AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una Esperanza. Una Sospecha Entre Hojas [Adso]
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Una Esperanza. Una Sospecha Entre Hojas [Adso]
Los ojos ya comenzaban a arderme y hasta podía sentir como mis propios latidos de mi corazón retumbaban en ellos. Había pasado muchas horas dentro de la Biblioteca sin siquiera notarlo. La hora apropiada del almuerzo así como de la que hubiese sido una grata merienda surcaron fugazmente ante mí sin recibir una mínima pizca de atención. Pero el sacrificio era totalmente válido.
Poco a poco había llenado una larga mesa con numerosos libros abiertos en páginas estratégicas, como si la lectura de uno llevase de forma entrelazada hacia el otro y así sucesivamente desembocando en lo que desde hacía un largo período de tiempo venía analizando.
- Debería anotar el orden de los ejemplares, las páginas necesarias y el porqué los tomo como parte de este rompecabezas – susurre casi imperceptiblemente en son de organizar mis ideas mientras caminaba lentamente de un lado a otro de la ocupada mesa contemplando superfluos detalles en aquellos escritos. El tamaño de las hojas, la fuente utilizada, el tamaño de los párrafos y hasta el material utilizado para su encuadernación.
Finalmente tras esa leve distracción tomé un grueso cuaderno que se destacaba sobre todo por el meticuloso labrado presente en sus rígidas tapas. En el llevaba mis anotaciones sobre los avances del análisis. Era sorprendente como la literatura fantástica de la época y anteriores daban numerosas pistas sobre seres sobrenaturales ¿Sería que aquellos que narraban sobre dichas historias eran conocedores de tales criaturas maléficas según la ideología cristiana?
Volcar mi entera atención a textos de John William Polidori y hasta en poemas de Heinrich August Ossenfelder había despertado en mí esa necesidad de saber más sobre lo que podría esconderse tras las líneas y relatos que nombrasen presencias sobrenaturales. Claro que era consciente de que inmortales existían desde épocas inimaginables. Seguramente alguna de esas almas que jamás descansan habría compartido extensas charlas junto a Sócrates, viéndole incluso hasta en el día de su juicio.
Lo que me llevaba a investigar en sí, era la curiosidad del saber cómo estos seres encontraron la forma, lugar y personas que cooperasen con ellos sin verlos como algo peligroso, maléfico y sentenciador, pues dudaba mucho que una situación similar a la mía para con ellos se repitiese muy seguido. Aunque parte de aquella exploración radicaba en la esperanzadora idea de que existiese toda una legión centrada en derrocar a la Iglesia Católica de forma secreta.
Sumergida en aquellos pensamientos choque la pierna derecha contra una de las patas de la mesa, generando además de un distractor rechinar, la caída de una de las plumas con las que solía escribir. Me agaché a recogerla en un fugaz flexionar de piernas, percatándome recién al momento de levantar la vista que la Biblioteca se encontraba casi vacía. Más de lo habitual. Sonreí al notar que no había mucha diferente entre ésta y la de la Iglesia, donde solía pasar días enteros sin otra cosa en mente que cumplir mis obligaciones para con la Institución.
Poco a poco había llenado una larga mesa con numerosos libros abiertos en páginas estratégicas, como si la lectura de uno llevase de forma entrelazada hacia el otro y así sucesivamente desembocando en lo que desde hacía un largo período de tiempo venía analizando.
- Debería anotar el orden de los ejemplares, las páginas necesarias y el porqué los tomo como parte de este rompecabezas – susurre casi imperceptiblemente en son de organizar mis ideas mientras caminaba lentamente de un lado a otro de la ocupada mesa contemplando superfluos detalles en aquellos escritos. El tamaño de las hojas, la fuente utilizada, el tamaño de los párrafos y hasta el material utilizado para su encuadernación.
Finalmente tras esa leve distracción tomé un grueso cuaderno que se destacaba sobre todo por el meticuloso labrado presente en sus rígidas tapas. En el llevaba mis anotaciones sobre los avances del análisis. Era sorprendente como la literatura fantástica de la época y anteriores daban numerosas pistas sobre seres sobrenaturales ¿Sería que aquellos que narraban sobre dichas historias eran conocedores de tales criaturas maléficas según la ideología cristiana?
Volcar mi entera atención a textos de John William Polidori y hasta en poemas de Heinrich August Ossenfelder había despertado en mí esa necesidad de saber más sobre lo que podría esconderse tras las líneas y relatos que nombrasen presencias sobrenaturales. Claro que era consciente de que inmortales existían desde épocas inimaginables. Seguramente alguna de esas almas que jamás descansan habría compartido extensas charlas junto a Sócrates, viéndole incluso hasta en el día de su juicio.
Lo que me llevaba a investigar en sí, era la curiosidad del saber cómo estos seres encontraron la forma, lugar y personas que cooperasen con ellos sin verlos como algo peligroso, maléfico y sentenciador, pues dudaba mucho que una situación similar a la mía para con ellos se repitiese muy seguido. Aunque parte de aquella exploración radicaba en la esperanzadora idea de que existiese toda una legión centrada en derrocar a la Iglesia Católica de forma secreta.
Sumergida en aquellos pensamientos choque la pierna derecha contra una de las patas de la mesa, generando además de un distractor rechinar, la caída de una de las plumas con las que solía escribir. Me agaché a recogerla en un fugaz flexionar de piernas, percatándome recién al momento de levantar la vista que la Biblioteca se encontraba casi vacía. Más de lo habitual. Sonreí al notar que no había mucha diferente entre ésta y la de la Iglesia, donde solía pasar días enteros sin otra cosa en mente que cumplir mis obligaciones para con la Institución.
Thorna Shapplin1- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/02/2012
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Re: Una Esperanza. Una Sospecha Entre Hojas [Adso]
Tras varios días de perderme en divagaciones ajenas a mi labor de investigación y dejarme tentar por algunas experiencias mundanas, por fin mi cabeza encontró la templanza necesaria para volver a los libros.
El cielo aún lucía ese tono malva que deja el sol cuando desaparece en el horizonte, lo cual quería decir que si me apresuraba todavía conseguiría encontrar abiertas las puertas de la biblioteca y no tendría que colarme a ella entre las tinieblas como un vulgar ladrón.
Aunque el portero se mostró reticente a dejarme pasar, alegando que estaba a punto de cerrar, con un mínimo de esfuerzo subyugué su voluntad y finalmente cedió encantado, pidiéndome amablemente que no dudara en quedarme el tiempo que necesitara, tal como le había indicado mentalmente que hiciera. Sonreí, satisfecho de mi habilidad. A veces, ser esto tiene sus ventajas.
Una vez sorteada esa insignificancia, me dirigí hacia el fondo de la sala principal, con la finalidad de buscar un sitio donde poder trabajar sin miradas indiscretas alrededor; aunque en realidad apenas quedaban un par de personas y tal vez no tardaran en marcharse, pero estoy tan acostumbrado a los rincones que igual escogí uno ligeramente sombrío. Estaba a punto de comenzar mi búsqueda cuando un ruido llamó mi atención hacia un sitio en el cual no había reparado y pude ver a una mujer joven de aspecto sobrio e inteligente, cuyo rostro me resultaba decididamente familiar. Luego de esforzarme un instante por recordar, lo supe: se trataba, ni más ni menos que de una colega inquisidora de la segunda facción… si no, ¿de qué otra manera podría un inquisidor resistir “atrapado” entre centenares de libros, sin acción? No recordaba su nombre, pues no había llegado a cruzar palabra alguna con ella; algo totalmente comprensible considerando que era joven y … mujer.
De cualquier manera, si ella estaba cumpliendo alguna misión en París, seguramente nos toparíamos en más de una ocasión y era preciso que no me confundiera con un engendro cualquiera. Clavé mis ojos en ella, concentrado, con el objetivo de hacerla mirar en mi dirección y así tener una excusa para hablarle. Esperé.
El cielo aún lucía ese tono malva que deja el sol cuando desaparece en el horizonte, lo cual quería decir que si me apresuraba todavía conseguiría encontrar abiertas las puertas de la biblioteca y no tendría que colarme a ella entre las tinieblas como un vulgar ladrón.
Aunque el portero se mostró reticente a dejarme pasar, alegando que estaba a punto de cerrar, con un mínimo de esfuerzo subyugué su voluntad y finalmente cedió encantado, pidiéndome amablemente que no dudara en quedarme el tiempo que necesitara, tal como le había indicado mentalmente que hiciera. Sonreí, satisfecho de mi habilidad. A veces, ser esto tiene sus ventajas.
Una vez sorteada esa insignificancia, me dirigí hacia el fondo de la sala principal, con la finalidad de buscar un sitio donde poder trabajar sin miradas indiscretas alrededor; aunque en realidad apenas quedaban un par de personas y tal vez no tardaran en marcharse, pero estoy tan acostumbrado a los rincones que igual escogí uno ligeramente sombrío. Estaba a punto de comenzar mi búsqueda cuando un ruido llamó mi atención hacia un sitio en el cual no había reparado y pude ver a una mujer joven de aspecto sobrio e inteligente, cuyo rostro me resultaba decididamente familiar. Luego de esforzarme un instante por recordar, lo supe: se trataba, ni más ni menos que de una colega inquisidora de la segunda facción… si no, ¿de qué otra manera podría un inquisidor resistir “atrapado” entre centenares de libros, sin acción? No recordaba su nombre, pues no había llegado a cruzar palabra alguna con ella; algo totalmente comprensible considerando que era joven y … mujer.
De cualquier manera, si ella estaba cumpliendo alguna misión en París, seguramente nos toparíamos en más de una ocasión y era preciso que no me confundiera con un engendro cualquiera. Clavé mis ojos en ella, concentrado, con el objetivo de hacerla mirar en mi dirección y así tener una excusa para hablarle. Esperé.
Adso de Melk- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/12/2011
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Re: Una Esperanza. Una Sospecha Entre Hojas [Adso]
Nueve años atrás…
Entre tantas, mi padre también destacaba por ser una persona de mirada penetrante. Incisiva e intimidante, tal y como muchos de los vampiros que él cazaba poseían. Qué paradoja.
Quienes le rodeaban solían decir, sobre todo en las charlas triviales de las inmensas fiestas que se generaban en la casa, que Dios le había dado entre otros regalos, el don de poder ver dentro del alma ajena a través de los ojos.
Grises e indescifrables marcaban su presencia cuan estacas sobre las personas, quienes no necesitaban verle para denotar que él estaba allí.
Una mañana me encontraba frente a uno de los grandes ventanales de la sala de lectura. Solía pasar gran tiempo allí estudiando, leyendo o simplemente disfrutando del silencio del lugar, sumergido en una particular penumbra que se creaba a partir de las inmensas cortinas que no daban mucho espacio al ingreso de luz exterior. Principalmente por el hecho, que de esa forma, las encuadernaciones y las hojas de los innumerables libros allí presentes, se preservaban en óptima calidad por mucho más tiempo.
Sentí aquellos orbes sobre mi nuca y me mantuve estática. Él tenía en consciencia que ya me había percatado de su presencia, mas mi postura indicaba todo lo contrario; pretender que allí no había nadie.
Como si del mismo tacto se tratase, note como aquellos ópalos nublados recorrieron el largo de mi cabello hasta llegar al centro de mis caderas, donde se detuvieron, retomando posición nuevamente en mi cuello. Todo sin un pestañeo de por medio, seguramente.
-"¿Acaso crees que la indiferencia es la mejor forma de reaccionar ante la mirada desconocida?"- me preguntó con su profunda voz, obligándome por completo a voltear y verle finalmente. Por educación y respeto hacia su paternal y estricta figura sobre todo. El no dejaría pasar ese detalle por alto de no cometerse como era debido.
Se acercó unos pasos con las manos escondidas tras la ancha y erguida espalda. Sereno, como si nada le apresurase a recibir mi respuesta. Un gesto que inexplicablemente ejercía todo lo contrario en mí. Me agobiaba, me apresuraba.
- No lo sé. Pero si prestara atención a todo lo desconocido seguramente no tendría espacio alguno para posar interés en lo que en verdad importa – le respondí firme, sincera. Mis ojos se clavaron en los de él, rozando el desafío. Se hacía palpable aquella valentía que le demostraba cada vez que podía, y que él ignoraba por completo.
- "Pero es lo desconocido aquello que puede traicionarte por la espalda. Deja esa soberbia de lado y compréndelo ¡Por Dios!" – exhortó, quebrando levemente su nervio, reflejado en el insignificante mechón de blanco cabello que involuntariamente se encrespó sobre su frente ante aquella reprenda.
Asentí con la cabeza, sumergiéndose la escena nuevamente en aquel particular silencio. Besé los nudillos de la mano que me extendió y luego recibí su bendición.
Partió como siempre lo hacía. Callado y sin darnos certeza de su vuelta. Le odié entre la penumbra y los libros. Más pude descubrir un detalle particular ese día; aquel hombre nunca pudo leer a través de mis ojos y eso era lo que le enfurecía.
Presente…
Volteé la cabeza serenamente hacia un lado, llevando con ayuda de una mano la cabellera hacia el otro lado del rostro, vislumbrando con claridad a quien hizo despertar en mi memoria el recuerdo de la fuerza del mirar paterno. Le mantuve la mirada fija por unos instantes hasta reconocerle.
¿Acaso aquel alma errante fue enviado a vigilar mis pasos en Francia ejerciendo un trabajo de espionaje pésimo y obvio? Estaba segura de que no. Para eso la Inquisición contaba con una facción completa de personas altamente entrenadas para no ser percatados por nadie. Bueno, casi nadie, ya que personalmente me mantenía informada de cada uno de sus movimientos. Nunca se sabe cuando tus propios aliados pueden traicionarte ¡Muy en claro tenía eso! Sobre todo, porque era la primera en hacerlo: dormía y despertaba en los brazos de mi enemigo sin temor alguno ¿Pero ya habría generado alguna sospecha? Me negaba a creerlo, pero hasta no estar segura solamente podía optar por hacer lo que cada día y cada noche; actuar frente a los ojos de cualquiera, incluso hasta en los de aquel hombre que me observaba sin disimulo, sin pestaño alguno siquiera.
- Me sorprende que le hayan enviado aquí. Pero de forma grata sin duda… – conferí obligada tras una lenta caminata hacia el caballero, demarcando con claridad el conocimiento de su identidad. Estaba segura de ello, sobre todo tras haber recibido y analizado los retratos de cada uno de los que obraban para Santa Biblioteca de la Inquisición, misma que había pasado a liderar recientemente gracias a los codeos y la ayuda de mi fiel servidor de la realeza italiana, el Conde Pietro Furio, quien tenía muy en claro que abriéndome lugar en la Iglesia solo recibiría beneficios y protección de mi parte. Hombre astuto e inteligente.
¿Estaría el hombre frente a mis ojos consciente de aquellas novedades? Pasaba a creer que no, pero quien sabe, ¿tan equivocada estaba su mente y alma en tratar de redimirse a quien jamás le perdonara, que tal vez, esa demencia le llevaba a ejercer actos algo peculiares para con sus pares o superiores?
- …Señor Adso de Melk – proferí finalmente para erradicar cualquier duda o confusión con respeto. Le extendí la mano en son de lo que el protocolo nos marcaba solamente, pues lejos de mi verdadero yo estaba la intención siquiera de tratar con un ser tan desolador. Y sí, mi verdad era esa: aquel hombre y sus actos de redención para con la Iglesia me daban pena y, vergüenza, mucha vergüenza.
Entre tantas, mi padre también destacaba por ser una persona de mirada penetrante. Incisiva e intimidante, tal y como muchos de los vampiros que él cazaba poseían. Qué paradoja.
Quienes le rodeaban solían decir, sobre todo en las charlas triviales de las inmensas fiestas que se generaban en la casa, que Dios le había dado entre otros regalos, el don de poder ver dentro del alma ajena a través de los ojos.
Grises e indescifrables marcaban su presencia cuan estacas sobre las personas, quienes no necesitaban verle para denotar que él estaba allí.
Una mañana me encontraba frente a uno de los grandes ventanales de la sala de lectura. Solía pasar gran tiempo allí estudiando, leyendo o simplemente disfrutando del silencio del lugar, sumergido en una particular penumbra que se creaba a partir de las inmensas cortinas que no daban mucho espacio al ingreso de luz exterior. Principalmente por el hecho, que de esa forma, las encuadernaciones y las hojas de los innumerables libros allí presentes, se preservaban en óptima calidad por mucho más tiempo.
Sentí aquellos orbes sobre mi nuca y me mantuve estática. Él tenía en consciencia que ya me había percatado de su presencia, mas mi postura indicaba todo lo contrario; pretender que allí no había nadie.
Como si del mismo tacto se tratase, note como aquellos ópalos nublados recorrieron el largo de mi cabello hasta llegar al centro de mis caderas, donde se detuvieron, retomando posición nuevamente en mi cuello. Todo sin un pestañeo de por medio, seguramente.
-"¿Acaso crees que la indiferencia es la mejor forma de reaccionar ante la mirada desconocida?"- me preguntó con su profunda voz, obligándome por completo a voltear y verle finalmente. Por educación y respeto hacia su paternal y estricta figura sobre todo. El no dejaría pasar ese detalle por alto de no cometerse como era debido.
Se acercó unos pasos con las manos escondidas tras la ancha y erguida espalda. Sereno, como si nada le apresurase a recibir mi respuesta. Un gesto que inexplicablemente ejercía todo lo contrario en mí. Me agobiaba, me apresuraba.
- No lo sé. Pero si prestara atención a todo lo desconocido seguramente no tendría espacio alguno para posar interés en lo que en verdad importa – le respondí firme, sincera. Mis ojos se clavaron en los de él, rozando el desafío. Se hacía palpable aquella valentía que le demostraba cada vez que podía, y que él ignoraba por completo.
- "Pero es lo desconocido aquello que puede traicionarte por la espalda. Deja esa soberbia de lado y compréndelo ¡Por Dios!" – exhortó, quebrando levemente su nervio, reflejado en el insignificante mechón de blanco cabello que involuntariamente se encrespó sobre su frente ante aquella reprenda.
Asentí con la cabeza, sumergiéndose la escena nuevamente en aquel particular silencio. Besé los nudillos de la mano que me extendió y luego recibí su bendición.
Partió como siempre lo hacía. Callado y sin darnos certeza de su vuelta. Le odié entre la penumbra y los libros. Más pude descubrir un detalle particular ese día; aquel hombre nunca pudo leer a través de mis ojos y eso era lo que le enfurecía.
Presente…
Volteé la cabeza serenamente hacia un lado, llevando con ayuda de una mano la cabellera hacia el otro lado del rostro, vislumbrando con claridad a quien hizo despertar en mi memoria el recuerdo de la fuerza del mirar paterno. Le mantuve la mirada fija por unos instantes hasta reconocerle.
¿Acaso aquel alma errante fue enviado a vigilar mis pasos en Francia ejerciendo un trabajo de espionaje pésimo y obvio? Estaba segura de que no. Para eso la Inquisición contaba con una facción completa de personas altamente entrenadas para no ser percatados por nadie. Bueno, casi nadie, ya que personalmente me mantenía informada de cada uno de sus movimientos. Nunca se sabe cuando tus propios aliados pueden traicionarte ¡Muy en claro tenía eso! Sobre todo, porque era la primera en hacerlo: dormía y despertaba en los brazos de mi enemigo sin temor alguno ¿Pero ya habría generado alguna sospecha? Me negaba a creerlo, pero hasta no estar segura solamente podía optar por hacer lo que cada día y cada noche; actuar frente a los ojos de cualquiera, incluso hasta en los de aquel hombre que me observaba sin disimulo, sin pestaño alguno siquiera.
- Me sorprende que le hayan enviado aquí. Pero de forma grata sin duda… – conferí obligada tras una lenta caminata hacia el caballero, demarcando con claridad el conocimiento de su identidad. Estaba segura de ello, sobre todo tras haber recibido y analizado los retratos de cada uno de los que obraban para Santa Biblioteca de la Inquisición, misma que había pasado a liderar recientemente gracias a los codeos y la ayuda de mi fiel servidor de la realeza italiana, el Conde Pietro Furio, quien tenía muy en claro que abriéndome lugar en la Iglesia solo recibiría beneficios y protección de mi parte. Hombre astuto e inteligente.
¿Estaría el hombre frente a mis ojos consciente de aquellas novedades? Pasaba a creer que no, pero quien sabe, ¿tan equivocada estaba su mente y alma en tratar de redimirse a quien jamás le perdonara, que tal vez, esa demencia le llevaba a ejercer actos algo peculiares para con sus pares o superiores?
- …Señor Adso de Melk – proferí finalmente para erradicar cualquier duda o confusión con respeto. Le extendí la mano en son de lo que el protocolo nos marcaba solamente, pues lejos de mi verdadero yo estaba la intención siquiera de tratar con un ser tan desolador. Y sí, mi verdad era esa: aquel hombre y sus actos de redención para con la Iglesia me daban pena y, vergüenza, mucha vergüenza.
Thorna Shapplin1- Inquisidor Clase Alta
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Re: Una Esperanza. Una Sospecha Entre Hojas [Adso]
Finalmente la mirada surtió el efecto deseado y la mujer se acercó, despejando mis dudas sobre si se trataría o no de una “colega” cuando pronunció mi nombre. De cualquier modo eso no sirvió para suavizar lo que sin duda sería un encuentro plagado de fricciones; no me agradó su presencia pero igual alargué la mano para corresponder el saludo de una manera lo suficientemente distante. Hubiera querido concluir con aquello enseguida y ocuparme de mis propios asuntos, pero no era tan sencillo: ya no era el único siervo de la Inquisición ahí, por lo tanto debía averiguar si había sido enviada para buscarme o si nos habíamos topado por una simple coincidencia, así que respondí sin el menor entusiasmo, pero con un tono de voz lo más neutro posible. –También para mí es un gusto, señorita… recuerdo haberla visto un par de veces en la Santa Sede, pero me temo que no sé su nombre, aunque usted sepa el mío-. Hice una pausa.
No terminaba de entender por qué razón el Santo Padre consentía la presencia de mujeres al servicio de la Inquisición. No me parecían confiables, con esa tendencia suya tan natural de caer en las tentaciones del demonio, de recurrir a comportamientos tan repulsivos como usar sus dones carnales para obtener lo que desean… Aunque pensándolo bien no había mucha diferencia entre permitirles trabajar para la Santa Inquisición y valerse de seres como yo. Quizá Alejandro estaba plenamente convencido de que el fin justifica los medios y yo no era nadie para cuestionar sus métodos. Después de todo, ya había visto cómo poco a poco cambiaban miles de ideas y preceptos que alguna vez creí inamovibles.
Dejé escapar un suspiro de resignación. Si debía trabajar con ella por órdenes superiores, lo haría; pero eso no cambiaría mi idea sobre el verdadero papel de las mujeres en el mundo.
Pero aparte de ser mujer, había algo que no terminaba de convencerme en ella. Quizá fuera que proyectaba demasiada seguridad en su porte, lejos de la modestia que yo siempre esperaba de ese sexo… tal vez arrogancia, tal vez… En momentos como ese llegaba a pensar que sería muy útil poseer el don de leer la mente, como había leído que podían hacerlo otros sobrenaturales. Y justo entonces consideré otra posibilidad; tal vez la animadversión era mutua, tal vez ella era de ese enorme número de inquisidores que despreciaban a los pertenecientes a la heterogénea facción de los condenados, y si se trataba de eso no podía reprocharle gran cosa, cuando yo mismo me despreciaba por ello. Aquello supondría cierta igualdad de circunstancias: aun siendo colegas nos detestaríamos por algo que ninguno había elegido ser.
Tras un rato dando vueltas en mi cabeza a todos esos pensamientos, me decidí a preguntar por qué estaba allí, ya que ella no me dio indicio alguno. -¿Hay algún motivo especial para su estancia en París?-. Fui amable, por supuesto… No importaba cuánto despertara mi animadversión, la cordialidad era imprescindible si estábamos en el mismo bando.
No terminaba de entender por qué razón el Santo Padre consentía la presencia de mujeres al servicio de la Inquisición. No me parecían confiables, con esa tendencia suya tan natural de caer en las tentaciones del demonio, de recurrir a comportamientos tan repulsivos como usar sus dones carnales para obtener lo que desean… Aunque pensándolo bien no había mucha diferencia entre permitirles trabajar para la Santa Inquisición y valerse de seres como yo. Quizá Alejandro estaba plenamente convencido de que el fin justifica los medios y yo no era nadie para cuestionar sus métodos. Después de todo, ya había visto cómo poco a poco cambiaban miles de ideas y preceptos que alguna vez creí inamovibles.
Dejé escapar un suspiro de resignación. Si debía trabajar con ella por órdenes superiores, lo haría; pero eso no cambiaría mi idea sobre el verdadero papel de las mujeres en el mundo.
Pero aparte de ser mujer, había algo que no terminaba de convencerme en ella. Quizá fuera que proyectaba demasiada seguridad en su porte, lejos de la modestia que yo siempre esperaba de ese sexo… tal vez arrogancia, tal vez… En momentos como ese llegaba a pensar que sería muy útil poseer el don de leer la mente, como había leído que podían hacerlo otros sobrenaturales. Y justo entonces consideré otra posibilidad; tal vez la animadversión era mutua, tal vez ella era de ese enorme número de inquisidores que despreciaban a los pertenecientes a la heterogénea facción de los condenados, y si se trataba de eso no podía reprocharle gran cosa, cuando yo mismo me despreciaba por ello. Aquello supondría cierta igualdad de circunstancias: aun siendo colegas nos detestaríamos por algo que ninguno había elegido ser.
Tras un rato dando vueltas en mi cabeza a todos esos pensamientos, me decidí a preguntar por qué estaba allí, ya que ella no me dio indicio alguno. -¿Hay algún motivo especial para su estancia en París?-. Fui amable, por supuesto… No importaba cuánto despertara mi animadversión, la cordialidad era imprescindible si estábamos en el mismo bando.
Adso de Melk- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Una Esperanza. Una Sospecha Entre Hojas [Adso]
Un famoso dicho promueve la conclusión de que las apariencias a veces engañan.
Podría decir que mi persona era un caso de excelsa aplicación a aquellas palabras. Pues todo lo que mi exterior despojaba no era más que el fiel reflejo de una imagen meticulosamente creada y adoptada por el simple y necesario hecho de la conveniencia.
Por otra parte, mis ojos podían captar que en el caso del inmortal frente mí aquel dicho poco y nada tenía que hacer. Su particular mirada era propia de alguien que no encajaba con la realidad que le había tocado vivir ¿Mas eso, no era obvio? Si no fuese de ese modo aquel alma infeliz no estaría brindado sus conocimientos y extraordinarias habilidades a la Inquisición, misma que se encargaba de acabar sin piedad alguna a seres de su misma raza. No llegaba a comprender que seguridad tenía el caballero en creer que tras ser utilizado por la Iglesia, la misma no le daría muerte como a sus pares. A mi parecer el condenado velaba por una certeza totalmente incierta. Y aunque encantada me hubiese encargado de abrir sus encasillados pensamientos, no podía darme ese gusto. Últimamente los ojos del Papa, así como los de sus más fieles seguidores estaban atentos a cada movimiento por parte de los miembros de la Inquisición, sobre todo en aquellos que guiabamos a las existentes facciones.
Me había costado mucho reflejar una eficacia irrevocable como para echarlo todo por la borda. Estaba un paso mas adelante en mis planes y la ayuda hacia un simple vampiro no arruinaría una estructura de viles engaños que lentamente afirmaba sus cimientos dentro del terreno enemigo.
- La Biblioteca parisina es muy rica en cuanto a literatura de toda la región europea, por lo que me he tomado el tiempo de generar ciertas investigaciones a partir de textos que aquí residen – conferí, eludiendo notoriamente la debida presentación hacia el curioso servidor de Dios, informándole vagamente de lo que en verdad realizaba allí. No era de mi interés ahondar en lo documentado hasta el momento, sobre todo porque mucha de la información que solía recolectar no llegaba a la Santa Sede, sino que terminaba en un secreto archivo personal donde resguardaba aquellos hallazgos que a mi parecer, no eran de conocimiento pertinente para la Iglesia, sobre todo por el bienestar de aquellos sobrenaturales a los que protegía a cambio de información y otras acciones a mi beneficio.
- ¿Y cuál es la razón de su presencia en la ciudad? Ciertamente yo no la he solicitado – despoje con cierto dejo de malicia, haciendo denotar con disimulo mi superioridad en cargo con respecto a aquel que aun no sabia con quien trataba exactamente. Un reflejo de duda se plasmo en mi actoral semblante, sin embargo por una ocasión, aquella expresión era sincera. Tenía curiosidad de saber que había llevado a Monsieur De Melk a comparecerse en Francia ¿Un asunto personal? Si de ello se trataba, también quería saberlo. Nunca venia mal tener un hilillo sentimental atado a los inquisidores, del cual jalar en caso que sus narices se entrometiesen en mas de lo debido con respecto a mis acciones ¿Pero aquel hombre podría siquiera tener trato intimo con otra persona sobre esta Tierra? El pobre apenas debía quererse tal y como era, haciendo imposible en mi cabeza la idea de que su inerte corazón poseyera la imagen de una persona especial en la actualidad. Con suerte el mismo tendría aun consigo el vago recuerdo de un antiguo amor en su etapa mortal.
Sonreí casi imperceptiblemente al denotar como aún no me había identificado ante el inmortal. Malo no era testear que tan informados estaban aquellos que servían a la Iglesia. Un simple juego sin dejo de malicia en primera instancia.
Podría decir que mi persona era un caso de excelsa aplicación a aquellas palabras. Pues todo lo que mi exterior despojaba no era más que el fiel reflejo de una imagen meticulosamente creada y adoptada por el simple y necesario hecho de la conveniencia.
Por otra parte, mis ojos podían captar que en el caso del inmortal frente mí aquel dicho poco y nada tenía que hacer. Su particular mirada era propia de alguien que no encajaba con la realidad que le había tocado vivir ¿Mas eso, no era obvio? Si no fuese de ese modo aquel alma infeliz no estaría brindado sus conocimientos y extraordinarias habilidades a la Inquisición, misma que se encargaba de acabar sin piedad alguna a seres de su misma raza. No llegaba a comprender que seguridad tenía el caballero en creer que tras ser utilizado por la Iglesia, la misma no le daría muerte como a sus pares. A mi parecer el condenado velaba por una certeza totalmente incierta. Y aunque encantada me hubiese encargado de abrir sus encasillados pensamientos, no podía darme ese gusto. Últimamente los ojos del Papa, así como los de sus más fieles seguidores estaban atentos a cada movimiento por parte de los miembros de la Inquisición, sobre todo en aquellos que guiabamos a las existentes facciones.
Me había costado mucho reflejar una eficacia irrevocable como para echarlo todo por la borda. Estaba un paso mas adelante en mis planes y la ayuda hacia un simple vampiro no arruinaría una estructura de viles engaños que lentamente afirmaba sus cimientos dentro del terreno enemigo.
- La Biblioteca parisina es muy rica en cuanto a literatura de toda la región europea, por lo que me he tomado el tiempo de generar ciertas investigaciones a partir de textos que aquí residen – conferí, eludiendo notoriamente la debida presentación hacia el curioso servidor de Dios, informándole vagamente de lo que en verdad realizaba allí. No era de mi interés ahondar en lo documentado hasta el momento, sobre todo porque mucha de la información que solía recolectar no llegaba a la Santa Sede, sino que terminaba en un secreto archivo personal donde resguardaba aquellos hallazgos que a mi parecer, no eran de conocimiento pertinente para la Iglesia, sobre todo por el bienestar de aquellos sobrenaturales a los que protegía a cambio de información y otras acciones a mi beneficio.
- ¿Y cuál es la razón de su presencia en la ciudad? Ciertamente yo no la he solicitado – despoje con cierto dejo de malicia, haciendo denotar con disimulo mi superioridad en cargo con respecto a aquel que aun no sabia con quien trataba exactamente. Un reflejo de duda se plasmo en mi actoral semblante, sin embargo por una ocasión, aquella expresión era sincera. Tenía curiosidad de saber que había llevado a Monsieur De Melk a comparecerse en Francia ¿Un asunto personal? Si de ello se trataba, también quería saberlo. Nunca venia mal tener un hilillo sentimental atado a los inquisidores, del cual jalar en caso que sus narices se entrometiesen en mas de lo debido con respecto a mis acciones ¿Pero aquel hombre podría siquiera tener trato intimo con otra persona sobre esta Tierra? El pobre apenas debía quererse tal y como era, haciendo imposible en mi cabeza la idea de que su inerte corazón poseyera la imagen de una persona especial en la actualidad. Con suerte el mismo tendría aun consigo el vago recuerdo de un antiguo amor en su etapa mortal.
Sonreí casi imperceptiblemente al denotar como aún no me había identificado ante el inmortal. Malo no era testear que tan informados estaban aquellos que servían a la Iglesia. Un simple juego sin dejo de malicia en primera instancia.
Thorna Shapplin1- Inquisidor Clase Alta
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Re: Una Esperanza. Una Sospecha Entre Hojas [Adso]
La miró despectivamente al escuchar que “ella no lo había solicitado”. ¿Quién se creía que era esa insignificante mujer para decir aquello? A menos que… Lo pensó un poco, pero no se tomó la molestia de disimular su desprecio. No pensaba responderle hasta saber la respuesta.
No le gustaba lo que intuía. Saberse bajo el mando de una… una mujer era casi tan repulsivo como imaginar que bajo la sotana de Borgia se pudiera ocultar una pezuña de macho cabrío. Y si estaba en lo cierto, ¿cómo era posible que confiaran una labor tan importante a una criatura ciertamente inferior? Ése era uno de los puntos débiles de Alejandro, él lo sabía bien, aunque le doliera aceptarlo. Pero desterró de inmediato aquel pensamiento: creer que él sabía cómo actuar mejor que el propio vicario de Cristo era un verdadero acto de soberbia. Trató de aparentar normalidad ante la mujer.
–Tiene razón, aquí se pueden encontrar infinidad de fuentes para complementar nuestro trabajo – la miró arqueando una ceja, como dando a entender que no necesitaba decir más. –Pero ¿puedo saber a qué se refiere con cuando dice que usted no ha requerido mi presencia?- formuló la pregunta en el mismo tono diplomático que había aprendido a usar con el resto de inquisidores humanos para no detonar la ira que sentían hacia los condenados; pretendía que sus palabras no sonaran llenas de malicia, pero su irremediable tono frío era capaz de delatarlo.
“Una mujer…”, rumiaba una y otra vez dentro de su cabeza mientras esperaba la respuesta a su interrogante. Le parecía imperdonable tanto atrevimiento. Pensaba en lo que decían las santas escrituras sobre la modestia y la sumisión, ¿por qué alguien habría de olvidar aquellos preceptos? De pronto recordó a esa chica que había conocido y con quien se había encariñado inusitadamente; le chocó no recordar que ella tampoco era precisamente aquel modelo de mujer descrito en la Biblia, pero por alguna extraña razón no podía comparar los casos, aquello era totalmente distinto ¿o no?
No le gustaba lo que intuía. Saberse bajo el mando de una… una mujer era casi tan repulsivo como imaginar que bajo la sotana de Borgia se pudiera ocultar una pezuña de macho cabrío. Y si estaba en lo cierto, ¿cómo era posible que confiaran una labor tan importante a una criatura ciertamente inferior? Ése era uno de los puntos débiles de Alejandro, él lo sabía bien, aunque le doliera aceptarlo. Pero desterró de inmediato aquel pensamiento: creer que él sabía cómo actuar mejor que el propio vicario de Cristo era un verdadero acto de soberbia. Trató de aparentar normalidad ante la mujer.
–Tiene razón, aquí se pueden encontrar infinidad de fuentes para complementar nuestro trabajo – la miró arqueando una ceja, como dando a entender que no necesitaba decir más. –Pero ¿puedo saber a qué se refiere con cuando dice que usted no ha requerido mi presencia?- formuló la pregunta en el mismo tono diplomático que había aprendido a usar con el resto de inquisidores humanos para no detonar la ira que sentían hacia los condenados; pretendía que sus palabras no sonaran llenas de malicia, pero su irremediable tono frío era capaz de delatarlo.
“Una mujer…”, rumiaba una y otra vez dentro de su cabeza mientras esperaba la respuesta a su interrogante. Le parecía imperdonable tanto atrevimiento. Pensaba en lo que decían las santas escrituras sobre la modestia y la sumisión, ¿por qué alguien habría de olvidar aquellos preceptos? De pronto recordó a esa chica que había conocido y con quien se había encariñado inusitadamente; le chocó no recordar que ella tampoco era precisamente aquel modelo de mujer descrito en la Biblia, pero por alguna extraña razón no podía comparar los casos, aquello era totalmente distinto ¿o no?
Adso de Melk- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Una Esperanza. Una Sospecha Entre Hojas [Adso]
El misterio debía llegar a su fin. Sobre todo al notar cierto dejo de hastío, no en el semblante del caballero frente a mis ojos, pero si en sus gélidos y medidos vocablos, proyectantes de una sujeción a vaya saber que tipo de sensación interna generada por mi persona. Si gustaba de la idea de informarme más al respecto del individuo, debía tener la "amabilidad" de por lo menos, esclarecer mínimamente alguno de sus cuestionamientos.
- ¿Víctima de Lapsus Intelligere, señor De Melk? - cuestioné con una fisonomía severa, disipadora de cualquier vestigio de gracejo para con el hombre del cual no esperaba respuesta alguna. Si el ser mujer era designio de vulnerabilidad o flaqueza, en ese instante dichos conceptos habían sido anulados para la imagen que ocupaba de impartir.
- Como encargada principal de la Segunda Facción de la Inquisición, no he solicitado la presencia de ningún bibliotecario en París. Por ende no entiendo el porqué de su comparecencia en estos sitios - despojé en un tono austero que hacía fiel reflejo al peso de aquellas palabras proferidas sin titubeo alguno hacia el condenado. Para su desgracia la biblioteca ya se encontraba casi vacía, por lo que aquellos vocablos referentes a secreta sociedad clerical podían ser despojados sin retraimiento alguno.
Era bien sabido que la presencia de mujeres en la Inquisición no era algo bien visto por aquellos que, notoria o disimuladamente llevaban consigo el incordio de ser liderados por seres que a sus ojos, solo eran propagadoras de pecado e intransigencias.
Sin embargo, para bien o mal, Alejandro II había sido lo esperadamente astuto como tener presente que bajo aquella capa de delicadeza y femineidad propia de cada mujer, existían armas de innegable poder, diamantes en bruto que solamente podrían traer consigo beneficios a los planes proyectados por el Sumo Pontífice. Lamentablemente, el sentimiento de traición y venganza estaba tan presente en la mujer como en el hombre y yo era un ejemplo viviente de ese sentimiento. Enemiga residente en campos rivales.
- Pero obviamente aún esta emplazado para explicar que motivo le ha traído hasta aquí - adherí en el preciso instante que mis brazos se cruzaban a la altura del diafragma, reforzando aquel sentimiento de imposición hacia el enigmático individuo. Mirando sus ojos, carentes del brillo propio de la vida mortal, pensé que para éste hubiese sido más conveniente no haber posado aquellos opacos orbes sobre mi persona con tanta insistencia para demarcar su presencia, ahora obligada a rendir aclaraciones con lo respectivo a su arribo inesperado a París.
“¿Acaso en Papa lo ha enviado por un asunto ajeno a mi conocimiento?” Pensé inevitablemente mientras esperaba la respuesta del aparecido, tratando de no proyectar aquel molesto sentimiento bruscamente generado al exterior. Y sí, me resultaba sumamente engorrosa la idea de que silenciosamente, Alejandro II estuviese moviendo las fichas sobre un tablero del cual me había ocupado de contemplar minuciosamente para no perder detalle alguno. Estar al tanto de cada acción a llevarse a cabo por la Inquisición me daba el privilegio de accionar de la manera más conveniente, tanto a mi favor, como al de todos aquellos a los que resguardaba a cambio de ciertos favores.
- ¿Víctima de Lapsus Intelligere, señor De Melk? - cuestioné con una fisonomía severa, disipadora de cualquier vestigio de gracejo para con el hombre del cual no esperaba respuesta alguna. Si el ser mujer era designio de vulnerabilidad o flaqueza, en ese instante dichos conceptos habían sido anulados para la imagen que ocupaba de impartir.
- Como encargada principal de la Segunda Facción de la Inquisición, no he solicitado la presencia de ningún bibliotecario en París. Por ende no entiendo el porqué de su comparecencia en estos sitios - despojé en un tono austero que hacía fiel reflejo al peso de aquellas palabras proferidas sin titubeo alguno hacia el condenado. Para su desgracia la biblioteca ya se encontraba casi vacía, por lo que aquellos vocablos referentes a secreta sociedad clerical podían ser despojados sin retraimiento alguno.
Era bien sabido que la presencia de mujeres en la Inquisición no era algo bien visto por aquellos que, notoria o disimuladamente llevaban consigo el incordio de ser liderados por seres que a sus ojos, solo eran propagadoras de pecado e intransigencias.
Sin embargo, para bien o mal, Alejandro II había sido lo esperadamente astuto como tener presente que bajo aquella capa de delicadeza y femineidad propia de cada mujer, existían armas de innegable poder, diamantes en bruto que solamente podrían traer consigo beneficios a los planes proyectados por el Sumo Pontífice. Lamentablemente, el sentimiento de traición y venganza estaba tan presente en la mujer como en el hombre y yo era un ejemplo viviente de ese sentimiento. Enemiga residente en campos rivales.
- Pero obviamente aún esta emplazado para explicar que motivo le ha traído hasta aquí - adherí en el preciso instante que mis brazos se cruzaban a la altura del diafragma, reforzando aquel sentimiento de imposición hacia el enigmático individuo. Mirando sus ojos, carentes del brillo propio de la vida mortal, pensé que para éste hubiese sido más conveniente no haber posado aquellos opacos orbes sobre mi persona con tanta insistencia para demarcar su presencia, ahora obligada a rendir aclaraciones con lo respectivo a su arribo inesperado a París.
“¿Acaso en Papa lo ha enviado por un asunto ajeno a mi conocimiento?” Pensé inevitablemente mientras esperaba la respuesta del aparecido, tratando de no proyectar aquel molesto sentimiento bruscamente generado al exterior. Y sí, me resultaba sumamente engorrosa la idea de que silenciosamente, Alejandro II estuviese moviendo las fichas sobre un tablero del cual me había ocupado de contemplar minuciosamente para no perder detalle alguno. Estar al tanto de cada acción a llevarse a cabo por la Inquisición me daba el privilegio de accionar de la manera más conveniente, tanto a mi favor, como al de todos aquellos a los que resguardaba a cambio de ciertos favores.
Thorna Shapplin1- Inquisidor Clase Alta
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Re: Una Esperanza. Una Sospecha Entre Hojas [Adso]
Calibró las palabras de la joven inquisidora con toda la calma que pudo; aunque se le escapó una expresión de sorpresa y abrió los ojos desmesuradamente. Ahora comprendía el porqué de la actitud de la mujer y supo que no le quedaba más que aceptar el hecho como hacía con todas las órdenes de sus superiores: con resignación, confianza y respeto.
Suspiró, quiso relajarse. Debía superar su aversión o, por lo menos, controlarla pues aquella resistencia no ayudaría a su reputación de siervo obediente e incondicional si ella llegaba a desentrañarla y lo peor era que tras ese breve encuentro ya había concluido que sería completamente capaz de hacerlo.
Su voz sonó casi apagada cuando por fin respondió, como si hubiera salido mal librado de su pequeña batalla interior y quizá así fuera, después de todo. – Me disculpo si le he parecido altanero, madame, y permítame justificarme diciendo que salí de Roma antes de poder enterarme de su nombramiento - dijo casi en un siseo, pero haciendo una reverencia para demostrar su cortesía y buena disposición, tal como estaba obligado por su rango.
Hizo una pausa antes de decidirse a responderle sobre los motivos de su presencia en aquella abyecta ciudad. Recordó el motivo que había escrito en la misiva de su petición, “ Motivos personales”, y pensó que en el fondo se había sentido cansado, con la profunda necesidad de ver un panorama distinto al del orden rutinario del Vaticano y París le había parecido el lugar perfecto por los numerosos informes sobre la creciente presencia de sobrenaturales allí. No era el lugar idóneo para vacacionar, pero ésa nunca había sido su intención. –Tiene razón, mi presencia aquí no ha sido requerida por nadie más que por mí mismo y obedece a razones completamente personales, aunque no por ello dejo de documentarme, como puede percatarse. Ninguno de nosotros puede darse el lujo de bajar la guardia, ¿no cree?-. Hablaba con la modestia correspondiente a un subordinado, pero no por ello rebajándose y en esos momentos su curiosidad había despertado. Se preguntó cuál sería la misión de aquella mujer, si las cosas en “casa” habían cambiado tanto en ese pequeño tiempo que llevaba lejos. ¿Sería tan relevante como para precisar la intervención de la líder de facción? – Creo que no sobra decir que me pongo a su disposición, en caso de requerirme; pero dígame, si no es mucho atrevimiento de mi parte y no comprometo su trabajo… ¿qué es lo que la ha traído hasta aquí?- no esperaba que le respondiera tan fácilmente, pero nada perdía con una simple pregunta. No sabía a qué atenerse, pero precisamente por ello le pareció fundamental lanzar esa interrogante. Debía saber si ella era una más de los tantos colegas que no dudaban en mostrar cuánto despreciaban a los Condenados, si podría considerarla una aliada o solamente una presencia incidental de la que debía olvidarse antes de volver a lo suyo.
Suspiró, quiso relajarse. Debía superar su aversión o, por lo menos, controlarla pues aquella resistencia no ayudaría a su reputación de siervo obediente e incondicional si ella llegaba a desentrañarla y lo peor era que tras ese breve encuentro ya había concluido que sería completamente capaz de hacerlo.
Su voz sonó casi apagada cuando por fin respondió, como si hubiera salido mal librado de su pequeña batalla interior y quizá así fuera, después de todo. – Me disculpo si le he parecido altanero, madame, y permítame justificarme diciendo que salí de Roma antes de poder enterarme de su nombramiento - dijo casi en un siseo, pero haciendo una reverencia para demostrar su cortesía y buena disposición, tal como estaba obligado por su rango.
Hizo una pausa antes de decidirse a responderle sobre los motivos de su presencia en aquella abyecta ciudad. Recordó el motivo que había escrito en la misiva de su petición, “ Motivos personales”, y pensó que en el fondo se había sentido cansado, con la profunda necesidad de ver un panorama distinto al del orden rutinario del Vaticano y París le había parecido el lugar perfecto por los numerosos informes sobre la creciente presencia de sobrenaturales allí. No era el lugar idóneo para vacacionar, pero ésa nunca había sido su intención. –Tiene razón, mi presencia aquí no ha sido requerida por nadie más que por mí mismo y obedece a razones completamente personales, aunque no por ello dejo de documentarme, como puede percatarse. Ninguno de nosotros puede darse el lujo de bajar la guardia, ¿no cree?-. Hablaba con la modestia correspondiente a un subordinado, pero no por ello rebajándose y en esos momentos su curiosidad había despertado. Se preguntó cuál sería la misión de aquella mujer, si las cosas en “casa” habían cambiado tanto en ese pequeño tiempo que llevaba lejos. ¿Sería tan relevante como para precisar la intervención de la líder de facción? – Creo que no sobra decir que me pongo a su disposición, en caso de requerirme; pero dígame, si no es mucho atrevimiento de mi parte y no comprometo su trabajo… ¿qué es lo que la ha traído hasta aquí?- no esperaba que le respondiera tan fácilmente, pero nada perdía con una simple pregunta. No sabía a qué atenerse, pero precisamente por ello le pareció fundamental lanzar esa interrogante. Debía saber si ella era una más de los tantos colegas que no dudaban en mostrar cuánto despreciaban a los Condenados, si podría considerarla una aliada o solamente una presencia incidental de la que debía olvidarse antes de volver a lo suyo.
Adso de Melk- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Una Esperanza. Una Sospecha Entre Hojas [Adso]
Sonreí levemente y casi obligada, como si me alegrase por el encuentro con el caballero en su tiempo de descanso personal, aunque sinceramente no me podía negar que la noticia proveniente de que éste simplemente se encontrase de paseo por la capital francesa me había generado cierto contento, uno por partida doble.
En primera instancia porque aquellos vocablos me daban a entender que muchos de los miembros de la Inquisición ni siquiera estaban al tanto de los cambios en la Santa Sede con respecto a las últimas asignaciones de Alejandro II y por ende la idea de un completo desinformado pudiese seguir mis pasos era por poco más nula.
Pero la parte importante –para mi interés y conveniencia- del asunto se había generado ni más ni menos que en aquel preciso instante en que mis oídos se hacían con las atentas acciones del inmortal al ofrecerse a colaborar en todo lo que estuviese a su alcance. Algo en mi interior me decía que no podía darme el gusto de perder semejante oportunidad, pero para hacerme con la meta debía ser cuidadosa, después de todo tenía muy claro que no estaba frente a un humano simple, a un títere dominable.
- No tiene por qué preocuparse. Supongo también está en mis deberes el mantener al tanto a otros bibliotecarios de los asuntos que les han de ser pertinentes. Cuidar las espaldas ajenas y colaborar con aquellos que buscan el mismo cometido... Esos son los designios de nuestro Señor - cada una de aquellas palabras, mis palabras, habían sido meticulosamente confeccionadas en conjunto para impartir esa estúpida idea de Líder atenta y preocupada. Debía ir a un paso a la vez, hacerle creer al infeliz que le tenía la confianza suficiente como para revelarle mis investigaciones que supuestamente irían a parar al mismo lugar, al mismo bien común que nos unía a ambos.
- Al ser ciudadana parisina hace tanto tiempo, me he tomado el gusto personal de investigar la documentación de sucesos con sobrenaturales en ciertos ejemplares de la Biblioteca local - informé muy superficialmente, lo necesario como para endulzar los finos labios del vampiro y alentarle a querer sumergirse más. No me mantendría cruzada de brazos a que eso sucediese, así que sin más yo me encargaría tan astutamente como de costumbre en cada una de mis acciones, ha empujarle de la forma más delicada posible.
- Y créame, dada su presencia en París, sería un inmenso placer discutir sobre ciertos hallazgos que he realizado - ¿Habría acaso mejor forma de convencerle de que para mi él era una supuesta persona fiel a su causa y por ende optima para tener el honor de intercambiar opiniones conmigo? Cualquier otro imbécil hubiese saltado de la emoción por aquel ofrecimiento, sobre todo porque la única privilegiada para con los asuntos que yo trataba personalmente era Oksana.
Bajé por unos instantes la vista a la par que apoyaba la yema del dedo índice de mi mano derecha sobre mis labios, pensativa. Entre pestañeos lentos reflexivos me daba el deleite de mantenerme en silencio, buscando generar inquietud en el vampiro, incluso cuando era consciente de que para aquellos eternos caminantes el transcurso del tiempo poco les importaba.
- Podría esperarle mañana en la Biblioteca de mi residencia, no muy lejana a estas instalaciones. Comprenderá hay ciertos asuntos que es mejor tratarlos en espacios mucho más reservados. Allí le presentaré alguno de los documentos que he obtenido de mis asiduas visitas a este lugar - la tentativa invitación estaba hecha de la forma más camuflada posible. Automáticamente, mi rostro proyecto un semblante serio, pues en cierta forma el asunto lo ameritaba, además reafirmaría la idea de que los temas a discutir eran de considerable relevancia, lo que nuevamente afinaba el estrecho de posibles excusas para zafar de la solicitud, sumándole el hecho de que la Biblioteca ya estaba a pocos minutos de dar su cierre por la jornada.
Mis ojos ya se encontraban nuevamente fijos en los del sobrenatural, aguardando serena y seriamente la respuesta de éste. Sin siquiera imaginarlo ahora me veía colocando el trozo de queso que inevitablemente llevaría a la rata hacia la trampa que le enjaulase. Y quien sabe, si en el futuro hubiese necesidad el animalito terminaría degollado, pues en mi campo de batalla, yo decido el fin de todo aquel que obstaculice mis objetivos.
En primera instancia porque aquellos vocablos me daban a entender que muchos de los miembros de la Inquisición ni siquiera estaban al tanto de los cambios en la Santa Sede con respecto a las últimas asignaciones de Alejandro II y por ende la idea de un completo desinformado pudiese seguir mis pasos era por poco más nula.
Pero la parte importante –para mi interés y conveniencia- del asunto se había generado ni más ni menos que en aquel preciso instante en que mis oídos se hacían con las atentas acciones del inmortal al ofrecerse a colaborar en todo lo que estuviese a su alcance. Algo en mi interior me decía que no podía darme el gusto de perder semejante oportunidad, pero para hacerme con la meta debía ser cuidadosa, después de todo tenía muy claro que no estaba frente a un humano simple, a un títere dominable.
- No tiene por qué preocuparse. Supongo también está en mis deberes el mantener al tanto a otros bibliotecarios de los asuntos que les han de ser pertinentes. Cuidar las espaldas ajenas y colaborar con aquellos que buscan el mismo cometido... Esos son los designios de nuestro Señor - cada una de aquellas palabras, mis palabras, habían sido meticulosamente confeccionadas en conjunto para impartir esa estúpida idea de Líder atenta y preocupada. Debía ir a un paso a la vez, hacerle creer al infeliz que le tenía la confianza suficiente como para revelarle mis investigaciones que supuestamente irían a parar al mismo lugar, al mismo bien común que nos unía a ambos.
- Al ser ciudadana parisina hace tanto tiempo, me he tomado el gusto personal de investigar la documentación de sucesos con sobrenaturales en ciertos ejemplares de la Biblioteca local - informé muy superficialmente, lo necesario como para endulzar los finos labios del vampiro y alentarle a querer sumergirse más. No me mantendría cruzada de brazos a que eso sucediese, así que sin más yo me encargaría tan astutamente como de costumbre en cada una de mis acciones, ha empujarle de la forma más delicada posible.
- Y créame, dada su presencia en París, sería un inmenso placer discutir sobre ciertos hallazgos que he realizado - ¿Habría acaso mejor forma de convencerle de que para mi él era una supuesta persona fiel a su causa y por ende optima para tener el honor de intercambiar opiniones conmigo? Cualquier otro imbécil hubiese saltado de la emoción por aquel ofrecimiento, sobre todo porque la única privilegiada para con los asuntos que yo trataba personalmente era Oksana.
Bajé por unos instantes la vista a la par que apoyaba la yema del dedo índice de mi mano derecha sobre mis labios, pensativa. Entre pestañeos lentos reflexivos me daba el deleite de mantenerme en silencio, buscando generar inquietud en el vampiro, incluso cuando era consciente de que para aquellos eternos caminantes el transcurso del tiempo poco les importaba.
- Podría esperarle mañana en la Biblioteca de mi residencia, no muy lejana a estas instalaciones. Comprenderá hay ciertos asuntos que es mejor tratarlos en espacios mucho más reservados. Allí le presentaré alguno de los documentos que he obtenido de mis asiduas visitas a este lugar - la tentativa invitación estaba hecha de la forma más camuflada posible. Automáticamente, mi rostro proyecto un semblante serio, pues en cierta forma el asunto lo ameritaba, además reafirmaría la idea de que los temas a discutir eran de considerable relevancia, lo que nuevamente afinaba el estrecho de posibles excusas para zafar de la solicitud, sumándole el hecho de que la Biblioteca ya estaba a pocos minutos de dar su cierre por la jornada.
Mis ojos ya se encontraban nuevamente fijos en los del sobrenatural, aguardando serena y seriamente la respuesta de éste. Sin siquiera imaginarlo ahora me veía colocando el trozo de queso que inevitablemente llevaría a la rata hacia la trampa que le enjaulase. Y quien sabe, si en el futuro hubiese necesidad el animalito terminaría degollado, pues en mi campo de batalla, yo decido el fin de todo aquel que obstaculice mis objetivos.
Thorna Shapplin1- Inquisidor Clase Alta
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Re: Una Esperanza. Una Sospecha Entre Hojas [Adso]
Inquisidores o no, había algo que los separaba irremediablemente, un elemento que Adso tenía presente por sobre todas las cosas antes de tomar cualquier decisión: él no era humano y cada acción suya debía enfocarse en disimular ese hecho.
Tras la amable invitación de su ahora superior, la señorita Shapplin, Adso pareció suavizarse. La idea de contar con un colega en el cual apoyarse para las investigaciones libres que ahora hacía no era nada despreciable. El vampiro era una criatura cuya existencia dependía de las normas y la autoridad, por lo que al verse “libre” de sus acostumbradas obligaciones solía sentirse algo perdido. Él había entregado su voluntad a la Santa Iglesia, el Señor era su único dueño; excepto por los acontecimientos que habían introducido una nueva presencia en su vida haciéndolo pensar en algo diferente al deber y al constante flagelo de su naturaleza monstruosa.
Todavía no terminaba de gustarle responder ante una mujer, pero rebelarse estaba fuera de cualquier consideración.
-Será un honor para mí poder compartir nuestros respectivos hallazgos, mademoiselle Shapplin-. No podía negarse a colaborar, a cualquier petición que ella le hiciera pues quedaba implícito que su lealtad y vocación de servicio incondicional podrían estar siendo evaluadas; mucho más aun considerando las delicadas misiones que la Santa Inquisición debía mantener en secreto con tanto celo.
Eran tiempos difíciles y la Iglesia debía tener claro quién estaba de su lado; no podía albergar sospechas de traición en su seno. En esas circunstancias debía dejar en claro que aun siendo un potencial enemigo – alguien que en cualquier momento podía mudar de opinión respecto a su papel en el mundo-; Adso sabí que estaba en el bando correcto y aceptaría el sacrificio que implicaba demostrarlo, obviando el hecho de que aquella mujer le generaba una repelencia casi instintiva.
Hizo una leve reverencia.
-Dígame la ubicación de su residencia y acudiré allí después de la puesta de sol- dijo todavía con su tono de voz más serio, aunque ya sin la franca hostilidad que había mostrado en un principio. Tenía que ser lo suficientemente listo como para no propiciar alguna queja que pudiera comprometer su labor y alejarlo del sendero de la redención.
Tras la amable invitación de su ahora superior, la señorita Shapplin, Adso pareció suavizarse. La idea de contar con un colega en el cual apoyarse para las investigaciones libres que ahora hacía no era nada despreciable. El vampiro era una criatura cuya existencia dependía de las normas y la autoridad, por lo que al verse “libre” de sus acostumbradas obligaciones solía sentirse algo perdido. Él había entregado su voluntad a la Santa Iglesia, el Señor era su único dueño; excepto por los acontecimientos que habían introducido una nueva presencia en su vida haciéndolo pensar en algo diferente al deber y al constante flagelo de su naturaleza monstruosa.
Todavía no terminaba de gustarle responder ante una mujer, pero rebelarse estaba fuera de cualquier consideración.
-Será un honor para mí poder compartir nuestros respectivos hallazgos, mademoiselle Shapplin-. No podía negarse a colaborar, a cualquier petición que ella le hiciera pues quedaba implícito que su lealtad y vocación de servicio incondicional podrían estar siendo evaluadas; mucho más aun considerando las delicadas misiones que la Santa Inquisición debía mantener en secreto con tanto celo.
Eran tiempos difíciles y la Iglesia debía tener claro quién estaba de su lado; no podía albergar sospechas de traición en su seno. En esas circunstancias debía dejar en claro que aun siendo un potencial enemigo – alguien que en cualquier momento podía mudar de opinión respecto a su papel en el mundo-; Adso sabí que estaba en el bando correcto y aceptaría el sacrificio que implicaba demostrarlo, obviando el hecho de que aquella mujer le generaba una repelencia casi instintiva.
Hizo una leve reverencia.
-Dígame la ubicación de su residencia y acudiré allí después de la puesta de sol- dijo todavía con su tono de voz más serio, aunque ya sin la franca hostilidad que había mostrado en un principio. Tenía que ser lo suficientemente listo como para no propiciar alguna queja que pudiera comprometer su labor y alejarlo del sendero de la redención.
Adso de Melk- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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