AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un nouveau monde [Cailen]
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Un nouveau monde [Cailen]
Los días me encontraban silencioso, la casa en la que imprudentemente nos alojábamos era monitoreada desde las lejanías por personas que buscaban ver morir a todo lo que no fuese normal, es decir, a mi persona, aunque éstos aún no se percataban de ella. Sabía que muchos debían tener información sobre el vampiro que antes habitaba allí y que por el momento, seguía siendo el dueño. Él había tomado a Amadeo como su propio hijo y varias pertenencias habían pasado a su nombre, pero los papeleos no habían terminado de ser procesados, suponía que estaban esperando su llegada para la cacería. Una tontería, a mi pensar el joven inmortal solo había causado estragos y había actuado imprudentemente provocando tanto daños físicos como mentales a Amadeo. Pues ese ser llamado Nicolás parecía tener una demencialidad digna de ser erradicada de la tierra al haberse hecho presente en las instalaciones con tanta prepotencia y sin planificación. Por mi parte, por supuesto que me había afectado, pues aparentemente el destino era lo suficientemente cruel conmigo como para hacer que los querubines destrozados de éste mundo se acercaran a mi alrededor y quedaran en peligro inminente. ¿Desde cuando podía aceptar las presencias humanas tan cerca de mí?
Ningún ser vivo sobre el planeta me molestaba, no solían alterar mi existencia, ni tampoco mi humor o temperamento, simplemente me dedicaba a cuidarlos y proteger la balanza mundial para que su equilibrio no fuese alterado. Sin embargo, tenerlos en mi propio entorno no era un lujo que podía darme tan tranquilamente. A decir verdad, jamás lo había hecho y me sentía fuera de mi ámbito de conformidad.
Y allí estaba, conviviendo con dos seres humanos que bombeaban sangre y que tenían un pasado lleno de dolorosos pedazos, tal cual un jarrón destrozado. ¿Era mi deber unirlos como un rompecabezas? En realidad me negaba a eso, no tenía que intervenir demasiado en ese mundo. ¿Ya era tarde para pensarlo, no? Después de todo, Cailen estaba predestinado a morir en manos de un depredador, aunque en mis creencias, era el bicho el que debería haber muerto hacía tiempo. Y Amadeo debería haberse muerto en el basural cuando era un pequeño bebé que no podía hacer nada por sí mismo.
Suspiré. Nada de eso tenía sentido y mucho menos repensarlo en la oscuridad de la habitación. Afuera el calor de primavera daba a entender que un hermoso sol estaba reflejado en las paredes. Y mi imposibilidad de dormir buscaba escuchar los sonidos, aunque mi mente quería apagarse. La relajación no parecía querer acercarse a mí. Pronto la tarde caería.
Antes de eso fue que me levante, aceptando el hecho de que no podría dormir ese día. Me acerqué a la habitación que emanaba un fuerte aroma a vainilla y durazno, digno de su propietario anterior. Parecía ser una sala especial. En un costado se encontraba un piano de artesanía y del otro parecía ser uno de prácticas, hechos en la nueva industria mecánica. Parecía tener acomodado por niveles y alfabéticamente las piezas de música, como quien recién empieza a aprender y mantiene todo cuidadosamente organizado.
Si hubiese tenido menos entusiasmo simplemente me hubiera alejado de allí, después de todo no era mi hogar y no tenía permiso de estar merodeando por los pasillos, pero me encontraba suficientemente despierto para incluso aceptar una reprimenda. Acepté igualmente el uso del piano de aprendiz, para no provocar la susceptibilidad del joven, buscando una pieza, Bach, “Inventio”. — La número cuatro estaría bien… — Susurré acomodando la partitura en frente. No era mi prioridad la música, mas en dos mil cuatrocientos años había pasado por muchos pasatiempos. No dude en tocar, despacio, movía mis dedos con total paz, nadie me apuraba y lo único que esperaba poder alcanzar era un mínimo sueño. Lo cual se hacía bastante complicado con los habituales gritos de los muchachos enseñándose mutuamente. Y aún así, silencio era lo que se escuchaba, Amadeo parecía dormir la siesta de media tarde y Cailen caminaba hacia algún lugar. Podía sentirlos, a la ama de llave y al jardinero que vivían en la casa humildemente. Esperé entonces la intromisión de Cailen, éste pronto pasaría por la sala y no había dudas de que el sonido llamaría la inigualable curiosidad del joven de eclesiástica vida pasada. — ¿No deberías descansar como Amadeo? Acércate. —
Ningún ser vivo sobre el planeta me molestaba, no solían alterar mi existencia, ni tampoco mi humor o temperamento, simplemente me dedicaba a cuidarlos y proteger la balanza mundial para que su equilibrio no fuese alterado. Sin embargo, tenerlos en mi propio entorno no era un lujo que podía darme tan tranquilamente. A decir verdad, jamás lo había hecho y me sentía fuera de mi ámbito de conformidad.
Y allí estaba, conviviendo con dos seres humanos que bombeaban sangre y que tenían un pasado lleno de dolorosos pedazos, tal cual un jarrón destrozado. ¿Era mi deber unirlos como un rompecabezas? En realidad me negaba a eso, no tenía que intervenir demasiado en ese mundo. ¿Ya era tarde para pensarlo, no? Después de todo, Cailen estaba predestinado a morir en manos de un depredador, aunque en mis creencias, era el bicho el que debería haber muerto hacía tiempo. Y Amadeo debería haberse muerto en el basural cuando era un pequeño bebé que no podía hacer nada por sí mismo.
Suspiré. Nada de eso tenía sentido y mucho menos repensarlo en la oscuridad de la habitación. Afuera el calor de primavera daba a entender que un hermoso sol estaba reflejado en las paredes. Y mi imposibilidad de dormir buscaba escuchar los sonidos, aunque mi mente quería apagarse. La relajación no parecía querer acercarse a mí. Pronto la tarde caería.
Antes de eso fue que me levante, aceptando el hecho de que no podría dormir ese día. Me acerqué a la habitación que emanaba un fuerte aroma a vainilla y durazno, digno de su propietario anterior. Parecía ser una sala especial. En un costado se encontraba un piano de artesanía y del otro parecía ser uno de prácticas, hechos en la nueva industria mecánica. Parecía tener acomodado por niveles y alfabéticamente las piezas de música, como quien recién empieza a aprender y mantiene todo cuidadosamente organizado.
Si hubiese tenido menos entusiasmo simplemente me hubiera alejado de allí, después de todo no era mi hogar y no tenía permiso de estar merodeando por los pasillos, pero me encontraba suficientemente despierto para incluso aceptar una reprimenda. Acepté igualmente el uso del piano de aprendiz, para no provocar la susceptibilidad del joven, buscando una pieza, Bach, “Inventio”. — La número cuatro estaría bien… — Susurré acomodando la partitura en frente. No era mi prioridad la música, mas en dos mil cuatrocientos años había pasado por muchos pasatiempos. No dude en tocar, despacio, movía mis dedos con total paz, nadie me apuraba y lo único que esperaba poder alcanzar era un mínimo sueño. Lo cual se hacía bastante complicado con los habituales gritos de los muchachos enseñándose mutuamente. Y aún así, silencio era lo que se escuchaba, Amadeo parecía dormir la siesta de media tarde y Cailen caminaba hacia algún lugar. Podía sentirlos, a la ama de llave y al jardinero que vivían en la casa humildemente. Esperé entonces la intromisión de Cailen, éste pronto pasaría por la sala y no había dudas de que el sonido llamaría la inigualable curiosidad del joven de eclesiástica vida pasada. — ¿No deberías descansar como Amadeo? Acércate. —
Venance Carpaccio- Vampiro Clase Alta
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Re: Un nouveau monde [Cailen]
Tras ese primer encuentro que tuve con Amadeo y haber compartido la mesa con Venance esa mañana las cosas quedaron establecidas, por así decirlo. El muchacho tenía la obligación de instruirme, darme la educación que me fue prohibida, lo cual no nos quedó de otra más que aceptarlo de mala gana pues ninguno de los dos tenía otra opción. Por otra parte teníamos que intentar no molestar a Venance más de la cuenta, aunque claro, fracasamos en eso múltiples veces. La primera lección volvió a terminar en gritos y peleas que poco tuvieron de diferencia las siguientes. A veces eran comentarios malintencionados que creaban tensión, otras discusiones acaloradas que ascendían a gritos. No podíamos tener una plática civilizada por más de veinte minutos y era frustrante. Por alguna razón nos costaba trabajo llevarnos bien, por más que hiciéramos el intento.
Una cosa que destacaba mucho cuando intentaba darme lecciones era que me encontraba distraído, no lo negaba, pensaba en muchas cosas. Había pasado poco más de una semana desde que había llegado a aquella mansión por obra de aquel ser sobrenatural quién no tan solo me perdonó la vida al haber intentado robar sus bienes, sino que incluso la defendió cuando poco después fui atacado para resultar gravemente herido. No sabía cómo sentirme al respecto, miles de emociones me invaden cuando algo relacionado a eso pasaba por mi mente, ideas lúgubres o esperanzadoras, todo variaba y era porque a pesar de lo mucho que lo había repasado o trataba de distraerme con algo más, seguía teniendo una incógnita muy grande con respecto a sus intenciones.
Ya sabía gracias a Amadeo e incluso a la misma aclaración que me dio Venance, que se encargaba de proteger el equilibrio del mundo, como una especie de guardián, asesinaba a aquellos que consideraba… podridos, seres que no hacían bien a la humanidad, aquellas personas que obran con malas intenciones sin importarles si se llevaban a un inocente consigo, pero ¿qué había de los demás? aquellos que aún no eran corrompidos del todo, los que merecían una oportunidad. ¿Qué había de los demás como yo? Eso fue lo que no me quedó claro, ¿acaso acogía a todos bajo su manto como lo hizo conmigo? Parecía ser, pues Amadeo tuvo esa suerte, y no pasaba desapercibida la forma en la que lo miraba, la calidez con la que se dirigía a él. No entendía por qué me torturaba tanto con incógnitas que ni siquiera tenían sentido o importancia.
Ese día no fue diferente a los otros, Amadeo y yo comenzamos temprano pero no duramos mucho, otra vez la tensión nos obligó a ir a buscar cada quien su camino hasta que estuviéramos de mejor humor. Los minutos se transformaron en horas en un parpadeo, para cuando fui a buscarlo de vuelta me encontré con que estaba durmiendo, aquello me sorprendió de sobremanera pues había jurado que era él quien tocaba el piano. Sin resistir la curiosidad de saber quién era el que producía esa hermosa música que llenaba la mansión, caminé hasta un salón y discretamente me asomé desde el marco de la puerta. Al ver de quién se trataba me quedé boquiabierto, nunca se me hubiera ocurrido ver una escena como aquella. Sus dedos se movían grácilmente sobre las teclas, parecía que tan solo las acariciaba suavemente y éstas se movieran por sí solas, quién sabe cuánto tiempo estuve de pie mirándole hasta que sin voltear a ver, o tan solo inclinar levemente su cabeza se dirigió a mí, rompiendo el trance en el que estaba sumergido profundamente, ¿desde hace cuánto tiempo sabía que le observaba? Enmudecí del asombro por varios segundos, sin saber qué responder. -Yo… bueno es que… Me he recuperado y ya no me siento cansado. -Sí, el resfriado se fue rápido y la herida al fin se había cerrado, solo se veía una cicatriz grande y fea en mi cuello.
Indeciso dirigí mis pasos hacia donde estaba de una manera lenta y un tanto temerosa, no era por miedo a su persona, -no como inicialmente lo tuve al menos- sino que era mi forma de ser, vivía sospechando de todos, hacía lo mejor por ser precavido. A mi mente se le vino una pregunta que quería hacerle, nada relacionado a él, sino a un objeto. -Monsieur, ¿puedo preguntarle algo? -Mordí mis labios nerviosamente, seguramente no le iba a gustar lo que tenía para decirle pero no podía evitarlo. -¿Podría devolverme la daga? Prometo no usarla o guardármela en mi cinturón como lo hacía, tan solo… tan solo no me gusta estar sin ella. -Selina, aquella cazadora que conocí ese día en el bosque me enseñó a defenderme de muchas formas sin necesidad de usar un arma, sin embargo no me era cómodo estar sin ella, me hacía sentir expuesto, vulnerable. -La guardaré en un cajón.
Una cosa que destacaba mucho cuando intentaba darme lecciones era que me encontraba distraído, no lo negaba, pensaba en muchas cosas. Había pasado poco más de una semana desde que había llegado a aquella mansión por obra de aquel ser sobrenatural quién no tan solo me perdonó la vida al haber intentado robar sus bienes, sino que incluso la defendió cuando poco después fui atacado para resultar gravemente herido. No sabía cómo sentirme al respecto, miles de emociones me invaden cuando algo relacionado a eso pasaba por mi mente, ideas lúgubres o esperanzadoras, todo variaba y era porque a pesar de lo mucho que lo había repasado o trataba de distraerme con algo más, seguía teniendo una incógnita muy grande con respecto a sus intenciones.
Ya sabía gracias a Amadeo e incluso a la misma aclaración que me dio Venance, que se encargaba de proteger el equilibrio del mundo, como una especie de guardián, asesinaba a aquellos que consideraba… podridos, seres que no hacían bien a la humanidad, aquellas personas que obran con malas intenciones sin importarles si se llevaban a un inocente consigo, pero ¿qué había de los demás? aquellos que aún no eran corrompidos del todo, los que merecían una oportunidad. ¿Qué había de los demás como yo? Eso fue lo que no me quedó claro, ¿acaso acogía a todos bajo su manto como lo hizo conmigo? Parecía ser, pues Amadeo tuvo esa suerte, y no pasaba desapercibida la forma en la que lo miraba, la calidez con la que se dirigía a él. No entendía por qué me torturaba tanto con incógnitas que ni siquiera tenían sentido o importancia.
Ese día no fue diferente a los otros, Amadeo y yo comenzamos temprano pero no duramos mucho, otra vez la tensión nos obligó a ir a buscar cada quien su camino hasta que estuviéramos de mejor humor. Los minutos se transformaron en horas en un parpadeo, para cuando fui a buscarlo de vuelta me encontré con que estaba durmiendo, aquello me sorprendió de sobremanera pues había jurado que era él quien tocaba el piano. Sin resistir la curiosidad de saber quién era el que producía esa hermosa música que llenaba la mansión, caminé hasta un salón y discretamente me asomé desde el marco de la puerta. Al ver de quién se trataba me quedé boquiabierto, nunca se me hubiera ocurrido ver una escena como aquella. Sus dedos se movían grácilmente sobre las teclas, parecía que tan solo las acariciaba suavemente y éstas se movieran por sí solas, quién sabe cuánto tiempo estuve de pie mirándole hasta que sin voltear a ver, o tan solo inclinar levemente su cabeza se dirigió a mí, rompiendo el trance en el que estaba sumergido profundamente, ¿desde hace cuánto tiempo sabía que le observaba? Enmudecí del asombro por varios segundos, sin saber qué responder. -Yo… bueno es que… Me he recuperado y ya no me siento cansado. -Sí, el resfriado se fue rápido y la herida al fin se había cerrado, solo se veía una cicatriz grande y fea en mi cuello.
Indeciso dirigí mis pasos hacia donde estaba de una manera lenta y un tanto temerosa, no era por miedo a su persona, -no como inicialmente lo tuve al menos- sino que era mi forma de ser, vivía sospechando de todos, hacía lo mejor por ser precavido. A mi mente se le vino una pregunta que quería hacerle, nada relacionado a él, sino a un objeto. -Monsieur, ¿puedo preguntarle algo? -Mordí mis labios nerviosamente, seguramente no le iba a gustar lo que tenía para decirle pero no podía evitarlo. -¿Podría devolverme la daga? Prometo no usarla o guardármela en mi cinturón como lo hacía, tan solo… tan solo no me gusta estar sin ella. -Selina, aquella cazadora que conocí ese día en el bosque me enseñó a defenderme de muchas formas sin necesidad de usar un arma, sin embargo no me era cómodo estar sin ella, me hacía sentir expuesto, vulnerable. -La guardaré en un cajón.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/09/2015
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Re: Un nouveau monde [Cailen]
Era inevitable para mí no sentir ninguna clase de asombro o molestia hacia él, razones no tenía muchas, simplemente había dejado de pensar en ese tipo de cosas, me dedicaba a disfrutar de la existencia en la calma de la eternidad. Algo irónico si contabas con las catástrofes que ocurrían cada año tras año en el mundo. Por lo que me quedé observando sus ojos vidriosos y el claro signo de asombro y simpatía hacia lo que hacían mis dedos con el instrumento musical. No había mucha emoción para mí triste pesar, el hecho de ser más veloz que un humano me daba la ventaja de poder llegar a limites más cercanos a la perfección, mas pocas eran las cosas que hacía con tanto sentimiento y pasión como podían hacerlo los grandes inventores de la escritura en pentagramas. No podía compararme ni remotamente. Al final, ante su cercanía, terminé por levantarme para dejarle el espacio a él. Había una sola cosa que no había perdido a lo largo de los siglos, el ansia por mostrar, aprender y hacer entender. En mi humanidad me había dedicado a ayudar a mis familiares, aprendíamos uno de otros, las cosas más simples como cazar, crear hermosas piezas de cerámica y hacernos ropas con las costuras artesanales. A partir de ahí fue que nunca me detuve, digerir conocimientos y desembucharlos en otras mentes era lo único que me había durado y a lo que me aferraba. Para fortuna de ambos Cailen parecía tener muchas ganas de aprender. — Me alegra escuchar eso. Ahora ven, te enseñaré a tocar el piano. — Mi voz era monótona, pero mantenía un acento propio que era suficientemente atractivo como para no volverse aburrido, quizá podría deberse a la mezcla de idiomas, tenía una inconfundible tonada extranjera, como si la garganta carraspeara al apoyar la lengua en el paladar. Un acento de las lenguas antiguas.
Mantuve un silencio empático. Completamente sumido en un pensamientos singular. — ¿Qué te gustaría ser en ésta vida? Cuando puedas contestarme eso sin dudar, entonces podrás volverme a pedir la daga que tanto anhelas. — No consulté si le parecía esa opción o si estaba de acuerdo con ello. La realidad es que había entendido desde un inicio que la daga estaba unido a él de alguna forma. Pero ciertamente no había nada peor que unirse a algo material. Quizá sí para los humanos, después de todo compartían el mismo período de vida, sin embargo, tenía la certeza que esa arma era algo que le recordaría siempre que tenía que protegerse del mundo entero. No esperaba eso para él, tampoco lo hacía para Amadeo, ¿por qué los humanos tendrían que verse envueltos en un mundo de miseria y dolor? La gran mayoría vivían felices o al menos normalmente, con los altibajos emocionales que cualquiera podía tener. No necesitaban todo lo demás. Aunque claramente no podía arreglar eso del muchacho, era algo que ya estaba hecho, sin embargo, ayudar a superarlo era lo que evidentemente me había predispuesto a hacer desde el momento en que acepté que no tenía que morir. Pues la mala suerte y las malas decisiones aún podían resolverse. — ¿Alguna vez te enseñaron esto? No vienes de una familia tan pobre, no obstante, desconozco en qué basan sus estudios ahora mismo. — Con la mano derecha había hecho hincapié en que se sentara, en tanto me acomodaba a un costado, cruzándome de brazos sobre el pecho con esa misma calma de siempre. — ¿Quieres contarme la historia sobre esa daga? Parecías muy apegado a ella, es de plata, algo que resulta… peculiar. — Por no decir peligroso. Fue más un anhelo o una sugerencia que una pregunta propiamente. Como si pensara que él mismo quería hacerlo pero no se atrevía. Podía notar su eterno nerviosismo, su temor a ser abusado u obligado a cosas que no quisiera. Y aunque el muchacho estaba al tanto de que esa no era mi manera de hacer las cosas, esos instintos son los que uno tarda en perder, al fin y al cabo nacimos como animales y esa parte no solo cuesta dominar, también entender y capturar dentro de nosotros. Explicarle todo eso al chico no era tan sencillo como pensarlo para mis adentros. Yo había tenido milenios para entenderlo. Un momento más tarde, recorrí con suma delicadeza los libros de música que el joven dueño de ese lugar tenía. Agarré una que no tenía título, mostraba las notas musicales en descendente y ascendente y el grupo de figuras, de negra a blanca. El piano era el instrumento más básico lo que resultaba bastante útil a la hora de entender la música como una ciencia.
Mantuve un silencio empático. Completamente sumido en un pensamientos singular. — ¿Qué te gustaría ser en ésta vida? Cuando puedas contestarme eso sin dudar, entonces podrás volverme a pedir la daga que tanto anhelas. — No consulté si le parecía esa opción o si estaba de acuerdo con ello. La realidad es que había entendido desde un inicio que la daga estaba unido a él de alguna forma. Pero ciertamente no había nada peor que unirse a algo material. Quizá sí para los humanos, después de todo compartían el mismo período de vida, sin embargo, tenía la certeza que esa arma era algo que le recordaría siempre que tenía que protegerse del mundo entero. No esperaba eso para él, tampoco lo hacía para Amadeo, ¿por qué los humanos tendrían que verse envueltos en un mundo de miseria y dolor? La gran mayoría vivían felices o al menos normalmente, con los altibajos emocionales que cualquiera podía tener. No necesitaban todo lo demás. Aunque claramente no podía arreglar eso del muchacho, era algo que ya estaba hecho, sin embargo, ayudar a superarlo era lo que evidentemente me había predispuesto a hacer desde el momento en que acepté que no tenía que morir. Pues la mala suerte y las malas decisiones aún podían resolverse. — ¿Alguna vez te enseñaron esto? No vienes de una familia tan pobre, no obstante, desconozco en qué basan sus estudios ahora mismo. — Con la mano derecha había hecho hincapié en que se sentara, en tanto me acomodaba a un costado, cruzándome de brazos sobre el pecho con esa misma calma de siempre. — ¿Quieres contarme la historia sobre esa daga? Parecías muy apegado a ella, es de plata, algo que resulta… peculiar. — Por no decir peligroso. Fue más un anhelo o una sugerencia que una pregunta propiamente. Como si pensara que él mismo quería hacerlo pero no se atrevía. Podía notar su eterno nerviosismo, su temor a ser abusado u obligado a cosas que no quisiera. Y aunque el muchacho estaba al tanto de que esa no era mi manera de hacer las cosas, esos instintos son los que uno tarda en perder, al fin y al cabo nacimos como animales y esa parte no solo cuesta dominar, también entender y capturar dentro de nosotros. Explicarle todo eso al chico no era tan sencillo como pensarlo para mis adentros. Yo había tenido milenios para entenderlo. Un momento más tarde, recorrí con suma delicadeza los libros de música que el joven dueño de ese lugar tenía. Agarré una que no tenía título, mostraba las notas musicales en descendente y ascendente y el grupo de figuras, de negra a blanca. El piano era el instrumento más básico lo que resultaba bastante útil a la hora de entender la música como una ciencia.
Venance Carpaccio- Vampiro Clase Alta
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Re: Un nouveau monde [Cailen]
Observé el asiento ofrecido con el nerviosismo que me caracterizaba cuando me presentaban algo que era completamente nuevo, jugueteaba con mis manos que estaban dentro de los bolsillos del pantalón, vi como se levantaba y de inmediato entendí que esperaba que tomara el lugar que antes había ocupado y eso hice sacando las manos de los bolsillos sin poder evitar el rechinido de la madera y una vez sentado volví a meter las manos, haciendo aún más notoria mi ansiedad, como si me encontrara en una situación de peligro que en realidad no existía, tenía un aire enigmático que era adornado por su curioso acento y tranquilidad en su lenguaje y movimientos y, sobre todo, porque no era un ser humano, y eso era atemorizante.
Toda mi atención estaba puesta en sus movimientos elegantes como lo eran los de la gente de clase alta, no como los míos, desconfiados, torpes incluso, como teniendo miedo a que algo se rompiera con solo respirar sobre el objeto. Solo me distraje cuando habló nuevamente dejándome incrédulo, no era una sugerencia u ofrecimiento, en realidad no me había dado lugar para objetar o expresar una opinión, era casi una orden, por lo general Venance solía decir muchas cosas con esa intención y sin darme cuenta terminaba haciendo lo que había dicho sin necesidad de usar alguna habilidad de persuasión o semejantes, no solo conmigo, al parecer también funcionaba con Amadeo, como cuando lo asignó como mi tutor. Demostraba el dominio que tenía sobre el uso de las palabras.
Movía una pierna de forma inquieta a la espera de la respuesta, dudaba que me devolviera el arma, ni siquiera yo lo haría, pero dentro de mí tenía la esperanza de que al menos no la conservara como suya, que me diera una oportunidad para recuperarla como mínimo. Estaba por decirle que me comprometía a estudiar más arduamente para demostrarle que tenía ganas de aprender cuando respondió por fin. La pregunta que me hizo era muy simple pero a la vez tan compleja, sin darme cuenta agaché un poco la cabeza en señal de derrota, en realidad nunca me había preguntado nada semejante, todo se había limitado a sobrevivir el presente sin pensar si lo lograría en el futuro. Claro, sabía que no iba a tener respuesta para eso. -Jamás me he acercado tanto a un instrumento monseñor. Yo también desconozco todo eso, no fui a la escuela y tampoco me instruyeron en mi hogar.
Solté un suspiro con la siguiente interrogante, esa historia no la sabía nadie, ni siquiera las personas a quienes les tenía más confianza. Seguí sus movimientos nuevamente observando cómo sacaba unos libros de música y éste era abierto, dejándome ver todos esos símbolos, al parecer tenía que estudiar dos formas de escritura a partir de ese momento. Finalmente decidí romper el silencio en el que me había sumido. -La daga en realidad es de mi padre, la tomé antes de salir de casa para no volver, tan solo pensé que algo debería de llevarme conmigo en caso de que sufriera un atraco en el camino al muelle. -En ese momento me detuve a pensar en lo irónico que resultaba eso. -Sé que pude haberla vendido a buen precio, pero por alguna razón no he podido deshacerme de ella. Fue lo primero que robé, a veces jugueteo con la idea de devolvérsela, pero me niego a acercarme a Escocia.
Toda mi atención estaba puesta en sus movimientos elegantes como lo eran los de la gente de clase alta, no como los míos, desconfiados, torpes incluso, como teniendo miedo a que algo se rompiera con solo respirar sobre el objeto. Solo me distraje cuando habló nuevamente dejándome incrédulo, no era una sugerencia u ofrecimiento, en realidad no me había dado lugar para objetar o expresar una opinión, era casi una orden, por lo general Venance solía decir muchas cosas con esa intención y sin darme cuenta terminaba haciendo lo que había dicho sin necesidad de usar alguna habilidad de persuasión o semejantes, no solo conmigo, al parecer también funcionaba con Amadeo, como cuando lo asignó como mi tutor. Demostraba el dominio que tenía sobre el uso de las palabras.
Movía una pierna de forma inquieta a la espera de la respuesta, dudaba que me devolviera el arma, ni siquiera yo lo haría, pero dentro de mí tenía la esperanza de que al menos no la conservara como suya, que me diera una oportunidad para recuperarla como mínimo. Estaba por decirle que me comprometía a estudiar más arduamente para demostrarle que tenía ganas de aprender cuando respondió por fin. La pregunta que me hizo era muy simple pero a la vez tan compleja, sin darme cuenta agaché un poco la cabeza en señal de derrota, en realidad nunca me había preguntado nada semejante, todo se había limitado a sobrevivir el presente sin pensar si lo lograría en el futuro. Claro, sabía que no iba a tener respuesta para eso. -Jamás me he acercado tanto a un instrumento monseñor. Yo también desconozco todo eso, no fui a la escuela y tampoco me instruyeron en mi hogar.
Solté un suspiro con la siguiente interrogante, esa historia no la sabía nadie, ni siquiera las personas a quienes les tenía más confianza. Seguí sus movimientos nuevamente observando cómo sacaba unos libros de música y éste era abierto, dejándome ver todos esos símbolos, al parecer tenía que estudiar dos formas de escritura a partir de ese momento. Finalmente decidí romper el silencio en el que me había sumido. -La daga en realidad es de mi padre, la tomé antes de salir de casa para no volver, tan solo pensé que algo debería de llevarme conmigo en caso de que sufriera un atraco en el camino al muelle. -En ese momento me detuve a pensar en lo irónico que resultaba eso. -Sé que pude haberla vendido a buen precio, pero por alguna razón no he podido deshacerme de ella. Fue lo primero que robé, a veces jugueteo con la idea de devolvérsela, pero me niego a acercarme a Escocia.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: Un nouveau monde [Cailen]
Un suspiro casi tácito se escuchó desde mis adentros, incluso podía sentirse la presión de la molestia que me causaba su aura. Parecía que estaba rodeado de vidrios punzantes a su alrededor y en mi rostro una ligera mueca se hizo visible junto con las cejas apretadas. Podía comprender que él viera un asesino, estaba correcto hacer eso después de todo. Pero yo no lo era, para su suerte la paz interna que podía conllevar procuraba que no levante la voz ni mucho menos responda de mala gana. Sin embargo si en algún momento quería incluirse en la sociedad su personalidad no terminaría encajando nunca. No al menos de ese modo tan estrecho. — ¿Tienes miedo? ¿De qué? — Observé con curiosidad, podía haberle mirado los pensamientos, aclararme mis dudas con solo una ojeada, para fortuna de ambos había decidido hacía mucho tiempo que esa habilidad era solo para los potenciales enemigos. Me acomodé cuidadosamente a su lado, sin mirarlo demasiado. Al final apoyé los dedos sobre la primera mitad del piano, la parte grave de éste. Toqué una primera octava, es decir las primeras teclas de mi lado. Después indiqué con el índice la primera tecla que él tenía que tocar y le alenté con la cabeza a que tocara las siguientes. — No lo vas a romper. — Aseguré de una manera natural y casi con saña para pronto alzar la mano al libro, quitándolo finalmente. Parecía ser que el muchacho necesitaba un poco de charla antes de que irrumpiera las canalizaciones de sus pensamientos con otras cosas.
Al final, con los parpados cuidadosamente cerrados me quedé observándole, esperando respuestas. El muchacho parecía pensarlas y repensarlas, no necesitaba leerle la mente para saber tal cosa. Al final su respuesta solo hizo que le devolviera una ceja arqueada y curiosa. — Entiendo, solamente disfruta del sonido entonces. Cailen, cuando no sabes algo, no pienses tanto, no lo sabes y es suficiente con esa respuesta. Si te tardas tanto parecerá que mientes. ¿Entendido? Ahora, prueba tocar, que tus dedos no pulsen la tecla, solo resbala la punta, como si tocaras una flor. — Planteé entonces mis pensamientos con esa calma irrefutable que para algunas personas era tan aburrida que podían dormirse, pero al mismo tiempo era lo suficientemente dominante como para captar la atención. Al final crucé las manos sobre mi pecho, volviendo a la posición habitual, sin inmutarme de que me había quedado sentado en el estrecho banco, el joven seguía teniendo espacio suficiente para mover las manos de todos modos.
Escuché su historia, supuse que sería cierta porque no era demasiado honorable y asentí, el miedo a que me la quedara y no se la devolviera se reflejaba en sus claros faroles como una pena de su pasado. En ese momento pensé en que sería mejor quedármela y nunca devolverle ese pedazo de su pasado. Pero acarrear con sus propios errores era algo que no podía volver a hacer. — En ese caso cambiaré la disposición a devolvértela. Cuando respondas la pregunta y seas lo suficientemente valiente para ir a devolver lo robado, entonces te la daré. Si no la vendiste es porque sientes algo y si quieres desprenderte no bastará con aprender a leer, Cailen. — Para mi sorpresa, en el pequeño lapso de tiempo que había aceptado cuidar al chico, éste se había convertido en alguien que tenía mi completa curiosidad, algo que a Amadeo no parecía agradarle demasiado. Dejé que se mostraba una sonrisa a medias, casi tan diminuta que apenas se reflejaba en un borde del labio. — ¿Te gusta el piano? Puedes hablar, tienes mi aprobación para hacerlo si la necesitas. — Cada tanto, podía notar que el joven necesitaba siempre un pequeño empujón, una especie de obligación que lo hiciera actuar como quisiera. Me pregunté entonces qué tanto podrían haberlo maltratado y cómo había aprendido a odiar a los sobrenatural si siquiera conocía lo natural de las personas. Cuando terminé de señalar las nuevas teclas que le insinuaba a tocar me levanté, poniéndome nuevamente a un lado para ver su postura, pequeña, aunque fuese bastante alto y corpulento parecía esconderse en su propio cuerpo. — Derecho. — Susurré, lo suficientemente audible para que lo escuchara y lo precisamente suave para que no fuese un castigo ni reto. Y antes de que se acomodara solo acerqué dos dedos para apoyarlos justo en donde la columna se curveara. Cuidadosamente para que tampoco intentara esforzarse de más. — ¿En dónde vivías en Escocia? — Consulté para romper el silencio, aunque las pequeñas púas de aura de su alrededor parecían redondearse, eran como un tifón a punto de alzarse.
Al final, con los parpados cuidadosamente cerrados me quedé observándole, esperando respuestas. El muchacho parecía pensarlas y repensarlas, no necesitaba leerle la mente para saber tal cosa. Al final su respuesta solo hizo que le devolviera una ceja arqueada y curiosa. — Entiendo, solamente disfruta del sonido entonces. Cailen, cuando no sabes algo, no pienses tanto, no lo sabes y es suficiente con esa respuesta. Si te tardas tanto parecerá que mientes. ¿Entendido? Ahora, prueba tocar, que tus dedos no pulsen la tecla, solo resbala la punta, como si tocaras una flor. — Planteé entonces mis pensamientos con esa calma irrefutable que para algunas personas era tan aburrida que podían dormirse, pero al mismo tiempo era lo suficientemente dominante como para captar la atención. Al final crucé las manos sobre mi pecho, volviendo a la posición habitual, sin inmutarme de que me había quedado sentado en el estrecho banco, el joven seguía teniendo espacio suficiente para mover las manos de todos modos.
Escuché su historia, supuse que sería cierta porque no era demasiado honorable y asentí, el miedo a que me la quedara y no se la devolviera se reflejaba en sus claros faroles como una pena de su pasado. En ese momento pensé en que sería mejor quedármela y nunca devolverle ese pedazo de su pasado. Pero acarrear con sus propios errores era algo que no podía volver a hacer. — En ese caso cambiaré la disposición a devolvértela. Cuando respondas la pregunta y seas lo suficientemente valiente para ir a devolver lo robado, entonces te la daré. Si no la vendiste es porque sientes algo y si quieres desprenderte no bastará con aprender a leer, Cailen. — Para mi sorpresa, en el pequeño lapso de tiempo que había aceptado cuidar al chico, éste se había convertido en alguien que tenía mi completa curiosidad, algo que a Amadeo no parecía agradarle demasiado. Dejé que se mostraba una sonrisa a medias, casi tan diminuta que apenas se reflejaba en un borde del labio. — ¿Te gusta el piano? Puedes hablar, tienes mi aprobación para hacerlo si la necesitas. — Cada tanto, podía notar que el joven necesitaba siempre un pequeño empujón, una especie de obligación que lo hiciera actuar como quisiera. Me pregunté entonces qué tanto podrían haberlo maltratado y cómo había aprendido a odiar a los sobrenatural si siquiera conocía lo natural de las personas. Cuando terminé de señalar las nuevas teclas que le insinuaba a tocar me levanté, poniéndome nuevamente a un lado para ver su postura, pequeña, aunque fuese bastante alto y corpulento parecía esconderse en su propio cuerpo. — Derecho. — Susurré, lo suficientemente audible para que lo escuchara y lo precisamente suave para que no fuese un castigo ni reto. Y antes de que se acomodara solo acerqué dos dedos para apoyarlos justo en donde la columna se curveara. Cuidadosamente para que tampoco intentara esforzarse de más. — ¿En dónde vivías en Escocia? — Consulté para romper el silencio, aunque las pequeñas púas de aura de su alrededor parecían redondearse, eran como un tifón a punto de alzarse.
Venance Carpaccio- Vampiro Clase Alta
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Re: Un nouveau monde [Cailen]
¿Que si tenía miedo? Joder, estaba completamente aterrado. Lo que no podía responder era el por qué, sin importar cuanto lo pensara y repensara no se me podía ocurrir una respuesta buena o al menos lo suficientemente convincente. A todo… Que Venance fuera un sobrenatural, y no cualquier tipo, tenía que ser un vampiro, haber entrado -y de la forma más surrealista y acelerada posible- a ese mundo tan alejado de la realidad en la que estuve sumergido durante años, uno que tal vez con la intención o no, eludí por mucho tiempo; también al hecho de que alguien tuviera expectativas de mí, y unas que parecían demasiado altas. Todo eso combinado era algo de lo más agobiante que pudiera existir. Claro que ninguno de esos pensamientos salió de mi boca, no se asomaron ni siquiera por equivocación.
A pesar de estar concentrado en esas ideas, estaba lo suficientemente atento a lo que pasaba a mi alrededor como para notar que Venance tomaba asiento en el mismo banco que estaba ocupando, no pude más que recorrerme un poco a la derecha para hacerle espacio. -Lo sé, es solo que… no lo sé, casi todos los objetos de esta mansión son tan lujosos. -Seguí con cautela cada uno de sus movimientos y posicioné mi mano sobre el piano, volteando a ver repetidas veces a la forma en la que acomodaba las suyas para imitarlas. Sus manos perfectamente sincronizadas producían un sonido dulce al presionar las teclas, con las mías, notablemente más delgadas la música se interrumpía por intervalos de apenas unos segundos, en lo que acomodaba mis manos.
Sentía su mirada profunda encima mío, que observaba cada movimiento que hacía. Todo hubiera estado perfecto y en calma de no ser porque en verdad me puse a pensar en ello, dándole mil y un vueltas al asunto, estábamos sentados juntos y de repente mi brazo podía rozar con el suyo, eso y mil cosas más pasaron por mi cabeza, por esa misma razón fue que lenta y gradualmente comenzaba a inquietarme otra vez, no me di cuenta de ello hasta que el corazón me golpeaba el pecho como si fuera un martillo, con las manos hacía el esfuerzo por seguir las indicaciones, tocar las teclas de la forma más suave posible, pero aquella tarea era entorpecida por mi pulso frenético y manos temblorosas; me detuve un instante y bajé las manos para pasarlas por la tela del pantalón en nerviosismo. Podía sentir la fuerza de los latidos e inclusive alcanzaba a escuchar el palpitar ¿Venance también podía escucharlo? Maldición Cailen, tranquilo, no te hará nada, ya lo hubiera hecho… pensando en ello y repitiéndolo como un mantra fue que logré apaciguarme, solo lo suficiente como para volver a lo que estaba haciendo. Tomé aire profundamente una y dos veces antes de volver las manos a las teclas.
Aquello duró apenas unos segundos antes de detenerme por completo, por el simple hecho de que no podía concentrarme en mover los dedos con coordinación mientras hablaba. Podía ver mi reflejo en la superficie pulida del piano, era el de una persona agotada y cobarde. -Sé que no es suficiente, pero puedo empezar con ello. - movía la mano y era otro sonido el que se producía, más agudo; estuve así por varios segundos, probando a usar todos los dedos. -Se veía más sencillo. -Comenté deteniéndome un segundo para estirar mis dedos que comenzaban a sentirse algo acalambrados. - Pero, me gusta. -Sonreí de lado, aunque muy tenue, no forzado para nada. Siempre sentí curiosidad e intriga por los pianistas y músicos en general pero no sabía que quería aprender a tocar el piano hasta ese momento. Volví a enfocar mi atención en el fino instrumento y las nuevas notas que me eran señaladas, no me desconcentré ni cuando el mayor se puso de pie. Podría ser un progreso… pero mi corazón seguía agitado, solo que estaba haciendo mayor esfuerzo por controlarlo.
El tacto, aunque muy suave fue suficiente como para hacer que mi pulso volviera a dispararse y que incluso dejara de respirar un instante, enderecé la espalda, pero fue más por tratar de alejarme que por otra cosa. El contacto físico estaba reservado solo a un grupo de personas, amigos que podía contar con los dedos de una mano, y fue algo que se fue construyendo con el paso del tiempo, que alguien -no necesariamente un desconocido- con quien no tuviera un vínculo tan estrecho lo hiciera, me ponía los pelos de punta. -Viví en Glasgow. -Respondí acelerado. Medité un momento antes de volverme hacia él en confusión. -Dijo “cuando seas lo suficientemente valiente”... ¿cómo sabe si ese día tan siquiera llegará? -Porque lo había dicho con un tono seguro
A pesar de estar concentrado en esas ideas, estaba lo suficientemente atento a lo que pasaba a mi alrededor como para notar que Venance tomaba asiento en el mismo banco que estaba ocupando, no pude más que recorrerme un poco a la derecha para hacerle espacio. -Lo sé, es solo que… no lo sé, casi todos los objetos de esta mansión son tan lujosos. -Seguí con cautela cada uno de sus movimientos y posicioné mi mano sobre el piano, volteando a ver repetidas veces a la forma en la que acomodaba las suyas para imitarlas. Sus manos perfectamente sincronizadas producían un sonido dulce al presionar las teclas, con las mías, notablemente más delgadas la música se interrumpía por intervalos de apenas unos segundos, en lo que acomodaba mis manos.
Sentía su mirada profunda encima mío, que observaba cada movimiento que hacía. Todo hubiera estado perfecto y en calma de no ser porque en verdad me puse a pensar en ello, dándole mil y un vueltas al asunto, estábamos sentados juntos y de repente mi brazo podía rozar con el suyo, eso y mil cosas más pasaron por mi cabeza, por esa misma razón fue que lenta y gradualmente comenzaba a inquietarme otra vez, no me di cuenta de ello hasta que el corazón me golpeaba el pecho como si fuera un martillo, con las manos hacía el esfuerzo por seguir las indicaciones, tocar las teclas de la forma más suave posible, pero aquella tarea era entorpecida por mi pulso frenético y manos temblorosas; me detuve un instante y bajé las manos para pasarlas por la tela del pantalón en nerviosismo. Podía sentir la fuerza de los latidos e inclusive alcanzaba a escuchar el palpitar ¿Venance también podía escucharlo? Maldición Cailen, tranquilo, no te hará nada, ya lo hubiera hecho… pensando en ello y repitiéndolo como un mantra fue que logré apaciguarme, solo lo suficiente como para volver a lo que estaba haciendo. Tomé aire profundamente una y dos veces antes de volver las manos a las teclas.
Aquello duró apenas unos segundos antes de detenerme por completo, por el simple hecho de que no podía concentrarme en mover los dedos con coordinación mientras hablaba. Podía ver mi reflejo en la superficie pulida del piano, era el de una persona agotada y cobarde. -Sé que no es suficiente, pero puedo empezar con ello. - movía la mano y era otro sonido el que se producía, más agudo; estuve así por varios segundos, probando a usar todos los dedos. -Se veía más sencillo. -Comenté deteniéndome un segundo para estirar mis dedos que comenzaban a sentirse algo acalambrados. - Pero, me gusta. -Sonreí de lado, aunque muy tenue, no forzado para nada. Siempre sentí curiosidad e intriga por los pianistas y músicos en general pero no sabía que quería aprender a tocar el piano hasta ese momento. Volví a enfocar mi atención en el fino instrumento y las nuevas notas que me eran señaladas, no me desconcentré ni cuando el mayor se puso de pie. Podría ser un progreso… pero mi corazón seguía agitado, solo que estaba haciendo mayor esfuerzo por controlarlo.
El tacto, aunque muy suave fue suficiente como para hacer que mi pulso volviera a dispararse y que incluso dejara de respirar un instante, enderecé la espalda, pero fue más por tratar de alejarme que por otra cosa. El contacto físico estaba reservado solo a un grupo de personas, amigos que podía contar con los dedos de una mano, y fue algo que se fue construyendo con el paso del tiempo, que alguien -no necesariamente un desconocido- con quien no tuviera un vínculo tan estrecho lo hiciera, me ponía los pelos de punta. -Viví en Glasgow. -Respondí acelerado. Medité un momento antes de volverme hacia él en confusión. -Dijo “cuando seas lo suficientemente valiente”... ¿cómo sabe si ese día tan siquiera llegará? -Porque lo había dicho con un tono seguro
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: Un nouveau monde [Cailen]
¿Qué era para un ser vivo el miedo? ¿Cómo podía diferenciarlo de los sentimientos de inquietud si no ha vivido en carne propia la muerte? El pensamiento pasó fugazmente por mi cabeza, quizá podía oírse escuetamente ilógico. Resultaba que en mi mundo el temer a algo era tan demencial como en el suyo ser valiente ante lo imposible. Por lo tanto no esperé una respuesta lógica de su parte. Lo cual agradecí porque lo que dijo fue lo que menos esperaba que me responda. No supe como una cosa tenía que ver con la otra en absoluto. Alcé las cejas con un poco de sorpresa, mirando alrededor por un momento un tanto perdido. Sí quizá eran algo lujosas las formas alrededor, pero eran de esa época, claramente actuales, no había nada antiguo ni realmente valioso, más que los libros. Aparte, ¿qué le llevaba a temer? El muchacho que vivía allí tenía cantidad de encuadernaciones que por las hojas se notaba que habían sido leídas quizá más de una vez. Y posiblemente con más desesperación de la que es políticamente correcta, lo suponía por lo doblado del papel. Entonces me preguntaba, ¿qué le importaba a Cailen que le hacía fijarse en los objetos? — Las cosas de ésta casa no son nuestras, le pertenecen a alguien importante para Amadeo. ¿Te gustaría estar en un lugar menos espacioso? ¿A eso le temes a que lo demás tenga más valor que tu? — Respondí estático a su inquietud, observando cómo iba y venía con los dedos, intentando de alguna manera copiar los movimientos. Eso estaba bien, era una forma de comenzar. Pasaron varios minutos hasta que sentí como su corazón latía frenéticamente y mi mirada se atenuó, mirándole de reojo. ¿Por qué? Me invadía la pregunta como un torbellino y me daba cuenta entonces que hacía siglos que no sentía esa clase de curiosidad. No era la misma que sentía por Amadeo, no, claramente no se le asemejaba. Se trataba de algo más puro y sencillo, una curiosidad netamente ingenua.
Pasó el tiempo y me había levantado, la postura era algo muy importante en todo lo que se hacía, el piano no era la excepción. Por supuesto que no había previsto que su respuesta fuese nuevamente la de un terror atormentable. Incluso llegaba a pesar un poco en mi orgullo, después de todo había pasado muchos siglos sin hacerle daño real a ningún humano que no lo mereciera. Hasta las ratas de alcantarilla solían tener más suficiencia que los pobres diablos a los que asesinaba. Me crucé de brazos y lo merodeé con calma, caminando alrededor, hasta que él mismo se dispuso a detenerse para mirarme igual que lo haría un cordero perdido. — Está bien, si te gusta entonces lo aprenderás. Eso dicen. — Alegué con respecto al piano, pues era real lo que decía, todo parece más fácil cuando lo hace otro, un gran error que no solo cumplen los humanos en general. Sino que se ve en cada especie del mundo. — Es como a una bailarina danzando, parece fácil, como si el mismo aire la envolviera y la hiciera andar. Parece llevada por el viento y en parte es cierto. Se necesita la teoría y luego la práctica. Pero al final solo tienes que dejarte llevar por la entonación, la música es una forma de existir después de todo. — Aminoré el ambiente tenso, recordando las innumerables veces que había sentido lo mismo que el chico decía. Igual que una hoja que viaja en una tormenta. Con cuidado tomé asiento sobre un sillón del costado, bajando los brazos para ponerlos sobre mis propias piernas, observándole atentamente. — ¿Quiénes formaban parte de tu ambiente? Tu padre, ¿y quién más? — Consulté con simpleza y entonces apoyé la cabeza sobre uno de mis puños, quieto, estático como si se trata de una estatua. Pensé la respuesta que debería darle pero al mismo tiempo creí que él realmente no se merecía una la verdad loable. Incluso si mostraba un rostro confuso y anhelante no era suficiente, justamente no tenía el valor de asimilar nada de lo que podía llegar a decirle. Su naturaleza, así como su fuerza real estaban aún lejos de su alcance. — ¿Por qué dudas de lo que puedo decirte? ¿Acaso te parece que puedo equivocarme realmente? Me temo que pronto es la hora de que me vaya. Deberías leer los libros de principiantes. Pregúntale a Amadeo si no entiendes o puedes esperar a que vuelva. — Me paré enseguida, suspirando con calma y paciencia. El chico iba a tardar, pero tarde o temprano encontraría esas agallas que estaban esperándolo en su propio interior, ferozmente podía ver como esa energía se hacía cada vez más poderosa. Esperaba que ese día llegara sabiamente o sino tal vez si me terminara por equivocar. Comencé entonces a caminar hacia la salida, contemplando el sonido para nada constante de su corazón, por el contrario siempre parecía una bomba de tiempo.
Pasó el tiempo y me había levantado, la postura era algo muy importante en todo lo que se hacía, el piano no era la excepción. Por supuesto que no había previsto que su respuesta fuese nuevamente la de un terror atormentable. Incluso llegaba a pesar un poco en mi orgullo, después de todo había pasado muchos siglos sin hacerle daño real a ningún humano que no lo mereciera. Hasta las ratas de alcantarilla solían tener más suficiencia que los pobres diablos a los que asesinaba. Me crucé de brazos y lo merodeé con calma, caminando alrededor, hasta que él mismo se dispuso a detenerse para mirarme igual que lo haría un cordero perdido. — Está bien, si te gusta entonces lo aprenderás. Eso dicen. — Alegué con respecto al piano, pues era real lo que decía, todo parece más fácil cuando lo hace otro, un gran error que no solo cumplen los humanos en general. Sino que se ve en cada especie del mundo. — Es como a una bailarina danzando, parece fácil, como si el mismo aire la envolviera y la hiciera andar. Parece llevada por el viento y en parte es cierto. Se necesita la teoría y luego la práctica. Pero al final solo tienes que dejarte llevar por la entonación, la música es una forma de existir después de todo. — Aminoré el ambiente tenso, recordando las innumerables veces que había sentido lo mismo que el chico decía. Igual que una hoja que viaja en una tormenta. Con cuidado tomé asiento sobre un sillón del costado, bajando los brazos para ponerlos sobre mis propias piernas, observándole atentamente. — ¿Quiénes formaban parte de tu ambiente? Tu padre, ¿y quién más? — Consulté con simpleza y entonces apoyé la cabeza sobre uno de mis puños, quieto, estático como si se trata de una estatua. Pensé la respuesta que debería darle pero al mismo tiempo creí que él realmente no se merecía una la verdad loable. Incluso si mostraba un rostro confuso y anhelante no era suficiente, justamente no tenía el valor de asimilar nada de lo que podía llegar a decirle. Su naturaleza, así como su fuerza real estaban aún lejos de su alcance. — ¿Por qué dudas de lo que puedo decirte? ¿Acaso te parece que puedo equivocarme realmente? Me temo que pronto es la hora de que me vaya. Deberías leer los libros de principiantes. Pregúntale a Amadeo si no entiendes o puedes esperar a que vuelva. — Me paré enseguida, suspirando con calma y paciencia. El chico iba a tardar, pero tarde o temprano encontraría esas agallas que estaban esperándolo en su propio interior, ferozmente podía ver como esa energía se hacía cada vez más poderosa. Esperaba que ese día llegara sabiamente o sino tal vez si me terminara por equivocar. Comencé entonces a caminar hacia la salida, contemplando el sonido para nada constante de su corazón, por el contrario siempre parecía una bomba de tiempo.
Venance Carpaccio- Vampiro Clase Alta
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Re: Un nouveau monde [Cailen]
Era conocido por tener un corazón ansioso y no era por nada, pero el vampiro ante mí no sabía eso en un inicio, sin embargo no tomó casi nada para que se diera cuenta de ello también y, he de admitir, que me causaba cierta vergüenza pero era algo que simplemente no podía evitar, trataba en serio pero al parecer no estaba dando resultado. Cualquier intento por serenarme terminaba empeorando las cosas, pensaba demasiado, si estaba haciendo algo bien o mal, si era correcto o no. Analizaba una y otra vez las cosas siempre temiendo una represalia que al parecer nunca llegaba y posiblemente ni lo hiciera alguna vez. Todo esto era tan raro.
No respondí pues no hacía falta, si era obvio qué contestaría. Era justo lo que no quería, que Amadeo se enojara si es que me viera tocando algo de esa persona que nadie se dignaba en decir nada de él, ni siquiera podía otorgarle un nombre a esa misteriosa entidad, sería útil saber al menos por qué era importante, para darme una idea al menos pero nada de nada. Suspiré pesadamente terminando finalmente de hacer ese vaivén arrítmico con los dedos y bajando la tapa del instrumento con un aire de pesadumbre, en realidad me había gustado pero llegué a la conclusión de que con ese nerviosismo no haría nada bueno con tan elegante artefacto.
Giré mi cuello para verlo mientras meditaba ese breve monólogo y mientras hacía eso llevé ambas manos a mi cara e inhalé profundo en un último intento por calmar mi sobresalto de hace un segundo. Repetí la acción una vez más, logrando mi cometido y finalmente bajé ambas manos pero evitaba el contacto visual, tenía la mirada perdida en algún punto en el piso. En realidad nunca hablaba de mi familia o de lo que hubiera sido mi vida en escocia, muchos malos recuerdos. -Solo mi madre y mi padre. Nadie más. -Excepto si contaba a todos aquellos sobrehumanos cuya sangre vi derramar en esas formas tan horribles, esas escenas me perseguían hasta la fecha en sueños tormentosos.
-No es eso. -protesté dando una tenue sacudida a mi cabeza y pensamientos. -Es que tengo mucha curiosidad, suena usted muy seguro de que pueda lograrlo algún día y es lo que no entiendo ¿por qué podría?. -Exhalé un tanto afligido, cada vez le entendía menos al hombre y sus respuestas siempre me eran tan crípticas, como una especie de acertijo. Siendo franco, no quería preguntarle nada a Amadeo, a duras penas podía convivir con él en las horas de lecciones y con eso tenía hasta de sobra. -Creo que lo buscaré cuando regrese, si le parece bien.
Con eso terminé igual levantándome del asiento y caminando directo a la habitación que ocupaba, el sol estaba por ponerse y deduje que saldría a alimentarse y, por más espeluznante que pudiera sonarme, lo aceptaba, yo me alimentaba de la carne de animales, él de la sangre de humanos, así eran las cosas simplemente y ninguno de los dos podía evitarlo.
Cerré la pesada puerta tras de mí con toda la cautela que pude y mientras avanzaba hacia la cama me iba despojando de los zapatos, cinturón y de las prendas pesadas, quedando solo en una ligera y delgada camisa, pantalones y calcetas. Me acomodé sobre el suave colchón y tomé de la mesita de noche un libro que tenía a mi lado, lo había tomado al azar de la gigantesca biblioteca y todas las noches me disponía a practicar mi lectura. -Oliver Twist... -Dije en voz alta antes de abrir el libro en la tercera página que era donde me había quedado, el avance era escaso pero no por ello dejaba de enorgullecerme.
Leí hasta que el sueño no me dejó continuar y me dispuse a dormir, la mañana siguiente hice lo que se estaba convirtiendo en una rutina. Desayuné directo en la cocina y no en el elegante comedor principal, continué con las lecciones y por la tarde me volví a asomar al salón donde estaba el piano, no sorpresivamente me encontré al vampiro ya ahí. Aquello se repitió durante varios días y sin querer ya habíamos establecido un horario.
No respondí pues no hacía falta, si era obvio qué contestaría. Era justo lo que no quería, que Amadeo se enojara si es que me viera tocando algo de esa persona que nadie se dignaba en decir nada de él, ni siquiera podía otorgarle un nombre a esa misteriosa entidad, sería útil saber al menos por qué era importante, para darme una idea al menos pero nada de nada. Suspiré pesadamente terminando finalmente de hacer ese vaivén arrítmico con los dedos y bajando la tapa del instrumento con un aire de pesadumbre, en realidad me había gustado pero llegué a la conclusión de que con ese nerviosismo no haría nada bueno con tan elegante artefacto.
Giré mi cuello para verlo mientras meditaba ese breve monólogo y mientras hacía eso llevé ambas manos a mi cara e inhalé profundo en un último intento por calmar mi sobresalto de hace un segundo. Repetí la acción una vez más, logrando mi cometido y finalmente bajé ambas manos pero evitaba el contacto visual, tenía la mirada perdida en algún punto en el piso. En realidad nunca hablaba de mi familia o de lo que hubiera sido mi vida en escocia, muchos malos recuerdos. -Solo mi madre y mi padre. Nadie más. -Excepto si contaba a todos aquellos sobrehumanos cuya sangre vi derramar en esas formas tan horribles, esas escenas me perseguían hasta la fecha en sueños tormentosos.
-No es eso. -protesté dando una tenue sacudida a mi cabeza y pensamientos. -Es que tengo mucha curiosidad, suena usted muy seguro de que pueda lograrlo algún día y es lo que no entiendo ¿por qué podría?. -Exhalé un tanto afligido, cada vez le entendía menos al hombre y sus respuestas siempre me eran tan crípticas, como una especie de acertijo. Siendo franco, no quería preguntarle nada a Amadeo, a duras penas podía convivir con él en las horas de lecciones y con eso tenía hasta de sobra. -Creo que lo buscaré cuando regrese, si le parece bien.
Con eso terminé igual levantándome del asiento y caminando directo a la habitación que ocupaba, el sol estaba por ponerse y deduje que saldría a alimentarse y, por más espeluznante que pudiera sonarme, lo aceptaba, yo me alimentaba de la carne de animales, él de la sangre de humanos, así eran las cosas simplemente y ninguno de los dos podía evitarlo.
Cerré la pesada puerta tras de mí con toda la cautela que pude y mientras avanzaba hacia la cama me iba despojando de los zapatos, cinturón y de las prendas pesadas, quedando solo en una ligera y delgada camisa, pantalones y calcetas. Me acomodé sobre el suave colchón y tomé de la mesita de noche un libro que tenía a mi lado, lo había tomado al azar de la gigantesca biblioteca y todas las noches me disponía a practicar mi lectura. -Oliver Twist... -Dije en voz alta antes de abrir el libro en la tercera página que era donde me había quedado, el avance era escaso pero no por ello dejaba de enorgullecerme.
Leí hasta que el sueño no me dejó continuar y me dispuse a dormir, la mañana siguiente hice lo que se estaba convirtiendo en una rutina. Desayuné directo en la cocina y no en el elegante comedor principal, continué con las lecciones y por la tarde me volví a asomar al salón donde estaba el piano, no sorpresivamente me encontré al vampiro ya ahí. Aquello se repitió durante varios días y sin querer ya habíamos establecido un horario.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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