AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Autodestrucción - Joaquim
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Autodestrucción - Joaquim
La pared no había cambiado en toda la tarde. Miranda tampoco, jodiendo en mi mente constantemente, iba y venía, hablaba del egocentrismo en un monólogo que duraba horas, se iba nuevamente y regresaba para recordarme de nuestra insignificancia, para luego escapar como solía a mis propias entrañas. Para cuando finalmente la presión supera lo que podía soportar, mi quicio ya había destruido la cama de la pequeña habitación, mis manos rasguñadas como testigos de mis ataques de ira y odio. Ahora llegaba la ¿Autocompasión? O vamos Miranda, odias que te tengan lástima y te la tienes tu misma ¿Eres una hipócrita? Si y no ¿Dudas? No ¿Entonces? Tan solo déjame en paz por un rato ¿Si? Vale, pero volveré.
Mi mano se extiende a la botella de ron, leal acompañante en todo momento. Dejo que el líquido barra los restos secos de sangre en mi piel, sintiendo el ardor por el contacto de la carne viva con el alcohol. Mis ojos viajan a la ventana viendo que el sol estaba bajando. No era vampiresa, pero tenía mis propios horarios muy distintos a los tiempos reales. Un vestido corto, unos zapatos extraños, botas muy cortas. Vestía como me sentía, ajena, extraña para mi misma. Pero no implicaba que quedara mal. Realmente poco y nada me importaba. Quería cigarrillos, demasiados cigarrillos. El vicio autodestructivo era una competencia y no me detendría hasta la recta final.
El mercado no quedaba lejos, debía pasar por el circo para acortar camino. Lo conocía un poco, había vivido mis años en uno ¿Y qué era? La maldita muñeca viviente. Un cuerpo estúpidamente ridículo, siguiendo cánones cual muñeca de porcelana, un aspecto envidiable que me encargaba de destruir minuto a minuto, arruinado por excesos, enfermo por culpa de Miranda.
Termino de cruzar la carpa hasta encontrar un atado de cigarros en un puesto, lo tomo pagando a regañadientes. Sin meditarlo enciendo uno mientras mis pies me llevan a la parte posterior de la carpa rodeándola, junta al mercado. Lo llevo a mis labios y doy una calada mirando perdida a la nada, abstraída en mi mundo paralelo. Frente, ensayaban para el circo, detrás el bullicio del mercado. Dentro, Miranda me comía viva. Viva el canibalismo.
Mi mano se extiende a la botella de ron, leal acompañante en todo momento. Dejo que el líquido barra los restos secos de sangre en mi piel, sintiendo el ardor por el contacto de la carne viva con el alcohol. Mis ojos viajan a la ventana viendo que el sol estaba bajando. No era vampiresa, pero tenía mis propios horarios muy distintos a los tiempos reales. Un vestido corto, unos zapatos extraños, botas muy cortas. Vestía como me sentía, ajena, extraña para mi misma. Pero no implicaba que quedara mal. Realmente poco y nada me importaba. Quería cigarrillos, demasiados cigarrillos. El vicio autodestructivo era una competencia y no me detendría hasta la recta final.
El mercado no quedaba lejos, debía pasar por el circo para acortar camino. Lo conocía un poco, había vivido mis años en uno ¿Y qué era? La maldita muñeca viviente. Un cuerpo estúpidamente ridículo, siguiendo cánones cual muñeca de porcelana, un aspecto envidiable que me encargaba de destruir minuto a minuto, arruinado por excesos, enfermo por culpa de Miranda.
Termino de cruzar la carpa hasta encontrar un atado de cigarros en un puesto, lo tomo pagando a regañadientes. Sin meditarlo enciendo uno mientras mis pies me llevan a la parte posterior de la carpa rodeándola, junta al mercado. Lo llevo a mis labios y doy una calada mirando perdida a la nada, abstraída en mi mundo paralelo. Frente, ensayaban para el circo, detrás el bullicio del mercado. Dentro, Miranda me comía viva. Viva el canibalismo.
Miranda Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: Autodestrucción - Joaquim
Los payasos corren en círculos, provocando las risas del mago, que se las ingenia para hacer que su ayudante no muera mientras, supuestamente, la corta por la mitad. Los trapecistas van de un lado a otro, saltando por los aires y cogiéndose con fuerza de los antebrazos. Uno casi puede escuchar su respiración agitada.
Y, de pronto, una llamarada. Un tipo alto de pelo rizado mantiene la antorcha que contiene la llama inicial muy cerca. Es el artífice. Y sólo dura unos segundos, pero son los suficientes para crear esa aura mágica, para ponerle la guindilla a esa tarta sorpresa que es el circo.
Se llama Joaquim Santana y lleva más de una hora ensayando su nuevo número, uno en el que los trapecistas se han prestado a ayudarlo. Él, además, se ha vestido con las mejores galas que ha encontrado entre los trapos guardados en baúles del viejo director del circo: un chaleco de color rojo brillante y unos pantalones de cuero oscuros. Con eso y el bigote que luce se nota a la legua que es gitano.
Se escuchan unos aplausos procedentes de los payasos, y Joaquim se lleva la antorcha a la boca. Lentamente se mete la bola de fuego por la garganta, dejando pasmados a muchos de los presentes; uno nunca se acostumbra a ver tragar material incandescente. Además, Joaquim no es tenga nunca una explicación coherente para lo que es capaz de hacer. El simplemente lo atribuye a la magia y a la suerte.
Tras unos segundos de tensión, se saca la antorcha todavía encendida. De nuevo aplausos, y Santana hace una reverencia, divertido. Tira los palos de madera sobre la tierra para que los payasos los apaguen y se saca del bolsillo del chaleco un cigarro que ha liado antes de empezar a ensayar. Se agacha, acerca el pitillo a las antorchas y lo enciende. Después se lo lleva a los labios, da una larga calada y aspira profundamente. Y, mirando al suelo, se aleja del lugar donde ensayan, rumbo al mercado.
Pero, al salir, se sorprende. Una chica rubia los observa. Distingue un cigarro entre sus dedos, y no puede evitar esbozar una pequeña sonrisa. La muchacha se le antoja simpática a primera vista, y no piensa cuando se acerca a ella y hace un gesto con la cabeza, señalando al circo.
- Qué, ¿vendrás a vernos? -pregunta, una pequeña nube de humo saliendo de su boca junto a cada palabra.
Y, de pronto, una llamarada. Un tipo alto de pelo rizado mantiene la antorcha que contiene la llama inicial muy cerca. Es el artífice. Y sólo dura unos segundos, pero son los suficientes para crear esa aura mágica, para ponerle la guindilla a esa tarta sorpresa que es el circo.
Se llama Joaquim Santana y lleva más de una hora ensayando su nuevo número, uno en el que los trapecistas se han prestado a ayudarlo. Él, además, se ha vestido con las mejores galas que ha encontrado entre los trapos guardados en baúles del viejo director del circo: un chaleco de color rojo brillante y unos pantalones de cuero oscuros. Con eso y el bigote que luce se nota a la legua que es gitano.
Se escuchan unos aplausos procedentes de los payasos, y Joaquim se lleva la antorcha a la boca. Lentamente se mete la bola de fuego por la garganta, dejando pasmados a muchos de los presentes; uno nunca se acostumbra a ver tragar material incandescente. Además, Joaquim no es tenga nunca una explicación coherente para lo que es capaz de hacer. El simplemente lo atribuye a la magia y a la suerte.
Tras unos segundos de tensión, se saca la antorcha todavía encendida. De nuevo aplausos, y Santana hace una reverencia, divertido. Tira los palos de madera sobre la tierra para que los payasos los apaguen y se saca del bolsillo del chaleco un cigarro que ha liado antes de empezar a ensayar. Se agacha, acerca el pitillo a las antorchas y lo enciende. Después se lo lleva a los labios, da una larga calada y aspira profundamente. Y, mirando al suelo, se aleja del lugar donde ensayan, rumbo al mercado.
Pero, al salir, se sorprende. Una chica rubia los observa. Distingue un cigarro entre sus dedos, y no puede evitar esbozar una pequeña sonrisa. La muchacha se le antoja simpática a primera vista, y no piensa cuando se acerca a ella y hace un gesto con la cabeza, señalando al circo.
- Qué, ¿vendrás a vernos? -pregunta, una pequeña nube de humo saliendo de su boca junto a cada palabra.
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Re: Autodestrucción - Joaquim
Aplausos, fuegos, luces. Cada uno se engañaba a su manera. El truco era simple, pasabas de algo ordinario, una cerilla, a extraordinario, un tragafuegos, y vives engañado cuando en realidad todo es el mismo fuego. Cambia la forma, eso es magia. La nicotina ansiosa recorre mis venas una y otra vez pasando a mis pulmones, negros a esta altura muy posiblemente. El sol continúa poniéndose a mi espalda al mismo paso que las hebras del cigarro se consumen junto al papel que lo envuelven.
¿Qué buscaba ahí? Nada, ni siquiera podía justificarlo como masoquista. No me importaba mi familia, realmente. Nunca la consideré como tal cuando ellos dejaron de hacerlo conmigo desde los tres años. Por eso siempre te tuve a ti querida o detestable Miranda. Apenas me entero de lo que pasa, podían haber acabado o no, parecería que si por la falta de gente alrededor del número principal. Podía haber más gente por los alrededores, pero eran carpas, solo eran cosas en mi camino y lo único que teníamos que hacer era esquivarlas hasta llegar a saciar el maldito vicio del tabaco que tanto anhelábamos.
En medio de mi mente una voz irrumpe junto con un redoble del gusto del tabaco en el aire. Mis ojos ausentes tras unos minutos enfocan a quien mierda se había animado a acercarse. Los gitanos eran sociables entre ellos, una especie de secta donde su sangre era la tuya, se defendían, vivían felices y morían. ¿Los envidias? No, claro que no. ¿Entonces? Solo miro la vida que hubiera tenido sino te tuviera…Melancólica aburrida, ponte ebria por mi propio bien.
Era un gitano alto, con marcas en la piel. Qué mas daba, marcas de vida teníamos todos, los ojos de Miranda, mis ojos completamente idos y no por la droga, todavía la tenía en el cajón, vuelven a ver la nada. Imponían miedo por no saber a que mierda te enfrentabas, ni yo lo sabía por eso odiaba mi reflejo. No me encontraba ni tampoco lo quería.
-¿Para qué? Todos viven en su propio circo.
Murmuro con tono monótono, ronco, dando otra calada al cigarrillo mirando al frente, algo ida.
-¿Vendrás a joderme?
Directa, no nos importaba lastimar pero tampoco era la idea, tan solo era falta de pudor e importancia. Mi voz no era alzada ni sarcástica, era ausente, tanto que la seriedad te hacia pensar hasta llegar a la conclusión de que no había amenaza. Ambigua. Sigo viendo al frente dejando escapar el humo por las rendijas de la nariz. Lo vuelvo a enfocar finalmente.
¿Qué buscaba ahí? Nada, ni siquiera podía justificarlo como masoquista. No me importaba mi familia, realmente. Nunca la consideré como tal cuando ellos dejaron de hacerlo conmigo desde los tres años. Por eso siempre te tuve a ti querida o detestable Miranda. Apenas me entero de lo que pasa, podían haber acabado o no, parecería que si por la falta de gente alrededor del número principal. Podía haber más gente por los alrededores, pero eran carpas, solo eran cosas en mi camino y lo único que teníamos que hacer era esquivarlas hasta llegar a saciar el maldito vicio del tabaco que tanto anhelábamos.
En medio de mi mente una voz irrumpe junto con un redoble del gusto del tabaco en el aire. Mis ojos ausentes tras unos minutos enfocan a quien mierda se había animado a acercarse. Los gitanos eran sociables entre ellos, una especie de secta donde su sangre era la tuya, se defendían, vivían felices y morían. ¿Los envidias? No, claro que no. ¿Entonces? Solo miro la vida que hubiera tenido sino te tuviera…Melancólica aburrida, ponte ebria por mi propio bien.
Era un gitano alto, con marcas en la piel. Qué mas daba, marcas de vida teníamos todos, los ojos de Miranda, mis ojos completamente idos y no por la droga, todavía la tenía en el cajón, vuelven a ver la nada. Imponían miedo por no saber a que mierda te enfrentabas, ni yo lo sabía por eso odiaba mi reflejo. No me encontraba ni tampoco lo quería.
-¿Para qué? Todos viven en su propio circo.
Murmuro con tono monótono, ronco, dando otra calada al cigarrillo mirando al frente, algo ida.
-¿Vendrás a joderme?
Directa, no nos importaba lastimar pero tampoco era la idea, tan solo era falta de pudor e importancia. Mi voz no era alzada ni sarcástica, era ausente, tanto que la seriedad te hacia pensar hasta llegar a la conclusión de que no había amenaza. Ambigua. Sigo viendo al frente dejando escapar el humo por las rendijas de la nariz. Lo vuelvo a enfocar finalmente.
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Re: Autodestrucción - Joaquim
Las primeras impresiones siempre engañar, y Joaquim lo descubre con la extraña rubia. El aura de misticismo se acrecenta, sí, pero la antipatía con la que ha contestado al gitano no consigue más que hacerle sombra. Pero Santana, a pesar de ser un tanto machista (o bastante; todo depende de la persona), se ha criado entre mujeres fuertes y con carácter que, a pesar de no darle esas contestaciones, suelen responderle de la misma mala manera. Cambian las palabras, pero no el tono.
- Joderme, dice... -repite, más para si mismo que para la rubia. No sabe si interpretar esas palabras con un tinte un tanto sexual o simplemente como si va a seguir molestándola. Los significados de las palabras en francés nunca se le han dado muy bien, por mucho que su pronunciación sea francamente inmejorable- Rubia -hace una pausa para darle una calada al cigarro-, si necesitas compañía sólo tienes que decírmelo.
Le guiña un ojo. Y Miranda seguramente nunca sabrá si lo dice en serio o tan solo bromea, porque su tono socarrón da sin duda lugar a una total ambigüedad.
Vuelve a llevarse el pitillo a los labios, y le da otra calada.
- Joderme, dice... -repite, más para si mismo que para la rubia. No sabe si interpretar esas palabras con un tinte un tanto sexual o simplemente como si va a seguir molestándola. Los significados de las palabras en francés nunca se le han dado muy bien, por mucho que su pronunciación sea francamente inmejorable- Rubia -hace una pausa para darle una calada al cigarro-, si necesitas compañía sólo tienes que decírmelo.
Le guiña un ojo. Y Miranda seguramente nunca sabrá si lo dice en serio o tan solo bromea, porque su tono socarrón da sin duda lugar a una total ambigüedad.
Vuelve a llevarse el pitillo a los labios, y le da otra calada.
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Re: Autodestrucción - Joaquim
-¿Esperarás aquí de pie?
Vuelvo a ver al frente con las ansias por la nicotina recorriendo mis venas, acrecentando aquel deseo. Mi mano lleva el pistillo a mis labios para darle una calada quizá demasiado fuerte para una dama, pero ¿Acaso lo era? Por fuera era angelical, por dentro realmente no lo sabía ni importaba en aquel momento. El olor del aire se entremezclaba entre el humo del fuego y el líquido del gitano con el tabaco del cual ambos dábamos uso.
El sol se seguía poniendo, y mis ojos no lo apuntan, siguen ausentes hacia el frente, desencajando cualquier impedimento, no era bruja con la mirada, pero no necesitaba serlo para ir más allá de todos, realmente de nadie. ¿Qué miras, Miranda? Nada, nunca miramos nada ¿Qué, quiéres preguntar por tu mamá? No, deja las bromas a otro. No jodas ahora y disfruta del cigarrillo. Vale, pero los otros me gustaban más.
Dejo escapar el humo de mis pulmones formando un anillo en el aire, perfectamente redondo con un humo blanco que sale por entre mis labios carmesíes entrabiertos. Solían salirme mejores, no lo miro mientras termina por morir en la nada. Entonces recuerdo su palabra..Rubia...Estúpido ¿Qué mierda me dices rubia? Tranquila, no vale la pena. Lo sé, tan solo es uno más.
La calma volvía a mi al igual que mi respiración nunca denota agitación.
-¿Mi turno? Cabrón e impotente.
Mi voz fue clara, el me veía como alguien rubia, lo obvio. Podía ser una tintura, tendría que demostrarlo y él estaría equivocado. Para mi él era impotente ¿Una ofensiva? No, un punto de vista. Prefería la sorpresa a la decepción aunque nunca me importaba demasiado el otro como para dejar demostrármelo. ¿Nuestro tono? Indiferente. Doy la última calada, ansiosa por prender el siguiente, no tardo en sacar dos, uno detrás de mi oreja cual carpintero y el otro contiguo al primero entre mis dedos, pero sin ganas de fumarlo ahora partiéndolo entre mis yemas para dejar caer ambas mitades. Ambigüa y contradictoria.
Vuelvo a ver al frente con las ansias por la nicotina recorriendo mis venas, acrecentando aquel deseo. Mi mano lleva el pistillo a mis labios para darle una calada quizá demasiado fuerte para una dama, pero ¿Acaso lo era? Por fuera era angelical, por dentro realmente no lo sabía ni importaba en aquel momento. El olor del aire se entremezclaba entre el humo del fuego y el líquido del gitano con el tabaco del cual ambos dábamos uso.
El sol se seguía poniendo, y mis ojos no lo apuntan, siguen ausentes hacia el frente, desencajando cualquier impedimento, no era bruja con la mirada, pero no necesitaba serlo para ir más allá de todos, realmente de nadie. ¿Qué miras, Miranda? Nada, nunca miramos nada ¿Qué, quiéres preguntar por tu mamá? No, deja las bromas a otro. No jodas ahora y disfruta del cigarrillo. Vale, pero los otros me gustaban más.
Dejo escapar el humo de mis pulmones formando un anillo en el aire, perfectamente redondo con un humo blanco que sale por entre mis labios carmesíes entrabiertos. Solían salirme mejores, no lo miro mientras termina por morir en la nada. Entonces recuerdo su palabra..Rubia...Estúpido ¿Qué mierda me dices rubia? Tranquila, no vale la pena. Lo sé, tan solo es uno más.
La calma volvía a mi al igual que mi respiración nunca denota agitación.
-¿Mi turno? Cabrón e impotente.
Mi voz fue clara, el me veía como alguien rubia, lo obvio. Podía ser una tintura, tendría que demostrarlo y él estaría equivocado. Para mi él era impotente ¿Una ofensiva? No, un punto de vista. Prefería la sorpresa a la decepción aunque nunca me importaba demasiado el otro como para dejar demostrármelo. ¿Nuestro tono? Indiferente. Doy la última calada, ansiosa por prender el siguiente, no tardo en sacar dos, uno detrás de mi oreja cual carpintero y el otro contiguo al primero entre mis dedos, pero sin ganas de fumarlo ahora partiéndolo entre mis yemas para dejar caer ambas mitades. Ambigüa y contradictoria.
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Re: Autodestrucción - Joaquim
El pequeño círculo hecho de humo que sale de la boca de la mujer es sólo un preludio a sus insultos. Palabras que Joaquim, por mucho temple que aparente tener, no piensa tolerar. ¿Qué se cree aquella chiquilla insolente? ¿Una rubia idiota llamándolo cabrón e impotente?
Suelta un bufido que roza el hastio. Sólo hay una cosa que soporta menos que quién no sabe cual es su lugar: las mujeres que no saben cerrar la boca. Es un machista consumado, un hombre que se ha criado para creer que lo único que deben hacer las mujeres es preparar la comida, limpiar y criar a los hijos. Tres cosas fáciles que no incluyen el ir por ahí sola o faltarle el respeto a alguien como Joaquim.
El gitano chasquea la lengua y apura el cigarro. Tras la última calada lo tira al suelo, pisándolo con el fin de apagarlo. Cualquiera diría que busca las palabras adecuadas con las que contestar acertadamente a la que se ha convertido en su nuevo foco de trato hostil, pero en realidad intenta controlarse. No quiere montar un espectáculo pegándole en la cara a una desconocida, y menos cuando podría tener marido. Cualquier cosa es mejor que tener que darle explicaciones a un blanco con el suficiente dinero como para mirar por encima del hombro.
Termina negando con la cabeza en un principio, con la vista gacha. Después hace que sus miradas se encuentren, él con un brillo peligroso en los ojos. Es fácil de provocar; la muchacha acaba de descubrirlo.
- No sigas por ese camino, rubia –advierte. El tono, aún así, es amenazante-. Te estás buscando problemas.
Suelta un bufido que roza el hastio. Sólo hay una cosa que soporta menos que quién no sabe cual es su lugar: las mujeres que no saben cerrar la boca. Es un machista consumado, un hombre que se ha criado para creer que lo único que deben hacer las mujeres es preparar la comida, limpiar y criar a los hijos. Tres cosas fáciles que no incluyen el ir por ahí sola o faltarle el respeto a alguien como Joaquim.
El gitano chasquea la lengua y apura el cigarro. Tras la última calada lo tira al suelo, pisándolo con el fin de apagarlo. Cualquiera diría que busca las palabras adecuadas con las que contestar acertadamente a la que se ha convertido en su nuevo foco de trato hostil, pero en realidad intenta controlarse. No quiere montar un espectáculo pegándole en la cara a una desconocida, y menos cuando podría tener marido. Cualquier cosa es mejor que tener que darle explicaciones a un blanco con el suficiente dinero como para mirar por encima del hombro.
Termina negando con la cabeza en un principio, con la vista gacha. Después hace que sus miradas se encuentren, él con un brillo peligroso en los ojos. Es fácil de provocar; la muchacha acaba de descubrirlo.
- No sigas por ese camino, rubia –advierte. El tono, aún así, es amenazante-. Te estás buscando problemas.
Invitado- Invitado
Re: Autodestrucción - Joaquim
-Te falta mucho para ser mi problema.
Miranda y yo mirábamos al frente, los gitanos estaba guardando los instrumentos preparados para comenzar a cocinar aquellas cenas comunitarias. La última vez que había almorzado con alguien más había sido en el cementerio y el comensal era un vampiro disfrutando de un jardinero y yo solo me dedicaba a mirar, sentada en una lápida sin detenerlo, solamente como mera espectadora. Cada uno tenía sus hábitos y poco me importaban como para buscarles el morbo o la negación.
La brisa aumentaba moviendo mi salvaje cabello el cual no me molesto en atar, danzando en reflejos dorados despejando un rostro tallado en granito algo enfermizo, para nada cuidado, pero no por ello menos cautivante. Madre rusa ¿Qué mierda quería, controlar la genética? Suficiente con que el alcohol me controlaba, no tenía ganas ni entusiasmo en explorar nuevas fronteras en estos momentos. El gitano había acabado con su cigarro por lo que olor a quemado había ido disminuyendo en el corto ambiente, algo hostil que se había creado entre ambos. ¿Hostil? No, nada de eso. No llegaba a ser hostil por la misma razón que no sería amistoso y punto.
Pero el aire del gitano tenía ansias por imponerse y demostrar que tan rudo podía ser, y no teníamos tiempo ni ganas de demostrarnos como devotas sirvientas ni mucho menos. Mi sonrisa se vuelve algo torcida, ausente. Ignoro su rubia, no nos íbamos a molestar por eso. Mi peso se apoya apenas contra una de las sogas que sostenía aquella carpa de color escarlata.
-¿Tan fácil te provocas?
Un tono monótono e indiferente. No había rastro alguno de burla ni mucho menos arrogancia, lo cual era lo más desconcertante que podía ocurrir. Mis ojos azules se clavan en él a la espera de la respuesta aunque la curiosidad era el último de los motores. Mis palabras eran más en tono de respuesta. ¿Y si la sabía para qué lo preguntaba? Simple, no me iba a pasar por encima. Sabía su punto.
Miranda y yo mirábamos al frente, los gitanos estaba guardando los instrumentos preparados para comenzar a cocinar aquellas cenas comunitarias. La última vez que había almorzado con alguien más había sido en el cementerio y el comensal era un vampiro disfrutando de un jardinero y yo solo me dedicaba a mirar, sentada en una lápida sin detenerlo, solamente como mera espectadora. Cada uno tenía sus hábitos y poco me importaban como para buscarles el morbo o la negación.
La brisa aumentaba moviendo mi salvaje cabello el cual no me molesto en atar, danzando en reflejos dorados despejando un rostro tallado en granito algo enfermizo, para nada cuidado, pero no por ello menos cautivante. Madre rusa ¿Qué mierda quería, controlar la genética? Suficiente con que el alcohol me controlaba, no tenía ganas ni entusiasmo en explorar nuevas fronteras en estos momentos. El gitano había acabado con su cigarro por lo que olor a quemado había ido disminuyendo en el corto ambiente, algo hostil que se había creado entre ambos. ¿Hostil? No, nada de eso. No llegaba a ser hostil por la misma razón que no sería amistoso y punto.
Pero el aire del gitano tenía ansias por imponerse y demostrar que tan rudo podía ser, y no teníamos tiempo ni ganas de demostrarnos como devotas sirvientas ni mucho menos. Mi sonrisa se vuelve algo torcida, ausente. Ignoro su rubia, no nos íbamos a molestar por eso. Mi peso se apoya apenas contra una de las sogas que sostenía aquella carpa de color escarlata.
-¿Tan fácil te provocas?
Un tono monótono e indiferente. No había rastro alguno de burla ni mucho menos arrogancia, lo cual era lo más desconcertante que podía ocurrir. Mis ojos azules se clavan en él a la espera de la respuesta aunque la curiosidad era el último de los motores. Mis palabras eran más en tono de respuesta. ¿Y si la sabía para qué lo preguntaba? Simple, no me iba a pasar por encima. Sabía su punto.
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