¡Oh! Discúlpeme...No vi..algo atrapó mi atención. [Augustus]

por **Lenneth P. Stratowski** Sáb Nov 12, 2011 10:40 am

Una magnífica tarde bañaba los tejados de París con un tono anaranjado, por el este de la ventana del Hotel un tono malva era ignorado por muchos de las personas de París, pero relajaba fijar la mirada en el horizonte y sentirte perdida entre tanta belleza, embelesada por el aroma frió que acechaba a esas horas llegando a la noche. En el reloj de pared de la habitación, podía ver que las manecillas marcaban las seis y media. Cada vez anochecía más temprano y personas que eran siervas de la noche podrían salir sin miedo, pero si no me cruzaba con esa clase de personas, todo estaría bien, no pasaría nada, aunque echaba de menos sentir el estar cerca de una, por recordar viejos momentos, no habría ningún problema en recordar el pasado de vez en cuando. Ya era un poco tarde para salir a la calle, pero hacia tanto tiempo en el que no pisaba la calle, darme un paseo, ver los escaparates de las tiendas, ver el pan recién hecho salir del horno, compraría unos pastelillos, hacia tiempo que no lo hacia por estas calles. Entonces, pensé que no me haría ningún mal el ir en busca de algo divertido que hacer, eso haría.

Baje del alfeizar de la ventana para poner mis pies sobre el suelo enmoquetado de la habitación y fui directa a coger el abrigo de piel que me compre cuando volví de Rumanía. Era una tienda bastante organizada y mas de un empleado pateaba la pequeña tienda en busca de alguno que me convenciera, de alguno que por poco fuese adecuado para lo que yo iba buscando, sencillez, nada ostentoso y por si fuera poco nada llamativo. Las cosas simples eran mejor para ocultarte y pasar desapercibida, era una norma que aprendí de cierta persona. Pensamientos alegres, algunos triviales rondaban en mi cabeza, pero después decidí coger una capota con capucha de terciopelo rojo que hacia juego con mi vestido de color rojo oscuro; de corpiño ceñido a la cintura con escote de palabra de honor, ribeteado con encaje de tul negro que iba desde el escote envolviéndolo por todo el vestido hasta terminar en una maravillosa falda, no muy ajustada para poder caminar. Finalmente, después de acicalarme un poco frente al tocador en relieve, juraría que el bello mueble pertenecía al siglo XV aproximadamente, pero parecía mantenerse perfectamente, como si lo hubieran sacado de fabrica. Mis pies y mi mirada iban al frente, con seguridad, pasando con cierta elegancia entre todos los presentes que me iba encontrando por doquier, para después esperar unos segundos frente a la puerta y poder salir finalmente a la calle.

Bella era París, y bella mi Rumanía. Ambos países tienen su riqueza en dotes arquitectónicos, bellos paisajes y algunas veces no sabia donde escoger para vivir, pero era verdad que un nativo siempre escogía su propio país, pero se quedaba siempre con algún recuerdo del que había visitado, yo en cambio, volvía, llegaba de nuevo a encontrar aquello que me atrajo tanto.