Mikhail Tiberius Argeneau

Habilidades. Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad y fuerza sobrehumana. 1. Sanación acelerada. Habilidad para sanar rápidamente heridas y contusiones no tan graves (esto no aplica al desmembramiento, si les arrancan un brazo, el brazo no volverá a crecer). El tiempo de recuperación varía según el personaje y la gravedad de la herida o lesión. Cuando se trata de balas de plata o fuego pueden morir si las heridas son muy graves. 2. Percepción del aura. Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder también les permite reconocer a otros vampiros e identificar a los licántropos gracias a su aura colorada y su característico olor. 3. Persuasión. Habilidad para controlar las acciones o el razonamiento de otra persona. Este poder logra que otras personas realicen acciones, sin que éstas puedan negarse o incluso darse cuenta, mediante palabras con entonación imperativa, es decir, ordenándolas. 4. Manipulación de la memoria. Concede la amnepatia y la recuperación mental, además ver los recuerdos de la gente y si se quiere proyectarlos en imágenes visibles para todos. También se puede aturdir a la gente mediante confusiones mentales dejándolos como "Enfermos mentales", pero solo temporalmente. Es muy difícil usar esta capacidad sin contacto ya que se requiere de mucha experiencia. 5. Telepatía. Habilidad para sondear los pensamientos superficiales de cualquier sujeto cercano y escucharlos como escucharía hablar a esa persona. Con el tiempo suficiente, puede enterarse casi de cualquier cosa sobre el sujeto.



Mikhail nunca se ensucia las manos con sus enemigos. La tortura física está mas allá de ser su pasión aunque le resulta imposible no ejercerla cuando quiere atención completa. Es el rey que prefiere solo comandar sus tropas sin tener que moverse de su trono, dando órdenes que jamás serán refutadas por sus peones. Cree en las alianzas, aunque solo para beneficio propio. Si presta su fuerza es porque algo le interesa, lo cobrará con creces cuando la oportunidad se presente. Alardea de todo cuanto posee y de lo que pronto será suyo. Su ambición no conoce de límites, nunca está conforme con todo lo que logra, una meta es solo eso porque nunca es suficiente para satisfacerlo.

La envidia es aquello que siempre le ha movido y caracterizado. Mikhail ha sabido llevarla al extremo. Su sed se vuelca en ir no un paso, sino cientos de millas por delante de su adversario. Se mueve con sigilo, observando y escuchando, atrapando y desechando, decidiendo con cuidado cuando merece la pena cruzarse con extraños. Nunca se verá en encuentros casuales dado que sobrevalora su tiempo y no osa malgastarlo con personas que no le llevarán a ningún lado. Se esconde para sorprender y dar la última estocada.

Mikhail sabe que ser paciente es la clave para la diversión. No salta sobre sus enemigos sin antes hacer sus estrategias. Comer piezas implica conocer cómo piensan, así que recopilar tanta información como sea posible para identificar los puntos débiles de sus adversarios es lo que considera la mejor parte de una partida. Jamás entra a terrenos sin antes haberlos estudiado, no cuando ha visto cómo los suyos han caído cuando confían solo en las habilidades que la inmortalidad les ha entregado. Se mostrará cauteloso e incluso desconfiado, pero cuidado, puede ser un engaño. Cuida tu espalda, que la de él está bien guardada.

Es el depredador que se agazapa, vigilante, esperando el descuido del enemigo. Ocurrirá. Nadie es tan paciente como Mikhail, capaz de mantener un “bajo perfil” si así se requiere. Le resulta imposible no recurrir a la fuerza.

Se adapta para atacar a la vez a varias piezas enemigas si la situación lo requiere, sin importar los sacrificios que se plantee. No dudará en poner en enemigos a los aliados ni en aliados a los enemigos. Mikhail sabe cuando retirarse, puede con la pérdida de una batalla mas nunca con la pérdida de la guerra. Volverá, es tenaz, su ley implica que siempre hay otra forma de llegar.

Sus peones y víctimas nunca pueden retroceder, una vez se ha dado el paso es imposible pretender que jamás ha avanzado. Siempre sacrificables, ninguno es importante. Son tan fáciles de encontrar como de aniquilar. Sin embargo, Tiberius sabe comprar la lealtad aunque la suya nunca sea una en la que se pueda confiar.


Al Señor Argeneau no le cabía el corazón en el pecho de lo orgulloso que estaba por el nacimiento de sus tres hijos. Pasando los treinta y cinco, había visto a sus amigos engendrar herederos, algunos teniendo que ver nacer hijas antes del esperado varón que aseguraría su línea. Marcus Argeneau era bien conocido por su pedantería y el nacimiento de sus hijos no había mas que significado la fuerza de su sangre y hombría. Tres días habían durado las celebraciones. El champagne se derramó sin escatimar en gastos y cada sirviente dentro de sus muros detuvo las labores para unirse a la fiesta organizada por el padre de los trillizos. Nadie preguntó por la Señora que los había traído al mundo, ni siquiera Marcus se molestó en agradecerle el haberle dado a sus herederos. “Es tu obligación” Esa era la frase que le dedicaba a su señora en el momento que entraba a sus aposentos para reclamar su cuerpo. Tres veces había concebido, pero solo uno de sus embarazos había llegado a los nueve meses y, para suerte de Marcus había nacido sin vida. Una mirada era todo lo que había dirigido hacia el pequeño bulto que la comadrona envolvía, de haber sobrevivido habría sido una niña. No había porqué apenarse, no era el heredero que había estado buscando. Marcus la había dejado recuperarse seis meses, tiempo suficiente para seguir en el intento de engendrar a su heredero y; finalmente, después de cinco meses, la señora Argeneau había dado la noticia de su embarazo. - ¡Es un niño! Había gritado la partera. No había terminado la frase cuando Marcus lo había arrebatado de los brazos de la anciana, asegurando con su mirada y tacto, que el bebé se encontraba sano. La señora Argeneau ya daba muestras de cansancio, el sudor en su frente brillaba ante las velas encendidas al lado de la cama, pero otra contracción advirtió a la partera de que el segundo bebé llegaba. Marcus sonrió a Darius sin importarle los acontecimientos dentro de la habitación. Ya no importaba quien llegara, su primogénito se encontraba consigo y nadie podría ocupar su sitio. Tiberius apenas estaba naciendo cuando ya había sido sentenciado a vivir bajo la sombra de su hermano. El señor Argeneau había abandonado la habitación con Darius, sin echarle una mirada al bulto que cargaba una de las criadas. Fue una sorpresa para todos (no para Marcus que, después de enterarse, aseguró que esa era la sangre de un Argeneau) que existiese un tercer heredero. Severus había llegado y al igual que Tiberius, había sido rechazado. No. No se puede culpar a Marcus. No los odiaba, era simplemente que para él no existía persona más importante que el mayor, aquél que dirigiría sus riquezas. La señora Argeneau nunca más se levantó, el parto se había llevado todas sus fuerzas y al cabo de unas semanas murió.


Los celos estuvieron en la mente de Tiberius desde que fue consciente de las atenciones que Marcus extendía hacia Darius, pero nunca hacia él y su hermano. Los odió, tanto que era imposible discernir a cuál de los dos odiaba con más ahínco. - ¡¿Cómo pueden unos cuantos minutos marcar la diferencia, Severus?! Pude ser yo, pudiste ser tú. ¿Por qué nos trata como escoria cuando somos la misma imagen de su favorito? Incluso siendo un pequeño, Tiberius sabía sonar tan convincente ante el que consideraba su único hermano. La verdad era que de haber sido él el primogénito, habría disfrutado de la posición privilegiada en la que Darius se sentaba. Lo maldijo aún más por eso. – Tenías que haber oído a Marcus cuando Darius le pidió permiso para jugar con nosotros, con esa cara de, “eres mejor que ellos”. Sembrar el odio en la mente de Severus no resultó difícil, las constantes quejas de Tiberius ayudaron, pero fue su padre el que hizo el mejor trabajo. No tenían permiso para sentarse en la misma mesa que Darius ni tomar clases juntos, tampoco ordenar a la servidumbre porque ese era el derecho de Darius. – Ni siquiera sabe nuestros nombres, Severus. Se refiere a nosotros como los hermanos de Darius. Pero aquello no podría ser más absurdo, Darius no estaba interesado en nada de lo que su padre ofrecía, todo lo que quería era convivir con sus hermanos. Los veía jugar y reír a través de la ventana, siempre anhelando formar parte de lo que compartían. Había insistido mas tiempo del que recordaba para que se le permitiera estar con ellos, hasta que su padre, cansado le concedió al menos una hora para estar con sus “hermanos”. Darius pronto comprendió que ellos jamás lo aceptarían. La primera vez que jugaron, Tiberius había insistido en ir al río, solo para empujar “accidentalmente” a Darius. Inventaba juegos donde amarrarlo parecía ser lo divertido. Y lo lograron, la atención de Marcus se volteó hacia sus otros hijos, pero solo para castigarlos. Era Darius el que siempre tenía que devolver los golpes, el señor Argeneau estaba empeñado en ver a su hijo hacerse un hombre. La envidia, los celos y el odio cegaron a Tiberius. La muerte de su hermano ya no le resultaba atractiva, ¿qué ganarían? Estaba claro que su padre estaba loco por la línea sucesoria, los sirvientes aún contaban las historias de las constantes peleas entre el señor y la señora de la mansión porque ésta no era capaz de proporcionar un sano y fuerte heredero. Fue Tiberius el que encontró al vampiro. Había ido a la taberna a emborracharse como cada noche, con el único fin de ensuciar el tan adorado apellido. Lo había visto beber de una de las meseras, ¿o había estado delirando?


Vendió a su hermano al vampiro que le había transformado, pero éste se negó a llevarlo. Sus órdenes habían sido mantenerlo consigo hasta que regresara a reclamarlo. ¿Para qué? A Mikhail no le importaba, pero estaba claro que no iba a seguir soportando estar bajo la sombra de quien odiaba. Tenía poder y eso era suficiente para él. La noche en que Darius pasó por la transición, fue puesto junto con Severus (ya transformado en vampiro por Mikhail) en un ataúd. Lo enterraron, sin detenerse a pensar en las repercusiones que traería aquello. No tener la sangre que su cuerpo exigía en grandes cantidades fue acabando con la conciencia de Darius. Era Severus el que se acercaba a la morada del primogénito para ofrecer el elixir que no le permitiría pasar al Tártaro. Habían creado un mecanismo dentro de sus dominios para ofrecer sangre y mantenerlo vivo. Severus juraba ver el odio en la mirada de Darius, pero nada podía hacer cambiar la resolución de Tiberius. Darius jamás iba a caminar entre ellos. Excepto que, fue imposible resistirse al deseo de ver perecer a Marcus por manos de quien tanto había amado. Lo despertaron y lo encerraron. Había pasado un año desde que padre e hijo se habían visto que, en cuanto Marcus supo de su regreso, accedió a verlo. Una bestia. Eso fue todo lo que el señor Argeneau vio antes de ser atacado.


■ Es tan pedante como lo fue en vida su padre.
■ Tiene un collar, como todos los hermanos Argeneau, con la inicial de su nombre. El suyo es una T.  Le gusta la ironía, bien podría parecer una cruz aunque está claro que no lo es.
■ El collar de Darius, también cuelga de su cuello.
■ Su nombre favorito es Mikhail, aunque éste sea raro que lo use. Mayormente, son sus "allegados" los que se dirigen a él por ese primer nombre.
■ Era dueño del Club Fangtasia y la isla de If.
■ Se ha quedado sin su ejército de vampiros.
■ El colgante con el enorme rubí que siempre lleva consigo, es solo una pequeña muestra de cuán arrogante es.