Tan solo memorias.

por **Renata Della Rovere** Lun Dic 19, 2011 6:22 pm

Otoño, 1800

Vuelvo a encontrarte entre mis manos, por primera vez luego de tanto tiempo. Huelo tus páginas impregnadas con el olor de la humedad de años, cierro los ojos y no dejo de recordar todos esos inocentes días, esos días de amor incondicional vacío de maldad y repleto de todo lo que es noble en este mundo. Recorro con mis yemas, suavemente, todo lo que era, es y será, apartando el polvo que te cubre con un breve soplido. Entre tus hojas encuentro certezas y miedos. Mis certezas y mis miedos entre las letras que guardan silencio en su estática existencia, esperando ser transformadas en algo más que meros símbolos dentro de la mente de quien pose los ojos sobre sus curvas.

por **Renata Della Rovere** Mar Dic 20, 2011 2:18 pm

Una vez, hace mucho ya, mi padre llegó a casa luego de haber pasado el día entero en su atelier, cosa que acostumbraba hacer antes de que su enfermedad lo destruyera. Algunas veces, yo aceptaba sin cuestionarme ese vacío existencial que él conseguía reparar inmediatamente atiborrándome de todas las cosas que sabía que me deslumbraban. Y si en lo más profundo de mi ser sentía que un pequeño hueco no podía llenarse con las más lindas muñecas, perfumados bizcochos de anís y los más confortables abrazos, lo cubría inconscientemente con la tierra de la aceptación. Pero esa vez fue algo más especial. Me trajo un diario. Estábamos los tres en la sala principal, era invierno, uno de los peores inviernos en muchos años. Me pidió que cerrara los ojos por un momento y que extendiera mis pequeñas manos. Lo colocó sobre las palmas ansiosas y el contacto me llenó de felicidad. -Abre los ojos- Dijo él. Asentí mientras desataba el moño dorado que lo cubría y mis dedos curioseaban con el pequeño candado que unía celosamente las tapas. -Llénalo de ti. Cuéntale todo lo que no te atreves a decir con palabras-.
Mi madre sonreía apoyada contra la monstruosa chimenea, donde el fuego ardía lamiendo con fervor la madera. Su bata roja reflejaba las chispas y parecía que ella misma se estuviese quemando. Era una mujer espléndida. Me lanzó un beso que recorrió toda la habitación y yo atrapé con la mano sobre mis sonrojadas y pecosas mejillas. No había ni habrá nada en el mundo que pueda cambiar ese amor que surge con una fuerza desmesurada desde lo más profundo de mis entrañas y me llena incluso en sus ausencias. Y hoy, uno de mis sirvientes lo halló envuelto en papeles entre las cosas que aún no he terminado de desenvolver. Es un ejemplar grande, y aún conserva muchas hojas vacías. Volver a posar mi pluma sobre él es más que reconfortante. Me devuelve, sin pedirme nada a cambio, cientos de recuerdos que todo el oro que poseo no alcanzaría para pagar.

por **Renata Della Rovere** Vie Dic 23, 2011 9:48 am

Momentos que alguna vez fueron míos,
son también de otros ahora,
memorias que se nos escapan,
para renacer, en otra vida,
en otros mundos.

Alguna vez alguien me dijo, que para poder saborear lo dulce, para comprender todo lo que su esencia encierra, debemos probar antes lo amargo. Cuando has sentido ese gusto amarescente, desagradable, cuando has experimentado esa sensación, estás entonces listo para saborear lo reconfortante, afable y manso. Estás preparado para valorarlo y apreciarlo desde otra perspectiva. Creo, no se equivocaba. Esa experiencia única e irrepetible, sin duda alguna, me ha hecho quien soy.

por **Renata Della Rovere** Vie Dic 23, 2011 9:24 pm

¿Debo sentirme culpable cuando sé que lo que cometí no es un pecado, cuando sé que el mismísimo Dios fue testigo de ese encuentro, que golpeó sin discreción alguna las puertas del cielo? Creo, en toda mi fe, e intentado no desandar los senderos de la razón, que ese arrebato de pasión tan obstinado, fue nada más que una muestra de todo lo que somos capaces los seres humanos cuando dejamos al corazón librar su propia batalla contra los más arraigados valores y costumbres, que nos fueron transmitidos mucho antes incluso de nuestro nacimiento, y que durante nuestra finita y limitada existencia somos capaces de poner día tras día ante todo lo que hacemos, decimos o pensamos, sin cuestionar ni por un solo segundo. Quizá mis palabras suenen demasiado radicales, no es la intención, como tampoco que sean tomadas como mera justificación de los actos consumados. Vengo de una familia noble, que a su vez se formó por generaciones en una sociedad clasista, de la que, sin embargo no tengo nada que objetar, y siempre agradecí a Dios por haberme traído al mundo en el seno de un hogar como éste. Lo que sucedió, a los ojos de mi familia y sobre todo del círculo social que frecuento, sería un acto extremadamente desagradable y una bajeza total. ¿Pero qué pueden decir ellos, Reyes y Príncipes, que noche tras noche, en la secreta oscuridad de sus habitaciones se encierran y revuelcan como cerdos en sus reales camas, con las más baratas prostitutas y las más pobres sirvientas? Me río de lo irónico e hipócrita que suelen ser las cosas. Lo único que importa es que nada en mi ha cambiado. El espejo me mira con ojos azules y me dice que mi amor egoísta, sigue siendo solo mío.

por **Renata Della Rovere** Lun Dic 26, 2011 11:12 pm

Es una esas noches extrañamente apacibles, veo desde la ventana de algún café parisino, como las hojas anaranjadas de los árboles caen en las riberas del Sena, que cruza serpentente la ciudad, mientras la luna, custodiada por millones de estrellas, se abre paso desde lo alto y derrama su luz sobre las aguas calmas. Me atrapa la dulzura de la luz mortecina de las calles adoquinadas, que me encuentran divagando en viejas historias, recuerdos. Por instantes vuelvo, como si mi alma se hubiese despegado de las ataduras del cuerpo, y flotara libre... vuelvo y escucho. Al comienzo no logro separar las voces de los demás sonidos del ambiente, luego, poco a poco, las voces se definen, se independizan del resto, pero para ese entonces he vuelto a escapar flotando, liviana como una pluma. Me veo, pequeña y frágil, reflejada en los ojos de los demás. Soy una forma desenvuelta, nítida. Pero soy efímera. Me deshago de todo lo que me retiene aquí, lo olvido. Vuelo aquí y allá. Atravieso el tiempo, los muros... las prohibiciones, mis propios miedos. Y nunca, nunca deseo volver.

Me estremecí al encontrar este fragmento. Lo escribí durante el otoño de 1790, momento en el cual me encontraba de paso por París, con la excusa de tomar lecciones de piano en una escuela francesa de renombre. Estaba a punto de atravesar el mayor punto de inflexión de toda mi vida... la pérdida de mi primer amor, y de mis padres, ambos. Durante esos días visitaba, cuando lograba escabullirme de la mansión de mi abuelo, a Louise. Louise tenía una familia, y sé que ese era uno de los motivos por los cuales nuestro idilio era un idilio y nada más. Me preguntaba entonces, ¿Cómo olvidar la mirada del hombre que te vió por primera vez con los ojos del amor, que te tocó con los dedos de la pasión y te besó con los labios de la lujuria?. Aquella noche, un mes exactamente antes de que mi madre se marchara, nos encontramos en ese café, cuyas ventanas reflejaban las aguas del río. Me sentía tan llena y tan vacía... sabía bien que lo tenía todo, pero que cuando volviera a abrir los ojos nada de eso estaría allí. Louise era nada más el hermoso recuerdo de lo que fué pero que jamás podría haber sido. Louise era mi paradoja. Y yo era presa de una pasión indomable e irrefenable. Pura y transparente. Me sentía indestructible... y quizá me había rodeado de murallas porque sabía que le haría un poco más difícil a la vida ensartarme con su despiadado sable. No bebimos nada, y tan pronto no habíamos encontrado, el me tomó de la mano, y corriendo como locos por las calles, llegamos a la puerta de un pequeño hotel. Louise había reservado una habitación. El conserje le entregó un manojo de llaves, y le señaló la escalera. Mientras subíamos el me tomó por la cintura y me besó. Bastaba un ligero roce, un labio contra el otro para provocarme un temblor que recorría mi cuerpo de pies a cabeza. Éramos dos amantes siendo arrasados por las extrañas tormentas del deseo. Entramos al dormitorio. Louise trancó la puerta y apagó las luces. La ventana estaba abierta, y a su través se derramaban todas las luces de la noche. Me llevó hacia la cama, mientras sus manos recorrían mi cabello, me tomaban por la nuca, bajaban por el cuello, deseosos. Volvió a besarme, apretó su boca sobre la mía, sentí su humedad, su deseo, el encuentro furtivo de las lenguas. Mi sexo, virgen, anhelaba toda su virilidad. Comenzó a desabrocharme el corsé, mientras sus manos no se perdían ni el más mínimo detalle de mi piel. Me hizo suya, momentos después, bajo las sábanas blancas del lecho que nos vió yacer unidos, formando un solo cuerpo palpitante. Y luego... con todo el dolor del mundo tuve que dejar Francia y volver a Florencia. Dicen que lo que no te mata te fortalece. Sin duda ese capítulo de mi vida tuvo gran peso en la forma en que encaré luego otras situaciones. Creó en mi una especie de coraza inexpugnable, impenetrable. Me volví mucho más impredecible que antes, incluso impredecible para mi misma. Durante el viaje de regreso a Italia derramé algunas lágrimas de desamor, pero los llantos desconsolados los habría guardado para después. La campiña francesa nos rodeó durante días. De tanto en tanto algún pueblito olvidado se nos cruzaba, escondido del paso del tiempo entre el verde del bosque. Muchos días tardó ese viaje que me acercaba de a poco al encuentro de los peores días de mi existencia.
Al llegar a casa, hallé sus muros más grises que de costumbre. El jardín se veía un poco descuidado, así como también el aseo de las habitaciones en general. Señal inconfundible de que algo andaba muy mal. Al entrar a la habitación de mis padres encontré postrada en la cama, la causa de todo eso. Mi amada madre, yacía, febril y confusa. No me reconoció al verme. Eso produjo en mí el más atroz de todos los dolores... Que mi propia madre, aquella que me había dado refugio en sus cálidas entrañas, no pudiera distinguir mi rostro...
La tuberculosis es una enfermedad infecciosa, altamente contagiosa, que afecta principalmente el parénquima pulmonar. Una vez que se contrae, puede permanecer en un estado “dormido” o de latencia por muchos años, para despertar por fin de su sueño de muerte y conducir al enfermo tras varios días de agonía, a su fin. No quiero recordar a mi madre vestida con los visos de la muerte, prefiero imaginarla libre, feliz, radiante como siempre fué, jugando conmigo entre las fuentes del jardín, durante las noches de verano. El médico de la familia, el señor Lombardi, sugirió que sería prudente mantenerme lejos de la cama de mi moribunda progenitora. Surgió entonces en mi una espantosa e interminable lucha de sentimientos. Quería recostarme a su lado, besarle el rostro, tomarla de la mano y decirle que el tormento ya terminaría, y que Dios tenía reservado para ella el lugar más hermoso de su paraíso. Pero temía contraer la virulenta peste. Sin embargo, jamás me hubiese perdonado la fría, cobarde y egoísta actitud de hacer a un lado el amor por el miedo, y sin que nadie lograra frenarme me tumbé sobre su cama, y la abracé mientras las lágrimas, caían como un diluvio sobre mi rostro. Ella se encontraba ya en su última etapa. La mayor parte del tiempo permanecía inconciente, con los ojos cerrados, pero en aquel instante abrió apenas los ojos y con una voz débil y apagada susurró a mi oído las palabras que se convirtieron en el mayor de los dolores que sentí y sentiría jamás, me marcho, Renata, hija mía. Haz de saber que contigo tuve lo que siempre deseé, Dios mismo bajó del cielo para ponerte en mi matriz infértil, tu eres mi regalo divino. Nunca dejes que nadie te arrebate eso que te hace tan especial. Siempre fuiste la luz de mis ojos, que seguirán brillando cuando deje este mundo de sufrimiento. Te amo vida mia.

No puedo seguir. Las lágrimas me nublan la vista.

por **Renata Della Rovere** Lun Feb 27, 2012 7:37 pm

Tengo miedo de ti, de escucharte, de verte.
Tengo miedo de seguirte y aun así rastreo tus pasos.

Miedo del miedo, miedo de sentir cosas tan grandes que aun siento por ti.
Miedo de besarte, del sentir tan profundo dentro de mí.

Temo mis pensamientos, mis locuras por no alejarte de mí.
Temo tu olor, tu brillo al verte junto a mí.

Odio sentirme tan cercano a tus pensamientos y verme sucumbido entre tus huesos.

Pero adoro el riesgo que conlleva quemarme en la cama junto a ti.

por **Renata Della Rovere** Mar Abr 24, 2012 6:09 pm

"Algunas semanas después de haber abandonado Italia, me encontraba en una de mis fincas, al sur de Francia, cuando recibí una visita bastante singular proveniente de París. Una sirvienta tocó la puerta de mi dormitorio. Eran más de las nueve de la noche y me hallaba en la cama, rodeada de cojines, mirando el techo e intentando conciliar el sueño, puesto que al día siguiente enfrentaría una tediosa jornada en mi viaje hacia España. Me hervía la sangre cuando alguien me interrumpía así. Desde hacía años estaba más acostumbrada a tratar las visitas con previa invitación. Supuse que debía ser algo realmente importante. Cogí un salto de cama y comencé a hacerle un nudo mientras bajaba las escaleras. Un enorme tapiz con una imagen de Zeus en el olimpo coronaba la pared donde se apoyaban las escaleras. Mis ojos abandonaron el nudo para encontrarse de súbito con los de Emanuelle. Ahogué un grito de sorpresa, víctima del estupor. Mis pasos se volvieron lentos e indecisos. En un segundo mi mente me bombardeó con imagenes de la fiesta. Recordé su perfume, su soberbia, nuestro beso, mi melancolía. Emanuelle Di Gennaro, Conde del Sacro Imperio Romano Germánico, se hallaba de pié al final de la escalera mirandome con una sonrisa arrebatadora. Parecía haberse salido del tapiz, era un dios entre los mortales. Su espectacular belleza era casi irracional, su porte seductor y altivo me cautivaban ahora y me habían cautivado la primera vez que lo había visto. Bajé los últimos escalones sin poder decir una palabra. Emanuelle no necesitaba palabras, aunque yo desease dárselas."

Los recuerdos de ti solo sirven para despertar los más despiadados demonios que habitan en mi corazón, y que rugen como fieras cuando invoco tu nombre. Ahí en donde estés solo espero que jamás encuentres las respuestas que tanto buscas.

por **Renata Della Rovere** Sáb Mayo 12, 2012 3:48 pm

No quiero sentir el frío tacto de tus manos nunca más. No quiero cerrar los ojos por la noche y sentir que los besos y caricias de mis amantes tienen tu inmortal rostro. He dejado de sentir, he dejado de amar. Pero no hay consuelo para tu partida, no hay palabras que apaciguen los desgarradores gritos de mi alma. Todo lo que había construido se ha derrumbado, los muros que resguardaban mi felicidad están desparramados por el suelo, el suelo marchito y muerto. Pero ahora... ahora ya es tarde para intentar avivar la hoguera, que hace tiempo dejó de existir y que no ha dejado más que cenizas. Todas las noche rezo para que no regreses jamás, pues temo por ambos si te vuelvo a ver.

por **Renata Della Rovere** Dom Jun 10, 2012 10:07 pm

Y la salvación ignorante se esconde lejos
Distancia eterna para romper con un te quiero
Contenido para siempre en un cobarde silencio

El tiempo en círculos resucita a muertos
Ráfagas de épocas en resonancia
Constante devenir de cadáveres perfectos

Oscuridad otorgo a todo aquello que mi piel toca
Detengo sin vendajes las silentes hemorragias
Con blanca bandera que tímido porta el frió cariño

Estamos sucios de sufrimiento
Destinados a encontrarnos Sanemos lo que somos,
abre tus manos que tengo tanto fuego

He muerto, pero no puedo morir. Con cada amanecer, recuerdo tus debilidades, como el sol hace polvo tus huesos, y tus perfectos besos. He construído un muro inquebrantable, he vuelto a encontrar el motivo para salir de este laberinto de interminable dolor y desconsuelo. En mi alma rota en mil pedazos arde el fuego de la venganza.

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