La presa perfecta (Luther Sigismund)

(Leer mientras se escucha esto ;D Heaven is my home. )

Olía a hojarasca otoñal, marchita. Silencio mortal. El viento estaba inmóvil, y la noche especialmente oscura, sin luna. Las estrellas eran los únicos faros de las tinieblas, que tenían el valor de brillar en el cielo despejado y apenas se asomaban entre las hojas de los árboles. Las criaturas de la espesura estaban preparándose, en sus madrigueras, para el siguiente día. Se escuchaban los grillos y el eco del bosque a las lejanías, pero no importaba que tan lejos caminases, por que los susurros simplemente se escondían. En ese lugar, no podrías escapar de la soledad que te envolvía.

Olía levemente a sangre. Murmullos ininteligibles. Animales nocturnos. Alguien jadeaba, en medio del bosque. Seguramente sería un ánima perdida en el terror de los caminos sin sentido. No había oportunidad que ningún ser, mortal o infernal, estuviera ahí esa noche. Ni Dios ni demonio que turbara esa paz mortuoria. Si eras un solitario, amante de la nada, ese sería un lugar ideal. Su hubieses estado ahí, adjudicarías esos ruidos a nada, y esos olores a tu mórbida imaginación. Si claro... a tu mórbida imaginación.

Olía a sangre. Cantos, pasos y llantos desesperados, acercándose. Eran pies ligeros, los que recorrían las hojas caídas, abriéndose paso, urgentemente... insistentemente. Fue hasta que ella apareció, entre troncos fuertes y torcidos, que el firmamento descifró que era lo que era lo que pasaba.

Su cabello, como el río Rhin lleno de oro, fluía sobre sus hombros. Ya no había rastros de su chongo, ni de su tranquilidad. Era víctima del pánico, y del dolor; un dolor que nunca había imaginado. Su vestido, que era de colores verduscos y poco favorecedores, hacía que las esmeraldas de sus ojos resaltaran sobre la palidez de su semblante; pero su corset estaba manchado de rojo sangre, así como su rostro por el velo del llanto.

- À .... la claire.... fontaine... - Canturreó mientras se tiraba a las raíces de un árbol, viejo y enorme. - M'en allant... promener... - Perlas de su fragante sudor recorría su frente... - J'ai... trouvé l'eau si... belle - Resbalaban por su cuello... - Que je... m'y suis baigné... - Y se perdían entre sus pechos, bajo la tela.

Descubrió su brazo, tembloroso, y miró su herida, que no paraba de sangrar. Pobre criatura torpe y estúpida. Cubrió la mordida con su mano, ocultándola de su mirada, que levantaba, implorando al cielo. El olor de su sangre se mezclaba con el de las flores moribundas a su alrededor.

- Sous les feuilles... d'un chê...ne - Cantó entrecortadamente... - Je me suis fait... sécher - Cerró sus ojos, y sus lágrimas no tuvieron más opción que brotar, como su trémula voz... - Sur la plus haute branche, un rossignol... chantait... - Y como el ruiseñor, ella cantó para arrullarse, encontrar la paz que le arrancaron de un mordisco. Ahora que se había adentrado tanto al bosque, no sabía en donde estaba. Miraba a su alrededor, nerviosa, víctima del miedo. Dio un sobresalto, cuando los encontró. Tragó saliva, y decidió quedarse completamente inmóvil, tal vez así no la notarían, pero ya la miraban fijamente a los ojos. "Que estupidez..." Pensó... "Apestas a sangre..." Tomó valor, y se levantó, entre tropezones, corriendo lo más rápido que su debilidad le permitía. De las sombras, entre los árboles, saltaron un par de lobos grises, bolas de pelo, tierra y dientes que la olfateaban, cazando el olor que de ella emanaba. Se había metido a sus territorios y eso no se lo perdonarían. Lisa no llegó muy lejos, pues ya había perdido bastante sangre... y coraje, dejando un largo rastro sobre de la tierra. Cuando cayó, sabía que no se quería dar por vencida. Sería suicidio, sería un pecado. Se giró, sobre el suelo, para enfrentar a un lobo, que iba a morder directamente su garganta, pero se cubrió con sus brazos, como la niña espantada que era, ganándose otra mordida, no muy lejos de la primera.

Su respiración agitada inflamaba su pecho, como si buscara escaparse de su corset. Ahogó su grito, tenía que ser valiente, para convencerse a su misma que saldría de ésta. Mientras la bestia la asía del brazo, ella enterró el pulgar de su brazo libre en su ojo. Lo hizo chillar y retroceder; ella miró, mientras se intentaba poner de pie, cómo el lobo recorría su cara con la pata una y otra vez.

Pero pronto fue a dar al suelo de nuevo, con un golpe seco. El otro can la jalaba furioso de su falda, abriendo un surco sobre la tela. Metió la cabeza, como un violador desesperado, y rasgó su media y abrió su piel, como lo haría un amante celoso. No dejaría ir esa pantorrilla blanca de entre sus fauces. Por más que ella pateó, no la soltó, y mientras tanto, el otro regresó, a morder su ya mal herido brazo; si no se soltaba, ella sabía que se lo rompería. Cada uno la jalaba, haciendo que su cuerpo tuviera que estirarse cruelmente, tratando de aminorar el ardor de su piel.

Era encantador como esa niña luchaba por su vida. Pateaba, rasguñaba y gruñía, en esa encarnecida batalla, y no parecía más que un ángel desterrado y olvidado.

Pero se estaba dando por vencida. Cuando ya no aguantó más, su agudo grito desgarró el silencio del bosque, y partió en mil pedazos esa soledad. Representaba la desesperación y el dolor en su más pura expresión.