Persiguiendo luciérnagas. [Roussette]

Invierno, los copos de nieve caían sobre la húmeda nariz del cachorro, mientras dormía cómodamente en un pedazo de cartón que había doblado a la mitad poniéndolo contra las piedras parisinas y usándolos como techo, como casita y sus ropas como el abrigo que le ayudaría a ese pelaje suyo a mantenerse calientito. Estaba solito cuando los pequeños y tibios rayos del sol empezaron a derretir el copo de nieve que se mantenía en sus fosas nasales.

Parpadeo un par de veces pero el suyo le ganaba, estaba enroscado sobre su cuerpo de manera que odiaba levantarse por lo cómodo que le parecía. Pero debía ir donde su hermana o al menos comenzar a buscar el almuerzo, fue entonces que bostezó dejando escapar su tibio aliento en una fumarola, que según el cachorro se iba al cielo para formar nubes. Se puso en cuatro patitas, pero perezosamente se dejo caer sobre la barriga, casi se podía vislumbrar que sus soñolientos ojos sonreían, pues no deseaba que ese calor se extinguiera.

Sacudió la cabeza saliendo del refugio, sus almohadillas tocaron la fría nieve y Badou se asusto, como curioseando empezó a tocar y retirar una de sus patitas delanteras le gustaba como se sentía la nieve. Se sacudió mareándose por momentos, se estiro y gruñía jugando con la nieve mientras varios niños y mujeres le veían. Le ladraba a la nieve porque no comprendía la tristeza que su vista blanquinegra podría encontrar en ella, se entretuvo por bastante tiempo, jamás había visto ‘esa cosa blanca’ en el circo nunca, pero en las calles parecía constante.

De un momento a otro su cuerpo, su pequeña barrigona figura de cachorro blanco empezó a moldearse a la de un muchacho, pero fallido fue la transformación no tenía tantas energías para volver a su forma natural, se dejo caer sobre la nieve como si estuviera delirando. Extrañaba el campo verde, las flores y más que nada los deliciosos rayos del sol sobre su cuerpecito, los mismos que le cobijaban y hacían dormir cuando escuchaba al viento contarle una que otra historia que escuchaba por ahí.

Se levanto con pocas fuerzas, mirando la calle y a las personas, de un lado a otro con largos abrigos y lindas telas en las que bien Badou podría esconderse y mantenerse calientito, comenzó a caminar lentamente sentándose sobre el borde de una acera, el mundo a blanco y negro ante su vista era cutre, triste, más con ese panorama, amaba los colores quería tocarlos y palparlos al menos en las cosas pero ahora estaba débil para volver a su forma humana.

Se levanto, olfateo un farol como buscando el lugar cómodo para la puntería, y alzo la patita dejando escapar la orina tibia que salía como los chorritos de una fuente. Comenzó su caminata oliendo las calles a las personas, tenía hambre y no sabia a donde o con quien ir, ya le habían corrido varias veces por entrar a hurtadillas a las bodegas de los restaurantes, incluso había vigilancia, comer algo de la basura tampoco era bueno, Atriella seguro le regañaría pero ella misma lo había abandonado de nuevo.

Llego donde los restaurantes viendo como la gente se atiborraba incluso a través del cristal, relamió su hocico, y sin dudarlo el pequeño se paro en dos patitas manchando el cristal de lodo, pero observaba como una mujer tan sutil con sus movimientos se llevaba a la boca un bocado de comida, no como la mujer regordeta a su lado, que se atascaba y fingía sus buenos modales, el cachorro comenzó a ladrar efusivo, lo que indicaba que pedía un bocado de comida.

La gente empezó a escandalizarse, pero el cachorro estaba maravillado con esa chica, le miraba con ese cristal en los ojos, como si ella fuese su dueña, se comportaría como el tierno y panzón cachorro solo para obtener un poco de alimento.

Oye las habladurías de la señora Develaux al mismo tiempo en que mastica con ansiedad la comida, los trozos de carne saltan desde su boca hasta el plato de cual se encuentra sirviéndose pavonadamente. El ceño fruncido de Rouss muestra el desagrado por lo que observan sus ojos, no presta a tención a lo que ella dice pues no se puede concentrar siquiera con ese fuerte sonido de su quijada. Los modales parecían estar sobrestimados últimamente y nadie los ponía en práctica, decepcionante. Su vista se desvía hasta una de las ventanas para observar más allá del universo existente dentro del restaurante. La gente se apresura por la avenida, pomposas damiselas se abren paso entre la multitud, los carruajes se mueven al fondo de la calle, los infantes han salido de sus casas a correr a divertirse en una mañana donde la nieve cae; se han tirado sobre ella para sentir el frío, otros han optado por arrojarse bolas de nieve, una de ellas se estampa contra el cristal y saca de su ensimismamiento al metamorfo. Se muerde el labio inferior, rodando los ojos prestando atención al reclamo de la señora. La única razón por la cual se encuentra acompañada de esa vieja gorda es porque Roussette resultó ser su dama de compañía. De algo debe trabajar si desea alimentarse, tener un refugio decentemente y vestirse de igual forma. Pero las actitudes de esta señora están molestando un poco a la pelinegra, la altanería y lo cínico de su persona hartarían tarde o temprano a la chica. –Lo siento madame- Susurra hundiendo el rostro de vergüenza en la taza de té que le ha servido el mesero. La regordeta mujer se mofa de su frase con esa voz poco femenina y aire tajante. Golpea la mesa moviéndose con dificultad para alcanzar al mesero que poco segundos tenía de haberse marchado. Roussette sólo puede observarla sin ninguna oportunidad de llegar a refutar alguna palabra de lo que dijese, pero esta vez no sería en su contra…

Un cachorro de blanca piel, confundiéndose con los copos de nieve que caen sobre el tejado, sobre la calle, sobre esas sombrillas de las damas, sobre las carrosas, sobre cualquier cosa que se interpusiese entre la lluvia y el suelo; ha pegado su nariz sobre el cristal transparente moviendo su cola con fervor, abriendo la boca y deseando que alguien se apiadase de él para darle sólo un bocado de comida. La burguesía es tan avariciosa, tan envidiosa y despreciable que apenas el cachorro los miro con ilusión, todos se habían escandalizado por el atrevimiento del animal. La señora Develaux exige al mesero que retirase a la ‘bestia’ de allí que, de ser posible lo maltratase un poco para entendiese que a un lugar como ese no podía acercarse. El muchacho gira su cabeza para ver con detenimiento de lo que se trataba, al darse cuenta que simplemente era un can, sonríe. Pero la madame no se conformaría con una sonrisa del varón, patea la mesa, se gira sobre su cintura y escandaliza a los presentes promulgando la indiferencia de quien le atiende ¿Acaso no sabe quien es ella? Infamia, pero que atrevimiento, que osadía… El joven, sale del restaurante fastidiado por los gritos de la fémina y se prepara para patear al pobre animal, Roussette no se lo permitirá. Se pone de pie tras meditarlo varias veces, perderá el empleo, perderá el reconocimiento de la señora por si desea conseguirse otra forma de trabajo. Quienes se encuentran dentro no olvidarán su rostro y no la querrán con ese carácter irreverente en sus casas, pero la verdad es que no le importa. Encontraría una forma de sustentarse sin tener que arrastrarse ante ellos. Ella se observó en las pupilas del cachorro recién que llegó Paris, se pudo ver en él de la misma forma y quizá fue por eso que detuvo la patada del hombre, o tal vez su corazón noble lo dictaminó, cualesquiera que fuese la razón, la mujer de cabello rizado y color ébano, toma al cachorro en sus brazos amenazando a quien se acercara con sus orbes azules. En la mano trae una miga de pan que ofrece, Lady Develaux sale tras ella gritando como demente, acusándole de robo, estafa y demás porquerías sólo para dejarla malparada ante los presentes. Roussette la observa con felonía, se gira sobre los talones y se marcha. –Ven, conseguiré alimento para ambos, lejos de todo este circo- Mira de soslayo la indignación de los burgueses.