Athénaïs du Bellière

por **Athénaïs du Bellière** Lun Oct 17, 2011 3:43 pm

Nombre del Personaje: Athénaïs du Plessis-Belliére sería si nombre completo, con el paso de los años ha optado por acortar el apellido a du Belliére.

Edad: Fue transformada a los 22 años, hace ahora 200.

Especie: Vampiresa.

Clase Social: Realeza, siendo la Baronesa Francesa

Orientación Sexual: Bisexual

Lugar de Origen: Poitiers, Francia.

Poderes Inherentes:

- Agilidad y reflejos sobrehumanos: Habilidad para moverse con más soltura por un sitio, utilizando brazos y piernas reaccionando más rápido que un humano normal.

- Sentidos aumentados: Aumento de percepción en los sentidos de la vista, el olfato, el gusto, el tacto y la audición.

Poderes a elegir:

- Telepatía: Habilidad para comunicarse mentalmente con otros, rompiendo las barreras de la distancia. Leer las mentes de los demas.

- Control de emociones: Esta habilidad hace que cualquier persona se sienta atraída ya sea físicamente o de cualquier otra manera a la persona poseedora del poder. Como por ejemplo intentar hacer que en todo momento esa persona esté contenta como si de un hijo o algún pariente muy estimado se tratara.

- Control mental: Poder para controlar las acciones o el razonamiento de otra persona.

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¿Cómo describirías a la luna? La luna es brillante, la luna es hermosa, hipnótica, elegante, la luna es misteriosa, la luna es mentirosa. Athénaïs es como la luna.

La luz plateada de la luna se refleja en su rostro cada vez que sonríe, no importa lo oscura que sea la noche o el rojizo de las antorchas que la iluminen, posee un aura plateada que consigue captar las miradas de cuantos la rodean cuando muestra su perlada dentadura, cuando sus parpados caen para velar sus ojos en un coqueto gesto o cuando simplemente se mueve, pues cada uno de sus movimientos son medidos y precisos, lánguidos y sensuales, elegantes y delicados, pues en ella, se puede mostrar la exquisitez de la inocencia y el mayor y el más ardiente de los pecados al mismo tiempo.

Sin embargo, no hay que dejarse engañar por esta apariencia de delicadeza, Athénaïs es puro fuego en su interior, pasional, ardiente, engatusadora. Y sobre todo, una superviviente nata. Siempre ha tenido claros sus objetivos y nunca se ha permitido dejarse llevar por sus emociones en demasía pese a dar rienda suelta a sus pasiones, ella, siempre debe conseguir lo que desea, sin importar sobre quien pase, ella siempre debe ver nacer una luna nueva, sin importar quien muera. Pues cuando su vida corre peligro, nunca hay que fiarse de ella, es imposible saber que hará o que no hará para salvarse.

Ella es caprichosa, siendo alguien perteneciente a la realeza, está acostumbrada a que cumplan con cada uno de sus mandatos, sin importar lo rebuscados que sean estos, también es envidiosa, dicen, que una vez se encontró con una mujer que rivalizaba con ella en belleza, lo que muestra también su vanidad, sus ojos, brillaban más que los de Athénaïs y cierto caballero en el que ella estaba interesada, se decantó por la otra mujer. Amaneció con las cuencas de los ojos vacías.

Hay vampiros, que se alimentan por pura necesidad, sintiendo remordimientos por las vidas que arrebatan, piensan en sus familias y en que no pudieron despedirse de ellas. No es el caso de la vampiresa, ella se lo toma como un divertimento, adora jugar con sus víctimas, seducirlas, engatusarlas, hacer que coman de su mano, y desangrarlas poco a poco en las más retorcidas de las situaciones. A Athénaïs le gusta jugar, le gusta vengarse y le gusta matar.

Claro que nada de esto se muestra cuando se conoce a esta mujer, solo se ve perfección, solo se ve lo que ella quiere mostrar al mundo, pues como la luna, tiene un lado oscuro, un lado oculto que se afana por esconder.

La ciudad de Poitiers se encuentra en las cercanías de Poitou, sobre un lugar poco elevado que se halla entre el Macizo armoricano, al oeste y el Macizo Central al este, convirtiéndola, por tanto, en una vía de fácil comunicación entre la Cuenca parisina y la Cuenca aquitana. Allí nació Athénaïs, creció en el destartalado castillo de Plessis, junto a siete hermanos. Ella, era la menor de todos ellos. Sus padres, pese a pertenecer a la raleza Fancesa, no era rica, abasteciéndose sobre todo de los impuestos establecidos a sus campesinos y a parte de las cosechas que todos los meses estos les entregaban. Alimentar a tantos niños, fue una tarea difícil para sus padres, por lo que pronto fueron colocando a sus retoños en diferentes lugares de la campiña francesa. Athénaïs tuvo suerte y fue enviada a París con doce años, a un convento, donde debían prepararla para convertirse en una dama y en una buena esposa en el futuro.

Ella odiaba aquello, donde la obligaban a rezar, tenía que vestirse con ropajes ásperos que parecían sacos de patatas y que se veían como tal, la obligaban a esconder su resplandeciente cabello bajo un manto blanco, como si se tratase de una novicia y no le permitían mirarse en los espejos, procurando curarla de su creciente vanidad. Todo fue inútil, durante el día era la perfecta muchacha, pero por las noches, saltaba el muro del convento y se escapaba al centro de parís, donde espiaba a los grandes señores y las damas de alcurnia, visitaba las afueras de sus palacios, de la opera y los cafés, e incluso una vez se aventuró a colarse en el interior de un burdel.

Diez años pasaron hasta que cumplió los veintidós y fue enviada de nuevo al hogar. Al regresar, se encontró todo muy cambiado, el castillo había sido restaurado, sus interiores resplandecían con oro y plata, alfombras y tapices, lienzos que mostraban con orgullo cada miembro de la familia. Al parecer, durante su ausencia, su padre, había hecho buenos negocios. Sin embargo, extraños sucesos se contaban entre la población más humilde, desapariciones, muertes, catatonias, gente que actuaba de forma extraña, miedo a las sombras y las noches, cuanto más rico se hacía su padre, más terror se expandía por Poitiers.

Una noche, tuvieron un invitado, el socio de su padre, para ser más exactos, encendieron todas las velas del comedor y dispusieron la porcelana y la plata, el mejor vino fue servido y sacrificado el lechón con mejor pinta, los cocineros se afanaron en presentar una cena digna de un rey y Athénaïs pensó por un momento que así sería. Desde luego, no estaba para nada preparada para lo que sucedería.

Esperaba a un hombre viejo, de la edad de su padre, con canas y cataratas en los ojos, la voz cascada y la espalda encorvada, con historias aburridas a cerca de la guerra que debería escuchar poniendo su mejor sonrisa mientras en su fuero interno deseaba que se atragantase con un hueso y se asfixiase. Nada más lejos de la realidad. Quien apareció fue un hombre de mediana edad, elegante y de negros cabellos, su piel era blanca, casi marmórea, le recordaba a la esculturas que su padre había hecho erigir en su jardín, pero sobre todo, lo que le impactaron fueron sus ojos, de un verde profundo, como si el musgo se hubiera apoderado de sus ojos para atravesarlo todo, desde las pupilas plateadas de Athénaïs hasta su alma.

Pero fue cuando habló cuando durante un segundo su corazón dejó de bombear sangre. Era una voz profunda, cavernosa y acariciadora al mismo tiempo, con un acento extraño, de los países del este, o tal vez ruso. No lo podía asegurar. En cuanto su piel toco la enguantada mano del desconocido y él posó los labios en sus nudillos decidió que aquel desconocido debía de ser suyo.

La mejor de los barones resplandeció aquella noche como la hipnótica llama de fuego que era, que se sentía por dentro, una desconocida afloró en ella, sintiendo el hormigueo en su piel y la lascivia en su mirada, perforaba con los ojos a el socio de su padre, quien la miraba con una media sonrisa, divertido, como si hubiera algo que él supiera, algo que escondiera y que le divertía sumamente.

Cuando la velada terminó, cuando las velas fueron apagadas, cuando todos dormían, Athénaïs escapó de sus habitaciones ataviada tan solo con un fino camisón que erizaba su piel debido al frío de la noche, más ella no lo sentía, tan solo notaba el ardor que crecía en ella, que amenazaba con consumirla. Él la esperaba, con el torso desnudo, tan solo un negro pantalón le cubría. En la mano, una copa, que se llevaba en los labios, vino…

-Te he esperado tanto tiempo…- fueron las únicas palabras susurradas, por aquel hombre que la besó con pasión quien la llevó al lecho y la hizo suya.

Aquella noche fue eterna, aquella noche fue sombría, ardiente y sangrienta. Pues tal vez llevado por su soledad, por los años de abandono, de caminar solo, le mostró a nuestra protagonista que el contenido de su copa era rojizo, más no se trataba del suministro de las bodegas de su padre. Se trataba de la vena del mozo de camas que le atendía durante su estancia. El hombre, le reveló que había hecho un pacto con su padre, le devolvería su fortuna, su renombre y todo aquello que el deseara, pero a cambio, él escogería de entre sus hijas una compañera.

Él le ofrecía la muerte, el le ofrecía el dolor, él le ofrecía la oscuridad de la vida sin sol, pero a cambio, le otorgaba la inmortalidad, dones con los que jamás pudo soñar, una vida completamente diferente, una vida donde la vida rivalizaría con la existencia más terrenal, donde podría descubrir sensaciones nuevas, noche tras noche, sin final. La mayoría de las mujeres hubieran gritado, se hubieran asustado, hubieran intentado huir, hubieran muerto a manos de aquel hombre al negarse a ser lo que él les ofrecía.

No fue el caso de Athénaïs, quien se ofreció sin reservas, aquella noche dejó de existir como la niña, la mujer que era, para convertirse en la moldura de lo que él quisiera. Aquella noche, nació en las tinieblas.

La enseñó a alimentarse, la enseñó a disfrutar de lo que era, en lo que se había convertido y cuando estuvo preparada abandonaron el lugar. Viajaron por el mundo durante años, durante décadas, durante cien años, uno al lado del otro, como compañeros, confidentes, amantes. Hasta que fueron descubiertos. Un grupo de cazadores se percató de sus incursiones, pues tuvieron un descuido, un leve error que los delató. Les dieron caza.

Él murió o al menos eso cree ella, jamás vio su cuerpo, pues huyó mientras oís sus alaridos, mientras lo torturaban, pensó en ir a por él, salvarlo, pero hubiera muerto y dejando su alma al lado de quien le dio la vida, aquella vida, lo dejó atrás para sobrevivir. Nunca más supo de él, motivo por el cual decidió que había perecido, que no merecía la pena buscarlo.

Así que miró hacia adelante, regresó a Francia, a París, donde se escondió, donde renació una y otra vez con diferentes identidades, hasta que escuchó la noticia de la muerte de su linaje, no quedaban más Belliere, adiós a la familia, Plessis. Fue entonces cuando decidió recuperar su nombre y su título y bajo la identidad de Athénaïs du Plessis-Bellière se esconde, como Baronesa y última de una larga dinastía de la realeza Francesa.

por **Nigel Quartermane** Lun Oct 17, 2011 4:04 pm

FICHA APROBADA
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Re: Athénaïs du Bellière