AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una velada oscura, envuelta en sangre y regocijo. { Dagmar }
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Una velada oscura, envuelta en sangre y regocijo. { Dagmar }
Si. Había llegado una carta de la Orden diciendo que un enviado especial del Rey Español, cruzaba las tierras francesas para encontrarse con el rey de Francia, respaldado junto con la guardia de diez hombres e intentar que todo saliera bien y así poder dar aquel mensaje que se rumoreaba entre la nobleza. Todo el mundo ansiaba descubrir la identidad de aquella persona que iba en nombre del rey, para aumentar los cotilleos en la corte, pero alguien parecía que ese mensaje no llegara a oídos del monarca francés. El lugar estaba repleto de mascaras, gente bailando, riendo, charlando sin cesar y la música sonaba en la pista de baile. La gente parecía divertirse junto con otras personas que disfrutaban de la noche y del humo que los puros pudieran durar a lo largo de la noche. La misión de esa noche estaba clara, encontrar al misterioso mensajero para llevarlo a un lugar seguro y así cumplir la misión encomendada.
El palacio era enorme y servían un montón de comida de todas las clases y colores que pudieras imaginar. Al estar trabajando de incognito en el burdel, recibía un dinero aceptable entre la gente de alta clase que me pagaba por “mis servicios” pero aquel dinero iba dirigido en parte a la Orden y al cuidado de cada arma que poseía en su poder. Cogió disimuladamente un panecillo untado con queso fundido y un poco de salmón rociado con vinagre. Gimió hacia sus adentros pues aquel panecillo le supo a gloria comparado con lo que comía a menudo por las calles. Esa noche aún estando en una misión especial no iba a permitir que su hambre la despistara, trabajaba mucho mejor con el estomago lleno. Iba vestida con un vestido colores borgoña, rodeado con pasamanería de encaje negro por el escote y unos volantes elegantes decoraban el bajo del vestido. De los colores de la orden, las armas iban guardadas en sitios irreconocibles a la vista humana, pero tendrían que ir cuidado con los invitados de la fiesta. La máscara envolvía el rostro de Ivy con elegancia a la vez que el misterio que la envolvía esa noche, hacia que cada gesto que hiciera, fuera objeto de todas las miradas sueltas que se apoyaban en las esquinas a mirar con ojos acechantes cada uno de los movimientos que hacían los invitados.
Suspiro al colocarse al lado de una columna cerca del balcón y mantuvo una pose digna de una bella dama, de alta clase, tal y como era ella en realidad. Mostraba su rostro pícaro sonriendo de lado a la vez que observaba a todos los presentes. Disimuladamente, comenzó a sacar un trozo de pergamino en el cual hablaba de que no estaría sola en aquella misión. Perfecto, estaba en un baile de máscaras y con gente enmascarada, nadie sabe a quien ve ni con quien baila. Un esforzado retrato de un pintor, había retratado el rostro de una bella dama de cabellos oscuros sobre el papel de pergamino con mucho esmero y cuidado. Habría sido más fácil si le hubieran ofrecido más datos de su supuesta compañera, pero solo tenía un mero retrato. Alzo la vista con cuidado intentando reconocer los rostros por si alguien era la mujer del retrato, pero en cuanto movía la cabeza lentamente hacia los lados, se quedo mirando a una mujer con vestido turquesa a modulaciones apagadas y de encaje negro.
Su máscara iba a juego y la intuición de que pudiera ser la mujer con la que tenía que trabajar esa noche, la era muy sutil en su interior. Apartó la mirada de la mujer y se concentró con la visión de un hombre menudito, cabello corto a tonos castaños. Se fijo en el con los ojos entrecerrados disimuladamente y comenzó a acicalarse con el espejito que saco de su bolsa a juego con el traje y la máscara veneciana. Con el espejo en mano, miro de reojo por el cristal del espejo a la mujer y miro hacia enfrente y se había equivocado, pues aquel hombre parecía tener al lado a su esposa y a una bella niña a su lado. Frunció los labios pues la prisa se les echaba encima, no habría modo de averiguar la identidad física del hombre, a no ser que la otra mujer tuviera algún que otro dato más el cual pudiera serle útil. Guardo su espejito dentro de la bolsa y suspiro recolocándose un mechón rubio que se movía rebelde por su cara.
Comenzó a andar lentamente y recordó una cosa. Miro dentro de la bolsa y disimuladamente miro el pergamino detenidamente. La contraseña.
-Buenas noches-Dijo una vez cerca de la mujer y con ambas manos entrelazadas entre sí.-Las palomas no bailan ¿Qué sucede?-Dijo finamente con una sonrisa dulce en los labios.-Espero que este todo en orden y que las banderas rojas, negras y blancas estén alzadas en vigía del objetivo-Dijo lentamente y cada vez más con complicidad. Sonrió y se coloco al lado de la mujer. Era ella y unos pendientes iguales al de la foto le decía que era ella. La miro de reojo y su intuición acabo por cumplirse.
El palacio era enorme y servían un montón de comida de todas las clases y colores que pudieras imaginar. Al estar trabajando de incognito en el burdel, recibía un dinero aceptable entre la gente de alta clase que me pagaba por “mis servicios” pero aquel dinero iba dirigido en parte a la Orden y al cuidado de cada arma que poseía en su poder. Cogió disimuladamente un panecillo untado con queso fundido y un poco de salmón rociado con vinagre. Gimió hacia sus adentros pues aquel panecillo le supo a gloria comparado con lo que comía a menudo por las calles. Esa noche aún estando en una misión especial no iba a permitir que su hambre la despistara, trabajaba mucho mejor con el estomago lleno. Iba vestida con un vestido colores borgoña, rodeado con pasamanería de encaje negro por el escote y unos volantes elegantes decoraban el bajo del vestido. De los colores de la orden, las armas iban guardadas en sitios irreconocibles a la vista humana, pero tendrían que ir cuidado con los invitados de la fiesta. La máscara envolvía el rostro de Ivy con elegancia a la vez que el misterio que la envolvía esa noche, hacia que cada gesto que hiciera, fuera objeto de todas las miradas sueltas que se apoyaban en las esquinas a mirar con ojos acechantes cada uno de los movimientos que hacían los invitados.
Suspiro al colocarse al lado de una columna cerca del balcón y mantuvo una pose digna de una bella dama, de alta clase, tal y como era ella en realidad. Mostraba su rostro pícaro sonriendo de lado a la vez que observaba a todos los presentes. Disimuladamente, comenzó a sacar un trozo de pergamino en el cual hablaba de que no estaría sola en aquella misión. Perfecto, estaba en un baile de máscaras y con gente enmascarada, nadie sabe a quien ve ni con quien baila. Un esforzado retrato de un pintor, había retratado el rostro de una bella dama de cabellos oscuros sobre el papel de pergamino con mucho esmero y cuidado. Habría sido más fácil si le hubieran ofrecido más datos de su supuesta compañera, pero solo tenía un mero retrato. Alzo la vista con cuidado intentando reconocer los rostros por si alguien era la mujer del retrato, pero en cuanto movía la cabeza lentamente hacia los lados, se quedo mirando a una mujer con vestido turquesa a modulaciones apagadas y de encaje negro.
Su máscara iba a juego y la intuición de que pudiera ser la mujer con la que tenía que trabajar esa noche, la era muy sutil en su interior. Apartó la mirada de la mujer y se concentró con la visión de un hombre menudito, cabello corto a tonos castaños. Se fijo en el con los ojos entrecerrados disimuladamente y comenzó a acicalarse con el espejito que saco de su bolsa a juego con el traje y la máscara veneciana. Con el espejo en mano, miro de reojo por el cristal del espejo a la mujer y miro hacia enfrente y se había equivocado, pues aquel hombre parecía tener al lado a su esposa y a una bella niña a su lado. Frunció los labios pues la prisa se les echaba encima, no habría modo de averiguar la identidad física del hombre, a no ser que la otra mujer tuviera algún que otro dato más el cual pudiera serle útil. Guardo su espejito dentro de la bolsa y suspiro recolocándose un mechón rubio que se movía rebelde por su cara.
Comenzó a andar lentamente y recordó una cosa. Miro dentro de la bolsa y disimuladamente miro el pergamino detenidamente. La contraseña.
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