Residencia Mendoza

por **Julián S. de Mendoza** Dom Ago 14, 2011 10:49 am

Propietario: Sebastián de Mendoza. Ubicación: A las afueras de la ciudad.Descripción: Tiene dos plantas, construida en ladrillo, madera y refuerzos de piedra para las columnas. En el exterior se puede disfrutar de un paseo por los jardines o visitar el estanque para patos.

Residencia Mendoza Stick1

La decoración del interior es sencilla pero elegante. La planta baja posee un umbral acogedor y confortable, con un armarito para dejar los sombreros de las damas y caballeros. Igualmente a su derecha encontraran un colgador para las chaquetas.

Dejando atras el umbral, entran al recibidor. Una serie de retratos familiares se cobran la mayor parte de la pared lateral. Lady Marianne la protegida del señor de la casa, con apenas diez años y los otros... viejos conocidos de Sebastián. Bajo el unico marco dorado de la colección, Don Francisco de Mendoza, padre de Sebastián.

Mas allá del recibidor, al frente, tras un doble cortinaje rojo, el salón principal. Una chimenea para calentar la estancia a la derecha. Acomodado cerca de ella reposa un viejo pero enorme sillón de color blanco, que es la delicia de la comodidad. En su lado opuesto una serie de silloncitos y sillones alrededor de una mesa de ébano, larga. Tras ellos una puerta labrada, blanca, que da a las dependencias del servicio y la cocina.

Spoiler:

Al otro lado del recibidor, una escalera da ascenso al segundo piso. Junto a ella una puerta labrada en metales claros deja ver un despachito iluminado por velas.

En el piso superior es difícil que corra el viento si las puertas están cerradas. Solo existe un pasillo central con tres puertas, dos a la mitad una frente a la otra y la tercera al final del pasillo, lo bastante alejado para que cualquier ruido de una estancia a otra, no fuera una indiscreción. Es junto a la ultima puerta, que se descubre una pequeña escalerilla que da lugar a la tercera planta.

De las dos habitaciones laterales. La primera es una habitación para invitados. Una cama pequeña, con un armario apilado junto a la mecedora y una única cómoda de fina caoba. El balcón es bien aireado, con vistas a la calle. La habitación junto en frente de esta, es una sala de lectura. En ella se pueden hayar dos sillones altos, entre una mesa redonda, junto a ellos un balcón recoge la hermosa vista del jardín y el estanque. Frente a ellos, la librería pende de punta a punta de la estancia con una muy variada colección de libros... Desde aventuras, poesía, legislaciones, mapas de Europa... hasta una locura de erotismo, disfrazados con encuadernación religiosa.

La tercera planta es un desván, donde Sebastián guarda todos aquellos objetos decorativos de la casa, que hayan ido perdiendo o ganando en valor. Así como una serie de recuerdos póstumos de algún conocido y conocida, regalos y alguna que otra joya en una pequeña caja a salvo, en un hueco de la pared final.

por **Julián S. de Mendoza** Dom Ago 14, 2011 12:04 pm

La ultima carta que había llegado a la Mansión Mendoza, dirigida a su señor, era muy escueta.

Te la envío, cuida bien de ella. Apriétale bien el cinto

Sebastián miró el lacre otra vez y la desechó hacia las llamas, devorando la estilizada letra con un vivo color anaranjado. El pequeño retrato ovalado que vino con la carta, descansaba sobre su mesa bajo su atenta mirada.

- Es deliciosa pensó admirando los vivos detalles de su juvenil rostro admirable la mano del pintor - continuo en sus pensamientos, mientras entraba a cambiarse.

Tendría el tiempo justo antes que llegara en su carruaje. Le habían dado la dirección a la joven, así que era mejor acicalarse y estar más... presentable.
Sebastián dio un último repaso a la habitación de invitados. Todo debía estar impecable... y aquella habitación hacía años que no era utilizada. Siempre había hecho pasar a las damas directamente a su alcoba. Donde la cama era más grande, el armario no estaba apilado junto a la mecedora y tenía un segunda cómoda, en vez de una única a la derecha de la cama.

La dejaré escoger el color de sus cortinas. Eso la agradara y todo debe iniciar con buen pie el color azul real era de sus favoritos y muy bueno en cortinas espesas para negar la luz solar, pero en aquella habitación, sencillamente no cuajan.

Abrió las cortinas con un movimiento seco y las anudo en sus extremos para que la mayor cantidad de luz de luna entrase por ellas. Entreabrió las puertas que daban a la balconada, el aire era húmedo, pero fresco y daría algo mas de acogida a la entrada de la joven.

Si, todo debe causar la impresión perfecta - sonrió para si hablandose, satisfecho, dejó la habitación.
Desde su propio balcón vio venir el carruaje rebotando suavemente en el adoquinado oscuro. Las calles de París podían ser traicioneras para el conductor inexperto, pero desde el puerto le habían asegurado que la joven dama había tomado un buen cochero, y que cierto, no demoro su llegada mas allá de lo necesario. Era tiempo de bajar y presentarse.

Sebastián observo el descenso de la paloma y la comparo estomáticamente con otras gentiles damas que alcanzaran a pasar la noche en su casa.

Sera divertido pensó, avanzando a la luz de las lamparas, para que pudiera verle. Por primera vez se encontrarían cara a cara, después de años de saberse existentes solo por cartas, y terceras personas.

- Lady Marianne, bienvenida a mi hogar - dio la connotación justa para ser amable, sin resultar demasido halagador. Si voy a tener que atarte corto, mejor que no me creas tu entero servidor se dijo a si mismo.

por **Marianne Cromwell** Dom Ago 14, 2011 12:09 pm

Desde el interior del carruaje y tras un largo viaje, Marianne miraba hacia afuera, acariciando al gato que ahora mismo dormitaba entre sus piernas.

Spoiler:

Observaba las diferencias entre los lugares en los que había estado y éste, mientras se lamía los labios y pensaba, no, pensar no era la palabra correcta. Rogaba porque él no la encontrara de nuevo, porque su nuevo tutor tuviera el poder y la facultad de evitar que volviera a encontrarse con él.

Cerró los ojos y se recargó, la piel del animal la reconfortaba, pero no apaciguaba del todo un corazón que latía frenético con cada persona que se le parecía. Un color de cabello, la forma de andar, incluso, la vestimenta, la hacían a veces ponerse en guardia o en el peor de los casos, dar un salto inapropiado.

Tanto amarlo y ahora tanto temerlo, pero había visto su determinación, en esos fieros ojos castaños. La quería para él, la poseería si no hacía algo por evitarlo... no la dejaría en paz.

Notó que Granchester se había dormido, así que lo depositó dentro de la cesta para que el animal descansara tranquilamente y se acomodó mejor la capucha que dejaba su rostro en las sombras, a muchos no les gustaba su gato, pero era adorable, tierno, dulce, toda una preciosura bajo la fealdad de su imagen. No todos eran hermosos y ese gato tan indefenso le había robado el corazón, así que lo consentía como a ninguno.

No había dormido bien las últimas noches en Inglaterra y mucho menos, en Madrid, estaba tensa, ojerosa y su piel había perdido el bonito bronceado que la caracterizaba por haberse mantenido oculta a los ojos de todos, encerrada.

Se miró las manos y deseó con todas sus fuerzas que esa noche, en ese lugar, con su tutor, pudiera descansar. Se lamió los labios y estiró un poco las manos, tensas y por lo tanto, doloridas.

Hasta que por fin, vio cómo el carruaje se detenía y el conductor bajaba para ayudarle a descender. Bajo la capucha y tras permitir que Juan se hiciera cargo de la cesta de Granchester y se fuera en compañía de la servidumbre de su tutor, para meterlo todo a la casa que ahora sería su hogar, asintió levemente.

Llegó hasta su anfitrión y le hizo reverencia, hacía gala de sus modales, aunada a escucharle atenta, cada palabra y no entender por qué la voz masculina causaba ciertos estragos en su estado de ánimo.

Alzó la mirada para observar por primera vez a su ahora tutor y después agradecería el no haber traído nada entre las manos. Por su madre, sabía que él tendría más de 45 años y a primera vista, vamos, que de todas formas ella no era tan buena calculando la edad de las personas, pero él... él no parecía tener más de 30 años.

Sus ojos se quedaron prendados del cabello rubio, levemente rebelde, que de todas formas llamaba a comprobar su textura, de su rostro atractivo, de rasgos tan masculinos como los que antes no había visto. Y sus ojos...

Qué ojos...

- Virgen mía... he salido de una tentación y me has venido a traer a otra peor...

por **Julián S. de Mendoza** Dom Ago 14, 2011 12:16 pm

Sebastián hizo un gesto a su criado, Marcelo, para que ayudara al de ella a meter las maletas a la casa.

- Por aquí, mi lady - hablo tendiéndole su brazo fuerte, procurando respirar despacio y acompasamente. Hacia tanto tiempo que no le daba importancia a este hecho delante de su criado, que por poco no lo olvida. Habría sido un descuido imperdonable... tan pronto.

Nada mas dejar atrás el umbral, entraban al recibidor. Una serie de retratos familiares se cobraban la mayor parte de la pared lateral. Lady Marianne se reconocería en uno de ellos, con diez años. Los otros le eran personas desconocidas... La mayoría eran viejos conocidos de Sebastián y un único retrato paterno, bajo un marco dorado.

Mas allá del recibidor, al frente, tras un doble cortinaje rojo, el salón principal. Una chimenea para calentar la estancia a la derecha, y en su lado opuesto una serie de silloncitos y sillones alrededor de una mesa de ébano, larga. Tras ellos una puerta labrada, seguramente daría a la cocina.

Y al otro lado del recibidor, una escalera de ascenso y junto a esta una puerta mal cerrada dejaba ver un despachito iluminado por velas.

- Es una casa pequeña. Nada que ver con las mansiones donde habéis vivido en vuestra infancia. Pero es acogedora y alguna fiesta, hace gala de diversiones nocturnas - añadió, para que ver si con ello, podría devolver parte de la alegría de años pasados.

por **Marianne Cromwell** Dom Ago 14, 2011 5:45 pm

Había agradecido entonces, no traer nada en las manos porque le hormigueaban. Se las miró un instante, enfundadas en un par de guantes del mismo tono del vestido, de pura seda que sus padres habían comprado en Madrid de un cargamento chino y luego, tomó el brazo de su anfitrión, sintiendo su dureza, la forma en que sus músculos se acoplaban a sus manos, acompañándole dentro de la casa, aunque lo que había visto, realmente era un borrón en su memoria.

Absurdamente, estaba más al pendiente de él, de su respiración, de su olor, de su tacto, que de las cosas que le decía, aunque su voz resonaba en sus oídos y bajaba hacia su pecho, haciéndola anhelar algo más. Miraba de reojo su apostura, el cuerpo masculino, que era mucho más diferente que el suyo, más grande, atractivo, varonil, gallardo. Siempre había sido consciente de que los hombres eran diferentes de las mujeres, pero con él...

No podía pensar más que en ello, en los músculos que sentía bajo su mano, en sus amplios hombros, su tórax, las largas piernas y las anchas espaldas. En el cabello que brillaba contra la luz, sacándole algunos reflejos dorados, mostrándose tan sedoso, que ansió detenerse, quitarse los guantes y comprobar si se sentía así o qué le produciría el cosquilleo de su cabello contra sus manos.

Consciente de su olor a jazmín, pero sin ser femenino en absoluto, mezclado quizá con el propio aroma de su cuerpo, dándole otra connotación que la hizo suspirar mientras su mirada estaba fija en un cuadro (después sabría que era el del padre de su anfitrión), regañándose a continuación porque ese suspiro había hecho que sus fosas nasales se inundaran aún más de su aroma, haciéndole perder la cabeza.

Aunque, al oírle callar, se obligó a mirarle para parpadear y observar a su alrededor, agradeciendo aún estar bajo la capucha porque su expresión oculta, la forma de mirar todo, como si fuera la primera vez a pesar de que ya lo había "visto" dos veces, podría hacerle pensar que no entendía a la primera, que quizá era una persona de lento aprendizaje y eso la molestó un tanto.

Si su cuerpo, su mente y sus sentimientos (no, no debía meter los sentimientos ahora, no, no debía pensar en ello) estaban completamente desquiciados, él no debía enterarse, así que debía comportarse, quitarle de la mente que Marianne era como una niña. Aunque eso era ¿No? Una pequeña niña ante un tutor de 47 años, que bien podría ser su padre.

No, debía cambiar la primera impresión que él tenía de sí misma, aunque no entendía por qué le había embotado con sólo su presencia, pocos minutos después de conocerlo. Nunca le había pasado con absolutamente nadie, ningún hombre, ¿Por qué ahora él?

¿Por qué?

Al ver, bajo la capucha, que él esperaba una respuesta a una pregunta o comentario que ella no había oído, sólo atinó a asentir. Nada más, rogando porque no fuera una pregunta a la cual debiera decir "no"...

- "¡Oh Marianne, por la Virgen de la Macarena, compórtate!"

por **Julián S. de Mendoza** Dom Ago 14, 2011 8:33 pm

Su principal olor, no le costo descubrirlo... Jazmín. Traía también canela y otro más, pero el primero... delicia de delicias. Ella no tenia porque saberlo, pero era el olor preferido de Sebastián.

¿Me estudia? No, se distrae suspiro, pensando y sonrió para ella, con su perfecta dentadura blanca. - descorrió las cortinas para permitir el paso ofreciendo un lugar junto a la chimenea, recogida sobre el sillón blanco.

Era de lo más cómodos de la casa, testigo mudo del suave tacto de mas de una posadera femenina, que había caído en sus redes. Se abofeteo mentalmente... Piensa quien es, no es comida realmente necesitaba acomodarla rápidamente y salir a comer algo, después de dos días sin tomar bocado.

- Lady Marianne, vuestra habitación estará preparada en breve. Están ultimando los detalles... Os dejo el placer de elegir vuestras nuevas cortinas, las viejas eran demasiado deslustradas para alguien como vos- le aclaro, sirviéndole una copa de agua fresca, recordaba vagamente de una vieja carta, como ella detestaba el jerez dulce, que tan buenamente otro español habría aceptado.

por **Marianne Cromwell** Dom Ago 14, 2011 10:28 pm

Su sonrisa era desgarradoramente atractiva, arrolladora, podía llevarse su corazón con solo un movimiento, sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo. Mucho más peligroso que su ex-prometido, no pudo evitar la comparación, pero es que no había forma de que él pudiera competir con su tutor, porque no era tan gallardo, tan varonil, no había logrado atrapar su atención con una sola sonrisa, ni siquiera en un solo instante.

Se mordió el labio inferior con fuerza, obligándose a salir de sus pensamientos; pasó al interior de la habitación y la observó largamente, asintiendo ante todo lo que veía, quizá le faltaba uno que otro detalles femeninos que, se prometió, le daría a la habitación, con permiso de su anfitrión; se acercó al silloncito que parecía cómodo, fue cuando recordó que había faltado a su educación.

Así que, antes de tomar asiento y mientras él hablaba sobre la habitación que le correspondía de la cual tendría que cambiar las cortinas, asintió distraídamente, pensando en que tendría que ir a buscar las telas, seguramente algunas que pudieran permitirle ver el amanecer, pero que no dejaran que entrara tanto la luz del sol.

Pensando en ello, bajó la capucha de la capa que le había regalado su madre antes de partir, con su delicioso aroma impregnado en ella, olor a jazmín que se mezclaba con el suyo, a manzana y canela, que tanto le gustaba usar; dejó así al descubierto su cabello apenas sujeto por unas horquillas con un bonito prendedor de perlas y zafiros, regalo de su padre, que había intentado levantarle el ánimo, pero sin lograrlo del todo; algunos cabellos caían suavemente contra su rostro, habiéndose desprendido de sus captores, creando ondas, acariciando su piel e inundando la habitación de su aroma, por ese simple movimiento.

Se desprendió de los guantes dejándolos bien acomodados en el brazo del sillón y llevó sus blancos y largos dedos rematados de uñas de medio centímetro de largo, blancas y firmes, duras y terminadas en punta, hacia el pequeño nudo que había sujeto su capa. Tras dos intentos fallidos de desanudar los cordones, se forzó a concentrarse y olvidarse de él, de su figura, de su olor, de su tacto...

Porque no quería sentirse atraída hacia él, pero no podía quitárselo de la mente, no entendía el por qué, de verdad que no.

"¡Vamos, Marianne, tienes que ser fuerte, vamos, no vas a entrar de nuevo en otra desgracia, piensa, no te dejes llevar!"

por **Julián S. de Mendoza** Lun Ago 15, 2011 6:53 pm

Sebastián observo detenidamente el desnudar de la cabeza, y como el cabello gracilmente caía sobre su rostro creando ondulaciones sencillas, pero agradables a la vista.

Sus manos, antaño bronceadas en otros retratos lucían descarnadas. Tendría que remediar eso, haciéndola pasear con Marcelo por los hermosos jardines parisinos. La estudio detenidamente al sentir revuelo en su mente. Siempre le producía un ligero cosquilleo entrar en la mente de las mujeres, mientras que los hombres no le producían nada.

Oh, jovencita si supierais.... el olor del jazmín lo empujo a dar un paso hacia ella, haciéndose cargo de aquella capa, que alzo hacia su rostro, para olerla.

Si, es jazmín sintió palpitar el corazón en su pecho, cerrando los ojos para disfrutar mejor de aquellos momentos.

por **Marianne Cromwell** Lun Ago 15, 2011 8:46 pm

Ella asintió ante su ayuda, aunque el sentir cómo tomaba la capa y rozaba su cuerpo, hizo que se estremeciera levemente. Él bien podía pensar que era por el frío de la habitación, pero no sabría que era porque su tacto la hacía pensar en cosas diferentes.

- Gracias - dijo por primera vez, con una voz tan dulce y al mismo tiempo melodiosa, agradable al oído y con un ligero acento extranjero, producto de haber permanecido durante su niñez en las Américas - muy amable de su parte.

Bajo la capa, un vestido de un tono rosado con blanco, bien confeccionado y diseñado por ella misma, que no permitía más visión que la de su fino cuello, de las venas que palpitaban en la base de éste, con la careótida bien firme y azulina, apareció a la vista de su anfitrión, quizá levantando nuevos anhelos, torturándolo.

Recordaba el atardecer en que lo había imaginado y trazado: a su lado, estaba él, su ex-prometido, que hablaba de banalidades de la corte española, de algunos de sus amigos y enemigos, haciéndola memorizar cada detalle de ellos, para que en el momento de conocerlos, supiera por qué se comportaba de una u otra manera.

Habían hablado de tantas cosas que iban a hacer en el futuro, ella con su idea de formar una casa de modas sólo para divertirse, no tanto por obtener dinero. Él, con la plena intención de ocupar el lugar de su padre y formar una familia que le diera a su nombre una estabilidad. Y ella, tontamente, había pensado que podía ser la madre de esos niños, que él la amaba, la necesitaba a su lado, que era la mujer ideal.

Ahora sabía que sí, lo era a sus ojos, pero por el dinero de su padre. Marianne había cometido el mismo error de todas las mujeres de su época, si no realizaban una actividad productiva, fueran un objeto qué lucir, mejor eran los que se acercaban a ella, que ofrecían un status superior y que podrían dar una seguridad a la figura femenina que habían elegido como adorno para exhibir, como madre de sus hijos y al mismo tiempo, alguien que les retribuyera el orgullo de que, al pavonearse con las joyas más caras, les mostrara a todos qué tan hombre era, qué tan impresionante, qué tan magnífico...

Patrañas. Viles patrañas.

"Cambiaré... Seré una nueva Marianne y entonces los obligaré a mirar en mi interior, no en mi dinero y si no logro conseguir marido... bien, pero al menos nadie me buscará de nuevo por lo que tengo económicamente."

por **Julián S. de Mendoza** Mar Ago 16, 2011 7:07 pm

Las fosas nasales de Sebastián fueron receptoras de la maravillosa mezcla de manzana y canela... junto al poderoso jazmín.

Deliciosa voz...He de contenerme pensó, al darse cuenta de que se había deslizado su lado y estaba mirando las pequeñas venas de su cuello, sintiendo el palpitar de su corazón bajo ellas.

Detuvo su mano, que había alzado hacia ella. - Perdonad, solo quería acomodaros el cabello - una mentira a medias, pues también le habría gustado sentir la delicada piel de su cuerpo, bajo sus manos.

Escucho su mente sin llegar a esforzarse esta vez. Era un río que fluía con fuerza en todas direcciones. Tan fuertemente pensaba, que podría haberla localizado incluso desde el otro lado de una calle, a oscuras.

Tiene muchas ilusiones. Te han hecho mucho daño y ahora estas aqui.... Marianne, tan cerca y tan lejos a la vez. Espero realmente que vuestros sueños se hagan realidad antes de que os marchitéis

suspiro, relajando un poco el cuerpo, sobre el respaldo del sillón.

por **Marianne Cromwell** Jue Ago 18, 2011 10:38 pm

Ella le miró y sus ojos reflejaron vulnerabilidad, moviendo la cabeza de forma tal que la luz reflejaba un color muy verdáceo en sus ojos. Siempre le pasaba, la gente sabía cómo se sentía sólo con verla, pero hacía mucho que sus ojos no "eran" azules. Demasiado tiempo, pero no tanto de cuando había regresado de América y había permanecido en Madrid durante bastante tiempo sola, pensativa, con un objeto como recuerdo, que había escondido celosamente y que hasta la fecha, se preguntaba qué era.

- No se preocupe, señor mío - dijo en su natal español, mientras llevaba una de sus manos a acomodar el cabello, afortunadamente, ocultó la piel de su cuello con él, con dedos largos y uñas con una extensión de medio centímetro, terminadas en punta. Tenía cierto calor, la habitación necesitaba de alguna ventana abierta o bien ella, de un abanico que le echara un aire por el que pagaría sin dudarlo.

Volteó a ver el asiento, parecía cómodo, se veía bien, así que calculando la distancia. se arregló el vestido con la finalidad de no arrugarlo o de que se le viera mal, para acomodarse en el mueble, asintiendo ante la suavidad del mismo, al haberla comprobado.

Estaba bastante cansada de su viaje en barco, el capitán había sido todo un abuelo protector (algo que jamás había tenido, vamos, un abuelo), así que había estado relativamente tranquila durante toda la travesía, saliendo de vez en vez del camarote, mirando el mar, disfrutando del viaje, por vez primera en su vida.

Sin embargo, en cuanto había atracado el barco, los nervios habían regresado y aún ahora, sentía que no podría con ellos. Aunque su tutor parecía tener la fuerza necesaria para enfrentarse a él, pero ¿Querría hacerlo?

Volteó a mirarle y alzó una ceja, para regresar la mirada al frente. Ojalá tuviera él el valor de encararlo, porque si no... sus padres se habían equivocado horriblemente. Y nadie le pondría un alto a su ex-prometido.

Marianne estaría tan indefensa en París como en Londres o en Madrid y tendría que buscar un nuevo protector, alguna otra opción.

por **Julián S. de Mendoza** Dom Ago 21, 2011 11:00 am

Debo preocuparme, os mandaron aquí para que os protegiera... pensó agradeciendo aquel gesto inocente de ella, que ocultara su cuello.

Tiene bonitas uñas, pero afiladas también... un detalle que no le paso por alto y le hizo un pelin de gracia. El fru-fru de su vestido al sentarse le dio conciencia de lo que agradecería el mullido sillón en el que estaba, tras tan largo viaje.

- Si queréis descansar, Marcelo os acompañara a la habitación. Mañana en la noche, podríamos seguir hablando... - se perdería su gustosa compañía, pero era lo mejor para ambos.

Desde el fondo de su estomago una bestia golpeaba las murallas de su apetito. La presa estaba cerca... confiada, agotada tras un largo viaje.

Tan indefensa... es cierto observo la parte más oscura de su alma, fijandose en el lento latir de su corazón. Escuchando su bombeo paulatino... Bom-bom... bom-bom... Hacía un eco en él a medida que inconsciente acercaba su rostro a ella, mirandola con una sonrisa hipnotica.

por **Marianne Cromwell** Jue Ago 25, 2011 7:12 pm

Podía ver hacia afuera desde la ventana abierta, donde las hermosas sinfonías de los habitantes del lugar se mezclaban en un sinfín de sonidos agradables al oído, que incitaban a relajarse y olvidar. Podía oír si se lo proponía, a las ninfas del bosque ir y venir, llamando a sus amados para yacer con ellos en una cama hecha de hojarasca y de total plenitud y alegría. Ignorantes de todo lo que les rodeaba y al mismo tiempo en comunión con todo y con todos.

Donde seguían a sus amores hasta el final de los días, correspondidas y siempre amantes, adorando la lujuriosa satisfacción de acariciar la piel del otro y mostrarse sin temores ni tapujos, llenas de esencias que pugnaban por compartir y entregar una tras otra, hasta que el mundo desapareciera en una destrucción completa de felicidad y placidez.

Aspiró aire profundamente, inundando los pulmones, cuando una pequeña ráfaga de aire jugueteó con las hojas afuera, donde los sueños se hacían realidad y las desgracias se convertían en el pan de cada día, dependiendo la casa que tocaran y las almas que rozaran.

Cerró los ojos, entregándose a la pasión de la beatitud, de la tranquilidad en su totalidad, carente de reproches y de celos, de egoísmos y vanidades. Banal sería aquélla mano que acariciara queriendo retener para sí la paz que lentamente inundaba a Marianne, un calor que seguramente tenía que ver con saberse en otro país, en otro lugar, con otra gente, que si bien podía juzgarla, no la conocía lo suficiente como para que ella le importara.

Fue hasta entonces, que se empezó a sentir en casa, donde la recibían entre sonrisas y amables palabras, ofreciéndole un lugar donde lamerse las heridas y estar en sintonía con su yo interior. Donde su yo inconsciente cuyo nombre podría ser "Granchester", aún erizado por todas las desventuras vividas, empezaba a relajarse y a lamerse a sí mismo, pelo por pelo; mirando al frente, esperando cualquier invasor que se acercara para encajarle las garras, pero al mismo tiempo, la misma y continua actividad de su lengua contra su pelaje, iba serenándolo.

Volvió a aspirar aire, esta vez con mayor profundidad, utilizando su boca, para dejarlo pasar por la garganta, inflar el pecho, sentirlo hasta el mismísimo diafragma y elevar los hombros para soltarlo, lentamente, suavemente, mirando aún hipnotizada las ramas del árbol que eran arrulladas por el viento.

Las palabras de su interlocutor interrumpieron levemente el aseo del felino mental, que alzó las orejas y volteó a ver de quién era la voz que, en cierta forma, arrullaba. El mensaje llegó por fin, después de unos instantes al gato y éste se estiró plácida y flojamente, poniendo las patitas y encajando las uñitas en las neuronas, que se pusieron inmediatamente en actividad, utilizando aquél apartado por el que funcionaba la voz.

Marianne le miró y sus ojos reflejaron sí, el agradecimiento, porque estaba mortalmente agotada, lo que se notaba en las profundas ojeras, en la palidez de sus rasgos. Se lamió los labios y parpadeó, pensando si debería dejarle solo tan rápido, pero si él lo proponía...

- Si mi señor me lo permite, se lo agradecería mucho - apretó los guantes entre sus manos, aunque no perdió para nada el estilo o bien, la forma en que se había sentado, tan propia de la educación que le había dado su madre.

Aunque por dentro, sentía el leve cosquilleo del cansancio en la planta de los pies, del adormecer de sus músculos, pugnantes de una cama en la cual deslizarse y dormir...

Sí, sería una magnífica idea, a la porra los modales por esa noche.

por **Julián S. de Mendoza** Dom Sep 25, 2011 9:46 am

Sebastián le sonrió a su futura pupila y la despidió con un suave beso en los dedos de la mano. - Que los sueños os sean dulces, señorita. La joven tendría mucho que aprender de París en los siguientes días y mucho más que aprender sobre las costumbres de este hogar. Había sus reglas para desayunos, para visitas y para baños. Ahora que una visitante de la luz y un nocturno. Y para Sebastián, no había mejor regalo, que dejarla partir con su mirada sensual y agradable, siguiéndola mientras marchaba fuera de su alcance apetitoso.

Marcelo el fiel español que desde tantos años custodiara la morada de Domingo de la Vega, su creador, mentor y amigo. Ahora era su criado, mayordomo, amo de llaves y administrador de alimentos (al menos para la joven).
Un hombre ya bien entrado en edades, de mirada ancha y generosa, en cuyos ojos canelas podía distinguirse aun el leve brillo de pequeñas aventuras en libertad de montes y valles, a caballo cabalgando y en la noche acampando bajo la luz de las estrellas. Tiempos pasados, todos ellos gravados ahora en el fuego de la memoria, y transcritos a palabras de imaginación creciente, por obra de Sebastián.

- Señorita, si tiene la bondad de seguirme - hablo, suavemente. Con aquel acento andaluz, tan característico de los sevillanos, que a veces dejaban arrastrar la "s", casi convirtiéndola en una "z". Lo que les convenía un aspecto divertido cuando hablaban.

Una onza de buenas maneras, con media onza de frases bien colocadas, hacían del sevillano, una persona entrañable y divertida en las veladas, sin llegar al humorista que intentara pobremente divertir a las masas. Gracioso, que no chistoso en vano, Marcelo procuraba siempre guardar aquellas alegrías para los días de ocio (si bien escasos) y alguna velada, donde fuera libre de ser el mismo. Dando en la casa lo mejor de si, en su laboriosa vida, educado y gentil de respuestas y formas.

Cargaba ya con sus maletas, escaleras arriba. Llevándola a la luz de un quinqué por el viejo pasillo burdeos, entre paredes de liso marfil a las estancias superiores. Un baño que habría de ser compartido a partir de ahora, fue la primera puerta pasada e indicada. Una salita de lectura justo en frente, con agradables sillones de gran respaldar, alfombra caliente para los pies descalzos, buena iluminación de velas en la noche y en el día, la maravillosa balconada que daba al jardín. - Encontrara libros de todos los gustos - comento, haciéndose un recordatorio mental, para preguntar al señor si debía sacar la colección "rojo pasión" que estaban envueltos en cuero falso, como lecturas pesadas de biblias. No era una lectura recomendable para una señorita (es decir, la pupila) por que para otras damas que visitaran la casa (y la alcoba), siempre habían sido de gusto y aliciente.

- Señorita, su habitación - tras dejar atras aquellas dos estancias y aun por verse dos mas que estaban pasillo adelante. Con la maleta al suelo, abrió la doble puerta dándole lugar al escarceo con las sombras, hasta que la luz venciéndolas, quedase el criado en el centro de la habitacion, para Marianne regalarse la vista acogedora de lo que seria su pequeño lugarcito privado en los próximos años. Una cama ancha, de buenas proporciones, junto al rincón. Con su mesita de noche y quinque, aunque al otro lado lucia su buena vela, por si acaso una luz la prefiriera a la otra.

El balcón quedaba a su frente, protegido por cortinas espesas y oscuras. Que por lo que sabia de Sebastián, ella misma podría cambiarlas, en cuanto quisiera, para acomodarlas a su gusto.

Spoiler:

- Ah, el señor pensó que querría tomar una copita - comento ligeramente incomodo al acordarse de que no había retirado, el regalo que para todas las damas, dejaba siempre en las alcobas.

Hasta el ultimo momento no se le había avisado de que "pupila" no era un termino para acuñar una nueva fantasía del señor, sino propiamente el acuño al que la misma palabra refería y para aquel entonces con tanto ir y venir de preparativos de Sebastián, liándole de paso, dejo botella y copa en la alcoba tras su salida, creyéndolo justo y ahora... sonrojado. - Apartare la botella. Si gusta dejaremos el tempranillo para otra ocasión -

por **Marianne Cromwell** Dom Oct 02, 2011 5:39 pm

Acabé por llorar mi desgracia
abrazado a tu cama vacía
y besando en silencio tu almohada
donde tú como un niño dormías.

El camino hacia la recámara pareció hacerse aún entre nubes, por el cansancio acumulado que sentía, por lo que había vivido ese día, lo que sentía respecto de Sebastián, su tutor y se preguntaba una y otra vez qué iba a hacer... Podría irse a otro lado, pero también era cierto que estando con su tutor, estaría protegida, con muchos más ojos cuidándola que si estaba sola con su servidumbre, además, era seguro que ya conocían a su tutor y por lo tanto, era mucho más fácil que las mismas personas les informaran cuando vieran actividad sospechosa, un hombre mirando más tiempo la casa, siguiendo sus movimientos. En fin. Sí, debía quedarse ahí, aunque quizá fuera contraproducente, porque lo que sentía o lo que le hacía sentir su tutor no era propio de su relación. Le gustaba lo suficiente, sus ojos, su rostro, su sonrisa, tenía algo que la hacía pensar en cosas indebidas, pecaminosas.

Tus recuerdos quedaron regados
en el cuarto de nuestros amores
tu perfume una cruz y un rosario
y hasta un ramo marchito de flores.

¿Podría controlarse lo suficiente para evitar la desgracia sobre sus hombros? ¿Podría ser que estuviera destinada a ser la amante de alguien indebido? Al menos su prometido, bueno, su ex prometido buscaba un matrimonio, pero su tutor no podía aspirar ni siquiera eso, por lo que las cosas se hacían mucho más complicadas. Suspiró mientras el sirviente se iba y ella se deshacía de sus maletas y buscaba su bata, mirando al pequeño Granchester salir de su canasta y echarse a la cama. Le miró estirarse y olfatear toda la cama, hasta buscarse un rinconcito en los pies y acomodarse tras dar varias vueltas, echarse. Quién fuera gato, ellos no tenían conflictos mayores más que buscar un buen lugar, echarse, comer y buscar dónde hacer sus necesidades. Eran consentidos, cuidados, protegidos... y ni siquiera tenían problemas con sus apareamientos, elegían por el olfato y listo.

Me da miedo pensar en mi suerte
hoy que ya no te tengo en mis brazos
nunca pude aprender a quererte
y a saber soportar mis fracasos.

Si las cosas fueran tan fáciles, entonces cualquiera podría hacerlo y el mundo no estaría lleno de penurias, si no de gente exitosa, a la cual nada se le negaría y que avanzaría por el mundo con total determinación. Así debería ser ella. Así ERA ella, pero ahora no encontraba algo que la llenara, ni siquiera sus bocetos, quizá en este lugar, en otros aires, con otras personas, las cosas cambiaran, pero el dolor de su corazón eso no se iría tan fácilmente. Estaba demasiado derrotada, decepcionada, mientras abrazaba a Granchester y se acostaba, apretujándolo un poco contra su pecho, con algunas lágrimas impidiendo ver más allá de sus narices. Sentía la garganta llena de sentimientos contradictorios que se transformaban en un enorme hueco o en un nudo que impedía que tragara saliva o cualquier otra cosa, porque no sabía... oh, no quería pensar más en él, pero cada día, cada momento, cada instante lo hacía. ¿Cuándo se le pasaría? ¿Cuándo?

Quise hacer de tu vida mi reino
y al final sólo he sido un tirano
te arrastré sin pensarlo al abismo
y tu amor se me fue de las manos.

El futuro era incierto, pero más su ansiedad, que le aplanaba el pecho y le hacía desesperar. ¿Qué haría ahora? Tenía tantas cosas por hacer, tanto por aprender, que quizá algo de ello le ayudara a avanzar. Necesitaba conocer gente, aprovechar que estaba en otro lugar, para diversificar su mente, sus conocimientos y eso fue lo que decidió: explorar, conocer, introducirse en la sociedad francesa, cuyo padre era la sofisticación y el amor. Sí, la ciudad de las hermosas luces que prometían y entregaban más de lo que los demás esperaban. Ella quería sólo un pedazo de felicidad y si ahí la obtenía, bienvenida fuera. Tenía que salir avante, dejar de llorar - se pasó la mano por las mejillas alejando las lágrimas - sonreír y caminar adelante. Lo poseía todo, juventud, belleza, gente que la amaba, que la protegía, dinero. Podía hacerlo todo, sólo era cuestión de decidirse. De dejar atrás la tristeza que amenazaba con tragársela, con devorársela toda sin dudarlo siquiera. Había perdido una estrella, pero había más en el firmamento. Muchas más.

La distancia ha quebrado mi orgullo
y en pedazos deshizo mi vida
me dejaste un inmenso vacío
que jamás llenaré mientras viva.

Ojalá, quisiera Dios que la nueva etapa que se abría ante sus ojos, fuera la que le ayudara a avanzar, regresar a ser quien era antes de conocerlo, de encarar sus problemas y sus sufrimientos, hasta ser la jovencita llena de alegría que pocas veces lloraba. Tras quitarse las lágrimas, suspiró y pudo ver al horizonte, hacia las estrellas y el hermoso estanque que se adivinaba entre sombras. Se puso en pie, con su gato en brazos y se acercó a la ventana, tragando saliva y dejando que el aire despeinara sus cabellos, alejando con él, las preocupaciones, extirpando los fantasmas. Cerró los ojos y aspiro ese viento, lleno de olores que le producían sentimientos contradictorios, pero sobre todo uno, uno solo: el de la libertad. Con su gato en los brazos y acunada en una casa con un tutor que parecía benévolo, Marianne lo supo: su vida daría un giro de 360 grados. Una vida que...

Me da miedo pensar en mi suerte
hoy que ya no te tengo en mis brazos
nunca pude aprender a quererte
y a saber soportar mis fracasos.

Estaba dispuesta...

Muy dispuesta...

A vivir...

Pero hoy... hoy ya estoy lista
sabré soportar mis errores
y gracias a ello, sin ser arisca
levantarme de mis sinsabores.

por **Julián S. de Mendoza** Dom Oct 16, 2011 12:45 pm

- ¿Le gusto su estancia Marcelo? - preguntó al criado nada mas verlo bajar. Estaba en su estudio, intentando componer una carta digna para su madre, a modo de aviso para su buena llegada, tranquilizarla de los males ajenos ahora a su control.

Querida Madre, un saludo

Vuestra hija ha llegado sana y salva. Vive dios es una persona realmente... realmente...

Cerro los ojos e inspiro hondo arrugando el papel entre sus manos para desecharlo a la papelera como los otros dos anteriores. Era una criatura magnifica, sensible y graciosa, llena de vida y aun con sus miedos, se la adivinaba dulce e ineludiblemente dueña de si misma... deliciosa. Pero claro, eso no lo podía reflejar en una carta a su querida madre. Pensaría que la adulaba en demasía con sus maneras de libertino.

- La señorita se acomodo bien, señor, cansada pero ligeramente contenta - su criado vino a sacarlo de sus pensamientos, permitiéndose echarle la chaqueta de viaje por encima de los hombros. Lo conocía, demasiado bien en realidad. - Debe usted salir y alimentarse, tiene las pupilas próximas a dilatarse, se le acentúa la espiración y... -

Sebastián sonrió - Ya, Marcelo, gracias - su fiel criado, siempre atento a más mínimo detalle. Regañandolo, echándolo de su propia casa con modos suaves, como no. Que extraño hombrecillo, que había encandilado ya no a uno, sino a dos inmortales y a ambos rechazara el regalo de sus sangres.

- Acomoda a su criado, Juan creo recordar que se llama... y ah, vete a visitar a Lucia, antes de que ella me reproche que te hago trabajar demasiado en esta casa - se permitio estrechar su brazo, cuando ya le traía el bastón, para mirarle a los ojos deteniendo así cualquier posible queja o reclamación. Si, si, el viejo Marcelo podía decir misa sobre la inmortalidad, pero en cuestión de tiempo, Sebastian había aprendido que algunas inmortalidades no consistían en vivir a consta de la vida de otros, sino en vivir una plena vida, siendo recordado, querido y buenamente por otros.

Ya en la calle, echo un ultimo vistazo a la casa, ascendiendo mentalmente los peldaños de su hogar, paseando con la suavidad característicos de su especie hasta la habitación donde descansaba el mayor regalo que hubiera entrado en su vida en aquellos últimos años.

- Descansad, Marianne, descansad y recuperaos... París os espera y tenéis muchas alegrías por descubrir en ella -

por **Marianne Cromwell** Sáb Oct 22, 2011 2:16 pm

TEMA CERRADO

por Contenido patrocinado

Residencia Mendoza

Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza

Re: Residencia Mendoza