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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Emhyr Van Emreys Miér Ene 04, 2012 8:21 am

La llegada de la nocturna otra vez, el momento de la soledad, de lo oculto, esa es la noche. Otro día más, hacía apenas do días que la había recordado y sin quererlo sus pies le había llevado al mausoleo de donde se refugiaban, como era de esperar allí no pudo hallarla. Si, no es mí búsqueda, ella me encontrará... Era lo que pensaba como un consuelo de necio. Ante no se había detenido en realizar él mismo la búsqueda de aquella ladrona, ya que sentía el miedo por aquella contradicción que en su interior había surgido, que con cada rayo de luz lunar, tibia sobre su piel desgarraba su alma liberando al cómodo intruso, desatando su furia por doquier. Había sentido miedo por herirla de aquel modo, y por ello había desistido en buscar a aquella joven que había hecho que cambiase su perspectiva sobre las mujeres.

¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había podido oír su voz, sentir sus piel rozar la suya propia, enredar sus dedos entre aquellos indomables cabellos de fuego? Casi un año... La tristeza parecía haberse esfumado con una noche tras noche, nunca había sentido herida como aquella pero poco a poco parecía que la herida iba cerrándose y que su naturaleza de siempre parecía volver de entre los restos masacrados.

El lobo de su interior estaba cómodo en su nueva estancia, y él conforme con las sensaciones salvajes y libertarias que le proporcionaba, ya no era el intruso que se había colado en su alma, era parte de ella. Pero a pesar de que su cambia había sido asimilado con grandes mejoras aun existía la contradicción que a veces en aleatoriedad se producía en su humor, a veces temía aquellos cambios bruscos que a veces no se producían pasada las semanas, pero a pesar de que sabía de que aquello ya mismo finalizaría, existía en su interior la incertidumbre de que volviese.


“Casi un año...” Se repetía. “Mi Nimue...” Si, la pequeña herida casi cerrada se abría un poco, la había recordado gracias a cierta imagen que había visto paseando por la misma París, como una aparición. En las calles cercanas del burdel había avisto una chica con rasgos demasiados similares a los de su Nimue, más o menos su misma edad, estaba seguro de ello. “Demasiado joven...”, y un cabellos tan rojo e indomable. Había sido una imagen que le había chocado, ya que conocía a otras jóvenes de cabello rojo, pero como aquella ninguna, ninguna tan parecía a...
Un par de noches estuvo rondádonla sin que ella lo supiera, tentado a curiosear, tentado a comprobar si era tan fuerte como el creía, tentando a saber si había superado una herida a la estaba más a acostumbrado a proporcionar que a padecer.

Otra vez las manos metidas en los bolsillos, volvía a pasear por las calles de los burdeles. Noches como aquella las dedicaba a buscar víctimas de sus pequeñas estafas con aquellos juegos de cartas de tarot, con sus trucos de magia e ilusionismo, y con aquella guitarra con la cual ahora no cargaba. Aquello le daba el sustento para el día a día, podía conseguir una pequeña fortuna si lo deseaba, subir escalones y llegar al escalón que había tenido por nacimiento en su Turquía ya lejana de allí, en otro mundo, y en un pasado que le parecía muy borroso, como si fuese una historia que ya no había vivido, pero... Si, él había vivido en el lujo, el había recibido una extraordinaria educación y cultura, en ámbitos más allá de los libros, que le metía en el mundo del "guerreo". Pero ahora, se conformaba con poco, prefería ir tirando de lo mínimo, no quería prosperar, le gustaba aquella vida, a pesar de que la gente en ella pasase de largo. Pero él siempre se había sido así, demasiado independiente, solitario, hasta que conoció a aquella chica demasiado joven para él, pero era suficiente para haberle echo cuestionarse su modo de vida tanto, que incluso en aquellos días de cambio, la soledad no era soportable para él en algunas noches, noches como aquella.

Una pequeña gota se deslizo en aquel extraño abrigo que le hacía destacar entre la multitud, por ser viejo, pero tener ricos bordados orientales, como si hubiese sido robado a un noble de otro tiempos, pero tan viejo ahora e incluso dañado y reparado hasta la saciedad, que no le hacía grande, y a pesar de que Emhyr sabía que miradas curiosas se posaban en él, no solo por aquel abrigo, sino por su físico, que denotaba que era extranjero, no le importaba, y no se iba a separar de aquel abrigo.

La lluvia le golpeo, y la gente en las calles, corrían huyendo de ella. Emhyr suspiró encogiendo los hombros, como si nada ¿para donde llevar los pies? El bullicio de un edificio cercano le llamo la atención, y las risas de las féminas que entraban huyendo también de la lluvia al igual que sus clientes, ya que, con tan solo mirar sus vestimentas atrevidas y llamativas, pudo distinguir su oficio y que era aquel edificio."¿Por qué, no?" Pensó, nunca había estado en los burdeles de París, y ciertamente nunca le había llamado la atención esos lugares, sino para poder aprovecharse de otro bolsillo bien lleno al cual estafar, ya que en ese lugar, dudaba que entrase muchas personas con escasez de medios, todo lo contrario.
Y allí la vio, en una noche donde había olvidado, vio a la chica pelirroja a la que de algun modo había temido por verse frente a ella, verse ante la tentación y el reto autoimpuesto. Si era capaz de pasar una noche con ella, descubrir que no era como... si era capaz de mostrar su actitud indiferente al amanecer, sabría que lo había superado. Estaba decidido a no aferrarse a ninguna mujer jamás, tendría que ser al contrario como siempre había sido.


Entre hombres de con trajes distinguidos, y chicas que los acompañaba, Emhyr se acerco a la puerta dispuesto a entrar, no sin antes de que un enorme hombre le parase, seguramente por sus pintas pensaría que era otro muerto de hambre, pero solo el basto un gesto de mover sus bolsillos, en los cuales sonaron unos tornillos como monedas al chocar que le diesen el acceso. No era la primera vez que usaba aquel truco para colarse en los sitios.

Muy diferente al mundo de fuera, gris y frío, aquel lugar era cálido, lleno de demasiados detalles llamativos, de colores vivos, de cierta suntuosidad, Emhyr se olía que todo aquello era más para llamar al ojo, para atraer, un mero medio de publicidad que seguro que poco se posaban a contemplar como él, más distraídos por la bebida, las drogas y mas mujeres que en hacer aquel examen que él hacía.
Con el olor al tabaco, Emhyr arrugo su nariz, el tabaco no le agradaba, prefería el olor de aquella hierbas aromáticas que solía poner en su pipa para fumarse, hierbas con propiedades curiosas.
No entablo conversación con nadie, a pesar de que algunas chicas se detenían con él para ofrecerle sus servicios, solo observaba, buscaba a la chica en el que se había perdido. Hasta que la localizo.

Los minutos pasaban, y solo se escuchaba la música lejana, las conversaciones que se alzaban más y más, a causa de la bebida, alguna que otra riña y algún que otro cliente expulsado del lugar.

Una mano húmeda, aun por la lluvia del exterior, tomo la de aquella chica, apretándola suavemente y tomándola por sorpresa. Emhyr estaba a su espalda, había desaparecido de entre la gente para luego llega a ella de un modo acechador, desde su espalda, permitiéndose susurrarle en la nuca. ¿Cómo se había acercado a ella tanto sin que se diese cuenta? Él era así de sigiloso.

-Madame... -Su voz sonaba suave, y a pesar del perfecto francés, surgía en sus palabras aquel hermoso acento que confirmaba su extranjería. -¿Podríamos ir a un lugar más tranquilo?


Última edición por Emhyr Van Emreys el Lun Feb 20, 2012 11:08 am, editado 1 vez


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Mensaje por Invitado Miér Ene 04, 2012 5:26 pm

Aquella noche llegó corriendo al burdel luego de un día vagando en el centro, tan solo unos minutos tarde, no había quien la reprendiera, los minutos perdidos no repercutían en nadie más que en ella, obtuviera o no ella el dinero suficiente sus gatos tenían que cubrirse en toda la regla. Se arregló rápidamente en su cuarto y bajó al vestíbulo deseando encontrar una cara conocida en aquel mar de rostros, no le tenía miedo a atender a clientes nuevos pero no podía negar que extrañaba la confianza que sentía con sus clientes recurrentes.

Había dejado atrás el furor de aquellas primeras semanas. El burdel, aunque poseía los mismos olores y colores, ya no parecía tan deslumbrante aunque conservaba su efecto aturdidor. Caminó entre las cortesanas y clientes del lugar que terminaban formando parejas y de vez en cuando una que otra asociación singular. Se detuvo un instante en un lugar donde parecía no estorbar a nadie y se quedó observando a las personas de ahí, en especial a un hombre de risa estrepitosa que sujetaba a dos cortesanas por la cintura, los observó hasta que se perdieron escaleras arriba. Pensó en las prácticas que podrían llevar a cabo aquellos tres en el cuarto del burdel, claro pensó en las prácticas que ella podía imaginarse. Aquello en ella era normal, era como un juego que había encontrado para que resultara divertido su trabajo y estancia en el burdel, aquellas imágenes mentales no le resultaban existentes o atractivos pero si curiosos. Estaba tan inmersa en sus pensamientos que no se percató de que alguien se estaba acercando a ella hasta que alguien la tomó de la mano, ella reacciono con un sobresaltó evidente que trató de disimular en vano. El aliento del caballero en su oreja le provocaba un cosquilleo que le provocó una leve risa que por un momento pareció no poder contener.

-Por supuesto- dijo vagamente y aún de espaldas, con la mano de él envolviendo la propia, camino lentamente abriéndose paso entre la gente.

Lo observó de reojo y sus ojos se detuvieron en la ropa que vestía, en los extraños bordados de su abrigo, aquella prenda se parecía a muchas personas de aquel lugar, personas que parecían haber sido mejores lugares y haber visto mejores tiempos, personas que ahora habían perdido aquel esplendor de antaño y ahora yacían en aquel lugar.

-¿Cuál es su nombre, Monsieur?- preguntó al pie de la escalera que llevaba a las habitaciones. - ¿Desearás algo de beber?- preguntó raídamente como si fuera alguna regla de etiqueta del lugar, una regla que se le había olvidado preguntar antes y así era, muchos clientes consumían alguna bebida de las que se ofrecían en el lugar antes, durante, después de los servicios de la cortesana pero la gran mayoría los pedía desde el inicio.

Aquellos bordados eran hermosos ¿de dónde provenía aquel hombre? también se preguntó con cuanto contaría aquel hombre para pagar sus servicios, se mordió ligeramente el labio inferior, todavía no sabía cómo preguntar aquellas cosas, como hacerle cara aquellas situaciones.

-Si no cuentas con el suficiente dinero en tus bolsillos podríamos llegar a un trato.- dijo y terminó las frase apartándose un mechón de cabello del rostro y colocandolo tras su oreja. Una sonrisa apareció en su rostro, no sabía si coqueta o no, era su sonrisa. - Me intriga tu atuendo, ¿podrías contarme de él?- No quería que pensara que quería el abrigo, tal vez estaba hablando de más pero tal vez él no contaba con las monedas suficientes y ella solo quería saber.
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Mensaje por Emhyr Van Emreys Jue Ene 05, 2012 8:17 pm

Aun tomando su mano con suavidad pudo notar el sobresalto de aquella chica ante su acción, dudaba que pocos clientes se presentarán ante ella de aquel modo, y seguro que aquel simple gesto le había proporcionado cierta sorpresa.
Ni una mirada directa se había producido, ni dudas en si atenderle o no, ni un examen previo, aquella joven no se había casi ni pensado su respuesta, y aquello le pareció un automatismo, un gesto muy inexperto. Las cortesanas que había conocido y hacía aquello era por varias razones, desesperación ante el dinero o que llevaban poco tiempo en el negocio, tan poco, que aun no eran consciente de su poder de elección a ciertas alturas de la experiencia.

Aceptada su petición, el suave lazo creado entre sus dedos fue respondido con los dedos de ella que lo había aceptado tirando de él, haciendo de guía de un lugar que la verdad poco conocía pero que se suponía que su estructura sería como el de los demás.

Mientras caminaban entre el abundante bullicio Emhyr podía notar las furtivas miradas de la joven, al parecer le podía bastante la curiosidad sobre su persona que el comportarse con discreción, y era del todo normal, sus ropas, sus facciones, el color de su piel... Ciertamente no había demasiados hombres en París que los poseyera, a no ser que fuesen extranjero como él. Eso le hizo sonreír, ya que le pareció un gesto prudente y tan gracioso que le hizo olvidarse de repente todo lo que le rodeaba, de la música, de las chicas que seguía pasando por su lado con sus clientes, dejando atrás aquellas descaradas carcajadas, había olvidado sus dudas de "qué hacía allí".


-No gracias, estoy bien así. -Contesto con cortesía ante su ofrecimiento, aquel acento que no se marchaba de aquellos labios. -Llámeme Emhyr.


Las escaleras quedaban atrás, poco conocedor de los interiores privados de los burdeles parisinos, ya que para llegar a un lugar como aquel había que poseer dinero que él nunca había estado dispuesto en gastarse en los placeres de la carne, más que nada porque si el gusto surgía sabía que le era más fácil encandilar a cualquier dama con sus “trucos” que el pagar por sus servicios. Pero aquel era una extraña excepción. Esperándolo más sencillos, los pasillos seguía siendo suntuosos, de decoración exagerada y extravagantes, con detalles en los cuales podía detenerse por un momento a observar por mera curiosidad. Todo lo contrario era la habitación, simple, bien aseada.

La puerta quedo cerrada tras ellos, brindándoles la privacidad de quedar en la soledad. Y ahora si podía verse frente a frente, examinarse mutuamente con detalle, aunque Emhyr ya contaba con una cierta ventaja porque... Ya había estado acechando a aquella chica desde la primera vez que la pudo ver en las calles, desde que había visto aquel cabello ígneo demasiado llamativo, recordándole a cierta persona. Su físico había hecho que terminase haciendo lo impensable, el estar dispuesto por pagar por la compañía de una mujer tan solo para comprobar si las heridas eran capaces de curarse.


-Soy consciente de que todo lo que ahora me rodea tiene un precio, madame.-El bolsillo con aquellos tornillos que usaba para fabricar sus cajas de músicas volvieron a moverse en señal de que tenía pago. Una pequeña gota de agua se deslizo su moreno rostro, hasta perderse. Su cabello estaba mojado por la lluvia, había estado caminando bajo ella como si nada, previamente. -¿Cree que me hubiesen dado entrada, sino pudiese pagar? -Con aquella pregunta no era de esperar una respuesta.

Emhyr notó como ella no paraba de observar sus ropas con curiosidad, en particular aquel viejo abrigo, en todo momento le pareció notar precaución en sus preguntas. En realidad era tan diferente a “ella”, ya que cierta inocencia desprendían sus gestos, incluso timidez. Podía apostar que aquella chica habría tenido tratos con hombres, pero no los suficientes para darle aquel tipo de picardía y malicia muy típica de las cortesanas expertas, y teniendo en cuenta que para él, conocedor de las gentes de esas calles, era una cara, es decir, una nueva adquisición para aquel burdel, se jugaba el cuello. Una sonrisa que afloraba de sus labios un gesto sencillos, Emhyr pensó en lo joven que era y el saber insaciable que se tiene a esa edad por saber todo sobre lo desconocido.

El turco caminó hacia la cama con toda la tranquilidad y seguridad de una persona que paseaba por su propio hogar, denotando que situaciones como aquella no le incomodaban tras ser miles, pero miles muy diferentes. Un ademán para que se sentase a su lado en la cama, tras quitarse el húmedo abrigo, una sonrisa que curvaba aquellos labios marcados por una suave cicatriz. Era extraño como sonreía Emhyr no existía la lujuria que seguro que aquellas chicas encontraban día atrás día, era como si le divirtiese y fascinará ver cada gesto de aquella chica, cada pregunta poco habitual en las cortesanas de toda la vida que apenas tenían intención de iniciar una conversación más que terminar enseguida su trabajo.

-Es otomano, turco... De mi país-Empezó a decir mientras se lo tendía para que lo tocase y viese por sí misma. -Fue un regalo de un líder “jenízaro”. Los jenízaros en mi país son como... Mmm...-Unos segundo se detuvo para pensar en el símil adecuado para que ella pudiese entenderlo, además de las palabras en francés que debía de usar. A veces le ocurría aquello, tener tantos idiomas en al cabeza le había confundir las palabras, entonces debía de pensarlas antes de decirlas para evitar el error. - Son como una élite, “soldados” que llegan a ser muy importantes ya que solo sirven al sultán, al rey de mi país, son su guardia personal, su ejercito exclusivo. -En ningún momento Emhyr perdía aquella sonrisa y aquel gesto de fascinación hacía la chica, era algo involuntario.
Pensar en el abrigo para Emhyr era como recordar su otra vida como aspirante a jenízaro. Desde los siete años viviendo en las escuelas “Acemi Oğlanı “, y aunque en los años adquiriese todo lo necesario para ser considerado como tal, la norma dictaba que solamente podría ser llamado jenízaro cuando cumpliese los veinticinco años. Si, el recuerdo de aquel hombre que le había dado el abrigo y salvado la vida cuando a sus quince años vinieron a por su cabeza, por al “supuesta” traición de su familia, había acudido a su cabeza. En aquel entonces el abrigo le quedaba largo y podía ser lucido con todo su esplendor.

-¡Ah! Se me olvidaba. Me quedaré hasta el amanecer. -Dijo observando como ella examinaba aquel curioso abrigo de aspecto antiguo y deteriorado, todo lo contrario a la camisa alba de cuello mao que portaba, de aspecto pulcro y bien cuidada. Emhyr comenzó a desabrochar los botones de ésta misma. -Tu rostro no me suena, ¿llevarás poco por aquí? ¿me equivoco?


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Mensaje por Invitado Jue Feb 02, 2012 1:04 am

Se limitó a asentir cuando el negó querer algo de beber y sin más comenzó de nuevo el camino hacia la habitación que ese día le correspondía, de alguna forma aquello la tranquilizaba había oído de clientes que al beber excesivamente en el mejor de los casos se quedaban dormidos, en el peor de los casos perdían el control de sí mismos y se volvían agresivos y sin que ella misma fuera consciente de eso, la vida le había enseñado a esperar lo peor de las situaciones y las personas.

“Emhyr” dijo mentalmente para sí unos segundos después de que el hombre hubiera revelado su nombre, lo miró con curiosidad, aquel no era un nombre de pila común en la sociedad parisina, trató de hacer memoria si había escuchado algún nombre similar, en su tierra natal había escuchado nombres que en París serían extraños, su mismo nombre, su nombre real, sería extraño en tierras francesas, pero ninguno con aquella entonación que le daba su nuevo cliente.

Tras entrar en la habitación, aguardo a un lado de la puerta y luego de que entrasen ambos, cerró la puerta. Enseguida el bullicio exterior quedó amortiguado casi en su totalidad. Aquella no era la habitación más ostentosa de aquel edificio, luego de su “gran debut” había pasado a ser una prostituta más que debía hacerse de reputación por sí misma y luego entonces tendría una habitación propia, algunas mujeres como ella luego de entrar a aquel mundo no podían aspirar a más ya que era difícil que la sociedad quitara etiquetas, y más esas etiquetas que incitan al morbo. Aunque austero, aquel lugar no le incomodaba, la puerta parecía aislarlos del entorno deslumbrante, vibrante y de olores fuertes que era el burdel, eso le gustaba le permitía apreciar mejor a su cliente.

-Mi nombre es Amber, Emhyr.- dijo observándolo detenidamente, sonrió sutilmente. Si bien jamás en su vida había sentido atracción sexual por alguien, este hecho no le impedía interesarse por las personas, y tratar de memorizarlos con la mirada. Definitivamente sus rasgos no eran de esas tierras -Y no es necesario que me demuestres nada, sé que si estás aquí es porque puedes pagar por el servicio.- se apresuró a decir luego de que escuchara el sonido de las monedas en el bolsillo del hombre pero él siguió hablando, luego no volvió a tocar el tema y aunque había escuchado ciertos trucos que usaba la gente, confiaría en él.

Espero que él se pusiera cómodo, se colocó no muy lejos de él, no invadía el espacio personal de su cliente pero si este lo deseaba podía estirar su brazo, sujetarla y ella estaría a su merced. Lo observó sentarse en la cama y luego cuando él la invitó a sentarse, se acercó a él sin perder la sonrisa, observó cómo se despojaba del abrigo y ella, como si fuese una niña pequeña, tan solo esperaba que él le develara los secretos de aquella prenda. Cuando él comenzó a hablar, se le iluminó el rostro y su sonrisa se amplió trazando un surco de oreja a oreja. Escuchó a atenta y sin interrumpirlo, mientras tomaba la prenda en sus manos y delineaba con los dedos cada fibra textil de la prenda, trazaba el extraño pero hermoso diseño y luego trataba de imaginárselo en otros tiempos, en los tiempos cuando el “jenízaro” se lo había regalado.

-No puedo imaginármelo en todo su esplendor- comentó fascinada. Por unos segundos observó de reojo a su dueño, durante esos afortunados segundos alcanzó a notar como su gesto se volvió otro, como si de pronto se hubiera perdido en otros tiempos. -Debió ser hermoso, aún lo es… debió ser aún más hermoso, deslumbrante.- dijo corrigiéndose a sí misma. Su voz era pausada, tratando de usar la mejor dicción de la que era capaz.

Trataba de hilar todo los pensamientos que llegaban a su cabeza sobre aquel abrigo, los soldados “elite” del sultán, los jenízaros, todo se arremolinaba en una historia de lo más excitante en su mente pero aún faltaba un par de piezas en ese rompecabezas…

-¡Puedes quedarte hasta el amanecer!- exclamó con sorpresa y un poco de desilusión, aquel comentario le había sacado de su madeja de ideas -Puedes quedarte todo lo que quieras.- sonrió – No soy de las que echan a los clientes a determinada hora. No te equivocas, tengo poco tiempo trabajando en el burdel.-

Dejó el abrigo a un lado sobre la cama, doblado, tal vez precariamente pero tratándolo con sumo respeto. Todo en él era exótico y misterioso e inspiraba en ella una inmensa curiosidad. Sus ojos se desviaron a los dedos de él en movimiento y ella colocó suavemente una de sus manos sobre ellos, haciendo un poco de presión para que se detuviera.

-Deja que continúe yo- sonrió levantándose de la cama y colocándose enfrente de él. No sabía si era correcto o no, ¿podría sentarse en sus piernas? Era obvio que en ese lugar el significado de lo “correcto” perdía todo peso, así que hizo aquel movimiento un poco titubeante y una vez sentada sobre sus piernas comenzó por terminar aquella labor de desabrocharle la camisa –No sé si pueda preguntarte… - aquello se escuchaba más a un pensamiento en voz alta mientras -¿Por qué te lo regaló el líder “jenízaro”?- preguntó con curiosidad mientras le quitaba la camisa siguiendo el contornó de sus cuerpo y de su brazo hasta que estos se vieron liberados de la tela.
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Mensaje por Emhyr Van Emreys Sáb Feb 04, 2012 11:48 am

-Amber, mmm… Suena como el nombre de una joya, pero en otro idioma. –Pensó en el nombre de la joya en todos los idiomas que conocía, que no eran pocos. Tal vez fuese un pseudónimo, ¿quién sabía? Era muy habitual en las cortesanas.

Distraído con los botones escuchaba con atención todo lo que ella decía, sin querer de vez en cuando sus labios se curvaban reprimiendo una sonrisa, de soslayo la miraba ya que sus ojos estaban atentos a la labor de sus manos. Se notaba bastante que era nueva en aquella profesión, aun no poseía la desconfianza y la malicia de una cortesana experta, y él conocía a bastante cortesanas, no porque fuese cliente habitual; Emhyr era un hombre que estaba tan seguro de su éxito con las mujeres que no iba a malgastar su dinero para acostarse con una, el sexo era fácil conseguir con un poco de galantería de la suya; no, no las conocía por ello, más bien por que él también formaba de ese submundo donde cualquier modo de obtener unas pocas monedas valía. Una cortesana solía ser útil si querías obtener cierta información sobre lo que sucedía en la nocturna París, ella se enteraban de todo y él necesitaba saber el movimiento que había en la ciudad.

De repente ella se sentó sobre él, sus manos eran más pequeñas que las suyas, ella le relevo en su tarea. Una sonrisa amable mientras le dejaba que ella le quitase los botones le aparto unos cuantos mechones de su cabello con aire distraído, tan lentamente que se pudo dar el deleite de la leve caricia. Sus cabellos eran como los de ella, le dolía pensar en ella, al menos era totalmente diferente solo coincidía con ese rasgo físico y su juventud. Debía de olvidarla, era pasado, era más fuerte que todo aquello que tenía que ver con el desamor, había sobrevivido a cosas peores, al exilio, a la condena a muerte, a los vampiros… La muerte le había asechado en un millar de ocasiones y él salía victorioso.

-Bien. –Apoyó sus manos a ambos lados de la cama y se acomodó dejándole hacer. –Pregunta, no me molesta. Tal vez esta noche solo conversemos... o a lo mejor no... -Dejo aquella duda en suspense.

Tras el último botón, la camisa descubrió la piel morena marcada por el tinte y las cicatrices. Cicatrices, cada una con historia, la mayoría eran mordiscos de vampiros, antes de ser licántropo se había sentido muy atraído por la idea de la inmortalidad, les atraída tanto que había dejado llevarse por éstos de tal modo que era un mero alimento y disfruto nocturno. Aquella sensación de doloroso placer que podía proporcionarles, el placentero sexo mezclado con el desangramiento, aquel estado-limite entre la vida y la muerte, sintiendo que cualquier exhalación de aire podía ser la última, la inconsciencia y las visiones que le proporcionaba su hipnotismo, su poder, le había llevado a hacer practica sadomasoquista con respecto a ello. Sabía que un día no iba despertar, pero aquello era mejor que el opio o cualquier otra droga. Incluso como licántropo no había perdido el interés con respecto a esa practica, la pena por la perdida de aquella mujer le había hecho acudir a esa espiral, una vez más, solo por el olvido. Aunque era algo que ya le cansaba y no le proporcionaba el consuelo suficiente.
Con respecto a los tatuajes, estos recorrían sobre todo sus brazos creando formas extrañas en su conjunto por sus brazos y espalda, los dibujos productos del misticismo estaba creados por frases y palabras en diferentes fuentes e idiomas, de los países que había visitado. Todas repetían lo mismo, “Estaba escrito”, el más reciente estaba en francés, al parecer Emhyr no había tardado en incluirlo a su piel, a pesar de su corta estancia en el país.

-Viajaba junto a él, habíamos atravesado mares y terminado en tierras muy lejanas. Nunca había sabido lo que eran los desiertos en ese momento, sabía que el clima era asfixiante en cuanto el calor del día, pero sus noches… Son heladas. Ven aquí… –Emhyr dispuso sus manos en su cintura y alzándola como si de una ligera muñeca se tratase el tumbo sobre la cama. Con sus dedos expertos y habilidosos comenzó a deshacer como si nada las ropas de aquella chica mientras continuaba hablando. – Su abrigo me aguardo en más de una ocasión del frío nocturno, y no solo eso, fue mi lecho durante mucho tiempo, había sido como su aprendiz desde los ocho años, yo también iba a ser jenízaro como él, tal vez el más joven de todos… E influyente entre la nobleza, pero desde que comencé ese viaje con él, sabía que nunca volvería a mi tierra ni lograría ser jenízaro. -Lo que Emhyr contaba sonaba como una historia típica de cuentos, o novelas de aventuras, personas que viajaban por todo el mundo, guardianes de reyes… Pero el final de la historia no era el más hermoso, ya que el motivo del viaje del aquel líder jenízaro era poner a salvo al hijo de uno de sus compañeros que había llegado a tener un título de nobleza y le habían traicionado para ser condenado a muerte junto con su familia. Era salvar al pobre Emhyr del mismo destino que su familia sufrió con la esperanza de que algún día descubriesen al verdadero traidor y él pudiese reclamar todo el poder que su padre tenía entre los nobles y los jenízaros, pero en cuanto el desierto fue atravesado solo uno de los dos lograría continuar el viaje. El líder jenízaro encontraría su tumba entre las dunas arábigas.


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Mensaje por Invitado Miér Feb 15, 2012 11:35 pm

¿Una joya? Recordó los colguijes de la pequeña pulsera que poseía desde que tenia memoria, hacía un par de años que había dejado de cerrar entorno a su muñeca por que los pequeños eslabones no eran suficientes para rodear su circunferencia. Aquellos pedazos de piedra, le parecían hermosos, era bella la forma como la luz se refractaba contra el translucido material, no podía decir que las piezas que conformaban su pulsera eran piezas que debían estar resguardadas en un museo, era simple ámbar recubriendo pequeñas ramas y uno que otro diminuto insecto. Había leído un poco sobre aquella piedra que se formaba al secarse la resina de los arboles, como en ella podían conservarse insectos mucho, mucho más antiguos. Ella había elegido aquel pseudónimo haciendo alusión a aquella pulsera que llevaba acompañándole toda una vida, “Amber” con la escritura y pronunciación de su lengua materna, aquel nombre marcaba una parte de su vida que ella misma desconocía, no sabía si aquel objeto se lo habían regalado sus padres, a ella le gustaba pensar que sí, que había sido deseada y amada por sus padres biológicos. Aquel nombre que en este momento ostentaba, sin ser su nombre real, era importante y significativo para ella.

Comenzó lenta pero precisa su labor con los botones de la camisa luego continuo con más confianza. Aquella posición, aunque cómoda le hacía sentir terriblemente vulnerable, él podría hacer lo que quisiera con ella pero en contraste con la noche en la que había atendido a su primer cliente, aunque podía esperar cualquier cosa, confiaba en Emhyr. Sintió como le era apartado el cabello de su rostro y sin mirarlo sonrió y se ruborizó ligeramente, tan sólo alcanzado un ligero tono rosáceo en sus mejillas. Su tacto era cálido y aunque este no era del todo terso, le agradaba sentir las asperezas de sus manos, imaginó que eran un lienzo marcado por múltiples pinceladas, un lienzo que se extendió cuando descubrió los tatuajes y cicatrices que marcaban su pecho desnudo, sus brazos y su espalda. Aquel camino parecía extenderse casi infinitamente.

Comenzó acariciando su piel desnuda, sus dedos se deslizaban siguiendo la trama que los tatuajes marcaban sobre la misma, parecía absorta en aquel minucioso trabajo tanto que podría parecer que escuchaba distraídamente pero no era así, prestaba atención a cada una de sus palabras sus ojos se iluminaron cuando él le dio permiso para que preguntara lo que quisiera. Sonrió cuando él dejó en suspenso aquello que debía ocurrir aquella noche. Ambos sabían lo que sucedería dentro de esas cuatro paredes, no sabían el cómo pero estaba seguro de que sería interesante. Él había acudido a aquel lugar por un servicio y ella no podía negarse, sucedería lo que él quisiera.

Delineó con las yemas de los dedos cada una de las palabras que estaban a su alcance, de vez en cuando colocaba sobre ellas la palma de la mano en su totalidad como si con aquel gesto su piel pudiera impregnarse de aquella tinta. Reconoció la frase en inglés para “estaba escrito” y la escritura en francés para la misma frase, pero había tantas palabras desconocidas, combinaciones del abecedario que conocía pero que ella era incapaz de comprender, cosas que ella denominaba garabatos pero que intuía que de igual forma eran palabras, sólo que estaban expresados en otra forma de escritura. Conformé delineaba y trataba de caligrafiar sobre su piel aquellos trazos, de igual forma trató de unir las pequeñas marcas circulares que trazaban su piel, creyó identificarlas ya que ella misma tenía un par de marcas similares, inmediatamente suprimió el recuerdo de su primer cliente.

Conforme progresaba la historia de Emhyr, la curiosidad de Amber aumentaba. Pensó que ella no conocía el desierto, no podía ni siquiera imaginarse un clima asfixiante como el que describía, ella sólo conocía el clima Parisino y el nublado y siempre húmedo clima escocés. Sus manos alrededor de su cintura la tomaron por sorpresa, sin embargo se dejó hacer.

El colchón cedió ligeramente sobre su peso. Sonrió. Las manos de Emhyr estaban lejos de incomodarla, sus movimientos precisos parecían moverse cómodamente sobre las prendas y poco a poco descubrían su pálida piel. Desde aquella posición pudo observar nuevas marcas en aquel lienzo moreno que era su piel.

-¡¿8 años?! – preguntó un poco sorprendida. –Eras sólo un niño.- Amber acarició su rostro y trató de imaginarse a un pequeño con sus facciones, con su mismo tono de piel. Quiso preguntar por sus padres pero supuso que él tendría sus motivos para no haberlos mencionado. Tenía una fijación por las raíces de las personas a las que conocía debido a que ella carecía de las mismas. -¿Qué lugares conociste junto a él?-

Con gran habilidad él la despojo de sus prendas y su pecho se vio libre de la prisión del corsé. Al sentir el aire directamente contra su piel debido a la desnudez de su torso ella instintivamente lo rodeo con los brazos.

-¿Por qué? ¿Por qué no te convertiste en el jenízaro más joven? - preguntó sutilmente contra su piel, en realidad estaba sorprendida pero no deseaba romper el ambiente de intimidad que los envolvía. Acarició su espalda esta vez sin seguir algún patrón. Su historia generaba tantas interrogantes, tantos comentarios que no sabía por cual iniciar. Él sabia perfectamente como narrar una historia, su historia. –Sin duda este abrigo ha sido tu fiel compañero de viaje. ¿En verdad jamás has vuelto a tu tierra?- estaba tan cerca de él que podía sentir como su aliento se condensaba entre ellos conforme hablaban, con cada palabra sus labios rozaban la piel que estaba a su alcance.

Se alejó un poco de él para abrir su campo de visión. Aunque Emhyr no había llegado a ser jenízaro, él tenía el porte de un noble guerrero de alto rango. Sonrió débilmente para luego acercar sus labios a su rostro, besó su mentón, y poco a poco trazó un camino hacia su boca.
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Mensaje por Emhyr Van Emreys Sáb Feb 18, 2012 2:00 pm

El turco continuaba con su tarea mientra había notado la curiosidad de aquel joven por su piel tintada, sus dedos suaves había estado dejando su cálido rastro delineando cada una de aquella palabras que se repetían una y otra vez, marcando su secreto significado.
No era la primera vez que había podido notar en ojos ajenos la sorpresa sobre sus extravagantes marcas, unas veces los ojos se tornaban como en aquella ocasión curiosos otras veces era aversión ante algo tan poco habitual en una sociedad como aquella. Cualquier fanático las podía haber tachado como marcas de la brujería, del diablo o de la superstición... Y algo místico ocultaba algunos de los dibujos, no había nada al azar, no eran labor del mero capricho.

-El camino para llegar a ser jenízaro comienza desde muy temprano, lo habitual es “coger”... -No pudo evitar decir coger, aunque la verdad el verbo correcto era escoger, secuestrar, robar. Niños robados de sus hogares, trofeos de guerra, esclavos... Criados para ser la élite turca para no dudar en obedecer, para luchar contra los suyos propios en la mayoría de los casos, para tener la sangre fría de matar que todo fuese natural. “Esos hijos de puta desde críos tiene la capacidad de mirarte a los ojos mientras te arrancan la cabeza y luego no sentir nada” Le había escuchado una vez comentar a un búlgaro en uno de sus viajes, pero ahí residía la clave de su fuerza. No conocían un hogar que no fuera la escuela de los jenízaros donde eran criados, los otros soldados se convertían en sus padres y hermanos, y su fidelidad iba en cuanto a ellos era ciega. -... A niños entre seis y siete años.

La ardua tarea finalizaba, la piel desnuda quedaba a su merced si ocultar nada para sus ojos. Una piel que contrastaba con la suya morena, Emhyr sonrió al ver como con cierto pudor había escondido aquellos pequeños pechos, los cuales pudo notar luego contra su piel aprisionados. El ejerció levemente su peso sobre ella, con cierto cuidado para poder sentir el recorrido distraído de sus dedos por su espalda, sentir aquel pequeño pajarito atrapado entre sus brazos con los que la rodeo. Era una sensación agradable, cálida, estar allí simplemente escuchando su voz curiosa, sin preocuparse por nada, y saber que podía hacer lo que quisiera con ella, acariciar su ígneo cabello.

-Son demasiados que no se si podría recordar nombrarlos todos... Los desiertos arábigos, la extravagante India, las abruptas islas griegas, la frondosa Rumanía... -Su voz se había convertido en un agradable susurro, sin duda Emhyr tenía el don del orador, todo en él sonar como una fantástica historia de aventuras, como un cuento de lugares exóticos, aunque la realidad era bien distinta y más cruel de lo que podía pensarse. Él era consciente de su don de palabra, es más le había ayudado a sobrevivir en su día a día en sus pequeños espectáculos, en sus escaramuzas para obtener comida o monedas... Un poco se alzó para poder mirarla mientras le hablaba, y ahí estaba las preguntas que rápidamente evitaría contestar, el motivo de porque su camino, su destino no se cumplió. -Volví hace unos meses a mi tierra, pero no la reconocí como mía. Se había convertido en un lugar desconocido para mí, no me siento pertenecer a ella ni a ninguna. -Su mirada se había desviado al parecer ese pensamiento le causaba una cierta pena. Un suspiro ligero. Al había evitado la pregunta más importante, seguro que ella se había dado cuenta pero poco le importaba.

Ella acariciaba su rostro, la consideraba como una cortesana novicia, pero al parecer comenzaba soltarse con él lentamente, tomarse libertades que le permitió, aunque sabía que esas libertades no las encontraría ella en un futuro con otros clientes donde ellos era los que daban los permisos y las pautas. La mayoría iban a lo que iban y sin tomarse la libertad de que la “chica” por así decirlo estuviese preparada, aunque era habitual en sus vidas. Bien lo sabía Emhyr que conocía a muchas cortesanas, el burdel se había convertido en un pequeño negocio para él, eran sus clientas habituales ya que el les proporcionaba hierbas anticonceptivas o abortivas, afrodisíacos o incluso hierbas que le hicieran perder la noción del tiempo y olvidar. Había escuchado sus relatos y al parecer todo no era tan grato en aquella vida. ¿Había diferencia en lo que Amber encontraría en aquel mundo con lo que ya había experimentado las veteranas? Solo le quedaba lograrse una reputación tan alta que ella tuviese el lujo de poder elegir a sus cliente, pero le quedaba demasiado.

El ensimismamiento leve se vio despertado al sentir un beso en su rostro y luego en sus labios, el turco dejo que ella recorriera aquel camino, mientras sus manos marcadas por las leves cicatrices dibujaban con sus dedos la tez de la pelirroja. Nada como un beso de una mujer para acelerar el corazón de cualquiera.

El silencio se había hecho y siguiéndola acaricio superficialmente sus labios dejando una agradable sensación que quedaba incompleta cada vez que él los retiraba. Una sonrisa maliciosa, una mirada en el castaño de sus ojos divertida. Un beso corto poco profundo, otro que iba adquiriendo longevidad, otro que se paseaba muriendo en algún que otro suspiró, otro profundo lento que dejaba a su paso el sabor de su aliento agradable, y luego vino el impaciente el que desprendía cierto deseo y quemaba, sus manos no lo pudieron evitar habían comenzado a recorrer cada centímetro de piel dejando a su paso un cosquilleo agradable y escalofriante. La sangre que latía bajo la piel del turco era caliente, no sabía si había sido siempre así o era por su nueva naturaleza adquirida, pero la verdad dudaba que bajo el amparo de su cuerpo ella fuese a tener frío alguno al contrario.
Los labios siguieron el camino que marcaban sus expertas manos: su cuello dedicado con alguna que otra leve mordida, su clavícula lugar para pararse en deleite, sus pechos erizados y tibios saboreados, otro leve mordisco en su costado, sus labios por su vientre y en su cadera, cerca de su sexo, un beso sobre éste.
Emhyr se detuvo, antes de tumbarse a su lado cubrió su cuerpo con el abrigo, obligándote a que cambiase de postura el pego un moreno pecho a la espalda de ella envolviéndola en el abrazo, sus manos continuaba lentas se pararon en el sexo el cual comenzó a acariciar cuidadosamente. Ella había iniciado el camino con sus labios, él estaba dispuesto a finalizarlo con sus propias manos.

-Hay una costumbre en algunos lugares de la India. Más bien es un rito que pide paciencia. -Un beso en su nuca, en su cuello, un susurro suave que erizaba la piel de un modo atrayente en conjunto con aquel curioso acento. -La mayoría nada más nacer son prometidos y hasta la boda no llegan a conocer a sus novios, en la boda llevan los rostros velados, no se lo descubren hasta después pero incluso en su vida de casados deben de respetar que hasta que no pasen casi veintiún días no pueden hablar, ni dormir juntos ni tocarse... Solo comer. Tendrán que pasar otros veintiún días hasta que pueda hablar, luego deberán de pasar otros para poder dormir juntos pero no tocarse; otros para poder bañarse juntos pero sin tocarse ahí descubren por primera vez sus cuerpos y el pudor queda atrás, otro veintiún días hasta poder tocarse pero solo simplemente pueden hacer esto para descubrirse no para poder sentir placer alguno, y finalmente pasado los últimos días ya tienen permitido tener algún tipo de relación sexual. -Un beso en su mejilla, su mano continuaba masajeando con sutileza. -Yo me considero paciente, te sonará extraño, seguro que no te lo habrá dicho ningún cliente, pero si no quieres hacerlo ahora o simplemente no lo deseas, puedes decirlo. No me importará, y si es el dinero lo que te preocupa, igualmente te pagaré esta noche.


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Mensaje por Invitado Jue Mayo 03, 2012 12:36 am

Le escuchó con atención, pronto se dio cuenta de que hasta la palabra más efímera liberada por los labios de Emhyr merecía atención. Era un hombre sumamente interesante y podía suponerse que más allá de lo que contaba existía un trasfondo, una historia personal que no le correspondía escucharla, sin embargo se conformaba con aquellos pedazos de su historia que Emhyr le contaba, por que aunque fueran pedazos de un gran rompecabezas, Emhyr sabía perfectamente como editarlos para que juntos sonaran como una pequeña unidad. Con tan sólo un par de palabras sentía que aquel hombre le describía paisajes completos de los lugares en los que había estado.

Niños “cogidos” de sus hogares, niños que tal vez como ella se habían quedado sin un hogar, sin un pasado sólo con un futuro tal vez más honroso que el suyo. Algo dolió por un momento en su pecho pero las hábiles manos del turco levitaron que se concentrara en ese vacío.

Se dejó desnudar embriagada por sus palabras, y esa era la única forma que podía dejarse llevar de una manera medianamente satisfactoria para ella. Sus movimientos no eran movidos por el deseo, sus movimientos eran producto de la curiosidad, tal vez una curiosidad mayor que el de la mayoría de la humanidad.

Por boca de otras cortesanas sabía que pocos clientes tenían aquellas la consideración de tratarlas como algo más que un pedazo de carne y en el corto tiempo que llevaba en el burdel, sólo Emhyr se estaba encargando de prestar tales atenciones. Poco a poco fue dejando la vergüenza atrás gracias al camino recorrido por las manos masculinas de él, su cuerpo se soltó y no se empeñaba en ocultar ninguna parte de su anatomía.

Correspondió cada uno de sus besos, tratando de seguir el paso que le era marcado hasta llegar a aquel profundo y desesperado de maneras caóticas, le sujetó de la nuca y lo atrajo hacía si, empujando su lengua hacia el interior de su boca, experimentando por su propia cuenta un poco más de lo que antes lo había hecho, no por lo que pudiera llegar a sentir ella sino más bien por las reacciones que tenían sobre de él sus acciones.

Notó como el calor corporal aumentaba, cómo este era evidenciaba en cada poro de su piel, sentir aquel fervor le daba confianza, le daba seguridad al sentir que él, en cambio de su primer cliente, estaba vivo, que no era un monstruo atroz, que su corazón bombeaba sangre y lo mantenía lejos del mundo de los muertos. El calor que emanaba su piel hizo que la suave mordida que delineo el hueso de su clavícula no la sobresaltara. En aquella neblina de pensamientos fue cuando le sorprendió besándola, le sorprendió encontrarlo besando sus senos y ella por su parte le sonrió y se inclinó un poco para observarlo mejor, un escalofrió cargado de tensión le recorrió cuando él se aproximó a su sexo, y se prolongo todo el tiempo que él estuvo merodeando su cadera, su vientre y su intimidad.

La tensión se disipó tan sólo por un momento cuando el la envolvió con el abrigo, aquel abrigo deslavado que tanto le había llamado la atención. A pesar de aquel cálido abrazo, no podía dejar los nervios atrás, la tensión que siempre le recorría el cuerpo, le era imposible dejarse llevar del todo. Aquella tensión que a ella misma le hacía daño era la elegida por algunos clientes y por otros no gustaba tanto, se desesperaban de observar tan poco reacción en ella, perdían los estribos y al igual que su primer cliente le llegaban a hacer daño.

Recargó su espalda sobre el pecho de él y contuvo el aliento mientras él se encargaba de hacer aún lado su escaso vello y descubrir su sexo acariciándolo lentamente a pesar de la dificultad que suponía su sexo poco lubricado. ¿Un gemido? ¿Un quejido? No supo muy bien que fue lo que se escapó de sus labios.

Lo escuchó con atención y cerró los ojos, inclinando su rostro ligeramente hacia delante para que el tuviera mayor libertad de poseer su cuello, sintió aquel beso en su nuca y el aire de sus pulmones estaba vez se escapó de sus labios en forma de un suspiro. Escuchó aquellas sorprendentes costumbres, que le hicieron abrir los ojos aunque sus parpados se conservaban cerrados, vedados por aquella capa de piel que hacía que la tenue luz de la habitación se distorsionara y fuera tan sólo la impregnación de una mancha. Había abierto una clase distinta de ojos, una. No deseaba ver su propio cuerpo, ni lo que él hacía con las manos, tan sólo deseaba sentirlo.

Una sonrisa se extendió en aquel sitio que habían tocado sus labios.

Negó con la cabeza, en efecto ningún cliente, ni nadie se lo había dicho jamás. Sintió algo pesado asentarse en su garganta y presionar sobre sus parpados, los cuales continuaron cegando sus ojos. Jamás se había tocado a ella misma. Su primera relación sexual no había sido amorosa, ni había implicado ninguna clase de ilusión, aquello había sido vendido, así era como se había estrenado como cortesana. Nunca había sentido ni amor, ni deseo carnal por nadie. Nadie le había dicho que sería paciente, ni mucho menos uno de sus anteriores clientes. Quiso darle las gracias pero el nudo en su garganta obstaculizaba su habla. Quiso tantas cosas en ese momento que no sabía por donde empezar. Ignoró sus palabras sobre la paga para olvidar por unos instantes su vida y su trabajo, para olvidar como era que él había llegado hasta esa habitación, a esa cama que en ese momento compartían juntos como el matrimonio, inexperto, que había descrito.

-Entonces ¿Qué debo hacer?- preguntó finalmente en un susurro entrecortado. Ella también quería descubrir su piel, descubrir su sexo, sentía curiosidad por descubrir las reacciones de su cuerpo. Quería hacer que aquella experiencia fuera placentera para él. -¿Qué hace la consorte del hombre para descubrir el cuerpo de su marido?- preguntó doblando su brazo libre, pasándolo sobre su cabeza y alcanzo a acariciar la cabellera de Emhyr, atraiéndolo hacia su cuerpo. Tan sólo necesitaba escuchar el permiso de su boca para generar la confianza necesaria y tomarse la libertad de imaginarse mil cosas, porque Emhyr se había salido del canon y le había dejado más indefensa que ningún otro hasta entonces.
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Mensaje por Emhyr Van Emreys Sáb Mayo 26, 2012 12:14 pm

Poco a poco ella iba acomodándose a su cuerpo, si había habido antes algún tipo de tensión entre ambos, o ella se había sentido incomoda al principio por su notable inexperiencia, esta había desaparecido. Al menos en apariencia.

Su voz entrecortada, la subida y bajada notable de su pecho le hacían entender que el efecto de sus caricias comenzaba a alterar su cuerpo, aunque fuese levemente, pero era un principio. Y si era sincero, a pesar de que apenas ella le había rozado, él podía notar su cuerpo candente y excitado.
Ya se lo había dicho cierta mujer en su momento, mofándose de su género. “Que simples sois los hombres”. Visto lo visto, debía de darle la razón, a pesar de que ello le hiciese sentirse estúpido.


A pesar de haberle proporcionado libertad, de haberle dicho que ella era la que tenía la última palabra, que podría librarse de verse obligada a hacer algo que no deseaba, negó.
Era un gesto extraño en una cortesana, bueno si se pensaba bien, tal vez el miedo a que le regañasen por no cumplir su trabajo podía ser uno de los motivos por el que actuar de aquel modo. Pero ella no parecía sentirse obligada, más bien todo lo contrario, su curiosidad por descubrir era latente en todo momento.

-No temerle, ni temer llevar la iniciativa. Dejarse llevar por la misma intuición... –Susurro mientras besaba su hombro, y dejaba caer el abrigo para darle más libertad de movimiento. Podía prever la intención que ocultaban sus palabras, y de algún modo aquel simple gesto era el permiso que ella esperaba. –La misma piel del hombre te dirá lo que debes de hacer, que es lo que desea de su consorte, por muy inexperta que sea… Ten en cuenta un pequeño detalle, los hombres somos muy “simples”… –Dijo reafirmando sus pensamientos, dándole confianza para que actuara como desease, sin tener temor. -… su voluntad flaquea ante una mujer que le muestre su deseo.

Aun suaves continuaban sus caricias en su sexo, Emhyr era paciente cuando buscaba provocar el fuego en una mujer, había que tomárselo con tranquilidad y deseaba cumplir su propósito, como él decía “hacer bien las cosas”. Y no era por gesto de consideración, era vanidoso ante el tema de las mujeres, al fin y al cabo, era el típico casanova mujeriego, que por orgullo le gustaba dejar marcas en sus amantes tras pasar una noche en su lecho. Que no le olvidasen de inmediato y que en algún momento del tiempo, aun suspirasen con su mero recuerdo.

-Experimenta, es la única forma que tienes para saber que hacer...

Sus labios se posaron sobre la mejilla de ella, mientras con su mano libre le obligaba a voltear su rostro para ella le mirase directamente. Sus ojos castaños se clavaron en los de ella, un beso en sus labios, el aliento contenido.
Era extraño que sin apenas conocerla Emhyr no pudiese evitar mirarla de aquel modo, con aquel brillo ígneo, una mezcla entre adoración y fascinación, como si tuviese ante él aquella quimera de cabellos candentes a la que había amado por primera vez en un París del pasado.

Otra punzada en su pecho.

“Recuerda Emhyr, esto es una prueba. Solo se parece demasiado a ella… Pero no es ella. No te dejes engañar.”

La mirada se desvió de un modo efímero ante tal recuerdo, los dedos de ella que aun se enredaban en su cabello en un ósculo agradable le recordaron donde estaba y que debía de volver a respirar.

“Olvida Aquel pensamiento sonó en su mente como una orden rotunda.

Deteniendo sus caricias, volvió a alzarla con fuerza para obligarla a volver su cuerpo por completo, obligándola a que sus piernas envolviesen su cuerpo. El turco tomó una de las manos de la joven y paso sobre su pecho, aquellos dedos pálidos contrastaban sobre la piel morena y teñida por aquellos extraños tatuajes.

-Puedes poner a prueba mi voluntad... -Solo dijo, tal vez ella no lo entendiese, pero él seguía con ese pensamientos desde que había llegado.

Cogiéndola con cierta fuerza por la nuca la volvió a besar, al principio sus labios eran suaves luego se intensos, ígneos, apasionados, de algún modo estaba buscando su reacción, estaba esperando a que ella actuase ante su respuesta. Iba a dejarse a merced de ella, iba a dejar que ella le descubriese por iniciativa propia.


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Mensaje por Invitado Mar Jul 24, 2012 8:59 pm

Trató de enfocar algo más allá del cuerpo de Emhyr, el tapiz barato del cuarto, la puerta que hace algunos minutos habían cerrado, le era imposible, tal vez fuera la penumbra que se ceñía en la habitación, tal vez fuera la inmensa personalidad que él proyectaba con cada palabra que salía de su boca, con cada contacto de su piel.

Le escuchó decir que los hombres eran simples y una ligera sonrisa se dibujó en su rostro, rápidamente la escondió en la piel cercana al hombro de él. Ya había escuchado aquella aseveración de la boca de algunas de sus compañeras de oficio y ella misma lo había verificado con los pocos clientes que había tenido, era cierto, eran simples y a la gran mayoría sólo les importaba satisfacerse a si mismos, por una u otra razón acababan ahí, así que para ella que no sentía placer alguno en aquel acto resultaba de cierta forma fácil. Hacía lo que los clientes querían y terminaba pronto con aquella sesión, otras veces sufría las consecuencias de no poder fingir lo que simplemente fisiológicamente no podía, porque uno podía fingir ciertas cosas, gemidos, movimientos pero no todo lo relativo a la naturaleza de los seres vivos podía simularse.

Se dejó hacer por él, se acomodó según sus sutiles exigencias, aquello era una suerte de baile que ella no baila del todo bien, que baila por obligación y no por interés, así que se dejó guiar por aquel cliente que estaba demostrando ser cómo ningún otro. Era interesante como el color de ambas pieles contrastaba, era aún más importante para ella cómo es que él estaba haciendo pautas y llevando todo a una cadencia singular, como si a pesar de ser unos extraños se conocieran de otra vida. Con él sentía cierta confianza, parecía que él se dedicaba a infundirle una confianza de la que ella carecía, sabía que estaba segura, que podía experimentar sin que al final fuera a pagar con un golpe aquella frigidez suya.

Lo rodeo con ambas piernas en un abrazo íntimo, en un ritual parsimonioso que para ella era desconcertante pero que estaba agradeciendo con profunda sinceridad. Acompañaba las delicadas caricias que él estaba brindando a su intimidas con ligeros y lentos movimientos de cadera. Quería capturar el momento, la sensación esa que la mayoría buscaba al realizar ese acto, el placer que al parecer por una razón que desconocía a ella se le escapaba de las manos. Tal vez su error consistía en buscar razonar cada movimiento, cada sensación, le era imposible apagar sus pensamientos y sentir, sólo sentir.

Abrió los ojos de golpe cuando él la tomó y le obligo a clavar su mirada en la profundidad de sus orbes. Sus ojos parecían enormes pero su expresión no denotaba miedo, era llana sorpresa. Luego sus labios se unieron a los suyos y correspondió con la misma premura que él, ambas bocas se acoplaban para explorarse, peleaban para luego repelerse, con incandescente inexperiencia inhalaba y exhalaba de su boca, de su esencia. Llevó ambas manos hasta la nuca de él y esta zona se volvió su punto de apoyo hasta que finalmente el aire se hizo escaso. Con cierta torpeza se separó de él y le empujó suavemente para que separara su torso de ella, luego le sonrió de lado y sus mejillas se tornaron tan ígneas como su cabello. Aspiró profundamente, mientras recorría el pecho desnudo de él con las manos y poco a poco descendían hasta el límite que marcaban sus propias piernas enredadas en torno a su cintura.

-Poner a prueba tu voluntad– repitió como si fuera algo lejano, palabras que a su vez se desvanecían en una sonrisa un tanto picara y en sus ojos que brillaban con esa curiosidad que nunca perdía pero sí se intensificaba.

Se acercó de nuevo su rostro a él, besó su cuello y se encaminó hacia el lóbulo de su oreja izquierda, recorrió con sus labios cada centímetro de piel que tenía a su merced sin tener que romper aquella posición. Con sus manos infringía aquel límite, invadiendo su intimidad para tomar su miembro con una de sus manos, primero fue un toque suave y trémulo, posteriormente adquirió seguridad y ella se sintió con la confianza de delinear su punta y la toda la longitud de este, de manera torpe tal vez pero cuidando que su tacto fuera delicado, acarició la piel que recubría su base. Siguió su consejo y tomó nota de cada una de sus reacciones, de su respiración, de la piel que se erizaba ya fuera al toque de sus labios o al de la yema de sus dedos. Su respiración se acompasó con la de él que seguía acariciando la intimidad de ella, con grata sorpresa notó cómo los dedos de él se resbalaban entre sus pliegues, apoyó su frente en uno de los hombros de él mientras notaba cómo poco a poco su cuerpo reaccionaba ante sus atenciones pero ella aún no era capaz de experimentar placer con ello, tal vez porque estaba esperando racionalizar aquello que no tenía ni una pizca de cordura. Besó ese lugar que le servía de refugio.
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Los huesos sueldan. El arrepentimiento perdura para siempre... ◊◊ [Amber] Empty Re: Los huesos sueldan. El arrepentimiento perdura para siempre... ◊◊ [Amber]

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