Victorian Vampires
Ekaterina Dubretzkaya 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Ekaterina Dubretzkaya

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Mensaje por Ekaterina Dubretzkaya Lun Sep 16, 2013 2:10 am




DATOS BÁSICOS
-Nombre del Personaje: Ekaterina Ivanova Dubretzkaya
-Edad: 19 años
-Especie: Humano
-Facción a la que pertenece: None
-Tipo, Clase Social o Cargo: Clase Alta
-Orientación Sexual: Heterosexual
-Lugar de Origen: San Petersburgo, Rusia
-Habilidad/Poder: None

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

Ekaterina Dubretzkaya ZtBAWf5

Yo creo. Es la frase, la forma, la delicada línea entre realidad y fantasía con la cual, Ekaterina puede describirse. Creer, que es lo que hace la diferencia entre una vida carente de sentido y una vida única. La psicología de Ekaterina ha sido permeada por los arquetipos y valores típicos de su época; sin embargo, también ha recibido el plus que confiere una educación de tipo humanista, dotándole de otros grandes significados, lo cual ha dado como resultado una combinación de dulzura, inteligencia, humor y calidez.

En primer lugar, Ekaterina nació y se crió en los límites de una familia de clase alta, la cual le inculcó valores religiosos, morales y éticos que lleva a cabo con completa tradición; si bien es cierto que –por ejemplo- su formación religiosa es más del tipo ortodoxa, su creencia en Dios y en el amor que este profiere hacia todas sus creaciones es algo que siempre ha mantenido en alto en sus pensamientos. Por otra parte, su educación para ella no representa un conflicto. Toda su vida ha hecho uso de estos modelos de conducta, que lleva a cabo tanto en la intimidad como en su vida social; así como Ekaterina es con un recién conocido, lo es con un amigo de toda la vida y en la soledad de su hogar, donde no hay ojos que puedan observarle. Ekaterina es –por tanto- lo que podemos llamar una persona íntegra, equilibrada y centrada, lejos de los problemas que causa el cambio de la modernidad en el corazón de los hombres y que amenaza con crear conflictos sociales y políticos; no conoce monstruos o demonios en su alma, ya que jamás ha sentido que incumple –de ninguna forma- con sus creencias. Se dirige al mundo de la forma en la cual cree, es la forma correcta, con el simple mandato del respeto: tratar a los demás como a ella le gusta ser tratada, con cortesía y buenas intenciones.

Pero bien, Ekaterina tampoco es un ser humano perfecto o la representación de un ángel en la tierra. Al ser criada dentro de una clase alta, también muestra algunos defectos que si bien, ella observa como normales, para otra persona pueden llegar a ser molestos. Ligeramente egoísta, le cuesta entender cómo no puede ser agradable a alguien, cuando siempre ha sido tratada como –figuradamente- una princesa. Tampoco puede concebir el hecho de que existen personas con sentimientos distintos a ella y su forma de ser; ligeramente inocente, ligeramente ingenua, habla sin preocupaciones, lo cual algunas veces suele ser algo contraproducente en la sociedad en la cual se maneja. Su juventud, además, le dota de esa extraordinaria inmadurez que le hace maravillarse del mundo a su alrededor, como si todo en él fuera visto por primera vez.

Ekaterina no fue hija única. Su vida contó siempre con la presencia de sus hermanos mayores –Vera y Nicolás- y su hermano menor, Petya; además de la presencia constante de Sonya, su prima y mejor amiga. Dichas relaciones lograron hacer de ella una persona que no teme en compartir lo que es de ella, aunque acostumbrada al estricto respeto a sus pertenencias. En dicha familia, además, el papel que las mujeres juegan dentro de su hogar fue mucho más liberal de lo que se podía esperar en la época. Su madre; por ejemplo, contaba con el respeto de su esposo, quien le tomaba no solo como cónyuge, sino como aliada y confidente. Sus hermanos hombres y sus hermanas mujeres, compartían derechos y obligaciones y la opinión y amor que se destinó a todos los niños Dubretzkoy fue independiente a su género. En la sociedad Ekaterina no puede tomar un papel feminista, pero fue educada de forma que espera, ser tratada con el mismo respeto, serenidad y buenos modales que se destinan a sus congéneres masculinos, sin temer en ningún momento, exigir ser tratada como una dama.

Cálida y dulce, Ekaterina ha sido dotada con las buenas armas de la paciencia y la virtud, que le llevan a poder relacionarse con los demás sin ningún conflicto. Es respetuosa hasta de las formas más excéntricas y no tiende a juzgar a los demás por su condición social o creencias. Bien, por sociedad no podría ser amiga de una cortesana o persona de clase baja, como tampoco de un hereje; pero eso no significa, se sienta con libertad de juzgarlos de forma negativa, ya que a sus ojos, aunque un poco “perdidos”, todos son hijos de Dios. Divertida y graciosa. Su humor es blanco y jamás va cargado de doble sentido (algo que en realidad, no ha llegado a entender por completo), pero eso no significa que pueda reprimir en ella las ganas de hacer una broma, de cuando en cuando, a sus amigos y familia. Alegre la mayor parte del tiempo (salvo esos pocos episodios donde se permite recordar y llorar), es común verle moviéndose a base de pequeños saltos, vueltas y pasos de baile. Bailar, por supuesto, es uno de sus pasatiempos preferidos, el arma básica para poder hacerle frente a las situaciones grises, tristes.

A simple vista, se podría decir que Ekaterina aún tiene muchas particularidades que le harían parecer una niña ante los demás, quizá hasta algo inmadura, pero eso es algo errado. Si bien es cierto que aún le hace falta mucho tiempo para llegar a una maduración real, es alguien bastante centrado para su edad. Su forma de ser es simple. Ella es así, porque de esta forma es feliz, no porque no comprenda el mundo a su alrededor. Luego de la tragedia en la cual se vio envuelta –a sus ojos, la más grande tragedia del mundo- descubrió que no podía abandonarse al sufrimiento, porque este era opcional. El dolor, era algo que permanecería, pero permanecería como un recordatorio de la importancia de creer. Ese es su pensamiento. La forma en la cual, se mantiene en movimiento en el día a día.

HISTORIA

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Probablemente regresar al nacimiento de Ekaterina sería equivalente en entrar en un montón de detalles que si bien, no son de gran significado a nivel histórico, son de gran particularidad en la historia de su vida. De esa historia que marcó toda su vida, Ekaterina sabe los más pequeños matices. Sabe –por ejemplo- que el matrimonio de sus padres no fue arreglado por sus abuelos, sino por ellos mismos, recibiendo el apoyo de sus familiares debido a la buena posición económica de los mismos; por ello, dentro de su visión romántica siempre ha tenido muy en cuenta –y en alto- al amor, ya que está segura que tanto ella como sus hermanos, son productos del mismo. Nacida como la tercera hija de los Dubretzkoy, tres años después de Vera, cinco después de Nicolás y cuatro antes que el pequeño Petya, pronto Ekaterina se convirtió en la favorita. Favorita de su padre, pues fue ella quien heredó los rasgos de los Rostov, su familia materna. Favorita de Nicolás, quien encontró en su pequeña hermana la aliada ideal para cada una de sus aventuras infantiles. Preferida de Vera, quien solo en ella encontraba consuelo en la particularidad de ser demasiado “normal” para una familia tan maravillosa. Favorita de Petya, por ser la encargada de leer para él cuentos infantiles. Favorita de su madre, quien veía en su hija menor el cúmulo de virtudes que solo los ángeles podían dar para privilegiar a su ya de por sí, dichosa familia. Aún así, ante toda la familia, quien más mostró simpatía hacia ella desde el primer momento y que hasta el final de sus días demostró un amor tal capaz de sacrificarse por ella, fue Sonya, su prima materna, la pequeña que fue acogida por los Dubretzkoy a falta de imágenes paternas y que desde sus cuatro años se convirtió en compañera de juegos, confidencias y fantasías de su prima más querida.

La infancia de Ekaterina fue –en todo caso- la infancia feliz que podría recibir cualquier niño, independientemente de su condición social, al ser criado en el seno de una familia preocupada por demostrar a cada uno de ellos el amor de Dios, el amor al prójimo, el amor a los semejantes y el amor a la familia. Ekaterina –como los niños Dubretzkoy- creció pronto para convertirse en imagen de calidez y dulzura dentro de su seno familiar, el equilibrio constante entre las diversas personalidades que se unían para dar movimiento y vida a la cotidianidad de sus días. ¿Qué podemos decir, pues, de Ekaterina? Hasta los 16 años fue presentada formalmente dentro de la sociedad en la cual formaba parte, pero eso no significa que antes de ello se encontrara recluida; antes de ello, era normal verle acompañada de su madre y hermanos pasando el fin de semana en el campo, viajando por París con el fin de visitar a la hermana de su madre y adquirir nuevos vestidos y sombreros, asistiendo puntualmente a la misa de los domingos para presentar su respeto a Dios y montando a caballo por las amplias extensiones de tierra que hacen de Rusia la madre patria para cualquiera que haya nacido en sus dominios. La familia Dubretzkoy jamás se sintió opacada o viviendo en las tinieblas y no era de extrañar, recibir invitaciones para encontrarse con las más diversas familias, aquellas que de alguna forma admiraban la entereza y felicidad de la familia. Felicidad. La más grande virtud dotada a esos siete miembros de los cuales era imposible evocarles sin la sonrisa eterna en los labios. Vladimir Dubretzkoy no era un hombre envidiado por sus riquezas, por sus propiedades o por su posición; si había algo que -en todo caso- valía resaltar en dicho nombre era la tranquilidad que cada uno de sus miembros reflejó siempre en diversas formas y que hasta la fecha, hace que su nombre sea pronunciado con ese encanto indiferente que se tiene para los que son felices, no comprendemos; y sin embargo, no le deseamos mal.

Decir que la vida de Ekaterina siempre estuvo direccionada hacia el mismo punto, seria mentir. Durante sus primeros trece años, su vida simplemente se dedicó a lecciones de canto, baile, matemáticas, latín, griego y un sin número de actividades necesarias para la oportuna instrucción de las señoritas. Ekaterina fue enseñada a ser una mujer culta, pues su clase social lo exigía, una futura esposa ideal, puesto que su sociedad lo exigía y una persona de excelente calidad moral, como la Iglesia exigía; pero todo perfectamente combinado con las más diversas aventuras propias de la edad, confidencias a la luna y otra serie de particularidades que mezclaron de forma suave –imposible distinguir matices- el mundo de lo real con la fantasía. Al cumplir los trece años de edad –como es comprensible en todas las niñas llegando a cierta edad- la ideología de Ekaterina sufrió un cambio radical. Ya no se imaginaba a sí misma como una cantante famosa o –una pequeña fantasía que siempre sostuvo- una valiente pirata; sino como una futura madre y esposa. Este cambio de pensamiento logró calmar un poco su carácter alegre, dotándole de paciencia. Pero la paciencia no es el fuerte de ningún chiquillo y pronto Ekaterina comenzó a preguntar qué día conocería a su futuro esposo y qué día podría ir a algún baile, para conocer a algún chico, uno que al verle perdiera el aliento, alguien que con una simple mirada, la hiciera temblar de pies a cabeza. Por supuesto, su madre rió acerca de sus pensamientos y no puso mayor atención a la precocidad de Ekaterina, quien ante todo, le urgía enamorarse. Efectos secundarios de una formación como la que tuvo, pero nada que no pudiera manejarse hasta que tuviera suficiente edad. Sobra decir, que como todas las deducciones de los padres, esta fue completamente errónea.

Lo conoció a Él a la edad de quince a los quince años de edad, bajo circunstancias que el día de hoy no llega a comprender, pero que tampoco le quitan el sueño y que solo se han encargado de llenar de misticismo la figura que tiene acerca de el hombre que a denominado cómo el amor de su vida. Todo ocurrió un día cualquiera en una tarde de abril, cuando luego de una discusión con su madre que se veía nuevamente renuente a adelantar un año su presentación, decidió escapar de casa. Escapar, en un sentido no literal, pues en ningún momento planeó no regresar y mucho menos que en casa averiguasen hacía falta; por lo cual, decidió por el método más simple: utilizar la puerta trasera. Así, Ekaterina escapó de la propiedad de sus padres con el único fin de tener una aventura que jamás pudiera olvidar. Como todas las cosas que ella creyó, esta terminó por convertirse en realidad.

Aún el día de hoy no puede precisar que es lo que le sucedió en las calles de San Petersburgo. Tal vez fueron los colores, olores y sonidos que tan diferentes le parecían a cuando acompañaba a su madre de visita social. Las calles que antes le parecían tan grandes y rebosantes de personas le parecían cortas y algo solitarias. Un momento y ya no reconocía el lugar en el cual estaba y las personas a su alrededor, aunque eran demasiadas, estaban tan inmersas en su propio mundo, lejano al de ella. La sensación le provocó miedo, pero también le brindó algo de paz. Comenzó a entender que existía mucho más de lo que ella alguna vez había alcanzado a entender y que –sin duda- era mucho más emocionante que todas las letras escritas en sus libros preferidos. Ekaterina estaba embriagada por estas nuevas experiencias y fue –tal vez- precisamente este hecho el que la llevó a buscar más allá de sus pasos hasta entrar en lugares que nunca antes había siquiera imaginado. Lugares en los cuales lo conocería a él, pero también, mucho más.

Las imágenes a ella siempre vienen difusas. Primero caminando en las calles, luego simplemente siguiendo esa figura femenina que parecía encantadora, al grado de que sus ojos no podían separarse de ella, la misma que le alejó de todo espacio concurrido para escabullirse entre la soledad que el sol en caída les ofrecía. No puede resaltar, en ningún momento, fue presa del miedo; sin embargo, ahora lo recuerda con algo de temor, ya que está segura que no hubo nada natural en la forma en la cual perdió sentido y contacto con el mundo, para simplemente flotar entre tinieblas, tinieblas que amenazaban con devorarla, aunque esto parece un absurdo.

Él apareció de la nada. Cuando tuvo consciencia de su presencia, ya se encontraba sentada en el frío piso, con la mirada fija en la mano que parecía ser femenina y que era lo único visible a la vuelta de la esquina. La mano que –si se seguía- podía ser la de la mujer encantadora. Él la ayudo a ponerse de pie, la revisó con atención, mirando sus ojos, sus manos y toda parte visible de su cuerpo –lo cual, lejos de parecerle extraño, le pareció emocionante- para luego tomarla de la mano –en un arrebato que había hecho que el color le regresara a las mejillas- para guiarla de nueva cuenta al mundo que conocía. Al remontar esta historia, no puede evitar sentir algo de pena; después de todo, la obligación de toda mujer al conocer al amor de su vida es corresponder a la falta de oxígeno con la mejor de sus sonrisas, las palabras exactas para enamorar o simplemente, la visión más beatífica prudente, para causar en el hombre de sus sueños, el efecto deseado: la correspondencia de ese mismo amor. Sin embargo, Ekaterina se encontraba aturdida. Más que nerviosa, le parecía haber despertado de un sueño tan profundo que había arrancado de ella toda capacidad de reacción, así que lejos de hacer lo que ella creía, debía, se encontraba con la cabeza gacha intentando encontrar el valor para alzar la vista y poner algo más de atención en lo que creía habían visto sus ojos: azul e su mirada, negro en su cabello, sonrisa arrebatadora y hasta un pendiente.

¿Este es el final de la historia? ¿o sólo el comienzo? Probablemente no podríamos decir de una historia de amor se trata, con la falta de capítulos. Aquella actitud pasiva fue la cual dio origen al cambio, el que llevo a él a ser Él –a tener un hombre y un rostro, más allá de rasgos- y a Ekaterina a ser Ekaterina, más allá de los cimientos. Aquel fue el primer día que bebió fuera de casa –un trago, dijo Él, para entrar en calor- y recibió el primer beso en sus labios, de un hombre mayor que a ella le parecía tan únicamente exótico, que consumió el resto de sus días. No habló mucho de él, e incluso con la sonrisa a medias ella supo, realmente no se llamaba como afirmaba. Sus modales eran una combinación de la más burda educación y un refinamiento natural que solo indicaba, un nacimiento privilegiado. Su físico era único y atrayente, tan diferente a lo que estaba acostumbrada. Barba descuidada, tan negra como su cabello. Los ojos azules más maravillosos que había tenido oportunidad de mirar, como si el cielo pudiera entrar completamente en ellos. Cicatrices minúsculas que el tiempo amenazaba con hacer desaparecer y una mueca, que en lugar de sonrisa, parecía un profundo corte. Vestía de negro, con ropas que jamás había visto y en su indumentaria –estaba segura- llevaba un par de armas, como si de un momento a otro pensara entrar en los bosques para buscar en ellos algún cervatillo que devorar. Como un lobo feroz con la apariencia más cálida y humana –su mano aún ardía- que pudiera visualizar. Su edad era un secreto, tal vez doce o trece años mayor que ella. Un hombre que –sin embargo- le parecía aún muy niño. Un perfecto extranjero, con nombre y acento inglés que alojaba en ella las más diversas, románticas y rosadas ilusiones.

Al final de la noche, a un par de pasos de casa, no pudo evitar pedirlo. Un beso. Quería tener –para siempre- de Él, su primer beso. La sonrisa que vino después, le pareció hasta ligeramente una burla, pero lejos de molestarle terminó por darle más valor. Estaba completamente decidida. Él la besó a cambio y aunque estuvo lejos –muy lejos- de ser el primer beso de novela que recibía imaginar –fue un simple roce de labios- le fue suficiente como para soñar durante los siguientes dos años. Dos años. Porque toda historia de amor verdadero tiene un tiempo, y al final, sin un constante estímulo terminó por dejar la imagen de Él en el olvido, como un sueño o un recuerdo difuso, algo distante con la realidad.  

Andrei y Ekaterina se conocieron durante un baile, cuando ella cumplía los diecisiete años. Andrei, viudo desde hacía un par de años, mayor que Ekaterina por veintiuno, encontró en ella la fuente de alegría que había creído perdida. Ella creyó, encontraba el amor de su vida, de nuevo. Pero ¿cómo “de nuevo” si antes ya lo había declarado? tal vez porque antes solo significaba una ilusión y ahora era algo tangible. Andrei era un hombre único con el cual ella podía ser ella sin ninguna inhibición y pronto las evidentes tendencias de este se hicieron partícipes no solo a la familia de Ekaterina, sino al resto de la sociedad rusa. No era de extrañarse, por supuesto, tomando en cuenta la clase social de ambos que una unión entre familias fuera un movimiento acertado, justo así era visto por Ekaterina quien creía firmemente, podría casarse con Andrei y formar la vida que en otro momento le parecía tan anhelada. Pero ¿qué sería de una buena historia de vida sin un poco de dramatismo?

El drama –dirían los grandes autores- son solo acciones que determinan nuestro futuro y son la diferencia de una existencia efímera a una existencia única; así lo descubrió Ekaterina, durante la fiesta de fin de año en San Petersburgo, en el año de 1799. ¿Casualidad, destino o capricho de un Ser Superior? es algo que ella ni siquiera cuestiona. Son causalidades de la vida las que nos llevan a distintas situaciones y forjan nuestro carácter, así como nuestro futuro. La vida de Ekaterina se vio realizada de esta forma al entrar en juego –nuevamente- al hombre que creía en algún momento de su vida, podría olvidar. En aquella ocasión, Nicolás no había asistido al baile reglamentario por el simple hecho de que su edad le permitía quedarse en casa y disfrutar de una velada placentera en casa. Fue en esta ocasión donde pudo divisar a un hombre siendo atacado, hombre al cual quiso prestar su servicio –como bien le enseñaron sus padres- y al cual llevó a su casa con el pretexto se recuperara de sus heridas. Ese hombre era Él. Y es aquí donde la historia realmente comienza y da significado a un mundo de símbolos hasta entonces creado en el contexto de la menor de los Dubretzkoy.

Fueron dos semanas en las cuales Ekaterina –contra todos los consejos, regaños y reclamos de la familia- decidió mantenerse al lado del herido desconocido, mientras él se recuperaba de sus heridas; tiempo necesario para re-valorar decisiones y acciones que había llevado a cabo hasta entonces. Estaba comprometida, inclusive ingenuamente enamorada –un poco- de Andrei, pero eso no parecía nada comparado al sentimiento que nacía en ella cuando veía al icono de la infancia debatirse en un mundo de pesadilla en el cual ella no jugaba parte. Esperó. Cada noche se deslizaba de su habitación –encontrando siempre una forma de evadir la seguridad paternal- para deslizarse a su lado, tomar su mano y pasar las noches en vela cambiando las frazadas de su frente, acariciando sus facciones y rezando a ese Dios maravilloso porque le concediera la oportunidad de hacer las cosas de forma correcta, esta vez, sin importar lo que tuviese que hacer para conseguirlo. En aquellas semanas, Ekaterina dejó atrás la vida que conocía para darle paso a una nueva fase de su vida: la vida de mujer. La mujer que espera y anhelada, ser encontrada en los brazos del hombre que ama.

Cuando Él despertó, vio el cúmulo de sus ilusiones realizadas. Dejó atrás todo tabú y estigma, solo para fundirse en un abrazo, deslizar su vida, corazón y existencia en manos de un casi desconocido y embriagarse de ese mundo prohibido que solo había escuchado le pasaba a cierta clase de gente, que era mejor mantener alejada de cualquier charla convencional entre dos personas que gozaban de buena educación. Fue así como conoció algo más de esa imagen maravillosa que ahora tomaba nombre, cuerpo y forma de hombre. Alma de hombre. Un hombre que no tenía nada de sobrenatural más que el misticismo que ella misma había colocado sobre sus hombros; y que –sin embargo-, significaba la realización de sus más secretos y esplendorosos sueños.

Aún así, el hombre que hablaba con ella era diferente al que se conducía con el resto. Ella supo que mentía en el momento en el cual utilizaba un nombre distinto al que utilizaba con ella y su comportamiento distaba mucho a ser el que secretamente adoptaba con la mujer que le había destinado ciertos cuidados. Conoció lo que eran los celos, luego de verle encantar con sus impecables modales a más de una señorita y casi lloró de rabia cuando en los eventos sociales sacó a bailar a un sin número de chicas, pero jamás a ella. El dolor le parecía demasiado y el trato por demás injusto. Había esperado que el amor que ella sentía bastara para llenar los espacios entre ambos y que como en toda historia de amor, todo terminara con un beso en el atardecer. La vida tenía preparado algo distinto para ella. ¿Cómo cambio la situación? Un momento de repentina obstinación. Esa forma tan dramática que poseen a veces las mujeres para romper cualquier molde, de cambiar de pacífica criatura a demonio tenebroso. Fue un momento de repentino quiebre, de lágrimas que no pudieron ser reprimidas ni un momento más y de una serie de reclamos que salieron de entre sus labios sin siquiera tener consciencia de lo que decía. Porque sus palabras eran incongruentes –“te odio, porque te amo”, “te detesto, porque por ti dejaría todo”, “te repudio, por ni siquiera atreverte a mirarme”- pero no podían ser refrenadas. Era un sentimiento que la dominaba desde hacía meses y lejos de intentar callarlo, necesitaba darle rienda suelta. Necesitaba decir todo lo que la agobiaba, todo lo que le ahogaba. Todas esas ilusiones que él ni siquiera se había preocupado por mimar de cuando en cuando y que ahora le parecían solamente niñerías que ella y su torpe corazón no habían podido disimular.

Pero tal vez el creer finalmente hacía la diferencia para hacer de lo imposible, posible; porque una vez terminó por decir lo que tenía que decir –o ni eso, no puede precisarlo- esos labios burlones, enmarcados por una barba rasposa, ya se encontraban reclamando lo que al final, siempre había sido suyo. El mundo entonces se tornó rosa para Ekaterina. Rosa y perfecto de nueva cuenta, un lugar en el cual su vida podía desarrollarse con toda libertad. Tenía alas, era invencible. Podía volar… y a volar se dedicó los siguientes días, siempre  con la más encantadora sonrisa en los labios. El mundo ahora era hermoso, la vida ahora tenía un sentido. Estaba enamorada y se sabía -¡claro que lo sabía!- correspondida.

Planearon escapar a mediados de marzo. Irían directamente a París, donde Él tenía amigos –porque a ella le daba igual la falta de apellido, la falta de relaciones o la cuestionable actividad de vida de Él- y podrían comenzar una vida, juntos. No le importó su familia –si bien es cierto que los amaba, no podía siquiera comparar la falta de amor con la falta de sus padres y hermanos- ni sus amigos, ni lo que las personas pudieran decir acerca de ella. La decisión estaba tomada y prefería mil veces ser menospreciada por el mundo que vivir engañando a todos con un matrimonio falso –porque ahora, lo clasificaba así- que no haría más que dar  su vida desdichas y momentos grises. Escribió tres cartas. Una para Andrei, a quien creía debía explicar que a pesar de ser magnánimo, no podía aspirar a su amor puesto que este le pertenecía a alguien más. Le pedía, la perdonara. Pero le aclaraba que no podía ser de otra forma. La segunda carta fue para sus padres. Tenían que saber que ellos no habían hecho nada incorrecto con ella, que por el contrario, le habían dado las herramientas para que tuviera el valor necesario de seguir sus sueños. Ellos, finalmente, eran su inspiración para creer en el amor sin medida. La tercera carta fue para sus hermanos y prima. En ella se permitió ser más liberal, más simple, más ella. A ellos les dijo como moriría si no tenía el amor de su vida, que no se preocupaban, que aunque parecía un movimiento por demás tonto de su parte embarcarse en una aventura con un desconocido, el corazón le decía, hacía lo correcto. Su corazón le decía, solo tenía que atreverse a dar ese paso…

Y aquí es cuando algo sucede en la historia que ella simplemente, no puede explicarse. Está parada –justo como el plan decía- en la entrada del Castillo Mijaílovsky, con el vestido de color rojo que Él le había dicho tanto le gustaba y el abrigo de Él sobre sus hombros. No llevaba mucho equipaje, solo lo necesario. No necesitaba mucho para comenzar una nueva vida y estaba segura, no era del todo sano moverse con mucho equipaje sobre los hombros. Había pagado a un par de cocheros para escoltarla hasta el lugar, cargar sus pertenencias y decir a su familia –finalmente, se enterarían tarde o temprano por sus cartas- había partido rumbo a Tomsk, con el fin de que creyeran, se dirigía al lado contrario de su verdadero destino. Esperó un par de minutos, encontrando todo encantador a su alrededor. Luego esperó un par de horas, terriblemente preocupada. Al amanecer –once horas después de su cita- se dio cuenta, él simplemente no se presentaría.

¿Cómo regresó a casa?, no está del todo segura. Cree recordar que fue Nicolás quien le encontró luego de un par de horas y que este decidió saltarse los regaños al ver su estado tan apartado de la realidad. En casa recuerda a su madre llorando, su padre lamentándose y a su hermana Vera mirándole como si ahora se hubiese convertido en alguna extraña basura, la cual no cabía dentro de su nueva vida, casa y matrimonio. Estaba infectada. Recuerda –no del todo claro, pero lo hace- a Sonya acariciando su cabello mientras ella se mantenía mirando con atención el vestido rojo que ahora se encontraba tirado a un costado de la habitación. Recuerda un par de cosas, pero en realidad, no recuerda nada. ¿Las consecuencias de dichos actos? Más de uno, por supuesto. La familia Dubretzkoy pasó de ser una familia catalogada como ideal, a ser la burla social. Su hija menor, intentando escapar de forma tan escandalosa, con un hombre que –además- le dejaba plantada. Andrei y su familia habían mantenido el asunto a discreción, pero finalmente, las noticias vuelan y pronto fueron vistos como indeseables antes de ser gratos. Su familia había caído en desgracia, por ella. Andrei había decidido partir a un lugar que ella no sabía, alejándose de todo lo que conocía. La última vez que se vieron, le había dejado en claro como jamás podría perdonarla, pero esperaba tuviera “la vida que merecía”. No temía, por supuesto. Era un hombre encantador y sabía, lejos de hablar de forma negativa de ella omitía sus comentarios, aún así saber que jamás podría tener su estima de nuevo, le había hecho daño. Ella misma se había dañado. De su familia, poco había ya de ese favoritismo que habían mostrado a ella en un momento. Vera no le dirigía la palabra, su madre rompía en llanto al verla, su padre ni siquiera le dirigía la mirada y el pequeño Petya le miraba cómo si fuera la criatura más vil en caminar por el mundo; solo Nicolás y Sonya parecían querer entenderlo, aunque ella sabía que no lo hacían, había decepcionado a su hermano y también, a su mejor amiga.

¿Podríamos decir que fue este dolor lo que la llevo a obrar de ciertas formas? Tal vez, pero eso sería mentir, ya que aunque entendía el daño que había causado, tampoco podía dejar de pensar en su propio daño. Su propio dolor. El mismo dolor que la llevaba a querer morir y tomar –de nueva cuenta- el valor para hacerlo. Sus pies descalzos se deslizaron por el piso de mármol frío y rebuscó entre los rincones de su hogar hasta encontrar veneno suficiente para perder la vida. ¿Lo logro?, claramente, no. Dos meses después –luego de la agonía de las medicinas, revisiones médicas y remedios para hacerle recuperar la fuerza- se encontraba de nueva cuenta repuesta, aunque sin el ánimo suficiente como para poder sonreír de nuevo. La situación –evidentemente- ya no podía ser ignorada por su familia, así que en esta se tomó una decisión: partiría a París junto con Nicolás y Sonya, para ubicarse en casa del tío Dolokhov, a fin de que recuperara la buena salud.

¿Qué es lo que lleva a una mujer a poner su vida en manos de un hombre? Ekaterina no sabe la respuesta, pero lo entiende. La determinación de su familia –evidentemente- hizo que recuperaba el brillo y la energía que parecía perdida, aunque las razones son muy distintas al hecho de que necesitase aire nuevo. La razón es Él. Él y saber que París, capital del mundo, lugar del que tanto le habló, es el sitio ideal para poder encontrarle de nueva cuenta, porque no le importa en realidad si es una tonta más esperando cumplir promesas rotas de amor, al final, no puede ser de otra forma, ella cree y solo por ello y porque todo tiene una razón de ser, que volverán a encontrarse. Y esta vez, nada ni nadie podrá separarlos.

Finalmente, jamás podrá dejar de creer en los milagros.

DATOS EXTRA

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○Luego del evento de marzo, la opinión general que se tenía de los Dubretzkoy y Anya ha cambiado mucho, ya que aunque no todas las personas manejan la información respecto a su huida, algo se sabe ya que causa –en la sociedad en la cual se vive- se censure su forma de ser, haciéndole una persona no grata a la imagen pública.
○Desde Junio de 1800 se encuentra viviendo en París, junto su hermano Nicolás y su prima Sonya, al cuidado de su tío Dolokhov, esposo de la hermana de su madre. Esto precisamente porque en París, la historia en torno a la huida de Ekaterina no es del todo conocida.
○Además de tener fama de mujer díscola –debido a sus acciones- cuenta con otro punto: es conocida por ser una intérprete de voz admirable y una bailarina excepcional.
○La compañía masculina no le interesa de ninguna forma. Sus acciones fueron tomadas por amor y no por pasión. La corte que le puede realizar algún otro hombre no le interesa, solo la corte de aquel que –hasta el momento- no ha divisado ni siquiera por casualidad.
○¿Enfada con Él por no presentarse? No. Preocupada, sí. Está segura que sus sentimientos no son ninguna ilusión; por tanto, su teoría es que algo sucedió que le impidió presentarse. Ha desechado ya la idea, Él solo se encontrara jugando con ella.

gracias a αgusτınα• de sourcecode


Última edición por Ekaterina Dubretzkaya el Vie Sep 20, 2013 1:54 am, editado 1 vez
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Mensaje por Asagi Dunkelheit Miér Sep 18, 2013 6:50 pm

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BIENVENIDA A VICTORIAN VAMPIRES.

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