AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Interesada en el cocinero [Priv]
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Interesada en el cocinero [Priv]
Había pasado ya una semana desde que comencé a trabajar en el restaurante de comida típica francesa. Todo había marchado correctamente, incluso había hecho una extraña amistad con el jefe de cocina. Mi horario no era mejor que en otros trabajos: mi jornada comenzaba a las doce de la mañana y terminaba a las diez de la noche. Y dependiendo si habían más comensales o no, terminaba a las diez o incluso más tarde. Aún así cada dos semanas me daban un día libre, algo que estaba esperando. Aquella ya era mi segunda semana, ya faltaba menos. Cuando entré, saludé al jefe con una sonrisa y sin que tuviera que decirme nada, fui directo hacia la cocina donde me me quité la chaqueta y me coloqué como un gran delantal. Mi compañero aún no había llegado, por lo que tuve que comenzar a pelar las patatas yo solo, para después ponerlas en agua. Después me dirigí hacia los platos sucios y mientras los limpiaba, llegó mi compañero y ambos terminamos el trabajo más deprisa.
Estuve cocinando y cocinando cuando comenzaron a llegar los comensales para su comida de las dos de la tarde. Bromeaba con mi compañero y preparaba las comidas con especial esmero. No había gran creatividad en el trabajo como cocinero, pero había veces que algún cliente te hacía un favor y pedía un plato poco común que estaba en el menú. Cuando terminé y le entregué al mesero un mousse de chocolate, llegó la hora de mi descanso. Me quité el delantal y lo colgué detrás de la puerta de la cocina y salí a la sala principal del restaurante. Ya casi no había gente, se estaban marchando. Suspiré y me senté en la barra del restaurante mientras bebía agua. Tenía algo de hambre, pero no la suficiente como para ponerme a cocinar de nuevo, estaba cansado.
Repentinamente, el jefe se acercó a mí y dijo:
-Alguien quiere conocerte Will -y detrás de él se encontraba una chica con cara de curiosidad. No la conocía de nada, ¿quién era y qué quería de mí? Estaba perplejo, muy confuso. Sin embargo, para no parecer estúpido, sonreí a aquella mujer.
Estuve cocinando y cocinando cuando comenzaron a llegar los comensales para su comida de las dos de la tarde. Bromeaba con mi compañero y preparaba las comidas con especial esmero. No había gran creatividad en el trabajo como cocinero, pero había veces que algún cliente te hacía un favor y pedía un plato poco común que estaba en el menú. Cuando terminé y le entregué al mesero un mousse de chocolate, llegó la hora de mi descanso. Me quité el delantal y lo colgué detrás de la puerta de la cocina y salí a la sala principal del restaurante. Ya casi no había gente, se estaban marchando. Suspiré y me senté en la barra del restaurante mientras bebía agua. Tenía algo de hambre, pero no la suficiente como para ponerme a cocinar de nuevo, estaba cansado.
Repentinamente, el jefe se acercó a mí y dijo:
-Alguien quiere conocerte Will -y detrás de él se encontraba una chica con cara de curiosidad. No la conocía de nada, ¿quién era y qué quería de mí? Estaba perplejo, muy confuso. Sin embargo, para no parecer estúpido, sonreí a aquella mujer.
Vilhelm Larsen- Hechicero Clase Media
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Localización : Leyendo algún libro...
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Re: Interesada en el cocinero [Priv]
Marianne no entendía por qué, si había seguido la receta al pie de la letra, el producto era deficiente:
1 kg. de harina... la había tomado y medido con lo que le habían dicho: 16 tazas ¿o eran 8? No, no, eran 16, porque ese número le gustaba mucho y podía recordar "perfectamente" que esa era la cantidad necesaria. Aunque también podía pesarla. Por ahí el cocinero de Sebastián, su tutor, le había dicho que podía disponer de la báscula. No, qué flojera, además, ella ni siquiera sabía utilizarla. No, eran 16 tazas, claro que sí.
Leche... pues no había de vaca, pero de cabra sí, de forma tal que pues no había más opciones. Además de que ahí sí no sabía cómo medirla, pero como venía en un envase más o menos decente, seguramente era lo que la receta decía. De forma tal que se la echó toda.
Huevos... ahí los había puesto, así tal cual, los había tomado y colocado formando una carita sonriente. Claro, el cascarón aportaba muchas vitaminas, seguramente por eso era tan saludable comer huevo en las mañanas. Aunque no podía recordar por qué ella no veía en sus desayunos los cascarones... ah no sí, eran esa cosa blanca que tenía alrededor de la yema que le gustaba mucho... la clara... seguramente el cascarón se convertía en la clara cuando se cocinaba. Por eso era blanca ¿no?
El azúcar... Eso sí no lo entendía, había tomado primero un puñito, como la receta decía y al mover la mezcla (que por cierto era bien aguada), ésta sabía salada... y le echó más endulzante... y sabía más salada... y le echó más azúcar e igual... rindiéndose por las prisas, quizá cuando lo metiera al horno, lo dulce apareciera como por arte de magia; sí, es debía hacer... trucos del cocinero.
Ah, claro, el horno... se lo habían dejado listo, pero como quería irse todavía a visitar a una amiga, pues pensó que podía fácilmente subir la temperatura del mismo y calculando el tiempo, en lugar de una hora, dejarlo media horita, por lo que le echó mucha más leña, sí, con unos diez pedazos era suficiente. Así podía irse a bañar, arreglar y cuando regresara, su maravilloso pan de centeno estaría listo y qué decir del pescado que ya había preparado, de la ensalada y de su magnífico chocolate calientito.
Sí, los invitados de Sebastián estarían molto complacidos. Y ella quedaría como una magnífica anfitriona. Sí... Todo eso pensaba mientras se daba un baño, relajado, a gustito, bien delicioso. Aunque de pronto, notó que olía raro... se encogió de hombros y siguió tallándose sus piecitos... No qué extraño, persistía ese olor. En cuanto llegara Marcelo, que había ido a con el zapatero por el calzado de su señor o bien, Juan que había ido a por algunos adornos para el cabello de su señora, les diría que investigaran.
Salió de la ducha y ese molesto olor persistía, se recordó comprar unos perfumes para la casa, para que los invitados no tuvieran esa molestia. Se arregló y al verse ya lista en el espejo, sonrió. Fue cuando escuchó los gritos... asustada, corrió abajo extrañada de ver un humo oscuro en toda la planta baja de la casa. Marcelo gritaba intensamente que fueran a por agua del lago, agua, mucha agua, que la casa se... ¿quemaba?
¿Cómo podía ser? Si sólo el... ¡EL HORNO!
Corrió más y llegó a la cocina, para como llegar, caer... Se había resbalado con el desastre de mezcla que dejara en el suelo y tras un grito, se encontró en el suelo, con el vestido lleno de mezcla y quién sabe qué más de lo que había "cocinado".
- ¡Mi vestido! - gimió escandalizada, era una gran obra de arte y había quedado arruinado - ¿Quién fue el inteligente que NO limpió la cocina? - exigió fúrica a Marcelo, quien con ayuda de más hombres, precariamente llevaba el agua hacia el enorme horno, echándosela encima sin consideración - ¡NO! ¡ARRUINARÁS MI PAN DE CENTENO! - exigió, pero era inútil. Agua escurría ya del horno que por fin, con la última cubetada, había apagado el fuego - NOOOO, MI PAN DE CENTENO, ¡LO ARRUINASTE!
Marcelo miró a la señorita sentada y negó. Había llegado para ver un DESORDEN en la cocina. ¿Pues no que sabía cocinar? Paseó la mirada por el lugar, por el horno inundado en agua y fue a sacar, haciendo caso omiso a los gritos de la joven, el molde con el pan... completamente quemado y se lo fue a dejar caer frente a ella, que calló inmediatamente al verlo.
Marianne tragó saliva y se lamió los labios, estaba completamente quemado... ¿Cómo podía ser? Y vio a Marcelo llegar a su pescado y mirarlo con ciertas reservas. Lo movió por un lado, por otro, incluso, tomó la fuente en la que estaba y fue a verlo a contraluz, para negar completamente.
- Señorita Louvier, ¿Desescamó el pescado y le quitó las vísceras?
- ¿Por qué habría yo de hacer semejante cosa de quitar vísceras, eso lo hacen cuando lo entregan... además, qué no vienen ya desescamados? - fue la respuesta de la joven que, haciendo caritas de asco, negaba.
Marcelo suspiró. Fue a ver la ensalada, nada más por pura curiosidad y cerró los ojos.
- Señorita Louvier, ¿Peló las patatas y lavó la fruta?
- ¿Se tienen que pelar? - abrió los ojos grandes, grandes - la fruta ya viene lavada, se veía bien bonita cuando la trajiste.
Marcelo alzó una plegaria al cielo de gratitud por haberse quemado el horno, si no, la señorita hubiera enfermado a todos. Se acercó a ella y la ayudó a levantarse, claro, con cuidado de no pisar absolutamente nada que les hiciera volver a la posición inicial de Marianne. Tenía que dar la orden de que arreglaran todo y seguramente pasarían horas en ello, por lo que la señorita debía salir de ahí y como nota mental, se recordó no volverle a permitir la entrada.
- Gracias - sonrió Marianne cuando por fin estuvo en pie - mi vestido se arruinó, tendré que preparar otro, pero bueno, lo haré cuando termine el pan de centeno de nuevo.
- No, gracias, señorita - escuchó decir a Marcelo - verá...
Marianne quedó boquiabierta mientras el hombre le indicaba todos los fallos que había tenido al cocinar. Parpadeó y pidió la hora... las 2:26 de la tarde. ¡Por Dios, si los invitados de Sebastián llegarían a las 8 pm! ¿Qué iba a hacer? Y Sebastián se lo había encargado tanto.
- Por Dios, ¿Qué voy a hacer? - se tomó la cabeza con las manos y paseó por el lugar, casi cayendo de nuevo, de no ser porque Marcelo la atrapó y llevó fuera de la cocina.
- Haremos ésto - dijo y le anotó una dirección - arréglese y vaya a esta dirección, el hombre que está ahí es amigo mío y explíquele la situación. Dígale que necesitamos un cocinero de inmediato, que le pagaremos el día y que nos urge que venga a la casa. Me encargaré personalmente que la cocina esté decente para ese momento y que los ingredientes que necesite para lo que usted iba a cocinar, se le traigan. Ande, apúrese no tenemos todo el día.
Así pues, una hora después, Marianne miraba al joven que tenía ante sí y sonreía levemente.
- Ammm... tengo un problema y sólo usted puede ayudarme, necesito contratarlo para que venga a mi casa a hacer la comida. Me urge, su jefe ha sido todo un sol y muy comprensivo con mi situación. Si no tengo la cena lista a las 9:00 pm, soy gato muerto... - tragó saliva - por favor, apiádese de mí y venga a la casa a cocinar.
Y le empezó a contar todas sus desventuras, desde lo que había hecho y cómo lo hacía hecho, sin omitir nada. Puntos, comas y acentos, todo bien explicadito para que no tuviera duda de a qué se enfrentaba. Narrándole la misma historia que yo, querido lector, ya antes te conté.
1 kg. de harina... la había tomado y medido con lo que le habían dicho: 16 tazas ¿o eran 8? No, no, eran 16, porque ese número le gustaba mucho y podía recordar "perfectamente" que esa era la cantidad necesaria. Aunque también podía pesarla. Por ahí el cocinero de Sebastián, su tutor, le había dicho que podía disponer de la báscula. No, qué flojera, además, ella ni siquiera sabía utilizarla. No, eran 16 tazas, claro que sí.
Leche... pues no había de vaca, pero de cabra sí, de forma tal que pues no había más opciones. Además de que ahí sí no sabía cómo medirla, pero como venía en un envase más o menos decente, seguramente era lo que la receta decía. De forma tal que se la echó toda.
Huevos... ahí los había puesto, así tal cual, los había tomado y colocado formando una carita sonriente. Claro, el cascarón aportaba muchas vitaminas, seguramente por eso era tan saludable comer huevo en las mañanas. Aunque no podía recordar por qué ella no veía en sus desayunos los cascarones... ah no sí, eran esa cosa blanca que tenía alrededor de la yema que le gustaba mucho... la clara... seguramente el cascarón se convertía en la clara cuando se cocinaba. Por eso era blanca ¿no?
El azúcar... Eso sí no lo entendía, había tomado primero un puñito, como la receta decía y al mover la mezcla (que por cierto era bien aguada), ésta sabía salada... y le echó más endulzante... y sabía más salada... y le echó más azúcar e igual... rindiéndose por las prisas, quizá cuando lo metiera al horno, lo dulce apareciera como por arte de magia; sí, es debía hacer... trucos del cocinero.
Ah, claro, el horno... se lo habían dejado listo, pero como quería irse todavía a visitar a una amiga, pues pensó que podía fácilmente subir la temperatura del mismo y calculando el tiempo, en lugar de una hora, dejarlo media horita, por lo que le echó mucha más leña, sí, con unos diez pedazos era suficiente. Así podía irse a bañar, arreglar y cuando regresara, su maravilloso pan de centeno estaría listo y qué decir del pescado que ya había preparado, de la ensalada y de su magnífico chocolate calientito.
Sí, los invitados de Sebastián estarían molto complacidos. Y ella quedaría como una magnífica anfitriona. Sí... Todo eso pensaba mientras se daba un baño, relajado, a gustito, bien delicioso. Aunque de pronto, notó que olía raro... se encogió de hombros y siguió tallándose sus piecitos... No qué extraño, persistía ese olor. En cuanto llegara Marcelo, que había ido a con el zapatero por el calzado de su señor o bien, Juan que había ido a por algunos adornos para el cabello de su señora, les diría que investigaran.
Salió de la ducha y ese molesto olor persistía, se recordó comprar unos perfumes para la casa, para que los invitados no tuvieran esa molestia. Se arregló y al verse ya lista en el espejo, sonrió. Fue cuando escuchó los gritos... asustada, corrió abajo extrañada de ver un humo oscuro en toda la planta baja de la casa. Marcelo gritaba intensamente que fueran a por agua del lago, agua, mucha agua, que la casa se... ¿quemaba?
¿Cómo podía ser? Si sólo el... ¡EL HORNO!
Corrió más y llegó a la cocina, para como llegar, caer... Se había resbalado con el desastre de mezcla que dejara en el suelo y tras un grito, se encontró en el suelo, con el vestido lleno de mezcla y quién sabe qué más de lo que había "cocinado".
- ¡Mi vestido! - gimió escandalizada, era una gran obra de arte y había quedado arruinado - ¿Quién fue el inteligente que NO limpió la cocina? - exigió fúrica a Marcelo, quien con ayuda de más hombres, precariamente llevaba el agua hacia el enorme horno, echándosela encima sin consideración - ¡NO! ¡ARRUINARÁS MI PAN DE CENTENO! - exigió, pero era inútil. Agua escurría ya del horno que por fin, con la última cubetada, había apagado el fuego - NOOOO, MI PAN DE CENTENO, ¡LO ARRUINASTE!
Marcelo miró a la señorita sentada y negó. Había llegado para ver un DESORDEN en la cocina. ¿Pues no que sabía cocinar? Paseó la mirada por el lugar, por el horno inundado en agua y fue a sacar, haciendo caso omiso a los gritos de la joven, el molde con el pan... completamente quemado y se lo fue a dejar caer frente a ella, que calló inmediatamente al verlo.
Marianne tragó saliva y se lamió los labios, estaba completamente quemado... ¿Cómo podía ser? Y vio a Marcelo llegar a su pescado y mirarlo con ciertas reservas. Lo movió por un lado, por otro, incluso, tomó la fuente en la que estaba y fue a verlo a contraluz, para negar completamente.
- Señorita Louvier, ¿Desescamó el pescado y le quitó las vísceras?
- ¿Por qué habría yo de hacer semejante cosa de quitar vísceras, eso lo hacen cuando lo entregan... además, qué no vienen ya desescamados? - fue la respuesta de la joven que, haciendo caritas de asco, negaba.
Marcelo suspiró. Fue a ver la ensalada, nada más por pura curiosidad y cerró los ojos.
- Señorita Louvier, ¿Peló las patatas y lavó la fruta?
- ¿Se tienen que pelar? - abrió los ojos grandes, grandes - la fruta ya viene lavada, se veía bien bonita cuando la trajiste.
Marcelo alzó una plegaria al cielo de gratitud por haberse quemado el horno, si no, la señorita hubiera enfermado a todos. Se acercó a ella y la ayudó a levantarse, claro, con cuidado de no pisar absolutamente nada que les hiciera volver a la posición inicial de Marianne. Tenía que dar la orden de que arreglaran todo y seguramente pasarían horas en ello, por lo que la señorita debía salir de ahí y como nota mental, se recordó no volverle a permitir la entrada.
- Gracias - sonrió Marianne cuando por fin estuvo en pie - mi vestido se arruinó, tendré que preparar otro, pero bueno, lo haré cuando termine el pan de centeno de nuevo.
- No, gracias, señorita - escuchó decir a Marcelo - verá...
Marianne quedó boquiabierta mientras el hombre le indicaba todos los fallos que había tenido al cocinar. Parpadeó y pidió la hora... las 2:26 de la tarde. ¡Por Dios, si los invitados de Sebastián llegarían a las 8 pm! ¿Qué iba a hacer? Y Sebastián se lo había encargado tanto.
- Por Dios, ¿Qué voy a hacer? - se tomó la cabeza con las manos y paseó por el lugar, casi cayendo de nuevo, de no ser porque Marcelo la atrapó y llevó fuera de la cocina.
- Haremos ésto - dijo y le anotó una dirección - arréglese y vaya a esta dirección, el hombre que está ahí es amigo mío y explíquele la situación. Dígale que necesitamos un cocinero de inmediato, que le pagaremos el día y que nos urge que venga a la casa. Me encargaré personalmente que la cocina esté decente para ese momento y que los ingredientes que necesite para lo que usted iba a cocinar, se le traigan. Ande, apúrese no tenemos todo el día.
Así pues, una hora después, Marianne miraba al joven que tenía ante sí y sonreía levemente.
- Ammm... tengo un problema y sólo usted puede ayudarme, necesito contratarlo para que venga a mi casa a hacer la comida. Me urge, su jefe ha sido todo un sol y muy comprensivo con mi situación. Si no tengo la cena lista a las 9:00 pm, soy gato muerto... - tragó saliva - por favor, apiádese de mí y venga a la casa a cocinar.
Y le empezó a contar todas sus desventuras, desde lo que había hecho y cómo lo hacía hecho, sin omitir nada. Puntos, comas y acentos, todo bien explicadito para que no tuviera duda de a qué se enfrentaba. Narrándole la misma historia que yo, querido lector, ya antes te conté.
Última edición por Marianne Louvier el Dom Sep 18, 2011 8:12 pm, editado 1 vez
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Interesada en el cocinero [Priv]
No lo pude evitar tras escuchar la historia completa de aquella joven. Esbocé una sonrisa y aguanté mis ganas de reír. Me recordaba a mis antiguos amos en Dinamarca, ellos tampoco es que tuvieran una buena "mano" con la cocina, por lo que siempre recurrían a su cocinero estrella para escandalizar a sus invitados y aumentar aún más su popularidad. Por sus ropas y por su historia, deduje que la chica pertenecía a la clase alta. Cuanto terminó su historia parecía bastante cansada, estaba nerviosa y muy apurada, lo sentía. Yo simplemente me rasqué la nuca mientras miraba la cocina, que se encontraba detrás de mí. ¿Me iba a arriesgar a dejar a mi compañero solo esta noche? Si el jefe me había llamado sería porque Francis se podría arreglar solo, después de todo él era el jefe de cocina. Suspiré para mis adentros, realmente no tenía nada de ganas de cocinar, pero la joven parecía estar en un verdadero aprieto y si el jefe había confiado en mí para este trabajo sería por algo, ¿no? Miré al dueño del restaurante y le dije:
-Si usted está de acuerdo, entonces no me puedo negar -después miré a la chica con cara de súplica-. Entonces, tengo cinco horas para cocinar para... ¿Cuántos invitados ha dicho?
Después de su respuesta, me dirigí hacia la cocina, agarré mi delantal y le expliqué lo sucedido a mi compañero. Se asomó durante unos instantes para ver quien sería nuestra cliente y me dio un par de golpes en el hombro mientras bromeaba. Era un buen compañero después de todo. Yo le di fuerzas para que aguantara aquella noche, aunque ambos sabíamos que nuestro jefe tendría los suficientes contactos como para llegar a contratar a una persona durante una noche. Quizá algún familiar lejano suyo que necesitase unas monedas. Volví donde se encontraban el jefe y la chica y respiré hondo. Estaba cansado, necesitaba descansar, pero aquella era una buena oportunidad para demostrar de que madera estaba hecha. Me arreglé como pude mi ropa -no era técnicamente ropa arreglada pero iba a estar en las cocinas, después de todo, ¿no?-, pocas veces tenía la oportunidad de acudir a las casa de las personas de clase alta.
-Cuando usted quiera, podemos marchar. Por cierto, soy Vilhelm Larsen, su cocinero por esta noche, ¿y usted señorita? -y le tendí la mano, recordaba que era lo propio de Francia. En Dinamarca no se saludaba así, solamente los nobles, los cuales se podían permitir ser más cercanos entre ellos.
-Si usted está de acuerdo, entonces no me puedo negar -después miré a la chica con cara de súplica-. Entonces, tengo cinco horas para cocinar para... ¿Cuántos invitados ha dicho?
Después de su respuesta, me dirigí hacia la cocina, agarré mi delantal y le expliqué lo sucedido a mi compañero. Se asomó durante unos instantes para ver quien sería nuestra cliente y me dio un par de golpes en el hombro mientras bromeaba. Era un buen compañero después de todo. Yo le di fuerzas para que aguantara aquella noche, aunque ambos sabíamos que nuestro jefe tendría los suficientes contactos como para llegar a contratar a una persona durante una noche. Quizá algún familiar lejano suyo que necesitase unas monedas. Volví donde se encontraban el jefe y la chica y respiré hondo. Estaba cansado, necesitaba descansar, pero aquella era una buena oportunidad para demostrar de que madera estaba hecha. Me arreglé como pude mi ropa -no era técnicamente ropa arreglada pero iba a estar en las cocinas, después de todo, ¿no?-, pocas veces tenía la oportunidad de acudir a las casa de las personas de clase alta.
-Cuando usted quiera, podemos marchar. Por cierto, soy Vilhelm Larsen, su cocinero por esta noche, ¿y usted señorita? -y le tendí la mano, recordaba que era lo propio de Francia. En Dinamarca no se saludaba así, solamente los nobles, los cuales se podían permitir ser más cercanos entre ellos.
Vilhelm Larsen- Hechicero Clase Media
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Re: Interesada en el cocinero [Priv]
El joven era bastante amable, sobre todo por no reírse de las barbaridades que Marianne había hecho en la cocina de su tutor. Tenía una bonita mirada que, aunque no era demasiado atractivo a su parecer, le iluminaba mucho el rostro, haciéndolo ver mucho más jovial y risueño de lo que a primera vista pudiera observarse en un hombre como él; con unas ropas que indicaban que no era pobre, pero tampoco rico. Que le pagaban bien y disfrutaba con su trabajo, que comía saludablemente y eso le daba la satisfacción de estar a gusto con lo que tenía.
Su forma de ser, de hablar y su personalidad hicieron que Marianne sonriera, sintiéndose a gusto con él. Confiada, para poder entregarle uno de los días importantes de su vida, donde alguien le apoyaría para salir avante de esta pequeña incomodidad, es decir, el destruir la comida. Porque si su tutor le había dicho que necesitaba que todo fuera perfecto, debía ser así, nada más y nada menos. No fallaría, ni siquiera tendría un momento de duda y si el joven se sentía capaz de hacer cualquier cosa en la cocina, entonces ya llevaba las de ganar.
- Ocho personas, contando a mi tutor y a mí - dijo tranquila - once con Marcelo, Juan y usted... quiero que todos tengamos la misma comida, no debe haber una preferencia por encima de los demás - sonrió, su rostro se convertía en una hermosa faz y parecía brillar por sí misma cada vez que lo hacía, pero lo que más llamaba la atención en Marianne eran esos ojos enormes, preciosos, francos y llenos de vida, de felicidad y optimismo - ahora mismo nos vamos, sólo deje hablo con su jefe para ultimar detalles.
Se aseguraría de que el joven tuviera al otro día la gratificación que le correspondía del dinero que le daría al dueño y, sobre todo, de ser todo un éxito la velada, tendría trabajo a su lado. A veces la comida que las criadas de Sebastián hacían, no satisfacía del todo el gusto de Marianne. En ocasiones necesitaba algo más que simples platillos hogareños.
Mientras hablaba con el dueño, su cabello caía suavemente sobre su espalda, sujeto por algunas horquillas, pero creando ondas fantásticas que reflejaban la luz del sol. Su piel blanca, con algunas pecas en las mejillas, casi invisibles, de manos con dedos largos y curiosamente, en uno de los extremos de la misma, manchado de una sustancia oscura que el cocinero no pudo distinguir correctamente.
Vestía de una forma tal, que lucía el vestido y al mismo tiempo, lucía ella. Todo era parte de sí, como una segunda piel, desde los listones más claros anudados en las mangas, hasta el dobladillo de su falda, que estaba algo esponjosa y podían verse sus zapatos. Un diseño soberbio como coqueto. Cuyas cintas del cabello y listones, se enredaban en las hebras castañas hasta formar ciertas siluetas artísticas, que seguramente habrían tomado demasiado tiempo darles ese efecto.
- Vámonos pues - dijo a los pocos minutos de haberse separado de él, regresando a su lado, para tomarle del brazo, sin el menor pudor o quizá, sin darse cuenta realmente de lo que hacía. Inundando la nariz masculina en un hermoso aroma a jazmín mezclado con manzana y canela. Dulce, suave, embriagante a la vez, todo unido, junto, perfecto.
Verla de cerca, caminar con ella, era entrar en su mundo, donde ella no amoldaba su paso al masculino, si no todo lo contrario. Donde se le abría la puerta y sólo entonces, traspasaba el umbral. Donde se la llevaba de la mano hasta el carruaje y se le ayudaba a subir, para que una vez sentada, mirara hacia afuera. Donde se sentaba frente a ella y no a su lado.
- Cuénteme - rogó una vez instalados dentro del carruaje, empezando éste a dirigirse a su destino, entre calles empedradas, un sol delicioso y las risas de los niños, los gritos de los hombres y el olor a la ciudad, pero dentro, sólo había un olor: el de ella... - ¿Qué le hizo ser cocinero, habiendo tantos oficios en el mundo?
Su forma de ser, de hablar y su personalidad hicieron que Marianne sonriera, sintiéndose a gusto con él. Confiada, para poder entregarle uno de los días importantes de su vida, donde alguien le apoyaría para salir avante de esta pequeña incomodidad, es decir, el destruir la comida. Porque si su tutor le había dicho que necesitaba que todo fuera perfecto, debía ser así, nada más y nada menos. No fallaría, ni siquiera tendría un momento de duda y si el joven se sentía capaz de hacer cualquier cosa en la cocina, entonces ya llevaba las de ganar.
- Ocho personas, contando a mi tutor y a mí - dijo tranquila - once con Marcelo, Juan y usted... quiero que todos tengamos la misma comida, no debe haber una preferencia por encima de los demás - sonrió, su rostro se convertía en una hermosa faz y parecía brillar por sí misma cada vez que lo hacía, pero lo que más llamaba la atención en Marianne eran esos ojos enormes, preciosos, francos y llenos de vida, de felicidad y optimismo - ahora mismo nos vamos, sólo deje hablo con su jefe para ultimar detalles.
Se aseguraría de que el joven tuviera al otro día la gratificación que le correspondía del dinero que le daría al dueño y, sobre todo, de ser todo un éxito la velada, tendría trabajo a su lado. A veces la comida que las criadas de Sebastián hacían, no satisfacía del todo el gusto de Marianne. En ocasiones necesitaba algo más que simples platillos hogareños.
Mientras hablaba con el dueño, su cabello caía suavemente sobre su espalda, sujeto por algunas horquillas, pero creando ondas fantásticas que reflejaban la luz del sol. Su piel blanca, con algunas pecas en las mejillas, casi invisibles, de manos con dedos largos y curiosamente, en uno de los extremos de la misma, manchado de una sustancia oscura que el cocinero no pudo distinguir correctamente.
Vestía de una forma tal, que lucía el vestido y al mismo tiempo, lucía ella. Todo era parte de sí, como una segunda piel, desde los listones más claros anudados en las mangas, hasta el dobladillo de su falda, que estaba algo esponjosa y podían verse sus zapatos. Un diseño soberbio como coqueto. Cuyas cintas del cabello y listones, se enredaban en las hebras castañas hasta formar ciertas siluetas artísticas, que seguramente habrían tomado demasiado tiempo darles ese efecto.
- Vámonos pues - dijo a los pocos minutos de haberse separado de él, regresando a su lado, para tomarle del brazo, sin el menor pudor o quizá, sin darse cuenta realmente de lo que hacía. Inundando la nariz masculina en un hermoso aroma a jazmín mezclado con manzana y canela. Dulce, suave, embriagante a la vez, todo unido, junto, perfecto.
Verla de cerca, caminar con ella, era entrar en su mundo, donde ella no amoldaba su paso al masculino, si no todo lo contrario. Donde se le abría la puerta y sólo entonces, traspasaba el umbral. Donde se la llevaba de la mano hasta el carruaje y se le ayudaba a subir, para que una vez sentada, mirara hacia afuera. Donde se sentaba frente a ella y no a su lado.
- Cuénteme - rogó una vez instalados dentro del carruaje, empezando éste a dirigirse a su destino, entre calles empedradas, un sol delicioso y las risas de los niños, los gritos de los hombres y el olor a la ciudad, pero dentro, sólo había un olor: el de ella... - ¿Qué le hizo ser cocinero, habiendo tantos oficios en el mundo?
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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