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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Arianne C. Wickham Lun Ago 08, 2011 9:00 pm

Otra noche. Una más, entre humo, olor a perfume barato de alguna de mis compañeras, piernas interminablemente largas y desnudas que sea paseaban con ritmo haciendo sonar las gruesas tablas de madera que llamábamos piso. El tafetán de las pocas faldas existentes sonaba de forma irónica, augurando el momento en que los nobles caballeros cruzarían la puerta de la fantasía solo para darse cuenta de que el pequeño infierno en el que nosotras, las prostitutas, vivíamos solo era pasajero para ellos, mientras que para nosotras alcanzar la luna en brazos extraños se volvía cada vez más normal. El perfume que se derramaba del opio estaba seguro que era consumido por el 60% de las personas que acudían a ese lugar…detestaba esa sustancia. Era como la sangre, asquerosa como las personas que las probaban.

Desgraciadamente los clientes no eran los únicos embriagados por el opio, también el narcótico conocido como insinuación hacía de las suyas. El dinero ofrecido, aunque fuera poco, lograba que todas mis conocidas se cegaran. La asquerosa creencia de que la vulgar desnudez les aseguraba un lugar como el mío era bastante patética, pero no podía pedir mucho porque cada quien hacia lo que fuera para sobresalir, ellas se mostraban de la forma más baja y algunas otras ni es hacían porque no eran competencia ni siquiera para una mosca. Camine segura entre la gente, ocultando la cara de asco que me producía ver a algunos clientes y prostitutas. Extraño entender nuestra posición como golfas y al mismo tiempo seguir confundida al ver como el dueño había aceptado a tanta chica que producía la mínima de ingresos al prostíbulo y todo por su falta de tacto.

Llegue a la sala conjunta, la de los otros vicios. Esos vicios en las que mujeres de títulos comprados pero con un pasado más pecaminoso que el de nosotras no podían participar. El juego y el sexo, combinaciones perfectas para desfalcar a un hombre pero para mi desgracia no había ninguno que en verdad captara la atención de mi persona. Solo un poco de ver, sonreír y al final no tendría nada pero no lo necesitaba, a diferencia de las muchas que pululaban yo ya solo lo hacía por diversión.

Logre ubicarme en una pequeña mesa con caballeros que trasmitían la tensión a través del aire por su juego ¿Quién se llevaría a la chica de cabello negro y ojos marrones que enseñaba el escote de su pecho con tanto entusiasmo? Solo un juego de cartas lo determinaría. Recargue la mano en el hombro de uno de esos respetables, mientras hacía un gran esfuerzo por no inhalar el suficiente humo de su cigarrillo, solo para ver su juego…estaba confiado pero no ganaría aunque para ella, Amelia o algo así, daba lo mismo, quería dinero aunque fuera de un viejo. Un ligero movimiento de falanges para darle confianza al jugador y un poco de ayuda a ella puesto que sentía pena de su poco nivel en el lugar-Estoy segura de que este es el juego más interesante que han jugado-bromee amigablemente mirándolos a todos solo para sacar las risas de nerviosismo que no les pasaban por la tráquea.

Sonreí para después pasar un pequeño flujo de aire entre mi lengua y mis dientes notablemente aburrida. Era lo mejor que tenía en esa noche, hacer compañía para no aburrirme. Si no fue tan selectiva y me fuera con cualquiera de seguro me divertiría tanto como Amelia pero no ganaría lo que ganaba. El tumulto en la sala se hizo más grande, la sala amenazaba con reventar y enviar a algunos cuantos hacia las habitaciones. Las risas estridentes me perdieron por un momento, me aislaron solo para no tener que prestar atención a la amarga diversión que se ofrecía y para evadir la desnudez que con tan poca falta de pasión se ofrecía.
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Mensaje por Invitado Mar Ago 09, 2011 3:31 pm

El burdel de París rezumaba obscenidad se mirara por donde se mirase. No es que fuera buscando, después de una frugal cena consistente en una adolescente huérfana y perdida, la más fina línea del erotismo, una que sólo las mujeres más experimentadas podían llegar a provocar pese a llevar toda la ropa puesta, y especialmente cuando lo hacían. Siempre había estado seguro de que se seducía muchísimo mejor insinuando que mostrando, pero al parecer en las casas de prostitutas aquella creencia estaba totalmente ignorada bajo un mundo de faldas cortas, piernas al aire y escotes pronunciados, todo para enseñar atributos que bajo los corsés no eran sino miembros flácidos y blandengues que se tapaban con maquillaje para hacerlos más atractivos a la vista... Eran, en general, ejemplares que estaban muy bien para ser vistos pero no para ser tocados, especialmente para no ser tocados... Porque entre lo que ocultaban bajo la apariencia falsamente perfecta y lo que fingían, ir de putas siempre era una aventura y una puesta a prueba del gusto del mejor hombre... pero aún así seguía yendo.

¿Por qué, pese a todo, me encontraba en aquel burdel que apestaba a opio, sentado en una de las sillas como quien no quiere la cosa y mirando aparentemente con desinterés todo lo que sucedía a mi alrededor pese a que mi atención estaba totalmente puesta en los humanos que me rodeaban? Porque me divertía. Me divertía ver la decadencia, que a pesar del aparente progreso que los siglos habían traído consigo rezumaban ciertas zonas de las ciudades, todas iguales entre sí; me divertía ver a las mujeres empeorando a la hora de practicar el oficio más antiguo del mundo y sin haber aprendido nada de generaciones de cortesanas que habían ido antes que ellas y que conseguían, sin enseñar directamente nada sino a través de tules y sedas tan finos como caros, provocar excitación mayor que el desnudo casi integral que lucían las de allí; me divertía ver la decadencia humana... porque aquella era la mejor muestra de decadencia que se pudiera encontrar en la ciudad de París, como en tantas otras.

La gente decente huía de los burdeles ante los ojos de una sociedad demasiado estricta y demasiado conversadora, pero los mismos que los criticaban eran sus clientes más fijos y los que en aquellos momentos, entre opio y jovencitas medio desnudas, encontraban lo más parecido al cielo al que pudieran tener alcance en sus cortas vidas. Yo no me interesaba, sencillamente porque un solo vistazo revelaba que no era como ellos. Pese a mi actitud indolente, a mis ropas no más elegantes pero tampoco más vulgares que las de un hombre de clase media, a mi posición en una silla más medio tumbado que sentado, a mi expresión de aburrimiento y al juego de las gotas de aquel pésimo vino en la copa que sostenía en la mano, el aire que rezumaba ya había atraído la atención de más de una de esas prostitutas a las que había desechado con un simple vistazo rápido. Muy desnuda, una con un cortísimo vestido que dejaba más bien nada a la imaginación; muy farsante, otra que jugaba a las cartas con un grupo de caballeros casi ancianos; muy aburridas todas las que se paseaban por allí... todas excepto una, con los ojos claros y el pelo castaño, cara de ángel y actitud más reservada que las demás que contrastaba con lo que había por allí, cosa que era de agradecer.

Una de las madames de aquel burdel a reventar llevaba con la vista clavada en mí, y disimulando tan poco como si se hubiera escrito con carmín en la frente sus intenciones, un buen rato, y al final no fue menos y terminó por ejercer de la persona más predecible de las que había por allí, con una sonrisa tan cordial como falsa que escondía la curiosidad, el interés y quizá cierta sensualidad... la que se creía ella que tenía, porque otra cosa...
¿Hay alguna de mis chicas que os interese, monsieur? ¿O quizá alguno de mis chicos? Los tenemos de todas las edades, nacionalidades y gustos, dispuestos a cualquier fantasía que deseéis... – dijo, ofreciendo incluso sus propios servicios con la mirada y logrando como respuesta, por mi parte, que diera un sorbo a la copa de vino con aspecto más aburrido que interesado en su oferta.
Probad con alguna que no parezca sacada de un mercado ambulante de carne y quizá consigáis que me interese algo... El dinero no es problema, madame. – contesté, con tono seco y cortante como un látigo que aún contuvo algo de edulcorante, el suficiente para que se girara y mirara alrededor para empezar a enseñarme con el dedo a chicas que, pese a ir más vestidas, seguían confundiendo mi juicio al no distinguir aquel burdel de una vulgar carnicería.

Tras varios intentos de ella señalando chicas que se habían fijado antes en mí, su mirada terminó por posarse en la que en cierto modo me había llamado más la atención, la más cubierta pero a la vez la más sensual de todas las que había por allí rondando como moscas en la fruta y pululando alrededor del humo del opio, como visiones producidas por él, igual de falsas y efímeras. Rodó los ojos al señalarla, como si fuera una fierecilla o alguien no muy recomendable, y aquel acto reflejo hizo que medio sonriera, de manera taimada, antes de llamar su atención con un ligero golpe de mi dedo en la copa de vino que seguía sosteniendo.
¿Ella? Su nombre es Arianne, monsieur. – musitó, como temiendo despertar a la bestia dormida en el interior de la muchacha al decir su nombre en voz alta y aumentando, a la vez que torciendo mi sonrisa.
Ella, sí. – respondí yo, tajante y examinando a aquella chica con la mirada, con los ojos entre azules y verdes entrecerrados y conocedores de que había encontrado a la víctima de aquella noche.
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Mensaje por Arianne C. Wickham Dom Ago 21, 2011 11:01 pm

Advertí que algo pasaba cuando una mano delgada, demasiado para ser la de un hombre, me toco el hombro, presionando ligeramente solo para llamar mi atención de una forma discreta. Caminé dos pequeños pasos hacia delante de forma molesta, mire a la responsable durante unos segundos con un gesto serio de asco mezclado con pena, de hecho era más asco que otra cosa, su olor era desagradable, su ropa era desagradable y en realidad toda ella era desagradable. Apreté los labios conteniendo la necesidad de empujarla lejos fuera de mi espacio vital pero me contuve, me limite a enarcar una ceja fingiendo interés en lo que tenía que decir-¿Y bien? ¿Qué pasa?-me gire tratando de no avanzar para evitar tocarla.

La chica trato de acercarse pero levante la mano, aun así se inclinó para susurrarme al oído-Ahm…Arianne…digo, si Arianne-tartamudeo algunas veces fijando su mirada en el piso, tenía la apariencia de haber olvidado lo que iba a decir por su constante maña de recorrer sus dedos-Arianne…quieren que vayas allá-señalo apenas con el dedo, la pequeña mensajera temía mirarme seguramente por el contenido de su recado-Por favor-acabó por decir de forma brusca y temblorosa, al parecer temía que yo la fuera abofetear por haberme mandado ese recado. Al ser más pequeña que yo pude mirar de forma casual por arriba de su cabeza y sorprenderme al ver como una de las encargadas hablaba con un caballero. La mujer parecía tener un especial interés en él, la forma en que lo miraba, en cómo se le insinuaba con ese movimiento de caderas tan vulgar que solo la hacía ver ridícula, todo en ella gritaba que preferiría que yo no caminara hacia donde estaba para poder tener la esperanza de morir en la piel de ese caballero.

-Gracias-respondí secamente, pase a su lado sin dejar que mi mirada rozara su piel. Conforme iba avanzando más descubría el por qué el interés de la mujer. Yo conocía a esa clase de hombres. Ya había tenido a muchos en mi cama, había sentido esos colmillos perforar mi piel y también había tenido la mala fortuna de enfrentarme a la bestialidad de esos seres y no precisamente en el sexo. Mi análisis sobre el caballero concluyo al decidir que si podía estar con él, solo por diversión y a pesar de que no parecía tener las grandes cantidades de fortuna. Lo mire fugazmente sintiendo un nudo en el estómago que me quemó hasta la garganta. Yo no aceptaba la belleza en los mortales pero en los seres de la noche eran imponentes-¿Madame?-la mire directamente a los ojos, haciéndole saber que estaba bien con la elección y que ninguna replica saldría de mi boca. Había aprendido a mover a las personas que me rodeaban con mi actitud, a manejarlas con simples miradas o palabras, Moisés y el mar rojo eran nada comparados con lo que yo podía hacer.

-Monsieur-hice una pequeña reverencia que a veces no era más que una rápida inclinación de la cabeza, mis ojos se permitieron hacer contacto con el hombre al terminar la vaga acción de mi cuello, un mirada de complicidad que permitió a la tercera en juego salir de ese lugar en silencio y casi sorprendida por todo lo que había pasado en esos escasos segundos. Yo sabía lo que hacía y lo que me convenía…él me convenía y por eso lo hacía, así de simple. No me importaba haber causado polémica al haber aceptado a un hombre que parecía ser de clase media, la perra del burdel por fin había cedido-Me llamo Arianne-me lleve una mano al pecho, tocando parte del corsé y los bordados de este, haciendo énfasis y recalcando que no iba a encontrar nada mejor en ese lugar y que la atención solo debía estar en mi persona-Monsieur creo que este no es el lugar en el que de verdad quiere estar , el olor y la falta de...ropa pueden llegar a ser molestos-algunos mustios giraron la cabeza de forma insistente, tratando de saber más. Suspire cansada pero al mismo tiempo ansiosa, sabía las condiciones de estar con alguien así y las aceptaba, es más, las deseaba y quería, sin nada a cambio que me ayudara a futuro, no tendría nada para la posteridad más que algo casual que después de esa noche no se volvería a repetir, ni aunque me lloraran con lagrimas de sangre.

Off: Por fin me llego algo de inspi, espero te guste.
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Mensaje por Invitado Lun Ago 22, 2011 9:20 am

La Madame de aquel burdel pecaba de lo mismo que todas las madames de todos los burdeles de todas las ciudades de todas las épocas de todas las vidas de todos los hombres: egocentrismo y pretensiones. Su ego, demasiado injustificado al ser producto su imagen de la totalidad de sus telas y del ambiente recargado de la sala, que no engañaba los sentidos de un inmortal, se entreveía pese a la disposición de servidumbre frente a un potencial cliente en su manera de intentar atraer mi atención; sus pretensiones, por otra parte, se atisbaban en sus miradas furtivas, sus gestos cada vez más cercanos a probar hasta qué punto mi piel era tan fría como lo parecía y su incapacidad de acatar una orden sencilla. Lo había hecho, sí, pues había hecho llamar a través de una muy joven y vulgar intermediaria a la chica de nombre Arianne, pero sus intenciones al continuar allí hablaban por sí mismas. ¡Me deseaba! Aunque lo más adecuado, en función de las circunstancias, sería preguntar ¿quién no lo hacía?

Notaba las miradas huidizas y furtivas, en teoría disimuladas pero en la práctica muy obvias, de la totalidad de las mujeres que pululaban por aquel burdel; escuchaba sus comentarios, rápidos y en un francés muy vulgar propio de las de su clase, alabando los encantos de aquel hombre tan misterioso, sensual y atractivo, del mismo que seguro que oculta mucho más que lo que deja ver y del hombre, atento a todos los movimientos a su alrededor en aquel burdel, cuyos labios son tan perfectos que dan ganas de morderlos como si fueran una tarta... palabras textuales de la poca imaginación de aquellas jóvenes humanas cuya tarea era la de proporcionar salida a una necesidad física presente tanto en humanos como en alguna-vez-humanos.

Incluso la Madame se había contagiado, aún más si se podía, de la falta de originalidad reinante y circundante en el espeso aire. Mantenía conmigo la definición gráfica de una conversación intrascendente mientras la chica, Arianne, se acercaba por aquel burdel caminando como si fuera una reina, y si a todo lo que aspiraba era a ser la reina de las fulanas mal futuro le veía yo, pero de todas maneras aparté los pensamientos aquellos de mi cabeza para pasar a ignorar por completo a la Madame, con la vista centrada en la chica que se acercaba.

Era joven incluso para los cánones humanos, con enormes ojos azules que destacaban en su cara de ángel (las mejores máscaras para ocultar a los súcubos: la cultura bien se había encargado de enseñar eso a todo hombre que supiera aprenderlo y apreciar el peligro de las que parecían mosquitas muertas), labios carnosos que aparentaban indiferencia y que bien utilizados serían capaces de hacer más bien que mal, al menos a un hombre, y una figura pequeña y delicada, delgada como una brizna de hierba y pese a todo con formas sinuosas, femeninas, que se entreveían bajo la tela del vestido que llevaba y que había supuesto la diferencia con el resto de mujeres del burdel.

Mi atención voló rápidamente de la Madame, a quien la chica saludó, hasta la susodicha prostituta, aquella que parecía no encajar con el ambiente en el que estaba inmersa y cuyos gestos ahuyentaron a la Madame hasta que quedó frente a mí, con mis ojos clavados en los suyos y mis cejas alzándose progresivamente a medida que ella hablaba, culminando su recorrido con una clara expresión que parecía querer gritar un “¿y a mí qué?” mezclado con la sonrisa torcida de mis labios, que auguraba el peligro y el equilibrio peligroso en el que ella había decido sumirse al aceptar, probablemente desconocedora del peligro que le supondría acudir a mí, aquella especie de reto que se había interpuesto entre nosotros.
Ciro. – dije, como única presentación y con mi vista danzando por los pliegues de su vestido, los bordados que revelaban la presencia de unas manos hábiles, artesanas y caras, detrás de él y, finalmente, su rostro, aquel que parecía capaz de pasar de la más feroz ira a la más amplia de las felicidades en apenas un momento.
¿Qué os hace pensar que sabéis lo que quiero, Arianne? ¿Quizá un impulso pueril de pensar que soy como los demás, aquellos a los que estáis tan acostumbrada? ¿O quizá estáis tanteando el terreno para ver a qué os estáis enfrentando y hasta qué punto supongo un desafío para vos? – inquirí, tratándola de vos con una cortesía fría y anticuada totalmente a propósito para que viera, entre otras cosas, que yo no era como los jóvenes a los que seguro que había hecho tocar el cielo: yo era más difícil de contentar, mucho más difícil de agradar y, sobre todo, mejor... Con muchísimo mejor gusto que ellos, eso como poco.

Me llevé la copa de vino a los labios, con la mirada clavada en ella y bebiendo lentamente, disfrutando de aquel sabor que sólo mejoraba cuando llevaba un rato en contacto con la copa y con el aire, incluso el cargado del burdel, y al final relamiéndome como quien acaba de probar el manjar de su vida y anhela más, en un gesto que rezumaba tanta sensualidad como la que en teoría tendrían que rezumar las cortesanas... y eso que a mí me había salido automático.
El olor no tiene tanta importancia como puede pareceros, y para suplir la falta de ropa ya habéis acudido vos a mí, Arianne... así que mejor probad hablando menos y sorprendiéndome más. ¿No decís que resulta molesto? Enseñadme el lugar en el que os sentís cómoda, criatura, ¡sin dilación! Aunque, por mi parte, yo no tengo prisa alguna... ¿qué hay de vos? ¿Sabréis administraros el tiempo de manera sabia para complacerme o seguiréis perdiéndolo con la vista clavada en mí, devorándome como os morís por hacer pero no hacéis? Es cosa vuestra. – añadí, torciendo aún más la sonrisa y acariciando la superficie de la copa de cristal con los dedos, en busca de una gota rebelde que la posición había hecho que se derramara, cual lágrima, por la transparente superficie y llevándomela a los labios para, con la lengua, recogerla y saborearla... todavía con la vista clavada en la reina de las golfas, a ver si era merecedora de aquel título o si, por el contrario, tendría que denominarla fulana, como a todas las demás.
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Mensaje por Arianne C. Wickham Dom Oct 23, 2011 11:05 am

Interesante, con todas las palabras ese hombre era interesante, en otra situación, de haber tenido el más dinero y yo más necesidad como mis otras compañeras lo hubiera acosado hasta que me aceptara pero resultaba que tenía el tacto suficiente, entre otras cosas, como para no hacerlo. Enarque una ceja, como si al hacerlo descubriría más de lo que el tenia para decir-Sus cualidades no son las primeras que pasan por mis sabanas, pero dejando a un lado todo lo que puede compartir con esos clientes tan peculiares sé que lo que quiere es a mí, y en realidad las razones son lo de menos…-trate de decir todo eso lo más delicadamente posible, con un claro énfasis en que ya sabía lo que era. Sabía que tan malo era alzar la voz en un lugar así. Todos escuchaban, estaban pendientes de lo que hacías aunque parecieran metidos en otros asuntos mucho más divertidos o interesantes, solo esperaban cualquier error para ir corriendo con el chisme. Desvié la mirada hacia una de las paredes de la amplia sala, alguien tenía su mirada fija en mí nunca pero no estaba del todo segura. Espere unos segundos más, si, alguien me miraba o tal vez miraba lo que no podría tener. Una prostituta, la busque con la mirada sin girarme por completo, era guapa pero en nada comparado a lo que yo era, le dedique una sonrisa antipática y me volví a girar al vampiro que jugaba con la copa de cristal.

Suspire tranquila-En realidad tengo el tiempo suficiente para descubrir las formas en las que le gustan ser complacido-“Pero usted no”, al llegar el alba quedaría prácticamente peor que escombro-Claro que si no le interesa ir a un lugar en donde el descubrimiento pueda ser más divertido entonces hay miles de chicas entre las cuales puede elegir…le seguro que sus precios no son tan elevados así que no se desfalcara-Él no las elegiría, eran demasiado desagradables y claro que con mis palabras tampoco lo estaba dejando ir, era exactamente todo lo contrario. Quería que me siguiera, trataba de decírselo en una forma no tan evidente. Camine con gracia y de forma despreocupada un metros lejos de él-¿Me permitirá enseñarle mi lugar preferido?-hice un ademan con la cabeza, señalando el pasillo por donde había llegado hacer no mucho. No lo espere demasiado tiempo, solo el suficiente como para saber que se levantaría y comenzaría a caminar sobre mis pasos. Cree un cerco a mí alrededor mientras pasaba entre la gente, dando pequeños empujones con el vestido, muchos se giraban para ver quien estaba quitándolos del camino dispuestos a armar pelea, no entendía porque algunos clientes pensaban que otros estarían dispuestos a quitarles a sus golfas, como si esas mujeres valieran la pena y como si no estuvieran dispuestas a irse con alguien más apuesto o con más dinero.

Pedía perdón con la mirada, aunque en realidad solo era una simple actitud reflejo, porque yo no quería disculparme con esos que a punta de lo que fuera nos hacían abrir la vida, entre otras cosas. Sexo, castigo, placer y dolor. De todo eso ellos eran los culpables, partíamos nuestra entrega en dos solo por esos a los que llamábamos clientes. Por eso odiaba tener que disculparme con ellos. Gire tres cuartos para ver si mi invitado no se había perdido entra la multitud de cuerpos femeninos que se arremolinaban entorno a él para ver si con suerte pegaban sus insinuaciones. Con muchas suerte y de seguro habilidad los dos habíamos salidos intactos del infierno de gente. No sentía frio, ni nervios, nada de eso. Estaba extrañamente apacible a pesar de que poco a poco me acercaba a la puerta con un chupasangre, me daba cuenta de que iba a sobrevivir o ese era el deseo que me mantenía tranquila. Pare en frente de una puerta, las más alejada de todas las demás. Saque una pequeña llave del bolsillo de mi vestido, la metí en la cerradura y gire sin mucho esfuerzo. Abrí la puerta invitándolo a pasar. Las paredes lucían desnudas, solo el tapiz de formas elegantes las adornaban, ningún cuadro ni nada que se le pareciera pero a pesar de que todo era ligeramente impersonal, era por demás diferente que la abarrotada sala u otros cuartos que apenas llegaban a cama.

Pasé después de que él lo hizo, cerré la puerta y deje la llave encima del buró que tenía un pequeño candelabro de tres velas, de las cuales dos de ellas se encontraban prendidas. La luz era tenue pero suficiente, aun así decidí que prender la tercera vela era la opción. Cuando terminé me recargue en la puerta con los brazos cruzados, balancee mi peso mientras que giraba un pie con afán. Determiné toda la situación, el contexto cambiaba ahora que estábamos solos, sin ruido de por medio ni imágenes grotescas-¿Cómo es que debo empezar?-pregunte sin miramientos. El representaba un reto importante, a pesar de no ser el primero parecía algo que no era fácil de resolver ¿Y porque no ser sincera? Si el punto de todo era ese, ir despacio, escarbar para poco a poco llegar al punto que los dos buscábamos: El por qué pago y yo por la recompensa. Me relamí los labios extasiada por las ideas. Crucé el corto espacio entre la puerta y la cama, me senté con el peso del cuerpo hacia un lado-Normalmente no me gustan las ordenes pero supongo que esta noche las puedo aceptar-moví los dedos contra la cobija que cubría la cama, mire los dibujos pues tenía la cabeza ligeramente agachada pero después la levanté para ver su respuesta.

Me repase los dientes con la lengua con ansiedad, no quería tener a un vampiro molesto conmigo por toda la eternidad por mis malos servicios pero a veces me parecía que mis actitudes con estos mismos no podían ser de otra manera. No lo podía evitar. La manera en que hacían fluir la adrenalina con esos gestos tan suyos, era única e indescriptible.
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Mensaje por Invitado Dom Oct 23, 2011 4:54 pm

No dudaba que ella fuera la puta de todos antes de serlo mía, aunque fuera sólo por aquella noche. No lo hacía porque habría que ser iluso para pensar que era una novata, moviéndose como lo hacía y comportándose como lo hacía, y si algo era yo, entre muchas otras cosas que también, no era precisamente un iluso sino alguien que tenía muy clara su posición, especialmente en momentos como aquellos y en la situación en la que me encontraba, en medio del mayor burdel de París y frente a una joven, porque eso era precisamente lo que era, casi una niña, que se estaba ofreciendo tanto como yo la requería para satisfacer hasta el más nimio de mis deseos carnales, la razón por la que yo estaba allí... Pero no era solamente eso, no. Arianne escondía bastante más que una cara bonita y maneras de puta y, en parte, aquello era lo que me había convencido para aceptarla a ella aquella noche para algo más que un simple bocado de después de cenar... quería probarla.

Llegado aquel punto, la situación podía (y de hecho lo haría) tornarse peligrosa para ella por perder todo atisbo de control que hubiera podido tener en un momento dado para ser presa absoluta de mí, pero ¿a quién le importaba? A mí, desde luego, no, y a ella, si es que tenía un mínimo de buen gusto y de materia gris dentro de esa cabeza suya, cubierta de pelo castaño y espeso, tampoco tendría que importarle sino que, más bien, tendría que estar deseando... Y, por sus gestos, lo hizo.

No me guié por aquellos que se había grabado a fuego en sí misma para ser buena en su trabajo, los de pretendida sensualidad que no rezumaba obscenidad porque ella era diferente a las demás en aquel respecto, sino más bien en aquellos que ocultaban a la auténtica Arianne, a la que se escondía bajo los tules y que era la que yo quería conocer, porque para gastar mi tiempo con otra prostituta con ínfulas no la había elegido precisamente a ella sino a otra de distinto nivel, a una cuyas intenciones no había visto casi desde el principio, a una que me había llamado la atención... Me guié por los gestos que su actitud escondía, los que sólo estaban accesibles a través de una lectura experta como lo era la mía por los años de experiencia, y ¿cuáles fueron los resultados, obviando sus palabras? Satisfactorios: estaba deseando... o, mejor dicho, deseándome.

Sus sugerencias, dichas mientras yo jugaba con la copa, no cayeron en saco roto, así como tampoco lo hicieron sus palabras y sus actos como dirigir otras miradas a prostitutas que no eran ella y que no consiguieron convencerme para levantarme y seguirla, cuando normalmente tendría que haber sido al revés, a través de aquella multitud de cuerpos sudorosos y llenos de sebo apenas cubierto por ropas de calidad espantosa, tan mala como sarnosa, y cuyo tacto evité con gracia sobrehumana, la misma que si de un bailarín ejerciendo una coreografía se estuviera hablando sólo que aún mayor, en aquel camino que Arianne marcó desde la sala común hasta su habitación, donde la magia sucedería... El problema era que la magia no era exactamente eso.

La sala estaba iluminada débilmente por velas en un candelabro, dos que pasaron a ser tres y que llenaron de luz la habitación decorada con lo básico porque quien iba allí no lo hacía exactamente para ver la calidad de los muebles sino como, en mi caso, quien estaba sentada encima de uno de ellos, concretamente la cama, dándome la vía libre que de sobra sabía que tenía para que le dijera lo que tenía que hacer... ¿Y ella se llamaba a sí misma prostituta, pidiendo consejo o una orden? ¿En serio? Qué original... Apoyado, como estaba, en el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho, observé un momento las curvas de su cuerpo antes de dirigir la mirada a otras bien diferenciadas: las de las pestañas sobre sus ojos, que los enmarcaban y que asistieron a la expresión, con las cejas alzadas, de extrañeza ligera por mi parte, como si no terminara de creérmelo... y asistiendo, también, al cambio de la expresión hacia una taimada, con una media sonrisa en los labios.

Lo primero, evita los formalismos inútiles que no nos van a llevar a ninguna parte y que no hacen sino interrumpir. Lo segundo, Arianne... ¿No eres tú quien presume de haber paseado entre tus sábanas a tantos antes que a mí? ¿No eres tú quien con una mirada de soberbia eres capaz de hacer palidecer de envidia a las demás por tu experiencia, por ese aire que grita a los cuatro vientos que has practicado hasta la saciedad todo lo que se puede hacer en un lecho, o en cualquier otra parte? Sé original, por una vez, y no me hagas creer que eres sumisa cuando los dos sabemos que eso es una fachada tan increíble como mi humanidad. Sorpréndeme... o inténtalo, al menos. – musité, torciendo aún más la sonrisa y entrecerrando los ojos en su dirección sin separarme más que apenas un par de palmos de la puerta cerrada detrás de nosotros.

Como movida por un resorte, quizá por mi orden que le daba total y absoluta libertad de movimientos o quizá por cualquier otro motivo, se levantó de la cama y se acercó a mí lo suficiente para que, con una mano apoyada en su mentón, lo alzara y el camino a su cuello quedara libre. Si ella pensaba hacer de doncella recatada, me vería obligado a poner en práctica mis dotes de amante consumado que lograrían, incluso, humedecer a una prostituta que fingía todas las pequeñas muertes, como lo llamaban los franceses, para todos menos para mí, pero a fin de cuentas eso era lo divertido de la situación, que yo tenía el control tácito de la situación pese a que le hubiera permitido lo que ella quisiera... dentro de mis normas, claro.

En apenas un momento, mis labios pasaron de estar frente a ella a recorrer su cuello, rozando su piel en los puntos que despertaban en ella escalofríos auténticos y no falsificables y, cuando menos se lo esperaba, depositando en él mordiscos suaves y no tanto pero que, sin embargo, no la hacían sangrar, no todavía... Mis manos se movieron por su perfil, deshaciendo los nudos de su vestido con maestría envidiable para cualquiera que careciera de ella, que solía ser la gran mayoría, y que dejó aquella capa de tela en el suelo, con gran parte de su cuerpo al descubierto de una vez por todas y sin perder aquel extraño atractivo que la caracterizaba... pese a ser humana, y por ende imperfecta y mortal, marchita como una flor.

Sin apenas dejar marcas visibles en ella, el camino de mis labios y de mi boca, que succionaba de su piel para probar su sabor de manera incompleta, sin la sangre acompañando a la mezcla, ascendió hasta una de sus orejas, cuyo lóbulo recorrí con fruición, dedicándome a excitarla más que a cualquier otra cosa.
¿De verdad me vas a obligar a mí a hacerlo todo...? – musité, con tono ronco y la cadencia de otros tiempos grabada a fuego en mis palabras antes de olvidar la delicadeza relativa que hasta entonces había mostrado y con mayor brusquedad deslizar los colmillos por la tierna piel de su cuello, en camino a su escote, donde me centré para apartar la tela con los dientes y dejar aún más pálida superficie a la vista, tanto que casi me gritaba que la mordiera... y lo hice. Sobre uno de los pechos, apenas un corte producido por el paso a simple vista accidental de uno de mis colmillos y que produjo una gota de sangre cuyo recorrido, que teñía de rojo la palidez propia de Arianne, lamí para catar su esencia, para catarla a ella, para examinarla... Y para que pasara aquella primera prueba.
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