AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Revolución [Libre]
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Revolución [Libre]
Off-Topic
- Spoiler:
- Somos muchos mexicanos, espero quieran parcipar en un relato compartido sobre nuestra tierra y los tiempos extremos que se vivieron durante la revolución. La ubico despues de la muerte de mandero y mientras Huerta esta en el poder, espero se animen
El tren hace un ruido constante contra las vías, ruido que no he podido mas que acostumbrarme a escucharlo. El constante ir y venir del metal contra las vías, algunos golpes de la madera contra la parte baja de nuestro transporte y, muy rara vez, el conductor que crea ese chillido molesto al frenarlo entero.
Como si fuera un deseo, mas bien pesadilla, el chillido de los frenos se oye de golpe.
-Ya llegamos-me dice Pepe, que lleva su eterno fusil en la espalda, siempre cargado.
Los irritantes ruidos del tren son soportables, cada que recuerdo cual es la causa de nuestra batalla, aunque realmente la mayoría de los que vamos aquí ya la olvidamos.
¿Luchamos por Villa? ¿Por el muerto Madera? ¿El enemigo será Carranza una vez que matemos al usurpador Huerta?
-Lalo, el general quiere que vayas a inspeccionar-me dice Pepe.
Dije llamarme Eduardo Salazar, no creo que seria normal para un revolucionario llamarse Makoto, además, no creo que mis compañeros puedan pronunciarlo.
Me levanto y me pongo la camisa blanca que ya casi no tiene ese color por la grasa, sangre y tierra por la que a pasado. Me coloco mi casaca y tomo mi fusil. Sacudo bien mis pantalones, ya cafés como mis botas.
Seguramente Villa quiere que vaya a inspeccionar algún sitio peligroso, siempre me anda a mí por ser el nuevo. Así que salgo del vagón hacia la tierra desértica de Chihuahua.
La brisa mueve mi cabello y deja caer mas de esas partículas de tierra que hacen verme aun mas sucio, seria mucho pedir un poco de agua para bañarnos, pero a duras penas tenemos tortillas para comer en las mañanas.
-Dile a Villa que regreso en media hora-le digo a Pepe, antes de marcharme por una colina de arena y desaparecer de la vista.
Quise volver a México, ver como había cambiado y me encontré con una revolución. Que según el presidente Porfirio Díaz era un dictador malvado que estuvo 30 años en el poder sólo para hacernos mas pobres. El anciano huyo a Paris hace un tiempo, ahí lo conocí y me entere de esto. Cuando llegue ya habían matado a Madero y Huerta ocupaba el poder.
Me uní a Pancho Villa, en cuanto supe de sus tan legendarias técnicas de combate. Algunos dicen que es más bravo que un coyote de estas tierras. Lo llama el centauro del norte, yo lo llamo el pinche chaparro con bigote ¿Qué podría hacerle a un licántropo?
Al pasar un montículo de tierra, me detengo del asombro. El ardiente sol parece quedarse mudo esta tarde. Frente a mi una de las haciendas más poderosas del norte, arde en llamas.
-Parece que nos ganaron, Doroteo-digo para mi al ver cadáveres negruzcos sobre la arena.
Como si fuera un deseo, mas bien pesadilla, el chillido de los frenos se oye de golpe.
-Ya llegamos-me dice Pepe, que lleva su eterno fusil en la espalda, siempre cargado.
Los irritantes ruidos del tren son soportables, cada que recuerdo cual es la causa de nuestra batalla, aunque realmente la mayoría de los que vamos aquí ya la olvidamos.
¿Luchamos por Villa? ¿Por el muerto Madera? ¿El enemigo será Carranza una vez que matemos al usurpador Huerta?
-Lalo, el general quiere que vayas a inspeccionar-me dice Pepe.
Dije llamarme Eduardo Salazar, no creo que seria normal para un revolucionario llamarse Makoto, además, no creo que mis compañeros puedan pronunciarlo.
Me levanto y me pongo la camisa blanca que ya casi no tiene ese color por la grasa, sangre y tierra por la que a pasado. Me coloco mi casaca y tomo mi fusil. Sacudo bien mis pantalones, ya cafés como mis botas.
Seguramente Villa quiere que vaya a inspeccionar algún sitio peligroso, siempre me anda a mí por ser el nuevo. Así que salgo del vagón hacia la tierra desértica de Chihuahua.
La brisa mueve mi cabello y deja caer mas de esas partículas de tierra que hacen verme aun mas sucio, seria mucho pedir un poco de agua para bañarnos, pero a duras penas tenemos tortillas para comer en las mañanas.
-Dile a Villa que regreso en media hora-le digo a Pepe, antes de marcharme por una colina de arena y desaparecer de la vista.
Quise volver a México, ver como había cambiado y me encontré con una revolución. Que según el presidente Porfirio Díaz era un dictador malvado que estuvo 30 años en el poder sólo para hacernos mas pobres. El anciano huyo a Paris hace un tiempo, ahí lo conocí y me entere de esto. Cuando llegue ya habían matado a Madero y Huerta ocupaba el poder.
Me uní a Pancho Villa, en cuanto supe de sus tan legendarias técnicas de combate. Algunos dicen que es más bravo que un coyote de estas tierras. Lo llama el centauro del norte, yo lo llamo el pinche chaparro con bigote ¿Qué podría hacerle a un licántropo?
Al pasar un montículo de tierra, me detengo del asombro. El ardiente sol parece quedarse mudo esta tarde. Frente a mi una de las haciendas más poderosas del norte, arde en llamas.
-Parece que nos ganaron, Doroteo-digo para mi al ver cadáveres negruzcos sobre la arena.
Invitado- Invitado
Re: Revolución [Libre]
Como había llegado a este lugar ya no lo recuerdo con claridad pero qué más daba, ya no importa pues como todo lo demás nos lo habían arrebatado y de él no quedaba sino cenizas y tizones encendidos que le hacían lucir como el mismo averno. El denso humo que manaba de los techos y las paredes hacían imposible respirar, el olor a muerte y putrefacción teñían el cielo de opacos colores y todo se pinto del color de la desesperación, debía ser un augurio, un proverbio de infame fortuna. Me sentía ahora nuevamente en soledad, como lo había estado semanas atrás al huir de mi hogar.
Se habían esparcido los rumores como hierba mala, habían crecido los temores y la gente se comenzaba a cuestionar ¿qué va a ser de nosotros? Entre los de mi clase el descontento por Carranza aumentaba como una semilla que plantada en el lugar correcto crecía ahora con rapidez por el agua que el mismo vertía en ella. Yo, sin embargo, no deseaba entrometerme en esos actos sangrientos y barbáricos que las personas llaman revolución, peleamos en nuestra propia tierra y es la sangre de hermanos la que derramamos bajo el yugo de esta amada nación. Huí pues, aterrado, por el revuelo que comenzaba a haber en nuestra congregación. Pero uno no está ya seguro aun en su propio hogar.
Había permanecido una semana en aquel lugar, ayudando con las labores en los campos y las caballerizas, daba mis servicios a cambio de un techo y algo de comer y el aseo necesario para no sucumbir ante alguna extraña enfermedad de esas que los españoles trajeron hacia tanto. Desconozco el motivo que llevo a aquel escuadrón a atacar el lugar más aun así puedo contar el hecho con detalle pues en mi falta de conocimiento logre observar y ser partícipe de tal masacre.
-Javier- había llamado mi nombre con un deje de desesperación en su voz, Javier Cyrille, si, un nombre inusual y poco armonioso cabe. Mi madre era una mujer de humilde cuna y sus ancestros habían vivido siempre aquí ella pensó que quizás al poseer un padre de origen extranjero podría perder mis raíces y temiendo de mi dicha negación planto primero mi nación, tuve suerte de que no me hubiese puesto el nombre del último emperador de Tenochtitlán.
El sonido de la escopeta ensordeció mis oídos por unos instantes y retumbo en mis adentros al grado de hacerme tambalear. Joaquín, como se llamaba el hombre que me habia dado un lugar donde vivir, tomo mi mano corriendo con vertiginosa velocidad y escondiéndome en una trampilla que yacía escondida bajo la cama y haciéndome con un fusil y municiones me abandono. Pronto se escucho el rugir del cañón y uno a uno fueron cayendo mis conocidos y amigos. Debieron haber pensado que no habia nadie más en el lugar pues se alejaron del sitio no sin antes haber prendido fuego a todo objeto posible y todo ser, humano y quizás algunos desdichados perros que como leña habían servido para la devastación.
Intente por más de un cuarto de hora lograr salir, más la puerta se había atrancado con algo allá en la superficie, quizás habían movido la cama y una de las patas de la misma cubría ahora la única salida al exterior. Me cuestione a mi mismo si tan despiadados eran para haber hecho aquello a sabiendas que alguien podría estar aquí. Apunte el fusil a la trampilla y cerrando los ojos dispare, el humo se comenzaba a colar por el techo de madera y el calor, ahora sofocante, indicaba que las llamas estaban próximas a llegar. Dispare por segunda ocasión rezándole a Dios por un consuelo, una salvación o una muerte placentera.
Se habían esparcido los rumores como hierba mala, habían crecido los temores y la gente se comenzaba a cuestionar ¿qué va a ser de nosotros? Entre los de mi clase el descontento por Carranza aumentaba como una semilla que plantada en el lugar correcto crecía ahora con rapidez por el agua que el mismo vertía en ella. Yo, sin embargo, no deseaba entrometerme en esos actos sangrientos y barbáricos que las personas llaman revolución, peleamos en nuestra propia tierra y es la sangre de hermanos la que derramamos bajo el yugo de esta amada nación. Huí pues, aterrado, por el revuelo que comenzaba a haber en nuestra congregación. Pero uno no está ya seguro aun en su propio hogar.
Había permanecido una semana en aquel lugar, ayudando con las labores en los campos y las caballerizas, daba mis servicios a cambio de un techo y algo de comer y el aseo necesario para no sucumbir ante alguna extraña enfermedad de esas que los españoles trajeron hacia tanto. Desconozco el motivo que llevo a aquel escuadrón a atacar el lugar más aun así puedo contar el hecho con detalle pues en mi falta de conocimiento logre observar y ser partícipe de tal masacre.
-Javier- había llamado mi nombre con un deje de desesperación en su voz, Javier Cyrille, si, un nombre inusual y poco armonioso cabe. Mi madre era una mujer de humilde cuna y sus ancestros habían vivido siempre aquí ella pensó que quizás al poseer un padre de origen extranjero podría perder mis raíces y temiendo de mi dicha negación planto primero mi nación, tuve suerte de que no me hubiese puesto el nombre del último emperador de Tenochtitlán.
El sonido de la escopeta ensordeció mis oídos por unos instantes y retumbo en mis adentros al grado de hacerme tambalear. Joaquín, como se llamaba el hombre que me habia dado un lugar donde vivir, tomo mi mano corriendo con vertiginosa velocidad y escondiéndome en una trampilla que yacía escondida bajo la cama y haciéndome con un fusil y municiones me abandono. Pronto se escucho el rugir del cañón y uno a uno fueron cayendo mis conocidos y amigos. Debieron haber pensado que no habia nadie más en el lugar pues se alejaron del sitio no sin antes haber prendido fuego a todo objeto posible y todo ser, humano y quizás algunos desdichados perros que como leña habían servido para la devastación.
Intente por más de un cuarto de hora lograr salir, más la puerta se había atrancado con algo allá en la superficie, quizás habían movido la cama y una de las patas de la misma cubría ahora la única salida al exterior. Me cuestione a mi mismo si tan despiadados eran para haber hecho aquello a sabiendas que alguien podría estar aquí. Apunte el fusil a la trampilla y cerrando los ojos dispare, el humo se comenzaba a colar por el techo de madera y el calor, ahora sofocante, indicaba que las llamas estaban próximas a llegar. Dispare por segunda ocasión rezándole a Dios por un consuelo, una salvación o una muerte placentera.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
- Mensajes : 260
Fecha de inscripción : 06/02/2011
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Revolución [Libre]
Si fuera humano, captaría un leve olor a ceniza y sangre, al ser licántropo, el aroma me invade de tal forma que siento mi cuerpo entero sucumbiendo al asco.
La muerte parece haber dejado una presencia enorme en todo este lugar.
Seguramente, algunos de los grupos revolucionarios que andan en norte invadieron esta hacienda por sus tesoros, se llevaron estos, mataron a los hombres y violaron a las mujeres hasta que acompañaron a los primeros en el mas allá.
Tomo mi fusil. Rápidamente lo parto en dos, varias piezas de metal cae a la arena, haciendo un ruido sordo contra el suelo, la funda de mi espada, Homura, brilla contra el sol. La escondí en un fusil falso mientras entraba al país. Villa no sospecho nada ¿Qué diría al ver a un sujeto con una espada? Aunque la verdad, ya no me interesa que la vea o no, me he ganado su confianza.
Camino entre los cadáveres negruzcos de gente, de seguro, inocente.
-Sólo acabaron en el lugar equivocado-digo mientras camino en dirección hacia la fachada aun en llamas.
El fuego, el poco que queda, parece dominar sobre una tierra muerta. Las llamas se regocijan al ver el mal y la destrucción que ha realizado. La conciencia de los criminales que pasaron por aquí se impregno en la tristeza de este terreno.
El olor de sangre y hollín es interrumpido de golpe, ahora, levemente, puedo encontrar esa presencia, el aroma diferente, el de la vida.
Pongo la funda de mi espada en mis pantalones y la dejo salir al sol, la serpiente emplumada de su filo parece festejar el sentir la brisa del día.
-Parece que alguien quedo con vida.-Digo para mi, que seguramente tendre que encontrarlo.
Me encuentro con la entrada lo que parece un sótano. Según lo que he vivido aquí, en México no son comunes, posiblemente lo usaban de bodega o armería, necesitaría un fusil nuevo. El olor de piel fresca, a diferencia de la muerta que rodea el lugar, es tan leve como una caricia de una mujer tímida y el sonido del corazón latiendo, con desesperación, parece un vaso de cristal cayendo al suelo.
Levanto la espada hacia el cielo y la agito rápidamente. El metal que impedía la apertura de las puerta cede como tela barata contra el fuego. Vuelvo a hacer dos movimientos, marcando una x en la madera, que se parte en cuatro trozos hasta caer hacia abajo.
-Bienvenido al mundo, extraño-digo hacia la oscuridad de adentro.
La muerte parece haber dejado una presencia enorme en todo este lugar.
Seguramente, algunos de los grupos revolucionarios que andan en norte invadieron esta hacienda por sus tesoros, se llevaron estos, mataron a los hombres y violaron a las mujeres hasta que acompañaron a los primeros en el mas allá.
Tomo mi fusil. Rápidamente lo parto en dos, varias piezas de metal cae a la arena, haciendo un ruido sordo contra el suelo, la funda de mi espada, Homura, brilla contra el sol. La escondí en un fusil falso mientras entraba al país. Villa no sospecho nada ¿Qué diría al ver a un sujeto con una espada? Aunque la verdad, ya no me interesa que la vea o no, me he ganado su confianza.
Camino entre los cadáveres negruzcos de gente, de seguro, inocente.
-Sólo acabaron en el lugar equivocado-digo mientras camino en dirección hacia la fachada aun en llamas.
El fuego, el poco que queda, parece dominar sobre una tierra muerta. Las llamas se regocijan al ver el mal y la destrucción que ha realizado. La conciencia de los criminales que pasaron por aquí se impregno en la tristeza de este terreno.
El olor de sangre y hollín es interrumpido de golpe, ahora, levemente, puedo encontrar esa presencia, el aroma diferente, el de la vida.
Pongo la funda de mi espada en mis pantalones y la dejo salir al sol, la serpiente emplumada de su filo parece festejar el sentir la brisa del día.
-Parece que alguien quedo con vida.-Digo para mi, que seguramente tendre que encontrarlo.
Me encuentro con la entrada lo que parece un sótano. Según lo que he vivido aquí, en México no son comunes, posiblemente lo usaban de bodega o armería, necesitaría un fusil nuevo. El olor de piel fresca, a diferencia de la muerta que rodea el lugar, es tan leve como una caricia de una mujer tímida y el sonido del corazón latiendo, con desesperación, parece un vaso de cristal cayendo al suelo.
Levanto la espada hacia el cielo y la agito rápidamente. El metal que impedía la apertura de las puerta cede como tela barata contra el fuego. Vuelvo a hacer dos movimientos, marcando una x en la madera, que se parte en cuatro trozos hasta caer hacia abajo.
-Bienvenido al mundo, extraño-digo hacia la oscuridad de adentro.
Invitado- Invitado
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