Baile de Máscaras (Breccio)

La ciudad de París había recibido a su nueva integrante con brazos abiertos hacía apenas un par de meses. Eso de nueva no podía ser menos cierto, ya que me había pasado un largo período de mi vida en aquella ciudad, pero aún así la última vez que había podido disfrutar de aquel ambiente de suprema elegancia que la ciudad de París desprendía no había sido totalmente yo, o al menos no como lo era ahora. Superada la muerte de mi maestro en España, hacía ya tanto tiempo o al menos a mí, longeva como era, así me lo parecía, mi único vehículo de huida había sido acudir a los lujos de la corte de Francia para simplemente olvidar. Pero el olvido no entra dentro de la naturaleza de los inmortales, eso debería haberlo sabido, y fue necesaria la caída de la monarquía y un nuevo viaje a Inglaterra para darme cuenta de una vez por todas de aquel pequeño y nimio detalle. Mi vuelta había sido por todo lo alto, o al menos así me había encargado yo de que fuera. Identificada como una noble de la Corona Inglesa, todo lo necesario para mi nueva inserción en la nobleza había sido logrado en un abrir y cerrar de ojos, y ya había tenido la oportunidad de haber vivido un par de eventos sociales que tanto disfrutaba. Nadie ponía reparos porque sólo se me viera por la noche, dado que cuando se tiene dinero, se dejan de lado todas las razones lógicas y se pasa a escuchar su canto de sirena, ignorando el resto. Y mucho mejor que nos iba a todos sin que se supiera mi naturaleza vampírica.

Desperté aquel día o bueno, mejor aquella noche, con un hambre ligeramente superior a la habitual. Lo normal era que con los años ese ansia descendiera, pero ni siquiera con más de un milenio de antigüedad me sucedía, o al menos no tan rápidamente como debiera. La cuestión era que, dado lo aprendido con los años, lo mejor iba a ser pasarme por los barrios bajos y encargarme de beber la sangre de algún humano que nadie fuera a echar de menos. Así se evitaban conflictos, aunque la sangre no fuera tan deliciosa como sería la de alguien con una alimentación decente. Lo que había que hacer para sobrevivir. Salí de mi residencia embutida en una capa oscura para ocultar mi identidad, y en cuanto tuve a un hombre de mediana edad bajo mi hechizo, me ocupé de mi prioridad: la sed. Una vez saciada pude volver a mi hogar, o al menos al lugar donde me había encargado de establecerlo, y vestirme adecuadamente para acudir al baile de máscaras que se celebraba aquella noche en Palacio.

Un suave antifaz negro con filigranas de plata cubría mi rostro, sobresaliendo en mi antinatural palidez y haciendo destacar mis ojos azules en medio de mi rostro de muñeca de porcelana. El vestido era del mismo tono azul que mis ojos, con bordados en negro y también en plata, y era sencillo teniendo en cuenta lo que había a mi alrededor. Mis mejillas estaban un poco sonrosadas por mi reciente banquete, pero el color pronto desaparecería de ellas, en cuanto el hambre volviera a aparecer. Mi cabello estaba recogido en un artificioso moño del que los rizos salían a sus anchas, incontenibles. La gente a mi alrededor hablaba en pequeños grupos en el lujo del salón del Palais Royal, con mármoles y estucos de colores decorando la hermosa sala, y yo permanecía al margen, manteniendo una conversación insulsa con una chica igual de insulsa. Lady Waker, o algo así, ni recordaba su nombre. Esperaba que algo me hiciera salir de mi aburrimiento y pronto, porque de lo contrario tendría que abandonar la fiesta y buscarme algún otro entretenimiento.

La conversación con aquella dama anodina, que lo único interesante que tenía que contarme era lo increíblemente hermoso que estaba el cielo, cuajado de estrellas y con la luna llena brillando en lo alto cual estrella tintineante (como si aquel detalle no fuera obvio para cualquiera con un par de ojos en la cara) o la calidad de los vestidos que llevaban todas las damas que se encontraban a nuestro alrededor, de nuevo un detalle obvio que no pasaría inadvertido para nadie por las intenciones de exhibirse que todas aquellas personas poseían, era un auténtico aburrimiento. Sus mentes estaban tan encorsetadas como estos incómodos vestidos que la sociedad consideraba que eran los adecuados para nosotras, y para no desentonat había que responder con palabras igual de huecas y sonrisas vacías que ocultaban lo poco o nada que la conversación interesaba.

Cosas como esas eran las que me hacían replantearme causar un pequeño baño de sangre en aquel lugar, para que al menos si tenía que aguantar la tortura de los convencionalismos sociales no me tocara aburrime demasiado. En cómo reventarle la yugular sin que se notara demasiado a la mujer que tenía enfrente de mí andaba pensando cuando un golpe, más fuerte de lo que habría sido normal en una persona, me hizo girar la cabeza. El brazo de un hombre agarrando mi hombro con suavidad inusitada, totalmente impropia de cualquier hombre normal pero no exenta de firmeza, también fue algo que me hizo ignorar a la mujer, que se había quedado anonadada. No era para menos, ya que su rostro, aún cubierto por aquella máscara, resplandecía bajo la tenue luz del salón.

Dos ojos oscuros y profundos me miraban mientras mis ojos se clavaban en él, advirtiendo, junto a los otros miles de detalles que había percibido antes de manera casi intuitiva, que su piel era de una tonalidad casi tan pálida como la mía. Ni la copa de vino, que siglos hacía que había aprendido que podía beberlo junto a la sangre, me distraía de lo obvio: como yo, era un vampiro. Su tono de voz al preguntarme si estaba bien no se alejó ningún momento de la educación tan propia de la gente de nuestra posición social, y me hizo asentir, con una sonrisa educada que ocultaba que, en el fondo, me había interesado. - Perfectamente, monsieur, muchas gracias por el interés. - contesté. - ¿A quién debo el honor de haberme librado de una conversación insulsa sobre temas insulsos? - inquirí, enarcando una ceja levemente para conocer su nombre.