Pangea Le Monde

• Premonición
• Encandilamiento
• Empatía

Spoiler:

"Las apariencias engañan", ese es un dicho popular muy conocido, pero no siempre acertado. En este caso, ocurren un poco ambas cosas. Pangea es una mujer sencilla y compleja a la vez, capaz de inspirar la mayor ternura y de demostrar de un modo completamente sincero, que es tan inocente como parece; pero a la vez, puede ser calculadora, fría, manipuladora y desde luego cruel.

Aprendió siendo muy niña, lo crueles que podían ser las personas, lo dura que podía ser la vida, y la terrible naturaleza del ser humano. Cualquiera en su misma situación se habría convertido en una persona desconfiada, solitaria, cruel, triste... pero no ella. Por el contrario, a pesar de su dolor, quiso creer que existían los grises y algún que otro blanco, que no todo era negro, que no todo era malo. Y aferrándose a esa idea, pudo mantenerse cuerda, optimista, alegre y en muchos aspectos, inocente.

No obstante, una parte de ella se volvió precavida y capaz de lo que fuese necesario cuando era necesario. Parecería una niña inocente, y quizá lo fuese en muchos aspectos, pero entendía de sobra las dobles intenciones de la mayoría de las personas, y ya fuese encubriendo de inocencia sus actos, sacando las uñas o escupiendo veneno en forma de palabras, siempre había logrado defenderse.

No era una mala chica ¡todo lo contrario! pero tenía carácter, sabía defenderse sola, sobrevivir en un mundo cruel al fin y al cabo, lleno de personas que castigadas por la vida se habían vuelto hostiles, capaces de todo para lograr su propia supervivencia; y lleno también de personas sin excusa alguna, viles por naturaleza, crueles y detestables.

Aunque no todo era siempre negativo, alguna pequeña luz aparecía de vez en cuando. Buenas personas, buenos actos, generosidad en los momentos más inesperados, y proveniente de las personas menos esperadas. Estas pequeñas luces, aunque escasas, le hacían feliz.

Ella misma sin saberlo, era una de esas pequeñas luces, que con su sonrisa, su optimismo y su dulzura, alegraba el día y hacía feliz con pequeños gestos a tantas personas. Voluntariosa, trabajadora, generosa, alegre y optimista, siempre estaba dispuesta a tender su mano.

Nacida en el propio París, es hija de un afamado perfumista. El éxito profesional de su padre, les sitúa en una condición económica acomodada. Entre sus clientes habituales se hayan personas nobles e influyentes, lo cuál le hizo incluso más popular, aunque su propio talento hablaba por sí mismo.

Recuerda a su padre siempre encerrado en su laboratorio, creando nuevos y deliciosos olores. O en su perfumería despachándolos junto con su madre y sus hermanos mayores. Era un hombre feliz, satisfecho con su trabajo, con su éxito, y tenía además una vida familiar plena. Siempre con una sonrisa en los labios, siempre con palabras amables para todo el mundo... o eso creían todos...

Siendo aún muy niña, se coló en el laboratorio de su padre. Sabía que eso no estaba bien, que si él se enteraba se enfadaría, pero su curiosidad infantil pudo con ella, atraída por la llamada de tantos y tan diversos aromas que se escapaban muy a pesar de aquella puerta infranqueable que los custodiaba. Entro a hurtadillas, sintiendo que cada pequeño pasito que daba le acercaba más a su meta y la acercaba más a la furia de su padre. No iba a tocar nada, sólo quería mirar, de verdad que no iba a tocar nada, pero aquel frasco sobre la mesa... ¿era un nuevo perfume? ¿era en lo que estaba ahora trabajando su padre? Vió un cuaderno lleno de anotaciones a la derecha del pequeño frasco, y por supuesto no entendió absolutamente nada de lo que hay había escrito, pero supo que se referían al contenido de aquel líquido rosado y quiso olerlo, pero temía si quiera pensar en tocar aquello, no quería estropear nada de lo que a ella le parecía la magia de su padre, la magia de los olores, de modo que se quedó allí quieta, apoyada en una esquinita de la mesa, mirando aquel líquido mágico, embelesada.

Fue entonces cuando le vió, su padre estaba sentado en una butaca haciendo lo mismo que ella, observar. Y aunque como ella, en un principio observaba había estado observando aquel nuevo perfume, intentando dilucidar qué era lo que faltaba; desde el momento en que los pequeños pies de Pangea se habían puesto en el interior de su laboratorio, se había quedado muy quieto mirándola. Y aunque al principio se sintió enfadado, verla moverse con tanto cuidado y delicadeza, mirándolo todo sin tocar nada, y observando embelesada el frasco, no pudo enfadarse con ella. Cuando le vió se sobresaltó, apretó fuerte los ojos y se disculpó como pudo:
- Papá lo siento, lo siento lo siento lo siento, de verdad que lo siento, sólo quería ver el sitio dónde haces magia de olores.

Ante aquellaconfesión el pobre hombre no pudo hacer otra cosa más que echarse a reír, de modo que cuando se dió cuenta, estaba enseñándole él mismo los entresijos de su laboratorio, los cientos ce frasquitos con sus diferentes contenidos y olores, sus instrumentos, explicándole a aquella personita, cómo se hacía un perfume, cómo se olía, que era lo que pretendía con cada uno de los perfumes que creaba, pues todos encerraban algún secreto. Estaba entusiasmado, y ella apenas entendía lo que le decía, seguía pareciéndole mágico, quizá más aún que antes, y no podía dejar de sonreír. Entonces, el hombre pareció darse cuenta de que Pangea no entendía gran cosa, y se sintió un poco apenado, por haber compartido por primera vez con alguien algo tan íntimo, y que esta persona no hubiese entendido nada, pero era su hija, y simplemente por haberle escuchado con aquella sonrisa, y haberle mirado hacer lo que ella llamó magia, por haber mostrado aquel respeto por su trabajo, la adoraba. De modo que siguió como si no se hubiese dado cuenta y le pidió su opinión sobre aquel aroma nuevo que estaba creando. Le enseñó a olerlo impregnando un pequeño pañuelo y dejándolo florar por el aire cercano a su nariz y le preguntó su opinión, y qué se le ocurría que podía faltar, pues aún no había dado con la clave de aquel aroma. No sabía muy bien que tipo de respuesta se esperaba, pero desde luego no la que recibió.

Pangea imitó a la perfección su modo de oler el perfume, y no sólo le dijo los componentes que llevaba, bueno, todos los que ella conocía y algún otro que sin conocerlo se lo describió; sino que le sugirió añadirle el olor del agua... Aquello lo desconcertó, desde luego su hija tenía un buen olfato, pero ¿el olor del agua? No comprendió aquella sugerencia, de modo que ella le pidió que le dejase oler los componentes, y que entonces podría decirle cuál era el olor del agua. Se tiraron toda la noche, pero al final, la niña había olido todos y cada uno de los frascos, y le había indicado cuál era el que ella llamaba el olor del agua. Era un aroma dulce y salado a la vez, mezcla de un par de olores, y añadiéndolo a la mezcla de su padre, el líquido se volvió rojizo, como el pelo de Pangea y adquirió la perfección.

Aquella noche nació un perfume, un perfume que alcanzó un increible éxito, el mejor de todos sus perfumes, un perfume que llevaba el nombre de su hija pequeña, Pangea. Pero esa noche había ocurrido algo más, había tomado por primera vez en su vida, un aprendiz, su propia hija, dotada de un olfato como nunca antes había visto.

Pasaron los años, y el hombre enseñó a su hija todo lo que sabía, disfrutando aún más de su trabajo con aquella personita ayudándole. Su madre no estaba de acuerdo, le parecía muy pequeña, pero cuando comenzó a oler los propios perfumes que ella creaba, no volvió a oponerse.

Lo que Pangea no sabía, es que muchos de sus competidores, celosos de su éxito y de ver sus locales vacíos, se habían confabulado en contra de su familia y, una noche, mientras todos dormían, habían decidido "asustarles" para que lo dejasen. Y no se les ocurrió otra cosa más que incendiar la casa en la que vivían, con toda su familia dentro. Su madre, sus hermanos mayores, e incluso su anciana abuela, seguramente pensando que su padre estaba en casa, pero no era así, ambos estaban aún en la perfumería, preparando el lanzamiento de un nuevo aroma que les tneía embelesados.

Aquella noche murió toda su familia, sólo quedó su padre, que nunca más volvió a sonreír, se volvió un hombre amargado, triste, no quería salir de casa ni ocuparse de la perfumería o de su hija, se encerró en si mismo y se dejó morir, lenta y dolorosamente, la culpabilidad le fue matando poco a poco. De modo que Pangea tuvo que enfrentarse sola a la pérdida de su familia, a la perfumería y a tratar de ayudar a su padre. Enmascaró sus propios sentimientos y se aferró a la vida como pudo. Las ventas cayeron, pues nadie confiaba en una niña de apenas 12 años al frente de una tienda tan delicada y peculiar, no obstante, sacó su casa adelante con el poco dinero que conseguía.

Las autoridades nunca supieron quienes habían sido los causantes del incendio, pero de algún modo ella sabía quienes eran, sentía sus culpas cada vez que iban a comprar a su tienda... a menudo creía que eran imaginaciones suyas, pero aquellas emociones eran demasiado reales para ser imaginaciones. Y de hecho no lo eran, sus competidores sólo habían querido asustar a la familia, no contaron con que los líquidos que tenían en casa eran inflamables y que el fuego se expandería demasiado rápido como para darles tiempo a salir, se sentían culpables, y amedrentaban sus conciencias comprando perfumes que ayudasen a aquella niña que habían dejado sola en el mundo a subsistir.

No pasó mucho tiempo hasta que decidió averiguar qué era lo que ocurría con ella, por qué tenía sensaciones y emociones que no eran suyas, y por qué noches antes del incendio había soñado con fuego, por mucho que le hubiese parecido una casualidad en su momento, empezaba a dudarlo. Y no se le ocurrió otra cosa, que acercarse a los gitanos, a fin de cuentas tenían fama de poseer magia, y si trataban o no con el demonio... eso lo dudaba bastante.

Entre los gitanos conoció a una anciana, era una mujer que vendía pócimas de amor, amuletos de buena suerte y leía el futuro en la palma de las manos. Vagos trucos para conseguir dinero, algunos quizá verdaderos, pero no la gran mayoría de ellos. La tomó como a una cliente más, una estúpida que esperaba que ella le arreglase la vida cumpliendo deseos vagos y absurdos que no merecían su atención, pero cuando echó un vistazo a su mano, sonrió. Aquella niña tenía dones, buenos dones, quizá despertados por el dolor, quizá no, y ella la ayudaría, le enseñaría a utilizarlos, y le enseñaría la verdad del mundo que la rodeaba, ese mundo desconocido para la mayoría, ese mundo que nadie quería ver...

Dos años después su padre murió, ahogado en alcohol tendido sobre su propio vómito. La perfumería muy lentamente iba yendo un poco mejor, aunque nada en comparación con sus buenos tiempos. Y aquella gitana a quién llamaba cariñosamente Abuela, acabaría convirtiéndose en su única familia. Pero con el tiempo, también murió, habiéndole enseñado muchas cosas de la vida y de si misma.

Hoy tiene 19 años, y vuelve a estar sola, pero la perfumería ha recobrado su antiguo esplendor, y la gente disfruta de sus nuevos olores, las clases altas hablan de ella, personifican el talento de su padre, mejorado incluso, en ella. Pero la vida siempre ha sido difícil, y la gente egoísta, cruel, avariciosa... y aunque está sola, sabe cuándo debe sonreír y cuándo cuidarse.