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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Miér Jun 16, 2010 9:33 am

La catedral estaba completamente vacía cuando la luna llena seguía iluminando toda la dormida París. En su pálida piel de hiel se reflejaban esos blanquecinos rayos de luna, sin pudor alguno de extremizar su utópica belleza vampírica. Una baja neblina sumía la escena en un halo de misterio de lo más delicioso. Esa era la noche de los vampiros. En su retorcida y caótica mente demasiados pensamientos -a cual más impuro- lograban que sus pupilas se dilataran, asímismo se podía apreciar mucho mejor la excitación en esos ojos negros. Unos ojos oscuros como la noche, demasiado parecidos a dos agujeros negros bajados del más atomizado de los universos para posarse en su mirada y succionar la cordura de todos aquellos ingenuos que osaran perderse en su inmortal mirada. Y, de vez en cuando, entre tanto negro se apreciaba cierto destello rubí. ¿Cómo describir ese matiz?

Color sangre. Color pasión. Color deseo. Color muerte. De ese mismo color yacían esa noche tintados sus entreabiertos labios varoniles. Un hilo de sangre se deslizaba cual río desvocado por su desnuda piel, cubierta por una fina barba, hasta su afilado mentón. Una viperina lengua reptó entre esos dos labios y relamió esa poca sangre, lo último que quedaba de una pobre doncella desprevenida que cometió el peor y más letal de sus errores al no percibir el aura vampírica de ese elegante hombre de apariencia noble y educada. Una capa negra, carente de capucha, cubría una ostentosa vestimenta para no delatarlo esa miserable noche. Sus manos se posaron en la madera de la puerta de la catedral y empujó con fuerza pero sin esfuerzo hasta abrirlas. Una ráfaga gélida -ya bien debido a su presencia, ya bien de una brisa nocturna- hizo temblar todas y cada una de las velas.

¿Su objetivo? Desvirtuar tan divina figura como la del Señor, tocando la rocambulesca melodía del vampiro en el órgano del mismísimo templo del culto. Sus pisadas sonaron firmes, como pesados golpes de los tambores del apocalipsis. Andó por el pasillo principal entre las dos hileras de bancos de madera bien cuidada pero con alguna que otra marca de uñas clavadas. ¿Recuerdos de blasfémicas noches de pasión en un lugar enteramente prohibido? Probablemente. Su capa ondeaba a su espalda, siguiéndolo cual sombra en todo momento. Subió las escalinatas laterales hasta llegar al palco ansiado y observó al desnudo y desarmado instrumento. De poder hacerlo, hasta habría temblado de excitación. Su expresión, bajo cualquier circunstáncia, se mantuvo impasible. Dejó reposar sus firmes nalgas en las banquetas y tocó los primeros acordes de aquella hermosa pero infernal melodía.
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Mensaje por Invitado Miér Jun 16, 2010 10:01 am

La noche había salido tal y como se esperaba en mi retorcida mente, cada detalle, cada palabra, cada emoción reflejada en mi rostro cansado de vagar eternamente por las calles de diversas ciudades de todo el mundo, estaba planeado. Incluso si el destino me lo permite pensar mi encuentro con aquel condenado de cabellos rubios y rizados yo lo había planeado.

Entre las ondulaciones de aquella capa color bermejo buscaba una víctima con la cual saciar mi sed y mi curiosidad. Tal vez un joven acomodado sería lo idea para aquella noche tan solitaria y misteriosa. Sebastian iba hablando a mi lado, aquel mortal siempre estaba allí para recordarme que quizás podría vivir a base de ratas y gallinas y no de jovenes hombres como él. Mientras mi acompañente hablaba mis oidos escuchaban mucho más allá de sus palabras, pocas calles más allá de donde yo me ncontraba discutiendo silenciosamente con Sebastian, una música llena de dolor, llena de romanticismo y al mismo tiempo tetríca y cruel se alzaba entre las paredes de algún gran edificio.

Al ver la expresión de curiosidad en mi rostro mi acompañante suspiró y se partó de mi como aceptando lo que iba a suceder. Así pues, deslizandome en la noche, lo más rápido que pude seguí las notas músicales del órgano mientras me delitaba con cada nota tocada por aquellas misteriosas manos. La capa hacía un sonido de corte debido a que esta cortaba el viento. Y yo, al fin llegué al lugar indicado.

Se trataba de una catedral, en el suelo a pocos metros de la puerta una joven humana, bella -sin duda alguna- había dejado la vida aún lado con el único consuelo de haber tenido como única compañía las estatuas de piedra de su Señor, pensando, seguramente, que subiría al cielo y se sentaría a su lado. Ridiculeces. Sorteé el cuerpo de la joven y me dirigí hacia la puerta de madera abiertas con brutalidad.

Avancé por el pasillo centrar hasta que mis ojos pudieron ver aquel cuerpo masculino sentado en el taburete, mis ojos seguían los movimientos de sus sutiles dedos. Un dejabu, una mala sensación recorrió mi cuerpo, mis ojos se iluminaron por la ira al ver a aquel joven tocar bajo los destellos de la noche.

-¿Pofanando la casa del Señor?-
dije con un rugido incontrolable que se escuchó por encima de la melodia que seguía tocando.- ¿En tus largos años de inmortalidad no te han enseñado a respetar en lo único que nosotros creimos un día y en lo que creen los corazon llenos de vitalidad de los mortales?

Me senté en uno de los bancos de la primera fila, desde donde se podía ver perfectamente el órgano y el impetuoso inmortal deslizando sus dedos sobre sus teclas. También podía ver las estatuas de santos y virgenes que , en la noche, eran aún más siniestras que cuando los rayos del sol las iluminaban.
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Mensaje por Invitado Miér Jun 16, 2010 10:34 am

Sus finos, pálidos, marmóreos y largos dedos de pianista empezaron a acariciar esas teclas blanquinegras. A reseguir con dignidad cada una de las tres hileras de teclas que había, como cualquier órgano de iglesia tendría. Sus elegantes y relucientes botines negros se posaron en los palanquines de la parte inferior del mismo y se movieron con una sutileza despampanante, acompañando con su sigilo los prietos labios ensangrentados del varón de blanquecina piel rígida. Su espalda seguía recta y su cuerpo semierguido como todo un caballero. La melodía inundaba la catedral, como las desoladas calles de la durmiente París. Sus manos se movían del mismo modo, como si una fuera el reflejo de la otra y al inrevés. La luz de una nocturna luna menguante se colaba a través de las coloridas vidrieras de la bienedificada catedral para reflejar mil arcoiris en esa desnuda piel de sus manos, que no parecian querer detenerse en jamás de los jamases.

Una voz quebró su apreciada ensoñación, pero apenas movió las pupilas de esas teclas que parecían querer bailar junto a sus largos dedos por toda la eternidad. La reconoció, y sinceramente se sorprendió, mas un ser como él no podía permitirse el lujo de mostrar tales emociones estúpidamente humanas. Sus pupilas seguían igual de dilatadas, inyectadas de sangre, deseo, ira, locura y perversidades mil. Perderse en su mirada implicaba abrir la caja de Pandora y ahogarse en un mar de dudas y corrupción. Y, ahora mismo, yacían bajo ese embrujo las danzarinas teclas alargadas que no se detenían ya que las yemas de los dedos del vampiro no se lo permitían. Volvió a centrarse en la macabra melodía infernal y sus dedos se aceleraron, mientras mantenía las teclas apretadas más tiempo y eso generaba un eco terrorífico y escalofriante. Movió la cabeza a cada golpe de teclas, cual excéntrico director de orquestra.

Exactamente eso fue lo que hizo. Empezó acariciando las teclas, mas las acabó aporreando, sobrexcitado por una situación que parecía superarlo. Pocas veces podía observase a Wyatt Romanov perdiendo el control de ese modo. Por que lo estaba perdiendi, ¿no? Tal vez sí, tal vez no. Ese varón de casi dos milenios de antiguedad era uno de los grandes misterios del vampirismo. Un ser que guardaba tantas cosas en su interior que nunca sabías por dónde podría salirte. Y eso, sinceramente, lo hacía extremadamente peligroso. La melodía acercandose a su final. Su marmóreo corazón sin llegar a latir. Sus dedos cansándose de acariciar las teclas. Sus manos empezando a aporrear las mismas. La melodía -aún así, hermosa- tronando en las cabezas y apareciendo en las pesadillas de tantos y tantos humanos corrompibles por el mismísimo señor de la noche.

Sus manos aporrearon por última vez las teclas y un lejano eco acabó por enmudecer. Se puso en pie, aún con la capa cubriéndole del cuello hasta los tobillos, y exclamó en un varonil grito de ira. - ¡No me habléis de respeto cuando nadie me respetó a mí a la hora de convertirme en lo que soy! - Una ensombrecida sonrisa brillaba en su interior, sin llegar a reflejarse a sus labios, de espaldas a la mujer. Cerró con fuerza los ojos e inspiró un par de veces antes de deshacerse el lazo de la capa y dejarla caer a sus pies, malherida. Se volteó sobre sus talones y se encaró a esa eterna e intangible mirada que recordaba mucho más cálida y enamoradiza. - Sóis la última persona que habría imaginando acudiendo a toda prisa a mi concierto nocturno, mademoiselle Ivanov. - Siseó con su característica voz elegantemente viperina y seductora.
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Mensaje por Invitado Miér Jun 16, 2010 3:46 pm

El frenesí con el que tocaba se convirtió en el reflejo de la brutalidad y el dolor, pese al matiz que el autor le dio a aquella pieza, seguía siendo hermosa y dulce al mismo tiempo, llenó mi corazón helado de un tristeza y melancolía inmensa, quizás por ello me cabreé más de lo que ya solía estarlo. Tenía ganas de romper cada una de las estatuas de aquellos santos, mártires y ángeles. Todo, al fin y al cabo era una mentira.

La voz de aquel joven me resultó familiar, busqué en mi memoria algún recuerdo, algo que me hiciera recordar él porque tenía aquella sensación, aquella sensación de haber vivido lo mismo años atrás. Entonces lo recordé. Mis ojos se llenaron de una furia incontrolable, pero al cabo de unos segundos mi rostros volvió a ser el que había sido hasta entonces, no sonrisas, no odio, no sorpresa, ni furia se reflejaron en el.

-Yo tampoco elegí que aquella persona me faltara el respeto. Y respecto a tu concierto a sido muy bonito, muy enternecedor y melancólico, pero no te equivoques no estoy aquí por ti, si no porque este es el único lugar que trae algo de paz a mi condenado corazón monsieur Romanov.- hice una pausa donde suspiré profundamente.-Mucho tiempo a pasado desde la última vez que mis ojos vieron tu rostro, dime, ¿Aún sigues engañando jovencitas? ¿De la misma forma que me hiciste a mi? ¡YA VEO QUE SI! ¡Sigues igual de mujeriego, igual que el viento vienes y te vas! ¡Nadie pudo respetarte nunca por que vos monsieur Romanov, vos no respetáis
a nadie!

El dolor causado antaño había aflorado sin poder ser controlado. Cerré los ojos ye inspiré un par de veces intentando calmar el dolor que sentía, aun que ese dolor solo era un recuerdo del que había sentido en mi vida mortal.¿Pero que estaba haciendo? Yo, Ekaterina I me estaba rebajando a sentir emociones humanas y mundanas, cosas que no eran de gran vitalidad en aquel momento. Me despojé de la capa color bermejo, la cual cayó en el banco de madera cubriéndolo como si fuera un lecho de sangre.

-Aun que no le culpo, teniendo yo ahora mismo el don de las tinieblas no pude evitar hacer lo mismo en varias ocasiones. Ahora es divertido, y me alegra volver a verte y saber que el tiempo hará justicia.

Con pasos majestuosos me acerqué al chico, sus ojos me recordaron la poca humanidad que quedaba en mi y aquellos días en los que mi corazón aún latía así como la pasión y el deseo que podía llegar a sentir y la atracción fatal que atraían a los humanos hacia nosotros, aún sin ser yo mortal sentía el aura seductora de Wyatt, pero no iba a cometer el mismo error, no lo cometería por tercera vez.
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Mensaje por Invitado Jue Jun 17, 2010 4:50 am

Una vez sus largos dedos de pianista estiraron el cordel de la capa que la mantenía sujeta a su cuello, la misma cayó inerte al suelo tras ondular de forma majestuosa. Detrás de la misma se descubrió la verdadera indumentaria de un vampiro del talante del pequeño de los gemelos Romanov, una elegante pero ancha camisa blanca, unas ceñidas mayas negras y unos botines de montar. En su cuello, un serpenteante pañuelo rojo adornaba su pálida y marmórea piel de muerto, parecía perfectamente cálido líquido carmín que se derramara de una yugular mal cortada de un modo sangriento. Su impasible mirada masculina siguió clavada en esos ojos celestes que hasta pasarían por cielos nublados dados los matices color neblina que adoptaban cuando la ira se cruzaba en el camino de esa hermosa hija de la noche y adoradora de sangre.

- El único lugar que trae algo de paz a su condenado corazón... - Repitió ensimismado. La ira seguía bamboleando en su cabeza, retumbando como las teclas de ese viejo órgano afinado habían retumbado instantes antes por las paredes de esa antigua catedral. Dió un simple paso y se alejó de esa capa que yacía inerte en las frías losas del suelo del mismo modo que la dama yacía sin vida en la escalinata que llegaba a los portones de la gran catedral. La sonrisa seguía vibrando en su interior, llena de excitación, mas sus labios permanecieron prietos y serios como los de las estatuillas de santos que los rodeaban. Esas escalofriantes miniaturas de un estúpido dogma creado por un hombre infeliz. Los ojos de cristal de esos pequeñas vírgenes, cristos, ángeles, santos y mártires siguieron con atención las elegantes pisadas del hombre que no parecía dispuesto a liberar del hechizo de su mirada a tan prestigiosa dama de alta cuna y real trasero.

Lo observó sentada en esa banqueta, como sumisa ante un supuesto benevolente Dios omnipresente que perdonaba los pecados de esos ingratos humanos ciegos ante la existencia de un ser superior a sus creencias, los vampiros. Ladeó ligeramente la cabeza mas su expresión no varió ni un ápice mientras ella parecía perder los papeles y lo que empezó como un contrataque sutil acabó con gritos de rabia mal contenida. Eso le divirtió, pero no lo mostró. Siguió mirándola fijamente a los ojos desde el palco. Sus elegantes ojos negros con destellos color sangre se perdieron por ese desnudo cuello pálido que muchas décas atrás osó morder en lujuriosas noches de frías noches infernales. Ella se acercó y él bajó lentamente esa larga escalinata de caracol hasta llegar a su mismo nivel y detenerse a cosa de dos metros de la mujer de singular belleza eterna. - El tiempo hará justícia... - Volvió a hacer el eco de sus contundentes palabras, sabias o no.

- Me alegro de veros, su pequeña alteza. - Dijo sin sorna alguna, tomándole de desprovisto la mano y deslizando su frío pero varonil labio inferior por el dorso de la misma, dejando una estela de deseo por donde sus cuerpos se unían. Se erguió de nuevo y la miró fijamente, ignorando los gritos de la mujer que aún oscilaban pavoneándose en el interior de su siempre ocupada cabeza pensante. Una simple mirada a sus ojos de aparente invidente bastaron para darle a entender lo que opinaba de su recién descubierta inmortalidad, que le sentaba ni más ni menos que muy elegante. Alargó una mano y rozó con las yemas de los dedos el borde de su mandíbula, sutil y delicadamente. Wyatt siempre había sido hombre de pocas palabras pero de muchas emociones. Emociones descontroladas de afloraban en los pechos, tanto de morales como inmortales, cuando sus cuerpos se mezclaban en eternas vorágines de deseo desenfrenado y pasiones mal ocultas.
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Mensaje por Invitado Jue Jun 17, 2010 9:00 am

Sus palabras se convirtieron en ecos de las mias, por más que en mi cabeza no intera escucharle su vz se alzaba sobre cualquiera de mis pensamientos haciendo que mi persona rozara la locura. Estaba asustada, para que negarlo. Cuando conocí en vida a aquel hombre no tenía ese aura tan poderosa y sutil que ahora poseia , con los años se había vuelvo más fuerte sabio y seductor. Pero sus costumbres no parecían haber cambiado ni un ápice desde la última vez que nos vimos, o mejor dicho desde la última vez que le vi.

Romanov sabía como usar las palabras como armas para herir en cualquier corazón en el que quede un poco de humanidad. Apreté los dientes e hice de trispas corazón para no estalllar en gritos y cortar cada parte de su esbeltado cuerpo y echarlas a una hoguera. En ese momento no podía pensar, no podía reaccionar de ninguna manera puesto que podía esperar a cualquier condenado, a cuelquiera menos a él.

Sus delicados labios rozaron con ternura el dorso de mi mano, había experimentado esa sensación miles de veces, tanto cuando era mortal como cuando dejé de vivir, pero nunca de la misma manera. Wyatt tenía el don de embrujar a cualquier mujer con la que se topara, o al menos eso me pareció a mi. Sus fríos y largos dedos rozaron mi mandibula, ¡Como me hubiera gustado arrancarle un dedo de cuajo a ese mal nacido en vez de quedarme embelezada con su figura y sus tratos hacía mi de princesa!

-El gusto de ver no es mutuo Wyatt-dije con sobervía y prepotencia alejándome de nuevo del aparente joven muchacho y sentandome en el lecho que se había formado en el banco con mi caba bermejo.Quisé llevarme las manos a la cabeza y esconder mi rostro lleno de sorpresa entre el pelo y las manos, pero una persona de la realeza no debía actuar de un modo tan vulgar, de manera que me mantuve estóica ante la situación.

-¿Sabéis que pasó después de iros a esta pequeña alteza? No, creo que no. O bueno si puede que si quien sabe. Han pasado más de tententa años y sigo como la última vez que me viste, debo de decir que tu has cambiado algo.No para peor todo sea dicho.-hice una pausa para luego continuar mi monólogo.-También e de deciros que de todas las personas que existen,vivas o muertas, en el mundo eres la última a la que esperaba y quería ver en París. Pero mis modales tampoco han cambiado y aun que mi mayor deseo sea cortar a trozos ese cuerpo esculpido por los diablos no lo haré.

Era absurdo amenazar a un condenado con mucho más poder que yo, per mis palabras y mis reacciones eran natural cuando sientes de nuevo la sensación de haber sido abandonada por una persona importante para ti.

Rápida como el viento me subí en aquel palco en el que Romanov había estado momentos antes sentado tocando el organo, mis dedos rozarón las teclas blancas haciendo un sonido ensordecedor como si el grito de una persona que aullaba de dolor se tratase mis pies acompañaron a los dedos hasta que el grito se convirtió en el comienzo de una melodía.

Spoiler:

-La eternidad, lo bueno que tiene es que te deja todo el tiempo del mundo para curtir todos los aspectos de tu persona. En mi caso, aprendí a tocar, a hablar otros idiomas y a respetar la vida de ratas y alimañas sedientas de sangre como tu.

Mis dedos se detubieron y mis pies se separaron de los pedales. Me volví en el asiento, pero no podía estar quieta de mod que bajé del palco de nuevo al banco de madera donde estaba mi capa.

-¿La doncella de la puerta también se enamoró de vos monsieur Romanov? De ser así a ella le a deparado un futuro mejor que el mio ¿No cree?
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Mensaje por Invitado Jue Jun 17, 2010 11:59 am

En sus ojos centelleó un rayo rubí de malícia perfectamente contenida. Era incomprensible el modo en que una persona podía llegar a odiar de ese modo, pero sencillamente podía defenderse diciendo que él no era una persona, era más parecido a un animal. Un misterioso y oscuro ser de la noche que alimentaba su tedioso odio a base de vitalidad de jóvenes humanos, de amor de los dulces corazones de burguesas del momento, de afán de poder de los más codiciosos nobles de la corte, del valor de los más valerosos caballeros que aún creían en princesas a las que rescatar y de los más interiorizados miedos de esa decadente sociedad ignorante. Ignorante. ¿Acaso se les podía atribuir otro adjetivo a aquellos que creían que el Conde Drácula no era más que un cuento de locos para asustar a las bellas muchachas de palacio? No, sencillamente eran ciegos. Pero no ciegos de nacimiento, sino gente que podía ver pero que se había tapado los propios ojos con una sarnosa venda. Una estúpida venda que los hacía refugiarse en lugares como ese a rezar por su salvación.

La mujer de indudable belleza se movió para distanciarse del eléctrico contacto de sus pieles. Retrocedió hasta sentarse en la misma banqueta y mirarlo con una indescrifrable mirada que Wyatt tampoco puso esmero en entender. El misterio siempre le había parecido de lo más intrigante y, por qué no, excitante. Escuchó sus palabras con su distinguida y permanente seriedad habitual. Asintió a sus palabras dejando que una perfilada ceja se alzara por encima de la otra mientras sus dedos acariciaban de forma distraída un labio inferior entreabierto con aroma a sangre humana acabada de consumir. - Me excita de sobremanera la idea que deseéis trocearme, su pequeña alteza, debido a que eso implicaría que pensarais en mi humilde persona al querer hacerlo. Ya sabéis que es todo un honor vivir en la mente de una distinguida dama como vos. - Siseó viperinamente aún con la yema del dedo corazón jugando con su labio inferior de ese modo casi ausente.

Una ráfaga de aire se aremolinó a su alrededor e hizo temblar más las indefensas velas. Esa ráfaga la provocó el perfectamente pulido cuerpo de esa mujer, seguramente trazada por los más ingenioso y perfeccionistas dioses antiguos del averno. Se volteó lentamente sobre sus botines y la observó acomodarse en el banquillo del órgano para hacerle una demostración de que si él era Bach en esa obra de teatrillo barata, ella podía interpretar al dedillo al personaje de Beethoven. Sonrió de lado aprovechando que la mujer no podría percibir nunca esa muestra de diversión, pero no tardó en desvanecerla cuando ella se detuvo para proseguir, deslizándose de un modo precioso por esa escalinata hasta yacer de nuevo en la banqueta, dispyuesta a rezar solo para él, o no.

En consecuencia, los labios del jóven Romanov se entrabrieron para responder un simple - La doncella de la puerta cometió el peor de los errores al enamorarse del señor de la noche. No me culpéis por ello, alteza, romperíais mi desolado corazón sangrante de agonía eterna. - Se acercó veloz como el rayo y se colocó en la banqueta de atrás para sisearle al oído de un modo viperino y condenadamente erótico. Sopló suavemente la desprevenida y desnuda piel de su cuello. Ahora sí, sonrió de lado, dejando que sus poderosos colmillos relucieran a la luz de las velas, tal vez demasiado cercanos a ese lechoso cuello exquisítamente tentador. - Los vampiros no aman, su pequeña realeza. Ya deberíais saberlo. - Esa dama era demasiado hermosa, y ella lo sabía.
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Mensaje por Invitado Jue Jun 17, 2010 3:17 pm

-Nadie mencionó en ningún momento el amor inmortal Wyatt.- mi rostro mostraba una muerca entre el odio y el gusto ya que sus palabras rozaron mis odios como cual melodía interpretada por el mejor de los compositores. Una pequeña ráfaga de viento impactó contra mi inerte cuello que si hubiera gozado del más mínimo aliento de vida hubiera hecho que todo el vello de mi cuerpo se erizara.

Más yo sabía cual eran las intenciones de aquel experimentado galán-o al menos las podía preever- de modo que en mi rostroo se dibujó una amplia sonrisa de satisfacción debido al gran don de la previsión y de la planificación que había perfeccionado con el paso de los años.

-Señor Romanov, yo que tu me apartaría del apetitoso cuello que probaste en el pasado. No vaya a ser monsieur que mis afilados dientes puedan hacer lo mismo en un intento de quitaros la poca vida y dignidad que os queda.- aparté mi cuello de forma sutil de su endiablado cuerpo y me volteé un poco, extendiendo mis piernas sobre el banco, con mi brazo apollado en el respaldo y mi cabeza ligeramente doblada de tal modo que podía ver su figura.

-Retomando nuestra interesantísima conversación sobre el amor.
-dije de forma un tanto irónica.-En mi opinión nosotros podemos experimentarlo, aun que claro, quizás la palabra más apropiada sea deseo. Deseamos con locura la sangre de los mortales, incluso deseamos poseer el cuerpo de otros condenados que han sido creados para matar. ¿No es así monsieur Romanov?- La mano que tenía en el reposabrazos se alzó para acariciar la mejilla del chico, pero después la dejé caer con pesadez sobre el banco.- Pero resulta que a veces, nos enamoramos, ¡Oh perdona! , deseamos a la persona menos indicada y acabamos vagando por las calles en busca de el mejor de los vinos, en busca de compañía para pasar la eternidad. ¿Regalo de Dios? En mi caso no sabría que decir puesto que mis ojos van a ver a generaciones de amantes derrochando sentimientos por cada calle, por cada rincón de este maldito mundo pero me limitaré a verlo de lejos sin saber lo que realmente se siente ya que por confiar en mi corazón acabé siendo abandonada por vos monsieur Romanov y cometí el mismo error y acabé vagando bajo la luna, acabé siendo una alimaña deseosa de sangre.Pero no le culpo, pasé muy buenos momentos junto a ti. Es una pena que nos hayamos vuelto a ver ya que lo que era bonito ahora se a convertido en una pesadilla.

Temriné de hablar, no sabía si a Wyatt le importaban o no los delirios de una condenada con la que se había topado hacia tiempo, quizás las largas palabras que había pronunciado solo eran mis reflexiones dichas inconscientemente en voz alta o tal vez fuera que mis oidos deseaban escuchar las palabras que jamás nadie me diría.
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