AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una velada dantescamente perfecta. {Margueritte}
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Una velada dantescamente perfecta. {Margueritte}
Calles cercanas al burdel. Viernes, 23:47
Sus pisadas no llegaban a alzar sonido alguno, de modo que el silencio de esas tristes calles de una durmiente ciudad francesa era total y completo. En la cabeza de esa dantesca figura surgida del infierno, un certero violín dejaba escapar una melodía que lograba condicionar el ritmo de sus pisadas, haciendolas ciertamente elegantes y casi danzantes. Sus brazos colgaban inertos a ambos lados de su alto y delgado cuerpo, balanceándose a un lado y otro de forma melodiosa y pendular. La suave brisa nocturna acariciaba su pálida figura de peculiar apariencia, ondeand sus castaños cabellos como si de crines de salvajes sementales se trataran. La lenta melodía de su cabeza se volvió más veloz y sus pasos no quedaron atrás, conviertiendo su elegante paseo en un visual baile psicoticamente único. Los largos dedos de pianista que adornaban sus inmortales manos se movieron, bailoteando o dirigiendo la orquestra que tocaba la banda sonora de su miserable y condenada existencia.
Sus pisadas se alargaron y sus movimientos se volvieron más toscos a medida que ese invisible violín de su cabeza marcaba el destino de sus cavilantes pasos. Sus pupilas se dilataron al ser iluminadas por la ténue luz de la luna menguante. Sus irises color asfalto, color desengaño y color contaminación peinaron la zona de un modo casi desganado, ensimismado en sus mudos pensamientos. Nada estaba planeado... ¿o era al revés y todo estaba planeado al dedillo? La respuesta carecía de interés en ese día, y el siguiente, y el otro. El azar decidía su suerte... ¿o era él el que decidía la suerte del azar? Otra respuesta igual de inteligente o igual de estúpida. Su mundo se dividía en esa dualidad única y exclusiva entre locura o genialidad. El violín acalló sus reflexiones sigilosas y dejó paso a un rumor que lo incordió. El puente de su larga y perfecta nariz de inmortal se arrugó ligeramente, señal de desagrado. Odiaba el sonido de las susurrantemente chillonas voces de los humanos, totalmente.
Sus pies se habían detenido justo delante de las puertas del burdel más frecuentado de la ciudad. Algunos mechones de pelo osaron interponerse en su campo de visión cuando trató de escrutar quienes eran los valientes que esa noche compartirían su suerte o su desgracia. Contó con altos cargos, gente de alta cuna, alguna mujer disfrazada de hombre, muchos otros vampiros y demasiadas mujeres de esplendorosa belleza mortal. Movió la cabeza cual caballo y se retiró los largos rebeldes mechones del rostro para soltar un leve carraspeo que logró silenciar a los que se hallaban a las puertas de ese tugurio de reputación bienaventurada. Los presentes se voltearon hacia él y soltaron comentarios absurdos que definirían si mañana podrían seguir comentando la jugada o si sus cuerpos acabarían inertes en algún olvidado rincón de la ciudad de la moda, el arte y el amor. Oh la la.
Sus pisadas no llegaban a alzar sonido alguno, de modo que el silencio de esas tristes calles de una durmiente ciudad francesa era total y completo. En la cabeza de esa dantesca figura surgida del infierno, un certero violín dejaba escapar una melodía que lograba condicionar el ritmo de sus pisadas, haciendolas ciertamente elegantes y casi danzantes. Sus brazos colgaban inertos a ambos lados de su alto y delgado cuerpo, balanceándose a un lado y otro de forma melodiosa y pendular. La suave brisa nocturna acariciaba su pálida figura de peculiar apariencia, ondeand sus castaños cabellos como si de crines de salvajes sementales se trataran. La lenta melodía de su cabeza se volvió más veloz y sus pasos no quedaron atrás, conviertiendo su elegante paseo en un visual baile psicoticamente único. Los largos dedos de pianista que adornaban sus inmortales manos se movieron, bailoteando o dirigiendo la orquestra que tocaba la banda sonora de su miserable y condenada existencia.
Sus pisadas se alargaron y sus movimientos se volvieron más toscos a medida que ese invisible violín de su cabeza marcaba el destino de sus cavilantes pasos. Sus pupilas se dilataron al ser iluminadas por la ténue luz de la luna menguante. Sus irises color asfalto, color desengaño y color contaminación peinaron la zona de un modo casi desganado, ensimismado en sus mudos pensamientos. Nada estaba planeado... ¿o era al revés y todo estaba planeado al dedillo? La respuesta carecía de interés en ese día, y el siguiente, y el otro. El azar decidía su suerte... ¿o era él el que decidía la suerte del azar? Otra respuesta igual de inteligente o igual de estúpida. Su mundo se dividía en esa dualidad única y exclusiva entre locura o genialidad. El violín acalló sus reflexiones sigilosas y dejó paso a un rumor que lo incordió. El puente de su larga y perfecta nariz de inmortal se arrugó ligeramente, señal de desagrado. Odiaba el sonido de las susurrantemente chillonas voces de los humanos, totalmente.
Sus pies se habían detenido justo delante de las puertas del burdel más frecuentado de la ciudad. Algunos mechones de pelo osaron interponerse en su campo de visión cuando trató de escrutar quienes eran los valientes que esa noche compartirían su suerte o su desgracia. Contó con altos cargos, gente de alta cuna, alguna mujer disfrazada de hombre, muchos otros vampiros y demasiadas mujeres de esplendorosa belleza mortal. Movió la cabeza cual caballo y se retiró los largos rebeldes mechones del rostro para soltar un leve carraspeo que logró silenciar a los que se hallaban a las puertas de ese tugurio de reputación bienaventurada. Los presentes se voltearon hacia él y soltaron comentarios absurdos que definirían si mañana podrían seguir comentando la jugada o si sus cuerpos acabarían inertes en algún olvidado rincón de la ciudad de la moda, el arte y el amor. Oh la la.
Invitado- Invitado
Re: Una velada dantescamente perfecta. {Margueritte}
Se le deslizaba el cuerpo hasta las yemas de los dedos, que estaban paralizadas. Le flameaban los pómulos en un carmín violento. Habiendo olvidado parpadear lastimaba volver a hacerlo. Tal vez tenía los ojos cortados. No. Era el sol, fue el sol. El sol del ocaso. Había teñido sus cutículas y no le había alcanzado las manos, que se le habían dormido abrazando un cuerpo de mujer que no era el suyo.
Ella ocasionalmente iba, se desnudaban frente a frente y era eso. Ninguna, literalmente, calaba a la otra. Pero se producía una veta formidable en Margueritte mientras la chica buscaba guarecerse.
Y los versos. Los poemas de Safo que la joven le predicaba con voz de amante. Verter sollozos en el mannequin.
Algo demasiado elaborado, para mentirse a si mismo.
- “Se han puesto ya la luna y las pléyades. Es media noche. Pasa el tiempo. Y yo sigo durmiendo sola” -
La cortesana sabia de literatura, sabia de coplas, sabia de amores fragmentados. Pero ello no es pretexto para que el verso sea demasiado agresivo en toda su abundancia. La enamorada emigro del burdel con sus estrofas a medio ahogarse.
Margueritte en tanto contempló el paraje de su tronco, sus costillas, los trazos en tinte arándano que le ornaban en danza dispar en lado izquierdo y derecho. Tanteo la dermis debajo de sus senos, los hematomas no molestaban. La muchacha ya no estaba empuñada en su pecho. No eran los abrazos descompuestos, no era la joven lesbiana. La prostituta bien sabía que la aceptación es excesivamente endeble en los amantes. No había culpa en Margueritte, más se prolongaba una molestia, como de costillas encaramadas.
Otra cosa.
Otro.
Lo primero que sucedió fue oírle por entre la bruma espesa de las eufonías. El carraspeo de Dante se elevaba por sobre los infiernos y los cielos de Beatriz. Rodeaba el arco indecoroso de los acordeones en el salón, el escéptico perfume de pieles y vinos.
Lo segundo fue verle la arista de las orejas. La nuca, que ya a distancia se la sentía fría. Detuvo sus pasos a un pie del joven y rozándolo, le citó al oído - “Dante, porque Virgilio se haya ido tú no llores, no llores todavía; pues deberás llorar por otra espada” –. Le recorrió el marco de los omoplatos mientras huía de su boca una risita provocadora.
Off: Lamento la tardanza.
Ella ocasionalmente iba, se desnudaban frente a frente y era eso. Ninguna, literalmente, calaba a la otra. Pero se producía una veta formidable en Margueritte mientras la chica buscaba guarecerse.
Y los versos. Los poemas de Safo que la joven le predicaba con voz de amante. Verter sollozos en el mannequin.
Algo demasiado elaborado, para mentirse a si mismo.
- “Se han puesto ya la luna y las pléyades. Es media noche. Pasa el tiempo. Y yo sigo durmiendo sola” -
La cortesana sabia de literatura, sabia de coplas, sabia de amores fragmentados. Pero ello no es pretexto para que el verso sea demasiado agresivo en toda su abundancia. La enamorada emigro del burdel con sus estrofas a medio ahogarse.
Margueritte en tanto contempló el paraje de su tronco, sus costillas, los trazos en tinte arándano que le ornaban en danza dispar en lado izquierdo y derecho. Tanteo la dermis debajo de sus senos, los hematomas no molestaban. La muchacha ya no estaba empuñada en su pecho. No eran los abrazos descompuestos, no era la joven lesbiana. La prostituta bien sabía que la aceptación es excesivamente endeble en los amantes. No había culpa en Margueritte, más se prolongaba una molestia, como de costillas encaramadas.
Otra cosa.
Otro.
Lo primero que sucedió fue oírle por entre la bruma espesa de las eufonías. El carraspeo de Dante se elevaba por sobre los infiernos y los cielos de Beatriz. Rodeaba el arco indecoroso de los acordeones en el salón, el escéptico perfume de pieles y vinos.
Lo segundo fue verle la arista de las orejas. La nuca, que ya a distancia se la sentía fría. Detuvo sus pasos a un pie del joven y rozándolo, le citó al oído - “Dante, porque Virgilio se haya ido tú no llores, no llores todavía; pues deberás llorar por otra espada” –. Le recorrió el marco de los omoplatos mientras huía de su boca una risita provocadora.
Off: Lamento la tardanza.
Invitado- Invitado
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