Never gonna give up {Salamandra}

Uno, dos, tres, cuatro. Mis pasos quedaban amortiguados por la gravilla y el césped que cubrían el suelo que pisaba. El sonido de las telas al fregarse las unas con las otras era relajante, y también hubiera sido agradable si no fuera por el hecho de que sentía el corazón martilleándome de forma contínua y atronadora en los oídos. Había conseguido escapar de aquella fiesta por mera casualidad. Rodeada de tantos rostros desconocidos, teniendo que soportar el dolor de unos zapatos que me estaban matando lentamente y con aquella estúpida sonrisa tirante en la cara. Quería dejarlo todo atrás, los mayordomos, los guardias, mi hermano. Todo. En mi cabeza los pensamientos bullían como un mar enfurecido, como si de una olla a presión se tratara. Necesitaba alejarme de todo aquel bullicio que se había montado en la fiesta de aquella noche de la mansión McCarth. Sabía que nadie se daría cuenta de que me había ido hasta pasado un buen rato. Hasta que algún molesto pretendiente se diera cuenta de que la hija soltera de la rica familia había desaparecido.

Me importaba muy poco. Mis pasos eran rápidos y contundentes, quería correr, pero sabía que solo iba a terminar tropezando y cayendo por el suelo. Si arruinaba aquel vestido me encerrarían en casa durante al menos una semana. Sin libertad. Me ardían los pulmones, necesitaba aire y pese a estar en la calle todavía podía sentirme aprisionada, como si una enorme caja de cristal me siguiera a todos lados, impasible. Aire, por favor. Me detuve solo cuando estaba completamente segura de que nadie me había seguido de la fiesta para saber a dónde iba. Solo quería dejar de pensar, dejar todo de lado por una hora aunque fuera. Necesitaba sacarme de la cabeza todos aquellos pensamientos que no dejaban de rodar una y otra vez en un círculo vicioso. Sentía las piernas cansadas, no estaba acostumbrada a andar tanto, y menos siendo una aparante señorita de clase alta. La familia insistía en ir en coche a todas partes por que daba mejor imagen al público y a la sociedad. Yo lo encontraba una tontería.

Cuál fue la sorpresa a ver hasta dónde me habían llevado mis propios pies. Hacía tiempo que no pisaba aquella zona y menos sin compañía alguna. Siempre llevaba un par de guardias pegados a mis espaldas de una forma agobiante, solo para controlar que nadie se acercara más de la cuenta. Por mi podían irse todos al infierno y no volver nunca. Allí se respiraba un aire de... Felicidad. Sí, exacto. La gente se lo pasaba bien en el circo gitano, era un sitio alegre, que desprendía ya de por si un ambiente agradable para invitar a todas las personas que se acercaban a adentrarse entre las misteriosas carpas y los carromatos donde descansaban los gitanos. A veces desearía haber nacido en aquel sitio, ser una persona completamente despojada de títulos, herencias y todo lo que fuera que estaba arrastrando detrás y que ni siquiera conocía. De todo eso se ocupaban los hombres de la familia, mientras yo aparentemente debía dedicarme a buscar un esposo correcto y adinerado.

A aquellas horas de la noche la fiesta estaba en lo alto, culminando en el punto más alegre y animado. La gente paseaba por allí sin preocupaciones, riendo, cantando, algunos totalmente borrachos. Me aparté de un par de hombres que parecían a punto de caerse y que seguro que no durarían mucho más en pie. Reprimiendo una pequeña sonrisa, obligué a mis propios pies a avanzar, doloridos, por aquella zona que tan poco familiar se me hacía. Notaba como los pies estaban al rojo vivo, pues los zapatos de aquella noche eran como una máquina de tortura hecha personalmente para mi. Tuve la tentación de quitármelos y lanzarlos por ahí, pero después me tocaría volver descalza a casa y a nadie le haría gracia ver a la mujer más joven de la familia merodeando como una mendiga por las calles parisinas. Seguro que en aquel momento todos estaban tan ocupados lamiéndole el culo – y perdón por la expresión – a mi padre que ni se habían dado cuenta de mi ausencia. Mejor. No pensaba regresar hasta que el sol empezara a asomarse por el horizonte. Lo tenía decidido.

Abstraída como iba con mis pensamientos no me fijé por donde pisaba y noté algo – como una cuerda peluda – debajo de un pie. Me sobresalté cuando aquel gato al que le había pisado la cola sin querer dejó ir una especie de mezcla entre maullido y grito y salió corriendo.
— Perdón...— dije, mirando al suelo con tranquilidad, pero con los ojos como platillos. Me di la vuelta para ir a chocarme contra alguien. ¡Aquel día no era el mío! Todo estaba en mi contra, ¿qué había hecho para merecer aquello?— Ay, jolines. ¡Lo siento! Disculpe usted.

Las ganas de quitarme el vestido y quedarme con el camisón que llevaba debajo eran muy, muy tentadoras. Sin embargo sabía que si hacía eso todo el mundo se quedaría mirando, y no sería algo bueno, pues podían reconocerme fácilmente debida a la variopinta multitud que en aquel momento se paseaba por el circo gitano. Y sabía perfectamente que lo peor que podía suceder en aquel momento era que me pillaran, por que capaces eran de ponerme dos guardias que no se despegaran de mi espalda ni siquiera para dormir. Y tener a dos armarios mirando mientras una dormía no debía ser algo demasiado agradable, así que preferí dejármelo puesto. Sentía que me estaba ahogando, aquel corsé iba tan apretado que apenas podía respirar a duras penas y las faldas daban un calor espantoso. En aquella época tan calurosa había sido todo un error salir con un vestido de baile. Por Dios, si me chamuscaba allí en medio no sería ninguna sorpresa. Además de que las armas que llevaba bien escondidas se me clavaban cada dos por tres y tenía que irme moviendo para evitar que me produjeran una herida al final.

Aquel día estaba quejica, sí. Tenía derecho a quejarme de tanto en tanto, ¿verdad? No era una prisionera, aunque me habían dicho que hacer voto de silencio no sería algo malo de tanto en tanto. Resoplé ligeramente por lo bajo y después de aquel choque inesperado me encontré cara a cara con una... Gitana. Vaya. No había imaginado que fueran así. Nunca me habían presentado a una y siempre las pintaban como si fueran unas brujas, metafóricamente hablando, claro. Sin embargo aquella muchacha no parecía tener nada de bruja, ni siquiera tenía la típica verruga en la nariz. Me quedé observándola unos instantes, analizando la situación, como siempre hacía. Me gustaba estar segura de con quién hablaba antes de empezar a entablar cualquier tipo de conversación. Pero no parecía nadie peligroso. Al contrario, si se hubiera arreglado un poco más y llevara alguna joya de valor encima incluso podría pasar por una dama más de algún baile.

Terminé por sonreír ligeramente ante su pequeña inclinación de saludo. Como siempre me habían marcado los modales, me incliné ligeramente mientras me sujetaba las faldas para que no se arrastraran por el suelo, en una reverencia.
— Encantada, madame.— dijo, mientras se volvía a incorporar y se colocaba en su sitio un mechón de cabello que se había salido, rebelde.— No tiene que disculparse por nada, soy yo la que debería ir con más cuidado.— sonrió de nuevo, y entonces se acordó de que todavía no se había presentado a la joven muchacha, por lo que inclinó ligeramente la cabeza como gesto reverencial.— Señorita Mayra Anneliesse McCarth a su servicio.— se presentó, para después echar un vistazo a su alrededor.— ¿Es usted parte del circo gitano, por casualidad?— preguntó, con delicadeza. No quería que la muchacha se sintira incómoda o algo parecido.

Parecía bastante joven, a lo sumo tendría veintidós años. Me empecé a preguntar cosas sobre ella, aunque por supuesto no las iba a formular en voz alta, pues debía mantener unos modales y una postura si no quería dejar a mi familia en evidencia. Me apoyé ligeramente en una caja enorme que había allí para descansar mi peso, pues los pies me estaban gritando que ya no podían estar soportándome ni un solo segundo más. Y no quería derrumbarme. Era una mujer fuerte y decidida, no una damisela en apuros. No necesitaba a ningún príncipe a mi alrededor, quería ser alguien independiente que lograra grandes cosas en la vida. Pero... ¿Cómo lograr nada si no sabía ni por dónde empezar? Bueno, relacionarse con la gente de París a todos los niveles sociales podía ser el primer paso para ir hacia alguna parte. Sí, quizás.

— Se nota que hay buen ambiente aquí.— dijo, con voz animada. Realmente le había gustado ir a parar al circo gitano. Era el sitio perfecto para divertirse y pasar desapercibida a la vez.— Debe ser agradable vivir en esta zona, sin tantas... Tantas normas, tantos modales, y tantas cosas.— musitó, tan bajo que casi iba como un pensamiento para ella misma.