La libertad animal [Libre]

por **Kaleb S. Heatherton** Miér Oct 12, 2011 10:23 am

La noche había caído sobre las estrechas calles parisinas, rodeándolo todo con su halo oscuro de misterio y temor. Tras cada callejón, parecía esconderse una espesa sombra acechante que buscaba el modo de abalanzarse sobre su víctima y devorarla por completo. La mayoría de los ciudadanos se encontraban ya recogidos en sus hogares, cenando o pasando un tiempo con su querida familia. Kaleb no tenía nada de eso. No poseía un hogar fijo al que acudir todas las noches, y mucho menos tenía una familia que lo adoraba y lo esperaba con los brazos abiertos entre las cuatro paredes que conformaban una casa. Normalmente, él no anhelaba una vida como esa, una vida que no había llegado a conocer... pero en esa velada se sentía melancólico, y tan perdido como un huérfano en el día de Navidad. Se encontraba en forma de gato blanco, caminando sobre el adoquinado de las aceras y buscando un lugar en el cual pasar lo que restaba de noche. No hacía frío, pero una fresca brisa hacía que la idea de dormir a la intemperie no fuese precisamente bien recibida por el cambiaformas, que si bien no tenía muchos bienes materiales, si contaba con el dinero necesario para costearse una posada o un hostal.

En su caminar, se topó con varias casas enormes, cuyas luces estaban encendidas. Se escuchaban risas, en algunos casos incluso música procedente del interior. Todas esas personas que se refugiaban tras moradas de cemento y ladrillo eran felices, contaban con el apoyo de sus amigos y familiares, y pasaban buenos ratos. Él ya no recordaba lo que era reír o disfrutar de un tiempo ajeno con gente que verdaderamente le interesase o importase un mínimo. Desesperado por alejarse de esa alegría que él no sentía, apresuró su paso y se metió a través de la primera calleja que se abrió ante sus ojos. La negrura lo rodeó. No había ninguna farola que le indicase el camino a seguir, e incluso con sus agudos ojos de gato... la oscuridad le parecía demasiado espesa como para seguir su camino sin dificultad. Escuchaba los maullidos de otros gatos, el ir y venir de las ratas sobre el suelo... Algunos ronquidos le indicaban que un pobre indigente había tomado ese oscuro callejón como su morada o su habitación por una noche. El hedor era inaguantable, lo cual era un indicio inconfundible de que cerca habría algún contenedor de basura... o varios incluso.

Con la misma presura con que se había adentrado en ese infierno, salió corriendo de él... sin percatarse de que en su camino, se había cruzado una oscura silueta con la cual chocó... Gato torpe.

por **Edgar Dagson** Miér Oct 12, 2011 11:06 am

¡Oh, diablos! Los Morel me regañarían, de eso estaba segura. ¿Cómo pude entretenerme tanto? No volverían a dejarme aquél margen de libertad para visitar a Yui y ahora me maldecía una y otra vez. Pero… ¡qué rápido pasa el tiempo cuando se está en buena compañía!

Salí de casa de mi amiga nipona cuando la noche ya había conquistado el firmamento y ganado el pulso al astro rey. Ella me indicó un atajo, pues a penas salía de casa y mucho menos sola, sin el mayordomo que solía acompañarme hasta que cayó enfermo hace unos días. Asentí y me despedí con una sonrisa, arremangando mi falda color fucsia para que me permitiera correr con mayor velocidad, sin temor a tropezar y caer.

Las calles restaban profundamente dormidas bajo el manto de aquella noche azabache, cuya luna luchaba contra las molestas nubes que la acechaban continuamente, intentado ocultar su hermosa luz que guiaba mis pasos sigilosos. Estaba tan sumida en la idea de que el tiempo se escurría entre mis dedos y en que la luna ya sonreía maquiavélicamente a sabiendas del castigo que mis amos me pondrían, que no me percaté por dónde caminaba, perdiéndome por un laberinto de callejuelas solitarias y de nauseabundo olor. Di media vuelta y empecé a correr, buscando por tdas direcciones algo que me guiara hacia la mansión de los Morel, tropezando entonces con algo pequeño. Me detuve en seco, bajé mis faldas y agaché la mirada, buscando el origen de aquél tropezón que casi me hace desestabilizar. Entonces parpadeé, sorprendida de encontrar un hermoso gato blanco en aquél paraje solitario. Sonreí dulcemente y tomé entre mis brazos aquél animal, rascándole tras su oreja y acomodándolo en mi pecho.

- ¿También te has perdido, gatito?- murmuré riendo, escrutando las facciones del felino con curiosidad y cierta nostalgia, pues hacía años que no veía uno de esos animales que tanto adoraba. Al fin y al cabo, los Morel no permitían animales en casa.

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