AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Últimos temas
Adso de Melk
Página 1 de 1.
Adso de Melk
ADSO DE MELK
EDAD
488 Años (Aparenta 32)
ESPECIE
Vampiro
FACCIÓN
Condenados / 2 [Bibliotecarios]
CLASE SOCIAL
Alta
ORIENTACIÓN SEXUAL
Heterosexual/Célibe
LUGAR DE ORIGEN
Meltz, Austria (Sacro Imperio Romano Germánico).
HABILIDADES
Agilidad y reflejos sobrehumanos
Sentidos aumentados
Control mental
Sanación acelerada
Ilusión
DESCRIPCIÓN FÍSICA
DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA
Al haber sido un monje que disfrutaba sirviendo a Dios y haberse convertido en un vampiro sin desearlo o saberlo siquiera, la transformación de Adso dio como resultado un ser terriblemente obsesionado con la salvación de su alma. Consciente de que asesinar es un pecado, siempre que lo hace, prefiere animales, excepto cuando siente la debilidad inherente que pronto trae consigo este tipo de alimentación. Cuando mata a algún humano, se cerciora de que éste sea un pecador cruel para así no privar a ningún justo de una vida útil. Desprecia profundamente a las criaturas sobrenaturales, en parte debido a su propia experiencia inicial, como por descubrir la maldad de la que pueden ser capaces. Por todos esos motivos, y también a la labor que realiza para la inquisición, es muy reservado y frío con quienes tiene contacto. La misoginia es otro rasgo que lo caracteriza y tiene su origen también en el hecho de que quien lo transformó fue una entidad femenina, lo que sólo logró reafirmar la idea que la iglesia tiene sobre la mujer. Cuando realiza su trabajo, es infinitamente dedicado y meticuloso, no le gusta que lo interrumpan.
HISTORIA
El comienzo
El año de 1312, la baronesa de Melk daba a luz en medio de espantosos dolores y con la certeza de que moriría, pero el Barón oraba con toda su fe puesta en Dios y suplicaba que dejara vivir a su esposa y a su hijo, prometiéndole entregarlo a su servicio. El peligro pasó, ambos sobrevivieron y el barón respiró aliviado.
El pequeño Adso pasó una niñez tan tranquila como lo permitía su cuna y la posición de su familia; se enfrentó a la constante ausencia de su padre, quien combatía al lado del duque de Baviera y se tuvo que someter a la autoridad de su hermano mayor, encargado de cuidar de las tierras y la familia. Fue instruido en lo que la familia consideraba su destino y se le consiguieron tutores desde muy temprana edad para que aprendiera a leer y a escribir. Adso sabía que cuando cumpliera la edad adecuada sería llevado a la abadía para cumplir la promesa que había hecho su padre el día de su nacimiento, y en realidad no había resignación en él, sino un enorme deseo de entregarse al Señor.
Cumpliendo una promesa
A los 16 años, el joven hijo del barón de Melk era recibido como novicio en la orden de San Benito y aunque al principio la vida monástica le resultó dura, pronto encontró el lado agradable cuando por su instrucción previa fue asignado al scriptorium, donde se realizaban las copias por las que era famosa la abadía. Un año después, tomaba los hábitos.
Convencido de que eso era lo que Dios quería que hiciera, cada día Adso se perfeccionaba como copista y además traductor, llegando a ser el más talentoso. El trabajo era duro, pero gratificante cuando por fin se llegaba a terminar un libro y Adso no hubiera preferido dedicarse a la cocina o las labores del huerto: realmente se encontraba en su elemento.
El viaje
Habían transcurrido ya 15 años desde su ingreso a la orden y en ese tiempo las cosas cambiaron en el mundo exterior. Su familia se había trasladado a Italia hacía varios años, excepto su hermano mayor, quien ahora ostentaba la función del barón.
Cierto día, Adso fue informado de la visita de su hermano, quien le informó que su padre se encontraba muy enfermo y deseaba verlos antes de morir. Licenciado por ese motivo, Adso y su hermano se encaminaron hacia Roma.
El viaje era la primera oportunidad que Adso tenía de ver el mundo y a veces lograba olvidarse por completo del motivo, mientras admiraba los cambiantes paisajes y los distintos poblados por los que pasaban. También, cada vez que llegaban a un alojamiento, solía escuchar los relatos de la gente y quedaba fascinado con ellos, pues hablaban de acontecimientos y criaturas fantásticas cuya existencia desafiaba a la naturaleza. Adso debía haberse horrorizado, pero su curiosidad era más grande y en realidad no daba mucho crédito a lo que escuchaba.
Continuaban su viaje, cada vez con más premura, por lo que decidieron que comenzarían su marcha antes del amanecer para abarcar la mayor distancia posible en un día.
La belle dame sans merci
Fue justamente un par de días después que al salir de la humilde posada para buscar su montura en el establo, que Adso tuvo una extraña visión. Entre los árboles que rodeaban el lugar, cerca de donde comenzaba a espesarse el bosque, creyó ver a una hermosa dama alejándose. El hecho era extraño y él casi no le dio importancia, seguramente habían sido sólo reflejos de la luna; pero algo en su interior comenzó a sentirse inquieto y como hipnotizado, comenzó a seguir a aquella visión.
Pronto se dio cuenta de que se había perdido, la oscuridad todavía envolvía el mundo, pero podía percibir que el amanecer estaba próximo, así que decidió esperar la luz del alba para buscar el camino de regreso. Su hermano estaría preocupado y exasperado, pero tendría que perdonarlo. Se sentó junto a un árbol y lo sorprendió ver a una mujer acercándose a él, con pasos lentos y medidos, tan real como él... no eran los simples reflejos de la luna jugándole una broma. Se trataba de una criatura hermosa, de porte regio, pálida como el mármol y vestida como una reina de tiempos antiguos. La visión turbó a Adso, quien jamás había visto a una mujer como aquella y de inmediato sintió su corazón acelerarse. Todo se parecía demasiado a los relatos que había escuchado sobre las terribles hadas que embrujaban a los hombres y los hacían sus siervos por toda la eternidad. Ella le tendió la mano y él la siguió, sin comprender por qué. Lo condujo a un castillo en ruinas y allí lo atacó. Lo mordió en el cuello y bebió de su sangre. Adso creyó que moriría, pero él no sabía que la dama tenía otros planes.
Ella lo había visto por casualidad hacía ya varias noches mientras los viajeros dejaban sus monturas, y ella acechaba a una presa, pues ella no era un hada, sino una criatura bebedora de sangre, un vampiro, quien al instante se enamoró del monje extraordinario que era Adso, de sus ojos grises y (después, cuando leyó su mente) de su talento, de su gran amor por lo que hacía y de su fe. Así que estuvo acechándolo durante varias noches hasta que no pudo soportar más el deseo. Después de probar su sangre, tomó la decisión de no acabar aquello y lo resguardó en un calabozo de su derruido castillo, manteniéndolo en un estado de sopor durante días, sin que él se enterara de lo que le estaba pasando. Hasta que ella decidió por fin poseerlo para siempre, bebiéndo su sangre hasta dejarlo moribundo y luego dándole de beber la suya propia.
No hay destino
Adso despertó de su letargo a causa del terrible dolor que le estaba significando enfrentarse a su muerte como hombre, y en esos momentos pensó que todo había sido un sueño y que pronto se encontraría rindiendo cuentas ante Dios. Pero no fue así. El dolor cesó y sus ojos se abrieron a la noche, topándose con la mujer de belleza espectral que ahora se acercaba a él con un gesto de gozo y le tendía la mano justo como la primera vez. -Ven, conmigo, amado mío-le dijo -tengo un regalo para ti-. Él la siguió nuevamente, saliendo del frío calabozo sin puerta y subió tras ella unas angostas escaleras. Pronto se hallaron en lo que parecía haber sido el salón principal del castillo y ahí, en el piso, se encontraba una muchacha rubia de unos 14 años, apenas cubierta por un camisón delgado y sucio. -Es tuya- le indicó la mujer,que miraba expectante. Adso se estremeció, pues parecía percibir el olor dulce de la carne de la muchacha inconsciente y sintió deseos de probarla, pero de inmediato se sintió horrorizado ante tal sensación, pues él era un monje, debía ser célibe, no debía ceder ante la carne. Sin embargo, el olor de la chica era tan incitante y él sentía tanta sed... que sin darse cuenta pronto se encontraba sobre ella, envolviéndola con sus brazos y estrujándole un pecho mientras clavaba sus dientes en su cuello y bebía, presa de una inercia nunca antes conocida. La muchacha cayó muerta de sus brazos. La sed se había marchado y la claridad de lo sucedido volvió a llenarlo de pánico. Aquello era una pesadilla.
-No es ninguna pesadilla, amor mío- ahora eres un siervo de Satán- te he arrebatado de las manos de tu Dios y no tienes escapatoria. Eres mío.
Adso comprendió al instante, pero su cabeza se negaba a asimilarlo. Había escuchado historias como aquella, demonios que se alimentaban de la sangre de los vivos. Lanzó un alarido espantoso y se encontró llorando desesperado, clamando a Dios que lo ayudase. -No gastes tus fuerzas, él ya no puede escucharte. Ven y bebe de mí ahora- le dijo la dama. Y otra vez, hechizado por ella, hizo lo que le dijo. Esa era la manera que ella tenía de dominarlo y mantenerlo a su lado sin dar más explicaciones.
El rencor
El efecto que tenía la sangre de la dama en Adso, aunque muy fuerte, no era ilimitado; y cuando éste pasaba, la lucidez que llenaba su mente era terriblemente dolorosa. Se daba cuenta de lo que era ahora y que había perdido la gracia divina. De ese modo, un sordo rencor hacia su misteriosa y malvada creadora se fue gestando en lo que quedaba de su alma. Luego ella volvía a hacerlo beber unas gotas de su sangre y caía dominado, olvidándose del odio, entregándose a su nueva ama y alimentándose sin ningún rastro de culpa. Entre ambos arrasaban con granjas enteras y dejaban a su paso la desolación e incertidumbre.
Para él era terrible verse librado del hechizo de la sangre, por que sí que recordaba todo y no sabía cómo terminar con ello. El odio poco a poco lo fue incluyendo a él también.
La huída
Una noche de lucidez, descubrió que había despertado antes que la dama, pues ella no se encontraba a su lado todavía. Sentía hambre, pero la desesperación que lo invadía era mucho más grande, por lo que empezó a darle vueltas en la cabeza a alguna forma de poder librarse de aquella maldición. Mil ideas llegaron y fueron descartadas en ese breve rato, hasta que ella llegó y una idea surgió luminosa, contundente. Se esforzó por que ella no se percatara y enseguida comenzó a improvisar. Esa era la única manera o nunca más podría intentarlo, de eso estaba seguro.
Fingió no haber recobrado su estado normal y seguir bajo el influjo de la sangre que ella le daba como si se tratara de una medicina. Se entregó extasiado a sus abrazos y caricias y él también la besó. Primero el rostro, luego el cuello. Fue entonces que tomó la determinación. Clavó sus dientes en el cuello de su ama y comenzó a beber su sangre rápidamente, como si se tratara de la de un humano, ella no protestó, pues la escena se parecía al ritual de renovación que ella realizaba cada ciertas noches; y cuando notó la diferencia, las fuerzas empezaban a abandonarla. Quiso zafarse de los brazos de Adso, pero la sangre que le había ido suministrando periodicamente, le había otorgado una fuerza casi tan grande como la suya, que aunada a su fuerza de voluntad, dieron como resultado que él pudiera vaciarla por completo, dejando sólo un tétrico cascarón. Adso había vencido y ahora poseía toda la fuerza que ella había tenido, pero todavía faltaba terminar definitivamente con la tarea. Tomó el cuerpo de la dama y lo llevó hasta lo que había sido el jardín del castillo. Ahí la dejaría para que la luz del sol la redujera a cenizas. Pero él no podría quedarse a contemplar su triunfo.
Huyó lo más rápido que pudo, hasta que la cercanía del amanecer lo obligó a buscar refugio. Y justo antes de caer en el sueño de cada día, sintió cómo desaparecía la presencia de aquella criatura maligna que le había robado la salvación sin que él lo mereciera y oró, aunque supiera que dios ya no lo escuchaba.
El hijo pródigo
Ya libre de su captora, Adso se encontró con el dilema de lo que debía hacer a continuación. Vagó unos días sin saber a dónde dirigirse. Esas noches fue descubriendo sus habilidades, que a veces no hacían sino llenarlo de confusión, pues estaba convencido de que éstas provenían del demonio.
Primero pensó en ir a Italia y averiguar qué había pasado con su hermano, si acaso habría llegado a tiempo para ver a su padre, pero algo en su interior le dijo que debía descartar esa opción. Se sentía terriblemente solo y la amargura que lo había ido llenando desde su estancia con su creadora, sólo había ido acrecentándose. Él todavía amaba a Dios, y gran parte de su dolor se debía a que lo hubieran arrebatado de esa forma tan estúpida de su camino de servicio al Todopoderoso. Lloraba y clamaba por su perdón cada noche, pero cada vez que despertaba al anochecer, sabía que la redención le había sido negada; lo cual le parecía perfectamente lógico, pues el hambre que lo invadía era tan grande que no había podido dejar de matar para alimentarse y aunque a menudo lo hacía de animales, considerándolos inferiores a los hombres, éstos seguían siendo criaturas de Dios.
Una noche que recordaba cuán dichoso se había sentido viviendo en la abadía, se le ocurrió recurrir precisamente a su antiguo hogar y a su superior, el abad. Si alguien podía ayudarlo, era él. No tenía miedo de perder el rumbo, pues su memoria (como todo él) parecían funcionar con mayor eficiencia que antes, y pronto halló el camino de regreso a Melk. Tan sólo un par de noches después, se hallaba cerca de los linderos de su pueblo natal.
Se encaminó a la abadía y llamó a las puertas. Le abrió uno de sus hermanos, quien al verlo palideció, pero luego recobró la comportura y lo abrazó con alegría mientras le decía que lo habían dado por muerto, que habían llegado noticias de su misteriosa desaparición. Adso pidió hablar con el abad, no sin antes agradecer el caluroso recibimiento.
El abad también lo recibió, pero él sí supo enseguida que había algo mal con su talentoso copista, y no dudó en pregutarle. Adso no pudo contener las lágrimas y su ira también salió a relucir mientras le relataba al abad todo lo que había pasado durante aquel tiempo. Su superior no pudo contener la expresión de horror y después de rezar lleno de aflicción, le dijo que sólo le quedaba un camino y ése era entregarlo a la Santa Inquisición para que decidiera su destino.
El abad contó a los hermanos de la orden que Adso había muerto y lo que habían visto no era sino una aparición, que debían olvidarse del asunto y orar por el alma de su hermano perdido.
La expiación
Fue así que Adso, anteriormente un fiel siervo de Dios, y ahora un ser demoníaco que no había elegido serlo, fue llevado ante la Inquisición. Escucharon su historia y observaron su genuino dolor por haber caído de la gracia del señor. Por lo que fue reclutado en las filas de dicha institución para prestar ahí sus servicios contra las fuerzas del adversario y conseguir (algún día) la salvación.
Tiempo presente, en París
Desde aquellos tiempos se encuentra Adso sirviendo a "La Obra de Dios", cambiando de lugar cuando así le fue requerido.
Ahora, en esta època de creciente maldad y ateísmo, donde las criaturas malignas proliferan aún más, Adso radica en la ciudad que podría ser considerada la Gomorra del siglo en curso: París.
DATOS EXTRA
-Reza por lo menos 4 horas por noche.
-Aunque se la pasa entre libros, deplora la literatura profana y si por él fuera, quemaría todas esas obras que alejan al hombre de Dios.
-De haber seguido su vida un rumbo normal, nunca habría dado credito a las historias sobre criaturas sobrenaturales, aunque creyera firmemente en la existencia del demonio.
-Nunca estuvo (ni ha estado, y probablemente no estará) enamorado; tampoco tuvo sexo nunca... la experiencia más cercana a eso fue durante el tiempo que pasó con su creadora.
488 Años (Aparenta 32)
ESPECIE
Vampiro
FACCIÓN
Condenados / 2 [Bibliotecarios]
CLASE SOCIAL
Alta
ORIENTACIÓN SEXUAL
Heterosexual/Célibe
LUGAR DE ORIGEN
Meltz, Austria (Sacro Imperio Romano Germánico).
HABILIDADES
Agilidad y reflejos sobrehumanos
Sentidos aumentados
Control mental
Sanación acelerada
Ilusión
DESCRIPCIÓN FÍSICA
- Spoiler:
- Spoiler:
- Spoiler:
DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA
Al haber sido un monje que disfrutaba sirviendo a Dios y haberse convertido en un vampiro sin desearlo o saberlo siquiera, la transformación de Adso dio como resultado un ser terriblemente obsesionado con la salvación de su alma. Consciente de que asesinar es un pecado, siempre que lo hace, prefiere animales, excepto cuando siente la debilidad inherente que pronto trae consigo este tipo de alimentación. Cuando mata a algún humano, se cerciora de que éste sea un pecador cruel para así no privar a ningún justo de una vida útil. Desprecia profundamente a las criaturas sobrenaturales, en parte debido a su propia experiencia inicial, como por descubrir la maldad de la que pueden ser capaces. Por todos esos motivos, y también a la labor que realiza para la inquisición, es muy reservado y frío con quienes tiene contacto. La misoginia es otro rasgo que lo caracteriza y tiene su origen también en el hecho de que quien lo transformó fue una entidad femenina, lo que sólo logró reafirmar la idea que la iglesia tiene sobre la mujer. Cuando realiza su trabajo, es infinitamente dedicado y meticuloso, no le gusta que lo interrumpan.
HISTORIA
El comienzo
El año de 1312, la baronesa de Melk daba a luz en medio de espantosos dolores y con la certeza de que moriría, pero el Barón oraba con toda su fe puesta en Dios y suplicaba que dejara vivir a su esposa y a su hijo, prometiéndole entregarlo a su servicio. El peligro pasó, ambos sobrevivieron y el barón respiró aliviado.
El pequeño Adso pasó una niñez tan tranquila como lo permitía su cuna y la posición de su familia; se enfrentó a la constante ausencia de su padre, quien combatía al lado del duque de Baviera y se tuvo que someter a la autoridad de su hermano mayor, encargado de cuidar de las tierras y la familia. Fue instruido en lo que la familia consideraba su destino y se le consiguieron tutores desde muy temprana edad para que aprendiera a leer y a escribir. Adso sabía que cuando cumpliera la edad adecuada sería llevado a la abadía para cumplir la promesa que había hecho su padre el día de su nacimiento, y en realidad no había resignación en él, sino un enorme deseo de entregarse al Señor.
Cumpliendo una promesa
A los 16 años, el joven hijo del barón de Melk era recibido como novicio en la orden de San Benito y aunque al principio la vida monástica le resultó dura, pronto encontró el lado agradable cuando por su instrucción previa fue asignado al scriptorium, donde se realizaban las copias por las que era famosa la abadía. Un año después, tomaba los hábitos.
Convencido de que eso era lo que Dios quería que hiciera, cada día Adso se perfeccionaba como copista y además traductor, llegando a ser el más talentoso. El trabajo era duro, pero gratificante cuando por fin se llegaba a terminar un libro y Adso no hubiera preferido dedicarse a la cocina o las labores del huerto: realmente se encontraba en su elemento.
El viaje
Habían transcurrido ya 15 años desde su ingreso a la orden y en ese tiempo las cosas cambiaron en el mundo exterior. Su familia se había trasladado a Italia hacía varios años, excepto su hermano mayor, quien ahora ostentaba la función del barón.
Cierto día, Adso fue informado de la visita de su hermano, quien le informó que su padre se encontraba muy enfermo y deseaba verlos antes de morir. Licenciado por ese motivo, Adso y su hermano se encaminaron hacia Roma.
El viaje era la primera oportunidad que Adso tenía de ver el mundo y a veces lograba olvidarse por completo del motivo, mientras admiraba los cambiantes paisajes y los distintos poblados por los que pasaban. También, cada vez que llegaban a un alojamiento, solía escuchar los relatos de la gente y quedaba fascinado con ellos, pues hablaban de acontecimientos y criaturas fantásticas cuya existencia desafiaba a la naturaleza. Adso debía haberse horrorizado, pero su curiosidad era más grande y en realidad no daba mucho crédito a lo que escuchaba.
Continuaban su viaje, cada vez con más premura, por lo que decidieron que comenzarían su marcha antes del amanecer para abarcar la mayor distancia posible en un día.
La belle dame sans merci
Fue justamente un par de días después que al salir de la humilde posada para buscar su montura en el establo, que Adso tuvo una extraña visión. Entre los árboles que rodeaban el lugar, cerca de donde comenzaba a espesarse el bosque, creyó ver a una hermosa dama alejándose. El hecho era extraño y él casi no le dio importancia, seguramente habían sido sólo reflejos de la luna; pero algo en su interior comenzó a sentirse inquieto y como hipnotizado, comenzó a seguir a aquella visión.
Pronto se dio cuenta de que se había perdido, la oscuridad todavía envolvía el mundo, pero podía percibir que el amanecer estaba próximo, así que decidió esperar la luz del alba para buscar el camino de regreso. Su hermano estaría preocupado y exasperado, pero tendría que perdonarlo. Se sentó junto a un árbol y lo sorprendió ver a una mujer acercándose a él, con pasos lentos y medidos, tan real como él... no eran los simples reflejos de la luna jugándole una broma. Se trataba de una criatura hermosa, de porte regio, pálida como el mármol y vestida como una reina de tiempos antiguos. La visión turbó a Adso, quien jamás había visto a una mujer como aquella y de inmediato sintió su corazón acelerarse. Todo se parecía demasiado a los relatos que había escuchado sobre las terribles hadas que embrujaban a los hombres y los hacían sus siervos por toda la eternidad. Ella le tendió la mano y él la siguió, sin comprender por qué. Lo condujo a un castillo en ruinas y allí lo atacó. Lo mordió en el cuello y bebió de su sangre. Adso creyó que moriría, pero él no sabía que la dama tenía otros planes.
Ella lo había visto por casualidad hacía ya varias noches mientras los viajeros dejaban sus monturas, y ella acechaba a una presa, pues ella no era un hada, sino una criatura bebedora de sangre, un vampiro, quien al instante se enamoró del monje extraordinario que era Adso, de sus ojos grises y (después, cuando leyó su mente) de su talento, de su gran amor por lo que hacía y de su fe. Así que estuvo acechándolo durante varias noches hasta que no pudo soportar más el deseo. Después de probar su sangre, tomó la decisión de no acabar aquello y lo resguardó en un calabozo de su derruido castillo, manteniéndolo en un estado de sopor durante días, sin que él se enterara de lo que le estaba pasando. Hasta que ella decidió por fin poseerlo para siempre, bebiéndo su sangre hasta dejarlo moribundo y luego dándole de beber la suya propia.
No hay destino
Y ví en la sombra sus labios fríos abrirse en terrible anticipación; y he aquí que desperté, y me encontré en la falda helada de la montaña.
Esa es la causa por la que vago, errabundo, pálido y solitario; aunque las flores del lago estén marchitas, y los pájaros callen.
John Keats
Esa es la causa por la que vago, errabundo, pálido y solitario; aunque las flores del lago estén marchitas, y los pájaros callen.
John Keats
Adso despertó de su letargo a causa del terrible dolor que le estaba significando enfrentarse a su muerte como hombre, y en esos momentos pensó que todo había sido un sueño y que pronto se encontraría rindiendo cuentas ante Dios. Pero no fue así. El dolor cesó y sus ojos se abrieron a la noche, topándose con la mujer de belleza espectral que ahora se acercaba a él con un gesto de gozo y le tendía la mano justo como la primera vez. -Ven, conmigo, amado mío-le dijo -tengo un regalo para ti-. Él la siguió nuevamente, saliendo del frío calabozo sin puerta y subió tras ella unas angostas escaleras. Pronto se hallaron en lo que parecía haber sido el salón principal del castillo y ahí, en el piso, se encontraba una muchacha rubia de unos 14 años, apenas cubierta por un camisón delgado y sucio. -Es tuya- le indicó la mujer,que miraba expectante. Adso se estremeció, pues parecía percibir el olor dulce de la carne de la muchacha inconsciente y sintió deseos de probarla, pero de inmediato se sintió horrorizado ante tal sensación, pues él era un monje, debía ser célibe, no debía ceder ante la carne. Sin embargo, el olor de la chica era tan incitante y él sentía tanta sed... que sin darse cuenta pronto se encontraba sobre ella, envolviéndola con sus brazos y estrujándole un pecho mientras clavaba sus dientes en su cuello y bebía, presa de una inercia nunca antes conocida. La muchacha cayó muerta de sus brazos. La sed se había marchado y la claridad de lo sucedido volvió a llenarlo de pánico. Aquello era una pesadilla.
-No es ninguna pesadilla, amor mío- ahora eres un siervo de Satán- te he arrebatado de las manos de tu Dios y no tienes escapatoria. Eres mío.
Adso comprendió al instante, pero su cabeza se negaba a asimilarlo. Había escuchado historias como aquella, demonios que se alimentaban de la sangre de los vivos. Lanzó un alarido espantoso y se encontró llorando desesperado, clamando a Dios que lo ayudase. -No gastes tus fuerzas, él ya no puede escucharte. Ven y bebe de mí ahora- le dijo la dama. Y otra vez, hechizado por ella, hizo lo que le dijo. Esa era la manera que ella tenía de dominarlo y mantenerlo a su lado sin dar más explicaciones.
El rencor
El efecto que tenía la sangre de la dama en Adso, aunque muy fuerte, no era ilimitado; y cuando éste pasaba, la lucidez que llenaba su mente era terriblemente dolorosa. Se daba cuenta de lo que era ahora y que había perdido la gracia divina. De ese modo, un sordo rencor hacia su misteriosa y malvada creadora se fue gestando en lo que quedaba de su alma. Luego ella volvía a hacerlo beber unas gotas de su sangre y caía dominado, olvidándose del odio, entregándose a su nueva ama y alimentándose sin ningún rastro de culpa. Entre ambos arrasaban con granjas enteras y dejaban a su paso la desolación e incertidumbre.
Para él era terrible verse librado del hechizo de la sangre, por que sí que recordaba todo y no sabía cómo terminar con ello. El odio poco a poco lo fue incluyendo a él también.
La huída
Una noche de lucidez, descubrió que había despertado antes que la dama, pues ella no se encontraba a su lado todavía. Sentía hambre, pero la desesperación que lo invadía era mucho más grande, por lo que empezó a darle vueltas en la cabeza a alguna forma de poder librarse de aquella maldición. Mil ideas llegaron y fueron descartadas en ese breve rato, hasta que ella llegó y una idea surgió luminosa, contundente. Se esforzó por que ella no se percatara y enseguida comenzó a improvisar. Esa era la única manera o nunca más podría intentarlo, de eso estaba seguro.
Fingió no haber recobrado su estado normal y seguir bajo el influjo de la sangre que ella le daba como si se tratara de una medicina. Se entregó extasiado a sus abrazos y caricias y él también la besó. Primero el rostro, luego el cuello. Fue entonces que tomó la determinación. Clavó sus dientes en el cuello de su ama y comenzó a beber su sangre rápidamente, como si se tratara de la de un humano, ella no protestó, pues la escena se parecía al ritual de renovación que ella realizaba cada ciertas noches; y cuando notó la diferencia, las fuerzas empezaban a abandonarla. Quiso zafarse de los brazos de Adso, pero la sangre que le había ido suministrando periodicamente, le había otorgado una fuerza casi tan grande como la suya, que aunada a su fuerza de voluntad, dieron como resultado que él pudiera vaciarla por completo, dejando sólo un tétrico cascarón. Adso había vencido y ahora poseía toda la fuerza que ella había tenido, pero todavía faltaba terminar definitivamente con la tarea. Tomó el cuerpo de la dama y lo llevó hasta lo que había sido el jardín del castillo. Ahí la dejaría para que la luz del sol la redujera a cenizas. Pero él no podría quedarse a contemplar su triunfo.
Huyó lo más rápido que pudo, hasta que la cercanía del amanecer lo obligó a buscar refugio. Y justo antes de caer en el sueño de cada día, sintió cómo desaparecía la presencia de aquella criatura maligna que le había robado la salvación sin que él lo mereciera y oró, aunque supiera que dios ya no lo escuchaba.
El hijo pródigo
Ya libre de su captora, Adso se encontró con el dilema de lo que debía hacer a continuación. Vagó unos días sin saber a dónde dirigirse. Esas noches fue descubriendo sus habilidades, que a veces no hacían sino llenarlo de confusión, pues estaba convencido de que éstas provenían del demonio.
Primero pensó en ir a Italia y averiguar qué había pasado con su hermano, si acaso habría llegado a tiempo para ver a su padre, pero algo en su interior le dijo que debía descartar esa opción. Se sentía terriblemente solo y la amargura que lo había ido llenando desde su estancia con su creadora, sólo había ido acrecentándose. Él todavía amaba a Dios, y gran parte de su dolor se debía a que lo hubieran arrebatado de esa forma tan estúpida de su camino de servicio al Todopoderoso. Lloraba y clamaba por su perdón cada noche, pero cada vez que despertaba al anochecer, sabía que la redención le había sido negada; lo cual le parecía perfectamente lógico, pues el hambre que lo invadía era tan grande que no había podido dejar de matar para alimentarse y aunque a menudo lo hacía de animales, considerándolos inferiores a los hombres, éstos seguían siendo criaturas de Dios.
Una noche que recordaba cuán dichoso se había sentido viviendo en la abadía, se le ocurrió recurrir precisamente a su antiguo hogar y a su superior, el abad. Si alguien podía ayudarlo, era él. No tenía miedo de perder el rumbo, pues su memoria (como todo él) parecían funcionar con mayor eficiencia que antes, y pronto halló el camino de regreso a Melk. Tan sólo un par de noches después, se hallaba cerca de los linderos de su pueblo natal.
Se encaminó a la abadía y llamó a las puertas. Le abrió uno de sus hermanos, quien al verlo palideció, pero luego recobró la comportura y lo abrazó con alegría mientras le decía que lo habían dado por muerto, que habían llegado noticias de su misteriosa desaparición. Adso pidió hablar con el abad, no sin antes agradecer el caluroso recibimiento.
El abad también lo recibió, pero él sí supo enseguida que había algo mal con su talentoso copista, y no dudó en pregutarle. Adso no pudo contener las lágrimas y su ira también salió a relucir mientras le relataba al abad todo lo que había pasado durante aquel tiempo. Su superior no pudo contener la expresión de horror y después de rezar lleno de aflicción, le dijo que sólo le quedaba un camino y ése era entregarlo a la Santa Inquisición para que decidiera su destino.
El abad contó a los hermanos de la orden que Adso había muerto y lo que habían visto no era sino una aparición, que debían olvidarse del asunto y orar por el alma de su hermano perdido.
La expiación
Fue así que Adso, anteriormente un fiel siervo de Dios, y ahora un ser demoníaco que no había elegido serlo, fue llevado ante la Inquisición. Escucharon su historia y observaron su genuino dolor por haber caído de la gracia del señor. Por lo que fue reclutado en las filas de dicha institución para prestar ahí sus servicios contra las fuerzas del adversario y conseguir (algún día) la salvación.
Tiempo presente, en París
Desde aquellos tiempos se encuentra Adso sirviendo a "La Obra de Dios", cambiando de lugar cuando así le fue requerido.
Ahora, en esta època de creciente maldad y ateísmo, donde las criaturas malignas proliferan aún más, Adso radica en la ciudad que podría ser considerada la Gomorra del siglo en curso: París.
DATOS EXTRA
-Reza por lo menos 4 horas por noche.
-Aunque se la pasa entre libros, deplora la literatura profana y si por él fuera, quemaría todas esas obras que alejan al hombre de Dios.
-De haber seguido su vida un rumbo normal, nunca habría dado credito a las historias sobre criaturas sobrenaturales, aunque creyera firmemente en la existencia del demonio.
-Nunca estuvo (ni ha estado, y probablemente no estará) enamorado; tampoco tuvo sexo nunca... la experiencia más cercana a eso fue durante el tiempo que pasó con su creadora.
Última edición por Adso de Melk el Lun Ene 02, 2012 3:22 pm, editado 4 veces
Adso de Melk- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Adso de Melk
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