. Gruñó por placer y en algún lugar de su interior sintió un regocijo que sólo era eclipsado por la codicia, pues quería más, mucho más, tanto que estaba seguro que, para saciarse, debería consumir al parisino hasta reducirle a su más mínima expresión.

- Puedes suplicar, muñequito, puedes rogar que me detenga, pero eso no va a lograr que lo haga – volvió a susurrarle antes de forcejear con él para darle la vuelta y obligarle a tumbarse boca arriba. Se sentó sobre su abdomen y sujetó ambas muñecas con sus manos, por encima de su cabeza, mientras acercaba tanto su rostro al de él que sus narices chocaron. Su mirada retaba a la ajena con una superioridad que quedaba marcaba en aquella sonrisa que, por primera vez en años, no podía despegar de sus labios -. ¿Sabes por qué no quieres? Porque no te permites querer. Intuyes que te gusta, pero te horroriza que te guste; te horroriza porque te han dicho que está mal. Pero tú, ¿crees que esto es erróneo? ¿Crees que es pecado? – mientras hablaba, iba girando lentamente la cabeza hasta lograr que sus labios rozaran los contrarios. Le besó suavemente y luego recuperó una posición desde la que pudiera observarle directamente – Oh, sí, te han contado que esto es pecado y seguramente lo sea. Pero lo que no te han contado es que la vida misma es pecado y que su fin es pecado, porque la muerte también es pecado. El mundo es pecado. Y tú eres partícipe del pecado porque eres parte del mismo y porque esto, que es nuestro pecado, es el resultado de ambos, de mí por ser el que lo comete y de ti por tentación.

Y volvió a maniatarle con los grilletes etéreos para poder moverse con mayor libertad sobre él. Los labios de Deimos comenzaron a descender por su mejilla hacia el maltratado cuello, donde succionó con fuerza y sin piedad. Sabía que, sin embargo, esa acción no le dañaría físicamente, sino que, pese a marcarle, le proporcionaría placer. Pero resultaría un gozo a medias porque, como ya había expuesto él, lo más probable sería que le horripilase y, por lo tanto, era del gusto del nigromante. Al bajar más, sus manos dejaron sus brazos para comenzar a recorrer ambos costados cautivándose con cada porción del cálido cuerpo hasta instalarse en su delicada cintura. Los besos que dejaba marcando el camino que descendía eran lentos, parsimoniosos, cargando de una dedicación que rozaba la devoción, como si aquel fuese el cuerpo más perfecto que hubiese tenido entre sus manos. No era el caso, pero en ese instante era el único que podía llegar a importarle. Al llegar a su ombligo, su lengua se endureció y, sin previo aviso, deshizo el camino ya delineado. Pero la escalada fue distinta al descenso, pues su saliva no estaba tibia, sino que ardía a causa del músculo repentinamente candente del que se desprendía. Y al llegar a su tráquea se separó para buscar el suplicio en su mirada.

- Fabrice, abraza el dolor, abrázalo en forma de terror – le recomendó mientras se inclinaba a buscar el pantalón que antes había tirado al suelo e introducir la mano en un bolsillo -. Deja que abra tu piel y que tu carne desgarrada beba de la naturaleza del mundo a través de las heridas; deja que tu propia naturaleza salga a través de ella y acepta la aberración que llevas en tu interior porque sólo a través de ello llegarás a ser puro. Abraza el dolor y sé libre – y cuando la última sílaba se evaporó en el aire, la fina hoja del pequeño cuchillo de color cobrizo con el que se había hecho rasgó la superficie de su abdomen.





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Mensaje por Fabrice Laurent Lun Sep 02, 2013 7:50 pm

Voy a decirles lo que creo que son las dos cualidades de una obra de arte...
En primer lugar, debe ser indescriptible, y en segundo lugar, debe ser irrepetible.

Auguste Renoir

El tiempo avanzaba veloz pero para Fabrice avanzaba lento, tanto que parecía que aquello que estaba viviendo sería un suplicio eterno. Pudo haber caído en manos de cualquier loco, de cualquier asesino que sin pensarlo le hubiera quitado la vida en el primer instante que le viera, pero no… debía caer en manos de aquel brujo que buscaba la forma de hacerle ver que todo lo que creía, todo lo que era solo formaba parte de una mentira, una que a la vez formaba parte de una mentira mayor… la de la sociedad.
Sus creencias originales, la verdad de que solo existían humanos comunes… todo lo que pensaba que era verdad estaba comenzando a resquebrajarse bajo el yugo del nigromante. Hacía grandes esfuerzos porque su mente continuara centrada en la realidad y no se evadiera de las verdades de la vida que ahora le eran reveladas.
Ya no existía lugar para pensar en tonterías, en mundos mejores y en historias de esperanza y bondad pero aún así, ellas le estaban manteniendo cuerdo y consciente; demasiado consciente para su gusto de todo lo que estaba pasando con el brujo sobre de él.

Todo lo claro se había vuelto confuso y estaba siendo corrompido por el tacto ajeno; algo de su sangre se deslizaba por su piel para caer en la cama, se sentía realmente frustrado por encontrarse aprisionado de esa manera. No le importaba ser prisionero del brujo pero que lo tocara, que le hiciera sentir de formas que nunca antes creyó poder experimentar y su cuerpo le decía que si no detenía aquellos roces y besos después le sería imposible dejar de pensar en él.
- Estas enfermo, eres un loco… - deseaba poder gritarle un montón de insultos pero eso no cambiaría nada de lo que ocurría. Repentinamente fue que pudo ser capaz de admirar el rostro ajeno una vez más y su molestia disminuyo de manera momentánea, hasta que le sintió sentado sobre su abdomen y su rostro estaba muy cerca del suyo confundiendo sus pensamientos más de lo que ya estaba - Deja de hablar - cerro los ojos - tu solo buscan confundirme o… - abrió los ojos lentamente - ¿es que yo me confundo por qué lo que dices es verdad? Yo… no sé si esta mal o no lo esta… - guardo silencio y cuando entreabrió los labios para decir algo fue besado de nuevo provocando que lo que pensaba decir se desvaneciera de sus pensamientos.

Sus ojos seguían al brujo, que desde su posición de superioridad no despegaba la vista de él y a Fabrice le pareció completamente perfecto, no sabía el porque de eso, pero dentro de las imperfecciones del momento el nigromante era todo lo que le llamaba. Nunca en toda su vida se había sentido tan confundido y tan torpe como estando a la disposición ajena. Las manos del joven fueron inmovilizadas de nuevo por aquellas fuerzas que desconocía pero no alejo la mirada de los ojos de Deimos; quien comenzó a lamerle y succionar de su cuello.
- Idiota, quitate… - nada perturbaba los planes del brujo para con el joven, que continuo descendiendo en base a besos por su cuerpo. Con cada nuevo roce de labios Fabrice se tensaba, la piel que era besada ardía después del contacto y le dejaba con unas ganas de más que no podía negarse a si mismo pero que no expresaría nunca, eso sería caer en aquel juego perverso y él no estaba dispuesto a ceder aunque eso significara perder la vida. El regreso hasta su cuello fue similar en sensación pero diferente en la manera de viaje y ante la frustración se mordió el labio con fuerza, quizás estaba empleando pues incluso se hizo sangrar pero no le interesaba.

Analizo lentamente las preguntas que antes había respondido de manera un tanto superficial y meramente por inercia, por lo que creía que era correcto y lo que escucho durante toda su vida. Se cuestiono realmente mientras el brujo le miraba directamente a los ojos y busco las respuestas mas sinceras que poseía.
Si, a él le horrorizaba que algo así le gustara mucho más porque en esos momentos venían los recuerdos de la chica del mercado, aquella de la sonrisa hermosa y la mirada hermosa… ¿No había deseado estar de esa forma con ella? En un sin fin de ocasiones y en cambio, tanto su cuerpo como sus pensamientos reaccionaban ahora a alguien completamente diferente a ella… a un hombre que efectuaba su voluntad con él y se aprovechaba de su mente y su cuerpo. ¿Qué si era pecado? De eso aún no estaba seguro… pues pecado cometían todos y solo se podía intentar ser mejores siempre, día con día.
Cuando intento responder si era erróneo su cuerpo y su mente gritaron que no lo era, después de todo, Deimos le había dicho que era parte del pecado que todo eso era su culpa por ser una tentación, aunque si pensaba fríamente las cosas cada vez que contemplaba al hombre sobre él también le parecía una tentación. Su mirada transmitió el sufrimiento interno junto con la confusión que experimentaba. No solo sus pensamientos morales si no hasta sus sentimientos estaban siendo puestos a prueba pero aún faltaba mucho más de él por atravesar las pruebas del gascón.

Ladeo el rostro sin comprender que era lo que debía aceptar del dolor, ni por qué le decía que lo abrazara y fuera libre.
- ¿A qué te refieres? - pregunto ingenuamente al tiempo que algo que no supo identificar de momento de deslizaba por su abdomen y un grito de dolor fluía de lo más profundo de si. Se miro entonces solo para notar el camino de sangre que comenzaba a dibujarse en su piel y con mirada temerosa observo a Deimos que sostenía en su mano nada más y nada menos que un cuchillo - Pero es que tu realmente estas loco… - su respiración se encontraba agitada y sus latidos eran desbocados, el terror se estaba apoderando de su mirada, la primer herida estaba hecha y seguramente las demás serian mucho más fáciles de realizar para el brujo, aunque claro, la primera tampoco había parecido ser muy complicada - Haciendo esto no llegare a ser puro, eso es imposible… tu estas enfermo, además si el pecado forma siempre parte de nosotros como voy a quedar limpio de ello, y con tus manos que recorrieron ya mi cuerpo al igual que tus labios y tu lengua… eso me vuelve aún más impuro porque no soy más que una tentación para ti… - hacía uso de lo que le había dicho y de lo que había hecho con él, pero aún así sabia que nada de eso funcionaria aunque la esperanza debía morir al final… justamente cuando su corazón dejara de latir.



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Mensaje por Malkea Ruokh Mar Sep 10, 2013 3:46 pm

Por primera vez desde que se lo encontró por esa no tan fortuita casualidad, agradeció el apego que presentaba el muchacho a no callarse. Sus palabras demostraban que las vesánicas razones que introducía a la fuerza en su mente estaban empezando a vencer a su reticencia a cambiar esa cándida e incorrecta forma de comprender el mundo. Dudaba y la duda era el primer paso para abandonar el antiguo orden y aceptar la naturalidad del nuevo, ese que Deimos entendía como el único válido y real; el resto no eran más que artimañas de los hombres destinadas a engañar tanto a sus semejantes como a ellos mismos. Débiles, así les veía él, seres sin la suficiente valentía como para afrontar el peso de la realidad. Fabrice era uno de ellos, un fiel siervo de aquella mentira; y, aun así, era diferente, un paria como él mismo lo había sido toda su vida. Era por eso que el brujo sabía que poseía la capacidad de ver más allá de aquella seductora mascarada, de entregarse a la cruda verdad, que resultaba atroz, per que era real.

- ¿Estoy loco? – preguntó mientras las yemas de sus dedos rozaban la herida, embadurnándose de ese pigmento rojizo - ¿Y qué es estar loco, muñequito? ¿Qué es estar loco más que ser diferente a los demás? ¿Qué es sino tener el coraje suficiente como para aceptar el engendro que llevamos en nuestras almas, que tener la osadía de no renunciar a lo que somos aun cuando la sociedad dicta lo contrario? – llevó entonces su mano a su mejilla para mancharla con tres irregulares marcas de su propia sangre -. La locura es la liberalización del hombre; la cordura, la esclavitud en su propia cobardía – pronunció solemne, como si aquel fuera un precepto irrefutable -. Y te pregunto a ti, ¿tú eres un cobarde? ¿Eres el cerdo atado que sólo puede esperar a ser degollado para que sus entrañas terminen en los platos de sus semejantes? ¿O eres la hiena que está dispuesta a aceptar su condición de depredadora y va a devorar a sus propios hermanos? ¿Qué es lo que eres? – el nigromante no se percataba de que sus propias palabras no sólo iban en contra de esa sociedad de la que se negaba a formar parte, sino que también podían aplicarse en contra de él mismo, pues al igual que Fabrice podía ser devorado, siempre dentro de la metáfora, por sus propios vecinos, lo estaba siendo en ese preciso momento por el propio D eimos. Se hallaba obcecado en su idea  y su particular cruzada y tampoco contó con el tiempo para pensar detalladamente acerca de ello.

Paseó la fría hoja de metal por el torso blanquecino del muchacho, desde su ombligo hacia su garganta y luego, repentinamente, le agarró con su mano libre por el gaznate. Presionó con fuerza, primero serio y luego viéndose asaltado por una sonrisa, fruto de saberse propietario de aquel cuerpo. Le miró y acercó el filo a su carrillo para marcar una nueva línea que siguiera la trayectoria de su pómulo.

- ¿Y enfermo? Desde luego que estoy enfermo. Estoy enfermo de ti, de tus miradas, de tus palabras, de este cuerpo que me tienta y me obliga a desearle. Eres la ironía que con su inocencia rescata del pasado la aberración que nunca debiste desenterrar y que ahora contagia cada fragmento de mi alma. Sí, estoy enfermo, enfermo por ti – repitió justo antes de que su lengua limpiase el rostro del muchacho, tragando el fluido que salía de su superficie. Y, entonces, clavó la punta del cuchillo al inicio de su esternón, presionando levemente para que la piel apenas se desgarrase mientras dibujaba en ella -. Entiende, muñequito, que la pureza es sólo aquello desprovisto de añadidos, sólo aquello que nace del fondo del alma, pero que se niega a aceptar el engaño – llegó al final del hueso, por lo que comenzó a delinear el  extremo de sus costillas, de lado a lado -. De niños es curiosidad, inmaculada, que poco a poco se va contaminando por los conceptos impuestos de bien y mal a lo que los adultos, actuando más infantilmente que los propios infantes, se aferran durante el resto de sus vidas. Intentan justificar con ello una supuesta justicia en el mundo pese a las desigualdades y a las penurias que sufrimos. Ahí es donde entra su Dios – la sorna tiñó su tono mientras el arma bajaba por el abdomen, por ahí donde la rojez evidenciaba el anterior paso de su lengua -; pero sólo unos pocos son capaces de superar esa torcida etapa, atravesar el tránsito de la desilusión para aceptarlo, asimilarlo y llegar a comprender que el mundo no está hecho para la virtud humana, sino para el capaz de someter a sus semejantes, diferenciándose así de ellos y convirtiéndose en superior a ellos – y una vez llegó a su pubis, se retiró para contemplar su miembro un par de segundos, reposando el cuchillo sobre el glande. Luego, decidió que debía volver a tumbarle boca abajo. Sin pronunciar palabra le besó la nuca con suavidad justo antes de llevar sus propios dedos a sus labios y, una vez empapados en saliva, los llevó a la mitad de sus nalgas, lubricando ese espacio intermedio –. Si te relajas y no te resistes no te dolerá – le recomendó, siendo consciente de que sólo era cuestión de tiempo dilatarle y sabiendo que, antes o después lograría su objetivo. Presionó con el corazón justo a la entrada de la cavidad, insistiendo con parsimonia, pero sin detenerse notando cómo la calidez de su interior rodeaba su dedo. Una vez introducido, procedió a retirarlo para volverlo a meter -. El pecado no nos ensucia, Fabrice, nos hace superiores, únicos, y expulsa la inmundicia con la que alimentan nuestras almas para torcerlas. La tentación lleva a la locura y la locura nos conduce a pecar – razonó mientras continuaba con un segundo dedo, ya ansioso por prepararle para el tercero y lo que llegaría después –. Es a través del pecado que nos elevamos y, por lo tanto, es a través de ti, mi pequeña tentación, que esta noche voy a elevarme, que esta noche nos voy a elevar – comenzó a aumentar el ritmo con el que encajaba sus falanges en su interior, estimulando su próstata en el proceso y buscando arrancarle el gemido que estaba seguro que él intentaría contener -. ¿Lo sientes? ¿Lo entiendes? ¿Entiendes que tu cuerpo ha sido creado para ser mancillado de esta manera? – su sonrisa era amplia, tal era su júbilo que tenía ganas de reír. Y, sin embargo, detuvo de golpe ese ritmo que comenzaba a ser demasiado rápido. Se puso sobre él, con una pierna a cada lado, y respiró profundamente un par de veces para calmarse y prepararse para lo que llegaba -. Fabrice, esta noche entenderás que el cielo y el infierno van de la mano. Esta noche eres mío. Esta noche te voy a poseer – y, dicho esto, enterró la punta de su falo en aquel hueco que él mismo volvía a abrir. Se recostó sobre su espalda y al interior le siguió el resto del miembro.





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Mensaje por Fabrice Laurent Vie Sep 20, 2013 10:54 am

Dales placer, el mismo que consiguen cuando despiertan de una pesadilla.
Alfred Hitchcock

- Deja de llamarme muñequito, mi nombre es Fabrice - le dijo aguantando el dolor que le provocaba que pasara sus dedos por la herida, cierta parte de él no deseaba que el cuerpo de Deimos se manchara de su sangre, esa que muchas personas consideraban inútil e infructuosa para cualquier cosa; y si… ¿Se contagiaba de su inutilidad? un temor diferente al anterior cubrió sus pensamientos pero se desvaneció ante las nuevas preguntas del brujo. Era extraña la forma en la que podía confundirlo, hacerlo rabiar y después calmar su alma con unas simples preguntas.
- Estar loco es ir en contra de lo que la mayoría de la gente considera correcto - sus propias palabreas le golpearon. Si tomaba las cosas exactamente de la manera en la que las mencionaba, él también estaba loco pues no hacía lo que los demás esperan correcto o era bien visto sobre todo cuando hablaba. Bajo esa nueva perspectiva no tenía razones para llamarle loco - como tú… o como yo en algunas cosas - rió incrédulo - Yo no tengo coraje… soy solo un idiota y un cobarde - acepto su propia cobardía no muy orgulloso de eso pero finalmente le admitía - no estoy dispuesto a devorar a otros, nadie merece algo así. - No se dio cuenta o más bien no quiso darse cuenta de que en esos instantes era él quien estaba siendo devorado poco a poco por el brujo que estaba sobre de él.

Enfocado en responder las preguntas que el nigromante le hacía no fue capaz de reaccionar cuando la hoja delineo su figura nuevamente y permaneció simplemente inmóvil, temía que volviera a terminar herido; su esfuerzo no dio frutos cuando aquella hoja recorrió su pómulo y el calor de sus sangre le alerto.
- No me culpes a mi de lo que haces, tu fuiste quien llego hasta mi en un inicio - Era la primera vez que alguien le culpara por provocar tentación, Fabrice nunca hubiese creído que sus palabras su cuerpo o su manera de mirarle seria parte de lo que le llevo al inicio de su fin pero sencillamente no podía cambiar la forma en la que siempre había sido solo por saber que le afectaba tanto. El sonrojo que sus mejillas obtuvieron por esas palabras y la forma en que actúo Deimos se vio disminuido por la existencia de aquella herida en su rostro, lo único por lo que podía agradecer todo eso.

Unas cuantas lagrimas brotaron de sus ojos, estaba siendo usado como un lienzo de pintura pero esa forma era mucho más dolorosa de lo que cualquier estilo de pintura pudiera ser, se aguantaba de gritar a ratos, no le daría esa satisfacción al brujo, le demostraría que podía ser fuerte y no se dejaría intimidar, al menos esos eran sus planes, los que su mente formulaba desde su ingenuidad pero toda esa pesadilla confusa aun no estaba por terminar, al contrario le falta mucho tiempo, más del que Fabrice pudiera imaginar para que terminara por completo; quizás ni si quiera la muerte fuera capaz de librarle de lo que había comenzando esa ocasión en el puerto.
- Los demás estarán contaminados por sus conceptos pero el hecho de conocer, ser libre y permitirse pensar y actuar como te plazca no te vuelve ni libre ni puro, solo te convierte… nos convierte en otra clase de monstruos a los cuales la mayoría no comprende pero al final de todo, seguimos siendo montruos - Deimos era solo una bestia que dominaba a otras bestias, aún no existía una que le dominara pero tarde o temprano sucedería.

Se formo un silencio sepulcral, la hoja del pequeño cuchillo estaba atentando contra una parte de su anatomía más sensible que cualquiera de las que habían sido ya lastimadas, tragó saliva con mucho esfuerzo y su respiración se detuvo en aquellos segundos que le resultaron eternos. Esa tensión solo disminuyo cuando su cuerpo fue nuevamente puesto boca abajo de manera algo bruta por el brujo, pero incluso con el cuerpo encima del suyo su respiración le era posible de nuevo. Creyó que su integridad o al menos parte de ella ya estaba segura; perdono las conductas del nigromante de manera veloz, mucho más cuando su nuca fue besada pues es le hacía sentir bien.
Se dejo embargar y se perdió, por ese motivo le fue imposible captar al instante a que se refería con las palabras que pronunciaba.
- ¿Qué dic… - Su cuerpo entero se tenso al caer en la cuenta de lo que estaba pasando ahora - No… no… - se movió un poco, buscando evitar que aquel dedo entrara en él - por favor… no lo hagas - su voz sonó quebrada, aquello ya estaba sopesando el limite de lo que creía poder soportar.

Sollozo por la manera en la que todo estaba pasando y con cada nueva entrada de aquel dedo en su cavidad le sobresaltaba. Cuando el segundo y tercer dedo entraron se quejó y maldijo por dentro al brujo, quien deliberadamente se aprovechaba de él de esa manera tan vil.
Morir hubiera sido lo mejor, su cuerpo no estaba hecho para esa clase de tratos y su mente tampoco lo estaba para esa clase de confusiones, las cuales aumentaron a partir del momento en que los movimientos que se efectuaban en su interior comenzaban a hacerle sentirse bien. Apenas estaba comprendiendo que el sobrenombre de muñequito le quedaba a la perfección, porque aunque había dicho que se alejara, que le dejara en paz, no había hecho lo suficiente para evitar que le tratara de esa manera.

Finalmente todo parecía tomar sentido y ya fuera por las palabras de Deimos, por lo que sentía o por su confusión y sufrimientos de siempre, comprendió que su existencia, todo aquello que fue y lo que no pudo ser fue creado con uno propósito, caer en manos del nigromante, su existencia siempre había estado en manos de él aunque le fuera desconocido.
Sus latidos se habían acelerado y la sangre de su mejilla escurría levemente manchando su rostro mientras algunas otras gotas caían a la cama.
Estaba aceptando ese destino cuando nuevamente en su mente hizo eco aquello que el brujo pronunciaba.
- Eso no… - comenzaba a querer implorar cuando de sus labios algo que mezclaba entre un grito y un gemido escapo, provocando que pegara la cabeza a la cama y su cuerpo temblara. Si bien antes no había sido tan malo, esta vez le había dolido y lo único que al parecer calmaba un poco su dolor, su vergüenza y su miedo era la sensación del cuerpo de Deimos pegado al suyo - Sacalo… - susurro - por favor… - y una lágrima que iba cargada del color rojo de su mejilla rodó por el rostro de Fabrice.



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Mensaje por Malkea Ruokh Sáb Nov 09, 2013 12:24 pm

- Aguanta, muñequito, aguanta; pronto dejará de dolerte y te gustará – le recomendó, aunque sabía perfectamente que sólo se calmaría su sufrimiento físico y que por dentro aún mantendría tamaña angustia. Dicha desdicha era lo que le hacía feliz y lo que evitaba que se irritase porque la tortura se tornase en deleite. Y él le daría placer, le descubriría aquella verdad que muchos tildaban de perversión y le enseñaría a amarla; y a su vez la odiaría, y con ello le odiaría a él, insistiendo en esas curiosas aberraciones, tan hermosas y a la vez tan monstruosas, contradictorias en apariencia, pero concordes en esencia. El de la piel tatuada, lentamente comenzó a retirarse de su interior, aunque antes de dejar su miembro totalmente liberado volvió a someterle a presión para penetrarle de nuevo. Lo hacía lento porque le resultaba delicioso y quería exprimir cada segundo de esa primera vez que le dominaba; primera, que no última, al menos en sus perspectivas, pues el brujo, que ya comenzaba a embriagarse seriamente de la excitación, empezaba a tomar en cuenta la posibilidad de no cumplir el cometido que Ascarlani le había encomendado tan sólo para poder disfrutar de aquel joven todas las veces que fuese necesario en la larga eternidad durante la que ahora quería encadenarle a su lado. Su recto se mostraba ceñido, quizás por ser virgen, quizás por la tensión del momento –aunque posiblemente fuese una combinación de ambas- y esa era una característica que le agradaba al gascón, tanto que cerró los ojos unos instantes para saborear mejor la sensación -. Entonces… no vas a luchar… - susurró con un habla más dilatada que la que la precediera, acompañada de una fuerte respiración – si no luchas… los predadores te usarán… Pero no te preocupes, muñequito… me voy a encargar… de que sólo tengas un predador… sólo a mí – y esto último lo pronunció contra su oreja justo antes de mordérsela y comenzar a aumentar el ritmo de sus caderas. Se incorporó, no sin antes ordenar a los espíritus que volvieran a apresar su cuerpo lo suficiente para que no se le revolviera, aunque no tanto como para impedir el más mínimo movimiento. No quería que le importunase, pero tampoco que fuese un mero títere sin la menor opción de mostrarle su voluntad; si hubiese deseado eso le hubiera degollado antes de violarle. Una vez se hubo recolocado, con cada pierna a cada lado de las del otro, le agarró de la cintura para retomar el movimiento de la pelvis, pero desde una perspectiva diferente -. Pese a todo, tu cuerpo es… - pero se calló sin terminar; iba a elogiar su aspecto físico hasta que recordó que él no hacía eso. Frunció el ceño, molesto por casi haber tenido dicho desliz, pero pronto lo olvidó a causa del delirio de gozo y de los planes que inconscientemente iba creando para cada momento que llegaba -. Fabrice, nosotros somos monstruos, siempre lo fuimos y siempre lo seremos. Por eso nadie te soporta, porque eres un engendro. Pero es lo que eres, luchar contra ello tan sólo te hará desdichado – en ocasiones Aurélien no sabía si hablaba por el muchacho o por mostrar sus propias experiencias, aunque tampoco le importaba -. ¿No lo entiendes? Es a través de la aceptación como nos purificamos, como llegamos a estar en simbiosis con nuestra esencia. Y resulta que esa purificación, esa búsqueda de la esencia es lo que nos lleva a aceptar lo que en último término somos: esos monstruos – y le embistió por primera vez con fuerza, quizás para sellar sus palabras -. Parece que no quieres abrir los ojos a lo que llevas en tu interior, que no quieres sacarlo a la luz. Tendré, entonces, que desenterrarlo yo – y, dicho esto, le liberó y, sin aguardar más, se puso en pie.

Los espíritus se encargaron de colocar al delgaducho contra la pared, ciñendo sus muñecas y tobillos con fuerza, impidiendo el escape. El nigromante, cuchillo en mano, le siguió hasta colocarse detrás, sin tocarle, pero lo suficientemente cerca como para sentir el calor del uno mezclándose con el del otro. Se reclinó sobre él, apoyando las palmas de sus manos contra la pared y aun guardando esos centímetros de separación entre las superficies, para volver a encarar sus labios contra su oído. Quería que escuchase su respiración, que sintiese su cálida humedad chocar contra su oreja, que notase su presencia aún sin que hubiese contacto alguno, que supiese que era sólo y tan sólo suyo. Luego, sujetó su arma con firmeza para volver a magullar su piel, ésta vez ocupándose de sus costados, marcando una línea que llegaba a mellar incluso el hueso. Descendió desde sus axilas de manera lenta hasta llegar a su cadera y, sólo cuando hubo terminado y cuando ambos laterales se hallaran empapados de carmesí, procedió a rasgar igualmente las palmas de sus manos. A Deimos le dolió, pero no le importó, consciente de que si no podía soportar esa nimiedad mucho menos sería capaz de aguantar lo que venía a continuación. Con sus manos chorreando sangre, volvió a incrustar su miembro en él hasta el fondo, pegando ahora sí su torso a su espalda.

- Nuestras almas son sustancias vulnerables y difícilmente delimitables – le explicó, aunque no sabía si sería capaz de prestar atención a sus palabras, pues las heridas que le acababa de hacer debían arderle -. Es tu recipiente el que la protege de las esencias ajenas y es él el que te define como individuo, preservando tu integridad frente a las amenazas externas – fue entonces cuando llevó sus dedos a sus flancos, separando la carne para incrustar sus falanges en los cortes -. Pero toda coraza puede ser anulada y yo sé cómo solventar dicho problema, muñequito. Ahora lo vas a descubrir.

Sin dilatar más la espera, Deimos hizo presión con sus manos, hincándose bien en él y cerrando los ojos para concentrarse. Su respiración se comenzó a alterar y él empezó a temblar levemente. Los espasmos eran síntoma del gran esfuerzo que estaba realizando, del coste que suponía el abrir las cerraduras que le obligaban a permanecer encerrado en aquella vasija de materia. Pero una a una logró deshacerse de las ataduras, paso a paso logró extender su arché por su torso, sus brazos y, en última instancia, hacia las aberturas de sus palmas. En ese preciso instante se desprendió de ellas una sustancia volátil, de similar naturaleza a la del humo, y de un tono blanquecino, aunque quizás eso tan sólo era debido a la luz que emitía. Cayó de las incisiones de forma liviana y, sin dilación, se encaminó hacia las propias del muchacho, inmiscuyéndose en su interior. Y, en ese preciso instante, Aurélien experimentó por primera vez el contacto directo con otra alma; al menos que él pudiese recordar. No pudo sentirlo físicamente, pues su piel ya no era la receptora de dichos estímulos, pero el roce entre ambas esencias abrasaba, aunque de una manera mucho más aguda que la que el fuego usase para quemar. Era un dolor intenso y visceral, ya que no atentaba contra un recipiente sino directamente a lo que éste contenía, a la médula de la persona. Como un animal carnívoro se lanzó contra su presa y asió el alma de Fabrice dentro de él, la asió y la rasgó para mezclarse con ella, para dominarla y para penetrarla, así como ahora había comenzado a penetrar de nuevo su cuerpo. Como ya se ha dicho, era un tormento, un tormento que debían sentir ambos a partes iguales, aunque el nigromante ya estaba preparado para aquello. Y, sin embargo, era delicioso, era el origen de un placer sin par, de una sensación de gozo sin comparación alguna, pues ningún deleite carnal puede equipararse al que es ejercido directamente sobre el alma. Era tan lleno y pleno que perdió el control total sobre sí mismo, sólo entregado al hedonismo al que ahora se veía sometido. No conocía exactamente las consecuencias de aquel acto, pero, por Dios, a él no le importaba, tan sólo quería seguir aquel proceso del que tampoco sería capaz de desligarse. Ese era el sentido pleno del éxtasis, esa comunión entre dos almas ajenas, mezclándose, produciendo a partes iguales una inmensa dolencia y una elevación sin fin. Y tal era el éxtasis, que el brujo perdió el control sobre los espíritus que encadenaban a Fabrice sin siquiera percatarse de ello, liberando sus ataduras, liberando sus grilletes. Liberándole de él.





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Mensaje por Fabrice Laurent Miér Nov 27, 2013 8:19 pm

Como siempre, la consideración de su muerte lo serenaba tanto como lo turbaba la muerte de los demás. Tal vez porque, a fin de cuentas, su muerte era el final del mundo.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa

¿Qué era entonces el dolor? Definitivamente no era el momento para que la mente de Fabrice estuviese pensando en esas cosas pero le era imposible porque sentía que terminaría muriendo. Cada movimiento que el brujo efectuaba contra su cuerpo destrozaba un poco más al joven, le confundía, le llevaba a limites mentales insospechados por si mismo, pero su mente regresaba una y otra vez a preguntarse que era realmente el dolor.
Sería acaso el saberse ignorado y odiado por su familia, el haber creído que podría amar pero que no se realizara, era la violación que sufría por parte del nigromante… o lo que más le dolía era saberse a merced de él y conocer que de no morir le sería imposible escapar porque era el muñeco de aquel demente brujo y eso nada lo cambiaría porque siempre debió ser de esa manera. Quizás era la forma en la que todo pasaba, si bien la cercanía del cuerpo del brujo le hacía bien, la manera en la que las cosas sucedían no le parecían las más adecuadas, ¿Pero quién pensaba en eso en un momento como aquel? Solo él.

El solo hecho de recordar antes los dedos de Deimos en su interior confirmaban lo que le decía, pronto dejaría de doler y las sensaciones agradables llenarían su mente como momentos antes, ¿Quería que eso sucediera o deseaba olvidar todo? Eso también le generaba confusión, pero a medias pues las respiraciones de Deimos y el calor del cuerpo que estaba sobre él le hacía empezar a olvidar todo y a entregarse a las sensaciones.
Su mirada estaba enfocada en las gotas que caían en aquella maltrecha sabana que lentamente se teñía del rojo de su sangre, sus lagrimas fluían y las palabras se atoraban en su garganta.
Yo…yo…– luchar era imposible, así de sencillo, mucho más considerando que lentamente el dolor se iba y la voz del nigromante le tranquilizaba. Fabrice debía ser un estúpido porque aunque aquel hombre estaba usando su cuerpo, jugando con su mente era como la gravedad, sabía que no podría alejarse más del lado de él, aunque le dañara y le destrozara tanto por dentro como por fuera y si él iba a ser su predador, no veía problema alguno en eso – Déjame… por favor… – un gemido escapo de él y mordió con fuerza su labio inferior, quería volver a sentir dolor, poder detestar al nigromante no terminar deseando más del ligero placer que comenzaba a hacerse presente.

Su cuerpo fue presa nuevamente de las fuerzas misteriosas de las cuales el brujo hacía gala, intentaba liberarse, aprovechando que los movimientos se detenían, en su mente solo estaba claro que debía escapar, que ese era el momento justo pues de tardarse un poco más sería un muñeco eterno al servicio de Deimos. Los movimientos en el interior de su ser se reanudaron y sus pensamientos se perdieron nuevamente. El placer comenzaba a invadir su cuerpo y de manera automática comenzó a jadear.
Debía de ser un monstruo, si, ya estaba siendo consciente de eso. Solo un monstruo podía querer estar cerca de uno como aquel y solo un monstruo podría sentirse dichoso siendo tratado de esa manera pero por alguna parte era mejor ser maltratado de esa manera a ignorado.
Ya entendí…– susurro – soy un monstruo… lo soy… – solo de esa manera parecía ser que entendía el odio que los demás expresaban por él, su monstruosidad era tal que solo era capaz de relacionarse con un nigromante con pensamientos oscuros – Abriré los ojos… lo haré… pero no más… detente ya Deimos, déjame libre… – sollozo al sentir como el miembro se alejaba de él y su cuerpo tembló levemente.

La sangre en su mejilla estaba secándose y la tranquilidad, la creencia inocente de que ya no habría más placer o dolor estaba naciendo nuevamente en su interior cuando los espíritus hicieron lo que su dueño les pedía y el joven termino frente a la pared.
Deimos no me hagas nada más, por favor voy a morirme – su voz sonaba suplicante pero no intentaba ya escapar de aquellos agarres invisibles, se sabía en una completa indefensión contra eso así que daba uso a lo único que podía, su lengua.
Cuando el calor ajeno comenzó a llegar nuevamente tragó saliva, sin saber que era lo que le esperaba a continuación pero de todo lo que pudo pasar por su mente no tenía nada que ver con lo que aquel brujo tenía planeado para él.
Un grito desesperado y el intentar escapar regreso en cuando el cuchillo entro en su piel, rasgando y entrando no solo superficialmente si no un tanto más interno.
¡NO! POR FAVOR, DEIMOS… - gritaba y de nuevo comenzaba a llorar, el dolor de haber sido utilizado sexualmente no se comparaba al actual, porque en esos momentos cuando su cuerpo era maltratado no solo de un costado si no de ambos ya sabía que moriría, no existía otro posible desenlace no después de aquello. Sus gritos eran cada vez más desesperados y su cuerpo entero temblaba, mientras por su cuerpo descendía aquel liquido cálido que manchaba su cuerpo y parte del suelo de rojo – Deja que me vaya… – sollozo, pegando su frente a aquella pared.

Su cuerpo se tensó y un gemido salió de sus labios cuando de nuevo el nigromante se encontraba en su interior y sus costados le dolían intensamente. Escuchaba a medias todo lo que decía pero le era imposible captar que era lo que le decía. Un nuevo grito de dolor salió de sus labios para ser acallado entre aquellas paredes y más lagrimas fluyeron de sus ojos. Su carne era separada lentamente y el dolor de que algo nuevo entraba en sus heridas no se hizo aguardar; con cada segundo y nueva acción que Deimos llevaba a cabo veía una nueva faceta de lo que se denominaba dolor y ese dolor aumentaba de intensidad  pero si bien su cuerpo podía haber conocido inconscientemente lo que iba a sufrir aquello que vino después le dejo sin palabras.
Sus labios se entreabrieron y no fluyeron más lagrimas, más gritos o más palabras. Se sentía extraño como si su cuerpo hubiese perdido toda fuerza, era como que algo le dominaba y le doblegaba; quemaba por dentro hacía afuera y era un calor terrible, algo que nunca antes había sentido pero aunque pensaba en gritar no se escuchaba a si mismo, no era capaz de saber si realmente gritaba o solo lo intentaba. Temblaba de manera algo descontrolada porque en momentos era capaz de sentir todo y a la vez sentir nada, su pecho se oprimía y era como si su cuerpo fuera suyo pero a la vez no, sus pensamientos eran solo confusión y en casi todo momento sintió una cercanía mayor a la del mero cuerpo de Deimos. Quizás era la novedad de la sensación la que le había dejado en estado de shock unos instantes pues en el momento en que su cuerpo pareció desfallecer liberado por aquellas almas fue que pudo escuchar sus desesperados gritos, el abrazador calor y la desesperación que llevaba consigo.

Fue meramente en aquel arrebato, en aquel momento en el que todo aquello que le parecía indescriptible que aprovechando su libertad de movió de forma brusca contra el brujo exigiendo una libertad que nunca había tenido y que a partir de ese momento nunca antes creería tener. Su movimiento le libero entonces de la cercanía del cuerpo ajeno y termino cayendo al suelo, agotado, creyendo que en cualquier momento terminaría muerto… aquello debía ser lo mejor, por eso simplemente aguardo el final de todo.



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Mensaje por Malkea Ruokh Jue Nov 28, 2013 5:36 pm

Tragedia. ¿Qué es tragedia? ¿Es acaso una realidad o se trata del lastimero punto de vista de un timorato sin la suficiente resolución como para aceptar los contratiempos de la vida? ¿Qué es tragedia y qué no lo es? ¿Hay acaso algún baremo al que ceñirse fielmente para calificar de tal apelativo a cualquier circunstancia? No, desde luego que no; y es por esto que Aurélien jamás había creído en el concepto y tachaba de pusilánimes a cualquiera con pretensiones de achacar como tal a su situación. Era así precisamente porque su propia vida había sido eso, una tragedia, y él era incapaz de aceptarlo o, tan siquiera, verlo.

¿Pero quién podría haber previsto el devenir de la historia en aquella noche? ¿Quién podría haber augurado la serie de desgracias que se darían cada cual a continuación de la anterior? Quizás el nigromante pudiera haber tenido alguna ligera idea del desarrollo de aquel camino, pero desde luego nunca del final que éste le reservaba.

En esos instantes se había olvidado de su cuerpo e incluso de quién era él. Todo lo que podía tener presente era esa mezcla de discrepantes sensaciones, la cual constituía todo lo que podía pensar, sentir o incluso ser. En efecto, no podía identificarse por alguna otra cuestión que no fuera aquel tamaño dolor y ese inmenso placer que surgían de la misma fricción y que se enfrentaban, no para combatir entre sí, sino para otorgar un nuevo sentido a la expresión de clímax. Se había visto abordado por todo ello y esto le había esclavizado, así como él hubiera hecho con su muñequito durante todo el tiempo precedente. Y nada podía salvarle de ese encarcelamiento, tan dulce como lacerante, ni tan siquiera la sombra del mundano orgasmo, que resultaba tan insignificante ante la magnitud de lo que sacudía su alma.

Fue aquello lo que le obligó a dejarse a un hedonismo que ya se hallaba dispuesto a practicar y fue el hedonismo la llave hacia el funesto incidente de aquella noche; y teniendo en cuenta los sucesos que ya habían acaecido no hay demasiadas posibilidades de cuál pudiera ser el peor de todos ellos, que cerraría el capítulo final de aquella obra. Las ánimas se vieron libre de su voluntad, pues ni siquiera él era dueño de la misma, y los grilletes se evaporaron devolviendo la ansiada libertad a un muchacho al que seguramente le salvase la animadversión que pudiere sentir ante aquella aberración. Aurélien, de golpe, volvió a ser consciente de sí mismo, de la realidad que estaba viviendo y de las circunstancias concretas que sucedían. Pero le costó un segundo asimilarlo, un segundo en el que se sintió desamparado y desconcertado, sin saber cómo reaccionar o cómo había podido romperse su dominio sobre el muchacho, un segundo en el que sintió un intenso dolor que no tenía parangón, como si, de pronto, le hubieran extirpado todas las extremidades de golpe y hubieran echado sal en su carne viva. Un segundo que sería el último, pues fue incapaz de reaccionar a la caída y no fue capaz más que de contemplar alejándose la espalda de Fabrice hasta que, al fin, llegó al frío suelo, donde aún le aguardaba una última sorpresa. Como si el aciago sino se hubiera posicionado de parte del enclenque, una roca debía de esperarle para hacer de almohada, rompiéndose el hueso al colisionar y penetrando en su cráneo demasiado profundamente como para tratarse de una contusión leve. No sintió el dolor, pues ya había experimentado suficiente aquella noche, y, en cambio, unas profundas nauseas se apoderaron de él. Pero no fue capaz de vomitar y en cuanto intentó erguirse para corregir su errada posición descubrió el porqué. Su cuerpo no le obedeció, por mucho que él sí pudiera ponerse en pie. Con su enderezamiento había dado fin a aquella comunión entre cuerpo y espíritu, había concluido aquella segunda oportunidad que hacía mucho obtuviera de aquel recipiente robado. Había muerto.

Curiosamente Aurélien fue incapaz de sentir rabia o sufrimiento, o al menos eso expresó cuando comenzó a reír a carcajada limpia, doblándose sobre sí mismo como si un ausente vientre comenzase a dolerle del esfuerzo. Era irónico; y, por irónico debía de tratarse de una cruel broma del destino. ¿Aquello era otra de sus pesadillas? ¿O quizás tan sólo una alucinación? Desde luego aquello no era real, según su torcido juicio. Y en su amarga alegría debió de moverse, quizás para buscar una solución al entuerto o quizás para mofarse del tosco truco de un ilusionista del tres al cuarto, siendo ésta otra terrible decisión, pues tan pronto como la última pizca de la sustancia de su alma se separó de la materia corpórea se vio arrastrado por una fuerza inmensurable hacia una de las paredes. La risotada se tornó en un aterrado alarido y, de pronto, de forma tan simple, la vida de Aurélien Fournier había llegado a término. Todo había acabado.





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Mensaje por Fabrice Laurent Jue Dic 05, 2013 7:58 am

Todo gran trabajo es preparado cómo para que suceda como un accidente.
Sidney Lumet

Las cosas eran extrañas, tanto que lo ultimo que hubiese esperado era un desenlace como aquel. Un mero acto de supervivencia para si mismo había dado un cambio radical a todo aquello que estaba sucediendo ese día en aquel mohoso y mugriento lugar.
Desesperadamente había buscado libertad donde sabía que no existía tal cosa para si mismo, al menos ya no más. Dentro de él, sabía a la perfección que estaría ligado a aquel hombre por siempre pero lo estaba de más formas de las que en un principio había imaginado o pudo en algún momento haber imaginado.

Ahí, en aquel lugar donde se encontraba tirado después de haber exigido al brujo su libertad respiraba de manera entrecortada, el cuerpo le dolía pero no era de extrañarse después de todo aquello que vivió.
La sangre se deslizaba por sus costados y su cuerpo entero temblaba a ratos solo para provocar más dolor en su cuerpo; no le pareció extraño el silencio que se había creado en el lugar y temía voltear a ver a Deimos pues creía que le encontraría observando en dirección suya, pensando que nuevo sufrimiento podría brindarle a su alma y a su cuerpo. ¿No le bastaba la manera en la que se estaba grabando en cada parte de él? ¿No le bastaba saber que no podría alejarse ya de sus pensamientos? Aquel brujo sería parte de sus pesadillas, eso era seguro y la risa ajena le llevó a creer que nada de eso terminaría aún.

Finalmente termino por girar el rostro buscando a Deimos, pero lo que vio le dejo atónito.
El brujo yacía en el suelo y de su cabeza salía un liquido rojizo… sangre. Fabrice tembló más, no porque su cuerpo lo pidiera o necesitara sino por la visión aquella y sin poder moverse de su lugar llamo al nigromante.
Dei… Deimos… – debió pelear para que su voz saliera, pero solo sonó como un ligero susurro al que no existió respuesta alguna. Fabrice se había olvidado de si mismo, del dolor, la sangre y todo lo que aquel brujo le hizo; en su naturaleza después de todo no existía el rencor pero si, el perdón.

El no recibir respuesta alguna le alarmo y aunque no podía levantarse aún se movió a gatas para llegar al lado del nigromante y continuar llamándole.
Deimos… esto no es divertido… – no es que algo que hubiese hecho aquel en contra suya fuera divertido, pero ahora lo que le lastimaba era creer que todo había terminado más no de la forma que él esperaba – habla… – susurro y puso una de sus manos en el pecho ajeno que ya estaba comenzando a enfriarse y una nueva lágrima fluyó de sus ojos al darse cuenta de la terrible realidad.

Alejo su mano esperando que quien ahora estaba muerto se moviera, no importaba que hiciera con él, pero no quería saber que era un asesino.
En el fondo era consciente de que ya no había más que hacer pero aún así tomo todo el aire que pudo y comenzó a gritar.
ALGUIEN… ¡AYUDA!, POR FAVOR… – en donde se encontraban nadie le escucharía, estaban demasiado lejos y las paredes no dejarían que los gritos salieran aún así creyó necesario hacerlo para sentirse un poco mejor y de hecho se quedo gritando hasta que perdió la intensidad en su voz y los gritos no salían más.

Estaba perdido, sin saber que hacer y con un cadáver frente a si. Algo dentro de si le dijo que dejara de llorar y sufrir, que pensara en si mismo y que saliera de aquel lugar antes de que terminara muriendo; tomo de las cosas del brujo aquello que creía le ayudaría a salir de ahí y se movió entonces, buscando su ropa la cual con suma dificultad coloco sobre si para tapar su cuerpo pero casi en cuanto se la puso se mancho del rojo que aún fluía por sus costados. Ayudandose de la pared fue que pudo levantarse, el cuerpo le pesaba y le dolía horrible pero más había sufrido ya. Con cuidado y lentitud avanzó ayudado por la pared hasta que paulatinamente alcanzo la puerta, esa que al cruzar le llevaría un poco más a su libertad.
Ya cuando estuvo por dar el paso que le sacaría de aquel cuarto volvió la mirada a donde yacía el cuerpo aquel; todo aquello le dolía, era imposible que no… pero era necesario que saliera de ahí, que dejara todo como una terrible pesadilla y fingiera que sus heridas habían sido causadas por otras cosas, un accidente quizás… si eso era lo mejor.
Lo siento, Deimos… – dijo antes de seguir buscando la salida de aquel lugar, necesitaba ayuda para curar sus heridas, las causadas por el “accidente”.

El fin había llegado y justo como el nigromante le dijo, se dio cuenta de que realmente era un monstruo.




TERMINADO



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Mensaje por Malkea Ruokh Miér Dic 18, 2013 6:53 am

Deimos gritó. Gritó cuando se precipitaba contra el muro, durante la colisión y después de ésta. Gritó con toda la fuerza que poseía, con una potencia que, aunque sorprendente, sólo podía escuchar él mientras desgarraba una garganta que ya ni sentía, ni ya le pertenecía. Gritó y gritó tanto que dejó de ver y, por dejar de ver, no se percató de que, de pronto, todo había pasado. Sólo se dio cuenta minutos después cuando, sin más, calló.

En un silencio que hacía años que no le envolvía observó el nuevo entorno que le rodeaba, que, de todas formas, le resultaba familiar. Los tonos plomizos del paisaje, ese cielo bajo en un eterno ocaso y esa curiosa calma tensa le recordaban a un bosque que había transitado años atrás. Y, aunque no presentaba exactamente la misma apariencia, su intuición le decía que era el mismo lugar, por mucho que la turbación que sintiera entonces ahora se encontrase mitigada. No había duda posible; si no había perdido por completo la razón, aquello era el Otro Lado, el mundo de los espíritus.

Estaba muerto; su recipiente había dejado de funcionar y su alma, él, había sido arrastrada allí. Y hubiera sido normal que, a medida que lo aceptara, comenzara a sentir pena, rabia y un eterno deseo de venganza que, con suerte, estableciese un vínculo al mundo real que le devolviera a él para pagar a su supuesto asesino con la misma moneda. Pero ese era el problema, no podía asimilar aquello ni tampoco encontraría al criminal entre los vivos pues, ¿cómo habría sido capaz el inútil de Fabrice de matarle a él, al brujo cuya vida ni un demonio había sido capaz de dar fin? ¿Cómo? El ego de Deimos o Aurélien sobrevivía incluso en el trance del sueño eterno; preferiría atribuir su muerte a la ironía de la existencia que al inepto muchacho, aunque, como ya se ha dicho, no era capaz de digerirlo y, por lo tanto, su destino estaba sellado.

El difunto encontraba curioso cómo la muerte resultaba tan agradable y tan horrible al mismo tiempo, como si alguien estuviera mezclando en él una pizca de inocencia y de paz con la inquietud de verse ante algo nuevo. Pero esas eran tres sensaciones que, al fin y al cabo, no podía sentir porque o bien se había prohibido soportarlas o bien se había olvidado de cómo padecerlas, por lo que lo único que experimentaba era una profunda confusión y una terrible y peculiar melancolía. Y a pesar de que todas y cada una de las briznas de hierba del prado en el que se hallaba habían perdido casi todo su color hasta volverse de un liviano gris, la tristeza que sentía no era propia de lo desolador del paraje, sino que surgía exclusivamente de la añoranza, pues Deimos ya no era Deimos, y ni tan siquiera era realmente Aurélien. La desazón era porque extrañaba la costumbre de verse encerrado en un cuerpo que lo contuviese, de verse contenido en la materia a la que ya se había habituado. En conclusión, su congoja venía derivada de no poderse sentir realizado por haberse deshecho de sus ataduras carnales y esto era así porque había verdades ocultas sobre la realidad que escapaban de su conocimiento. De momento.

Cuando se hubo cansado de observar el terreno, el cual se prolongaba en todas las direcciones hasta perderse tras las suaves siluetas de las colinas, decidió dar el primer paso para andar. Logró desplazarse, pero no se posó en la tierra, sino que avanzó en el aire, colocando las plantas de sus pies en la nada de aquel espacio. A lo lejos, comenzaron a dibujarse las esbeltas siluetas de los árboles de un pinar y, algo más tarde, a su derecha, las líneas que definían los tejados de unas bajas casas.  Al acercarse lo suficiente, comenzó a recordar.

- ¿Casseneuil? – preguntó al aire sin esperar la respuesta que recibió.

- Sí, Casseneuil; o, al menos su eco, su representación en este lugar – la suave, pero profunda voz, tan ambigua que no se sabría qué género la poseía, hizo que el muerto se girase de pronto, alterado, para encontrarse con una figura de luz blanquecina, contenida en una silueta que parecía querer simular una forma antropomorfa –. No es real; nada de lo que puedas ver aquí lo es, al menos no en el concepto que en el otro lado tienen de verdadero – le explicó este ente mientras se ponía a su lado -. Bienvenido al Rutma, Malkea Ruokh. Te estábamos esperando.

El brujo calló intentando entender lo que estaba pasando, aunque era en vano, pues él mismo sabía que los espíritus bien podrían estar jugando con él. A su vez, el otro -u otra-  parecía no querer ser el que rompiese la quietud que se acababa de imponer. Aurélien volvió a mirar hacía aquella ilusión que simulaba a su pueblo natal y reconoció algunas de sus calles, la casa del panadero y la vieja iglesia de San Pedro. También pudo fijarse en aquella modesta vivienda en la que había pasado su primera década de vida y en la que había dejado a su padrastro hacía ya demasiados años atrás. Un pequeño arranque de furia le invadió e intentó cerrar su puño, pero no logró sentir la presión propia de este acto. Al mirar hacia su extremidad comprendió que estaba hecho de la misma materia incorpórea que el otro. Era lógico, era un alma.

- ¿Por qué aquí? – preguntó con un sosiego que no era propio de él.

- ¿Por qué no?  ¿Acaso no tiene lógica que esto empiece como empezó tu vida en el Otro Lado? – le respondió con la misma parsimonia – No, en realidad no la tiene, pero hay muchas cosas que aún no comprendes, Malkea Ruokh. Acompáñame – y, dicho esto, se encaminó hacia la aldea.

Sin otra solución mejor, Aurélien le siguió, adentrándose por entre aquellas estrechas y antiguas callejuelas, observando todo, pero, a su vez, luchando consigo mismo para que los recuerdos no afloraran, lo cual resultaba prácticamente inútil. Poco a poco se sintió angustiado, precisamente porque allí era donde todo había comenzado y porque representaba aquello que había querido olvidar durante la mayor parte de su vida. Por suerte, el otro no tardó demasiado en seguir su intervención y él se lanzó a escuchar sus palabras como si fueran la única salvación de ese espantoso desconsuelo.

- ¿Sabes cuál es el origen del mundo? – le inquirió, sin que él supiera qué contestar, pues no tenía formada ninguna opinión al respecto. Nunca había acabado de creer las enseñanzas de la Biblia, y en ese momento su fe en la Iglesia ya resultaba nula, y tampoco tenía ninguna otra referencia. Ante la mudez del gascón, el espectro comenzó su relato – No existe un principio, pues no es posible que de la nada surja algo, pero sí hubo un primer momento carente de precedentes. En ese instante todo era energía, pura, sin origen o fundamento, tan sólo una energía madre que se contrajo y se retorció sobre sí misma para darse fin. Su fin no fue su muerte, sino tan sólo su conversión, dando lugar con tal acto a el Erajt, la Existencia – Aurélien escuchaba atento, aunque como si no se tratara de más que un mero relato sin importancia -. El Erajt estaba compuesto por cinco elementos, cuatro materiales: agua, fuego, aire y tierra, y uno inmaterial: el éter. A su vez, el éter estaba dividido en incontables unidades de masa que se clasificaban en dos grupos dependiendo del tamaño. Las más pequeñas, los Napshä, serían las almas comunes; las grandes, los Onar o, en tu lengua, Guardianes. Estos segundos tenían la misión de que todo funcionase correctamente en aquella Existencia: de que el calor evaporase el agua, de que el viento soplase o de que las rocas cayesen hacia el suelo. No existía la muerte, pues todo era eterno y la vida no estaba contenida en cuerpos perecederos.

Al llegar a ese punto, el brujo alzó una ceja, o al menos hizo el intento, y el ánima calló. Le condujo por alguna callejuela a la izquierda y llegaron al pequeño templo del pueblo. La edificación no era imponente, destacando por no mucho de las viviendas que la rodeaban, con unos muros que alternaban aleatoriamente la piedra y el ladrillo y con una portada de estilo gótico, aunque esto Aurélien no lo sabía; para él tan sólo había sido construida hacía muchos siglos. Se sentaron a su sombra, en la irregular plaza que tenía delante, sobre un suelo de tierra, pero debido a levitar sobre éste, no resultaba incómodo ni tenían el riesgo de manchar las ropas que tampoco poseían. Se miraron durante un par de minutos, hasta que el brujo debió de admitir a regañadientes que quería saber más.

- Decías que no existía la muerte – murmuró de mala gana.

- Sí, todo era igual día tras día; al menos hasta un momento crucial en la Historia – prosiguió mientras Aurélien razonaba que entonces eso no había sido eterno, pero se guardó dicha observación para sí -. El Erajt tenía una regla: el éter no podía ser mezclado o contenido por la materia. Todo siguió inalterable hasta que uno de aquellos Guardianes, cansado de la interminable tarea de controlar la marea y movido por la curiosidad, se rebeló y juntó éter con su elemento, el agua. Las consecuencias de esta simple acción fueron catastróficas – el ánima mostró pesadumbre, tanta como uno de esos seres podía experimentar -. Casi toda la Existencia se vio contaminada y ésta se rasgó por la mitad, dando lugar a dos nuevos lugares: el Katma, o mundo de los vivos, y el Rutma, el mundo de  las almas, que es donde nos encontramos ahora.

En el momento en el que aquel se refiriera a ese espacio que él siempre había conocido como el Otro Lado hizo que las cosas cobraran un poco más de realismo, aunque eso no significaba que el desconfiado nigromante diera total crédito a su relato. Se puso en pie e intentó apoyarse contra el muro de la iglesia, tan sólo logrando, por su incorporeidad, atravesarlo y entrar al interior del templo, que era mucho más rico en decoración que el exterior. Los bancos alineados, el retablo principal y el sagrario recubiertos de oro, las bóvedas de arista del presbiterio decoradas con pinturas desvaídas o la luz tintada que entraba a través de las escuetas vidrieras; todo ello eran símbolos de la importancia que había tenido aquella religión durante tanto tiempo, la cual, sin embargo, no había tenido la fuerza de obrar sobre su rebaño para salvar a aquel niño, ahora hombre, y obligándole a convertirse en lo que era entonces. Aurélien los maldijo a todos y se prometió regresar algún día al mundo terrenal para escupir sobre sus tumbas.

- Sí, Malkea Ruokh, ellos fueron crueles contigo; no todos, pero tampoco nadie supo detener lo que estaba sucediendo – volvió aquel extraño, leyéndole la mente -. Pero entiende que si no fuera por su inhumanidad jamás habrías llegado a ser lo que eres ahora. Jamás habrías sido elegido para ser lo que eres hoy, Malkea Ruokh.

- ¿Qué quieres decir? – gruñó irritado por aquella insinuación - ¿Qué quieres decir con haber sido elegido? ¿Y quién eres tú para decir eso?

- Sabes lo que soy, Malkea Ruokh, no soy más que otro de los millones de fragmentos de éter que habitan este mundo. Tan sólo soy un alma, pero puedes llamarme Kharon, pues mi función es la de uno de ellos – aquella explicación le pareció razonable al brujo, pues los carontes, que no eran sólo uno, se encargaban de recibir a las nuevas almas a aquel lugar para guiarlas en su tránsito -. ¿Nunca te has preguntado qué significa tu nombre, Malkea Ruokh? ¡Oh! Claro que lo has hecho, pero no has recibido respuesta hasta ahora – Aurélien se imaginó una cómica sonrisa en donde debiera de estar el rostro ajeno y aquel Kharon debió de adivinar el ceño fruncido del hombre, pues continuó hablando –. Malkea Ruokh significa el Guía de las Ánimas; el Guía de todos nosotros.

Y el silencio volvió a invadir aquel lugar sacro. A cada momento que pasaba él comprendía menos de lo que estaba sucediendo y, por mucho que ordenase sus ideas, no lograba creer lo que se le estaba revelando. Si no entendía mal, él era ese supuesto guía y había sido elegido para no sabía qué a causa de la vida que había llevado.
- No, no lo entiendes aún, Malkea Ruokh. Tú, de por sí, no eres nadie, al igual que ningún pedazo de éter tiene un nombre de per se. Tu vida en el mundo terrenal, es la que te ha configurado de una manera concreta y la que te ha hecho ganarte dicho apelativo – le explicó -. Tu nombre no es un nombre que define tu identidad, sino la misión que te ha sido asignada. ¿Acaso te crees que tu vida la has decidido tú, que todo lo que has vivido ha sido obra tuya? ¿Acaso crees…

- ¡Desde luego que lo he decidido yo! – bramó iracundo. Si había algo por lo que no pasaba aquel hombre era que, de alguna manera, se sugiriese que él no tenía el control sobre todos los aspectos de su vida. Él se veía a sí mismo casi como un Dios que podía controlar todo. Iba a seguir replicando, pero, de pronto, una nueva voz le interrumpió.

-  Pequeño ingrato. Tu ego es tu principal defecto. Te ha puesto al borde de la muerte en decenas de ocasiones y, aun así, te obcecas en aferrarte a él – el sonido, formidable a la vez que temible, venía de todos los rincones de aquella amplia estancia, rebotando contra las paredes hasta que, al fin, se hizo presente en una gigantesca bola de luz que hizo imposible ver la mayor parte del muro meridional de la construcción. Era imponente y el gascón no pudo sino sentir sobrecogimiento y era tan esplendoroso que, de haber estado en su forma humana, le hubiera cegado –. Malkea Ruokh, ¿crees que un simple napshä como tú, en un cuerpo tan insignificante como en el que naciste podía poseer tanto poder? ¿Crees que una diosa se convirtió en tu maestra por tu valor, que aguantó tus rabietas de mocoso malcriado por tu increíble potencial? ¿Crees que un chiquillo insignificante como al que estabas torturando podía acabar con el poderoso nigromante al que nosotros protegíamos? ¡No! – el grito resonó imponiéndose en el espacio – Tú has sido creado, Malkea Ruokh, nosotros, los Onar hemos dirigido tu camino desde el momento en el que llegaste a aquella población que los humanos llaman Montluçon; nosotros evitamos que los mortales te encarcelaran por sus crímenes, hicimos que una parte de Urthekau atravesase el Lienzo que hay entre los mundos para poseer el cuerpo de una gran hechicera y poder enseñarte todo lo que debías saber – el brujo no podía sino escuchar, aquella presencia era tan poderosa que aterrorizaba incluso a aquel hombre que se negaba a tener miedo a nada -. ¿Recuerdas tu enfermedad? ¿Recuerdas cuando acudiste a mis hermanos Forrasis y Seere? ¡Nosotros te contagiamos! ¡Todo para que engendrases un vástago, para que engendrases al Khalid! Y aun así eres lo suficientemente osado como para proclamar que tú has sido quien ha decidido tu vida. Sin nosotros, no serías nada, Malkea Ruokh – y en ese preciso instante, enmudeció. Nadie pronunció palabra y el aquitano ni tan siquiera fue capaz de pensar, tan sólo sentía aquel discurso chocando una y otra vez contra los recodos de su intelecto. Se encontraba noqueado, pues era incapaz de contradecir a aquel ser cuya fuerza era un millar de veces superior a la suya. No podía sino inclinarse ante él y obedecer -. Seguidme – conminó ahora con un tono más calmado, atravesando la roca para dirigirse al exterior.

- Como ordenéis, Akhremäk – pronunció Kharon, haciendo que el difunto despertase de su aturdimiento, pues no era la primera vez que escuchaba aquel nombre. Desde luego que no, aquel, sin lugar a duda, era Ahriman, la personificación del mal para el zoroastrismo, aquel al que había invocado junto a la bruja Zahira, o Nuoraj Baart, como la había llamado él, para crear la peste que había hecho estragos en París desde hacía mes y medio.

Salieron a la intemperie y abandonaron el pueblo sin siquiera mirar atrás, como dos ovejas siguiendo sin rechistar a su pastor. Avanzaron hacia el sol, que seguía en esa inamovible posición en el horizonte, un tiempo indefinido que nadie pudo contar. Al final llegaron a una solitaria montaña, la cual era tan alta que su cima era inalcanzable con la vista, oculta por un manto de nubes. Pero lo que más llamaba la atención del paisaje era una especie de altar localizado a los pies de la elevación o, más bien, lo que había reposado sobre este. Brillaba suavemente, aunque no tanto como las tres figuras que se movían, pero lo que lo hacía vistoso era que tenía color. Sí, en aquel mundo cargado de grises, aquello era lo único que tenía una fuerte pigmentación y, por alguna razón, las almas sintieron odio hacia aquel objeto pues, en el fondo, comprendían que aquello no pertenecía a aquel lugar. Sin embargo, se acercaron a él y Aurélien terminó reconociendo de qué se trataba: era un cuerpo; su antiguo cuerpo.  Se colocó a su vera y le recordó exactamente igual que cuando se le habían arrebatado en aquella gruta de Chipre: la misma tez pálida, las manos sucias de sangre, incluso la mancha en la frente que se había hecho al intentar limpiarse el sudor ocasionado por la labor que realizara entonces. Pero había algo diferente. Brillaba, pero brillaba en aquellas zonas donde las venas recorrían la piel, como si contuviesen alguna sustancia que produjese dicho resplandor. Cargado de interrogantes, buscó a la deidad, la cual le respondió sin tener siquiera que preguntar.

- No nos llevamos tu recipiente por capricho, Malkea Ruokh. Era un cuerpo débil, era tuyo, pero era insignificante. Urthekau te enseñó mucho más de lo que este recipiente podía dominar, por lo que te despojamos de él para prepararle para tu misión – una a una y en poco tiempo, las respuestas que había estado buscando durante meses estaban revelándosele -. Te garantizamos el cuerpo del brujo Deimos Halkias, pues tenía más potencial; ha servido hasta ahora, pero no es suficiente para lo que te espera en el futuro – mientras hablaba, la materia de la que estaba hecho la teórica mano del gascón, se deslizaba suavemente sobre el brazo de su yo carnal -. Por eso debías morir, deshacerte de ese receptáculo inservible para venir aquí. Debías saber más antes de recuperar tu propio contenedor y volver al Katma. Se te debía abrir los ojos al camino que se te ha preparado.

- ¿Volver al Katma? – preguntó él, alterado y desconcertado. ¿Eso no significaba…

- Sí, significa que volverás a la vida – completó sus palabras el Kharon -. Volverás a poseer este cuerpo y regresarás a París. Tu misión acaba de empezar, Malkea Ruokh.

Tu cuerpo ya no tiene sangre, hemos drenado hasta la última gota – continuó Ahriman con su exposición -; en su lugar, hemos insertado éter adulterado. Cumplirá las mismas funciones que la sangre en un organismo normal, pero hará que ese enclenque cuerpo tuyo tenga mucho más potencial del que jamás hubieras imaginado. Sin embargo, hay un pero – dijo mientras el caronte se colocaba al otro lado de la mesa y el dios frente a su cabeza -. Tu alma no posee la suficiente cantidad de éter como para manejar tanto poder. Cuando estés de vuelta en el Katma, deberás absorber más.

Eso desconcertó terriblemente a Aurélien. Él creía que las almas eran indivisibles y que, por lo tanto, tampoco se podían mezclar. Nunca había visto o leído nada que contradijese aquel principio o que sugiriese que realmente se pudiera realizar aquella acción; aunque aquello  explicaba la amputación que había sentido al separarse de Fabrice. Y, sin embargo, según todo lo que le habían dicho, sí parecía lógico que, si todas las almas eran éter, éstas se pudiesen mezclar, al igual que el agua contenida en dos recipientes se puede mezclar en uno solo sin encontrar diferencia en la nueva unidad.

- ¿Y cómo podría hacer eso? – preguntó, ignorante de cualquier cuestión al respecto.

- Todo a su tiempo, Malkea Ruokh – le contestó el de  la voz potente -. Aún tienes una misión en el mundo de los vivos, esa que te encargó la Dama de las Noches Rojas – el brujo supuso, por sentido común, que se refería a la vampiresa Sara Ascarlani -. Ella te dará toda la información que necesitas para dar el siguiente paso. De momento, sabes todo lo que tienes que saber.

Y el lugar volvió a presentar esa afonía que lo hacía tan plácido y tan siniestro a la vez. No se hicieron presentes más palabras y ni siquiera un pensamiento dominó al brujo; tan sólo quedó el espacio donde debieran de haber estado las miradas carentes de órgano. Y el instante se volvió eterno; y curiosamente, la eternidad resultó harto reducida. Y en aquel caldo de aparentes y mentirosos contradictorios, de pronto, Malkea Ruokh notó cómo lentamente su ser iba siendo arrastrado hacia la peana, como lentamente iba siendo absorbido por el compuesto de materia, cómo su libertad iba siendo amenazada y cómo ésta se iba ahogando hasta sucumbir frente al yugo de la carne. Su concepción etérea desapareció y, de pronto, volvió a formar parte de esa unión en la que él era a su vez dueño y preso. Y Aurélien volvió a abrir los ojos para cerrarlos a continuación mientras la oscuridad volvía a engullirlo.

- Cumplirás tu cometido, Malkea Ruokh; voluntariamente o no.

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El tránsito de un cuerpo ocupado desde el Mundo de los espíritus al de los vivos resultaba mucho más placentero que el de un alma que era arrastrada hacia su tierra de origen. En vez de una aterradora succión y un estremecedor choque, este viaje se presentaba como unos breves instantes de un plácido desconcierto, como si, por tan sólo un momento, el humo del opio envolviese a dicho emigrante y lo sumiese en el correspondiente y placentero estado. Pero una vez hubiese atravesado el Lienzo de los Mundos, la impresión se desvanecía y uno volvía a ser total dueño de sí mismo.

Así fue como Malkea Ruokh retornó al Katma. Lo más probable es que aprovechara el preciso instante en el que todo aquel que pudiera estar presente parpadease para hacerse presente en el mismo lugar que, un momento antes, sólo estaba ocupado por aire y nulidad. Tomó una profunda bocanada de aire, como la propia que diese un recién nacido nada más ser parido, y abrió los ojos para volver a contemplar aquella sala de su sótano, aunque con unas pupilas diferentes. Todo estaba tan y como lo había dejado:  el lecho manchado, la sangre brillando en el suelo, incluso el cadáver de Deimos desnucado en el suelo. Todo salvo una cuestión que, al parecer, tenía demasiada importancia. Fabrice había desaparecido, o al menos no estaba en el preciso  espacio al que le tenía reservado mentalmente. Se alarmó y miró sobresaltado a su alrededor hasta que, al fin, le localizó en el quicio de la puerta. Por un momento le desconcertó aquella situación hasta que, al fin, comprendió que, al haber muerto, el espíritu que impedía que Fabrice abandonase el lugar había quedado libre de sus cadenas y ya no mantenía la barrera que lo recluyese allí.

- ¿A dónde te crees que vas? - bramó el nigromante con una voz a la que ya no estaba acostumbrado. O quizás no lo estuviese porque esa voz no era la que poseyese con anterioridad. A diferencia de la que Aurélien o Jehan hubieran tenido, que era ciertamente aguda, ésta resultaba terriblemente grave, tanto que uno podía llegar a dudar que aquel enclenque cuerpo pudiese producirla -. No he terminado contigo, muñequito – y dicho esto, alzó ambas manos en su dirección y le obligó a regresar a su prisión.





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